INTRODUCCIÓN
Escribo
como evangélico y para evangélicos cristianos. Esto no quiere decir que los que
siguen la tradición liberal no tengan nada valioso que decir; sino que las
diferencias con ellos casi siempre se reducen a diferencias en cuanto a la
naturaleza de la Biblia y su autoridad. La cantidad de acuerdo doctrinal que se
puede lograr con personas que tienen bases ampliamente divergentes de autoridad
es muy limitada.
Este
estudio se puede utilizar para institutos bíblicos, facultades de teología,
escuelas dominicales, avances bíblicos y cualquier estudio que tenga que ver
con la escrituras, ya sean pastores y maestros o creyente que desee más
conocimiento de tal doctrina.
Espero que
disfruten este estudio y haya veracidad cada vez que se defienda la fe.
CONTENIDO
CAPÍTULO 1: La
creación del hombre ¿Por qué nos creó
Dios? ¿Cómo nos hizo a su propia semejanza? ¿Cómo podemos agradarle en nuestra
vida diaria?
CAPÍTULO 2: El
hombre como varón y hembra: ¿Por qué
creó Dios dos sexos? ¿Pueden los hombres y las mujeres ser iguales y a la vez,
tener papeles diferentes?
CAPÍTULO 3: La
naturaleza esencial del hombre: ¿Qué quieren
decir las Escrituras con «alma» y (espíritu»? ¿Son la misma cosa?
CAPÍTULO 4: El
pecado ¿Qué es el pecado? ¿De dónde
viene? ¿Heredamos la naturaleza pecaminosa
de Adán? ¿Heredamos la culpa de Adán?
CAPÍTULO 5: Los
pactos entre Dios y el hombre ¿Qué
principios determinan la manera en que Dios se relaciona con nosotros?
CAPÍTULO 1
LA CREACIÓN DEL HOMBRE
¿POR QUÉ NOS CREÓ DIOS?
¿CÓMO NOS HIZO A SU PROPIA SEMEJANZA? ¿CÓMO PODEMOS AGRADARLE EN NUESTRA VIDA
DIARIA?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
En los
estudios anteriores hemos considerado la naturaleza de Dios y su creación del
universo, los seres espirituales que él creó, y sus relaciones con el mundo en
términos de hacer milagros y responder a las oraciones.
En
esta sección, nos vamos a enfocar en el pináculo de la actividad creativa de
Dios, su creación de los seres humanos, tanto varón como mujer, para que fueran
más semejantes a él que ninguna otra criatura que él había creado.
Consideraremos
primero el propósito de Dios al crear al hombre y la naturaleza del hombre como
Dios le creó para que fuera (capítulos 21-23). Entonces examinaremos la
naturaleza del pecado y la desobediencia del hombre.
Por
último, examinaremos la iniciación del plan de Dios para la salvación del
hombre y reflexionaremos sobre las relaciones del hombre con Dios en los pactos
que él ha establecido (capítulo 25).
A. EL USO DE LA PALABRA HOMBRE PARA REFERIMOS A LA RAZA HUMANA
Antes
de metemos a considerar el tema de este capítulo, es necesario que consideremos
brevemente si es apropiado usar la palabra hombre para referimos a toda la raza
humana (como aparece en el título de este capítulo).
Algunas
personas hoy objetan el uso de la palabra «hombre» para referimos a la raza
humana en general (incluyendo tanto a los hombres como a las mujeres), porque
se afirma que ese uso es insensible hacia las mujeres. Los que presentan estas
objeciones preferirían que usáramos solo expresiones neutrales tales como
«humanidad», «género humano», «seres humanos» o «personas» para referimos a la
raza humana.
Después
de considerar esta sugerencia, decidí continuar con el empleo de la palabra
«hombre» (así como también con varios otros de estos términos) para referirme a
la raza humana en este libro porque ese uso tiene justificación divina en
Génesis 5, Y porque pienso que está en juego una cuestión teológica.
En
Génesis 5: 1-2 leemos: «El día que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios los
hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán,
el día en que fueron creados» (RVR 1960, Gn 1: 27).
El
término hebreo que traducimos «hombre» es adam, que es el mismo que se usa para
hablar de Adán, y el mismo término que se emplea a veces para referirse al
hombre a fin de distinguido de la mujer (Gn 2: 22,25; 3: 12; Ec 7: 28). Por
tanto, la práctica de usar el mismo término para distinguirlo referirse:
(1) A los seres humanos varones y:
(2) A la raza humana en general; es una práctica que se originó con Dios
mismo, y eso no debiéramos encontrarlo inaceptable ni insensible.
Alguien
podría objetar que esto es un elemento accidental de la lengua hebrea, pero ese
argumento no es convincente porque Génesis 5: 2 describe específicamente la
actividad de Dios de elegir un nombre que se aplicaría a toda la raza como un
todo.
Yo no
estoy argumentando aquí que debemos siempre duplicar las formas bíblicas de
hablar, ni que sea equivocado usar a veces términos de género neutro para
referimos a toda la raza humana (como acabo yo de hacer en esta frase), sino
más bien que la actividad de Dios de poner nombre en Génesis 5: 2 indica que el
uso de «hombre» para referirse a toda la raza es una elección buena y
apropiada, y que no hay razón para evitarlo.
La
cuestión teológica es si hay alguna sugerencia de liderazgo varonil o de cabeza
de familia desde el comienzo de la creación. El hecho de que Dios no eligiera
llamar a la raza humana «mujer», sino «hombre», probablemente tiene algún
significado para la comprensión del plan original de Dios para el hombre y la
mujer:
Por
supuesto, la cuestión del nombre que usamos para referirnos a la raza no es el
único factor en esa consideración, pero es un factor, y nuestro uso del
lenguaje en este sentido tiene algún significado en la reflexión de hoy sobre
los papeles del hombre y la mujer.'
B. ¿POR QUÉ CREÓ DIOS AL HOMBRE?
1. DIOS NO NECESITABA CREAR AL HOMBRE, PERO NOS CREÓ PARA SU PROPIA
GLORIA.
En las
reflexiones sobre la independencia de Dios, notamos varios pasajes de las
Escrituras que enseñan que Dios no nos necesita a nosotros ni al resto de la
creación para nada, no obstante, nosotros y el resto de la creación le
glorificamos y le producimos gozo.
Puesto
que había amor y comunión perfectos entre los miembros de la Trinidad por toda
la eternidad Gn 17: 2, 24), Dios no nos creó porque se sintiera solo ni porque
necesitara compañerismo con otras personas. Dios no nos necesitaba a nosotros
por ninguna razón.
No
obstante, Dios nos creó para su propia gloria. En nuestro tratamiento de su
independencia notamos que Dios habla de sus hijos e hijas de todas partes de la
tierra como aquellos que él ha creado para su gloria (Is 43: 7; Ef. 1: 11-12).
Por tanto, estamos llamados a hacer todo lo que hagamos «para la gloria de
Dios» (1ª Co 10: 31).
Este
hecho garantiza que nuestra vida es significativa. Cuando nos damos cuenta que
Dios no necesitaba creamos y que no nos necesita para nada, podíamos concluir
que nuestras vidas no son importantes para nada. Pero las Escrituras nos dicen
que fuimos creados para glorificar a Dios, lo que indica que somos importantes
para Dios mismo.
Esta
es la definición suprema de la auténtica importancia o significado de nuestra
vida: Si somos de verdad importantes para Dios por toda la eternidad, ¿qué
mayor importancia o significado podríamos querer?
NOTA: Sin embargo, la cuestión de si usar «hombre»
para referirse a una persona indefinidamente, como en «Si alguien quiere ser mi
discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga» (Lc
9:23) es una situación diferente, porque el nombre de la raza humana no está
presente.
En estos casos, la consideración hacia las mujeres
así como hacia los hombres, y las pautas de lenguaje de hoy, haría muy
apropiado usar un lenguaje de género neutro, como lo han hecho siempre las
versiones de la Biblia en español. El autor se está refiriendo aquí más bien a
una situación que se da más en inglés que es español.
Esto es probablemente también reconocido por muchos
que presentan las mayores objeciones al uso del término «hombre» para referirse
a la raza humana (es decir, feministas que se oponen a que el hombre sea la
única cabeza en la familia).
2. ¿CUÁL ES NUESTRO PROPÓSITO EN LA VIDA?
El
hecho de que Dios nos creó para su gloria determina la respuesta correcta a la
pregunta: «¿Cuál es nuestro propósito en la vida?» Nuestro propósito debe ser
cumplir la razón por la que Dios no creó: Glorificarle a él.
Cuando
hablamos con respecto a Dios mismo, ese es un buen resumen de nuestro
propósito. Pero cuando pensamos en nuestros propios intereses, nos encontramos
con el feliz descubrimiento de que estamos para gozar a Dios y deleitamos en él
y en nuestra relación con él. Jesús dice: «Yo he venido para que tengan vida, y
la tengan en abundancia» Jn 10: 10). David le dice a Dios: «Me llenarás de
alegría en tu presencia, y de dicha eterna a tu derecha» (Sal 16: 11). Él
anhela morar en la casa del Señor para siempre, «para contemplar la hermosura
del Señor» (Sal 27:4).
Y Asaf Exclamó: ¿A Quién Tengo En El Cielo Sino A Ti? Si Estoy Contigo
Ya Nada Quiero En La Tierra. Podrán Desfallecer Mi Cuerpo Y Mi Espíritu, Pero
Dios Fortalece Mi Corazón; Él Es Mi Herencia Eterna (Sal 73: 25-26).
La
plenitud del gozo se encuentra en el conocimiento de Dios y en deleitarse en la
excelencia de su carácter. Estar en su presencia, gozar de su compañerismo, es
una bendición más grande que cualquier cosa que podamos imaginar.
¡Cuán Hermosas Son Tus Moradas, Señor Todopoderoso! Anhelo Con El Alma
Los Atrios Del Señor. Con El Corazón, Con Todo El Cuerpo, Canto Alegre Al Dios
De La Vida... Más Vale Pasar Un Día En Tus Atrios Que Mil Fuera De Ellos (Sal
84: 1-2, 10).
Por
tanto, la actitud normal del cristiano es regocijarse en el Señor yen las
lecciones de la vida que él nos da (Ro 5: 2-3; Fil 4: 4; 1ª Ts 5: 16-18; Stg
1:2; 1ª P 1: 6, 8;): Al glorificar a Dios y gozamos en él, las Escrituras nos
dicen que él se goza en nosotros. Leemos: «Como un novio que se regocija por su
novia, así tu Dios se regocijará por ti» (Is 62:5).
Y Sofonías profetiza que el Señor «se deleitará en ti con gozo, te
renovará con su amor, se alegrará por ti con cantos como en los días de fiesta»
(Sof 3: 17-18).
NOTA: La primera pregunta en el Catecismo de
Westminster es «¿Cuál es el fin principal y más elevado del hombre? La
respuesta es: «El fin principal y más elevado del hombre es glorificar a Dios,
y gozarle a Él para siempre»,
Este
concepto de la doctrina de la creación del hombre tiene resultados muy
prácticos. Cuando nos damos cuenta de que Dios nos ha creado para glorificarle,
y cuando empezamos a actuar en formas que cumplen ese propósito, empezamos a
experimentar una intensidad de gozo en el Señor que nunca antes habíamos
conocido.
Cuando
le añadimos el concepto de que Dios mismo se regocija en nuestro compañerismo
con él, nuestra alegría se convierte en «un gozo indescriptible y glorioso» (1ª
P 1: 8).
Alguien
podría objetar que es erróneo que Dios busque gloria para sí mismo en la
creación del hombre. Ciertamente es erróneo para los seres humanos buscar
gloria para sí mismos, como vemos en el ejemplo impresionante de la muerte del
rey Herodes Agripa 1. Cuando este orgullosamente aceptó el clamor de la
multitud: «¡VOZ de un dios, no de hombre!» (Hch 12: 22), «al instante un ángel
del Señor lo hirió, porque no le había dado la gloria a Dios; y Herodes murió comido
de gusanos » (Hch 12: 23). Herodes murió porque le robó a Dios la gloria que
solo él se merecía y Herodes no.
Pero
cuando Dios toma la gloria para sí, ¿a quién se la está quitando? ¿Hay alguien
que la merezca más de lo que se la merece él? ¡Ciertamente no! Él es el
creador, él hizo todas las cosas, y se merece toda la gloria. Él es digno de
recibir gloria. El hombre no debe buscar gloria para sí mismo, pero en este
caso lo que está mal para el hombre está bien para Dios, porque él es el
Creador. Es bueno, no malo, que él sea glorificado. Es más, si no recibiera
gloria de parte de todas las criaturas en el universo, ¡eso sería horriblemente
malo! Los veinticuatro ancianos alrededor del trono de Dios cantan
continuamente:
Digno Eres, Señor Y Dios Nuestro, De Recibir La Gloria, La Honra Y El
Poder, Porque Tú Creaste Todas Las Cosas; Por Tu Voluntad Existen Y Fueron
Creadas. (Ap 4: 11)
Pablo
exclama: «Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A
él sea la gloria por siempre! Amén» (Ro 11: 36). Cuando empezamos a apreciar la
naturaleza de Dios como el Creador infinitamente perfecto que es digno de toda
alabanza, nuestros corazones no descansan hasta que le damos gloria con todo
nuestro «corazón, alma, mente, y fuerzas» (Mr 12: 30).
NOTA: La frase latina imago Dei significa «imagen
de Dios» y aparece a veces empleada en diálogos teológicos en lugar de la frase
en español (imagen de Dios). No la he usado en ninguna parte en este libro.
C. EL HOMBRE CREADO A LA IMAGEN DE DIOS
1. EL SIGNIFICADO DE «IMAGEN DE DIOS».
De
todas las criaturas que Dios hizo, solo una, el hombre, se dice que fue creado
«a imagen de Dios»: ¿Qué significa esto?
Podemos
usar la siguiente definición: El hecho que el hombre está formado a la imagen
de Dios quiere decir que el hombre es como Dios y representa a Dios.
Cuando
Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza»
(Gn 1: 26), el sentido es que Dios planeaba hacer una criatura similar a él. La
palabra hebrea que se traduce «imagen» (tselem) y la palabra hebrea que se
traduce «semejanza» (demut) se refieren a algo que es similar, pero no idéntico
a aquello que representa o de lo que es una «imagen». La palabra imagen también
se puede usar para denotar algo que representa otra cosa.
Los
teólogos han pasado mucho tiempo intentando especificar una característica del
hombre, o unas pocas, en las que la imagen de Dios se ve principalmente.
Algunos
han pensado que la imagen de Dios consiste en la capacidad intelectual del
hombre, otros en su capacidad de tomar decisiones morales y su libre albedrío.
Otros
han pensando que la imagen de Dios se refiere a la pureza moral original del
hombre, o a su creación como hombre y mujer (vea Gn 1: 27), o a su dominio
sobre la tierra.
En
este estudio sería mejor que enfoquemos nuestra atención primariamente en los
significados de las palabras «imagen» y «semejanza». Como ya hemos visto, estos
términos tenían significados claros para los lectores originales. Cuando nos
damos cuenta de que las palabras hebreas que se traducen «imagen» o «semejanza»
simplemente le informaban a los lectores originales que el hombre era como
Dios, y que en muchas maneras representaba a Dios, mucha de la controversia
sobre el significado de «imagen de Dios» parece ser una búsqueda de un sentido
demasiado estrecho o demasiado específico.
Cuando
las Escrituras nos dicen que Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza» (Gn 1: 26, RVR 1960), significaría sencillamente
a los lectores originales: «Hagamos al hombre como nosotros somos y para que
nos represente».
Debido
a que «imagen» y «semejanza» tienen estos significados, las Escrituras no
necesitaban decir algo como:
El Hecho De Que El Hombre Esté Creado En La Imagen De Dios Quiere Decir
Que El Hombre Es Como Dios En Las Siguientes Formas: Habilidad Intelectual,
Pureza Moral, Naturaleza Espiritual, Dominio Sobre La Tierra, Creatividad,
Habilidad Para Tomar Decisiones Éticas E Inmortalidad [O Alguna Otra
Declaración Similar].
NOTA: La palabra imagen (tselem) significa un
objeto similar a otro y que a menudo lo representa. Se usa la palabra para
hablar de estatuas o réplicas de tumores o ratas (1ª S 6: 5, 11), de pinturas
de soldados en la pared (Ez 23: 14), y de ídolos paganos o de estatuas que representan
deidades. (Nm 33: 42; 2ª R 11018; Ez 7: 20; 16: 17).
La palabra semejanza (demut) también se refiere a
un objeto similar a otro, pero tiende a usarse más frecuentemente en contexto
donde se enfatiza más una idea de similitud que la idea de representación o
sustitución (de un dios, por ejemplo). A los modelos o dibujos del altar que el
rey Acaz vio en Damasco se le llama «semejanza» (2ª R 16: 10), así como a las
figuras de bueyes debajo del altar de bronce (2ª Cr 4:3-4), y las figuras de
capitanes babilonios pintadas en la pared (Ez 23: 15). En el Sal 58: 4 (He v.
5) se dice que el veneno de los impíos es «semejante» al veneno de una
serpiente, y aquí la idea es que son muy similares en sus características, pero
no se piensa en una representación real o sustitución.
Toda esta evidencia indica que las palabras
españolas imagen y semejanza son equivalentes muy exactos de los términos
hebreos que traducen.
Encontramos un resumen breve de varios puntos de
vista en D.J. A. Clines, «The Image ofGod in Man», TB (1968), pp. 54-61.
Millard Ericsson, Christian Theology, pp. 498-510, también nos ofrece un
resumen útil de tres perspectivas principales de la imagen de Dios en el hombre
que se han sostenido a lo largo de la historia de la iglesia:
(1) La perspectiva substantiva, que identifica
alguna cualidad particular del hombre (tales como la razón o la espiritualidad)
como que es la imagen de Dios en el hombre (Lutero, Calvino, muchos de los
primeros autores cristianos);
(2) La perspectiva relacional, que sostiene que la
imagen de Dios tiene que ver con nuestras relaciones interpersonales (Emil
Brunner; también Kart Barth, quien vio la imagen de Dios específicamente en
nuestra creación como hombre y mujer); y:
(3) La perspectiva funcional, que sostiene que la
imagen de Dios tiene que ver con la función que llevamos a cabo, por lo general
nuestro ejercicio de dominio sobre la creación (un punto de vista sociniano que
también lo sostienen algunos escritores modernos como Norman Snaith y Leonard
Verduin).
Una
explicación así es innecesaria, no solo porque los términos tenían unos
significados claros, sino también porque una lista así no podría hacer justicia
al tema:
El
texto solo necesita afirmar que el hombre es como Dios, y el resto de las
Escrituras nos aportan más detalles para explicarlo. De hecho, al leer nosotros
el resto de las Escrituras, comprendemos que el entendimiento completo de la
semejanza del hombre con Dios requeriría una comprensión completa de quién es
Dios en su ser y en sus acciones y una comprensión completa de quién es el
hombre y de lo que hace.
Cuanto
más conocemos a Dios y al hombre tantas más similitudes reconoceremos, y tanto
mejor entenderemos lo que las Escrituras quieren decir cuando afirman que el
hombre está hecho a la imagen de Dios. Esa expresión se refiere a toda forma en
la que el hombre es como Dios.
Este
concepto de lo que significa que el hombre está creado a la imagen de Dios
queda reforzado por la similitud entre Génesis 1: 26, donde Dios declara su
intención de crear al hombre a su imagen y semejanza, y Génesis 5: 3: «Cuando
Adán llegó a la edad de ciento treinta años, tuvo un hijo a su imagen [tselem]
y semejanza [demut], y lo llamó Set». Set no era idéntico a Adán, pero era como
él en muchas formas, como un hijo es como su padre.
El
texto simplemente significa que Set era como Adán. No especifica una serie de
formas en que Set era como Adán, y sería demasiado restrictivo para nosotros
afirmar que una u otra característica determinaba la manera en que Set era la
imagen y semejanza de Adán. ¿Eran sus ojos castaños? ¿O su pelo ensortijado?
¿Sería quizá su aspecto fornido y atlético, o su disposición seria, o su fuerte
temperamento?
Por
supuesto, tales especulaciones serían de poca ayuda. Es evidente que toda
manera en la cual Set era como Adán era una parte de su semejanza con Adán y
por tanto sería a la «imagen» de Adán.
Del
mismo modo, toda forma en que el hombre es como Dios es parte del hecho de ser
a la imagen y semejanza de Dios.
2. LA CAÍDA: LA IMAGEN DE DIOS QUEDA DISTORSIONADA, PERO NO SE HA PERDIDO.
Podemos
preguntamos si todavía podíamos pensar que el hombre pudo seguir siendo como
Dios después de haber pecado. La pregunta se responde bastante pronto en
Génesis cuando Dios le da a Noé la autoridad de establecer la pena de muerte
por el delito de matar a otros seres humanos después del diluvio: Dios dijo:
«Si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la
suya, porque el ser humano ha sido creado a la imagen de Dios mismo» (Gn 9: 6).
Aunque
los hombres son pecaminosos, hay todavía suficiente semejanza a Dios en ellos
para que matar a otra persona (derramar sangre» es la expresión en el Antiguo
Testamento que quiere decir destruir la vida humana) sea atacar la parte de la
creación de Dios que más se asemeja a Dios, e indica un intento o deseo (si
fuéramos capaces de ello) de atacar a Dios mismo! El hombre todavía es a la
imagen de Dios.
El
Nuevo Testamento nos lo confirma cuando Santiago 3: 9 dice que las personas en
general, no solo los creyentes, están «creadas a imagen de Dios».
Sin
embargo, puesto que el hombre ha pecado, no es ya tan completamente como Dios
como lo fue antes. Su pureza moral se ha perdido y su carácter pecaminoso no
refleja para nada la santidad de Dios. Su intelecto está corrompido por la
falsedad y el mal entendimiento; su forma de hablar no glorifica siempre a
Dios; y sus relaciones están con frecuencia gobernadas por el egoísmo más que
por el amor, y así sucesivamente.
Aunque
el hombre todavía conserva la imagen de Dios, en cada aspecto de la vida
algunas partes de esa imagen han quedado distorsionadas o perdidas. En resumen,
«Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones» (Ec 7:29,
RVR 1960). Después de la Caída, entonces, todavía conservamos la imagen de Dios
-todavía somos como Dios y lo representamos- pero la imagen de Dios en nosotros
está distorsionada; ya no somos tan completamente como Dios como lo fuimos
antes de que entrara el pecado.
Por
tanto, es importante que entendamos el sentido pleno de imagen de Dios no solo
partiendo de nuestra observación de los seres humanos como existen hoy, sino
también desde las indicaciones bíblicas de la naturaleza de Adán y Eva cuando
Dios los creó y cuando todo lo que había hecho (era muy bueno) (Gn 1: 31).
La
verdadera naturaleza del hombre en la imagen de Dios también la pudimos ver en
la vida terrenal de Cristo. La medida plena de la excelencia de nuestra
humanidad no la veremos de nuevo en la vida en la tierra hasta que Cristo
vuelva y hayamos obtenido todos los beneficios de la salvación que él ganó para
nosotros.
3. LA REDENCIÓN EN CRISTO: UNA RECUPERACIÓN
PROGRESIVA DE MÁS DE LA IMAGEN DE DIOS.
Sin
embargo, es alentador volvemos al Nuevo Testamento y ver que nuestra redención
en Cristo significa que podemos, incluso en esta vida, crecer progresivamente a
una cada vez mayor semejanza a Dios.
Por
ejemplo, Pablo dice que como cristianos tenemos una «nueva naturaleza, que se
va renovando en conocimiento a imagen de su Creador» (Col 3: 10). A medida que
obtenemos un conocimiento verdadero de Dios, de su Palabra y de su mundo,
empezamos a pensar más y más los pensamientos que Dios mismo piensa.
En
esta manera nos vamos «renovando en conocimiento» y nos hacemos más a la
semejanza de Dios en nuestro pensamiento. Esta es una descripción de un curso
ordinario de la vida cristiana.
De
manera que Pablo también pudo decir: «Todos nosotros reflejamos como en un
espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza [lit. Imagen», gr.
eikon]» (2ª Co 3: 18). A lo largo de esta vida, a medida que crecemos en
madurez cristiana crecemos en una mayor semejanza con Dios. Más
particularmente, crecemos en la semejanza a Cristo en nuestra vida y en nuestro
carácter.
De
hecho, la meta para la cual Dios nos ha redimido es que podamos ser
«transformados según la imagen de su Hijo» (Ro 8: 29) y ser exactamente como
Cristo en nuestro carácter.
NOTA: Para un análisis detallado de este pasaje,
vea John Murray, Principies of Conduct (Eerdmans, Grand Rapids, 1957), pp.
109-13.
En este versículo Pablo dice específicamente que
somos seres transformados a la imagen de Cristo, pero luego cuatro versículos
más tarde dice Cristo es la imagen de Dios (2 Co 4:4, ambos versículos usan
eikon).
4. AL REGRESO DE CRISTO: COMPLETA RESTAURACIÓN DE LA IMAGEN DE DIOS.
La
promesa asombrosa del Nuevo Testamento es que así como hemos sido semejantes a
Adán (sujetos a la muerte y el pecado), seremos también semejantes a Cristo
(moralmente puros, nunca más sujetos a la muerte): «y así como hemos llevado la
imagen de aquel hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial»
(1ª Ca 15: 49). La medida plena de nuestra creación a la imagen de Dios no se
ve en la vida de Adán que pecó, ni tampoco en nuestra vida ahora, porque somos
imperfectos.
Pero
el Nuevo Testamento hace hincapié en que el propósito de Dios al crear al
hombre a su imagen quedó realizado completamente en la persona de Cristo Jesús.
Él mismo «es la imagen de Dios» (2ª Ca 4: 4); «él es la imagen del Dios invisible»
(Col 1: 15).
En
Jesús vemos la semejanza a Dios como era la intención que fuera, y debiera
regocijarnos en el hecho de que Dios nos haya predestinado para «ser
transformados según la imagen de su Hijo» (Ro 8: 29; 1ª Co 15: 49): «Sabemos,
sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él» (1ª Jn 3: 2).
5. ASPECTOS ESPECÍFICOS DE NUESTRA SEMEJANZA CON DIOS.
Aunque
hemos razonado arriba que sería dificil definir todas las maneras en las cuales
somos como Dios, podemos, no obstante, mencionar varios aspectos de nuestra
existencia que muestran que somos más como Dios que todo el resto de la
creación.
A. ASPECTOS MORALES:
(1) Somos criaturas que somos moralmente responsables ante Dios por
nuestras acciones. Correspondiente con esa responsabilidad, tenemos;
(2) Un sentido interno de lo que es bueno y es malo que nos distingue de
los animales (que tienen muy poco, si es que alguno, de sentido innato de
moralidad o justicia, sino que simplemente responden al temor del castigo o a
la esperanza de la recompensa). Cuando actuamos conforme a las normas de Dios,
nuestra semejanza a Dios se refleja en;
(3) Un comportamiento que es santo y justo delante de él, pero, por
contraste, nuestra desemejanza con Dios se refleja siempre que pecamos.
B. ASPECTOS ESPIRITUALES:
(4) Tenemos no solo cuerpos físicos, sino también espíritus inmateriales, y
podemos, por tanto, actuar en formas que son significativas en la esfera
inmaterial, espiritual, de la existencia. Esto significa que tenemos;
(5) Una vida espiritual que nos capacita para relacionarnos con Dios como
personas, orar y alabarle, y oírle hablarnos sus palabras. Ningún animal puede
jamás pasar una hora en oración de intercesión por la salvación de un familiar
o amigo. Relacionado con esta vida espiritual está el hecho de que tenemos;
(6) inmortalidad; no cesaremos de existir sino que viviremos para siempre.
C. ASPECTOS MENTALES:
(7) Tenemos una capacidad para razonar y pensar lógicamente y aprender que
nos separa del mundo animal. Los animales a veces muestran un comportamiento
notable para resolver laberintos o problemas en el mundo fisico, pero ellos
ciertamente no se involucran en razonamientos abstractos.
No hay
tal cosa como una «historia de la filosofía canina», por ejemplo, ni tampoco
ningún animal desde la creación se ha desarrollado para nada en la comprensión
de problemas éticos o el uso de conceptos filosóficos, etc. Ningún grupo de
chimpancés se sentará jamás alrededor de una mesa para argumentar acerca de la
doctrina de la Trinidad o los méritos relativos del calvinismo o del
arminianismo.
De
hecho, aun en el desarrollo de las habilidades físicas o técnicas somos muy
diferentes de los animales: Los castores todavía edifican la misma clase de
represas que han estado edificando por miles de generaciones, los pájaros
todavía construyen la misma clase de nidos, y las abejas todavía forman la
misma clase de colmenas. Pero nosotros seguimos desarrollando mayor habilidad y
complejidad en la tecnología, en la agricultura, en la ciencia y en casi cada
campo de empeño.
(8) Nuestro uso de lenguaje abstracto y complejo nos separa de los
animales. Yo le podía decir a mi hijo, cuando tenía cuatro años, que fuera a
buscar un destornillador grande y rojo a mi banco de trabajo en el sótano. Aun
cuando él nunca lo hubiera visto, podía cumplir fácilmente con la tarea porque
conocía el significado de «ir», «buscar», «destornillador», «grande», «rojo»,
«banco de trabajo» y «sótano».
Él
podía haber hecho lo mismo si le pedía un martillo pequeño y marrón o un
recipiente negro al lado del banco de trabajo u otra docena de cosas que quizá
nunca había visto antes, pero que podía visualizarla cuando se la describía
mediante unas pocas palabras.
Ningún
chimpancé ha sido capaz de hacer eso en toda la historia: realizar una tarea
que no había aprendido mediante repetición y recompensa, sino mediante el uso
sencillo de unas pocas palabras para referirse a un artículo que él nunca antes
había oído ni visto.
No
obstante, un niño de cuatro años puede hacer esto con regularidad y no pensamos
que sea algo extraordinario. La mayoría de los niños de ocho años pueden
escribir una carta inteligible a sus abuelos describiendo un viaje al parque
zoológico o pueden trasladarse a un país extranjero y aprender otra de las
muchas lenguas en el mundo, y pensamos que es algo muy normal.
Pero
ningún animal escribirá jamás una carta así a sus abuelos ni recitará un verbo
en francés en tiempo presente, pasado y futuro, ni leerá un cuento de
detectives entendiéndole, ni entender el significado de un solo versículo de la
Biblia. Los niños humanos hacen todas estas cosas con normalidad y de manera
rutinaria, y al hacerlo muestran que están viviendo en un nivel tan superior al
de todo el reino animal que nos preguntamos cómo a alguien se le ocurre pensar
que nosotros somos solo otra clase de animales.
(9) Otra diferencia mental entre los humanos y los animales es que tenemos
cierta conciencia del futuro distante, aun el sentido interno de que viviremos
más allá del tiempo de nuestra muerte fisica, un sentido que lleva a las
personas a desear intentar estar a bien con Dios antes de morir (Dios «ha
puesto eternidad en el corazón de ellos», Ec 3: 11).
(10) Nuestra semejanza con Dios la vemos también en
nuestra creatividad humana en cuestiones como el arte, la música y la
literatura, y en la capacidad de invención en las ciencias y la tecnología. No
debiéramos pensar que esa capacidad está restringida a músicos o artistas
mundialmente famosos, sino que se refleja también de una forma encantadora en
las escenificaciones realizadas por los niños, en la habilidad reflejada en la
cocina o decoración de los hogares, o en los jardines, o en la inventiva de
alguien que arregla algo que no estaba funcionando correctamente.
Los
aspectos ya mencionados de la semejanza con Dios han mostrado formas en las que
nos diferenciamos absolutamente de los animales, no solo en grado. Pero hay
otras áreas en las que somos diferentes de los animales en un grado
significativo, y que también muestran nuestra semejanza a Dios.
(11) En la cuestión de las emociones, nuestra semejanza
con Dios presenta también una gran diferencia en el grado y complejidad de las
emociones. Por supuesto, los animales también exhiben algunas emociones (todo
el que ha poseído un perro puede recordar, por ejemplo, expresiones evidentes
de gozo, tristeza, temor al castigo cuando hizo algo mal, enojo cuando otro
animal invadía su territorio, contentamiento y afecto). Pero en la complejidad
de emociones que nosotros experimentamos, una vez más somos muy diferentes del
resto de la creación.
Después
de ver un partido de baloncesto de mi hijo, me puedo sentir simultáneamente
triste porque su equipo perdió, contento porque él jugó muy bien, orgulloso
porque se comportó como un buen deportista, agradecido porque Dios me había
dado un hijo y por el gozo de verle crecer, gozoso por el canto de alabanza que
había estado sonando en mi mente durante toda la tarde, y preocupado porque
íbamos a llegar tarde a la cena.
Es muy
dudoso que un animal experimente nada que se acerque a esta complejidad de
sentimientos y emociones.
NOTA: La palabra griega del Nuevo Testamento para
(imagen) (eikon) tiene un significado similar a la que se usa en el Antiguo
Testamento (vea arriba). Indica que algo es similar o muy parecido a lo que
representa. Un uso interesante es una referencia a una imagen de César en una
moneda romana. Jesús preguntó a los fariseos: «¿De quién son esta imagen (gr.
Eikon9 (imagen) y esta inscripción?» Ellos contestaron: «De! César». (Mt 22:
20-21).
Esa imagen se asemejaba al César y le representaba.
(La palabra griega homoioma) «Semejanza», no se usa en el Nuevo Testamento para
referirse al hombre a la semejanza de Dios.)
Sin embargo, los ángeles también comparten un grado
significativo de la semejanza con Dios en varios de estos aspectos.
Aunque esto no es un aspecto separado de nuestra
semejanza con Dios, e! hecho de que nosotros hemos sido redimidos por Cristo
nos separa en una forma absoluta de toda otra criatura que Dios ha creado. Esta
es una consecuencia de estar hechos a la imagen de Dios y de! amor de Dios por
nosotros, más bien que ser una parte de lo que significa de estar en su imagen.
D. ASPECTOS RELACIONALES:
ADEMÁS DE NUESTRA CAPACIDAD ÚNICA DE RELACIONARNOS CON DIOS
(Estudiado
arriba), hay otros aspectos relacionales de estar creados a la imagen de Dios.
(12) Aunque no hay duda de que los animales tienen
cierto sentido de comunidad entre ellos, la profundidad de la armonía
interpersonal experimentada en el matrimonio humano, en la familia humana
cuando funciona conforme a los principios de Dios, y en la iglesia cuando una
comunidad de creyentes está caminando en comunión con el Señor y unos con
otros, es mucho más grande que la armonía interpersonal experimentada por
cualquier especie animal. En nuestras relaciones familiares y en la iglesia,
somos incluso superiores a los ángeles, quienes no se casan ni tienen hijos ni
viven en la compañía de hijos e hijas redimidos por Dios.
(13) En el matrimonio mismo reflejamos la naturaleza de
Dios en el hecho de que como hombres y mujeres tenemos igualdad en importancia,
pero papeles diferentes desde el tiempo en que Dios nos creó (vea las
reflexiones en el capítulo 22).
(14) El hombre es como Dios también en sus relaciones
con el resto de la creación. Específicamente, el hombre ha recibido el derecho
de dominio sobre la creación, y cuando Cristo regrese se le dará también la
autoridad de sentarse a juzgar a los ángeles (1ª Co 6: 3; Gn 1: 26, 28; Sal 8:
6-8).
E. ASPECTOS FÍSICOS:
¿Hay
algún sentido en el cual nuestros cuerpos humanos son también parte de lo que
significa estar hecho a la imagen de Dios? Ciertamente no debiéramos pensar que
nuestros cuerpos físicos implican que Dios mismo tiene un cuerpo, porque «Dios
es espíritu» On 4:24), y es pecado pensar en él o representarlo en una manera
que implicaría que él tiene un cuerpo material o fisico (vea Éx 20: 4; Sal 115:
3-8; Ro 1: 23).
Pero
aunque nuestros cuerpos físicos no debieran tomarse en ninguna forma para
implicar que Dios tiene un cuerpo fisico, ¿hay todavía algunas formas en que
nuestros cuerpos reflejan algo del propio carácter de Dios y por tanto
constituyen parte de lo que significa estar creado a la imagen de Dios? Eso es
cierto en algunas cosas. Por ejemplo, nuestros cuerpos físicos nos proporcionan
la posibilidad de ver con nuestros ojos.
Esta
es una cualidad que nos dio el Señor porque Dios mismo ve, y ve mucho más de lo
que nosotros jamás veremos, aunque él no lo hace con ojos físicos como los
nuestros. Nuestros oídos nos dan la capacidad de oír, y esta es una capacidad
semejante a la de Dios, aunque Dios no tiene oídos físicos. Nuestras bocas nos
proporcionan la capacidad de hablar, lo que refleja el hecho de que Dios es un
Dios que habla.
Nuestros
sentidos de gusto, tacto y olfato nos dan la capacidad de entender y disfrutar
la creación de Dios, lo que refleja el hecho que Dios mismo entiende y disfruta
su creación, aunque en una forma muy superior a la que nosotros lo hacemos.
Es
importante que reconozcamos que es el hombre el que está creado a la imagen de
Dios, no solo su espíritu y su mente. Ciertamente nuestros cuerpos físicos son
una parte muy importante de nuestra existencia y, cuando sean transformados al
regreso de Cristo, seguirán siendo una parte de nuestra existencia por toda la
eternidad (vea 1ª Co 15: 43-45; 51-55).
Nuestros
cuerpos, por tanto, han sido creados por Dios como instrumentos apropiados para
representar en una forma física nuestra naturaleza humana, la cual fue hecha
para ser como la propia naturaleza de Dios. De hecho, casi todo lo que hacemos
-nuestros pensamientos, nuestros juicios morales, nuestras oraciones y
alabanzas, nuestras demostraciones de amor y de preocupación por los demás lo
llevamos a cabo usando los cuerpos físicos que Dios nos ha dado. Por tanto, si
somos cuidadosos en señalar que no estamos diciendo que Dios tenga un cuerpo
fisico, podemos decir que;
(15) Nuestros cuerpos físicos reflejan también en
varias maneras algo del carácter de Dios. Además, muchos de nuestros
movimientos físicos y demostraciones de las habilidades que nos dio el Señor tienen
lugar por medio del uso de nuestros cuerpos. Y ciertamente
(16) La capacidad fisica que Dios nos dio de engendrar
y criar hijos que son como nosotros (vea Gn 5: 3) es un reflejo de la facultad
de Dios de crear seres humanos que son como él.
Especialmente
en estos últimos aspectos, estas diferencias entre los seres humanos y el resto
de la creación no son diferencias absolutas, pero son con frecuencia
diferencias importantes en sumo grado. Ya hemos mencionado que hay alguna clase
de emoción que los animales experimentan. Hay cierta experiencia de autoridad
en las relaciones donde las comunidades de animales tienen líderes cuya
autoridad la aceptan los demás del grupo.
Además,
hay cierta similitud aun en esas diferencias cuando pensamos de forma más absoluta:
Los animales son capaces de razonar hasta cierto punto y pueden comunicarse
unos con otros en varias formas que en un sentido primitivo podemos llamar
«lenguaje». Esto no debiera sorprendemos: Si Dios creó toda la creación con el
fin de que reflejara su carácter en varias formas, esto es lo que debiéramos
esperar. De hecho, los animales más complejos y altamente desarrollados son más
como Dios que las formas animales inferiores.
Por
tanto, no debiéramos decir que solo el hombre refleja alguna semejanza con
Dios, porque de alguna forma u otra toda la creación refleja alguna semejanza
con Dios. Pero es todavía importante reconocer que solo el hombre, en toda la
creación, es tan semejante a Dios que se puede decir que fue creado «a la
imagen de Dios».
Esta
afirmación bíblica, junto con los mandamientos bíblicos de que tenemos que
imitar a Dios en nuestra vida (Ef 5: 1; 1ª P 1: 16), y los hechos observables
que podemos reconocer al miramos a nosotros mismos y al resto de la creación,
indican que somos mucho más como Dios que todo el resto de la creación. En
algunos respectos las diferencias son absolutas, y en otros son relativas, pero
en todos los casos son significativas.
Por
último, nuestra apreciación de las maneras en que somos semejantes a Dios puede
aumentar al comprender que, a diferencia del resto de la creación, tenemos la
capacidad de crecer para llegar a ser más como Dios a lo largo de nuestra vida.
Nuestro sentido moral puede desarrollarse mucho más por medio del estudio de
las Escrituras y la oración. Nuestro comportamiento moral puede reflejar más y
más la santidad de Dios (2ª Co 7: 1; 1ª P 1: 16;).
Nuestra
vida espiritual puede enriquecerse y profundizarse. Nuestro uso de la razón y
del lenguaje puede llegar a ser más exacto y verdadero y que honre más a Dios.
Nuestro sentido del futuro se puede intensificar al ir creciendo en nuestra
esperanza de vivir con Dios para siempre. Nuestra futura existencia puede
enriquecerse al ir acumulando tesoros en el cielo y buscar aumentar nuestro
galardón celestial (vea Mt 6: 19-21; 1ª Co 3:10-15; 2ª Co 5:10).
Nuestra
habilidad para dominar sobre la creación puede ampliarse mediante el uso fiel
de los dones que Dios nos ha dado; nuestra fidelidad a los propósitos que nos
señaló Dios al creamos como hombres y mujeres pueden aumentarse al seguir
nosotros los principios bíblicos en nuestras familias; nuestra creatividad
puede ser empleada en formas que agraden cada vez más a Dios; nuestras
emociones pueden conformarse más y más a las pautas de las Escrituras de manera
que lleguemos a ser como David, un hombre «conforme a su corazón» (1ª S 13:
14).
Nuestra
armonía interpersonal en nuestras familias y en la iglesia puede reflejar más y
más la unidad que existe entre las personas en la Trinidad. Al procurar nosotros
conscientemente crecer en una semejanza cada vez mayor con Dios en todas estas
áreas, también demostramos una habilidad que también nos separa por sí misma de
el resto de la creación.
6. NUESTRA GRAN DIGNIDAD COMO PORTADORES DE LA IMAGEN DE DIOS.
Sería muy
bueno que reflexionáramos con más frecuencia en nuestra semejanza a Dios.
Probablemente nos asombrará darnos cuenta que cuando el Creador del universo
quería crear algo «a su semejanza», algo más como él que el resto de toda la
creación, nos creó a nosotros.
El
darnos cuenta de esto nos da un profundo sentido de dignidad y de importancia
al reflexionar en la excelencia de todo el resto de la creación: El universo
estrellado, la tierra abundante, el mundo de las plantas y de los animales y el
reino angelical son extraordinarias, aun magnificentes.
Pero
somos más como nuestro Creador que cualquiera de esas cosas. Somos la
culminación de esa obra de Dios infinitamente sabia y bella que es la creación.
Aunque el pecado ha dañado bastante esa semejanza, reflejamos ahora mucho de
ella y lo reflejaremos más aún al crecer en la semejanza a Cristo.
Con
todo, debemos recordar que aunque somos seres caídos, el hombre tiene la
posición de estar creado a la imagen de Dios (vea análisis de Gn 9:6 arriba).
Cada ser humano, por estropeada que esté la imagen de Dios en él por causa del
pecado, de la enfermedad, la debilidad, la edad o cualquier otra circunstancia,
todavía tiene la posición de estar creado a la imagen de Dios y, por tanto,
debe ser tratado con la dignidad y el respeto que se debe a los portadores de
la imagen de Dios. Esto tiene profundas implicaciones para nuestra conducta
hacia otras personas. Esto significa que los individuos de todas las razas
merecen igualdad de dignidad y derechos.
Quiere
decir que los ancianos, los enfermos graves, los retrasados mentales, los niños
aun no nacidos, merecen completo honor y protección como seres humanos.
Si
alguna vez negamos nuestra posición única en la creación como portadores de la
imagen de Dios, muy pronto empezaremos a menospreciar el valor de la vida
humana, tenderemos a ver a los humanos solo como una forma superior de los
animales, y empezaremos a tratarnos unos a otros como tales. Perderemos mucho
de nuestro sentido de significado en la vida.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN
PERSONAL
1. Según las Escrituras, ¿cuál debe ser el propósito principal de nuestra
vida? Si usted piensa en los compromisos y metas principales de su vida en el
tiempo presente (con respecto a las amistades, el matrimonio, la educación, el
trabajo, el uso del dinero, las relaciones de iglesia, etc.), ¿está usted
actuando como si sus metas fueran las que especifican las Escrituras? ¿ü tiene
usted algunas otras metas que ha seguido (quizá sin haberlo decidido
conscientemente)? Al pensar en el modelo de su diario funcionamiento, ¿cree
usted que Dios se agrada y se regocija en ello?
2. ¿Cómo le hace sentirse el pensar que usted, como un ser humano, es más
semejante a Dios que cualquier otra criatura en el universo? ¿Cómo ese
conocimiento le lleva a querer actuar?
3. ¿Piensa usted que hay criaturas en alguna parte del universo que son
más inteligentes o más como Dios? ¿Qué es lo que nos indica el hecho de que
Jesús se hiciera hombre en vez de otra criatura en cuanto a la importancia de
los seres humanos ante los ojos de Dios?
4. ¿Piensa usted que Dios nos ha creado a fin de que seamos más felices o
menos felices al crecer y hacernos más semejantes a él? Al examinar la lista de
formas en que podemos ser más semejantes a Dios, ¿puede usted mencionar una o dos
áreas en las que el crecimiento a la semejanza de Dios le ha proporcionado un
gozo creciente en su vida? ¿En qué le gustaría progresar más en semejanza a
Dios?
5. ¿Son solo los cristianos o son todas las personas las que están creadas
a la imagen de Dios? ¿Cómo le hace sentirse eso en cuanto a sus relaciones con
los que no son cristianos?
6. ¿Piensa usted que nuestro concepto de la imagen de Dios podría
llevarnos a cambiar la manera en que pensamos y actuamos en cuanto a las
personas de otras razas, los ancianos, los débiles o la gente menos atractiva
del mundo?
TÉRMINOS ESPECIALES
Imagen
de Dios, imago Dei, semejanza
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Génesis 1:26-27: Y Dijo: «Hagamos Al Ser Humano A Nuestra Imagen Y
Semejanza. Que Tenga Dominio Sobre Los Peces Del Mar, Y Sobre Las Aves Del
Cielo; Sobre Los Animales Domésticos, Sobre Los Animales Salvajes, Y Sobre
Todos Los Reptiles Que Se Arrastran Por El Suelo). Y Dios Creó Al Ser Humano A
Su Imagen; Lo Creó A Imagen De Dios. Hombre Y Mujer Los Creó.
CAPÍTULO 2
EL HOMBRE COMO VARÓN Y HEMBRA
¿POR QUÉ CREÓ DIOS DOS
SEXOS? ¿PUEDEN LOS HOMBRES Y LAS MUJERES SER IGUALES Y A LA VEZ, TENER PAPELES
DIFERENTES?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
Notamos
en el capítulo anterior que un aspecto de la creación del hombre a la imagen de
Dios es su creación como varón y hembra: «y creó Dios al hombre a su imagen, a
imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1: 27, RVR 1960).
Encontramos
la misma relación entre la creación a la imagen de Dios y la creación como varón
y hembra en Génesis 5: 1-2: «El día que creó Dios al hombre, a semejanza de
Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo y los llamó el nombre de
ellos Adán, el día en que fueron creados (RVR 1960).
Aunque
la creación del hombre como varón y hembra no es la única forma en que somos a
la imagen de Dios, es un aspecto bastante significativo de nuestra creación a
la imagen de Dios que las Escrituras mencionan en el mismo versículo en el que
se describe la creación inicial del hombre. Podemos resumir las formas en que
nuestra creación como varón y hembra representan algo de nuestra creación a la
imagen de Dios de la siguiente manera:
La
creación del hombre como varón y hembra muestra la imagen de Dios en:
(1) La armonía de las relaciones interpersonales,
(2) La igualdad en personalidad e importancia, y
(3) La diferencia en papel y autoridad.
A. RELACIONES PERSONALES
Dios
no creó a los seres humanos para que fueran personas aisladas, sino que al
creamos a su imagen, nos hizo de tal forma que podemos obtener unidad
interpersonal de varias clases en todas las formas de la sociedad humana. La
unidad interpersonal puede ser especialmente profunda en la familia humana y
también en la familia espiritual, la iglesia.
Entre
los hombres y las mujeres, la unidad interpersonal llega a su expresión más
plena en esta era durante el matrimonio, donde el esposo y la esposa llegan a
ser, en un sentido, dos personas en una: «Por tanto, dejará el hombre a su
padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2: 24,
RVR 1960). Esta unidad no es solo una unidad fisica; es también una unidad
espiritual y emocional de profundas dimensiones.
NOTA. Sobre la cuestión de usar o no la palabra
hombre para referimos a los seres humanos en general (tanto varones como
hembras), vea el capítulo 21,
Para un estudio más amplio de las implicaciones
teológicas de la diferenciación de varón-hembra en Génesis.
Biblical Manhood and
Womanhood: A Response to Evangelical Feminism, ed. por John Piper y Wayne
Grudem, p. 98. He dependido del análisis del doctor Ortlund en varios puntos de este
capítulo.
Un
hombre y una mujer cuando se unen en matrimonio son personas que «Dios ha
unido» (Mt 19: 6). La unión sexual con otra persona que no es su propio esposa
o esposo es un pecado especialmente ofensivo para el propio cuerpo de uno (1ª
Co 6: 16, 18-20), y, dentro del matrimonio, esposos y esposas ya no tienen
dominio exclusivo sobre sus propios cuerpos, sino que lo comparten con sus
cónyuges. (1ª Co 7: 3-5). El «esposo debe amar a su esposa como a su propio
cuerpo» (Ef 5: 28).
La unión entre esposos no es temporal sino
para toda la vida (Mal 2: 14-16; Ro 7: 2), y no es algo trivial sino una
relación profunda creada por Dios a fin de representar las relaciones entre
Cristo y su iglesia (Ef 5: 23-32).
El
hecho de que Dios creó dos personas distintas como varón y hembra, más bien que
solo un hombre, es parte del hecho de que somos imagen de Dios porque puede ser
visto como un reflejo hasta cierto punto de la pluralidad de personas dentro de
la Trinidad. En el versículo anterior al que habla de nuestra creación como
varón y hembra, vemos la primera indicación explicita de una pluralidad de
personas dentro de Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a
nuestra semejanza, y señoree» (Gn 1: 26, RVR 1960).
Hay
aquí algo de similitud: Así como había compañerismo y comunicación, y
participación en la gloria, entre los miembros de la Trinidad antes de que el
mundo fuera hecho (vea Jn 17: 5, 24, y el capítulo 14 sobre la Trinidad), Dios
también hizo a Adán y Eva en tal forma que ellos compartieran amor y
comunicación, y se dieran honor mutuo en sus relaciones interpersonales.
Por
supuesto, tal reflejo de la Trinidad llegaría a expresarse de distintas maneras
dentro de la sociedad humana, pero existiría ciertamente desde el principio en
esa íntima unidad interpersonal del matrimonio.
Alguien
podría objetar que tal representación de la pluralidad de personas en Dios no
es en realidad completa, porque Dios es tres personas en una, mientras que Dios
creó a Adán y Eva como solo dos personas en una. Si Dios tenía la intención de
que nosotros reflejáramos la pluralidad de personas en la Trinidad, ¿por qué no
creó tres personas en vez de dos que pudieran reflejar la unidad interpersonal
entre los miembros de la Trinidad?
Primero, debemos concordar en que este hecho muestra que la
analogía entre el matrimonio y la Trinidad no es exacta.
Segundo, aunque no podemos estar seguros de por qué Dios no
hizo algo cuando las Escrituras no dicen explícitamente esas razones, podemos
sugerir dos posibles razones:
(1) El hecho que Dios es tres en uno mientras que Adán y Eva eran dos en
uno puede ser un recordatorio de que la propia excelencia de Dios es mucho
mayor que la nuestra, que él posee una pluralidad y una unidad muy superiores a
las que nosotros, como criaturas, podemos poseer.
(2) Aunque la unidad no es exactamente la misma, la unidad en una familia
entre marido, mujer e hijos refleja hasta cierto grado la unidad interpersonal
y, a la vez, la diversidad de personas entre los miembros de la Trinidad.
Puede
surgir una segunda objeción del hecho de que Jesús mismo fue soltero, que Pablo
era soltero en el tiempo cuando era apóstol (y quizá antes), y que Pablo en 1ª
Corintios 7: 1,7-9 parece decir que es mejor para los cristianos no casarse. Si
el matrimonio es una parte tan importante de nuestra reflexión de la imagen de
Dios, ¿por qué Jesús y Pablo no se casaron, y por qué Pablo anima a otros a que
no lo hagan?
Para
Jesús, la situación es única, porque él es tanto Dios como hombre, y Señor
soberano de toda la creación. Más bien que unirse en matrimonio con un solo ser
humano, él ha tomado a toda la iglesia como su esposa (vea E f5: 23-32) y goza
con cada miembro de su iglesia una unidad espiritual y emocional que durará por
toda la eternidad.
La
situación con Pablo y su consejo a los cristianos corintios es de alguna forma
diferente. Pablo no está diciendo que sea malo casarse (vea 1ª Co 7: 28, 36),
sino que visualiza el matrimonio como algo que es bueno, correcto y un
privilegio al que se puede renunciar por amor del reino de Dios: «Pienso que, a
causa de la crisis actual, es bueno que cada persona se quede como está. Lo que
quiero decir, hermanos, es que nos queda poco tiempo... porque este mundo, en
su forma actual, está por desaparecer» (1ª Co 7: 26, 29, 31).
De
esta forma Pablo renuncia a la manera en la que él podía reflejar la semejanza
con Dios y para dedicarse a avanzar los propósitos de Dios para el mundo (es
decir, en su obra para la iglesia). Por ejemplo, pensaba que su evangelización
y discipulado era como dar a luz «hijos» espirituales y nutridos en el Señor
(vea 1ª Co 4: 14, donde llama a los corintios «hijos míos amados»; también Gá
4: 19; 1 Ti 1:2; Tit 1:4).
Además,
toda la obra de edificar la iglesia era un proceso para llevar a miles de
personas a glorificar a Dios reflejando el carácter divino en sus vidas de una
forma más completa. Por otra parte, debemos damos cuenta de que el matrimonio
no es la única forma en que se puede reflejar la unidad y diversidad de la
Trinidad en nuestra vida.
Se
refleja también en la unión de los creyentes en la comunión de la iglesia, y en
el genuino compañerismo de iglesia en el que las personas solteras (como Pablo
y Jesús) y los que están casados pueden tener relaciones interpersonales que
reflejen la naturaleza de la Trinidad.
Por
tanto, edificar la iglesia e incrementar su unidad y pureza también promueve el
reflejo del carácter de Dios en el mundo.
B. IGUALDAD EN PERSONALIDAD E IMPORTANCIA
Así
como los miembros de la Trinidad son iguales en su importancia y en su
existencia plena como miembros distintivos (vea el capítulo 14), también a los
hombres y a las mujeres Dios los creó para ser iguales en importancia y
personalidad.
Cuando
Dios creó al hombre, «varón y hembra los creó» en su imagen (Gn 1: 27; 5: 1-2).
Los hombres y las mujeres fueron creados como iguales a la imagen de Dios, y
ambos reflejan el carácter de Dios en la vida. Esto significa que debiéramos
ver aspectos del carácter de Dios reflejado en la vida de cada uno de los dos.
Si
vivimos en una sociedad compuesta solo por hombres cristianos o una sociedad
compuesta solo de mujeres cristianas, no obtendríamos un cuadro completo del
carácter de Dios como cuando vemos hombres y mujeres cristianos juntos en sus
diferencias complementarias y reflejando la belleza del carácter de Dios.
Pero
si somos iguales en cuanto a la imagen de Dios, ciertamente los hombres y las
mujeres son igualmente importantes e igualmente valiosos para Dios. Tenemos un
valor igual ante él por toda la eternidad. El hecho de que las Escrituras dicen
que lo mismo los hombres que las mujeres están creados «a la imagen de Dios»
debiera excluir todo sentimiento de orgullo o inferioridad y cualquier idea de
que nuestro sexo es «mejor» o «peor» que el otro.
En
particular, en contraste con muchas culturas y religiones no cristianas, nadie
debiera sentirse desilusionado o inferior porque es mujer.' Si Dios piensa que
somos de igual valor, eso arregla el asunto, porque la evaluación de Dios es el
verdadero estándar de valor personal por toda la eternidad.
Cuando
Pablo dice en 1 Corintios 11:7 que «el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya
que es imagen y gloria de Dios, mientras que la mujer es gloria del hombre», no
está negando que la mujer fue creada a la imagen de Dios. Solo está diciendo
que hay diferencias entre los hombres y las mujeres que debieran reflejarse en
la manera en que se visten y actúan en las reuniones de la congregación.
Una de
esas diferencias es que el hombre en relación con la mujer tiene un papel
particular en representar a Dios o en mostrar cómo es Dios, y la mujer en esa
relación muestra la excelencia del hombre del cual fue ella formada. Pero en
ambos casos Pablo continúa enfatizando su interdependencia (vea vv. 11-12).
Nuestra
igualdad como personas delante de Dios, que refleja la igualdad de las personas
de la Trinidad, debiera llevar de forma natural a los hombres y mujeres a
honrarse el uno al otro. Proverbios 31 presenta un cuadro bello del honor que se
da a una mujer piadosa:
Mujer Ejemplar, ¿Dónde Se Hallará? ¡Es Más Valiosa Que Las Piedras
Preciosas! Sus Hijos Se Levantan Y La Felicitan; También Su Esposo La Alaba.
Muchas Mujeres Han Realizado Proezas, Pero Tú Las Superas A Todas.
Engañoso Es El Encanto Y Pasajera La Belleza; La Mujer Que Teme Al Señor Es
Digna De Alabanza. (Pr 31: 10, 28-30).
Del
mismo modo, Pedro les dice a los esposos que cada uno debe tratar a su esposa
con respeto (1 P 3:7), y Pablo recalca: «En el Señor, ni la mujer existe aparte
del hombre ni el hombre aparte de la mujer. Porque así como la mujer procede
del hombre, también el hombre nace de la mujer; pero todo proviene de Dios» (1ª
Co 11: 11, 12). Los hombres y las mujeres son igualmente importantes; ambos
dependen el uno del otro; ambos son dignos de honor.
La
igualdad en personalidad con la que los hombres y las mujeres fueron creados la
vemos enfatizada en una forma nueva en la iglesia del nuevo pacto. En
Pentecostés vemos el cumplimiento de la profecía de Joel en la que Dios
promete:
Derramaré Mi Espíritu Sobre Todo El Género Humano. Los Hijos Y Las Hijas
De Ustedes Profetizarán, En Esos Días Derramaré Mi Espíritu Aun Sobre Mis
Siervos Y Mis Siervas, Y Profetizarán. (Hch 2: 17-18; Citando A Joel2: 28-29).
NOTA: En la pasada década las agencias de noticias
nos han informado de prácticas comunes en China donde los padres de una niña
recién nacida la dejaban con frecuencia que muriera con el fin de poder
intentar de nuevo tener un hijo bajo las normas estrictas de China de «una
pareja, un hijo».
En contraste con la perspectiva bíblica de igualdad
en importancia para hombres y mujeres, esa práctica no solo resulta en la
pérdida de vidas humanas inocentes, sino también le dice muy fuerte a cada
mujer en esa sociedad que ella es menos valiosa que el hombre.
(En otras sociedades en las que los padres piensan
en secreto que es mejor tener un hijo que una hija están mostrando también que
no han entendido bien la enseñanza bíblica del hecho de que las mujeres y los
hombres son completamente iguales en valor a los ojos de Dios.)
El
Espíritu Santo se derrama sobre la iglesia con un nuevo poder, y los hombres y
las mujeres reciben dones para ministrar en formas extraordinarias. Los dones
espirituales son distribuidos a todos los hombres y mujeres, comenzando en
Pentecostés y continuando a lo largo de la historia de la iglesia.
Pablo
considera a cada cristiano un miembro valioso del cuerpo de Cristo, porque «a
cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás»
(1ª Co 12: 7). Después de mencionar varios dones, dice: «Todo esto lo hace un
mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina» (1ª Co
12: 11).
Pedro
también, al escribir a muchas iglesias esparcidas por toda Asia Menor, dice:
«Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido,
administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas» (1 P 4:10).
Estos textos no enseñan que todos los creyentes tengan los mismos dones, pero
sí dicen que los hombres y las mujeres tendrán dones valiosos para el
ministerio de la iglesia, y que debiéramos esperar que estos dones sean
distribuidos amplia y liberalmente a hombres y mujeres.
Parece,
por tanto, que no tiene sentido preguntar: «¿Quiénes oran con más eficacia, los
hombres o las mujeres?» o «¿Quién puede cantar mejor las alabanzas a Dios, los
hombres o las mujeres?» o «¿Quién tiene mayor sensibilidad espiritual y
profundidad de relación con Dios?» No podemos responder a ninguna de estas
preguntas.
Los
hombres y las mujeres son iguales en su capacidad para recibir en el nuevo
pacto el poder del Espíritu Santo. A lo largo de la historia de la iglesia ha
habido tanto grandes hombres como mujeres. Ambos han sido grandes guerreros de
oración, y han prevalecido sobre los poderes y reinos terrenales y fortalezas
espirituales mediante la autoridad del Señor Jesucristo:
La
igualdad ante Dios se recalca aún más en la iglesia del nuevo pacto en la
ceremonia del bautismo. En Pentecostés, los hombres y las mujeres que creyeron
fueron bautizados: «Los que recibieron su mensaje fueron bautizados, y aquel
día se unieron a la iglesia unas tres mil personas» (Hch 2: 41).
Esto
es significativo porque en el antiguo pacto, la señal de membrecía del pueblo
de Dios era la circuncisión, que la recibían solo los hombres. La nueva señal
de membrecía del pueblo de Dios, la señal del bautismo, que se da tanto a los
hombres como a las mujeres, es una evidencia adicional de que ambos debieran
ser vistos como miembros plenos e iguales del pueblo de Dios.
Pablo
también hace hincapié en la igualdad en posición entre los hijos de Dios en
Gálatas: «Todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de
Cristo. Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que
todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús» (Gá 3: 27-28).
Pablo
está aquí subrayando el hecho de que ninguna clase de personas, tales como el
pueblo judío que procedía de Abraham por descendencia fisica, o los hombres
libres que disponían de un poder legal y económico superior, podía reclamar una
posición especial o privilegio en la iglesia. Los esclavos no debieran pensar
que son inferiores a los hombres y mujeres libres, ni los hombres libres
debieran pensar que son superiores a los esclavos.
Los
judíos no debieran pensar que eran superiores a los griegos, ni los griegos
pensar que eran inferiores a los judíos. Del mismo modo, Pablo quiere
asegurarse de que los hombres no adoptaran las mismas actitudes de las culturas
que los rodeaban, o incluso algunas de las actitudes del judaísmo del primer
siglo, o pensar que ellos tenían mayor importancia que las mujeres o que eran
de valor superior para Dios.
Tampoco
debieran las mujeres pensar que eran inferiores o menos importantes en la
iglesia. Los hombres y las mujeres, los judíos y los griegos, los esclavos y
los libres son iguales en importancia y valor para Dios e iguales en membrecía
en el cuerpo de Cristo, la iglesia, por toda la eternidad.
En
términos prácticos, nunca pensemos que hay ciudadanos de segunda clase en la
iglesia. Lo mismo si es hombre o mujer, empresario o empleado, judío o gentil,
negro o blanco, rico o pobre, sano o enfermo, débil o fuerte, atractivo o no
atractivo, extremadamente inteligente o lento para aprender, todos son
igualmente valiosos para
Dios y
debiéramos ser también igualmente valiosos unos para otros. Esta igualdad es un
elemento asombroso y maravilloso de la fe cristiana y pone al cristianismo en
un nivel diferente al de todas las otras religiones, sociedades y culturas. La
verdadera dignidad de la condición del hombre y la mujer puede alcanzar plena
realización solo en obediencia a la sabiduría redentora de Dios que encontramos
en las Escrituras.
NOTA: Quizá la respuesta a la pregunta, «¿Quién ora
mejor?» o «¿Quién puede alabar a Dios mejor?» debiera ser: «Los Dos juntos».
Aunque hay mucho valor en que los hombres se reúnan para orar juntos o que las
mujeres se junten para orar, no hay nada más rico y más completo que todo el
compañerismo del pueblo de Dios, tanto de hombres y mujeres, e incluso sus
hijos que son suficientemente mayores para entender y participar, reunidos
juntos para orar en la presencia de Dios. (Cuando llegó el día de Pentecostés,
estaban todos juntos en el mismo lugan9 (Hch 2: 1).
«Cuando lo oyeron, alzaron unánimes la voz en
oración a Dios» (Hch 4:24). Pedro «fue a casa de María, la madre de Juan,
apodado Marcos, donde muchas personas estaban reunidas orando» (Hch 12: 12).
C. LAS DIFERENCIAS EN FUNCIONES
1. LAS RELACIONES ENTRE LA TRINIDAD Y EL VARÓN COMO CABEZA EN EL MATRIMONIO.
Entre
los miembros de la Trinidad ha habido una igualdad en importancia, personalidad
y deidad a lo largo de la eternidad. Pero también ha habido diferencias en las
funciones de los miembros de la Trinidad. Dios el Padre ha sido siempre el Padre
y se ha relacionado con el Hijo como un Padre se relaciona con su Hijo.
Aunque
los tres miembros de la Trinidad son iguales en poder y en todos los otros
atributos, el Padre tiene una autoridad mayor. Él tiene una función de
liderazgo entre todos los miembros de la Trinidad que el Hijo y el Espíritu
Santo no tienen.
En la
creación, el Padre habla e inicia, pero la obra de la creación se lleva a cabo
por medio del Hijo y sostenida por medio de la presencia continua del Espíritu
Santo (Gn 1: 1-2;]n 1: 1-3; 1ª Co 8: 6;
Heb 1: 2). En la redención, el Padre envía al Hijo al mundo, y el Hijo viene y
es obediente al Padre y muere para pagar por nuestros pecados (Lc 22: 42; Fil
2: 6-8).
Después
que el Hijo ha ascendido al cielo, el Espíritu Santo viene para equipar y
capacitar a la iglesia Gn 16:7; Hch 1:8; 2: 1-36). El Padre no viene a morir
por nuestros pecados, ni tampoco el Espíritu Santo. El Padre no fue derramado
sobre la iglesia en Pentecostés en el poder del nuevo pacto, ni tampoco fue el
Hijo. Cada miembro de la Trinidad tiene papeles o funciones distintivas. Las
diferencias en funciones y autoridad entre los miembros de la Trinidad son por
tanto completamente coherentes con la igualdad de importancia, personalidad y
deidad.
Si los
seres humanos son reflejos del carácter de Dios, es lógico esperar diferencias
similares en las funciones entre los seres humanos, incluso en relación con la
más básica de todas las diferencias entre los seres humanos, la diferencia
entre el hombre y la mujer. Y esto es ciertamente lo que encontramos en el
texto bíblico.
Pablo
plantea este paralelismo explícito cuando dice: «Ahora bien, quiero que
entiendan que Cristo es cabeza de todo hombre, mientras que el hombre es cabeza
de la mujer y Dios es cabeza de Cristo» (1ª Co 11: 3).
Así
como Dios el Padre tiene autoridad sobre el Hijo, aunque los dos son iguales en
deidad, lo mismo sucede en el matrimonio: el esposo tiene autoridad sobre la
esposa, aunque ambos son iguales en personalidad" En este caso, la función
del hombre es como la de Dios el Padre, y el papel de la mujer es paralelo al
de Dios el Hijo. Ambos son iguales en importancia, pero tienen diferentes
funciones.
En el
contexto de 1ª Corintios 11: 2-16, Pablo ve esto como una base para decirles a
los corintios que lleven la clase de vestimenta que es apropiada para los
hombres y las mujeres de aquel tiempo, a fin de que las distinciones entre los
hombres y las mujeres puedan ser evidentes exteriormente en la asamblea
cristiana.
LA IGUALDAD Y LAS DIFERENCIAS EN LA TRINIDAD SE REFLEJAN EN
LA IGUALDAD Y LAS DIFERENCIAS EN EL MATRIMONIO.
NOTA: Algunos han sugerido que la palabra «cabeza»
en 1ª Corintios 113 significa «fuente) y no tienen nada que ver con autoridad en el
matrimonio. Por ejemplo, cuando Pablo se refiere al uso de la palabra (cabeza)
para decir que (Cristo es la cabeza de todo hombre, mientras que el hombre es cabeza de
la mujer y Dios es cabeza de Cristo) (1ª Co 11: 3), Gordon Fee dice que «la comprensión de
Pablo de la metáfora, por tanto, y casi ciertamente la única que los corintios
entenderían, es "cabeza" como "fuente" especialmente Como
"fuente de vida) (The First Epistle to the Corinthians, NIC [Ferdmans, Grand Rapids,
1987], p. 503).
Asimismo, la declaración: «Men, Women and Biblical
Equality}), publicada como un anuncio en CT, 9 abril 1990, pp. 36-37, dice: «La
función del esposo como "cabeza" hay que entenderla como un amor y
servicio que se da a sí mismo dentro de esta relación de mutua sumisión (Ef. 5:
21-33; Col 3: 19; I P 3:7) (p. 1, para. 11). De modo que ellos entienden
«cabeza» como queriendo decir «fuente» (de amor y servicio), no como «autoridad
sobre».
Para una respuesta a esta interpretación y un
análisis de las razones por qué la palabra «cabeza» aquí debe significar
(autoridad sobre) no (fuente), han afirmado que (cabeza) podría significar
(fuente) cuando se aplica a una persona, la persona es siempre alguien en
autoridad. Nunca se han encontrado ejemplos contrarios a esto en la antigua
literatura griega.
El hecho de que cubrirse la cabeza era una forma de
vestir que distinguía a las mujeres de los hombres en el primer siglo en
Corinto significa que Pablo indicó a las mujeres que llevaran la cabeza
cubierta en el templo. Pero esto no significa que la mujer debiera cubrirse la
cabeza en lugares y culturas que no era una señal distintiva de ser mujer.
La aplicación contemporánea sería que las mujeres
debieran vestirse de forma que se vea que son mujeres y los hombres que se note
que son hombres, en la manera apropiada en que esas formas se expresan en cada
sociedad.
¡Pablo no está a favor de ropas unisexual! Para más información, vea Thomas R. Schreiner, «Head Coverings,
Prophecies and the Trinity: 1a Corinthians 1I:2-16}), en Recovering
Biblical Manhood and Womanhood, pp. 124-39.
2. INDICACIONES DE LA DISTINCIÓN DE FUNCIONES ANTES DE LA CAÍDA.
¿Pero
eran estas distinciones entre los papeles del varón y la hembra parte de la
creación original de Dios, o vinieron después como parte del castigo de la
Caída? Cuando Dios le dijo a Eva: «Desearás a tu marido, y él te dominará» (Gen
3: 16), ¿fue ese el momento cuando Eva empezó a estar sujeta a la autoridad de
Adán?
La
idea de que las diferencias en autoridad aparecieron solo después de que el
pecado entrara en el mundo ha sido promovida por varios escritores tales como
Aida B. Spencer' y Gilbert Bilezikian: Bilezikian dice: «Debido a que es un
resultado de la Caída, el dominio de Adán sobre Eva se ve como satánico, no
menos que la muerte misma»."
Sin
embargo, si examinamos el texto de la narrativa de la creación en Génesis,
vemos varias indicaciones de diferencias de papeles entre Adán y Eva aun desde
antes de que el pecado entrara en el mundo.
A. ADÁN FUE CREADO PRIMERO,
DESPUÉS EVA:
El
hecho de que Dios creó primero a Adán, y después de un cierto tiempo creó a Eva
(Gn 2: 7, 18-23), sugiere que Dios veía a Adán con una función de liderazgo en
la familia. No se menciona para nada un procedimiento así en dos etapas para
ninguno de los animales que Dios creó, pero aquí parece tener un propósito
especial.
La
creación de Adán primero es coherente con el patrón del Antiguo Testamento de
la «primogenitura», la idea de que el que nació primero en cada generación en
la familia humana tiene el liderazgo en la familia para esa generación. El
derecho de la primogenitura se da por entendido a lo largo del texto del
Antiguo Testamento, aun en momentos cuando debido a los propósitos especiales
de Dios se vende el derecho a la primogenitura o se transfiere a una persona
más joven (Gn 25: 27-34; 35: 23; 38: 27-30; 49: 3-4; Dt 21: 15-17; 1ª Cr 5:
1-2).
El
«derecho de primogenitura» le pertenece al hijo que ha nacido primero y le
corresponde a menos que aparezcan circunstancias especiales que cambien ese hecho. El hecho de que estamos en lo correcto al ver
un propósito en que Dios formara primera a Adán, y que ese propósito refleja
una distinción permanente en las funciones que Dios ha dado a los hombres y las
mujeres, queda apoyado por 1ª Timoteo 2:1 3, donde Pablo usa el hecho de que
«primero fue formado Adán, y Eva después» como una razón para restringir
algunas funciones distintivas de gobierno y enseñanza en la iglesia para los
hombres.
NOTA: Algunos objetan que esto no sería apropiado
en la narrativa de Génesis, porque los animales fueron creados antes que Adán,
y esto daría a los animales autoridad para dominar sobre los humanos (así
piensa Bilezikian, Beyond Sex Roles, p. 257, n. 13).
Pero esta objeción olvida que el principio de la
primogenitura solo tiene lugar entre los seres humanos y es, de hecho, limitado
a los de una misma familia. (Bilezikian plantea otras objeciones [pp. 255-57],
pero no toma en cuenta el apoyo que el Nuevo Testamento da a este entendimiento
de Génesis 2 en 1 Timoteo 2:13).
B. EVA FUE HECHA COMO AYUDA
IDÓNEA PARA ADÁN:
Las
Escrituras especifican que Dios hizo a Eva para Adán, no a Adán para Eva. Dios
dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Vaya hacerle una ayuda adecuada»
(Gn 2: 18). Pablo ve en esto suficiente importancia para basar un requisito de
que hubiera diferencias entre hombres y mujeres en la adoración. Dice: «Ni
tampoco fue creado el hombre a causa de la mujer, sino la mujer a causa del
hombre» (1ª Co 11:9).
Esto
no debiera tomarse como que implica menor importancia, pero sí indica que había
una diferencia de funciones desde el principio.
Recientemente
algunos escritores han negado que la formación de Eva como una ayuda idónea
para Adán indique alguna diferencia en función o autoridad, porque la palabra
ayuda (hebreo, ezer) se usa a menudo en el Antiguo Testamento acerca de alguien
que es mayor o más poderoso que la persona que está siendo ayudada.
De
hecho, la palabra ayuda se usa en el Antiguo Testamento para referirse a Dios
mismo que ayuda a su pueblo. Pero la realidad es que cuando alguien «ayuda» a
otro, ya sea en el Antiguo Testamento hebreo o en nuestro uso moderno de la
palabra ayuda, en la tarea específica que se está haciendo la persona que ayuda
está ocupando una posición subordinada o inferior en relación con la persona
que recibe la ayuda.
Esto
es cierto cuando yo «ayudo» a un muchacho de mi barrio a arreglar su bicicleta.
Es su responsabilidad y su tarea, yo solo estoy echando una mano según se
necesita; no es mi responsabilidad. David Clines concluye que este es el caso a
lo largo de todo el Antiguo Testamento hebreo.
Mi
conclusión es que, a la vista de todas las veces que aparece en la Biblia
hebrea, aunque los superiores pueden ayudar a los inferiores, los fuertes a los
débiles, los dioses pueden ayudar a los humanos, en el acto de ayudar ellos
están siendo «inferiores». Es decir, se están sometiendo a sí mismos a una
posición inferior, subordinada.
Su
ayuda puede ser necesaria o crucial, pero están ayudando en una tarea que es la
responsabilidad de otra persona. Ellos mismos no están en realidad haciendo la
tarea, ni siquiera en cooperación, porque hay un lenguaje diferente para eso.
Ser de ayuda no es la forma hebrea de ser iguales.
Otra
objeción es que el término hebreo que traducimos «adecuada» (idónea) en Génesis
2: 18 implica que Eva era más bien superior a Adán, porque el término en
realidad significa «delante de» Raymond C. Ortlund señala correctamente que el
término hebreo no puede significar «superior a» o en el Salmo 119: 168
tendríamos al salmista diciéndole a Dios: «Todos mis caminos son superiores a
los tuyos».
Cuando
en realidad está diciendo «Tú conoces mis caminos o conducta».
C. ADÁN LE PUSO EL NOMBRE A
EVA:
El
hecho que Adán le pusiera nombres a todos los animales (Gn 2: 19-20) indica la
autoridad de Adán sobre el reino animal, porque en el pensamiento del Antiguo
Testamento el derecho de ponerle nombre a alguien implica autoridad sobre esa
persona (esto lo vemos cuando Dios les dio nombres a Abraham y Sara, y cuando
los padres les ponen el nombre a sus hijos).
Dado
que un nombre hebreo designaba el carácter o función de alguien, Adán estaba
especificando las características o funciones de los animales que él nombraba.
Por
tanto, cuando Adán le llamó Eva a la mujer, diciendo: «Se llamará «mujer"
porque del hombre fue sacada» (Gn 2: 23), indicaba también la función de
liderazgo que él tenía. Esto es cierto antes de la Caída, donde Adán le pone a
su esposa el nombre de «mujer», y es cierto después de la Caída, cuando «el
hombre llamó Eva a su mujer, porque ella sería la madre de todo ser viviente»
(Gn 3: 20).17 Algunos han objetado que Adán en realidad no llamó Eva a la mujer
antes de la Caída.
Pero
ciertamente llamar «mujer» a su esposa (Gn 2: 23), del mismo modo que llamó a
todas las demás criaturas por su nombre (Gn 2: 19-20), es darle a ella un
nombre.
El
hecho que las madres a veces les ponen nombres a sus hijos en el Antiguo
Testamento no contradice la idea de que el dar nombre representaba autoridad,
puesto que tanto las madres como los padres tienen autoridad sobre sus hijos.
D. DIOS NOMBRÓ A LA RAZA
HUMANA «HOMBRE», NO «MUJER»:
El
hecho que Dios le puso a la raza humana el nombre de «hombre», en vez de
«mujer» o algún término de género neutro lo explicamos en el capítulo 21."
Génesis 5: 2 especifica que eso sucedió en el «día en que creó Dios al hombre
varón y hembra los creó y llamó el nombre de ellos Adán [hombre]».
Nombrar
a toda la raza humana con el término que también se refiere en particular a
Adán, u hombre en vez de mujer, sugiere que la función de liderazgo le
corresponde al hombre. Esto es similar a la costumbre de la mujer de tomar el
apellido del esposo cuando ella se casa, como se hace en Estados Unidos:
Significa que él es el cabeza de familia.
E. LA SERPIENTE SE ACERCÓ
PRIMERO A EVA:
Satanás,
después de haber pecado, intentaba distorsionar y socavar todo lo que Dios
había planeado y creado como bueno.
Es
probable que Satanás (en la forma de una serpiente), al acercarse a Eva
primero, estaba intentando instituir un cambio en los papeles al intentar que
Eva asumiera el liderazgo en la desobediencia a Dios (Gn 3: 1). Esto contrasta
fuertemente con la manera en que Dios se acercó a ellos, porque cuando él les
habló, le habló a Adán primero (Gn 2: 15-17; 3: 9).
Pablo
parece tener en mente esta alteración en el papel de liderazgo cuando dice: «No
fue Adán el engañado, sino la mujer; y ella, una vez engañada, incurrió en
pecado» (1ª Ti 2: 14). Esto al menos sugiere que Satanás, al ir primero a la
mujer, estaba tratando de socavar el modelo de liderazgo del hombre que Dios
había establecido en el matrimonio.
F. DIOS LE HABLÓ A ADÁN
PRIMERO DESPUÉS DE LA CAÍDA:
Del
mismo modo que Dios le habló a Adán mismo aun antes de que Eva fuera creada (Gn
2: 15-17), después de la Caída, aunque fue Eva la que pecó primero, Dios se
acercó primero a Adán y le llamó para que explicara sus acciones: «Pero Dios el
Señor llamó al hombre y le dijo «¿Dónde estás?» (Gn 3: 9).
Dios
pensó que era a Adán, el líder de su familia, al que tenía que llamar primero
para que rindiera cuentas por lo que había sucedido en la familia. Es
significativo que aunque esto es después de que el pecado tuviera lugar, es
antes de que Dios le dijera a Eva: «y él te dominará», según Génesis 3:16,
donde algunos escritores dicen que empezó la función del hombre como cabeza.
G. ADÁN, NO EVA, REPRESENTABA
A LA RAZA HUMANA:
Aunque
Eva pecó primero (Gen 3: 6), somos contados como pecadores por causa del pecado
de Adán, no del pecado de Eva. El Nuevo Testamento nos dice: «En Adán todos
mueren» (1ª Ca 15: 22; v. 49), y «por la transgresión de un solo hombre
murieron todos» (Ro 5: 15; vv. 12-21). Esto indica que Dios le había dado a
Adán la tarea de ser cabeza o líder en relación con la raza humana, un papel
que no le dio a Eva.
H. LA MALDICIÓN CAUSÓ UNA
DISTORSIÓN DE LAS FUNCIONES ANTERIORES, NO EL COMIENZO DE NUEVOS PAPELES:
En los
castigos que Dios dio a Adán y Eva, él no dio nuevos papeles o funciones, sino
que simplemente el pecado dio lugar al dolor y la distorsión en las funciones
que ya tenían. Es decir, Adán tendría la responsabilidad primaria de labrar la
tierra y cultivar las cosechas, pero la tierra le daría «cardos y espinos» y
con el sudor de su frente comería pan (Gn 3: 18, 19). Asimismo, Eva tendría
todavía la responsabilidad de concebir hijos, pero sería un proceso doloroso:
«Multiplicaré tus dolores en el parto, y darás a luz tus hijos con dolor» (Gn
3: 16).
Como
resultado del pecado aparece también el conflicto y el dolor en las relaciones
entre Adán y Eva que antes había sido armoniosa. Dios dijo a Eva: «Desearás a
tu marido, y él te dominará» (Gn 3: 16). Susan Foh ha argumentado muy bien que
esta palabra «desearás» (hebreo, teshuqah) significa (desear para conquistan),
y que indica que Eva tenía el deseo ilegítimo de usurpar la autoridad de su
esposo.
Si
esta explicación de la palabra «desearás» es correcta, como parece serlo,
estaría entonces indicando que Dios estaba introduciendo conflicto en las
relaciones entre Adán y Eva y el deseo de parte de Eva de rebelarse contra la
autoridad de Adán.
En lo
concerniente a Adán, Dios le dijo a Eva: «Él te dominará» (Gn 3: 16). Aquí la
palabra «dominará» (hebreo, mashal) es un término fuerte que se usa
generalmente para hablar del gobierno monárquico, no de la autoridad dentro de
la familia.
La
palabra no implica ciertamente ninguna «participación» en el gobierno de los
gobernados, sino más bien contiene los matices del uso de la autoridad
dictatorial, absoluta e indiferente, más bien que un gobierno considerado y
cuidadoso. Sugiere dureza más que amabilidad.
El
sentido aquí es que Adán usaría mal su autoridad al gobernar con severidad
sobre su esposa, creando así dolor y conflicto en una relación que antes había
sido armoniosa. No es que Adán no tuviera autoridad antes de la Caída, sino que
la usó mal después de la Caída.
De
manera que en ambos casos, la maldición trajo una distorsión del liderazgo
humilde y considerado de Adán y de la sumisión inteligente y de buena voluntad
de parte de Eva a ese liderazgo que existió antes de la Caída.
NOTA: Foh indica que esta misma palabra hebrea
aparece en una declaración bastante paralela unos pocos versículos después,
cuando Dios le dice a Cain: «El pecado está a la puerta; con todo esto, a ti
será su deseo, y tú te enseñorearás de él, (Gn. 4: 7, RVR 1960). El paralelismo
en el texto hebreo entre estos dos versículos es bastante notable: seis
palabras (contando conjunciones y preposiciones) son exactamente las mismas, y
en el mismo orden.
Otros cuatro nombres y pronombres están en la misma
posición y tienen la misma función en la frase, pero difieren solo porque las
partes involucradas son diferentes. Pero en esa frase el «deseo» que el pecado
tiene por Caín es sin duda un deseo por vencerlo y conquistarlo, como es
evidente por la imagen del animal que acecha a la puerta esperando que salga.
El único otro ejemplo de esta palabra hebrea lo
encontramos en Cantar de los Cantares 7: 10, donde su significado no es claro,
pero donde el sentido de «deseo de tener dominio sobre es posible (note la
progresión en el Cantares 2: 16; 6: 3; 7: 10).
No he podido encontrar ningún otro caso de esa
palabra en la literatura hebrea antigua, aunque Foh si señala hacia ciertos
paralelismos en lenguajes semíticos relacionados para apoyar su argumento. (Es
improbable que la palabra signifique «deseo sexual», porque eso no empezó con
la caída, y no sería parte de la maldición de Dios.)
21Vea Dt 15:6, «Dominarás a muchas naciones, pero
ninguna te dominará a ti»; Pr 22: 7, «Los ricos son los amos de los pobres; los
deudores son esclavos de sus acreedores»;Jue 14: 4; 15: 11 (de los filisteos
dominando a Israel); también Gn 37: 8; Pr 12: 24.
I. LA REDENCIÓN EN CRISTO
REAFIRMA EL ORDEN DE LA CREACIÓN:
Si es
correcto el argumento anterior acerca de la distorsión de las funciones que
apareció con la Caída, lo que esperaríamos encontrar en el Nuevo Testamento es
la anulación de los aspectos dolorosos de las relaciones que resultaron del
pecado y de la maldición.
Esperaríamos
que la redención en Cristo animara a las esposas a no rebelarse contra la
autoridad de los esposos y animaría a los esposos a no usar su autoridad de
manera impropia. En realidad eso es lo que encontramos: «Esposas, sométanse a
sus esposos, como conviene en el Señor.
Esposos,
amen a sus esposas y no sean duros con ellas» (Col 3: 18-19; cf. Ef. 5: 22-33;
Tit 2: 5; 1ª P 3:1-7). Si hubiera sido una pauta pecaminosa el que las esposas
se sometieran a sus esposos, Pedro y Pablo no hubieran mandado que esto se
mantuviera en el matrimonio cristiano. Ellos no dicen, por ejemplo «Procura que
los cardos y espinos crezcan en tu huerto», o «Haz el dar a luz lo más doloroso
que puedas», o «Manténganse alienado de Dios, aléjense de la comunión con él».
La
redención de Cristo tiene el propósito de eliminar los resultados del pecado y
de la Caída en todos los sentidos: «El Hijo de Dios fue enviado precisamente
para destruir las obras del diablo» (1ª Jn 3: 8).
Los
mandamientos del Nuevo Testamento relacionados con el matrimonio no perpetúan
ningún elemento de la maldición ni ninguna pauta de comportamiento pecaminoso;
más bien reafirman el orden y la distinción de los papeles que existieron desde
el principio de la buena creación de Dios.
En
términos de aplicación práctica, al ir creciendo en madurez en Cristo,
creceremos en el deleite y en el regocijo de las diferencias sabiamente
ordenadas y establecidas por Dios para las funciones dentro de la familia
humana, Cuando entendemos esta enseñanza bíblica, los hombres y las mujeres
debieran ser capaces de decir en sus corazones: «Esto es lo que Dios ha
planeado y es bello y correcto, y me regocijo en la manera en que me ha creado
y el singular papel que me ha dado».
Hay
belleza, dignidad y rectitud eternas en esta diferenciación de papeles tanto
dentro de la trinidad como dentro de la familia humana. Sin ningún sentido de
«mejor» o «peor», y sin sentido de «más importante» o «menos importante», los
hombres y las mujeres debieran ser capaces de regocijarse plenamente en la
manera en que Dios los creó.
3. EFESIOS 5:21-23 Y LA PREGUNTA DE LA SUMISIÓN MUTUA.
En Efesios 5 Leemos: Esposas, Sométanse A Sus Propios Esposos Como Al
Señor. Porque El Esposo Es Cabeza De La Esposa, Así Como Cristo Es Cabeza Y
Salvador De La Iglesia, La Cual Es Su Cuerpo. Así Como La Iglesia Se Somete A
Cristo, También Las Esposas Deben Someterse A Sus Esposos En Todo (Ef 5:
22-24).
Aunque
en la superficie esto parecería confirmar lo que hemos estado argumentando
arriba sobre el orden de la creación para el matrimonio, en años recientes ha
habido algo de debate sobre el significado del verbo «someterse» (griego,
hypotassio) en este pasaje.
Algunas
personas han entendido que significa «ser atentos y considerados; actuar con
amor [uno con el otro]». Si se entiende en este sentido, entonces el texto no
está enseñando que la esposa tenga una responsabilidad única en someterse a la
autoridad de su esposo, porque tanto el marido como la mujer necesitan ser
considerados y amorosos el uno con el otro, y porque conforme a esta
interpretación la sumisión a una autoridad no aparece en este pasaje.
Sin
embargo, este no es un significado legítimo del término jupotásso, el cual
siempre implica una relación de sumisión a una autoridad. Se usa en otras
partes del Nuevo Testamento para hablar de la sujeción de Jesús a la autoridad
de sus padres (Lc 2: 51); de los demonios que se someten a los discípulos (Lc
10: 17, claramente el significado de «actuar en amor, ser considerados» no
encaja aquí); de los ciudadanos que se sujetan a las autoridades gobernantes
(Ro 13: 1, 5; Tit 3: 1; 1ª P 2: 13); del universo sujeto a Cristo (1ª Co 15:
27; Ef. 1: 22); de los poderes espirituales invisibles que se sujetan a Cristo
(1ª P 3: 22); de Cristo que se sujeta a Dios el Padre (1ª Ca 15: 28); de los
miembros de la iglesia que se someten a los líderes de la iglesia (1ª Co 16:
15-16 [vea 1 Clem. 42: 4]; 1ª P 5: 5); de las esposas que se sujetan a sus
esposos (Col 3: 18; Tit 2: 5; 1ª P 3: 5;
Ef. 5: 22, 24); de la iglesia que se sujeta a Cristo (Ef. 5: 24); de los
siervos que se someten a sus amos (Tit 2:9; 1ª P 2: 18); de los cristianos que
se sujetan a Dios (Heb 12: 9; Stg 4: 7).
Ninguna
de estas relaciones se revierte; es decir, nunca se les dice a los esposos que
se sujeten (jupotásso) a sus esposas, ni los gobernantes a los, ciudadanos, ni
los amos a los siervos, ni los discípulos a los demonios. De hecho, el término
se usa fuera del Nuevo Testamento para describir la sumisión y obediencia de
los soldados en un ejército a los que son de rango superior.
El
argumento primario que se ha usado a favor de tomar el «sométanse» en el
sentido de «sea considerado con» es el uso que tiene jupotásso en Efesios 5:
21. Allí Pablo les dice a los cristianos: «Sométanse unos a otros, por
reverencia a Cristo».
Varios
escritores han argumentado que esto quiere decir que cada cristiano debiera
someterse a los otros cristianos, y que los esposos debieran someterse el uno
al otro. La frase «mutua sumisión» se ha usado con frecuencia para describir
esta clase de relación, y ha sido entendida para implicar que no hay una clase
excepcional de sumisión que la mujer le deba a su marido.
Sin
embargo, el siguiente contexto define lo que Pablo quiere decir por «sométanse
unos a otros» en Efesios 5: 21: Quiere decir «sométanse a los que en la iglesia
que están en posición de autoridad sobre ustedes». Esto queda explicado por lo
que sigue:
Las
esposas tienen que sujetarse a sus esposos (Ef. 5: 22-24), pero nunca se les
dice a los esposos que se sujeten a sus esposas. De hecho, Pablo les dice a las
esposas que se sujeten a «sus propios esposos» (Ef. 5: 22), ¡no a todos en la
iglesia ni a todos los esposos!.
Los
hijos tienen que sujetarse a sus padres (obedezcan), Ef. 6: 1-3), pero no se
dice que los padres se sujeten u obedezcan a sus hijos. Los siervos tienen que
sujetarse (obedecer) a sus amos, pero no los amos a los siervos." Por tanto,
el concepto de la mutua sumisión (en el sentido de que todos debieran someterse
a todos) no es lo que se afirma en Efesios 5: 21-26. Del mismo modo, en
Colosenses 3: 18-19 Pablo dice: «Esposas, sométanse a sus esposos, como
conviene en el Señor.
Esposos,
amen a sus esposas y no sean duros con ellas» (vea también Tito 2:4-5; 1 Pedro
3:1-7).
D. UNA NOTA SOBRE APLICACIÓN AL MATRIMONIO
Si
nuestro análisis es correcto, hay algunas aplicaciones prácticas,
particularmente dentro del matrimonio, y también en cuanto a las relaciones
entre hombres y mujeres en general.
Cuando
los esposos empiezan a actuar en una forma egoísta, dura, dominante, e incluso
abusiva, debieran darse cuenta que eso es el resultado del pecado, un resultado
de la Caída, y que es destructivo y contrario a los propósitos de Dios.
Actuar
de esa manera causará aun más destrucción en sus vidas, especialmente en sus
matrimonios. Los esposos deben cumplir con el mandamiento del Nuevo Testamento
de amar a sus esposas, honrarlas, ser considerados con ellas y ponerlas las
primeras en sus intereses.
Asimismo,
cuando las esposas se muestran rebeldes y resentidas por la posición de
liderazgo de sus esposos en la familia, o cuando compiten con ellos por el
liderazgo en la familia, debieran darse cuenta que eso es el resultado del
pecado, una consecuencia de la Caída. No debieran actuar de esa manera, porque
el hacerlo así traerá también consecuencias destructivas para sus matrimonios.
Una esposa que desea actuar en concordancia con el propósito de Dios debiera
más bien ser sumisa a su esposo y estar de acuerdo en que él es el líder de su
hogar y regocijarse en ello.
NOTA: Traducción literal del autor del griego
idios, «a su propio marido).
El malentendido en cuanto a este versículo ha
surgido por medio de la suposición de que la expresión (unos a otros)
(allelous) debe ser completamente recíproco (es decir, «de todos a todos). No
obstante, hay muchos casos en los que no tiene ese sentido, sino que más bien
significa «algunos a otros), por ejemplo en Ap 6: 4, y hacer que sus habitantes
se mataran unos a otros que significa (algunos matarán a otros); en Gá 6: 2,
«ayúdense unos a otros a llevar sus cargas» que no significa que «todos
debieran intercambiar sus cargas unos con otros) sino ) algunos que son más capaces
debieran llevar las cargas de otros que son menos capaces); 1ª Co 11: 33,
(cuando se reúnan para comer, espérense unos a otros) que significa que (los
que ya están listos esperen a los que todavía no lo están); etc. (cp. Lc 2: 15;
21: 1; 24: 32).
Del mismo modo, tanto e! contexto siguiente como e!
significado de hypotasso requieren que en Efesios 5: 21 signifique: «Los que
están bajo autoridad debieran someterse a otros entre ustedes que tienen
autoridad sobre ellos) (En cuanto a la objeción de que la sumisión en el
matrimonio es como la sumisión a la esclavitud, están ambos equivocados, vea
capítulo 47, p. 992.)
Por supuesto, todos los cristianos debieran amarse
unos a otros y ser considerados unos con otros. Si eso es lo que se quiere
decir por (mutua sumisión) entonces no debiera haber objeción a ello, aunque
esa idea no se enseña en Efesios 5: 21, sino en otras partes de las Escrituras,
usando otras palabras diferentes a hypotasso. Pero generalmente la frase «mutua
sumisión» se usa con un sentido diferente a ese, un sentido que destruye la
singular autoridad de! esposo en e! matrimonio.
Vea las consideraciones sobre lo que significa
sumisión y lo que quiere decir, en la obra de W. Grudem, «WiveS Like Sarah, and
the Husbands Who Honor Them: 1a Peter 3: 1-7), en Recovering
Biblical Manhood and Womanhood: A Response to Evangelical Feminism, pp.
194-205.
Una
vez que hemos dicho eso, debemos damos cuenta de que hay otras dos, casi
opuestas, distorsiones del modelo bíblico que pueden ocurrir. Si la tiranía de
parte del esposo y la usurpación de autoridad por la esposa son errores de
agresividad, hay otros dos errores, errores de pasividad o pereza. Para un
esposo, el otro extremo de ser un «tirano» dominante es ser completamente
pasivo y no tomar la iniciativa en la familia, que en términos castizos es ser
un «pelele».
En
esta distorsión de modelo bíblico, el esposo llega a ser tan «considerado» con
la esposa que le permite que tome todas las decisiones e incluso está de
acuerdo cuando ella le insta a que haga lo que es malo (note este
comportamiento en Adán, Acab y Salomón entre otros). Con frecuencia un esposo
así se muestra progresivamente ausente (ya sea fisica o emocionalmente) del
hogar y ocupa su tiempo casi exclusivamente en otras preocupaciones.
El
error correspondiente de parte de la esposa, lo opuesto a intentar dominar o
usurpar la autoridad del esposo, es convertirse en una persona completamente
pasiva, sin contribuir para nada al proceso de toma de decisiones en la
familia, y carecer de disposición para decir palabras de corrección a su
esposo, aun cuando esté equivocado. La sumisión a la autoridad no significa ser
enteramente pasivo y estar de acuerdo con todo lo que la persona en autoridad
dice o propone.
Esa no
es por supuesto la manera en que nos sometemos a la autoridad de un empresario
o funcionarios del gobierno (podemos ciertamente diferir de nuestro gobierno y
todavía estar sometidos a él), o a la autoridad de los oficiales de una iglesia
(podemos ser sumisos a ellos aunque estemos en desacuerdo con algunas de sus
decisiones).
Una
esposa puede ciertamente estar sujeta a la autoridad de su esposo y todavía
participar completamente en el proceso de toma de decisiones de la familia.
Los
esposos, por tanto, debieran practicar un liderazgo amoroso, considerado y
atento en sus familias. Las esposas debieran tratar de tener una sumisión
activa, inteligente y gozosa a la autoridad de sus esposos. Al evitar ambas
clases de errores y seguir el modelo bíblico, los esposos y las esposas
descubrirán lo que de verdad significa ser hombre y ser mujer en su noble
dignidad y su gozosa complementariedad, como Dios lo creó para que fueran, y de
esa manera reflejar completamente la imagen de Dios en sus vidas.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN
PERSONAL
1. Si se le pidiera que fuera sincero en cuanto a sus sentimientos,
¿piensa usted que es mejor ser hombre o ser mujer? ¿Se siente feliz con el sexo
que Dios le ha dado o preferiría más ser del sexo opuesto? ¿Cómo piensa que
Dios quiere que usted se sienta acerca de esa cuestión?
2. ¿Puede decir con sinceridad que piensa que los miembros del sexo
opuesto son igualmente valiosos a los ojos de Dios?
3. Antes de leer este capítulo, ¿había pensando que las relaciones en la
familia reflejaban algo de las relaciones entre los miembros de la Trinidad?
¿Cree usted que esa es una forma útil de ver la familia? ¿Cómo le hace eso
sentirse acerca de sus propias relaciones? ¿Hay maneras en las que podría
reflejar de forma más completa el carácter de Dios en su familia?
4. ¿Cómo se compara la enseñanza en este capítulo sobre las diferencias en
los papeles de hombres y mujeres con algunas de las actitudes que se ven en la
sociedad de hoy? Si hay diferencia entre mucho de lo que la sociedad enseña y
lo que las Escrituras enseñan, ¿piensa usted que habrá momentos cuando
resultará dificil seguir las Escrituras? ¿Qué podría hacer su iglesia para
ayudarle en esas situaciones?
5. Aparte de las cuestiones de matrimonios o de relaciones románticas,
¿piensa usted que Dios quiere que disfrutemos de momentos de compañerismo con
grupos mixtos de otros hombres y mujeres cristianos? ¿Por qué cree usted que
Dios puso en nuestro corazón el deseo de disfrutar de ese compañerismo?
¿Refleja eso algo de la pluralidad de personas en la Trinidad, junto con la
unidad de Dios? ¿Le ayuda esto a entender cuán importante es que las personas
solteras sean incluidas en las actividades de la iglesia? ¿Piensa usted que en
el pasado algunos grupos religiosos han tendido a descuidar la importancia de
esto o incluso prohibir equivocadamente esos grupos mixtos entre los
cristianos? Sin embargo, ¿cuáles son los peligros de los que debiéramos
protegemos en esas situaciones?
6. Si usted es un esposo, ¿se siente contento con el papel que Dios le ha
dado en su matrimonio? Si usted es una esposa, ¿se siente contenta con la
función que Dios le ha dado en su matrimonio?
TÉRMINOS ESPECIALES
Diferencia
en funciones, igualdad en personalidad, primogenitura, sumisión mutua
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Colosenses 3:1 8-19: Esposas, Sométanse A Sus Esposos, Como Conviene En
El Señor. Esposos, Amen A Sus Esposas Y No Sean Duros Con Ellas.
CAPÍTULO 3
LA NATURALEZA ESENCIAL DEL HOMBRE
¿QUÉ QUIEREN DECIR LAS
ESCRITURAS CON (ALMA» Y ESPÍRITU)? ¿SON LA MISMA COSA?
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
A. INTRODUCCIÓN: TRICOTOMÍA, DICOTOMÍA Y MONISMO
¿Cuántas
partes hay en el hombre? Todos estamos de acuerdo en que tenemos cuerpos
físicos. La mayoría de las personas (cristianos y no cristianos) sienten que
también tienen una parte inmaterial, un «alma» que vivirá después de que sus
cuerpos mueran.
Pero
ahí termina el acuerdo. Algunas personas creen que además de «cuerpo» y «alma»
tenemos una tercera parte, un «espíritu», que es lo que más directamente se
relaciona con Dios. El concepto de que el hombre está formado de tres partes
(cuerpo, alma y espíritu) se llama tricotomía.! Aunque este ha sido un punto de
vista común en la enseñanza bíblica evangélica popular, pocos son los eruditos
que la defienden hoy.
Según
muchos tricotomistas, el alma del hombre incluye su intelecto, sus emociones y
su voluntad. Sostienen que todas las personas tienen un alma, y que los
diferentes elementos del alma bien pueden servir a Dios o estar entregados al
pecado. Argumentan que el espíritu del hombre es una facultad más elevada en el
ser humano que revive cuando una persona se hace cristiana (vea Ro 8: 10, RVR
1960: «Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa
del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia»). Entonces el espíritu
de una persona sería aquella parte del ser que adora y ora a Dios más
directamente (vea Jn 4: 24; Fil 3: 3).
Otros
han dicho que «espíritu» no es otra parte del hombre, sino un sinónimo de
«alma», y que ambos términos son intercambiables en las Escrituras para hablar
acerca de la parte inmaterial del ser humano, la parte que vive después que
nuestros cuerpos mueren. El punto de vista de que el hombre está formado de dos
partes (cuerpo y alma y espíritu) se llama dicotomía. Los que sostienen este
punto de vista están a menudo de acuerdo que las Escrituras usan la palabra
espíritu (heb., rúakj, y gr. pneúma) con más frecuencia para referirse a
nuestra relación con Dios, pero ese uso (dicen ellos) no es uniforme, y que la
palabra alma se emplea también en todas las formas que se puede usar espíritu.
Fuera
del ámbito del pensamiento evangélico encontramos otro punto de vista, la idea
de que el hombre no puede existir aparte del cuerpo fisico y, por tanto, no
puede haber una existencia separada para un «alma» después que el cuerpo muere
(aunque esta perspectiva da espacio para la resurrección de toda la persona en
algún momento en el futuro). Esta perspectiva de que el hombre es solo un
elemento, y que su cuerpo es la persona, se llama monismo.
Según
el monismo, los términos bíblicos de alma y espíritu son solo otras expresiones
para la «persona» misma o para la «vida» de la persona. Este punto de vista no
ha sido generalmente adoptado por los teólogos evangélicos porque muchos textos
bíblicos parecen afirmar claramente que nuestras almas y espíritus siguen
viviendo después de que nuestros cuerpos mueren (vea Gn 35:18; Sal 31: 5; Lc
23: 43,46; Hch 7: 59; Fil 1: 23-24; 2ª Co 5:8; He 12: 23; Ap 6: 9; 20: 4; y
capítulo 42, sobre el estado intermedio, más adelante en el libro).
Pero
las otras dos perspectivas se continúan sosteniendo en el mundo cristiano hoy.
Aunque dicotomía ha sido afirmada más comúnmente a lo largo de la historia de
la iglesia y es mucho más común entre los eruditos evangélicos de hoy,
tricotomía tiene también muchos defensores.
En
este capítulo abogaremos por el punto de vista de la dicotomía que ve al hombre
formado de dos partes, cuerpo y alma (o espíritu), pero también examinaremos
los argumentos para la tricotomía.
B. LA INFORMACIÓN BÍBLICA
Antes
de preguntamos si las Escrituras ven a «alma» y «espíritu» como partes
distintivas del ser humano, debemos dejar bien en claro desde el principio que
el énfasis de la Biblia está en la unidad general del hombre como creado por
Dios.
Cuando
Dios formó al hombre «sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se
convirtió en un ser viviente» (Gn 2:7). Aquí encontramos a Adán como una
persona unificada con cuerpo y alma viviendo y actuando juntos. Este estado
original armonioso y unificado del hombre volverá a ocurrir cuando Cristo
regrese y estemos completamente redimidos en nuestros cuerpos así como en
nuestras almas para vivir con él para siempre (vea 1ª Co 15: 51-54). Además,
tenemos que crecer en santidad y amor para Dios en cada aspecto de nuestra vida,
en nuestros cuerpos así como en nuestro espíritu y almas (1ª Co 7: 34). Tenemos
que «[purificarnos] de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para
completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación» (2ª Co 7: 1).
Pero
una vez que hemos hecho hincapié en el hecho de que Dios nos creó para tener
una unidad de cuerpo y alma, y que cada acción que llevamos a cabo en esta vida
es una acción de toda nuestra persona, involucrando hasta cierto punto tanto al
cuerpo como al alma, podemos continuar señalando que las Escrituras enseñan
claramente que hay una parte inmaterial de la naturaleza del hombre. Y que
podemos investigar cómo es esa parte.
1. LAS ESCRITURAS USAN «ALMA» Y «ESPÍRITU» DE FORMA INTERCAMBIABLE.
Cuando
examinamos el uso de las palabras que traducimos como «alma» (heb. nefésh y gr.
psique) y «espíritu» (heb. rnakj y gr. pneúma): parece que son empleadas de
forma intercambiable. Por ejemplo, en Juan 12:27 (RVR 1960), Jesús dice: «Ahora
está turbada mi alma», mientras que en un contexto muy similar en el siguiente
capítulo Juan dice que Jesús «se conmovió en espíritu» Gn 13:21, RVR 1960).
Del
mismo modo, leemos las palabras de María en Lucas 1: 46-47: «Mi alma glorifica
al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador». Este parece ser un
ejemplo evidente del paralelismo hebreo, recurso poético mediante el cual se
repite la misma idea usando palabras diferentes, pero sinónimas.
Este
uso de términos intercambiables también explica por qué personas que han muerto
y han ido al cielo o al infierno pueden ser llamados «espíritus» (Heb. 12: 23,
«los espíritus de los justos que han llegado a la perfección»; también en 1ª P
3: 19, «espíritus encarcelados») o «almas» (Ap 6: 9, «las almas de los que
habían sufrido el martirio por causa de la palabra de Dios y por mantenerse
fieles en su testimonio»; 20:4, «las almas de los que habían sido decapitados
por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios»).
2. EN LA MUERTE, LAS ESCRITURAS DICEN O QUE EL «ALMA» SALE O EL «ESPÍRITU»
SALE.
Cuando
Raquel murió, las Escrituras dicen: «y aconteció que al salírsele el alma (pues
murió) (Gn 35: 18, RVR 1960). Elías oró pidiendo: «Te ruego que hagas volver el
alma de este niño a él» (1ª R 17: 21, RVR 1960), e 1saías predice que el Siervo
del Señor «[derramaría] su alma [heb. nefésh] hasta la muerte» (Is 53: 12,
BAS).
En el
Nuevo Testamento Dios dice al rico necio: (Esta noche vienen a pedirte tu alma
[gr. psique]» (Lc 12: 20, RVR 1960). Por otro lado, a veces a la muerte se le
ve como un regreso del espíritu a Dios. Por eso David puede orar diciendo, con
palabras que más tarde Jesús citó en la cruz, (en tus manos encomiendo mi
espíritu) (Sal 31: 5; Lc 23: 46).
En la
muerte, (el espíritu volverá a Dios) (Ec 12: 7). En el Nuevo Testamento, cuando
Jesús murió, (Inclinó la cabeza y entregó el espíritu» (Gn 19: 30), y del mismo
modo Esteban antes de morir: (Señor Jesús decía, recibe mi espíritu» (Hch 7:
59).
En
respuesta a estos pasajes, un defensor de la tricotomía podría argumentar que
ellos están hablando acerca de cosas diferentes, porque cuando una persona
muere tanto su alma como su espíritu van al cielo. Pero debiera notarse que las
Escrituras no dicen en ninguna parte que el (alma y el espíritu) de la persona
salieron o fueron al cielo o fueron entregados a Dios. Si alma y espíritu
fueran cosas apartes y diferentes, esperaríamos que se dijera así en alguna
parte. No obstante, no lo encontramos.
Los
autores bíblicos no parecen preocuparse de si es el alma o el espíritu lo que
sale al morir uno, porque parece que ambas palabras se refieren a lo mismo.
Debiéramos
también notar que estos versículos del Antiguo Testamento citados arriba
indican que no es correcto, como algunos han afirmado, decir que el Antiguo
Testamento hace tanto hincapié en la unidad del hombre que no tiene concepción
de la existencia del alma. aparte del cuerpo. Ciertamente varios pasajes del
Antiguo Testamento implican que los autores reconocen que la persona continúa
existiendo después de que su cuerpo muere.
NOTA:
Es importante tener en mente a los largo de este capítulo que varias
traducciones recientes de la Biblia (especialmente la NVI) no son coherentes en
la traducción de los términos hebreo y griego indicados arriba para «alma» y
«espíritu», sino que a veces usan para sustituirlos otros términos como «vida»,
«mente», «corazón» o «persona». La RVR-1960 tiende a ser más literal en la
traducción de estas palabras en la mayoría de los casos.
En
ciertos contextos estos términos pueden. Por supuesto. Referirse a la vida de
la persona o al todo de la persona, pero también se emplean muchas veces para
referirse a una parte distintiva de la naturaleza de una persona (vea BDB, pp.
659-61, 924-25; Y BAGD, pp. 674-75, 893-94, para muchos ejemplos).
5George
Ladd, A Theology ofthe New Testament (Eerdmans, Grand Rapids, 1974), dice que
en el Antiguo Testamento ni al alma ni al espíritu se les «concibe como una
parte del hombre capaz de sobrevivir la muerte de basar [carne]» (p. 459). Esta
declaración no es exacta a la luz de los versículos del Antiguo Testamento que
hemos citado en este párrafo.
El
análisis de Ladd en esta sección depende mucho del trabajo de W. D. Stacey, The
Pauline View of Man (MacMillan, Londres, 1956), a quien Ladd cita catorce veces
en las páginas 458-59. Con todo, Stacey mismo piensa que la muerte significa
extinción para los seres humanos (Ladd, p. 463). Ladd también indica que Rudolf
Bultmann niega enérgicamente que el hombre tenga un alma invisible o espíritu,
pero el mismo Ladd rechaza el punto de vista de Bultmann cuando trata la
información bíblica (vea p. 460, n. 17, Y p. 464).
3. SE DICE QUE EL HOMBRE ES BIEN «CUERPO Y ALMA» O «CUERPO Y ESPÍRITU».
Jesús
nos dice que no tengamos temor de «los que matan el cuerpo, pero no pueden
matar el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el
infierno» (Mt 10: 28). Aquí la palabra «alma» se debe referir claramente a la
parte de la persona que existe después de la muerte.
No
puede significar «persona» o «vida», porque no tendría sentido hablar de los
que «matan el cuerpo, pero no pueden matar la persona», o «matar el cuerpo pero
no matar la vida», al menos haya algún aspecto de la persona que sigue viviendo
después de que el cuerpo ha muerto.
Además,
Cuando Jesús habla de «alma y cuerpo» parece que está hablando claramente la
persona total aunque no menciona el «espíritu» como un componente separado. La
palabra «alma» parece denotar la parte del hombre que no es física.
Por
otro lado, a veces se dice que el hombre es «cuerpo y espíritu». Pablo quiere
que la iglesia en Corinto entregue a Satanás un hermano extraviado para
(destrucción de su naturaleza pecaminosa a fin de que su espíritu sea salvo en
el día del Señor) (1ª Co 5: 5). No es que Pablo se hubiera olvidado de la
salvación del alma de aquel hombre; solo está usando la palabra «espíritu» para
referirse al todo de la existencia inmaterial de la persona. Asimismo, Santiago
dice: «El cuerpo sin el espíritu está muerto» (Stg 2:26), pero no dice nada
acerca de un alma separada.
Además,
cuando Pablo habla de crecer en santidad personal, aprueba a la mujer que se
afana por «consagrarse al Señor tanto en cuerpo como en espíritu» (1ª Co 7:
34), y sugiere que esto abarca toda la vida de la persona. Habla aún de forma
más explícita en 2ª Corintios 7: 1, donde dice: «purifiquémonos de todo lo que
contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra
de nuestra santificación»: Purificarnos de la contaminación del «alma» o del
«espíritu» abarca toda la parte
inmaterial de nuestra existencia (vea también Ro 8: 10; 1ª Co 5: 3; Col 2: 5).
NOTA: Este versículo quizá queda mejor traducido
cuando se dice «haciendo que la santidad sea perfecta a los ojos de Dios»,
puesto que el participio presente epitelountes sugiere acción simultánea con el
verbo principal «purifiquémonos o limpiémonos», y entonces el versículo nos da
la idea de que la manera en que hacemos que la santidad sea perfecta es
mediante la santificación de toda contaminación del cuerpo y del espíritu
(gramaticalmente eso sería un participio de modo).
4. EL «ALMA» PUEDE PECAR O EL «ESPÍRITU» PUEDE PECAR.
Todos
los que defienden la tricotomía estarán generalmente de acuerdo en que el
«alma» puede pecar puesto que piensan que el alma incluye el intelecto, las
emociones y la voluntad. (Veremos el hecho que nuestras almas pueden pecar
implícito en versículos tales como 1ª P 1: 22; Ap 18:14.)
Los
defensores de la tricotomía generalmente piensan que el «espíritu» es más puro
que el «alma», y que cuando está renovado, está libre de pecado y es sensible
al estímulo del Espíritu Santo. Esta idea (que a veces aparece en la
predicación y en escritos cristianos populares no está de verdad apoyada por el
texto bíblico. Cuando Pablo anima a los corintios a purificarse «de todo lo que
contamina el cuerpo y el espíritu» (2ª Co 7: 1), implica claramente que puede
haber contaminación (o pecado) en nuestro espíritu. Asimismo, habla de la mujer
soltera que está preocupada «por consagrarse al Señor tanto en cuerpo como en
espíritu» (1ª Co 7: 34).
Otros versículos hablan de una forma parecida.
Por ejemplo, en Deuteronomio 2: 30 se dice que el Señor había endurecido el
espíritu del rey de Sijón de Hesbón. El Salmo 78 habla del rebelde pueblo de
Israel «cuyo espíritu no se mantuvo fiel a Dios» (Sal 78: 8). «Antes del
quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Pr
16:1 8, RVR 1960), y es posible que el pecador sea «altivo de espíritu» (Ec 7:
8, RVR 1960). Isaías habla de (dos de espíritu extraviado) Is 29:24).
De
Nabucodonosor se dice que «su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto
del trono de su reino» (Dn 5: 20). El hecho de que «todos los caminos del
hombre son limpios en su propia opinión, pero Jehová pesa los espíritus» (Pr
16: 2) implica que es posible que nuestro espíritu esté equivocado a los ojos
de Dios. Otros versículos implican la posibilidad de que tengamos pecado en el
espíritu (vea Sal 32: 2; 51: 10).
Por
último, el hecho de que las Escrituras aprueben al «que se enseñorea de su
espíritu» (Pr 16: 32) implica que nuestro espíritu no es solo la parte
espiritualmente pura de nuestra vida que debemos seguir en todo momento, sino
que pueden tener también deseos o inclinaciones pecaminosos.
5. TODO LO QUE SE DICE QUE EL ALMA HACE, TAMBIÉN SE DICE QUE LO HACE EL
ESPÍRITU, Y TODO LO QUE SE DICE QUE EL ESPÍRITU HACE TAMBIÉN LO HACE EL ALMA.
Los
que defienden la tricotomía se enfrentan a un problema dificil al tratar de
definir claramente cuál es la diferencia entre el alma y el espíritu (desde su
perspectiva). Si las Escrituras dieran apoyo claro a la idea de que nuestro
espíritu es la parte de nosotros que se relaciona directamente con Dios en la
adoración y en la oración, mientras que nuestra alma incluye nuestro intelecto
(pensamiento), nuestras emociones (sentimientos) y nuestra voluntad
(decisiones), la tricotomía tendría un argumento fuerte. Sin embargo, las
Escrituras no parecen permitir que se haga ese tipo de distinción.
Por
otro lado, las actividades de pensar, sentir y decidir cosas no se dice que
sean decisiones del alma. Nuestro espíritu también puede experimentar
emociones, por ejemplo, cuando «Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se
enardecía viendo» (Hch 17: 16), o cuando Jesús «se conmovió en espíritu» (In
13: 21). Es también posible tener un «espíritu triste», que es lo opuesto de un
«corazón alegre» (Pr 17:22).
Además,
las funciones de conocer, percibir, pensar son también realizadas por nuestros
espíritus. Por ejemplo, Marcos habla de Jesús diciendo «En ese mismo instante
supo [gr. epiginosko]Jesús en su espíritu» (Mr 2:8). Cuando el Espíritu Santo
«le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios» (Ro 8: 16), nuestro
espíritu recibe y entiende ese testimonio, que es ciertamente una función de
conocer algo.
De
hecho, nuestro espíritu parece conocer nuestros pensamientos con bastante
profundidad, porque Pablo pregunta: «En efecto, ¿quién conoce los pensamientos
del ser humano sino su propio espíritu que está en él?» (1ª Co 2:11). (Is
29:24, al decir que los de «espíritu extraviado recibirán entendimiento).
Lo que
estos versículos nos están diciendo no es que sea el espíritu el que siente y
piensa las cosas en vez del alma, sino más bien que el «alma» y el «espíritu»
son términos que se usan para hablar en general de la parte inmaterial de la
persona, y que es dificil notar alguna distinción real en el uso de esos
términos.
De
hecho, no debiéramos caer en el error de pensar que ciertas actividades (como
pensar, sentir o decidir) las realizan solo una parte de nosotros. Más bien,
esas actividades las lleva a cabo la persona total. Cuando pensamos o sentimos
cosas, no hay duda de que también nuestro cuerpo fisico participa en todo.
Siempre que pensamos empleamos el cerebro fisico que Dios nos ha dado. Del
mismo modo, nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso participan cuando
sentimos emociones, y a veces esas emociones están involucradas en sensaciones
físicas en otras partes del cuerpo. Esto es solo para recalcar lo que dijimos
al comienzo de nuestras reflexiones, que el enfoque general de las Escrituras
se centra primariamente en el hombre como una unidad, el cuerpo fisico y la
parte que no es fisica en nosotros funcionan como una unidad.
Por
otro lado, la afirmación de los defensores de la tricotomía de que nuestro
espíritu es ese elemento de nosotros que más se relaciona con Dios en la
adoración y la oración no parece estar apoyado en las Escrituras. Con
frecuencia leemos acerca del alma que adora a Dios y se relaciona con él en
otras clases de actividades. «A ti, Señor, elevo mi alma» (Sal 25:1). «Sólo en
Dios halla descanso mi alma» (Sal 62:1).
«Alaba,
alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre» (Sal 103: 1). «Alaba,
alma mía, al Señor» (Sal 146: 1). «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se
regocija en Dios mi Salvador» (Lc 1: 46).
Estos
pasajes indican que el alma puede adorar a Dios, alabarle y darle gracias.
El
alma puede orar a Dios, como Ana implica cuando dice: «He derramado mi alma
delante de Jehová» (1 S 1:15, RVR 1960). De hecho, el gran mandamiento dice:
«Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus
fuerzas» (Dt 6: 5; Mr 12: 30). El alma puede anhelar a Dios y tener sed de él
(Sal 42: 1, 2, RVR 1960), y puede «esperar en Dios» (Sal 42: 5, RVR 1960). El
alma puede regocijarse y deleitarse en Dios, porque David dijo: «Mi alma se
alegrará en Jehová; se regocijará en su salvación» (Sal 35:9; Is 61: 10, RVR
1960).
El
salmista dice: «Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo»
(Sal 119:20, RVR 1960), y «Mi alma ha guardado tus testimonios, y los he amado
en gran manera» (Sal 119: 167, RVR 1960). Parece que no hay nada en la vida o
en las relaciones con Dios sobre lo cual las Escrituras digan que el espíritu
está activo en vez del alma. Ambos términos se usan para hablar de todos los
aspectos de nuestra relación con Dios.
Sin
embargo, sería erróneo, a la luz de estos pasajes, sugerir que solo el alma (o
el espíritu) adora a Dios, porque nuestros cuerpos participan en la adoración
también.
Somos
una unidad de cuerpo y alma/ espíritu. Nuestro cerebro fisico piensa en Dios
cuando le adoramos y cuando le amamos con toda nuestra «mente» (Mr 12: 30).
David, que anhelaba estar en la presencia de Dios, puede decir: «Mi alma tiene
sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay agua» (Sal
63: 1, RVR 1960). De nuevo leemos: «Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo»
(Sal 84: 2).
Es
evidente que cuando oramos en voz alta o cantamos alabanzas a Dios, los labios
y las cuerdas vocales participan, y a veces en la adoración y la oración se
utilizan las palmas de las manos (Sal 47: 1), o elevamos las manos a Dios (Sal
28: 2; 63: 4; 134: 2; 143: 6; 1ª Ti 2: 8). Además, tocar instrumentos musicales
para alabar a Dios es un acto en que participa el cuerpo fisico así como los materiales
físicos de que están hechos los instrumentos (vea Sal 150: 3-5). Le adoramos
con todo nuestro ser.
En
conclusión, las Escrituras no parecen apoyar ninguna distinción entre alma y
espíritu. Parece que no hay una respuesta satisfactoria para las preguntas que
puede plantear un defensor de la tricotomía: «¿Qué puede el espíritu hacer que
no pueda hacer el alma? ¿Qué puede hacer el alma que el espíritu no pueda
hacer»
C. ARGUMENTOS A FAVOR DE LA TRICOTOMÍA
Los
que adoptan la posición de la tricotomía han apelado a algunos pasajes bíblicos
para apoyarla. A continuación aparecen mencionados algunos de los que usan con
más frecuencia.
1. 1ª TESALONICENSES 5: 23.
«Que Dios Mismo, El Dios De Paz, Los Santifique Por Completo, Y Conserve
Todo Su Ser -Espíritu, Alma Y Cuerpo- Irreprochable Para La Venida De Nuestro
Señor Jesucristo» (1ª Ts 5: 23).
¿No
Habla Este Versículo Claramente De Las Tres Partes Del Hombre?
2. HEBREOS 4:12.
«Ciertamente, La Palabra De Dios Es Viva Y Poderosa, Y Más Cortante Que
Cualquier Espada De Dos Filos. Penetra Hasta Lo Más Profundo Del Alma Y Del
Espíritu, Hasta La Médula De Los Huesos, Y Juzga Los Pensamientos Y Las
Intenciones Del Corazón» (He 4: 12).
Si la
espada de las Escrituras divide el alma y el espíritu, ¿no son estas entonces
dos partes diferentes del hombre?
3.1ª CORINTIOS 2:14--3:4.
Este
pasaje habla de dos clases diferentes de personas, los que son
"carnales" (gr. sárkinos, 1 Ca 3: 1); los que no son espirituales
(gr. psujikós, lit. «Inmaduros», 1ª Co 2:14), y los que son «espirituales» (gr.
pneumatikós, 1ª Co 2: 15). ¿No sugieren estas dos categorías que hay diferentes
clases de personas: los no cristianos que son «carnales», los cristianos «no
espirituales» que siguen los deseos del alma y los cristianos más maduros que
siguen los deseos del espíritu. ¿No sugerirá esto que el alma y el espíritu son
elementos diferentes de nuestra naturaleza?
4. 1ª CORINTIOS 14:14.
Cuando
Pablo dice: «Si yo oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi entendimiento no se
beneficia en nada» (1ª Co 14: 14), ¿no está implicando que la mente hace algo
diferente del espíritu, y no apoya esto el argumento de los defensores de la
tricotomía de que la mente y los pensamientos hay que asociarlos con el alma y
no con el espíritu?
5. EL ARGUMENTO DE LA EXPERIENCIA PERSONAL.
Muchos
defensores de la tricotomía dicen que tienen una percepción espiritual, una
conciencia espiritual de la presencia de Dios que los afecta en una forma que
saben que es diferente de sus procesos ordinarios de pensamiento y diferente de
sus experiencias emocionales. Preguntan:
«Si no
tengo un espíritu que es algo aparte de mis pensamientos y emociones, ¿qué es
eso que siento que es diferente de mis pensamientos y emociones, que solo puedo
describirlo como adorar a Dios en mi espíritu y sentir su presencia en mi
espíritu? ¿No hay algo en mí que es más que mi intelecto y mis emociones y mi
voluntad, y no debo decir que es mi espíritu?»
6. NUESTRO ESPÍRITU ES LO QUE NOS DIFERENCIA DE LOS ANIMALES.
Algunos
seguidores de la tricotomía argumentan que tanto los humanos como los animales
tienen almas, pero mantienen que es la presencia del espíritu 10 que nos
distingue de los animales.
7. EL ESPÍRITU ES LO QUE COBRA VIDA EN LA REGENERACIÓN.
Los
que abogan por la tricotomía también argumentan que cuando nos hacemos
cristianos nuestro espíritu es vivificado: «Si Cristo está en vosotros, el
cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa
de la justicia» (Ro 8: 10, RVR 1960). Ahora podemos repasar las siete razones
acabadas de mencionar:
D. RESPUESTAS A LOS ARGUMENTOS A FAVOR DE LA TRICOTOMÍA
1. 1ª TESALONICENSES 5: 23.
La
frase «espíritu, alma y cuerpo» no es de por sí concluyente. Pablo podía estar
solo acumulando sinónimos para recalcar algo, como se hace a veces en otras
partes de las Escrituras. Por ejemplo, Jesús dice: «Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mt 22: 37). ¿Quiere
decir esto que el alma es algo aparte de la mente y del corazón?' El problema
se complica aún más en Marcos 12: 30: «y amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas».
Si
seguimos con el principio de que esas listas de términos nos hablan de partes
diferentes del hombre, deberíamos añadir espíritu a esta lista (y quizá cuerpo
también).
¡Tendríamos
cinco o seis partes del hombre! Pero esa es ciertamente una conclusión falsa.
Es mucho mejor entender que Jesús está acumulando términos sinónimos por
énfasis para demostrar que debemos amar a Dios con todo nuestro ser.
Del
mismo modo, en 1 Tesalonicenses 5:23 Pablo no está diciendo que alma y espíritu
sean entidades diferentes, sino que, sea como sea que llamemos a nuestra parte
inmaterial, desea que Dios siga santificándonos por completo para el día de
Cristo.
NOTA: El «corazón» en las Escrituras es una
expresión que habla de los más profundos pensamientos y sentimientos de la
persona (vea Gn 6: 5, 6; Lv 19: 17; Sal 14: 1; 15: 2; 37:4; 119: 10; Pr 3: 5;
Hch2: 37; Ro 2: 5; 10:9; 1ª Co 4:5; 14: 25; He 4: 12; 1ª P 3: 4; Ap 2: 23;).
2. HEBREOS 4:12.
Este
versículo, que habla acerca de que la Palabra de Dios «penetra hasta partir el
alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos (RVR 1960» creo que se
entiende mejor en una forma similar a 1ª Tesalonicenses 5: 23. El autor no está
diciendo que la Palabra de Dios pueda partir el alma y el espíritu, sino que
está usando una serie de términos (alma, espíritu, coyunturas, tuétanos,
pensamientos, intenciones del corazón) para hablar de las partes internas más
profundas de nuestro ser que no pueden esconderse del poder penetrante de la
Palabra de Dios.
Si
nosotros deseamos llamarle a esto nuestra «alma», las Escrituras penetran allí
y descubren nuestras intenciones más íntimas. Si deseamos llamar «espíritu» a
esta parte no fisica más profunda de nuestro ser, entonces las Escrituras
penetran allí y conocen nuestros más secretos pensamientos e intenciones.
O si
preferimos decir metafóricamente que lo más íntimo de nosotros está escondido
en nuestras coyunturas y tuétanos, podemos decir que las Escrituras son como
una espada capaz de penetrar hasta lo más adentro de nuestros huesos. En todos
estos casos la Palabra de Dios es tan poderosa que puede sacar a la luz toda
desobediencia o falta de sumisión a Dios. En cualquier caso, el autor no está
pensando que el alma y el espíritu son dos cosas diferentes; son solo términos
adicionales que hablan de lo más íntimo de nuestro ser.
3. 1ª CORINTIOS 2: 14-3:4.
Pablo
ciertamente distingue a una persona que es «natural » (psujikós, «inmadura») de
otra que es «espiritual» (pneumatikós, «espiritual») en 1ª Corintios 2: 14-3:4).
Pero en este contexto «espiritual» parece referirse a alguien «bajo la
influencia del Espíritu Santo», puesto que todo el pasaje está hablando de la
obra del Espíritu Santo que revela la verdad a los creyentes. En este contexto,
«espiritual» podría casi ser traducido «Espiritual».
Pero
el pasaje no da a entender que los cristianos tengan un espíritu mientras que
los que no son cristianos no lo tienen, ni que el espíritu de un cristiano está
vivo, mientras que el espíritu de los que no son cristianos no lo está. Pablo
no está hablando para nada de partes diferentes del hombre, sino de sometemos a
la influencia del Espíritu Santo.
NOTA: Note que nosotros no dividimos coyunturas de
tuétanos, porque las coyunturas son lugares donde se unen los huesos, no dónde
se juntan coyunturas y tuétanos.
Sin embargo, es mucho más característico de la
terminología de Pablo usar la palabra «espíritu" para hablar de nuestra
relación con Dios en la adoración y la oración. Pablo no usa la palabra «alma»
(gr. psique) con mucha frecuencia (14 veces comparado con las 114 veces que
aparece en el Nuevo Testamento como un todo), y cuando lo hace, se refiere con
frecuencia solo a la «vida» de la persona, o como un sinónimo para una persona
misma, como en Ro 9: 3; 13: 1; 16: 4; Fil 2: 30. El uso de la palabra «alma»
para referirse a la parte no fisica del hombre es más característico de los
evangelios, y de muchos pasajes del Antiguo Testamento.
4. PRIMERA CORINTIOS 14:14.
Cuando
Pablo dice «mi espíritu ora, pero mi entendimiento no se beneficia en nada»,
está refiriéndose a que no entiende el contenido de lo que está orando. Sí está
implicando que hay un componente de su ser que no es fisico, un «espíritu»
dentro de él que puede hablar con Dios. Pero nada en este versículo sugiere que
él considera que su espíritu es algo aparte de su alma.
Esa
interpretación incorrecta es solo el resultado de suponer que la «mente» es
parte del alma, una afirmación de los defensores de la tricotomía que, como
hemos indicado arriba, es muy dificil de apoyar con las Escrituras. Pablo
probablemente podría haber dicho del mismo modo: «Mi alma ora, pero mi mente no
se beneficia». Lo que se quiere decir es que hay un elemento inmaterial de
nuestra existencia que puede a veces funcionar sin que estemos conscientes de
cómo está funcionando.
El
argumento de la experiencia personal. Los cristianos tienen una «percepción
espiritual», una conciencia interna de la presencia de Dios en la experiencia
de la adoración y la oración. En este profundo nivel interno a veces nos
podemos sentir espiritualmente angustiados o deprimidos, o quizá percibir la
presencia de fuerzas demoníacas hostiles. Con frecuencia esta percepción es
distinta de nuestro proceso de pensamiento racional y consciente. Pablo se dio
cuenta que a veces su espíritu oraba, pero su mente no entendía (1ª Co 14: 14).
¿Pero
ocurre esa percepción espiritual interna en algo que no es lo que la Biblia
llama «alma»? Si nosotras usáramos el vocabulario de María, nos sentiríamos
felices diciendo: «Mi alma glorifica al Señor» (Lc 1: 46). David diría: «Alaba,
alma mía, al Señor» (Sal 103: 1). Jesús nos diría que amemos a Dios con toda el
alma (Mr 12: 30). El apóstol Pablo usa la palabra espíritu, pero es simplemente
una diferencia en terminología y no se refiere a una parte diferente del
hombre.
Hay un
«espíritu» dentro de nosotros que puede percibir cosas en la esfera espiritual
(note Ro 8: 16; también Hch 17: 16), pero podríamos muy bien llamarlo «alma» y
estar refiriéndonos a la misma cosa, porque las Escrituras emplean ambos
términos.
6. ¿QUÉ NOS HACE DIFERENTES DE LOS ANIMALES?
Es
cierto que contamos con capacidades espirituales que nos hacen diferentes de
los animales: Lo Tenemos la capacidad de relacionamos con Dios mediante la
adoración y la oración, y disfrutamos de vida espiritual en comunión con Dios
quien es Espíritu.
Pero
no debiéramos dar por sentado que tenemos un elemento diferente llamado
«espíritu» que nos permite hacer esto, porque con la mente podemos amar a Dios,
leer y entender sus palabras, y creer que su Palabra es verdad. Con el alma
podemos adorar a Dios y regocijamos en él (vea más atrás). Nuestros cuerpos
también resucitarán y vivirán con Dios para siempre.
Por
tanto, no tenemos que decir que tenemos otra parte que es diferentes del alma y
el cuerpo y que nos hace diferentes de los animales, porque el alma y el cuerpo
(incluyendo la mente) se relacionan con Dios en formas que los animales no
pueden. Más bien, lo que nos hace diferentes de los animales son las facultades
espirituales que Dios ha dado al cuerpo y al alma (o espíritu).
La
cuestión de si un animal tiene «alma» depende de cómo definamos el alma.
Si
definimos que el «alma» es el «intelecto, las emociones y la voluntad», tenemos
que concluir que al menos los animales superiores tienen alma. Pero si
definimos el «alma», como lo hemos hecho en este capítulo, como el elemento
inmaterial de nuestra naturaleza que se relaciona con Dios (Sal 103: 1; Lc 1:
46;) y vive para siempre (Ap 6;9), los animales no tienen alma.
El
hecho de que la palabra hebrea nefésh, «alma», se usa a veces en relación con
los animales (Gn 1: 21; 9: 4) muestra que la palabra puede a veces significar
solo «vida», pero no quiere decir que los animales tengan la misma clase de
alma que el hombre."
NOTA: Vea el capítulo 21, pp. Sobre las numerosas
diferencias entre los seres humanos y los animales.
De hecho, un pasaje incluso especula acerca del
«[espíritu] de los animales» en contraste con el «espíritu del hombre» (Ec 3:
21), pero en el contexto (vv. 18-22) se está expresando una perspectiva mundana
y cínica que muestra la vanidad de la vida y argumenta que el hombre solo es
una bestia (v. 18). En el contexto general del libro no está claro si esto es
algo que el autor está animando que los lectores crean.
7. ¿SE VIVIFICA NUESTRO ESPÍRITU EN LA REGENERACIÓN?
El
espíritu humano no es algo que está muerto en el inconverso y se vivifica
cuando alguien confía en Cristo. La Biblia dice que los incrédulos tienen un
espíritu que obviamente está vivo, pero que vive en un estado de rebelión
contra Dios, como Sehón, rey de Hesbón (Dt 2: 30: «Dios había endurecido su
espíritu» RVR 1960), Nabucodonosor (Dn 2: 20: «Su espíritu se endureció en su
orgullo» RVR 1960) o el pueblo infiel de Israel (Sal 78: 8: «Ni fue fiel para
con Dios su espíritu»).
Cuando
Pablo dice que «el espíritu vive a causa de la justicia» (Ro 8:10, RVR 1960),
aparentemente quiere decir «vivo para Dios», pero eso no implica que nuestro
espíritu estuviera completamente «muerto» antes, sino que no tenían comunión
con Dios y estaban muertos en ese sentido.
De la
misma forma, todos nosotros como personas estábamos «muertos» en
«transgresiones y pecados» (Ef. 2: 1), pero fuimos vivificados para Dios, y
ahora debemos consideramos «muertos al pecado, pero vivos para Dios» (Ro 6:
11).
No es
que solo una parte de nosotros (llamada espíritu) ha sido vivificada, sino que
nuestro ser como un todo es una «nueva creación» en Cristo (2ª Co 5: 17).
8. CONCLUSIÓN.
Aunque
los argumentos a favor de la tricotomía tienen cierta fuerza, ninguno ofrece
una evidencia concluyente que pueda superar el amplio testimonio de las
Escrituras que muestra que los términos alma y espíritu son con frecuencia
intercambiables y en muchos casos sinónimos.
Podemos
también notar la observación que hace Louis Berkhof sobre el origen de la
tricotomía:
La Concepción Tripartita Del Hombre Se Originó Con La Filosofía Griega,
Que Concebía Las Relaciones Entre El Cuerpo Y El Espíritu Del Hombre En Base A
La Analogía De Las Relaciones Existentes Entre El Universo Material Y Dios.
Se Pensaba Que, Así Como Estos Últimos Solo Podían Entrar En Comunión
Entre Sí Por Medio De Una Tercera Sustancia O De Un Ser Intermediario, Los
Primeros Solo Podían Entrar En Una Relación Vital Entre Sí Por Medio De Un
Tercer Elemento O Intermediario, Esto Es, El Alma.
Algunos
defensores de la tricotomía tienen todavía hoy la tendencia de adoptar un error
relacionado con esto que se encontraba también en la filosofía griega: el
concepto de que el mundo material, incluyendo nuestros cuerpos, son
esencialmente malos y algo de lo que hay que escapar.
El
peligro está en decir que la esfera del «espíritu» es lo único que es de verdad
importante, con una depreciación resultante del valor de nuestros cuerpos
físicos creados por Dios y que «era muy bueno» (Gn 1: 31), y que es, por tanto,
algo que podemos presentar a Dios en sacrificio y servicio para él (Ro 12:1).
NOTA: Otra interpretación común de Romanos 8: 10 es
que Pablo no se está hablando para nada de nuestros espíritus humanos, sino que
pneuma aquí se refiere al Espíritu Santo, como en los versículos 9 y 11, de
modo que la frase quiere decir que «el Espíritu es vida [para ustedes] a causa
de la justicia» (vea la traducción de la NVI): vea Douglas
La
tricotomía puede también tener una tendencia anti-intelectual. Si pensarnos que
el espíritu es el elemento nuestro que se relaciona más directamente con Dios,
y si pensarnos que el espíritu es algo distinto de nuestro intelecto, emociones
y voluntad, podernos caer fácilmente en una clase anti-intelectual de
cristianismo que piensa que el trabajo académico diligente es de cierta manera
menos «espiritual», una perspectiva que contradice el mandamiento de Jesús de
amar a Dios con toda nuestra «mente» (Mr 12: 30) y el deseo de Pablo de que
llevemos «cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo» (2ª Co 10:5).
Semejante
separación de la esfera del «espíritu» de la esfera del intelecto puede llevar
fácilmente al descuido de la sana doctrina o de la necesidad de la enseñanza
intensiva y el conocimiento de la Palabra de Dios, en contradicción con la meta
de Pablo de que él ministraría al pueblo de Dios para profundizar su «fe» y su
«conocimiento de la verdad que es según la piedad» (Tit 1:1, RVR 1960; cf. v.
9).
Del
mismo modo, si pensarnos que nuestro espíritu es una parte diferente de nosotros
relacionada más directamente con Dios, podernos fácilmente empezar a descuidar
el papel del estudio de la Biblia y la sabiduría madura para la torna de
decisiones, y llevar a la excesiva dependencia del discernimiento «espiritual»
en la esfera de la dirección, un énfasis que ha llevado, a lo largo de la
historia de la iglesia, a muchos cristianos fanáticos a la enseñanza falsa y a
prácticas incorrectas.
Por
último, la tricotomía puede llevamos sutilmente a pensar que nuestras emociones
no son importantes o no son de verdad espirituales, puesto que se piensa que
son una parte del alma, no del espíritu.
Por
otro lado, si apoyarnos el punto de vista de la dicotomía que defiende una
unidad general del hombre, resultará mucho más fácil evitar el error de menospreciar
el valor de nuestro intelecto, nuestras emociones y el cuerpo fisico. No
pensaremos que nuestros cuerpos son algo inherentemente malo o de poca
importancia.
Tal
perspectiva de la dicotomía dentro de la unidad nos ayudará también a recordar
que, en esta vida, hay una interacción continua entre cuerpo y espíritu, y que
se afectan el uno al otro: «Gran remedio es el corazón alegre, pero el ánimo
decaído seca los huesos» (Pr 17: 22).
Además,
hacer hincapié de forma saludable en la dicotomía dentro de una unidad general
nos recuerda que el crecimiento cristiano debe incluir a todos los aspectos de
nuestra vida. Estarnos llamados a purificamos «de todo lo que contamina el
cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación»
(2ª Co 7: 1).
Debemos
crecer en el «conocimiento de Dios» (Col 1: 10), y nuestras emociones y deseos
deben conformarse cada vez más a los deseos del Espíritu (Gá 5: 17), lo que
trae consigo un aumento creciente en emociones piadosas como la paz, el gozo,
el amor etc. (Gá 5: 22).
14Aunque
muchos pasajes de las Escrituras nos recuerdan que nuestros cuerpos y espíritus
interactúan el uno con el otro y se afectan el uno al otro, las Escrituras no
nos dicen mucho cómo lo hacen. Berkhof sabiamente dice:
«El
cuerpo y el alma son sustancias distintas que interactúan, aunque su manera de
hacerlo escapa al escrutinio humano y permanece como un misterio para
nosotros,) (Systematic Theology, p. 195).
NOTA: Algunas personas objetarán diciendo que el
amor no es simplemente una emoción, porque la vemos en acción y con frecuencia
podemos llevar a cabo acciones amorosas a favor de otros aunque no sintamos
amor hacia ellos.
Yo estoy de acuerdo con esto, pero hay ciertamente
un componente emocional en el amor-podemos sentir amor hacia otros y
perderíamos mucho de la riqueza de nuestra relación con Dios y con otros si
tratáramos de negar esto.
E. LAS ESCRITURAS HABLAN DE UNA
PARTE INMATERIAL DEL HOMBRE QUE PUEDE EXISTIR SIN EL CUERPO
Un
cierto número de filósofos que no son cristianos han combatido vigorosamente la
idea de que el hombre tenga una parte inmaterial llamada alma o espíritu. Quizá
en parte como respuesta a esa crítica, a algunos teólogos evangélicos se les ha
visto titubear en la afirmación de la dicotomía en la existencia humana.
En su
lugar han afirmado repetidas veces que la Biblia contempla al hombre como una
unidad, un hecho que es cierto, pero que no debiera usarse para negar que las
Escrituras también ven la naturaleza unificada del hombre compuesta de dos
elementos diferentes. Por supuesto, algunos filósofos que asumen que no hay
esfera espiritual más allá del alcance de la percepción de nuestros sentidos -y
que partiendo de esa suposición argumentan que no hay Dios, cielo, ángeles ni
demonios porque no los perciben nuestros sentidos- usan argumentos similares
para negar la existencia de un alma dentro de los seres humanos.
La
percepción de que tenemos un espíritu o alma pertenece a la esfera de lo
espiritual e invisible, y es, aun en los cristianos, generalmente solo una
percepción débil y subjetiva. Por tanto, nuestro conocimiento de la existencia
del alma humana debemos basarlo primariamente en las Escrituras, en las cuales
Dios claramente testifica de la existencia de esta parte inmaterial de nuestro
ser. El hecho de que esta verdad acerca de nuestra existencia no pueda
conocerse con claridad aparte del testimonio de las Escrituras no debiera hacer
que nos privemos de afirmarla.
Las
Escrituras son muy claras en cuanto a que tenemos un alma que nos es lo mismo
que nuestro cuerpo fisico, y que no solo puede funcionar un tanto
independientemente de nuestro proceso de pensamiento ordinario (1ª Co 14: 14;
Ro 8: 16), sino que también, cuando morimos, puede continuar actuando
conscientemente y relacionándose con Dios aparte de nuestro cuerpo fisico.
Jesús
le dijo al malhechor moribundo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el
paraíso» (Lc 23: 43), aun cuando, en ambos casos, sus cuerpos muy pronto iban a
estar muertos. Cuando Esteban estaba muriendo, sabía que pasaría inmediatamente
a la presencia del Señor, porque oró diciendo: «Señor Jesús, recibe mi
espíritu» (Hch 7: 59).
Pablo
no le temía a la muerte, porque dice: «[Mi] deseo [es] partir y estar con
Cristo, lo cual es muchísimo mejor» (Fil1: 23). Lo compara con permanecer en
esta vida, lo que llama «quedar en la carne» (Fil 1: 24, RVR 1960). En
realidad, está diciendo, «preferiríamos ausentarnos de este cuerpo y vivir
junto al Señor» (2ª Co 5: 8), lo que indicaba su confianza de que cuando
muriera físicamente, su espíritu iría a la presencia del Señor y allí
disfrutaría enseguida de la comunión con el Señor.
El
libro de Apocalipsis nos recuerda que «las almas de los que habían sufrido el
martirio por causa de la palabra de Dios y por mantenerse fieles en su
testimonio» (Ap 6 :9) están en el cielo y pueden clamar a Dios que haga
justicia en la tierra (Ap 6:10; cf. también
20:4).
Por
tanto, aunque tenemos que estar de acuerdo que, en esta vida, las Escrituras
nos contemplan como una unidad en la que el cuerpo y el espíritu actúan juntos
como una persona, habrá un tiempo entre nuestra muerte y el día del regreso de
Cristo cuando nuestro espíritu existirá temporalmente aparte de nuestro cuerpo
fisico.
F. ¿DE DÓNDE PROCEDE EL ALMA?
¿Cuál
es el origen de las almas de cada uno de nosotros? Dos perspectivas han sido
comunes en la historia de la iglesia.
El
creacionismo es el punto de vista de que Dios crea un alma para cada persona y
la envía al cuerpo de esa persona en algún momento entre la concepción y el
nacimiento.
El
traducianismo (o generacionismo), por su parte, sostiene que el alma y el
cuerpo de un niño llegan como herencia de los padres en el momento de la
concepción.
Ambas
perspectivas han tenido numerosos defensores en la historia de la iglesia, y el
creacionismo ha terminado siendo la perspectiva prevaleciente en la Iglesia
Católica Romana. Lutero se mostró a favor del traducianismo, mientras que
Calvino abogó por el creacionismo. Por otro lado, ha habido algunos teólogos
calvinistas posteriores, tales como Jonathan Edwards y A. H. Strong que
favorecieron el traducianismo (como lo hacen hoy la mayoría de los luteranos).
El creacionismo ha tenido también muchos defensores entre los evangélicos de
hoy.
Está
también el punto de vista bastante popular de la preexistencia, esto es, que
las almas de las personas existen en el cielo desde mucho antes de que sus
cuerpos sean concebidos en el vientre de sus madres, y que entonces Dios envía
el alma a la tierra para que se una con el cuerpo del bebé al ir creciendo éste
en el vientre. Pero este punto de vista no lo defienden los teólogos católicos
y los protestantes tampoco y está peligrosamente relacionado con las ideas de
la reencarnación que encontramos en las religiones orientales.
Además,
no hay apoyo para este punto de vista en las Escrituras. Antes que fuéramos
concebidos en el vientre de nuestras madres, no existíamos. No éramos nada. Por
supuesto, Dios podía contemplar el futuro y sabía que existiríamos, pero eso
está muy lejos de decir que existíamos en tiempos remotos. Una idea así
tendería a hacemos ver esta vida presente como algo de transición o poco
importante y nos llevaría a pensar que la vida en este cuerpo es menos
deseable, y que tener hijos y criarlos es menos importante.
Podemos
decir a favor del traducianismo que Dios creó al hombre a su propia imagen (Gn
1: 27), y que esto incluye una semejanza a Dios en su maravillosa facultad de
«crear» otros seres humanos como nosotros mismos. Por tanto, así como el resto
del mundo de los animales y las plantas tienen descendientes «según su especie»
(Gn 1: 24), también Adán y Eva fueron capaces de tener hijos que fueran como
ellos mismos, con una naturaleza espiritual y un cuerpo fisico.
Entonces
implica que el espíritu o el alma de los hijos de Adán y Eva se derivaban de
Adán y Eva mismos. Además, las Escrituras pueden a veces decir que los
descendientes estaban de alguna forma presentes en el cuerpo de alguien de la
anterior generación, como cuando el autor de Hebreos dice que cuando
Melquisedec se encontró con Abraham ya «Leví estaba presente en su antepasado
Abraham cuando Melquisedec le salió al encuentro» (He 7: 10).
Por
último, el traducianismo podría explicar cómo puede pasar el pecado de los
padres a los hijos sin hacer a Dios directamente responsable por la creación de
un alma que es pecaminosa o que tiene una disposición tendiente a pecar.
Sin
embargo, los argumentos bíblicos a favor del creacionismo parecen abordar más
directamente al asunto y le dan un apoyo bastante fuerte a esta idea. Primero,
el Salmo 127 dice: «Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del
vientre son una recompensa» (Sal 127: 3).
Esto
indica que no solo el alma, sino toda la persona del hijo, incluyendo su
cuerpo, es un don de Dios. Desde este punto de vista, parece extraño pensar que
a la madre y al padre pueda atribuírseles algún aspecto de la existencia del
hijo. ¿No fue al Señor a quien David dice: «tu creaste mis entrañas; me
formaste en el vientre de mi madre» (Sal 139: 13)?
Isaías
dice que Dios «da aliento al pueblo que mora sobre ella, y espíritu a los que
por ella andan» (Is 42: 5, RVR 1960). Zacarías se refiere a Dios como el que
«forma el espíritu del hombre dentro de él» (Zac 12:1, RVR 1960). El autor de
Hebreos habla de Dios como el «Padre de los espíritus» (He 12: 9). Al leer
estos versículos resulta difícil escapar a la conclusión que Dios es quien crea
nuestro espíritu o alma.
Pero
debemos ser cuidadosos al sacar conclusiones basadas en esta información.
Nuestras
reflexiones sobre la doctrina de la providencia en el capítulo 16 demostraron
que Dios generalmente actúa por medio de causas secundarias. Dios con
frecuencia consigue los resultados que busca por medio de las acciones de los
seres humanos. Esto es ciertamente así en la concepción y crianza de los hijos.
Aun si
decimos que Dios no crea almas individuales para los seres humanos antes de que
estos nazcan, y que él es el que permite que los niños sean concebidos y
nazcan, debemos también reconocer que sin la unión fisica del hombre y de la
mujer en la concepción de un hijo, ¡no nace ningún niño! De manera que no
debemos caer en el error de decir que el padre y la madre no tienen nada que
ver en la creación de un hijo.
Aun si
decimos que Dios es el «Padre de los espíritus» y el Creador de toda alma
humana, así como es el Creador y Hacedor de cada uno de nosotros, todavía
tenemos que afirmar que Dios lleva a cabo su actividad creadora por medio del
proceso maravilloso de la procreación humana.
Si
Dios involucra al padre y a la madre humanos hasta cierto grado en el proceso
de la creación del alma así como del cuerpo, nos es imposible decirlo. Es algo
que sucede en el ámbito invisible del espíritu, sobre el cual no tenemos
información aparte de las Escrituras. Y en este punto las Escrituras no nos dan
suficiente información para poder determinarlo. Sin embargo, debemos decir que
los argumentos mencionados arriba a favor del traducionismo no son muy
convincentes.
El
hecho de que Adán y Eva tuvieron hijos a su propia imagen (vea Gn 5: 3) podría
sugerir que los hijos de alguna manera heredan un alma de sus padres, pero
también podría indicar que Dios le da un alma individualmente creada al hijo y
que esa alma es coherente con los rasgos hereditarios y características de
personalidad que Dios le permite a ese hijo tener por descender de esos padres.
La idea de que Leví estaba todavía en el cuerpo de Abraham (He 7: 10) la
entendemos mejor en un sentido representativo o figurado, no en un sentido literal.
Además, no está hablando solo acerca del alma
de Leví en este caso, sino de Leví mismo, como una persona total, incluyendo su
cuerpo y alma, aunque el cuerpo de Leví no estaba ciertamente presente en un
sentido físico en ningún sentido significativo en el cuerpo de Abraham, porque
no había ninguna combinación de genes distintiva en ese momento que dijera que
eran las de Leví y no la de otra persona.
Por
último, puesto que Dios hace que sucedan los acontecimientos en el mundo fisico
que son coherentes con las decisiones voluntarias de los seres humanos, no
parece que haya ninguna verdadera dificultad teológica en decir que Dios da a
cada hijo un alma humana que tiene tendencias a pecar que son similares a las
tendencias que encontramos en los padres.
De
hecho, leemos en los Diez Mandamientos que Dios visita «la maldad de los padres
sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen»
(Éx 20: 5, RVR 1960), y, muy aparte de la cuestión del alma humana, sabemos por
la experiencia humana que los hijos en realidad tienden a imitar los rasgos de
personalidad tanto buenos como malos de la vida de los padres, no solo como un
resultado de la imitación sino también debido a la disposición hereditaria.
Porque
el hecho de que Dios da a cada niño un alma humana que está en armonía con la
imitación de los padres que vemos en la vida de los hijos sería una indicación
de que Dios, al crear un alma humana, actúa coherentemente con la manera en que
actúa en relación con la raza humana en otros asuntos también.
En
conclusión, parece que es dificil de evitar el testimonio de las Escrituras de
que en efecto Dios activamente crea cada alma humana del mismo modo que está
activo en todos lo que sucede en la creación. Pero no encontramos explicado en
las Escrituras hasta qué grado permite él el uso de causas intermedias o
secundarias (esto es, la herencia de los padres). Por tanto, no parece que sea
provechoso el dedicar más tiempo a especular sobre esa cuestión
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. En su propia experiencia cristiana, ¿está consciente de que usted es
algo más que un cuerpo físico, de que tiene una parte inmaterial que podría muy
bien ser llamada alma o espíritu? ¿En qué momentos está usted especialmente
consciente de la existencia de su espíritu? ¿Puede usted describir cómo es eso
de que el Espíritu Santo da testimonio a su espíritu de que usted es un hijo de
Dios (Ro 8: 16), o tener en su espíritu conciencia de la presencia de Dios Gn
4: 23; Fil 3: 3), o estar angustiado en su espíritu Gn 12: 27; 13: 21; Hch. 17:
16; 2ª Co 2: 13), o tener uno su espíritu adorando a Dios (Lc 1: 47; Sal 103:
1), o amar a Dios con toda el alma (Mr 12: 30)? Por otra parte, ¿hay momentos
cuando se siente espiritualmente apagado o insensible? ¿Piensa usted que un
aspecto del crecimiento cristiano podría incluir una creciente sensibilidad al
estado de su alma o espíritu?
2. Antes de leer este capítulo, ¿se inclinaba usted por la dicotomía o la
tricotomía? ¿Cuál es su punto de vista? Si usted ha cambiado al punto de vista
de la dicotomía después de leer este capítulo, ¿cree usted que tendrá un
aprecio más elevado por las actividades de su cuerpo, su mente y sus emociones?
Si se inclina por la tricotomía, ¿cómo puede protegerse en contra de algunos de
los peligros mencionados en este capítulo?
3. Cuando uno está orando o cantando alabanzas a Dios, ¿basta con cantar o
decir palabras, sin estar consciente de lo que está diciendo? ¿Es suficiente
estar consciente de lo que uno está diciendo sin de verdad sentirlo? Si usted
de verdad está diciendo las palabras con todo su ser, ¿qué aspectos de su
persona participan en una oración y adoración genuinas? ¿Cree usted que a veces
tiende a descuidar uno u otro aspecto?
4. Puesto que las Escrituras nos animan a crecer en santidad en nuestro
cuerpo así como en nuestro espíritu (2ª Co 7: 1), ¿qué significaría
específicamente para usted ser obediente a ese mandamiento?
TÉRMINOS ESPECIALES
Alma,
creacionismo, dicotomía, espíritu, monismo, traducianismo, tricotomía
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Corintios 7:1: Como Tenemos Estas Promesas, Queridos Hermanos,
Purifiquémonos De Todo Lo Que Contamina El Cuerpo Y El Espíritu, Para Completar
En El Temor De Dios La Obra De Nuestra Santificación.
CAPÍTULO 4
EL PECADO
¿QUÉ ES EL PECADO? ¿DE
DÓNDE VIENE? ¿HEREDAMOS LA NATURALEZA PECAMINOSA DE ADÁN? ¿HEREDAMOS LA CULPA
DE ADÁN?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
A. LA DEFINICIÓN DE PECADO
La
historia de la raza humana aparece en las Escrituras primariamente como la
historia del hombre en un estado de pecado y rebelión contra Dios y del plan de
redención de Dios para llevar al hombre de regreso a la comunión con él. Por
tanto, es apropiado considerar ahora la naturaleza del pecado que separa al
hombre de Dios.
Podemos
definir el pecado de la siguiente manera: El pecado es no conformarnos a la ley
moral de Dios en acciones, actitudes o naturaleza. Lo definimos aquí en
relación con Dios y su ley moral.
El
pecado incluye no solo las acciones individuales tales como robar o mentir o
matar, sino también las actitudes que son contrarias a las actitudes que Dios
requiere de nosotros. Esto lo vemos ya en los Diez Mandamientos, los cuales no
solo prohíben acciones pecaminosas sino también actitudes erróneas: «No
codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su
esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca» (Éx 20:17).
Aquí
Dios especifica que el deseo de robar o de cometer adulterio es también pecado
ante sus ojos. El Sermón del Monte también prohíbe actitudes pecaminosas tales
como el enojo (Mt 5:22) y la lujuria (Mt 5: 28). Pablo menciona actitudes tales
como los celos, el enojo, el egoísmo (Gá 5: 20) como cosas que son las obras de
la carne opuestas a los deseos del Espíritu (Gá 5: 20). Por tanto, una vida que
agrada a Dios tiene pureza moral no solo en las acciones, sino también en los
deseos del corazón.
De
hecho, el más grande de los mandamientos requiere que tenga el corazón lleno de
una actitud de amor a Dios: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda
tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mr 12: 30).
La
definición de pecado que hemos dado arriba especifica que el pecado es no
conformamos con la ley moral de Dios no solo en acción y actitud, sino también
en nuestra naturaleza moral. Nuestra misma naturaleza, el carácter interno que
es la esencia de quienes somos como personas, también puede ser pecaminosa.
Antes de que Cristo nos redimiera, no solo cometíamos acciones pecaminosas y
teníamos actitudes pecaminosas, sino que éramos pecadores por naturaleza.
Por
eso Pablo puede decir que «cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por
nosotros » (Ro 5: 8), o que anteriormente, «como los demás, éramos por
naturaleza objetos de la ira de Dios» (Ef. 2: 3). Aun cuando está durmiendo, un
inconverso, aunque no esté cometiendo acciones pecaminosas ni cultivando
activamente actitudes pecaminosas, es un «pecador» a los ojos de Dios; todavía
tiene una naturaleza de pecado que no se conforma a la ley moral de Dios.
Se han
sugerido otras definiciones del carácter esencial del pecado. Probablemente la
definición más común es decir que la esencia del pecado es egoísmo.' Sin
embargo, esa definición es insatisfactoria porque:
(1) Las Escrituras mismas no definen el pecado de esa manera;
(2) Mucho del interés propio es bueno y está aprobado por las Escrituras,
como cuando Jesús manda que «acumulen para sí tesoros en el cielo" (Mt 6:
20), o cuando buscamos crecer en santificación y madurez cristiana (1 Ts 4: 3),
o aun cuando nos acercamos a Dios por medio de Cristo Jesús para nuestra
salvación. Dios sin duda apela a nuestro interés propio de personas pecaminosas
cuando dice: (Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta
perversa! ¿Por qué habrás de morir?) (Ez 33: 11).
Definir
el carácter esencial del pecado como egoísmo llevaría a muchas personas a
pensar que deben abandonar todo de beneficio personal, lo que es por supuesto
contrario a las Escrituras.'
(3) Mucho pecado no es egoísmo en el sentido ordinario del término, pues
las personas pueden mostrar una dedicación desinteresada a la religión falsa o
a la educación secular o humanista o a metas políticas que son contrarias a las
Escrituras, sin embargo esto no sería «egoísmo» en el sentido ordinario de la palabra.
Además, el odio a Dios, la idolatría y la incredulidad no son por lo general
frutos del egoísmo, pero son pecados graves.
(4) Una definición así podría sugerir que hay algo equivocado o pecaminoso
incluso en Dios, puesto que la meta más elevada de Dios en la búsqueda de su
propia gloria (Is 42:8; 43:7, 21; Ef 1:12).' Pero esa conclusión es claramente
errónea.
Es
mucho mejor definir el pecado en la manera en que las Escrituras lo hacen, en
relación con la ley moral de Dios y su carácter moral. Juan nos dice que «todo
el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de
la ley» (1ª Jun. 3: 4).
Cuando
Pablo busca demostrar la pecaminosidad universal de la humanidad, apela a la
ley de Dios, ya sea la ley escrita que fue dada a los judíos (Ro 2: 17-29) o la
ley no escrita que funciona en la conciencia de los gentiles quienes, mediante
su comportamiento, «muestran que llevan escrito en su corazón lo que la ley
exige, como lo atestigua su conciencia» (Ro 2:15). En cada caso su pecaminosidad
queda demostrada por su falta de conformidad con la ley moral de Dios.
Por
último, debiéramos notar que esta definición hace hincapié en la seriedad del
pecado. Nos damos cuenta por experiencia que el pecado es perjudicial para
nuestra vida, que nos trae dolor y consecuencias destructivas para nosotros y
para todos los que son afectados por él. Pero definir el pecado como la falta
de conformidad con la ley moral de Dios, es decir que el pecado es algo más que
doloroso y destructivo, que es también malo en el sentido más profundo de la
palabra.
En un
universo creado por Dios, no se debe aprobar el pecado. El pecado está en
directa oposición a todo lo que es bueno en el carácter de Dios, y así como
Dios necesaria y eternamente se deleita en sí mismo y en todo lo que él es,
también necesaria y eternamente aborrece el pecado. Es, en esencia, la
contradicción de la excelencia de su carácter moral. Contradice su santidad, y
tiene que aborrecerlo.
NOTA: Vea, por ejemplo, A. H. Strong, Systematic
Theology. P. 567-73. Sin embargo, Strong define el egoísmo es una manera muy
específica que es diferente del sentido ordinario del término cuando se usa
para hablar solo de interés propio o de interés propio a expensas de otra
persona. Strong considera el egoísmo como «la elección del yo como el fin
supremo lo cual constituye la antítesis del amor supremo a Dios» (p. 567) Y
como «la elección positiva y fundamental de preferir el yo en vez de a Dios,
como el objeto de afecto y del fin supremo del ser» (p. 572).
Al definir el egoísmo en relación con Dios, y
específicamente como lo opuesto a amar a Dios, y como lo opuesto al «amor de
aquello que es lo más característico y fundamental en Dios, es decir, su
santidad» (p. 567), Strong ha hecho en realidad el «egoísmo» aproximadamente
equivalente a nuestra definición (la falta de conformidad con la ley moral de
Dios), especialmente en el área de la actitud (lo cual, él explica, resulta en
acción).
Cuando Strong define el «egoísmo» de esta forma tan
poco usual, su definición no es en realidad incoherente con las Escrituras,
porque él está diciendo que el pecado es lo opuesto al gran mandamiento de amar
a Dios con todo tu corazón. El problema con esta definición, sin embargo, es
que usa la palabra egoísmo en una manera que no es entendida comúnmente, y, por
tanto, su definición de pecado queda con frecuencia abierta a ser malentendida.
Nuestro análisis en esta sección no es objetar al
pecado como egoísmo en el sentido poco usual que le da Strong, sino más bien en
la manera en que el término egoísmo es generalmente entendido.
Por supuesto, el egoísmo que busca nuestro propio
bien a expensas de otros es erróneo, y eso es lo que las Escrituras quieren
decir cuando nos dicen: «No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad
consideren a los demás como superiores a ustedes mismos» (Fil 2: 3). Con todo,
la distinción entre egoísmo en el sentido equivocado y el amor propio
bíblicamente iluminado no está claro en la mente de muchas personas.
B. EL ORIGEN DEL PECADO
¿De
dónde viene el pecado? ¿Cómo entró en el universo? Primero, debemos afirmar
claramente que Dios no pecó, y que no se le puede echar la culpa del pecado.
Fue el
hombre quien pecó, y fueron los ángeles los que pecaron, y en ambos casos lo
hicieron adrede y voluntariamente. Culpar a Dios por el pecado sería blasfemar
en contra del carácter de Dios. «Sus obras son perfectas, y todos sus caminos
son justos» (Dt 32: 4). Abraham pregunta con verdad y fuerza en sus palabras:
«El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?» (Gn 18: 25). Y Eliú dice
correctamente: «¡Es inconcebible que Dios haga lo malo, que el Todopoderoso
cometa injusticia!» Job 34: 10). De hecho, es incluso imposible que Dios desee
hacer el mal, «porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta
él a nadie» (Stg 1: 13).
Pero,
por otro lado, nos debemos guardar del error opuesto: sería erróneo que
dijéramos que hay un poder malo que existe eternamente en el universo similar o
igual al poder de Dios. Decir eso sería afirmar lo que es conocido como el
«dualismo» en el universo, es decir, la existencia de dos poderes igualmente
supremos, uno bueno y el otro malo.4 Tampoco debemos pensar que el pecado
sorprendió a Dios ni que es un reto ni que supera su omnipotencia o su control
providencial sobre el universo.
Por
tanto, aunque nunca debemos decir que Dios mismo pecó ni que él es el culpable
del pecado, debemos también afirmar que el Dios «que hace todas las cosas
conforme al designio de su voluntad» (Ef 1: 11), el Dios que «hace lo que
quiere con los poderes celestiales y con los pueblos de la tierra [y] no hay
quien se oponga a su poder ni quien le pida cuentas de sus actos» (Dn 4: 35),
estableció que el pecado entrara en el mundo, aunque no se deleita en ello y
aunque estableció que entrara por medio de las decisiones voluntarias de
criaturas morales.
NOTA: Vea las reflexiones sobre el dualismo en el
capítulo 15,
Vea el capítulo 16, para una consideración más
completa de la providencia de Dios en relación con el mal. "Tú no eres un
Dios que se complazca en lo malo» (Sal 5:4), sino que «aborrece a los que aman
la violencia» (Sal 11:5), de manera que Dios ciertamente no se complace en el
pecado; no obstante, para sus propios propósitos, y en una manera que todavía
permanece en gran medida como un misterio para nosotros, Dios estableció que el
pecado entrara en el mundo.
Aun
antes de la desobediencia de Adán y Eva, el pecado ya estaba presente en el
mundo angelical con la Caída de Satanás y los demonios: Pero con respecto a la
raza humana, el primer pecado fue el de Adán y Eva en el huerto del Edén (Gn 3:
1-19). El que ellos comieran del fruto del árbol del conocimiento del bien y
del mal es en muchos sentidos típico del pecado en general.
Primero, el pecado ataca la base del conocimiento, porque
da una respuesta diferente a la pregunta, «¿Qué es verdad». Mientras que Dios
había dicho que Adán y Eva morirían si comían del fruto del árbol (Gn 2: 17),
la serpiente dijo: «¡No es cierto, no van a morir!» (Gn 3:4). Eva decidió dudar
de la veracidad de la palabra de Dios y llevó a cabo un experimento para
comprobar si Dios les había dicho la verdad.
Segundo, el pecado ataca la base de las normas morales
porque da una respuesta diferente a la pregunta «¿Qué es lo bueno?» Dios había
dicho que era moralmente correcto para Adán y Eva no comer del fruto de aquel
árbol (Gn 2: 17). Pero la serpiente sugirió que estaría bien el comer, y que al
hacerlo Adán y Eva llegarían «a ser como Dios» (Gn 3: 5). Eva confió en su
propia evaluación de lo que era recto y de lo que sería bueno para ella, en vez
de permitir que la palabra de Dios definiera lo que era bueno o malo. «Vio que
el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era
deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió» (Gn 3:6).
Tercero, su pecado dio una respuesta diferente a la
pregunta «¿Quién soy yo?»
La
respuesta correcta era que Adán y Eva eran criaturas de Dios, dependientes de
él y subordinadas a él como Creador y Señor. Pero Eva, y luego Adán,
sucumbieron a la tentación de ser «como Dios» (Gn 3:5), con lo que intentaron
ponerse en el lugar de Dios.
Es
importante insistir en la veracidad histórica del relato de la Caída de Adán y
Eva. Así como la narración de la creación de Adán y Eva está ligada al resto de
la narrativa histórica del libro del Génesis,? también este relato de la Caída
del hombre, que sigue a la narración de la creación del hombre, el autor lo
presenta en una forma sencilla e histórica. Además, los autores del Nuevo
Testamento se basan en estos relatos para afirmar que «por medio de un solo
hombre el pecado entró en el mundo» (Ro 5: 12) e insisten en que «el juicio que
lleva a la condenación fue el resultado de un solo pecado» (Ro 5: 16) y que «la
serpiente con su astucia engañó a Eva» (2ª Co 11: 3; 1ª Ti 2: 14).
La
serpiente, sin duda alguna, era una serpiente física auténtica, pero que
hablaba porque Satanás con su poder lo hacía por medio de ella (Gn 3: 15 con Ro
16: 20; también Nm 22: 28-30; Ap 12: 9; 20: 2).
Por
último, debiéramos notar que todo pecado es en última instancia irracional.
No
tenía sentido que Satanás se rebelara contra Dios con la expectativa de poder
exaltarse por encima de Dios. Como tampoco tuvo sentido que Adán y Eva pensaran
que podía haber alguna ganancia en desobedecer las palabras de su Creador.
Estas
fueron decisiones necias. La persistencia de Satanás de seguir rebelándose en
contra de Dios es todavía una decisión insensata, como lo es la decisión de los
seres humanos de continuar en un estado de rebelión contra Dios. No es una
decisión sabia, pero «dice el necio en su corazón: "No hay Dios"»
(Sal 14: 1). Es el «necio» en el libro de Proverbios el que temerariamente se
mete en toda clase de pecados (vea Pr 10: 23; 12: 15; 14: 7, 16; 15: 5; 18:
2;). Aunque las personas a veces se convencen a sí mismas de que tienen buenas
razones para pecar, cuando se examine a la fría luz de la verdad en el día del
juicio, se verá en cada caso que el pecado en última instancia no tiene
sentido.
NOTA: Vea las consideraciones sobre el pecado de
los ángeles en el capítulo 20,
Vea también el capitulo 15, sobre la necesidad de
insistir en la historicidad de Adán y Eva como personas especificas.
C. LA DOCTRINA DEL PECADO HEREDADO
¿Cómo
nos afecta el pecado de Adán? Las Escrituras nos enseñan que heredamos el
pecado de Adán en dos formas.
1. HEREDAMOS LA CULPA: SOMOS DECLARADOS
CULPABLES A CAUSA DEL PECADO DE ADÁN.
Pablo
explica los efectos del pecado de Adán de la siguiente manera: «Por medio de un
solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la
muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron»
(Ro 5: 12).
El contexto
nos dice que Pablo no está hablando de los pecados que las personas cometen
cada día, porque todo el párrafo (Ro 5: 12-21) está haciendo una comparación
entre Adán y Cristo. Nos está diciendo que por medio del pecado de Adán la
muerte se extendió a todos los hombres pues todos pecaron.
La
idea de que «todos pecaron» significa que Dios piensa de nosotros como que
todos pecamos cuando Adán desobedeció, queda aun más recalcado en los dos
siguientes versículos, donde Pablo dice:
Antes De Promulgarse La Ley, Ya Existía El Pecado En El Mundo. Es Cierto
Que El Pecado No Se Toma En Cuenta Cuando No Hay Ley; Sin Embargo, Desde Adán
Hasta Moisés La Muerte Reinó, Incluso Sobre Los Que No Pecaron Quebrantando Un
Mandato, Como Lo Hizo Adán, Quien Es Figura De Aquel Que Había De Venir. (Ro 5:
13-14).
Pablo
nos está diciendo aquí que desde el tiempo de Adán al tiempo de Moisés, las
personas no tenían la ley escrita de Dios. Sus pecados no fueron «tomados en
cuenta» (como infracciones de la ley), pero no obstante murieron. El hecho de
que murieron es una buena prueba de que Dios los consideró culpables en base
del pecado de Adán.
NOTA: Estoy usando la frase “pecado heredado"
más bien que la designación más común de (pecado original), porque la frase
«pecado original, parece que se malentiende con facilidad en su referencia al
primer pecado de Adán, más bien que a nuestro pecado como un resultado de la
caída de Adán (tradicionalmente e! significado técnico).
La frase «pecado heredado» se entiende mucho mejor
y está menos sujeta a malentendidos. Algunos pueden objetar que, hablando
técnicamente, no «heredamos» culpa porque es algo que Dios nos ha imputado
directamente y no nos ha llegado por medio de la herencia de nuestros padres
como sucede con la tendencia a las acciones pecaminosas (llamadas
tradicionalmente «contaminación original», y que aquí las llamamos «corrupción
heredada»).
Pero el hecho de que nuestra culpa legal la
heredamos directamente de Adán y no por medio de una línea de antepasados no
hace que sea dada. La culpa es nuestra porque perteneció a nuestro primer
padre, Adán, y la heredamos de él.
EI aoristo de indicativo de! verbo hemarton en las
narrativas históricas indica una acción pasada completada.
Pablo está diciendo aquí que algo sucedió y que fue
completado en el pasado, esto es, «porque todos pecaron».
Pero no era cierto que todos los hombres hubieran
cometido acciones pecaminosas en el tiempo en que Pablo estaba escribiendo,
pero algunos incluso ni siquiera habían nacido, y muchos otros habían muerto en
la infancia antes de cometer ningún acto consciente de pecado.
De modo que lo que Pablo está diciendo es que
cuando Adán pecó, Dios consideró cierto que todos los hombres pecaron en Adán.
La
idea de que Dios nos consideró culpables debido al pecado de Adán se sigue
reafirmando aun más en Romanos 5: 18-19:
Así Como Una Sola Transgresión Causó La Condenación De Todos, También Un
Solo (Acto De Justicia Produjo La Justificación Que Da Vida A Todos. Porque Así
Como Por La Desobediencia De Uno Solo Muchos Fueron Constituidos Pecadores,
También Por La Obediencia De Uno Solo Muchos Serán Constituidos Justos.
Pablo
está diciendo aquí explícitamente que por medio de la transgresión de un solo
hombre «muchos fueron constituidos [gr. kadsísthmi, que es también un aoristo
de indicativo que habla de una acción pasada completada] pecadores». Cuando
Adán pecó, Dios consideró pecadores a todos los descendientes de Adán. Aunque
nosotros todavía no existíamos, Dios, mirando al futuro y sabiendo que
existiríamos, empezó a considerarnos culpables como Adán.
Esto
es también coherente con la declaración de Pablo de que «cuando todavía éramos
pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Por supuesto, algunos de
nosotros ni siquiera existíamos cuando Cristo murió; pero, no obstante, Dios
nos consideró pecadores que necesitábamos salvación.
La
conclusión que podemos sacar de estos versículos es que todos los miembros de
la raza humana estaban representados por Adán en el momento de su prueba en el
huerto del Edén. Como nuestro representante, Adán pecó, y Dios nos consideró a
nosotros culpables como también a Adán. (Un término técnico que se usa a veces
en este contexto es imputar, que significa «atribuir a otro una culpa, delito o
acción reprobable»).
Dios
consideró que la culpa de Adán nos correspondía a nosotros, y puesto que Dios
es el Juez supremo de todas las cosas en el universo, y dado que sus
pensamientos son siempre correctos, la culpa es nuestra también. Dios
correctamente nos imputó la culpa de Adán.
A
veces a la doctrina del pecado que heredamos de Adán se le llama doctrina del
«pecado original». Como expliqué anteriormente/o no estoy usando esa expresión.
Si se
usa esa expresión, debiera recordarse que el pecado del que se habla no se
refiere al primer pecado de Adán, sino a la culpa y tendencia a pecar con las
que nacemos. Es «original» en el sentido de que procede de Adán, y es también
original en que lo tenemos desde el comienzo de nuestra existencia como
personas, pero es con todo del pecado nuestro, no del pecado de Adán, de lo que
se habla.
Paralela
a la frase «pecado original» está la frase «culpa original». Esto es ese
aspecto de la herencia de pecado de Adán de la que hemos estado hablando
arriba, el concepto de que heredamos la culpa de Adán.
Cuando
nos enfrentamos por primera vez a la idea de que se nos considera culpables por
causa del pecado de Adán, nuestra tendencia es a protestar porque nos parece
injusto. En realidad no decidimos pecar, ¿no es cierto? ¿Cómo entonces se nos
puede considerar culpables? ¿Es justo que Dios así actúe?
Podemos
decir tres cosas para responder a esto:
(1) Todo el que protesta diciendo que esto es injusto olvida que él también
ha cometido voluntariamente muchos auténticos pecados por los cuales Dios
también lo considera culpable. Estos constituirán la base primaria sobre la que
se nos juzgará en el día final, porque Dios «pagará a cada uno según 10 que
merezcan sus obras» (Ro 2: 6), y «el que hace el mal pagará por su propia
maldad» (Col 3: 25).
(2) Además, algunos han argumentado, «si hubiéramos estado en el lugar de
Adán, también habríamos pecado como él 10 hizo, y nuestra subsiguiente rebelión
contra Dios 10 demuestra». Pienso que esto es probablemente cierto, pero no
parece ser un argumento concluyente, porque supone demasiado acerca de lo que
podía haber sucedido o no sucedido. Esa incertidumbre puede que no ayude mucho
a aliviar el sentido de que hay injusticia de algunos.
(3) La respuesta más persuasiva a esta objeción es señalar que si pensamos
que es injusto estar representados por Adán, debiéramos también pensar que es
injusto estar representados por Cristo y que Dios anote a nuestro favor su
justicia. Porque el procedimiento que Dios usó fue el mismo, y eso es
exactamente lo que Pablo está diciendo en Romanos 5: 12-21: «Porque así como
por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también
por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos» (Ro 5: 19).
Adán
nuestro primer representante, pecó, y Dios nos consideró a nosotros culpables.
Pero Cristo, el representante de todos los que creen en él, obedeció a Dios
perfectamente, y Dios nos considera justos. Esta es sencillamente la manera en
que Dios estableció que funcionara la raza humana.
Dios
considera a la raza humana como un todo orgánico, representada por Adán como su
cabeza. Y Dios también tiene a la nueva raza de cristianos, a los que son
redimidos por Dios, como un todo orgánico, una unidad representada por Cristo
como cabeza de su pueblo.
Sin
embargo, no todos los teólogos evangélicos están de acuerdo en que se nos
considera culpables a causa del pecado de Adán. Algunos, especialmente los
teólogos arminianos, piensan que esto sería injusto de parte de Dios y no creen
que Pablo lo esté enseñando en Romanos 5. 11 No obstante, evangélicos de todas
las denominaciones sí están de acuerdo en que recibimos una disposición
pecaminosa o una tendencia al pecado como una herencia de Adán, tema que vamos
a considerar a continuación.
2. CORRUPCIÓN HEREDADA: TENEMOS UNA NATURALEZA PECAMINOSA A CAUSA DEL
PECADO DE ADÁN.
Además
de la culpa legal que Dios nos imputa por causa del pecado de Adán, también
heredamos una naturaleza pecaminosa debido al pecado de Adán.
Esta
naturaleza pecaminosa heredada es llamada a veces el «pecado original» y a
veces se la llama con más precisión «contaminación original». Yo he usado en su
lugar la expresión «corrupción heredada» porque parece expresar más claramente
la idea específica que tenemos entre manos.
David
dice: «Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre» (Sal 51:
5). Algunos han pensado equivocadamente que lo que tenemos aquí es el pecado de
la madre de David, pero eso es incorrecto, porque nada en el contexto tiene que
ver con la madre de David. David está confesando su propio pecado personal a lo
largo de toda esta sección. Dice:
Ten Compasión De Mí, Oh Dios, Borra Mis Transgresiones.
Lávame De Toda Mi Maldad Y Límpiame De Mi Pecado.
Yo Reconozco Mis Transgresiones; Contra Ti He Pecado (Sal 51: 1-4)
David
está tan abrumado por sus sentimientos de culpabilidad que cuando examina su
vida se da cuenta de que ha sido pecador desde el principio. En todo lo que
recuerda de sí mismo, siempre ha tenido una naturaleza pecaminosa. De cuando
nació, dice: «Yo sé que soy malo de nacimiento».
Además,
aun antes de haber nacido tenía una disposición al pecado y afirma que en el
momento de la concepción tenía una naturaleza de pecador por que «pecador me
concibió mi madre» (Sal 51: 5). Esta es una declaración bien fuerte de la
tendencia al pecado heredada que está en nuestra vida desde el principio. Una
idea similar aparece en el Salmo 58:3: «Los malvados se pervierten desde que
nacen, desde el vientre materno se desvían los mentirosos».
Por
tanto, nuestra naturaleza incluye una disposición al pecado por lo que Pablo
puede afirmar que antes que fuéramos cristianos, «como los demás, éramos por
naturaleza objeto de la ira de Dios» (Ef 2: 3). Todos los que han criado hijos
pueden dar testimonio experimental de que todos nacemos con esa tendencia a pecar.
A los niños no hay que enseñarlos a hacer lo malo; lo descubren por sí mismos.
Lo que
nosotros tenemos que hacer como padres es enseñarlos a hacer lo bueno, criarlos
«según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6: 4).
Esta
tendencia al pecado heredada no quiere decir que los seres humanos son todo lo
malvados que podían ser. Las sujeciones de la ley civil, las expectativas de la
familia y de la sociedad, y la convicción de la conciencia humana (Ro 2: 14-15)
nos proveen de restricciones a las influencias de las tendencias pecaminosas
del corazón.
Por
tanto, por la «gracia común» de Dios (esto es, el favor inmerecido que él da a
todos los seres humanos), las personas han podido hacer mucho bien en cuanto a
la educación, el desarrollo de la civilización, el progreso científico y
tecnológico, el desarrollo de la belleza y las habilidades en las artes, el
desarrollo de leyes justas y actos generales de benevolencia y bondad humanas
hacia los demás.
De
hecho, cuanta más influencia cristiana haya en una sociedad en general, más
claramente se verá también la influencia de la «gracia común» en la vida de los
incrédulos.
Pero a
pesar de la capacidad de hacer el bien en muchos sentidos de la palabra,
nuestra corrupción heredada, nuestra tendencia a pecar, que recibimos de Adán,
significa que en 10 que a Dios le concierne no podemos hacer nada que le
agrade. Esto podemos ver en dos formas:
A. EN NUESTRAS NATURALEZAS
CARECEMOS TOTALMENTE DE BIEN ESPIRITUAL ANTE DIOS:
No es
cuestión de que algunas partes de nosotros sean pecaminosas y otras puras.
Más
bien, cada parte de nuestro ser está afectado por el pecado: nuestros
intelectos, emociones, deseos, corazones (el centro de nuestros deseos y de
toma de decisiones), nuestras metas y motivos e incluso nuestros cuerpos
físicos. Pablo dice: «Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa,
nada bueno habita» (Ro 7: 18), y, «para los corruptos e incrédulos no hay nada
puro.
Al
contrario, tienen corrompidas la mente y la conciencia» (Tit 1: 15). Además,
jeremías nos dice: «Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio.
¿Quién puede comprenderlo?» Ger 17: 9). En estos pasajes las Escrituras no
están negando que los incrédulos puedan hacer bien a la sociedad en algunos
sentidos; pero sí están negando que puedan hacer algún bien espiritual o ser
buenos en términos de relación con Dios.
Aparte
de la obra de Cristo en nuestra vida, somos como los demás incrédulos que «a causa
de la ignorancia que los domina y por la dureza de su corazón, éstos tienen
oscurecido el entendimiento y están alejados de la vida que proviene de Dios»
(Ef 4: 18).
B. EN NUESTRAS ACCIONES ESTAMOS TOTALMENTE INCAPACITADOS DE HACER EL
BIEN DELANTE DE DIOS:
Esta
idea está relacionada con la anterior. No solo somos pecadores que carecemos de
todo bien espiritual en nosotros, sino que también carecemos de la capacidad de
agradar a Dios y la posibilidad de acercamos a Dios por nosotros mismos.
Pablo
dice que «los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a
Dios» (Ro 8: 8). Además, en términos de llevar fruto para el reino de Dios y
hacer lo que le agrada a él, Jesús dice: «Separados de mí no pueden ustedes
hacer nada» Gen 15: 5). De hecho, los incrédulos no agradan a Dios, si no por
otra razón, simplemente porque sus acciones no se deben a que tengan fe en Dios
ni a que lo amen, y «sin fe es imposible agradar a Dios» (He 11: 6).
Refiriéndose
a cuando los lectores de Pablo eran incrédulos, Pablo les dice: «En otro tiempo
ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban»
(Ef. 2: 1-2). Los incrédulos están en un estado de esclavitud y sometimiento al
pecado, porque «todo el que peca es esclavo del pecado» Gn 8: 34). Aunque desde
un punto de vista humano las personas pueden ser capaces de hacer mucho bien,
Isaías afirma que «todos nuestros actos de justicia son como trapos de
inmundicia» (Is 64: 6; Ro 3: 9-20).
Los
incrédulos no pueden entender las cosas de Dios correctamente, porque «el
hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para
él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente» 1ª Co 2:14, RVR 1960).
Tampoco
podemos acudir a Dios por nuestros propios recursos, porque Jesús dijo: «Nadie
puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió» Gn 6: 44).
Pero
si tenemos una incapacidad total de hacer el bien espiritual a los ojos de
Dios, ¿tenemos todavía libertad de elegir? Por supuesto, todos los que se
encuentran fuera de Cristo todavía pueden tomar decisiones voluntarias, es
decir, ellos deciden lo que quieren hacer, y lo hacen. En este sentido todavía
hay cierta clase de «libertad» en las decisiones que las personas toman. No
obstante, debido a su incapacidad para hacer el bien y escapar de su rebelión
fundamental contra Dios y de su preferencia fundamental por el pecado, los
incrédulos no tienen libertad en el sentido más importante de la libertad: la
libertad de hacer el bien y lo que agrada a Dios.
La
aplicación para nuestra vida es bastante evidente. Si Dios le da a alguien el
deseo de arrepentirse y confiar en Cristo, esa persona no debe demorarse y
endurecer su corazón (He 3:7-8; 12: 17). Esta capacidad de arrepentirse y
desear confiar en Dios no es nuestra de forma natural, sino que nos viene por
el estímulo del Espíritu Santo, y no durará para siempre. «Si ustedes oyen hoy
su voz, no endurezcan el corazón» (He 3: 15).
NOTA: Esta falta total de bien espiritual e
incapacidad para hacer el bien delante de Dios ha sido llamado tradicionalmente
"depravación total" pero no usaré esa frase aquí porque se
malentiende con facilidad. Da la impresión de que los incrédulos no pueden
hacer ninguna clase de bien en ningún sentido, un significado que no está implícito
en el término o en la doctrina.
Vea el análisis sobre la cuestión del libre
albedrío en el capítulo 16,
D. PECADOS EN LA VIDA
1. TODOS SOMOS PECADORES ANTE DIOS.
Las
Escrituras dan testimonio en muchos lugares de la pecaminosidad universal de la
humanidad. «Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que
haga lo bueno; ¡no hay uno solo!» (Sal 14: 3). David dice: «Ante ti nadie puede
alegar inocencia» (Sal 143: 2). y Salomón dice: «Ya que no hay ser humano que
no peque» (1ª R 8: 46; Pr 20: 9).
En el
Nuevo Testamento, Pablo desarrolla un amplio razonamiento en Romanos 1:18-3: 20
mostrando que todas las personas, tanto judíos como griegos, son culpables
delante de Dios. Dice: «Ya hemos demostrado que tanto los judíos como los gentiles
están bajo el pecado. Así está escrito: "No hay un solo justo, ni siquiera
uno"» (Ro 3: 9-10). Pablo está seguro de que «todos han pecado y están
privados de la gloria de Dios» (Ro 3: 23).
Santiago,
el hermano del Señor, confiesa: «Todos fallamos mucho» (Stg 3: 2), y si él, un
líder y apóstof5 en la naciente iglesia, podía confesar que había tenido muchos
fallos, nosotros también deberíamos estar dispuestos a reconocerlo. Juan, el
discípulo amado, quien estuvo siempre muy cerca de Jesús, dijo:
Si Afirmamos Que No Tenemos Pecado, Nos Engañamos A Nosotros Mismos Y No
Tenemos La Verdad. Si Confesamos Nuestros Pecados, Dios, Que Es Fiel Y Justo,
Nos Los Perdonará Y Nos Limpiará De Toda Maldad. Si Afirmamos Que No Hemos
Pecado, Lo Hacemos Pasar Por Mentiroso Y Su Palabra No Habita En Nosotros. (1ª
Jn 1: 8-1).
NOTA. Vea la nota en el capítulo 3. sobre si
Santiago el hermano de! Señor era un apóstol.
A1gunas explicaciones populares de este pasaje
niegan que el v. 8 se aplique a todos los cristianos. Esta posición la toman a
fin de decir que algunos cristianos pueden llegar a estar perfectamente libres
de! pecado en esta vida, si llegan al estado de perfecta santificación. Según
este punto de vista, e! v. 8 (Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos y no tenemos la verdad) se aplica a los cristianos antes de
que llegue a la etapa de perfección sin pecado.
La frase siguiente que habla de nuestra confesión a
Dios y que Él nos limpia de «toda maldad» incluye el proceso de lidiar con e!
pecado pasado y recibir e! perdón. Entonces la última parte (v. 10) ya no
incluye a los que han alcanzado e! estado de perfección sin pecado, ya no necesitan
decir que han pecado en e! presente en sus vidas, sino solo admitir que habían
pecado en el pasado. Para ellos es cierto «Si afirmamos que no hemos pecado, lo
hacemos pasar por mentiroso» (1ª Jn 1: 10).
Pero esta explicación no es persuasiva, porque Juan
escribe la primera frase en e! tiempo presente, y es algo que es cierto de
todos los cristianos en todos los tiempos. Juan no escribe: «Si decimos
mientras éramos cristianos inmaduros que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos». Tampoco dice (como este punto de vista sostiene): «Si
nosotros decimos, antes de haber alcanzado e! estado de perfección sin pecado,
que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos».
Más bien, al final de su vida, al escribir una
carta general a todos los cristianos, incluyendo a los que habían crecido en
madurez en Cristo por décadas, Juan dice en términos que no dejan duda algo que
él cree que es cierto de todos los cristianos a quienes escribe: «Si afirmamos
que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad».
Esta es una declaración clara que se aplica a todos los cristianos mientras
están en esta vida. Si decimos que no se aplica «nos engañamos a nosotros
mismos».
2. ¿NOS LIMITA NUESTRA HABILIDAD EN NUESTRA RESPONSABILIDAD?
Pelagio,
un popular maestro cristiano que ministró en Roma en los años 383-410 d.C. y
posteriormente (hasta el 424 d.C.) en Palestina, enseñó que Dios solo le hace
responsable al hombre de lo que es capaz de hacer. Puesto que Dios nos advierte
que hagamos el bien, debemos tener la capacidad el hacer el bien que Dios
manda. La posición pelagiana rechaza la doctrina del «pecado heredado» (o
«pecado original») y mantiene que el pecado consiste solo de acciones
pecaminosas separadas?.
Sin
embargo, la idea de que solo somos responsables ante Dios de lo que tenemos la
capacidad de hacer es contraria al testimonio de las Escrituras, que afirman
que estábamos muertos en las transgresiones y pecados en que andábamos (Ef. 2:
1).
Y en
consecuencia no podemos hacer ningún bien espiritual, y todos somos culpables
ante Dios. Además, si nuestra responsabilidad ante Dios estuviera limitada a
nuestra capacidad, los pecadores extremadamente endurecidos, que están muy
esclavizados en el pecado, podrían ser menos culpables ante Dios que los
cristianos maduros que se esfuerzan a diario por obedecerle. Y Satanás mismo,
que eternamente solo puede hacer el mal, no tendría culpa en lo absoluto, lo
que es sin duda una conclusión incorrecta.
La
verdadera medida de nuestra responsabilidad y culpa no es nuestra capacidad de
obedecer a Dios, sino más bien la absoluta perfección de la ley moral y la
santidad de Dios (que se refleja en esa ley). «Por tanto, sean perfectos, así
como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5: 48).
3. ¿SON LOS INFANTES CULPABLES ANTES DE HABER COMETIDO PECADOS AUTÉNTICOS?
Algunos
sostienen que las Escrituras enseñan una «edad de responsabilidad» antes de la
cual los niños pequeños no son considerados responsables del pecado y no son
tenidos como culpables ante Dios. Sin embargo, los pasajes mostrados arriba en
la Sección e acerca del «pecado heredado» indican que aun antes del nacimiento
los niños tienen culpa delante de Dios y una naturaleza pecaminosa que no solo
les da una tendencia al pecado, sino que también hace que Dios los vea como
«pecadores». «Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre»
(Sal 51: 5).
Los
pasajes que hablan del juicio final en términos de auténticas acciones
pecaminosas que han sido hechas (p. ej. Ro 2:6-11) no dicen nada acerca de las
bases del juicio cuando no ha habido acciones individuales buenas o malas, como
cuando los niños mueren siendo bebés. En tales casos debemos aceptar las
Escrituras que dicen que tenemos una naturaleza pecaminosa desde antes del
nacimiento.
Además,
tenemos que reconocer que la naturaleza pecaminosa del niño se manifiesta muy
temprano, ciertamente dentro de los dos primeros años de la vida del niño, como
puede afirmarlo todo el que ha tenido hijos. (David dice en otro lugar:
«Los
malvados se pervierten desde que nacen, desde el vientre materno se desvían los
mentirosos» (Sal 58:3.)
NOTA: El pelagianismo estuvo más fundamentalmente
preocupado con la cuestión de la salvación, sosteniendo que el hombre puede dar
por sí mismo el primero y los más importantes pasos hacia la salvación, aparte
de la gracia de Dios. El pelagianismo fue condenado como herejía en el Concilio
de Cartago el1 de mayo de 418 d.C.
Esta es la posición de Millard Ericson, por
ejemplo, en Christian Theology, p. 639. Él usa el término la «edad de la
responsabilidad).
Entonces
¿qué decimos acerca de los infantes que mueren antes de que alcancen para
entender y creer en el evangelio? ¿Pueden ellos ser salvos?
Aquí
tenemos que decir que si tales infantes son salvos, no pueden serlo sobre la
base de sus propios méritos, ni sobre la base de su propia justicia o
inocencia, sino que debe ser por completo sobre la base de la obra redentora de
Cristo y la obra de regeneración del Espíritu Santo dentro de ellos. «Hay un
solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª
Ti 2: 5). «De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el
reino de Dios» Jn 3: 3).
Es
ciertamente posible que Dios regenere (es decir, que le dé vida espiritual
nueva) a un infante aun antes de que nazca. Esto sucedió con Juan el Bautista,
porque el ángel Gabriel, antes de que Juan naciera, dijo: «Será lleno del
Espíritu Santo aun desde su nacimiento» (Lc 1: 15).
Bien
podemos decir que Juan el Bautista «nació de nuevo» antes de haber nacido.
Tenemos un ejemplo parecido en el Salmo 22: 10, donde David dice: «Desde el
vientre de mi madre mi Dios eres tú». Es evidente, por tanto, que Dios puede
salvar a los infantes en forma no comunes, aparte de su posibilidad De oír y
entender el evangelio, produciendo su regeneración muy temprano, a veces antes
de su nacimiento. Esta regeneración es probablemente seguida de una vez de una
conciencia incipiente e intuitiva de Dios y una confianza en él a una edad muy
temprana, pero esto es algo que de veras no podemos entender.
Debemos,
sin embargo, afirmar muy claramente que esta no es la manera habitual en que
Dios salva a las personas. La salvación generalmente sucede cuando alguien
escucha y entiende el evangelio y pone entonces su confianza en Cristo.
Pero
en situaciones fuera de lo común como la de Juan el Bautista, Dios dio
salvación antes de este entendimiento. Y esto nos lleva a la conclusión de que
es ciertamente posible que Dios puede hacerlo también cuando sabe que el
infante morirá sin haber escuchado el evangelio.
¿Cuántos
infantes salva Dios de esta manera? Las Escrituras no nos lo dicen, de modo que
no podemos saberlo. Cuando las Escrituras guardan silencio, no es sabio que
hagamos declaraciones definitivas. Sin embargo, debiéramos reconocer que es la
pauta frecuente de Dios a lo largo de las Escrituras salvar a los hijos de los
que creen en él (vea Gn 7:1; He 11: 7;
Jos 2: 18; Sal l03: 17; Jn 4: 53; Hch 2: 39; 11: 14; 16: 31; 18: 8; 1ª Co 1:
16; 7: 14; Tit 1: 6; Mt 18: 10,14).
Estos
pasajes no dicen que Dios automáticamente salva a los hijos de los creyentes
(porque todos sabemos de hijos de padres piadosos que crecieron y rechazaron al
Señor, y las Escrituras nos dan ejemplos como los de Esaú y Absalón), pero sí
indican que las pautas comunes de Dios, la manera (normal) o esperada en la
cual él actúa, es atraer hacia sí a los hijos de los creyentes. En cuanto a los
hijos de los creyentes que mueren de niños, no tenemos razón para pensar que no
suceda así.
Aquí
es particularmente relevante el caso del primer hijo que Betsabé le dio al rey
David. Cuando el bebé murió, David dijo: «Yo vaya él, más él no volverá a mí»
(2ª S 12: 23). David, quien a lo largo de su vida tuvo una gran confianza de
que viviría para siempre en la presencia del Señor (vea el Sal 23:6 y muchos de
los salmos de David), tenía también confianza de que vería de nuevo a su hijo
cuando muriera.
Esto
solo puede implicar que estaría para siempre con su hijo en la presencia del
Señor. Este pasaje, junto con los otros mencionados arriba, debiera generar una
seguridad similar en todos los creyentes que han perdido hijos en su infancia,
de que un día los verán de nuevo en la gloria del reino celestial.
En
cuanto a los hijos de los que no son creyentes que mueren en una edad temprana,
las Escrituras no dicen nada. Debemos dejar ese asunto completamente en las
manos de Dios y confiar en que él será justo y misericordioso. Si son salvos,
no será sobre la base de ningún mérito propio ni de ninguna inocencia que
podamos suponer que tenían.
Si son
salvos, lo serán sobre la base de la obra redentora de Cristo; y su
regeneración, como la de Juan el bautista antes de nacer, será solo por la
misericordia y gracia de Dios. La salvación es siempre por su misericordia, no
por nuestros méritos (vea Ro 9: 14-18). Las Escrituras no nos permiten decir
más que eso.
NOTA: Sin embargo, todos sabemos que los infantes
casi desde el momento de su nacimiento muestran una confianza intuitiva en sus
madres y una conciencia de sí mismos como personas distintas de las de sus
madres. Por eso no debiéramos insistir en que es imposible que ellos tengan
también una conciencia intuitiva de Dios, y si Dios se lo da, una capacidad
intuitiva de también confiar en él.
4. ¿HAY GRADOS DE PECADOS?
¿HAY ALGUNOS PECADOS QUE
SEAN PEORES QUE OTROS?
Podemos
responder a la pregunta con un sí o un no, dependiendo del sentido con que se
hace.
A. CULPA LEGAL:
En
términos de nuestra situación legal delante de Dios, cualquier pecado, aun el
que puede parecemos muy pequeño nos hace legalmente culpables ante Dios y, por
tanto, digno de eterno castigo. Adán y Eva lo aprendieron en el huerto del
Edén, donde Dios les dijo que su acto de desobediencia resultaría en pena de
muerte (Gn 2:17). Y Pablo afirma que «el juicio que lleva a la condenación fue
el resultado de un solo pecado» (Ro 5: 16).
Este
solo pecado hizo que Adán y Eva fueran pecadores delante de Dios,
imposibilitados de estar en su santa presencia.
Esta
verdad permanece válida a lo largo de la historia de la raza humana. Pablo
(citando Dt 27: 26) afirma: «Maldito sea quien no practique fielmente todo lo
que está escrito en el libro de la ley» (Gá 3: 10). Y Santiago declara:
El que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable
de haberla quebrantado toda. Pues el que dijo: «No cometerás adulterio»,
también dijo: «No mates». Si no cometes adulterio, pero matas, ya has violado
la ley. (Stg 2: 10-11).
Por
tanto, en términos de culpa legal, todos los pecados son igualmente malos
porque nos hacen legalmente culpables delante de Dios y nos constituyen en
pecadores.
NOTA: Alguien podría objetar que David está solo
diciendo que él irla al estado de la muerte como su hijo lo habla hecho. Pero
esta interpretación no encaja con el lenguaje del versículo, pues David no está
diciendo: «Iré a dónde él está", sino más bien «Yo vaya a él» (RVR 1960).
Este es el lenguaje de la reunión personal e indica la expectativa de David de
que un día él vería y estaría con su hijo.
Podemos entender este principio más claramente
cuando nos damos cuenta que las varias leyes morales de Dios son simplemente
aspectos diferentes de su carácter moral perfecto, al cual él espera que nos
conformemos.
Violar cualquier parte de ello es hacernos
diferente de él. Por ejemplo, si yo vaya robar, no solo quebrantaría su
mandamiento sobre el robo (Mandamiento 8), sino que también deshonraría su
nombre (Mandamiento 3; vea Pr 30: 9), deshonrar a mis padres y su buen nombre
(Mandamiento 5), codiciarla algo que no me pertenece (Mandamiento 10), pondría
las posesiones materiales por encima de Dios mismo (Mandamiento 1; vea Ef.
5:5), y llevaría a cabo una acción que dañaría a otro ser humano y perjudicarla
su vida (Mandamiento 6; Mt 5: 22).
Con un poco de reflexión, podemos ver cómo casi
todo pecado viola algunos de los principios expresados en los Diez
Mandamientos. Esto es solo una reflexión del hecho de que las leyes de Dios
están unificadas como un todo y reflejan la pureza moral y perfección de Dios
mismo en la unidad e integridad de su persona.
B. RESULTADOS EN LA VIDA Y EN
LAS RELACIONES CON DIOS:
Por
otro lado, algunos pecados son peores que otros en que tienen consecuencias más
perjudiciales en nuestra vida y en la vida de otros, y, en términos de nuestra
relación personal con Dios como Padre, provocan más su desagrado y causan una
ruptura más seria de nuestra comunión con él.
Las
Escrituras a veces hablan de grados de gravedad del pecado. Cuando Jesús
compareció ante Poncio Pilato, él dijo: «El que me puso en tus manos es
culpable de un pecado más grande» (Jun. 19: 11).
Aparentemente
se está refiriendo a Judas, quien había conocido a Jesús de forma íntima
durante tres años y, no obstante, le traicionó y le llevó a la muerte. Aunque
Pilato tenía autoridad sobre Jesús en base de su posición como gobernador y fue
un gran error permitir que un inocente fuera condenado a muerte, el pecado de
Judas era «más grande» quizá debido a que tenía mucho más conocimiento y
malicia relacionada con ello.
Cuando
Dios le mostró a Ezequiel las visiones de los pecados en el templo de
Jerusalén, primero le mostró ciertas cosas, y entonces dijo: «Realmente no has
visto nada todavía; peores abominaciones verás» (Ez 8: 6). Luego le mostró los
pecados secretos de algunos de los ancianos de Israel y dijo: «Ya los verás
cometer mayores atrocidades» (Ez 8: 13). «Hijo de hombre, ¿ves esto? Pues aún
las verás cometer mayores atrocidades» (Ez 8: 15). Por último, le mostró a
Ezequiel veinticinco hombres en el templo, que le daban la espalda a Dios y
adoraban al sol. Aquí tenemos claramente diferentes grados de pecado que van
aumentando en gravedad y aborrecimiento ante Dios.
En el
Sermón del Monte, cuando Jesús dice: «Todo el que infrinja uno solo de estos
mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será
considerado el más pequeño en el reino de los cielos» (Mt 5:19), está
implicando que hay mandamientos menores y mayores.
Asimismo,
aunque él está de acuerdo en que es apropiado dar el diezmo incluso sobre las
especias que las personas usan en el hogar, Cristo tiene palabras muy fuertes
para los fariseos por descuidar «asuntos más importantes de la ley, tales como
la justicia, la misericordia y la fidelidad» (Mt 23: 23).
En
ambos casos Jesús distingue entre los mandamientos más importantes y menos
importantes, dando a entender de ese modo que algunos pecados son peores que
otros según la evaluación que Dios hace de ellos.
En
general, podemos decir que algunos pecados son de peores consecuencias que
otros si son causa de mayor deshonra para Dios y si nos causan más daño a
nosotros, a otros o la iglesia. Además, estos pecados cometidos deliberada,
repetida y conscientemente, con un corazón encallecido, desagradan mucho más a
Dios que los que se hacen por ignorancia y no se repiten, o con una mezcla de
motivos puros e impuros y van seguidos de remordimiento y arrepentimiento.
Por
eso las leyes que Dios le dio a Moisés en Levítico tenían en cuenta las
situaciones de pecados cometidos «inadvertidamente» (Lv 4: 2, 13, 22). El
pecado sin mala intención es todavía pecado: «Si alguien peca inadvertidamente
e incurre en algo que los mandamientos de Dios prohíben, es culpable y sufrirá
las consecuencias de su pecado» (Lv 5: 17).
No
obstante, los castigos requeridos y el grado de desagrado de Dios que resulta
de esos pecados son menos que para los casos de pecados intencionales.
Por
otro lado, los pecados que son cometidos con arrogancia y con menosprecio por
los mandamientos de Dios, eran vistos con mucha seriedad: «Pero el que peque
deliberadamente, sea nativo o extranjero, ofende al Señor. Tal persona será
eliminada de la comunidad» (Nm 15: 30; vv. 27-29).
Podemos
ver fácilmente cómo algunos pecados tienen consecuencias mucho peores para
nosotros mismos, para otros y para nuestra relación con Dios. Si yo codiciara
el auto de mi vecino, eso sería pecado delante de Dios; pero si mi codicia me
lleva a robar el auto, eso sería un pecado más grave. Si durante el proceso del
robo peleo con mi vecino y le hiero o imprudentemente daño a otra persona al
salir corriendo con el auto, eso sería aun un pecado más grave todavía.
Del
mismo modo, si un nuevo cristiano, que antes había tenido la tendencia a perder
el dominio propio y meterse en peleas, empieza a dar testimonio de Cristo a sus
amigos incrédulos, y un dia lo provocan y pierde el dominio propio y golpea a
alguien, eso es sin duda un pecado a los ojos de Dios.
Pero
si un pastor maduro u otro líder cristiano prominente pierden su dominio propio
en público y llegan a golpear a alguien, eso sería un pecado más grave a los
ojos de Dios, debido al daño que eso causa a la reputación del evangelio y
porque los que están en posiciones de liderazgo están sujetos a mayor
responsabilidad ante Dios: «[Los] maestros, pues, como saben, seremos juzgados
con más severidad» (Stg 3:1; Lc 12: 48).
Nuestra
conclusión, entonces, que en términos de resultados y en términos del desagrado
de Dios, algunos pecados son sin duda más graves que otros.
Sin
embargo, la distinción entre grados de seriedad del pecado no implica que
respaldemos la enseñanza católica romana de poner los pecados en dos
categorías: «veniales» y «mortales»." En la enseñanza católica romana, un
pecado venial puede ser perdonado, pero con frecuencia después de haber pagado
con castigos en esta vida o en el purgatorio (después de la muerte y antes de
entrar en el cielo).
Un
pecado mortal es un pecado que causa la muerte espiritual y no puede ser
perdonado; excluye a las personas del reino de Dios.
Según
las Escrituras, sin embargo, todos los pecados son «mortales» en el sentido de
que aun el más pequeño de los pecados nos hace legalmente culpables delante de
Dios y dignos de castigo eterno. No obstante, los pecados más graves quedan
perdonados para los que acuden a Cristo buscando salvación (note en 1ª
Corintios 6: 9-11 la combinación de una lista de pecados que excluyen del reino
de Dios y la afirmación de que los corintios que habían cometido esos pecados
habían sido salvados por Cristo). En ese sentido, todos los pecados son
«veniales».".
NOTA: La distinción entre mortal y venial parece
estar apoyada por 1ª Juan 5: 16-17; «Si alguno ve a su hermano cometer un
pecado que no lleva a la muerte. ore por él y Dios le dará vida. Me refiero a
quien comete un pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que sí lleva a
la muerte, y en ese caso no digo que se ore por él. Toda maldad es pecado, pero
hay pecado que no lleva a la muerte». La frase griega que se traduce aquí por
(no lleva a la muerte) (o «no es mortal» (gr. pros thanaton).
A la luz de
la preocupación de Juan en esta epístola de combatir la herejía que no reconocía
a Jesús como que había venido en la carne (vea 1ª Jn 4: 2-3), es probable que
el pecado que «lleva a la muerte» o «marta]" es la grave herejía de negar
a Cristo y el fracaso subsiguiente de obtener la salvación por medio de Cristo.
En este caso. Juan estaba simplemente diciendo que
no debiéramos orar que Dios perdone el pecado de rechazar a Cristo y de enseñar
doctrinas sumamente heréticas acerca de Él. Pero el hecho de que Juan diga que
hay un pecado que «lleva a la muerte» (rechazar a Cristo) no justifica el
establecer toda una categoría de pecados que no pueden ser personados.
La
separación católica romana de los pecados en las categorías de «mortales» y
«veniales», según la cual se llama a algunos pecados (tales como el suicidio)
«mortales», mientras que a otros (tales como la deshonestidad, el enojo o la
lujuria) «veniales», pueden llevar fácilmente a la negligencia con respecto a
algunos pecados que de verdad dificultan más la santificación y la eficacia en
la obra del Señor, o, con respecto a otros pecados, al temor excesivo, a la
desesperación y a la incapacidad de tener la seguridad del perdón.
Debiéramos
darnos cuenta que la misma acción (tal como perder el control o golpear a
alguien en el ejemplo anterior) puede ser más o menos serio, dependiendo de la
persona y las circunstancias. Es mucho mejor que nos limitemos a reconocer que
los pecados pueden variar en términos de sus resultados y en términos del grado
en que trastornan nuestra relación con Dios y caen en su desagrado, y dejarlo así.
De ese modo no vamos más allá de la enseñanza general de las Escrituras en esta
materia.
La
distinción que las Escrituras hacen en grados de pecados tiene un valor
positivo.
Primero, nos ayuda a saber dónde debemos poner el mayor
esfuerzo en nuestro intento de crecer en santidad.
Segundo, nos ayuda a decidir cuándo debiéramos pasar por
alto una falta menor en un amigo o familiar y cuando es apropiado hablar con un
individuo acerca de un pecado evidente (vea Stg 5:19-20).
Tercero, nos ayuda a decidir cuándo es apropiada la
disciplina en la iglesia, y nos provee de una respuesta a la objeción que a
veces surge en contra de ejercer la disciplina en la iglesia, cuando se dice
que «todos somos culpables de haber pecado y que no tenemos ningún derecho a
meternos en la vida privada de otra persona».
Aunque
todos somos ciertamente culpables de haber pecado, no obstante, hay ciertos
pecados que dañan tan evidentemente a la iglesia y a las relaciones dentro de
la iglesia que hay que lidiar con ellos directamente.
Cuarto, esta distinción puede ayudarnos a entender que hay
cierta base para las leyes de los gobiernos civiles y para los castigos que
prohíben ciertas clases de conductas y delitos (como el asesinado o el robo),
pero no otras clases de faltas (como el enojo, la envidia, la codicia o el uso
egoísta de las posesiones). No es inconsecuente decir que ciertas clases de
maldades requieren el castigo civil, pero no todas las clases de maldades lo
requieren.
5. ¿QUÉ SUCEDE CUANDO UN CRISTIANO PECA?
A. NUESTRA SITUACIÓN LEGAL
ANTE DIOS NO CAMBIA:
Aunque
este tema lo podemos tratar más tarde en relación con la adopción o la
santificación dentro de la vida cristiana, es apropiado que lo consideremos
ahora también.
Cuando
un cristiano peca, su posición legal delante de Dios no cambia. Todavía está
perdonado porque «ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a
Cristo Jesús» (Ro 8: 1). La salvación no está basada en nuestros méritos sino
en el don gratuito de Dios (Ro 6: 23), y la muerte de Cristo ciertamente pagó
por todos nuestros pecados: pasados, presentes y futuros. «Cristo murió por
nuestros pecados» (1ª Co 15: 3), sin ninguna distinción. En términos
teológicos, seguimos conservando nuestra (justificación).
Además,
seguimos siendo hijos de Dios y todavía tenemos membrecía en la familia de
Dios. En la misma epístola en las que Juan dice: «Si afirmamos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos» (1ª Jn 1: 8), se les recuerda también
a los lectores: «Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios» (1ª Jn 3: 2).
El
hecho de que tengamos pecado que permanece en nuestra vida no significa que
hayamos perdido nuestra posición como hijos de Dios. En términos teológicos,
seguimos conservando nuestra «adopción»."
B. NUESTRO COMPAÑERISMO CON
DIOS QUEDA PERTURBADO Y NUESTRA VIDA CRISTIANA DAÑADA.
Cuando
pecamos, Dios no deja de amarnos, pero está disgustado con nosotros. (Aun entre
los seres humanos, es posible amar a alguien y al mismo tiempo estar disgustado
con esa persona, como bien lo sabe cualquier padre, una esposa o esposo).
Pablo
nos dice que es posible para los cristianos «[agraviar] al Espíritu Santo de
Dios» (Ef 4: 30); cuando pecamos, lo entristecemos y queda disgustado con
nosotros. El autor de Hebreos nos recuerda que el «Señor disciplina a los que
ama, y azota a todo el que recibe como hijo» (He 12: 6, citando Pr 3: 11-12), y
que «el Padre de los espíritus [nos disciplina] para nuestro bien, a fin de que
participemos de su santidad» (He 12: 9-10).
Cuando
desobedecemos, Dios el Padre se entristece, de la misma forma que lo hace un
padre terrenal ante la desobediencia de sus hijos, y nos disciplina. Un tema
similar lo encontramos en Apocalipsis 3, donde el Cristo resucitado habla desde
el cielo a la iglesia en Laodicea diciendo: «Yo reprendo y disciplino a todos
los que amo.
Por
tanto, sé fervoroso y arrepiéntete» (Ap 3: 19). Aquí vemos de nuevo que el amor
y la reprensión del pecado están relacionados en la misma declaración. Esa es
la manera en que el Nuevo Testamento da testimonio del desagrado de los tres
miembros de la Trinidad cuando los cristianos pecan. (Vea también Is 59: 1-2;
1ª Jn 3: 21).
La
Confesión de Fe de Westminster dice sabiamente en cuanto a los cristianos:
Aunque Nunca Pueden Caer Del Estado De Justificación, Pueden, Por Sus
Pecados, Caer Bajo El Desagrado Paternal De Dios, Y No Tener Restaurada La Luz
Y El Gozo De Su Presencia Mientras No Se Humillen, Confiesen Sus Pecados, Pidan
Perdón Y Renueven Su Fe Y Arrepentimiento. (Cap. 11, Sección 5).
Hebreos
12, junto con muchos ejemplos históricos en las Escrituras, muestran que el
desagrado paterno de Dios lleva con frecuencia a la disciplina en nuestra vida
cristianas: «Dios lo hace [nos disciplina] para nuestro propio bien, a fin de
que participemos de su santidad» (He 12: 10).
En
cuanto a la necesidad de una confesión regular y confesión de pecados, Jesús
nos recuerda que debemos orar cada dia: «Perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6: 12, 1ª Jn 1: 9).
NOTA: Vea capítulo 36, sobre la justificación. Vea
el capítulo 37, sobre la adopción.
Cuando
pecamos como cristianos, no es solo nuestra relación personal con Dios la que
queda perturbada. Nuestra vida y fecundidad en el ministerio quedan también
dañadas. Jesús nos advierte: «Así como ninguna rama puede dar fruto por sí
misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar
fruto si no permanecen en mí» (Jn 15: 4). Cuando nos apartamos de la comunión
con Cristo a causa del pecado en nuestra vida, disminuimos el grado en el que
permanecemos en Cristo.
Los
escritores del Nuevo Testamento hablan con frecuencia de las consecuencias
destructivas del pecado en la vida de los creyentes. De hecho, muchas secciones
de las epístolas contienen reprensiones y animan a los cristianos para que se
alejen de los pecados que están cometiendo. Pablo dice que cuando los
cristianos ceden al pecado se van haciendo progresivamente «esclavos» del
pecado (Ro 6: 16), mientras que Dios quiere que los cristianos crezcan
continuamente en el camino de la justicia en la vida.
Si
nuestra meta es crecer en plenitud de vida espiritual hasta el día que muramos
y pasemos a la presencia de Dios en el cielo, pecar es ir en la dirección
contraria y alejarnos de la semejanza a Dios, es ir en la dirección que «lleva
a la muerte» (Ro 6:16) y a la separación eterna de Dios, dirección de la cual
fuimos rescatados cuando nos hicimos cristianos.
Pedro
dice que los deseos pecaminosos que permanecen en nuestros corazones «batallan
contra el alma» (1ª P 2: 11, RVR 1960). El vocabulario militar traduce
correctamente la expresión de Pedro y expresa la imagen de que los deseos
carnales dentro de nosotros son como soldados en una batalla y su meta es
nuestro bienestar espiritual.
Entregarnos
a esos deseos carnales, cobijados y acariciarlos en el corazón, es como dar
alimento, hospedaje y bienvenida a las tropas enemigas. Si cedemos a los deseos
que «batallan» contra el alma, sentiremos inevitablemente la pérdida de fuerza
espiritual, disminución de poder espiritual y pérdida de eficacia en la obra
del reino de Dios.
Además,
cuando pecamos como cristianos sufrimos una pérdida de recompensa celestial.
Una persona que no ha edificado en la obra de la iglesia con oro, plata o
piedras preciosas, sino con «madera, heno y paja» (1ª Co 3: 12) verá su obra
«consumida por las llamas» en el día del juicio y «sufrirá pérdida. Será salvo,
pero como quien pasa por el fuego» (1ª Co 3: 15).
Pablo
se da cuenta de que «es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de
Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo
que haya hecho mientras vivió en el cuerpo» (2ª Co 5: 10). Pablo implica que
hay grados de recompensas en el cielo, y que el pecado tiene consecuencias
negativas en términos de pérdida de recompensa celestial.
NOTA: Pablo no está diciendo en Romanos 6: 16 que
los verdaderos cristianos pueden alguna vez retroceder hasta el punto de caer
en condenación eterna, pero sí parece estar diciendo que cuando cedemos al
pecado vamos (en un sentido espiritual y moral) en esa dirección.
Vea capítulo 56, sobre los grados de recompensa en
el cielo.
C. EL PELIGRO DE «EVANGÉLICOS
NO CONVERTIDOS»:
Si
bien el cristiano genuino que peca no pierde su justificación ni su adopción
delante de Dios (vea más atrás), es necesario advertir claramente que la simple
asociación con una iglesia evangélica y la conformidad externa a las pautas
«cristianas» de comportamiento aceptadas no garantizan la salvación.
Particularmente
en sociedades y culturas donde es fácil (o incluso esperado) que las personas
profesen ser cristianas, hay una auténtica posibilidad de que algunos que se
hacen miembros de la iglesia no hayan de verdad nacido de nuevo. Si esas
personas entonces se muestran cada vez más desobedientes a Cristo en su manera
de vivir, no debieran ser arrullados y adormecidos con seguridades de que
todavía tienen justificación y adopción en la familia de Dios.
Un
estilo de vida de continua desobediencia a Dios emparejado con falta de
elementos del fruto del Espíritu tales como el amor, el gozo, la paz y otros
(vea Gá 5: 22-23) es una seria indicación de que probablemente esa persona no
es de verdad cristiana en su interior, de que no ha habido una auténtica fe de
corazón desde el principio y nada de obra de regeneración del Espíritu Santo.
Jesús advierte que a algunos que han profetizado, expulsaron demonios e
hicieron milagros en su nombre les dirá: «Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí,
hacedores de maldad!» (Mt 7: 23).
Y Juan
nos dice que «El que afirma: "Lo conozco", pero no obedece sus
mandamientos es un mentiroso y no tiene la verdad» (La Jn 2: 4; Juan está
hablando aquí de una forma de vivir persistente). Un estilo de vida de años de
creciente desobediencia a Cristo debiera tomarse como evidencia para dudar de
que esa persona sea de verdad cristiana.
6. ¿QUÉ ES EL PECADO IMPERDONABLE?
Varios
pasajes de las Escrituras hablan de un pecado que no será perdonado. Jesús
dice:
Por Eso Les Digo Que A Todos Se Les Podrá Perdonar Todo Pecado Y Toda
Blasfemia, Pero La Blasfemia Contra El Espíritu No Se Le Perdonará A Nadie. A
Cualquiera Que Pronuncie Alguna Palabra Contra El Hijo Del Hombre Se Le
Perdonará, Pero El Que Hable Contra El Espíritu Santo No Tendrá Perdón Ni En
Este Mundo Ni En El Venidero. (Mt 12: 31-32)
Encontramos
una declaración similar en Marcos 3: 29-30, donde Jesús dice: «Excepto a quien
blasfeme contra el Espíritu Santo. Éste no tendrá perdón jamás; es culpable de
un pecado eterno» (Mr 3: 29; Lc 12: 10. Asimismo, Hebreos 6 dice:
Es Imposible Que Renueven Su Arrepentimiento Aquellos Que Han Sido Una
Vez Iluminados, Que Han Saboreado El Don Celestial, Que Han Tenido Parte En El
Espíritu Santo Y Que Han Experimentado La Buena Palabra De Dios Y Los Poderes
Del Mundo Venidero, Y Después De Todo Esto Se Han Apartado. Es Imposible,
Porque Así Vuelven A Crucificar, Para Su Propio Mal, Al Hijo De Dios, Y Lo
Exponen A La Vergüenza Pública. (He 6: 4-6; 10: 26-27; También Las Reflexiones
Sobre El «Pecado Que Lleva A La Muerte» En 1ª Jn 5:16-17).
Estos
pasajes podrían estar hablando acerca del mismo pecado o de diferentes pecados;
habrá que tomar una decisión solo después de examinar los pasajes en sus
contextos.
Existen
varias interpretaciones sobre cómo entender este pecado.
A. ALGUNOS HAN PENSADO QUE
ESTE ERA UN PECADO QUE SOLO SE PODÍA COMETER MIENTRAS CRISTO ESTABA EN LA
TIERRA.
Pero
la declaración de Jesús de que «a todos se les podrá perdonar todo pecado y
toda blasfemia» (Mt 12:31) es tan general que parece injustificado decir que se
refiere solo a algo que podría suceder durante su vida, y los textos en
cuestión no especifican semejante restricción. Además, Hebreos 6:4-6 está
hablando de la apostasía que había tenido lugar unos años después de que Cristo
regresara al cielo.
B. ALGUNOS HAN SOSTENIDO QUE
ESTE ES UN PECADO DE INCREDULIDAD QUE CONTINÚA HASTA LA MUERTE; POR TANTO, TODO
EL QUE MUERE EN INCREDULIDAD (O AL MENOS TODO EL QUE HA ESCUCHADO DE CRISTO Y
MUERE EN INCREDULIDAD) HA COMETIDO ESTE PECADO.
Es
cierto, por supuesto, que los que persisten en incredulidad hasta la muerte no
serán perdonados, pero la cuestión es si ese hecho es lo que se está
considerando en estos versículos. Al leer con detenimiento estos versículos, la
explicación no parece encajar con el lenguaje de los textos citados, porque
estos no hablan de incredulidad en general, sino específicamente de alguien que
«[habla] contra el Espíritu Santo» (Mt 12: 32), que «blasfeme contra el
Espíritu Santo» (Mr 3: 29) o «se han apartado» (He 6: 6).
Estos
pasajes se refieren a un pecado específico: rechazar deliberadamente la obra
del Espíritu santo y hablar mal en contra suya, o el rechazo intencionado de la
verdad de Cristo y exponer a Cristo a la vergüenza pública (He 6: 6). Además,
la idea de que este pecado es la incredulidad que persiste hasta la muerte no
encaja bien con el contexto de una reprensión a los fariseos por lo que estaban
diciendo según Mateo y Marcos (vea más adelante la consideración del contexto).
C. OTROS SOSTIENEN QUE ESTE
PECADO ES UNA SERIA APOSTASÍA DE VERDADEROS CREYENTES, Y QUE SOLO AQUELLOS QUE
SON DE VERDAD NACIDOS DE NUEVO PUEDEN COMETER ESTE PECADO.
Basan
su interpretación en lo que entienden de la naturaleza de la «apostasía» que se
menciona en hebreos 6: 4-6 (que es rechazo de Cristo por parte de un auténtico
cristiano y la consecuente pérdida de la salvación ). Pero este no parece ser
el mejor entendimiento de Hebreos 6: 4-6.
Además,
aunque esta interpretación se podría quizá sostener con respecto a Hebreos 6,
no explica la blasfemia contra el Espíritu Santo en los pasajes de los
evangelios, en los que Jesús está respondiendo a la insensible negación de los
fariseos de la obra del Espíritu Santo por medio de él.
D. UNA CUARTA POSIBILIDAD ES QUE ESTE PECADO CONSISTE EN EL RECHAZO
INTENCIONAL, MUY MALICIOSO Y DIFAMADOR DE LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO DE
TESTIMONIO ACERCA DE CRISTO, Y ATRIBUIR SU TRABAJO A SATANÁS.
Un
examen más detenido de la declaración de Jesús en Mateo y Marcos muestra que
Jesús estaba hablando en respuesta a la acusación de los fariseos de que «éste
no expulsa a los demonios sino por medio de Belcebú, príncipe de los demonios»
(Mt 12:24).
Los
fariseos habían visto las obras de Cristo repetidas veces. El Señor acababa de
sanar a un hombre endemoniado que estaba ciego y mudo (Mt 12:22). Las personas
estaban maravilladas y un gran número de ellas seguían a Jesús, y los mismos
fariseos habían visto muchas veces claras demostraciones del poder asombroso
del Espíritu Santo obrando por medio de Jesús para traer vida y salud a muchas
personas.
Pero
los fariseos, a pesar de estas claras demostraciones de la obra del Espíritu
delante de sus ojos, deliberadamente rechazaron la autoridad de Jesús y sus
enseñanzas y las atribuyeron al diablo. Jesús les dijo entonces claramente que
«toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie. Si
Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo.
¿Cómo
puede, entonces, mantenerse en pie su reino?» (Mt 12: 25-26). De modo que era
irracional y tonto que los fariseos atribuyeran los exorcismos de Jesús al
poder de Satanás. Eso era una clásica mentira maliciosa y deliberada.
Después
de decir: «Si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso
significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Mt 12: 28),Jesús declara
su advertencia: «El que no está de mi parte, está contra mí; y el que conmigo
no recoge, esparce» (Mt 12: 30). Advierte que no hay neutralidad, y ciertamente
los que, como los fariseos se oponen a su mensaje están en contra de él.
Inmediatamente agrega:
«Por
eso les digo que a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda blasfemia,
pero la blasfemia contra el Espíritu no se perdonará a nadie» (Mt 12:31). La
difamación deliberada y maliciosa de la obra del Espíritu Santo por medio de
Jesús, que los fariseos atribuían a Satanás, no sería perdonada.
El
contexto indica que Jesús estaba hablando de un pecado que no es simplemente
incredulidad o rechazo de Cristo, sino uno que incluye:
(1) Un conocimiento claro de quién es Cristo y del poder del Espíritu Santo
que obra por medio de él;
(2) Un rechazo deliberado de los hechos acerca de Cristo que sus oponentes
sabían que eran ciertos; y:
(3) Atribuir maliciosamente la obra del Espíritu Santo en Cristo al poder
de Satanás. En un caso así, la dureza del corazón sería tan grande que los
recursos ordinarios para llevar a un pecador al arrepentimiento habrían sido ya
rechazados.
La
persuasión de la verdad no funcionaría, porque estas personas ya habían
conocido la verdad y la habían rechazado deliberadamente. Las demostraciones
del poder del Espíritu Santo para sanar y dar vida no funcionarían, porque las
habían visto y las habían rechazado.
En
esta situación no es que el pecado fuera en sí tan horrible que no pudiera ser
cubierto por la obra redentora de Cristo, sino más bien que el pecador había
endurecido de tal manera su corazón que ya estaba más allá de los medios
ordinarios de Dios de ofrecer perdón por medio del arrepentimiento y la confianza
en Cristo en cuanto a la salvación.
Este
pecado es imperdonable porque aísla al pecador del arrepentimiento y de la fe
salvadora por medio de creer en la verdad. Berkhof sabiamente define este
pecado de la siguiente manera:
Este Pecado Consiste En El Rechazo Consciente, Malicioso, Deliberado Y
Difamador En Contra De La Evidencia Y Convicción Del Testimonio Del Espíritu
Santo Respecto De La Gracia De Dios En Cristo, Atribuyéndolo Por Odio Y
Enemistad Al Príncipe De La Tinieblas Al Cometer Ese Pecado El Hombre Atribuye
Deliberada, Maliciosa E Intencionalmente Lo Que Es Claramente Reconocido Como
La Obra De Dios A La Influencia Y Poder De Satanás.
Berkhof
explica que el pecado en sí consiste «no en dudar de la verdad, no en negarla
pecaminosamente, sino a una contradicción de la verdad que se opone a la
convicción de la mente, a la iluminación de la conciencia e incluso al
veredicto de corazón.
El
hecho de que el pecado imperdonable implica un endurecimiento tan grande del
corazón y falta de arrepentimiento indica que los que temen haberlo cometido,
pero guardan tristeza en su corazón por haber pecado y desean buscar a Dios, no
caen ciertamente en la categoría de los que son culpables de haberlo cometido.
Berkhof
dice que «podemos estar razonablemente seguros que los que temen haberlo
cometido y se preocupan por ello, y buscan las oraciones de otros, no lo han
cometido»."
Este
concepto del pecado imperdonable encaja también bien con Hebreos 6: 4-6. Allí
las personas que cometen el pecado de apostasía han tenido toda clase de
conocimiento y convicción de la verdad. Han sido «iluminadas» y han «saboreado
el don celestial»; han participado de alguna manera en la obra del Espíritu
Santo y han «experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo
venidero», sin embargo deliberadamente se alejan de Cristo y «lo exponen a la
vergüenza pública » (He 6: 6).
También
se han situado más allá del alcance de los medios ordinarios de Dios para
llevar a las personas al arrepentimiento. Son conocedoras de la verdad y están
convencidas de ella, pero la rechazan deliberadamente.
Primera
de Juan 5: 16-17, sin embargo, parece caer en otra categoría. Ese pasaje no
habla de un pecado que jamás pueda recibir perdón, sino de un pecado, que si se
persiste en él, lleva a la muerte. Este pecado parece involucrar la enseñanza
de graves errores doctrinales acerca de Cristo.
En el
contexto de orar en fe según la voluntad de Dios (1ª Jn 5: 14-15) Juan solo
está diciendo que él no dice que podemos orar en fe para que Dios perdone ese pecado
a menos que la persona se arrepienta, pero no está prohibiendo que oremos que
los maestros heréticos se vuelvan de su herejía, se arrepientan y de ese modo
encuentren el perdón.
Muchas
personas que enseñan errores doctrinales serios no han ido tan lejos como para
haber cometido el pecado imperdonable y llegar al punto de la imposibilidad de
arrepentimiento y de la fe a causa de su propia dureza de corazón.
E. EL CASTIGO DEL PECADO
Aunque
el castigo de Dios por el pecado sirve como disuasivo en cuanto a seguir
pecando y como una advertencia para los que lo observan, esa no es la razón
primaria por la que Dios castiga el pecado. La razón primaria es que la
justicia de Dios lo demanda, a fin de que él sea glorificado en el universo que
ha creado. Él es el Señor que actúa en la tierra «con amor, con derecho y
justicia, pues es lo que a mí me agrada» (Jer 9: 24).
Pablo
dice de Cristo Jesús que «Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que
se recibe por la fe en su sangre» (Ro 3:25). Pablo entonces explica por qué
Dios ofreció a Jesús como «expiación» (esto es, un sacrificio que lleva sobre
sí la ira de Dios en contra del pecado y de ese modo Dios transformar la ira en
favor): «Para así demostrar su justicia». Anteriormente, en su paciencia, Dios
había pasado por alto los pecados» (Ro 3: 25).
Pablo
se da cuenta de que si Cristo no hubiera venido a pagar el castigo por los
pecados, Dios no podría mostrar que era justo. Porque si él hubiera pasado por
alto los pecados en el pasado y no los hubiera castigado, las personas podrían
con razón acusar a Dios de injusticia, en base de la suposición de que un Dios
que no castiga el pecado no puede ser un Dios justo.
Por
tanto, cuando Dios envió a Cristo a morir y pagar el castigo de nuestros
pecados, mostró cómo podía ser todavía justo: había acumulado el castigo de los
pecados anteriores (los de los santos del Antiguo Testamento) y entonces, en
perfecta justicia, cargó ese castigo sobre Jesús en la cruz.
La
propiciación del Calvario demostraba de ese modo claramente que Dios es
perfectamente justo: «De ese modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a
los que tienen fe en Jesús» (Ro 3: 26).
Por
tanto, en la cruz tenemos una clara demostración de por qué Dios castiga el
pecado: Si no castigara el pecado no sería un Dios justo, y no habría una
situación de justicia suprema en el universo. Pero cuando castiga el pecado,
Dios demuestra que es un juez justo sobre todos, y que se hace justicia en su
universo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Ha despertado la lectura de este capítulo una creciente conciencia del
pecado que permanece en su vida? ¿Puede usted mencionar alguna forma específica
en que esto es cierto? ¿Incrementó este capítulo en usted algún sentido de lo
odioso que es el pecado? ¿Por qué no siente más a menudo un sentido más
profundo de aborrecimiento del pecado? ¿Cuál cree usted que será el efecto
general de este capítulo en sus relaciones con Dios?
2. ¿Resultaría para usted al final más consolador pensar que el pecado
entró en el mundo porque Dios estableció que entrara mediante agentes
secundarios, o porque él no pudo prevenirlo, aunque era algo en contra de su
voluntad? ¿Cómo se sentiría usted acerca del universo y su lugar en él si usted
pensara que el mal siempre ha existido y que existe una situación de
«dualismm> en el universo?
3. ¿Puede usted mencionar algunos paralelismos entre la tentación que
enfrentó Eva y las tentaciones que usted enfrenta en su vida cristiana?
4. ¿Siente usted que sea injusto que lo consideren a usted culpable del pecado
de Adán (si está de acuerdo que Romanos 5:12-2110 enseña)? ¿Cómo puede usted
lidiar con este sentido de injusticia para evitar que se convierta en un
obstáculo en sus relaciones con Dios? A un nivel de convicción profunda,
¿piensa usted de verdad que, antes de ser cristiano, estaba totalmente
incapacitado de hacer ningún bien espiritual delante de Dios? Del mismo modo,
¿está profundamente convencido que esto es cierto de todos los creyentes, o
piensa usted que esto es solo una doctrina que puede ser cierta o no, o al
menos una doctrina que usted no encuentra muy convincente al examinar la vida
de los incrédulos que conoce?
5. ¿Qué clase de libertad de elección tienen los incrédulos que usted
conoce? Aparte de la obra del Espíritu Santo, ¿está usted convencido de que
ellos no cambiarían su rebelión fundamental contra Dios?
6. ¿Cómo le puede ayudar en su vida cristiana la enseñanza bíblica de
grados en la gravedad del pecado en este momento? ¿Ha experimentado usted un
sentido del «desagrado paternal» de Dios cuando ha pecado? ¿Cuál es su
respuesta a ese sentido?
7. ¿Piensa usted que los cristianos de hoy han perdido bastante de vista
lo aborrecible que es el pecado? ¿Lo han perdido también los incrédulos?
¿Piensa usted que los cristianos hemos perdido de vista la persistente
presencia del pecado en los incrédulos, de la verdad de que el mayor problema
de la raza humana, y de todas las sociedades y civilizaciones, no es la falta
de educación, la falta de comunicación ni la falta de bienestar material, sino el
pecado en contra de Dios?
TÉRMINOS ESPECIALES
Adjudicar,
contaminación original, corrupción heredada, culpa heredada, culpa original,
depravación total, dualismo, edad de responsabilidad, imputar, incapacidad
total, pecado, pecado heredado
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Salmo 51:1-4: Ten Compasión De Mí, Oh Dios, Conforme A Tu Gran Amor;
Conforme A Tu Inmensa Bondad, Borra Mis Transgresiones. Lávame De Toda Mi
Maldad Y Límpiame De Mi Pecado.
Yo Reconozco Mis Transgresiones; Siempre Tengo Presente Mi Pecado.
Contra Ti He Pecado, Sólo Contra Ti, Y He Hecho Lo Que Es Malo Ante Tus Ojos;
Por Eso, Tu Sentencia Es Justa, Y Tu Juicio, Irreprochable.
CAPÍTULO 5
LOS PACTOS ENTRE DIOS Y EL HOMBRE
¿QUÉ PRINCIPIOS
DETERMINAN LA MANERA EN QUE DIOS SE RELACIONA CON NOSOTROS?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
¿Cómo
se relaciona Dios con el hombre? Desde la creación del mundo, las relaciones de
Dios con el hombre ha estado definida por requerimientos y promesas
específicas. Dios le dice a las personas cómo quiere que actúen y también les
hace promesas sobre cómo va a actuar él con ellos en diferentes circunstancias.
La
Biblia contiene varios resúmenes de las disposiciones que definen las
diferentes relaciones entre Dios y el hombre que tienen lugar en las
Escrituras, y con frecuencia llama «pactos» a estos resúmenes.
Con respecto a los pactos entre Dios y el
hombre que encontramos en las Escrituras, podemos ofrecer la siguiente
definición: Un pacto es un acuerdo legal, inalterable y divinamente impuesto
entre Dios y el hombre que estipula las condiciones de sus relaciones.
Aunque
esta definición incluye la palabra acuerdo a fin de mostrar que hay dos partes,
Dios y el hombre, que deben entrar en las estipulaciones de esas relaciones, la
frase «divinamente impuesto» aparece también para mostrar que el hombre nunca
puede negociar con Dios o cambiar los términos del pacto.
Él
solo puede aceptar las obligaciones del pacto o rechazarlas. Probablemente por
esta razón los traductores griegos del Antiguo Testamento (de la traducción
conocida como la Septuaginta), y, siguiéndolos a ellos, los autores del Nuevo
Testamento, no usaron la palabra griega común que denotaba contratos o acuerdos
en los que ambas partes eran iguales (syntheke), sino que más bien eligieron
una palabra menos común, diadsékh, que hace hincapié en que las provisiones del
pacto fueron establecidas solo por una de las partes.
(De
hecho, la palabra diadsékh se usaba con frecuencia para referirse a
«testamento» o «última voluntad» que una persona dejaba para indicar la
distribución de sus bienes después de su muerte).
La
definición también incluye la palabra «inalterable». Podía ser sustituido o
remplazado por otro pacto diferente, pero no podía alterarse una vez
establecido.
Aunque
ha habido muchos detalles adicionales especificados en los pactos que Dios hizo
con el hombre a lo largo de la historia de las Escrituras, el elemento esencial
en todos ellos es la promesa: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jer
31: 33; 2ª Co 6: 16; et al).
Puesto
que las relaciones de pacto entre Dios y el hombre, ocurre en varias formas a
lo largo de las Escrituras desde Génesis a Apocalipsis, un tratamiento de este
tema puede aparecer en diferentes momentos en el estudio de la teología
sistemática.
Lo he
intercalado aquí al final del tratamiento del hombre como ser creado (a la
imagen de Dios) y del hombre como caído en el pecado, pero antes del estudio de
la persona y de la obra de Cristo.
A. EL PACTO DE OBRAS
Algunos
han cuestionado si es apropiado hablar del pacto de obras que Dios tenía con
Adán y Eva en el huerto del Edén. En realidad la palabra pacto no aparece en
las narrativas de Génesis. Sin embargo, las partes esenciales del pacto están
presentes:
Una
definición clara de las partes involucradas, una serie de disposiciones
legalmente vinculantes que estipulan las condiciones de las relaciones, la
promesa de bendiciones por la obediencia y la condición para obtener esas
bendiciones.
Además,
Oseas 6:7, al referirse a los pecados de Israel, dice: «Son como Adán: han
quebrantado el pacto»! Este pasaje ve a Adán viviendo en una relación de pacto
que había quebrantado en el huerto del Edén. Además, en Romanos 5: 12-21 Pablo
ve a Adán y a Cristo como cabezas de las personas que representan, algo que es
completamente coherente con la idea de que Adán era parte de un pacto antes de
la Caída.
En el
huerto del Edén, parece que está bastante claro que había una serie de
estipulaciones que vinculaban legalmente y definían las relaciones entre Dios y
el hombre. Las dos partes aparecen con claridad cuando Dios habla con Adán y le
da mandamientos. Los requerimientos de sus relaciones aparecen bien definidos
con los mandamientos que Dios les da a Adán y Eva (Gn 1: 28-30; 2: 15) y en el
mandamiento directo a Adán: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero
del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de
él comas, ciertamente morirás» (Gn 2: 16-17).
En
esta declaración a Adán acerca del árbol del conocimiento del bien y del mal
hay una promesa de castigo de la desobediencia: la muerte, que debemos entender
de una forma amplia en el sentido de muerte fisica, espiritual y muerte eterna
y separación de Dios.' En esta promesa de castigo por la desobediencia hay
implícita una promesa de bendición por la obediencia. Esta bendición
consistiría en no recibir la muerte, y la implicación es que la bendición sería
lo opuesto a la «muerte».
Involucraría
vida fisica sin fin y vida espiritual en términos de una relación con Dios que
continuaría para siempre. La presencia del «árbol de la vida en medio del
jardín» (Gn 2: 9) también era una promesa de vida eterna con Dios si Adán y Eva
satisfacían las condiciones de aquel pacto de relación mediante una completa
obediencia a Dios hasta que este decidiera que el tiempo de prueba había
terminado.
NOTA: Algunas versiones en inglés traducen
"Pero en Adán quebrantaron el pacto». pero la nota al margen admite que
eso es una enmienda basada en conjeturas y que e! texto hebreo en realidad dice
«como Adán» (he. ke'adan).
La preposición hebrea ke significa «como», no «en».
La palabra que traducimos como «Adán» (he. adam) también se puede traducir como
«hombre», pero la declaración entonces no tendría mucho sentido, pues no hay ni
una sola transgresión bien conocida de un pacto por hombre al que podamos
referimos. Además, no ayudaría mucho comparar a los israelitas con lo que ellos
ya son (esto es, hombres) y que «como hombres» quebrantaron el pacto.
Una frase así casi implicaría que los israelitas no
eran hombres, sino otra clase de criaturas. Por estas razones, se prefiere la
traducción «como Adán». (Una expresión hebrea idéntica se puede traducir «como
Adán» en Job 31: 33, como se indica al pie de la NVI.)
El castigo de muerte empezó a cumplirse en el día
que Adán y Eva pecaron, pero fue cumpliéndose lentamente a lo largo del tiempo,
a medida que sus cuerpos envejecían y al final morían. La promesa de la muerte
espiritual empezó a cumplirse inmediatamente, puesto que quedaron apartados de!
compañerismo con Dios.
La muerte de condenación eterna era lo que les
correspondía, pero las indicaciones de redención en e! texto (vea Gn. 3:15, 21)
sugieren que este castigo fue al final cancelado mediante la redención que
Cristo compró.
Después
de la Caída, Dios echó a Adán y Eva del huerto, en parte para que no «extienda
su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para
siempre» (Gn 3: 22).
Otra
evidencia de que las relaciones de pacto con Dios incluía una promesa de vida
eterna si Adán y Eva hubieran obedecido perfectamente es el hecho de que aun en
el Nuevo Testamento Pablo habla como si la perfecta obediencia, si fuera
posible, conduciría a la vida. Habla de que «el mismo mandamiento que debía
haberme dado vida me llevó a la muerte» (Ro 7: 10, literalmente, «mandamiento
que era para vida») y. con el fin de demostrar que la ley no se basa en la fe,
cita Lv 18:5 que dice lo siguiente acerca de las estipulaciones de la ley:
«Quien practique estas cosas vivirá por ellas» (Gá 3: 12; Ro 10: 5).
Otros
pactos en las Escrituras tienen generalmente una «señal» asociada con ellos
(como la circuncisión, el bautismo y la Cena del Señor). Ninguna «señal» para
el pacto de obras se designa claramente en Génesis como tal, pero si tuviéramos
que mencionar una, sería probablemente el árbol de la vida en el medio del
huerto.
Si
participaban de ese árbol, Adán y Eva habrían participado de la promesa de vida
eterna que Dios daría. El fruto en sí no tenía propiedades mágicas, pero sería
una señal mediante la cual Dios garantizaba externamente la realidad interna
que ocurriría.
¿Por
qué es importante decir que las relaciones entre Dios y el hombre en el huerto
eran relaciones de pacto? El hacerlo así nos recuerda el hecho que estas
relaciones, incluyendo los mandamientos de obediencia y promesas de bendición
por la obediencia, no era algo que sucedía automáticamente en las relaciones
entre el Creador y la criatura..
Por
ejemplo, Dios no hizo ninguna clase de pacto con los animales que creó.'
Tampoco la naturaleza del hombre tal como Dios la creó demandaba que él tuviera
algún tipo de compañerismo con el hombre ni que Dios hiciera alguna promesa que
tuviera que ver con sus relaciones con el hombre o que le diera al hombre
alguna dirección clara en lo concerniente a 10 que él haría.
Todo
esto era una expresión del amor paternal de Dios por el hombre y la mujer que
él había creado. Además, cuando especificamos estas relaciones como «pacto»,
podemos ver el claro paralelismo entre esta y las siguientes relaciones de
pacto que Dios tuvo con su pueblo. Si todos los elementos de un pacto están
presentes (estipulaciones claras de las partes involucradas, declaración de las
condiciones del pacto y promesa de bendiciones o castigo por la desobediencia),
no parece que haya razón por la que no debamos referimos a estas como un pacto,
porque eso era lo que en verdad eran.
Aunque
el pacto que había antes de la Caída ha sido expresado mediante varios términos
(tales como el pacto adánico o el pacto de la naturaleza), la designación más
útil parece ser la de «pacto de obras», puesto que la participación en las
bendiciones del pacto dependía claramente de la obediencia u «obras» de parte
de Adán y Eva.
NOTA: Sin embargo, los animales fueron incluidos
con los seres humanos en el pacto que Dios le comunicó a Noé, prometiendo que
nunca más destruiría la tierra con otro diluvio (Gn 9: 8-17).
Como
en todos los pactos que Dios hace con el hombre, no hay aquí negociaciones
sobre las disposiciones. Dios impone soberanamente el pacto sobre Adán y Eva, y
ellos no tienen ninguna posibilidad de cambiar los detalles. Lo único que
pueden hacer es aceptarlo o rechazarlo.
¿Está
todavía en vigor el pacto de obras? En varios sentidos importantes lo está.
En
primer lugar, Pablo implica que la obediencia perfecta a las leyes de Dios, si
fuera posible, llevaría a la vida (vea Ro 7: 10; 10: 5; Gá 3: 12). Debiéramos
también notar que el castigo en este pacto todavía está en vigor, «porque la
paga del pecado es muerte» (Ro 6: 23).
Esto
implica que el pacto de obras todavía está en vigor para todo ser humano aparte
de Cristo, aunque ningún ser humano pecador puede cumplir con sus
estipulaciones y conseguir sus bendiciones. Por último debiéramos notar que
Cristo obedeció perfectamente el pacto de obras por nosotros porque él no cometió
ningún pecado (1ª P 2: 22), sino que obedeció a Dios en todo a nuestro favor
(Ro 5:18-19).
Por
otro lado, en varios sentidos, el pacto de obras no permanece en vigor:
(1) Ya no tenemos que lidiar con el mandamiento específico de no comer del
árbol del conocimiento del bien y del mal.
(2) Dado que todos tenemos una naturaleza pecaminosa (tanto los cristianos
como los que no son cristianos), no estamos en condiciones de cumplir con las
disposiciones del pacto de obras por nosotros mismos y recibir sus beneficios,
pues al aplicarse directamente a las personas solo recibimos castigos.
(3) Para los cristianos, Cristo ha cumplido satisfactoriamente las
estipulaciones de este pacto de una vez y para siempre, y nosotros obtenemos
sus beneficios no mediante una obediencia real de nuestra parte, sino confiando
en los méritos de la obra de Cristo.
En
realidad, para los cristianos hoy pensar que estamos obligados a tratar de
ganar el favor de Dios mediante la obediencia sería apartarse de la esperanza
de la salvación. «Todos los que viven por las obras que demanda la ley, están
bajo maldición es evidente que por la ley nadie es justificado delante de Dios»
(Gá 3: 10-11).
Los
cristianos han quedado liberados del pacto de las obras por razón de la obra de
Cristo y han sido incluidos en el nuevo pacto, el pacto de la gracia (vea
abajo).
B. EL PACTO DE REDENCIÓN
Los
teólogos hablan de otra clase de pacto, un pacto que no es entre Dios y el
hombre, sino entre los miembros de la Trinidad. Es el pacto que llaman el
«pacto de redención». Este es un acuerdo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, mediante el cual el Hijo está de acuerdo en hacerse hombre, ser nuestro
representante, obedecer las demandas del pacto de obras en nuestro nombre y
pagar el castigo del pecado que nosotros merecíamos.
¿Enseñan
las Escrituras su existencia? Sí, porque habla de un plan y propósito
específico de Dios en el que estuvieron de acuerdo el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo a fin de ganar nuestra redención.
En
cuanto al Padre, este «pacto de redención» incluía un acuerdo de dar al Hijo un
pueblo que él redimiría para ser suyos Gn 17: 2, 6), enviar al Hijo para que
fuera su representante Gn 3: 16; Ro 5: 18-19), preparar un cuerpo para que el
Hijo morara en él como hombre (Col 2: 9; He 10: 5), aceptarle como
representante del pueblo que habría redimido (He 9: 24), y darle a él toda
autoridad en el cielo y en la tierra (Mt
28: 18), incluyendo la autoridad de derramar el poder del Espíritu Santo y
aplicar la redención a su pueblo (Hch 1: 4; 2: 23).
De
parte del Hijo, estuvo de acuerdo en que vendría a este mundo como hombre y
viviría como hombre bajo la ley mosaica (Gá 4: 4; He 2: 14-18), y que se
sometería en perfecta obediencia a todos los mandamientos del Padre (He
10:7-9), se humillaría a sí mismo y se haría obediente hasta la muerte en la
cruz (Fil 2: 8). El Hijo también estuvo de acuerdo en formar a un pueblo para
sí mismo a fin de que ninguno de los que el Padre le iba a dar se perdiera Gn
17: 12).
El
papel del Espíritu Santo en el pacto de redención a veces se pasa por alto en
las reflexiones sobre el tema, pero sin duda era único y esencial. Estuvo de
acuerdo en hacer la voluntad del Padre y llenar y facultar a Cristo para que
llevara a cabo su ministerio en la tierra (Mt 3:16; Lc 4: 1, 14, 18;Jn 3: 34),
y aplicarlos beneficios de la obra redentora de Cristo a los creyentes después
de que Cristo regresara al cielo Gen 14: 16-17,26; Hch 1: 8; 2:17-18, 33).
Refiriéndonos
al acuerdo entre los miembros de la Trinidad como un «pacto», nos recuerda que
fue algo emprendido voluntariamente por Dios, no algo en lo que tuviera que
meterse por razón de su naturaleza. Sin embargo, este pacto es también
diferente de los pactos entre Dios y el hombre porque las partes que participan
lo hacen como iguales, mientras que en los pactos con el hombre, Dios es el
Creador soberano que impone las estipulaciones del pacto por decreto propio.
Por
otro lado, es como los pactos que Dios hizo con el hombre en que contiene los
elementos (especificando las partes, condiciones, y bendiciones prometidas) que
conforman un pacto.
C. EL PACTO DE GRACIA
1. ELEMENTOS ESENCIALES.
Cuando
el hombre no obtuvo la bendición ofrecida en el pacto de obras, se hizo
necesario que Dios estableciera otro medio, uno mediante el cual el hombre
pudiera ser salvado. El resto de las Escrituras después del relato de la Caída
en Génesis 3 es la narración de la acción de Dios en la historia para llevar a
cabo el maravilloso plan de redención a fin de que las personas pecadoras
pudieran entrar en compañerismo con él.
Una
vez más, Dios claramente define las disposiciones del pacto que especificarían
las relaciones entre él y los que serían redimidos. En estas especificaciones
encontramos algunas variaciones en detalle a lo largo del Antiguo y Nuevo
Testamentos, pero los elementos esenciales de un pacto están todos allí, y la
naturaleza de esos elementos esenciales permanece igual a lo largo del Antiguo
y del Nuevo Testamentos.
Las
partes en este pacto de gracia son Dios y el pueblo que él redimiría. Pero en
este caso Cristo cumple con un papel especial como «mediador» (He 8: 6; 9: 15;
12: 24) en el cual cumple por nosotros las condiciones del pacto y de ese modo
nos reconcilia con Dios. (No había mediador entre Dios y el hombre en el pacto
de obras.)
La
condición (o requerimiento) de la participación en el pacto es tener fe en la
obra de redención de Cristo (Ro 1: 17; et al.). Este requerimiento de fe en la
obra redentora del Mesías era también la condición para obtener las bendiciones
del pacto del Antiguo Testamento, como Pablo lo demuestra claramente por medio
de los ejemplos de Abraham y David (Ro 4:1-15). Ellos, como otros creyentes del
Antiguo Testamento, alcanzaron salvación mirando hacia el futuro a la obra del
Mesías que iba a venir y depositando su fe en él:
Pero
si bien la condición para empezar en el pacto de gracia es solo y siempre la fe
en la obra de Cristo, la condición para continuar en el pacto se entiende que
es la obediencia a los mandamientos de Dios. Aunque esta obediencia no sirve en
el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento para ganar méritos con Dios, si
nuestra fe en Cristo es genuina, producirá obediencia (vea Stg 2: 17), y la
obediencia a Cristo en el Nuevo Testamento se considera una evidencia necesaria
de que somos verdaderos creyentes y miembros del nuevo pacto (vea 1Jn 2:4-6).
La
promesa de bendiciones en el pacto era una promesa de vida eterna con Dios.
Esa
promesa aparece repetida con frecuencia a lo largo del Antiguo y del Nuevo
Testamentos. Dios prometió que él sería su Dios y ellos serían su pueblo.
«Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por
todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes» (Gn
17: 7). «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jer 31: 33). «Ellos serán
mi pueblo, y yo seré su Dios. Haré con ellos un pacto eterno» (Jer 32: 38-40;
Ez 34: 30-31; 36: 28; 37: 26-27).
Ese
tema aparece también en el Nuevo Testamento: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo» (2ª Co 6: 16; d. un tema similar en los vv. 17-18; también 1ª P 2: 9-10).
Al hablar del nuevo pacto, el autor de Hebreos cita Jeremías 31: «Yo seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo» (He 8: 10). Esta bendición encuentra su
cumplimiento en la iglesia, que es el pueblo de Dios, pero encuentra su mejor
cumplimiento en el nuevo cielo y la nueva tierra, como lo ve Juan en su visión
de la era venidera: «Oí una potente voz que provenía del trono y decía:
"¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en
medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su
Dios» (Ap 21: 3).
La
señal de este pacto (el símbolo físico exterior de inclusión en el pacto) varía
entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento la
señal exterior de comienzo de las relaciones de pacto era la circuncisión. La
señal de continuación en las relaciones de pacto era la continua observancia de
todas las fiestas y leyes ceremoniales que Dios le dio al pueblo en varios
momentos de su historia. En el nuevo pacto la señal de comienzo de las relaciones
de pacto es el bautismo, mientras que la señal de la continuación de las
relaciones es la participación en la Cena del Señor.
A este
pacto se le conoce como «pacto de gracia» porque está completamente basado en
la «gracia» de Dios o el favor inmerecido hacia aquellos a quienes redime.
2. VARIAS FORMAS DEL PACTO.
Aunque
los elementos esenciales del pacto de gracia son los mismos a lo largo de la
historia del pueblo de Dios, las disposiciones específicas del pacto varían de
vez en cuando. En el tiempo de Adán y Eva, había solo una insinuación escueta
de la posibilidad de tener relaciones con Dios que encontramos en la promesa
acerca de la simiente de la mujer en Génesis 3: 15 y en la anterior y amorosa
provisión de Dios de ropas para Adán y Eva (Gn 3: 21).
4Vea
capítulo 7, para un estudio del hecho que los creyentes del Antiguo Testamento
fueron salvados solo por su fe y confianza en el Mesías que iba a venir.
El
pacto que Dios hizo con Noé después del diluvio (Gn 9: 8-17) no era un pacto
que prometiera todas las bendiciones de la vida eterna y la comunión con Dios,
sino solo uno en el que Dios prometía a toda la humanidad y al reino animal que
la tierra no volvería a ser destruida por un diluvio.
En
este sentido el pacto con Noé, aunque ciertamente depende de la gracia de Dios
o del favor inmerecido, parece ser bastante diferente en cuanto a las partes
involucradas (Dios y toda la humanidad, no solo los redimidos), la condición
mencionada (no se requiere ni fe ni obediencia de parte del hombre), y la bendición
que se promete (que la tierra no sería destruida de nuevo por el diluvio es sin
duda una promesa diferente de la de vida eterna). La señal del pacto (el arco
iris) es también diferente en que no requiere una participación activa o
voluntaria de parte del hombre.
Pero
empezando con el pacto con Abraham (Gn 15: 1-21; 17: 1-27), los elementos
esenciales del pacto de gracia están todos presentes. En realidad, Pablo puede
decir que «la Escritura ... anunció de antemano el evangelio a Abraham» (Gá 3:
8).
Además,
Lucas nos dice que Zacarías, el padre de Juan el Bautista, profetizó que la
llegada de Juan el Bautista, para preparar el camino del Cristo era el comienzo
de la actividad de Dios para cumplir las antiguas promesas a Abraham (para
mostrar misericordia a nuestros padres al acordarse de su santo pacto. Así lo
juró a Abraham nuestro padre), Lc 1:72-73).
De
modo que las promesas del pacto con Abraham permanecían en vigor aun cuando
habían quedado cumplidas en Cristo (vea Ro 4: 1-25; Gá.3: 6-18, 29; He 2:16;
6:13-20).
¿Qué
es entonces el «antiguo pacto» en contraste con el «nuevo pacto» en Cristo? No
es el todo del Antiguo Testamento, porque el pacto con Abraham y David nunca
son llamados «antiguos» en el Nuevo Testamento. Más bien, solo al pacto bajo
Moisés, el pacto que se hizo en el Monte Sinaí (Éx 19-24) se le llama el
«antiguo pacto» (2 Ca 3: 14; cf. He 8:6, 13), que iba a ser sustituido por el
«lluevo pacto» en Cristo (Lc 22: 20; 1ª Co 11: 25; 2ª Co 3:6; He 8: 8,13; 9:
15; 12: 24).
El
pacto mosaico era la aplicación6 de detalladas leyes escritas puestas en vigor
por un tiempo para restringir los pecados de las personas y para ser una guía
que nos llevara a Cristo. Pablo dice: «Entonces, ¿cuál era el propósito de la
ley? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniera la
descendencia a la cual se hizo la promesa» (Gá 3: 19), «así que la ley vino a
ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo» (Gá 3: 24).
No
debiéramos suponer que no hubo gracia para las personas desde Moisés hasta Cristo,
porque la promesa de salvación por la fe que Dios había hecho a Abraham
permanecía en vigor: Ahora bien.
Las Promesas Se Le Hicieron A Abraham Ya Su Descendencia. La Ley, Que
Vino Cuatrocientos Treinta Años Después, No Anula El Pacto Que Dios Había Ratificado
Previamente; De Haber Sido Así, Quedaría Sin Efecto La Promesa. Si La Herencia
Se Basa En La Ley, Ya No Se Basa En La Promesa; Pero Dios Se La Concedió
Gratuitamente A Abraham Mediante Una Promesa (Gá 3: 16-18).
NOTA: Las promesas del pacto con Abraham fueron
renovadas y Dios dio aun más seguridades cuando habló con David (vea esp. 2ª S.
7: 5-16; Jer 33: 19-22), y le hizo la promesa de que un rey del linaje de David
reinaría sobre el pueblo de Dios para siempre. Para un estudio excelente de la continuidad
de las promesas de Dios en los pactos de Dios con Abraham y David, y en el
nuevo pacto, vea la obra de Thomas E. McComiskey, The Covenants of Promise: A
Theology of the Old Testaments Covenants (Baker, Grand Rapids, 1985), esp. Pp.
59-93.
Para un estudio excelente de la diferencia entre el
amplio pacto de la promesa y los varías «pactos administrativos» que Dios usó
en diferentes momentos, vea McComiskey, Covenants of Promise, esp. pp. 139-77 Y
193-211.
Además,
aunque el sistema de sacrificios del pacto mosaico no quitaba en realidad el
pecado (He 10: 1-4), sí prefiguraba que Cristo, el perfecto sumo sacerdote que
era también el sacrificio perfecto, cargaría con nuestros pecados (He 9:
11-28). Sin embargo, el pacto mosaico por sí mismo, con todas sus leyes
detalladas, no podía salvar a las personas.
No es
que las leyes fueran en sí malas, porque las había dado un Dios santo, pero
carecían de poder para dar a las personas una vida nueva, y las personas no
podían obedecerlas perfectamente: «¿Estará la ley en contra de las promesas de
Dios? ¡De ninguna manera! Si se hubiera promulgado una ley capaz de dar vida,
entonces sí que la justicia se basaría en la ley» (Gá 3: 21).
Pablo
se da cuenta de que el Espíritu Santo que actúa dentro de nosotros puede capacitamos
para obedecer a Dios en una manera que la ley mosaica nunca podría, porque él
dice que Dios «nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el
de la letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da
vida» (2ª Co 3:6).
El
nuevo pacto en Cristo es, entonces, mucho mejor porque cumple las promesas
hechas en Jeremías 31:31-34, como aparece citado en Hebreos 8: Pero el servicio
sacerdotal que Jesús ha recibido es superior al de ellos, así como el pacto del
cual es mediador es superior al antiguo, puesto que se basa en mejores
promesas. Efectivamente, si ese primer pacto hubiera sido perfecto, no habría
lugar para un segundo pacto.
Pero Dios, reprochándoles sus defectos, dijo: «Llegará el tiempo -dice
el Señor-, en que haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de
Judá.
No Será Como El Pacto Que Hice Con Sus Antepasados El Día En Que Los
Tomé De La Mano Para Sacarlos De Egipto, Porque Ellos No Permanecieron Fieles A
Mi Pacto, Y Yo Los Abandoné, Dice El Señor.
Por Tanto, Este Es El Pacto Que Después De Aquellos Días Estableceré Con
La Casa De Israel, Dice El Señor: Pondré Mis Leyes En Su Mente Y Las Escribiré
En Su Corazón. Yo Seré Su Dios, Y Ellos Serán Mi Pueblo.
Ya Nadie Enseñará A Su Prójimo, Ni Nadie Enseñará A Su Hermano Ni Le
Dirá: "¡Conoce Al Señor!"
Porque Todos, Desde El Más Pequeño Hasta El Más Grande, Me Conocerán. Yo
Les Perdonaré Sus Iniquidades, Y Nunca Más Me Acordaré De Sus Pecados». Al
Llamar «Nuevo» A Ese Pacto, Ha Declarado Obsoleto Al Anterior; Y Lo Que Se
Vuelve Obsoleto Y Envejece Ya Está Por Desaparecer (He 8: 6-13).
En
este nuevo pacto hay bendiciones muy superiores, porque Jesús el Mesías ha
venido; ha vivido, ha muerto y ha resucitado entre nosotros, y ha expiado de
una vez y para siempre todo nuestros pecados (He 9: 24-28); nos ha revelado a
Dios de una manera más completa Gn 1:14; He 1:1-3); ha derramado el Espíritu
Santo sobre su pueblo con el poder del nuevo pacto (Hch 1:8; 1ª Co 12: 13; 2ª
Co 3: 4-18); ha escrito sus leyes en nuestros corazones (He 8: 10).
Este
nuevo pacto es el «pacto eterno» (He 13:20) en Cristo, por medio del cual
tendremos comunión eterna con Dios, y él será nuestro Dios, y nosotros seremos
su pueblo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN
PERSONAL
1. Antes de leer este capítulo, ¿había pensado usted en sus relaciones con
Dios en términos de un «pacto»? ¿Le da un grado mayor de certidumbre o un
sentido de seguridad en sus relaciones con Dios el saber que él gobierna las
relaciones mediante una serie de promesas que nunca cambiarán?
2. Si usted fuera a pensar en las relaciones personales entre Dios y usted
en términos de un pacto, en el que usted y Dios son las únicas partes
involucradas, ¿cuáles serían entonces las condiciones de este pacto entre Dios
y usted? ¿Está usted ahora cumpliendo esas condiciones? ¿Qué papel tiene Cristo
en esas relaciones de pacto entre usted y Dios? ¿Cuáles son las bendiciones que
Dios promete si usted cumple con esas condiciones? ¿Cuáles son las señales de
la participación en este pacto? ¿Le lleva este entendimiento del pacto a
aumentar su aprecio por el bautismo y la Cena del Señor?
TÉRMINOS ESPECIALES
Antiguo
pacto, nuevo pacto, pacto, pacto de gracia, pacto de obras, pacto de redención.