CAPÍTULO 8
LA SANTIFICACIÓN (EL CRECIMIENTO EN LA
SEMEJANZA DE CRISTO)
¿CÓMO CRECE USTED
EN MADUREZ CRISTIANA? ¿CUÁLES SON LAS BENDICIONES DEL CRECIMIENTO CRISTIANO?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
En los
capítulos anteriores hemos examinado las varias acciones de Dios que tienen
lugar al comienzo de nuestra vida cristianas: El llamamiento del evangelio (que
Dios nos hace a nosotros), la regeneración (mediante la cual Dios nos imparte
nueva vida), la justificación (mediante la cual Dios no da una posición legal
correcta delante de él), y la adopción (mediante la cual Dios nos hace miembros
de su familia).
También
hemos estudiado la conversión (en que nos arrepentimos de nuestros pecados y
confiamos en Cristo para salvación). Todos estos acontecimientos tienen lugar
al comienzo de nuestra vida cristiana.
Pero
ahora llegamos a una parte de la aplicación de la redención que es una obra
progresiva que continúa a lo largo de nuestra vida en la tierra. Es también una
obra en la que Dios y el hombre cooperan, cada uno en un papel diferente. Esta
parte de la aplicación de la redención la conocemos como la santificación: La
santificación es una obra progresiva de Dios y del hombre que nos lleva a estar
cada vez más libres del pecado y que seamos más semejantes a Cristo en nuestra
vida real.
NOTA: Aunque la fe salvadora crucial mediante la cual
somos justificados ocurre de una vez en el momento de la conversión, la fe y el
arrepentimiento continúan todavía a lo largo de nuestras vidas.
Del mismo modo, aunque la regeneración, la
justificación y la adopción son sucesos instantáneos que tienen lugar una vez
al comienzo de la vida cristiana, los resultados de todo ello continúan a lo
largo de la vida: Continuamos teniendo la vida espiritual que recibimos en la
regeneración, la posición legal que recibimos en la justificación, y la
membrecía en la familia de Dios que recibimos en la adopción.
A. DIFERENCIAS ENTRE LA JUSTIFICACIÓN Y LA SANTIFICACIÓN
El
cuadro siguiente explica varias de las diferencias entre la justificación y la
santificación:
JUSTIFICACIÓN
Posición
legal
Una
vez para siempre
Es
por completo obra de Dios
Perfecta
en esta vida
Igual
para todos los cristianos
|
SANTIFICACIÓN
Condición
interna
Continúa
durante toda la Vida
Nosotros
cooperamos
No
es perfecta en esta vida
Más
en unos que en otros
|
Como
indica este cuadro, la santificación es algo que continúa a lo largo de toda
nuestra vida como cristianos. El curso ordinario de una vida cristiana
involucrará el crecimiento continuo en santificación, y es algo en lo que el
Nuevo Testamento nos anima a que le prestemos atención y nos esforcemos en
conseguirlo.
B. TRES ETAPAS DE LA SANTIFICACIÓN
1. LA SANTIFICACIÓN TIENE UN COMIENZO DEFINIDO EN LA REGENERACIÓN.
Un
cambio moral definido tiene lugar en nuestra vida en el momento de la
regeneración, porque
Pablo
habla acerca de: «Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la
renovación por el Espíritu Santo» (Tit 3: 5). Una vez que hemos nacido de nuevo
no podemos continuar pecando como un hábito o estilo de vida (1A Jn
3: 9), porque el poder de la nueva vida espiritual dentro de nosotros nos
guarda de ceder a la vida de pecado.
EL CAMBIO MORAL INICIAL
ES LA PRIMERA ETAPA EN LA SANTIFICACIÓN.
En
este sentido hay un cierto traslapo entre la regeneración y la santificación,
porque este cambio moral es en realidad una parte de la regeneración. Pero
cuando lo vemos desde el punto de vista del cambio moral dentro de nosotros, lo
podemos ver también como la primera etapa de la santificación. Pablo mira
retrospectivamente a un suceso completado cuando dice a los corintios: «Pero ya
han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el
nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (1a Co
6: 11). Del mismo modo, en Hechos 20: 32 Pablo se puede referir a los
cristianos como los que tienen «herencia entre todos los santificados».
Este
paso inicial en la santificación involucra un rompimiento definido con el poder
dominante y amor al pecado, de manera que el creyente ya no está más controlado
o dominado por el pecado y ya no le gusta pecar. Pablo dice: «De la misma
manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en
Cristo Jesús. Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están
bajo la ley sino bajo la gracia» (Ro 6: 11, 14). Pablo dice que los cristianos
han sido «liberados del pecado» (Ro 6: 18).
En
este contexto, estar muerto al pecado o ser liberado del pecado involucra el
poder para vencer acciones o pautas de comportamiento pecaminoso en nuestra
vida. Pablo les dice a los romanos: «No permitan ustedes que el pecado reine en
su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos.
No
ofrezcan los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de injusticia,
ofrézcanse más bien a Dios» (Ro 6: 12-13). Estar muerto al poder dominante del
pecado significa que nosotros como cristianos, en virtud del poder del Espíritu
Santo y la vida de resurrección de Cristo obrando dentro de nosotros, tenemos
el poder de vencer la tentación y la seducción del pecado. El pecado ya no será
nuestro amo como lo era antes de hacemos cristianos.
EN TÉRMINOS PRÁCTICOS,
ESTO SIGNIFICA QUE DEBEMOS AFIRMAR DOS COSAS COMO CIERTAS.
Por un
lado, nunca seremos capaces de decir: «Estoy completamente libre del pecado»,
porque nuestra santificación nunca estará del todo completada (vea abajo). Pero
Por otro lado, un cristiano nunca debiera decir (por ejemplo) «Este pecado me
ha derrotado, me rindo. He tenido un mal temperamento por treinta y siete años
y lo tendré hasta el día que me muera, y las personas me van a tener que
aguantar tal como soy».
NOTA: La expresión griega es tois hegiasmenois. Que
es un participio pasivo perfecto sustantivado que expresa tanto una actividad
pasada completada (ellos fueron santificados) y un resultado continuado (ellos
continúan la experiencia de la influencia santificadora de la acción pasada).
Decir eso es reconocer que el pecado te ha
dominado. Es permitir que el pecado reine en nuestros cuerpos. Es admitir la
derrota. Es negar la verdad de las Escrituras, que nos dice: «De la misma
manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en
Cristo Jesús» (Ro 6: 11). Es negar la verdad de las Escrituras que nos dice que
«el pecado no tendrá dominio sobre ustedes» (Ro 6: 14).
El rompimiento inicial con el pecado, involucra una
reorientación de nuestros deseos de manera que ya no tenemos una inclinación
dominante hacia el pecado en nuestra vida. Pablo sabe que sus lectores fueron
antiguos esclavos del pecado (como lo son todos los incrédulos), pero dice que
ellos ya no son esclavos.
«Pero gracias a Dios que, aunque antes eran
esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue
transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes
esclavos de la justicia» (Ro 6:17-18). Este cambio en los deseos e inclinación
de la persona ocurre al comienzo de la santificación:
A algunos les gustaría añadir a esta sección uno o
más pasajes de Hebreos que hablan acerca de nuestra santificación como habiendo
quedado completada en el pasado. Por ejemplo, el autor dice que por la voluntad
de Dios «somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo,
ofrecido una vez y para siempre» (He. 10: 10).
La expresión griega es un participio pasivo
perfecto perifrástico, hegiasmenoi esmen, el cual habla de una situación
presente continua que resulta de una acción pasada completada: «Estamos
continuamente en un estado de "estar siendo santificados" (y
continuamos sintiendo los resultados del acto previo de la santificación).
Pero en hebreo el término santificar (gr. hagiazo)
está más relacionado con el trasfondo del Antiguo Testamento de la pureza
ceremonial o santidad como algo necesario para entrar a la presencia de Dios y,
por tanto, «santificado» en hebreo significa «hecho santo y justo a los ojos de
Dios y, por tanto, en condiciones de acercarse a Dios en la adoración».
Como tal, «santificado» en hebreo es
aproximadamente equivalente a «justificado» en el vocabulario de Pablo. Este
sentido de «santificado» lo podemos ver en He. 9: 13; 10: 10; 13: 12. Estos
pasajes hablan de una clase de purificación ceremonial que permite el acceso a
Dios, y como tal, la «santificación» aquí se aplica al comienzo de la vida
cristiana. Sin embargo, el enfoque está más en el acceso a Dios en la
adoración, mientras que el énfasis paulina está en la justificación del castigo
del pecado que era debido bajo la ley de Dios.
Hay un uso diferente de la palabra santificado en
la tradición Wesleyana dentro del protestantismo. En estos círculos la
experiencia de santificación se ve en ocasiones como un suceso único
subsiguiente a la conversión en la que el cristiano obtiene un alto nivel de
santidad, un nivel a veces conocido como «completa santificación» o «perfección
impecable».
Dentro de esta tradición, la santificación es vista
como una experiencia que uno busca en la vida cristiana y que en ocasiones en
capaz de obtener. (Vea las teologías sistemáticas mencionadas bajo la categoría
de «Arminiana» en la bibliografía al final de este capítulo).
Por tanto, mientras la mayoría de los protestantes
dirían: «Estoy siendo santificado», algunos dentro de la tradición Wesleyana
dirían: «He sido santificado» refiriéndose no al rompimiento inicial con el
pecado que viene con la conversión, sino a una subsiguiente experiencia en la
que ellos empiezan a conocer la libertad del pecado consciente en sus vidas.
Las dificultades con esta posición aparecen bosquejadas en la sección 4 abajo,
«La santificación nunca queda completada en esta vida».
2. LA SANTIFICACIÓN VA AUMENTANDO A LO LARGO DE LA VIDA.
Aunque
el Nuevo Testamento habla de un comienzo definido de la santificación, también
lo ve como un proceso que continúa a lo largo de nuestra vida cristiana. En
general este es el sentido primario en el que se usa hoy santificación en la
teología sistemática y en la conversación cristiana:
Aunque
Pablo dice a sus lectores que han sido liberados del pecado (Ro 6: 18), y que
están «muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Ro 6: 11), él,
no obstante, reconoce que el pecado permanece en sus vidas, de modo que los
insta a que no permitan que reine en ellos y cedan al pecado (Ro 6: 12-13). Su
tarea, por tanto, como cristianos es crecer más y más en la santificación, de
la misma manera que antes habían crecido cada vez más en el pecado. «Hablo en
términos humanos, por las limitaciones de su naturaleza humana.
Antes
ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva
más y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a
la santidad» (Ro 6: 19; las expresiones «antes» y «ahora» [gr. hosper houtos]
indican que Pablo quiere que ellos hagan eso de la misma manera: si «antes» se
entregaban cada vez más al pecado, «ahora» ofrézcanse cada vez más a la
justicia por la santificación).
Pablo
dice que a lo largo de la vida cristiana «todos nosotros somos transformados a
su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor» (2a Co 3:
18).
Nos
vamos haciendo cada vez más como Cristo al ir avanzando en la vida cristiana.
Por
tanto, él dice: «Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien,
una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que
está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece
mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús» (Fil 3: 13-14). Con esto el
apóstol no está diciendo que ya sea perfecto, sino que sigue adelante para
alcanzar aquellos propósitos para los cuales Cristo le había salvado (vv.
9-12).
Pablo
les dice a los colosenses: «Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han
quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios, y se han puesto el de
la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su
Creador» (Col 3:10), mostrando de esa manera que la santificación involucra una
creciente semejanza a Dios en nuestros pensamientos así como en nuestras
palabras y acciones.
El
autor de Hebreos dice a sus lectores: «despojémonos del lastre que nos estorba,
en especial del pecado que nos asedia» (He 12: 1), y «busquen la santidad, sin
la cual nadie verá al Señor» (He 12: 14). Santiago anima a sus lectores: «No se
contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos.
Llévenla a la práctica» (Stg 1: 22), y Pedro les dice a sus lectores: «Más
bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los
llamó» (1a P 1: 15).
No es
necesario acumular muchas más citas, porque mucho del Nuevo Testamento está
compuesto de instrucciones a los creyentes en varias iglesias sobre cómo
debieran crecer en la semejanza a Cristo. Todas las exhortaciones morales y los
mandamientos en las epístolas del Nuevo Testamento se aplican aquí, porque
todas ellas exhortan a los creyentes a cultivar un aspecto u otro de una mayor
santificación en sus vidas.
La
expectativa de todos los autores del Nuevo Testamento es que nuestra
santificación aumente a lo largo de nuestra vida cristiana.
3. LA SANTIFICACIÓN SE COMPLETARÁ EN LA MUERTE (PARA NUESTRAS ALMAS) Y
CUANDO EL SEÑOR REGRESE (PARA NUESTROS CUERPOS).
Debido
a que el pecado todavía permanece en nuestros corazones aunque nos hayamos
hecho cristianos (Ro 6: 12-13; 1a Jn 1: 8), nuestra santificación
nunca se completará en esta vida (vea abajo). Pero una vez que morimos y vamos
a estar con el Señor, entonces nuestra santificación se completará en un
sentido, porque nuestras almas quedarán liberadas del pecado y serán perfectas.
El
autor de Hebreos dice que cuando entramos a la presencia del Señor para adorar
llegamos como «los espíritus de los justos que han llegado a la perfección» (He
12: 23). Esto es apropiado porque es una anticipación del hecho de que «nunca
entrará en ella nada impuro», se refiere a entrar a la presencia de Dios en la
ciudad celestial (Ap 21: 27).
Sin
embargo, cuando apreciamos que la santificación involucra a toda la persona,
incluyendo nuestros cuerpos (vea 2a Co 7:1; 1a s 5: 23),
entonces nos damos cuenta que la santificación no estará del todo completada
hasta que el Señor regrese y recibamos cuerpos nuevos resucitados. Esperamos la
venida de nuestro Señor
Jesucristo
desde el cielo y «él transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su
cuerpo glorioso» (Fil 3: 21). Es «cuando él venga» (1a Co 15: 23)
que recibiremos un cuerpo de resurrección y entonces «llevaremos también la
imagen del [hombre] celestial» (1a Co 15: 49).
(1) Que hay un comienzo definido de la santificación en el momento de la
conversión:
(2) Que la santificación debiera incrementarse a lo
largo de la vida cristiana, y.
(3) Que la santificación. Se perfecciona en la muerte.
(Por
amor de la simplicidad omitimos de este cuadro la finalización de la
santificación cuando recibimos nuestros cuerpos resucitados.)
He
mostrado en el cuadro el progreso de la santificación como una línea irregular,
indicando que el crecimiento en la santificación no es siempre una línea recta
y ascendente en esta vida, sino que el progreso de la santificación sucede en
algunos momentos, mientras que en otras ocasiones nos damos cuenta de que
estamos teniendo algo de retroceso.
En un
caso extremo, un creyente que hace poco uso de los medios de santificación, y
más bien tiene mala enseñanza, no anda con cristianos y le presta poca atención
a la Palabra de Dios y a la oración, puede pasar muchos años y tener muy poco
progreso en su proceso de santificación, pero esto no es ciertamente lo normal
ni lo que se espera en la vida cristiana. Es en realidad muy anormal.
4. LA SANTIFICACIÓN NUNCA SE COMPLETA EN ESTA VIDA.
Ha
habido algunos en la historia de la iglesia que han tomado mandamientos tales
como Mateo 5: 48 (Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es
perfecto») o 2a Corintios 7: 1 «purifiquémonos de todo lo que
contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra
de nuestra santificación») y han razonado que puesto que Dios nos da estos
mandamientos, él también debe damos la capacidad para obedecerlos perfectamente.
Por
tanto, han concluido, es posible para nosotros obtener un estado de perfección
impecable en esta vida. Además, apuntan a la oración de Pablo por los
tesalonicenses: «Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo»
(1a Ts 5: 23), e infieren que bien puede ser que la oración de Pablo
se cumpliera en algunos de los cristianos tesalonicenses. De hecho, Juan
incluso dice:
«Todo
el que practica el pecado, no lo ha visto ni lo ha conocido» (1a Jn
3: 6). ¿Están hablando estos versículos de la posibilidad de una perfección
impecable en la vida de algunos cristianos? Es este estudio, usaré la palabra
perfeccionismo para referirme a este punto de vista de que la perfección
impecable es posible en esta vida.
Si
examinamos con detenimiento estos pasajes veremos que no apoyan la posición
perfeccionista. Primero, sencillamente no se enseña en las Escrituras que
cuando Dios da un mandamiento, él también nos da la capacidad para obedecerlo
en cada caso.
Dios
manda a todas las personas en todo lugar que obedezcan todas sus leyes morales
y los tiene como culpables de no obedecerlos, aun cuando las personas no
redimidas son pecadores y, como tales, están muertas en sus delitos y pecados,
y eso les incapacita para obedecer los mandamientos de Dios. Cuando Jesús nos
manda que seamos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5: 48),
nos está sencillamente diciendo que la pureza moral absoluta de Dios es la meta
hacia la cual debemos apuntar y la norma por la cual Dios nos va a pedir
cuentas.
El
hecho de que nosotros no seamos capaces de estar a la altura de ese ideal no
significa que va a ser rebajado; más bien, quiere decir que necesitamos la
gracia y el perdón de Dios para vencer lo que queda del pecado en nosotros. Del
mismo modo, cuando Pablo manda a los corintios que completen la obra de la
santificación en el temor del Señor (2a Co 7: 1), o pide en oración
que Dios santifique plenamente a los tesalonicenses (1a Ts 5: 23),
está apuntando a la meta que él quiere que ellos alcancen. No está diciendo que
algunos lo van a conseguir, sino que ese es el ideal moral al que Dios quiere
que todos los creyentes aspiren.
La
declaración de Juan: «Todo aquel que permanece en él, no peca» (1a
Jn 3:6, RVR 1960) no está enseñando que algunos de nosotros vamos a alcanzar la
perfección, porque el tiempo presente de los verbos en griego se traducen mejor
como indicando una acción continuada o actividad habitual: «Todo el que
permanece en él, no practica el pecado. Todo el que practica el pecado, no lo
ha visto ni lo ha conocido» (1a Jn 3: 6, NVI).
Esta
declaración es similar a la que hace Juan unos pocos versículos después:
«Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios
permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios» (1a
Jn 3: 9). Si vamos a tomar estos versículos para probar una perfección
impecable, tendrían que probarla para todos los cristianos, porque están
hablando de lo que es cierto de todos los que son nacidos de Dios, y todo el
que ha visto a Cristo y le ha conocido.'
Por
tanto, no parece haber ningún versículo en las Escrituras que sea convincente
en la enseñanza de que es posible para algún ser humano estar completamente
libre de pecado en esta vida. Por otro lado, hay pasajes tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamentos que enseñan claramente que no podemos ser
moralmente perfectos en esta vida. En la oración de Salomón durante la
dedicación del templo, él dice: «Ya que no hay ser humano que no peque, si tu
pueblo peca contra ti»(1a R 8: 46).
Del
mismo modo, leemos una pregunta retórica con una respuesta negativa implícita
en Proverbios 20: 9: «¿Quién puede afirmar: "Tengo puro el corazón; estoy
limpio de pecado"?» Y leemos también una declaración explícita en
Eclesiastés 7: 20: «No hay en la tierra nadie tan justo que haga el bien y
nunca peque».
En el
Nuevo Testamento, encontramos a Jesús mandando a sus discípulos que oren así:
«Danos hoy nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6: 11-12). Así como la
oración pidiendo nuestro pan cotidiano nos provee de un modelo de oración que
debiéramos repetir cada día, así también la petición por el perdón de pecados
está incluida en el tipo de oración que deberíamos hacer cada día de nuestra
vida como creyentes.
Como
indicamos arriba, cuando Pablo habla del nuevo poder sobre el pecado que recibe
el cristiano, no está diciendo que no habrá nada de pecado en la vida del
cristiano, sino solo que el creyente ya no dejará que «reine» en su cuerpo ni
«ofrece» sus miembros al pecado (Ro 6: 12-13). No está diciendo que no pecarán,
sino que el pecado no «tendrá dominio» sobre ellos (Ro 6: 14).
El
mismo hecho de dar estas instrucciones muestra que se daba cuenta que el pecado
continuaría en la vida de los creyentes a lo largo de sus vidas sobre la
tierra. Aun Santiago el hermano del Señor podía decir: «Todos fallamos mucho»
(Stg 3: 2), y si Santiago mismo puede decir eso, entonces nosotros también
debiéramos estar dispuestos a decirlo.
Por último,
en la misma carta en la que Juan declara tantas veces que un hijo de Dios no
continuará en una pauta de comportamiento pecaminoso, él también dice con
claridad: «Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos
y no tenemos la verdad» (1a Jn 1: 8). Aquí Juan está excluyendo
explícitamente la posibilidad de estar libre por completo del pecado en nuestra
vida. De hecho, dice que cualquiera que afirme estar libre de pecado se está
sencillamente engañando a sí mismo, y la verdad no está en él."
Pero
una vez que hemos concluido que la santificación nunca se completará en esta
vida, debemos ejercer sabiduría y cautela pastoral en la manera en que usamos
esta verdad. Algunos pueden tomar este hecho y usarlo como una excusa para no
esforzarse por la santidad o el crecimiento en santificación, lo cual es todo
lo contrario a docenas de otros mandamientos en el Nuevo Testamento.
Otros
pueden pensar acerca del hecho de que no podemos ser perfectos en esta vida y
perder la esperanza de progresar en la vida cristiana, una actitud que es
también contraria a la enseñanza clara de Romanos 6 y otros pasajes acerca del
poder de la resurrección de Cristo para capacitamos para vencer el pecado. Por
tanto, aunque la santificación nunca se completará en esta vida, debemos
también recalcar que no debemos nunca de parar en incrementarla en nuestra
vida.
NOTA: Primera de Juan 5: 18 hay que entenderlo en
una forma parecida.
Vea el la doctrina de cristo, para una reflexión
del punto de vista de que 1A Jn 1: 8 no se aplica necesariamente a
todos los cristianos.
Además,
a medida que los cristianos crecen en madurez, las clases de pecados que
permanecen en sus vidas a menudo no son tanto pecados de palabras y acciones
que son exteriormente visibles a otros, sino los pecados internos de actitudes
y motivos del corazón, deseos tales como el orgullo y el egoísmo, falta de
valor o de fe, falta de celo y de amar a Dios con todo nuestro corazón y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos, y no confiar completamente en Dios en
cuanto a todo lo que él ha prometido para cada circunstancia. ¡Esos pecados
auténticos! Muestran cuán cortos nos quedamos de la perfección moral de Cristo.
Sin
embargo, reconocer la naturaleza de estos pecados que persistirán aun en los
cristianos más maduros también ayuda a guardamos en contra de malos entendidos
cuando decimos que nadie se verá libre del pecado en esta vida. Es ciertamente
posible que muchos cristianos se encuentren libres en muchos momentos a lo
largo del día de actos conscientes de desobediencia a Dios en sus palabras y
acciones.
De
hecho, si los líderes cristianos van a ser un «ejemplo a seguir en la manera de
hablar, en la conducta, y el amor, fe y pureza» (1a Ti 4: 12),
entonces será con frecuencia cierto que sus vidas estarán libres de palabras y
acciones que otras considerarán como censurables. Pero eso está lejos de haber
obtenido libertad total del pecado en nuestros motivos, pensamientos e
intenciones del corazón.
John
Murray nota que cuando el profeta Isaías estaba en la presencia de Dios su
reacción fue: «Entonces grité: ¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de
labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, Y no obstante
mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!» (Is 6: 5).
Y
cuando Job, cuya rectitud fue al principio elogiada en la historia de su vida,
cuando se presentó ante el Dios todopoderoso, solo pudo decir: «De oídas había
oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me
retracto de lo que he dicho, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42: 5-6).
Murray concluye partiendo de estos ejemplos y el de otros muchos santos a lo
largo de la historia de la iglesia:
En Verdad, Cuanto Más Santificado Está Un Creyente, Más Conformado
Estará A La Imagen De Su Salvador, Tanto Más Debe Estar En Contra De Toda Falta
De Conformidad Con La Santidad Divina. Cuanto Más Profunda Sea Su Percepción De
La Majestad De Dios, Tanto Más Intenso Será Su Amor Por Dios, Tanto Más
Persistente Su Anhelo Por Alcanzar El Premio De Su Alto Llamamiento De Dios En
Cristo Jesús, Tanto Más Consciente Será De La Gravedad Del Pecado Que Permanece
En Él Y Tanto Mayor Será Su Aborrecimiento Del Mismo. ¿No Fue Este El Efecto De
Todos Los Siervos De Dios Al Estar Cada Vez Más Cerca De La Revelación De La
Santidad De Dios?'
C. DIOS Y EL HOMBRE COOPERAN EN LA SANTIFICACIÓN
Algunos
(tales como John Murray) objetan a decir que Dios y el hombre «cooperan» en la
santificación, porque ellos quieren insistir en que esa es la obra primaria de
Dios y que nuestra parte en la santificación es solo secundaria (vea fil 2:
12-13). Sin embargo, si nosotros explicamos con claridad la naturaleza del
papel de Dios y nuestro papel en la santificación, no es inapropiado decir que
Dios y el hombre cooperan en la santificación.
Dios obra
en nuestra santificación y nosotros también, y trabajamos por el mismo
propósito. No estamos diciendo que tenemos participaciones iguales en la
santificación o que ambos trabajamos de la misma forma, sino solo decimos que
cooperamos con Dios en formas que son apropiadas a nuestra condición de
criaturas de Dios, Y el hecho de que las Escrituras enfatizan el papel que
nosotros tenemos en la santificación (con todos los mandamientos morales del
Nuevo Testamento), hace que sea apropiado enseñar que Dios nos llama a cooperar
con él en esta actividad.
1. LA PARTE DE DIOS EN LA SANTIFICACIÓN.
Puesto
que la santificación es sobre todo obra de Dios, es apropiado que Pablo orara
diciendo: «Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo» (1a
Ts 5: 23). Una de las funciones específicas de Dios el Padre en la
santificación es su proceso de disciplinar a sus hijos (vea He 2: 5-11).
Pablo
les dice a los filipenses: «Pues Dios es quien produce en ustedes tanto el
querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad» (Fil 2: 13),
indicando así algo de la manera en que Dios los santificaba, haciendo que
desearan tanto su voluntad como dándoles el poder para cumplirla.
El
autor de Hebreos nos habla de los papeles del Padre y del Hijo en la bendición
familiar: «El Dios que da la paz. Que él los capacite en todo lo bueno para
hacer su voluntad. Y que, por medio de Jesucristo, Dios cumpla en nosotros lo
que le agrada. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (He 13:
20-21).
El
papel de Dios el Hijo, Cristo Jesús, en la santificación es, primero, que él
ganó nuestra santificación. Por tanto, Pablo podía decir que Dios hizo a Cristo
«nuestra sabiduría -es decir, nuestra justificación, santificación y redención»
(1a Co 1:30).
Además,
en el proceso de la santificación Jesús es también nuestro ejemplo, porque
debemos correr la carrera de la vida «[fijando] la mirada en Jesús, el
iniciador y perfeccionador de nuestra fe» (He 12: 2). Pedro les dice a sus
lectores: «Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus
pasos» (1a P 2:21). Y Juan dice: «El que afirma que permanece en él,
debe vivir como él vivió» (1a Jn 2:6).
Pero
es Dios el Espíritu Santo quien trabaja específicamente dentro de nosotros para
cambiamos y santificamos, dándonos una mayor santidad de vida. Pedro habla de
la «obra santificadora del Espíritu» (1a P 1: 2), y Pablo habla
también de la «obra santificadora del Espíritu» (2 Ts 2:13).
NOTA: Por el otro lado, si deseamos decir que la
santificación es por completo obra de Dios, y que nosotros usamos los medíos de
la santificación a fin de contribuir a ella (o una expresión similar). el
significado es el mismo. Estoy solo preocupado con que si decimos que la
santificación es por completo obra de Dios, podemos ser mal entendidos y
estimular un papel pasivo excesivo de parte de los cristianos, que pueden ser
l1evados a pensar que ellos no tienen nada que hacer en el proceso de
santificación en sus vidas.
Es el
Espíritu Santo el que produce en nosotros «el fruto del Espíritu» (Gá 5:
22-23), esos rasgos característicos que son parte de una mayor santificación
diaria. Si nosotros crecemos en la santificación «andamos en el Espíritu» y
somos «guiados por el Espíritu» (Gá 5: 16-18; Ro 8: 14), es decir, que somos
cada vez más sensibles a los deseos y estímulos del Espíritu Santo en nuestra
vida y carácter. El Espíritu Santo es el espíritu de santidad, y genera
santidad dentro de nosotros.
2. NUESTRA PARTE EN LA SANTIFICACIÓN.
La
parte que nosotros cumplimos en la santificación es tanto pasiva en la que
dependemos de Dios para que nos santifique, como activa en el cual nos
esforzamos por obedecer a Dios y dar los pasos necesarios que van a incrementar
nuestra santificación. Vamos a considerar ahora ambos aspectos de nuestro papel
en la santificación.
Primero,
lo que podemos llamar el papel «pasivo» que nosotros tenemos en la
santificación lo vemos en los textos que nos animan a confiar en Dios y a orar
pidiéndole que nos santifique. Pablo les dice a sus lectores: «Ofrézcanse más
bien a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida» (Ro 6: 13; v. 19),
y dice a cada cristiano en Roma: «Ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo
y agradable a Dios» (Ro 12: 1). Pablo se da cuenta que dependemos de la obra
del Espíritu Santo para crecer en santificación, porque él dice: «Si por medio
del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán» (Ro 8: 13).
Lamentablemente,
este papel «pasivo» en la santificación, esta idea de ofrecernos a Dios y
confiar en él para que produzca en nosotros «tanto el querer como el hacer para
que se cumpla su buena voluntad» (Fil 2: 13) se enfatiza tanto hoy que es lo
único que las personas oyen acerca del camino de la santificación.
A
veces la frase popular de «déjalo y déjale a Dios» se presenta como un resumen
de cómo vivir la vida cristiana. Pero esa es una distorsión trágica de la
doctrina de la santificación, porque solo habla de la mitad de la parte que
nosotros debemos realizar y, por sí misma, llevará a los cristianos a ser
perezosos y descuidar el papel activo que las Escrituras nos mandan que
tengamos en nuestra propia santificación.
El
apóstol Pablo nos indica en Romanos 8:13 el papel activo que debemos tener,
cuando dice: «Si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del
cuerpo, vivirán». Pablo reconoce aquí que es por «medio del Espíritu» que somos
capaces de hacerlo. ¡Pero también nos dice que nosotros debemos hacerlo! ¡No le
manda al Espíritu Santo que dé muerte a los malos hábitos del cuerpo, sino al
cristiano!
Del
mismo modo, Pablo les dice a los filipenses: «Así que, mis queridos hermanos,
como han obedecido siempre -no sólo en mi presencia sino mucho más ahora en mi
ausencia-lleven a cabo su salvación con temor y temblor, pues Dios es quien
produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena
voluntad» (Fil 2:12-13).
Pablo
les exhorta a obedecer aun más que cuando él estaba presente con ellos. Les
dice que la obediencia es la manera mediante la cual ellos «[llevan] a cabo su
salvación» queriendo decir que deben continuar con la realización de los
beneficios de la salvación en su vida cristiana. Los filipenses tenían que procurar
ese crecimiento en la santificación, y hacerlo con solemnidad y reverencia (con
temor y temblor), porque lo están haciendo en la misma presencia de Dios.
Pero
hay más: La razón por la que ellos deben trabajar y esperar que su trabajo dé
resultado es porque «Dios es quien produce en ustedes », la obra anterior y
fundamental de Dios en la santificación significa que su propio trabajo queda
fortalecido por Dios; por tanto, merecerá la pena y dará resultados positivos.
Hay
muchos aspectos de este papel activo que nosotros tenemos que jugar en la
santificación. Debemos «[buscar] la santidad, sin la cual nadie verá al Señor
(He 12: 14). Tenemos que apartamos «de la inmoralidad sexual» porque «la
voluntad de Dios es que sean santificados» (1a Ts 4: 3).Juan dice
que los que tienen la esperanza de ser semejantes a Cristo cuando él aparezca
trabajarán activamente en la purificación de su vida: «Todo el que tiene esta
esperanza en Cristo, se purifica así mismo, así como él es puro» (1a
n 3: 3).
Pablo
les dice a los corintios que «huyan de la inmoralidad sexual» (1a Co
6:18), y no se unan «en yugo con los infieles» (2a Co 6:14, RVR
1960).
Luego
les dice: <purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu,
para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación» (2a Co
7: 1). Esta clase de lucha por la obediencia y por la santidad puede involucrar
gran esfuerzo de nuestra parte, porque Pedro les dice a sus lectores que se
«esfuercen» por crecer en las características que son conforme a la piedad (2a
P 1:5).
Muchos
pasajes específicos del Nuevo Testamento nos animan a que prestemos detallada
atención a los varios aspectos de la santidad y de la piedad en la vida (vea Ro
12: 1-13: 14; Ef 4:17-6: 20; Fil 4: 4-9; Col 3: 5-4:6; 1a P 2: 1
1-5: 11). Debemos edificar continuamente pautas y hábitos de santidad, porque
una medida de madurez es que los cristianos maduros «tienen la capacidad de
distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de
percepción espiritual» (He 5: 14).
El Nuevo
Testamento no sugiere ningún atajo mediante el cual podamos crecer en
santificación, sino solo nos anima repetidas veces a damos a nosotros mismos a
los medios antiguos y reconocidos de la lectura de la Biblia y la meditación
(Sal 1: 2; Mt 4: 4; Jn 17: 17), la oración (Ef 6: 18; Fil 4:6), la adoración
(Ef 5: 18-20), al testimonio (Mt 28: 19-20), al compañerismo cristiano (He 10:
24-25), a la autodisciplina y al dominio propio (Gá 5: 23; Tit 1: 8).
Es
importante que continuemos creciendo tanto en la confianza pasiva en Dios para
nuestra santificación y en nuestro esfuerzo activo por la santidad y una mayor
obediencia en nuestra vida. Si descuidamos el esfuerzo activo para obedecer a
Dios, nos hacemos cristianos pasivos y perezosos. Si descuidamos el papel
pasivo de confiar en Dios y entregamos a él, nos hacemos orgullosos y
excesivamente confiados en nosotros mismos. En cualquier caso, nuestra
santificación será deficiente.
Debemos
mantener la fe y la diligencia en obedecer al mismo tiempo. El antiguo himno
dice: «Obedecer, y confiar en Jesús, es la regla marcada para andar en la luz».
Debemos
añadir un punto más a nuestro estudio de nuestro papel en la santificación:
La
santificación es por lo general un proceso corporativo en el Nuevo Testamento.
Es algo
que sucede en comunidad. Se nos exhorta: «Preocupémonos los unos por los otros,
a fin de estimulamos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregamos,
como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor
razón ahora que vemos que aquel día se acerca» (He 10:24-25).
Los
cristianos juntos «son como piedras vivas, con las cuales se está edificando
una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo» (1a
P 2: 5); juntos son una «nación santa» (1a P 2: 9), juntos se les
insta a «anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo» (1a
Ts 5: 11). Pablo ruega a los hermanos en Éfeso que «vivan de una manera
digna del llamamiento que han recibido» (Ef 4:1) y que vivan de esa manera en
comunidad: «siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en
amor.
Esfuércense
por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz» (Ef. 4:2-3).
Cuando eso ocurre, el cuerpo de Cristo funciona como un todo unido, cada parte
trabajando debidamente, de modo que la santificación corporativa sucede al
tiempo que «todo el cuerpo crece y se edifica en amor» (Ef 4:16; 1a
Co 12: 12-26; Gá. 6: 1-2).
Es
significativo que el fruto del Espíritu incluye muchas cosas que sirven para
edificar la comunidad (amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad,
fidelidad, humildad y dominio propio», Gá 5: 22-23), mientras que las «obras de
la naturaleza pecaminosa» destruyen la comunidad (inmoralidad sexual, impureza
y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira,
rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras
cosas parecidas», Gá 5: 19-21).
D. LA SANTIFICACIÓN AFECTA A TODA LA PERSONA
Vemos
que la santificación afecta nuestro intelecto e inteligencia cuando Pablo dice
que debemos vestirnos de la nueva naturaleza «que se va renovando en
conocimiento a imagen de su Creador» (Col 3: 10). Él ora pidiendo que los
filipenses puedan ver que su amor «abunde cada vez más en conocimiento y en
buen juicio« (Fil1: 9). E insta a los cristianos de Roma a que «sean
transformados mediante la renovación de su mente» (Ro 12: 2).
Aunque
nuestro conocimiento de Dios es más que conocimiento intelectual, hay
ciertamente una componente intelectual en ello, y Pablo dice que este
conocimiento de Dios debiera aumentar a lo largo de nuestra vida «para que
vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo» (Col 1: 10).
La
santificación de nuestros intelectos involucrará crecimiento en sabiduría y
conocimiento al ir progresivamente «[llevando] cautivo todo pensamiento para
que se someta a Cristo» (2a Ca 10:5) y encontrar que nuestros
pensamientos son cada vez los pensamientos que Dios mismo nos imparte por medio
de su Palabra.
Además,
el crecimiento en santificación afectará nuestras emociones. Veremos en forma
creciente en nuestra vida emociones tales como el «amor, gozo, paz paciencia»
(Gá 5: 22). Nos veremos cada vez más capacitados para obedecer el mandamiento
de Pedro de apartamos de los «deseos pecaminosos que combaten contra la vida»
(1a P 2: 11).
Encontraremos
cada vez más que «no [amamos] el mundo ni nada de lo que hay en él» (1a Jn
2: 15), sino que nosotros, como nuestro Salvador, nos gozamos en la voluntad de
Dios. En una medida cada vez más creciente nos «[someteremos de corazón a la
enseñanza que les fue transmitida» (Ro 6: 17), y abandonaremos las emociones
negativas de la «amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de
malicia» (Ef 4: 31).
Además,
la santificación afectará nuestra voluntad, la facultad de la toma de
decisiones, porque Dios está obrando en nosotros, «pues Dios es quien produce
en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad»
(Fil 2: 13). Al ir creciendo en santificación, nuestra voluntad se conformará
cada vez más a la voluntad de nuestro buen Padre celestial.
La
santificación afectará también a nuestro espíritu, la parte no fisica de
nuestros seres. Nosotros debemos «[purificamos] de todo lo que contamina el
cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra
santificación» (2a Co 7:1), y Pablo nos dice que la preocupación por
«las cosas del Señor» lleva a «consagrarse al Señor tanto en cuerpo como en
espíritu» (1a Co 7: 34).
Por
último, la santificación afecta a nuestros cuerpos físicos. Pablo dice: «Que
Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser
espíritu, alma y cuerpo irreprochable para la venida de nuestro Señor
Jesucristo» (1a Ts 5: 23). Además, Pablo les anima a los corintios a
purificarse «de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar
en el temor de Dios la obra de nuestra santificación» (2a Co 7: 1;
d. 1a Co 7: 34). Al ir quedando más santificados en nuestros
cuerpos, éstos son cada vez siervos más útiles de Dios, más receptivos a la
voluntad de Dios y a los deseos del Espíritu Santo (1a Co 9: 27).
No
permitiremos que el pecado reine en nuestros cuerpos (Ro 6: 12) ni tampoco que
participen en ninguna forma de inmoralidad (1a Co 6:13), sino que
trataremos a nuestros cuerpos con cuidado y reconoceremos que son medios a
través de los cuales el Espíritu Santo trabaja en nuestra vida.
Por
tanto, no serán abusados o maltratados negligentemente, sino que procuraremos
que sean útiles y sensibles a la voluntad de Dios: «¿Acaso no saben que su
cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han
recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados
por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios» (1a Co
6:19-20).
NOTA: Vea la doctrina del hombre, para un estudio
del hecho que «alma. y «cuerpo. se usan aproximadamente como sinónimos en la
Biblia.
Por supuesto, la debilidad fisica es inevitable con
la ancianidad. y a veces viene antes a causa de enfermedades, pero esto puede
ser coherente con el crecimiento en la santificación a medida que el poder de
Dios «se perfecciona en la debilidad. (2a Co 12: 9).
Pablo nos enseña esto claramente cuando dice:
«Tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder
viene de Dios y no de nosotros. (2a Co 4:7), y, «Por tanto, no nos
desanimemos, Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro
nos vamos renovando día tras día. (2a Co 4: 16).
E. MOTIVOS PARA OBEDECER A DIOS EN LA VIDA CRISTIANA
Los
cristianos a veces no reconocen la amplia variedad de motivos para obedecer a
Dios que encontramos en el Nuevo Testamento.
(1) Es verdad que el deseo de agradar a Dios y expresar nuestro amor por él
es un motivo muy importante para obedecerle. Jesús dijo: «Si ustedes me aman,
obedecerán mis mandamientos» Jn 14:15), y «¿Quién es el que me ama? El que hace
suyos mis mandamientos y los obedece» Jn 14:21; 1A Jn 5: 3). Pero
también se nos dan otros muchos motivos:
(2) La necesidad de mantener una limpia conciencia delante de Dios (Ro
13:5; 1 Ti 1:5; 19: 2; 2A Ti 1: 3; 1A P 3:16):
(3) El deseo de ser vasos «para los usos más nobles» y tener una eficacia
creciente para la obra del reino de Dios (2 Ti 2:20-21);
(4) El deseo de ver que los incrédulos acuden a Cristo por medio del
testimonio de nuestra vida (1A P 3: 1-2, 15-16);
(5) El deseo de recibir bendiciones presentes de Dios en nuestra vida y
ministerio (1A P 3 :9-12);
(6) El deseo de evitar el desagrado o disciplina de Dios en nuestra vida
(que a veces se llama «el temor de Dios») (Hch 5: 11; 9: 31; 2a Co
5:11; 7:1; Ef. 4: 30; Fil 2: 12; 1a Ti 5: 20; He, 12: 3-11; 1a P
1:17; 2:17; el estado de los incrédulos en Ro 3: 18);
(7) El deseo de buscar una recompensa celestial superior (Mt 6:19-21; Lc
19:17-19; 1a Co 3: 12-15; 2A Co 5:9-10);
(8) El deseo de caminar de una forma más íntima con Dios (Mt 5: 8; Jn
14:21; 1a Jn 1: 6; 3: 21-22; y en el Antiguo Testamento, Sal 66: 18;
Is 59: 2);
(9) El deseo que los ángeles glorifiquen a Dios por nuestra obediencia (1a
Ti 5: 21; 1A P 1: 12);
(10) El deseo de paz (Fil 4:9) y gozo (He 12: 1-2) en
nuestra vida; y
(11) El deseo de hacer lo que Dios nos manda,
simplemente porque sus mandamientos son rectos, y nosotros nos deleitamos en
hacer lo que es correcto (Fil 4:8; Sal 40: 8)
F. LA BELLEZA Y EL GOZO DE LA SANTIFICACIÓN
No
sería correcto terminar este estudio sin notar que la santificación nos trae a
gran gozo. Cuanto más crecemos a la semejanza de Cristo, tanto más
experimentaremos personalmente el «gozo» y la «paz» que son parte del fruto del
Espíritu Santo (Gá 5: 22), y tanto más nos acercaremos a la clase de vida que
tendremos en el cielo.
Pablo
dice que a medida que crecemos en la obediencia a Dios, cosechamos «la santidad
que conduce a la vida eterna» (Ro 6: 22). Él se da cuenta que esta es la fuente
del verdadero gozo. «Porque el reino de Dios no es cuestión de comidas o
bebidas sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Ro 14: 17).
Al ir
creciendo en santidad vamos creciendo en conformidad a la imagen de Cristo, y
cada vez se va viendo más de su carácter en nuestra vida. Esta es la meta de la
perfecta santificación que esperamos y anhelamos, y que será nuestra cuando
Cristo regrese.
«Todo
el que tiene esta esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo, así como él es
puro» (1a Jn 3: 3).
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Puede usted recordar en su propia experiencia el momento definido en
que comenzó la santificación cuando se hizo cristiano? ¿Sintió usted un
rompimiento claro con el poder dominante y el amor al pecado en su vida? ¿Cree
usted realmente que aun ahora está muerto al poder y al amor del pecado en su
vida? ¿Puede esta verdad de la vida cristiana ser de ayuda en áreas específicas
de su vida donde todavía necesita crecer en santificación?
2. Al mirar retrospectivamente a los últimos años de su vida cristiana,
¿puede usted ver una pauta definida de crecimiento en santificación? ¿En qué
cosas se deleitaba y que ya no son de interés para usted? ¿Cuáles son algunas
cosas en las que no tenía interés y ahora tienen gran interés para usted?
3. Al ir creciendo en mayor madurez y santidad en la vida cristiana, ¿se
ha hecho usted más consciente del peso del pecado que permanece en su corazón?
Si no, ¿por qué no ha sido así? ¿Piensa usted que sería de ayuda si tuviera una
mayor conciencia del pecado que permanece en su propia vida? Si lo tuviera,
¿cuál sería la diferencia en su propia vida?
4. ¿Cómo quedaría afectada su vida si pensara más acerca del hecho de que
el Espíritu Santo está continuamente trabajando en usted para incrementar su
santificación? Al vivir la vida cristiana, ¿ha mantenido usted un equilibrio
entre su papel pasivo y su papel activo en la santificación, o ha tendido a
enfatizar un aspecto sobre el otro? ¿Por qué? ¿Qué podría hacer para corregir
este desequilibrio, si lo hubiera en su vida?
5. ¿Había usted pensado previamente que la santificación afecta a su
intelecto ya la manera en que piensa? ¿Qué áreas de su intelecto necesitan
todavía un poco de crecimiento en santificación? Con relación a sus emociones,
¿en qué áreas sabe que Dios necesita seguir trabajando en usted para producir
mayor santificación? ¿Hay áreas o aspectos de la santificación que necesita
usted mejorar con respecto a su cuerpo físico en obediencia a los propósitos de
Dios?
6. ¿Hay áreas en las que ha luchado por años para crecer en santificación,
pero no ha visto progreso en su vida? ¿Le ha ayudado este capítulo para
recuperar la esperanza para progresar en esas áreas? (Para los cristianos que
tienen un gran desaliento por su falta de progreso en la santificación, es muy
importante hablar personalmente con un pastor o cristiano maduro acerca de esa
situación, en vez de dejarlo seguir por más tiempo.)
7. En general ¿ha sido este capítulo de ánimo o desánimo para usted en la
vida cristiana?
TÉRMINOS ESPECIALES
Perfeccionismo,
perfección impecable, santificación
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Romanos 6: 11-14: De La Misma Manera, También Ustedes Considérense
Muertos Al Pecado, Pero Vivos Para Dios En Cristo Jesús. Por Lo Tanto, No Permitan
Ustedes Que El Pecado Reine En Su Cuerpo Mortal, Ni Obedezcan A Sus Malos
Deseos. No Ofrezcan Los Miembros De Su Cuerpo Al Pecado Como Instrumentos De
Injusticia; Al Contrario, Ofrézcanse Más Bien A Dios Como Quienes Han Vuelto De
La Muerte A La Vida, Presentando Los Miembros De Su Cuerpo Como Instrumentos De
Justicia. Así El Pecado No Tendrá Dominio Sobre Ustedes, Porque Ya No Están
Bajo La Ley Sino Bajo La Gracia.
CAPÍTULO 9
EL BAUTISMO Y LA LLENURA DEL ESPÍRITU
¿DEBIÉRAMOS BUSCAR EL
BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO DESPUÉS DE LA CONVERSIÓN? ¿QUÉ SIGNIFICA SER
LLENOS CON EL ESPÍRITU SANTO?
Los
libros de teología sistemática no han incluido tradicionalmente un capítulo
sobre el bautismo en el Espíritu Santo o ser lleno con el Espíritu Santo como
parte del estudio del «orden de la salvación», el estudio de los varios pasos
en que se aplican los beneficios de la salvación a nuestra vida.
Pero
desde la aparición del pentecostalismo que empezó en 1901, la ampliamente
extendida influencia del movimiento carismático en las décadas de 1960 y 1970,
Y el notable crecimiento de las iglesias pentecostales y carismáticas' en todo
el mundo desde los años de 1970 hasta el presente, la cuestión del «bautismo en
el Espíritu Santo» distinto de la regeneración ha llegado a tener una creciente
prominencia. He puesto este capítulo en este lugar en nuestro estudio de la
aplicación de la redención por dos razones:
(1) Un entendimiento correcto de esta cuestión debe dar por sentado un
entendimiento de la regeneración, la adopción y la santificación, todo lo cual
lo estudiamos en los capítulos anteriores.
(2) Todos los capítulos anteriores sobre la aplicación de la redención han
considerado sucesos que ocurren (o en el caso de la santificación, que empieza)
en el momento en el que una persona se hace cristiana. Pero esta cuestión tiene
que ver con un suceso que tiene lugar en el momento de la conversión (según un
punto de vista) o en algún momento después de la conversión (según otro punto
de vista).
Además,
las personas en ambos lados del debate están de acuerdo que alguna forma de
segunda experiencia les ha ocurrido a muchos creyentes después de la conversión
y, por tanto, una cuestión muy importante es cómo entender esta experiencia a
la luz de las Escrituras y qué categoría bíblicas se aplican debidamente aquí.
Estoy usando los términos pentecostal y carismático
en la siguiente forma: Pentecostal se refiere a cualquier denominación o grupo
que tiene su origen histórico en el avivamiento pentecostal que empezó en los
Estados Unidos en 1901 y que sostiene la posición doctrinal de que:
(A) El bautismo en el Espíritu Santo es un suceso
común subsiguiente a la conversión, y:
(B) Que el bautismo en el Espíritu Santo se
manifiesta mediante la señal de hablar en lenguas, y:
(C) Que todos los dones espirituales que se
mencionan en el Nuevo Testamento hay que buscarlos y usarlos hoy.
Los grupos pentecostales tienen generalmente su
propia estructura denominacional, la más prominente de las cuales en las
Asambleas de Dios.
Los carismáticos se refiere a todo grupo o personas
que tienen su origen histórico en el movimiento de renovación carismático de
las décadas de 1960 y 1970, que buscan practicar todos los dones espirituales
mencionados en el Nuevo Testamento (incluyendo profecía, sanidades, milagros,
lenguas, interpretación y discernimiento de espíritus), y permiten diferentes
puntos de vista sobre si el bautismo en el Espíritu Santo es subsiguiente a la
conversión o si el hablar en lenguas es una señal del bautismo en el Espíritu
Santo.
Los carismáticos se refrenan de formar su propia
denominación, pero se ven a sí mismos como una fuerza de renovación dentro de
las iglesias protestantes y católicas existentes. No hayal presente una
denominación carismática representativa en los Estados Unidos, pero el más
destacado portavoz carismático es probablemente Pat Robertson de la cadena de
televisión Christian Broadcasting Network, con su programa de televisión «The
700 Club» y la Regent University (anteriormente CBN University).
En los años de 1980 apareció otro movimiento de
renovación, llamado la «tercera ola» por el profesor de misiones C. Peter
Wagner del Seminario Fuller (se refería a la renovación pentecostal como la
primera ola de renovación del Espíritu Santo en la iglesia moderna, y al
movimiento carismático como la segunda ola.)
La «tercera ola» anima la capacitación de los
creyentes en el uso de los dones espirituales del Nuevo Testamento hoy, y dice
que la proclamación del evangelio debiera ir en general acompañada de «señales,
maravillas y prodigios», según el modelo del Nuevo Testamento. Ellos enseñan,
sin embargo, que el bautismo en el Espíritu Santo sucede a todos los creyentes
en el momento de la conversión, y que las subsiguientes experiencias es mejor
llamarlas ser «llenos» con el Espíritu Santo.
El representante más prominente de la «tercera ola»
es John Wimber, pastor principal de la Vineyard Christian Fellowship en
Anaheim, California, y líder de la Asociación de Vieneyard Churches. Los dos
libros principales de Wimber son Power Evangelism (San Francisco: Harper &
Row, 1986, edi. Rev. 1992) y Power Healing (San Francisco: Harper & Row,
1987), ambos escritos junto con Kevin Springer, estos dos libros son
ampliamente reconocidos como representantes distintivos de los énfasis de la
«tercera ola».
La obra de referencia más completa de estos
movimientos en el presente es Stanley M. Burgess y Gary B. McGee, editors,
Dictionary of Pentecostal and Charismatic Movements (Grand Rapids: Michigan,
1988).
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
A. EL ENTENDIMIENTO PENTECOSTAL TRADICIONAL
El
tema de este capítulo ha llegado a ser muy importante hoy porque muchos
cristianos dicen que han experimentado un «bautismo en el Espíritu Santo» que
vino después que ellos se hicieran cristianos y ha traído gran bendición en sus
vidas.
Afirman
que la oración y el estudio de la Biblia se han hecho mucho más significativos
y eficaces, que han descubierto un nuevo gozo en la adoración, y a menudo dicen
que han recibido nuevos dones espirituales (especialmente, y con más
frecuencia, el don de hablar en lenguas).
Esta
posición carismática o pentecostal tradicional está apoyada por las Escrituras
en la siguiente manera:
(1) Los discípulos de Jesús eran creyentes nacidos de nuevo antes del día
de Pentecostés, quizá durante la vida y ministerio de Jesús, pero sin duda lo
eran para el tiempo cuando Jesús, después de su resurrección: «Sopló sobre
ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo"» (Jn 20: 22).
(2) Jesús, no obstante, les mandó a sus discípulos: «No se alejen de
Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado» (Hch
1: 4), y les dijo: «dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el
Espíritu Santo» (Hch 1: 5). Luego les dijo: «Pero cuando venga el Espíritu
Santo sobre ustedes, recibirán poder» (Hch 1: 8). Los discípulos entonces
obedecieron el mandamiento de Jesús y esperaron en Jerusalén a que viniera
sobre ellos el Espíritu Santo a fin de recibir el poder anunciado para el
testimonio y el ministerio.
(3) Cuando los discípulos llevaban esperando diez días, llegó el día de
Pentecostés, y lenguas de fuego se posaron sobre sus cabezas, «Todos fueron
llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el
Espíritu les concedía expresarse» (Hch 2: 4). Esto muestra claramente que ellos
recibieron un bautismo en (o con)' en el Espíritu Santo.
Aunque
los discípulos habían nacido de nuevo mucho antes del día de Pentecostés, en
Pentecostés ellos fueron «bautizados con el Espíritu Santo» (Hch 1:5 y 11: 17
se refieren a esto de esa manera) que fue subsiguiente a la conversión y que
resultó en una gran demostración de poder así como el hablar en lenguas:
NOTA: No importa mucho si se traduce la frase
griega en pneumati como «en el Espíritu» o «con el Espíritu» porque ambas son
traducciones aceptables, y las personas en todos los lados de este asunto
parecen usar ambas expresiones como intercambiables. Yo he usado generalmente
«en el Espíritu Santo» a lo largo de este capítulo, pero la NVI que es la que
se usa en esta obra en español generalmente prefiere: «con el Espíritu Santo.
No hago ninguna distinción entre estas dos frases
en el estudio de este capítulo. (Vea abajo, pp. 805-06, para un estudio de las
afirmaciones frecuentes de los pentecostales de que el bautismo por el Espíritu
[como en 1ª Co 12: 13] es un suceso diferente que el bautismo en [o con] el
Espíritu Santo.)
(4) Los cristianos hoy, como los apóstoles, debieran preguntarle a Jesús
por el «bautismo en el Espíritu Santo» y que eso siguiera el mismo modelo que
en la vida de los discípulos. Si recibimos este bautismo en el Espíritu Santo,
resultará en un mayor poder para el ministerio en nuestra vida, así como
sucedió en la vida de los discípulos, y resultará también con frecuencia (o
siempre, según algunos maestros) en hablar en lenguas.
(5) Apoyo para este modelo -en el que las personas nacen de nuevo primero y
más tarde son bautizados en el Espíritu Santo- lo encontramos en otras varias
ocasiones en el libro de Hechos. Lo vemos, por ejemplo, en Hechos 8, donde
encontramos a las personas de Samaria que se hicieron cristianos «cuando
creyeron a Felipe que les anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios y el
nombre de Jesucristo» (Hch 8: 12), pero recibieron el Espíritu Santo más tarde
cuando los apóstoles Pedro y Juan llegaron desde Jerusalén y oraron por ellos
(Hch 8: 14-17).
Otro
ejemplo lo encontramos en Hechos 19, cuando Pablo llegó a Éfeso y «allí
encontró a algunos discípulos» (Hch 19: 1). Pero «cuando Pablo les impuso las
manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y empezaron a hablar en lenguas y a
profetizar» (Hch 19: 6).
Todos
estos ejemplos (Hechos 2, 8, a veces ello y 19)' son citados por los
pentecostales con el fin de mostrar que el «bautismo en el Espíritu Santo»
subsiguiente a la conversión era un suceso muy común entre los cristianos del
Nuevo Testamento.
Por
tanto, ellos razonan, era común para los cristianos en Hechos tener esta
segunda experiencia en algún momento después de la conversión ~no debiera esto
ser también común para nosotros hoy?
Podemos
analizar el asunto del bautismo en el Espíritu Santo planteando tres preguntas:
(1) ¿Qué significa la frase «bautismo en el Espíritu Santo» en el Nuevo
Testamento?
(2) ¿Cómo debemos entender la «segunda experiencia» que les viene a los
cristianos nacidos de nuevo en el libro de Hechos?
(3) ¿Hay otras expresiones bíblicas, tales como «llenos del Espíritu
Santo», que son más apropiadas para describir la capacitación con el Espíritu
Santo que viene después de la conversión?
NOTA: La mayoría de los estudios pentecostales
sobre el bautismo en el Espíritu Santo incluyen el punto de vista de que hablar
en lenguas es una «señal, de que el creyente ha sido bautizado con el Espíritu
Santo, y que esa señal les será dada a todos los que han sido bautizados con el
Espíritu Santo, aunque no todos tendrán más tarde el don de hablar en lenguas
como una don continuo en sus vidas.
Yo escuché esa enseñanza sobre el bautismo en el
Espíritu Santo cuando estaba en mi primer año de estudios en la universidad en
1967, y más tarde oré en privado, como me instruyeron, para arrepentirse de
todos mis pecados conocidos y una vez más entregar todas las áreas de vida a
Dios, luego pedirle a Jesús que me bautizara con el Espíritu Santo.
Aunque mí
entendimiento de aquella experiencia ha cambiado desde entonces, de modo que
ahora lo explico de otra manera (vea abajo), el resultado en mi vida fue sin
duda muy positivo y perdurable, incluyendo un amor más profundo por Cristo y
una eficacia mucho mayor en mi ministerio personal.
0tro ejemplo citado a veces es el de Camelia en
Hechos 10. Era un hombre devoto y sincero que oraba a Dios constantemente (Hch
10: 2), pero cuando Pedro llegó y le predicó a él y a su familia, Pedro y los
que le acompaña· dos se «quedaron asombrados de que el don del Espíritu Santo
se hubiera derramado también sobre los gentiles, pues los oían hablar en
lenguas y alabar a Dios. (Hch 10: 45-46).
EI caso de Pablo en Hechos 19:17 se menciona a
veces también, pero no es tan claro, puesto que su persecución violenta de la
iglesia antes de ese tiempo indica que él no había nacido de nuevo antes de la
experiencia del camino de Damasco. Pero algunos han visto una pauta similar en la
distinción entre su conversión en el camino a Damasco y su recibimiento del
Espíritu Santo por medía de Ananías tres días más tarde.
B. ¿QUÉ SIGNIFICA LA FRASE «BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO» EN EL NUEVO
TESTAMENTO?
Hay
solo siete pasajes en el Nuevo Testamento en los que leemos que alguien fue
bautizado en el Espíritu Santo. (Las versiones citadas aquí usan la palabra con
en vez de en.)" Los siete pasajes son los siguientes:
En los
primeros cuatro versículos, Juan el Bautista aparece hablando de Jesús y
predice que él bautizará a las personas «con el Espíritu Santo»:
Mateo 3: 11: «Yo Los Bautizo A Ustedes Con Agua Para Que Se Arrepientan.
Pero El Que Viene Después De Mí Es Más Poderoso Que Yo, Y Ni Siquiera Merezco
Llevarle Las Sandalias. Él Los Bautizará Con El Espíritu Santo Y Con Fuego».
Marcos 1: 8: «Yo Los He Bautizado A Ustedes Con Agua, Pero Ellos
Bautizará Con El Espíritu Santo».
Lucas 3: 16: «Yo Los Bautizo A Ustedes Con Agua-Les Respondió Juan A
Todos-O Pero Está Por Llegar Uno Más Poderoso Que Yo, A Quien Ni Siquiera
Merezco Desatarle La Correa De Sus Sandalias. Él Los Bautizará Con El Espíritu
Santo Y Con Fuego».
Juan 1: 33: «Yo Mismo No Lo Conocía, Pero El Que Me Envió A Bautizar Con
Agua Me Dijo: Aquel Sobre Quien Veas Que El Espíritu Desciende Y Permanece, Es
El Que Bautiza Con El Espíritu Santo».
Es
dificil sacar alguna conclusión de estos cuatro pasajes con respecto a lo que
es de verdad el bautismo con el Espíritu Santo. Descubrimos que Jesús es el que
llevará a cabo este bautismo y bautizará a sus seguidores. No se da más
explicación acerca de este bautismo.
Los
dos siguientes pasajes se refieren directamente a Pentecostés:
Hechos 1:5: [Aquí Habla Jesús:] «Juan Bautizó Con Agua, Pero Dentro De
Pocos Días Ustedes Serán Bautizados Con El Espíritu Santo».
Hechos 11:16: [Aquí Pedro Se Refiere A Las Mismas Palabras Citadas En El
Versículo Anterior.] «Entonces Recordé Lo Que Había Dicho El Señor: 'Juan
Bautizó Con Agua, Pero Ustedes Serán Bautizados Con El Espíritu Santo».
Estos
dos pasajes nos muestran que sea lo que sea que entendamos por bautismo con el
Espíritu Santo, sucedió sin duda en el día de Pentecostés como lo tenemos
registrado en Hechos 2, cuando el Espíritu Santo descendió con gran poder sobre
los discípulos y los que estaban con ellos, y ellos empezaron a hablar en otras
lenguas y como tres mil personas se convirtieron (Hch 2: 14).
Es
importante que nos demos cuenta que seis de estos versículos usan casi las
mismas expresiones en griego, las únicas diferencias son algunas variaciones en
el orden de las palabras y el tiempo verbal para encajar con la oración
gramatical, y uno de los ejemplos aparecen con la preposición sobreentendida
más bien que expresada explícitamente:
La
otra referencia que nos queda del Nuevo Testamento está en las epístolas
paulinas:
1ª Corintios 12: 13: «Todos Fuimos Bautizados Por Un Solo Espíritu Para
Constituir Un Solo Cuerpo -Ya Seamos Judíos O Gentiles, Esclavos O Libres-, Y A
Todos Se Nos Día A Beber De Un Mismo Espíritu».
La
cuestión ahora es si 1 Corintios 12: 13 se está refiriendo a la misma actividad
que los otros seis versículos. En algunas versiones de la Biblia (especialmente
en inglés) parece que es diferente, Pero la RVR 1960 y la NVI tienen un mismo
sentido y usan prácticamente las mismas palabras: « Todos fuimos bautizados por
un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo».
Los
que apoyan el punto de vista pentecostal del bautismo en el Espíritu Santo
después de la conversión están muy dispuestos a ver este versículo como
refiriéndose a otra cosa diferente del bautismo en el Espíritu Santo, y con
frecuencia enfatizan las diferencias que aparecen en las traducciones en
inglés.
En
todos los otros seis versículos Jesús es el que bautiza a las personas y el
Espíritu Santo es el «elemento» (paralelo al agua en el bautismo físico) en el
cual o con el cual Jesús nos bautiza. Pero aquí en 1ª Corintios 12: 13 (como lo
explican los pentecostales) tenemos algo muy diferente, aquí la persona que
bautiza no es Jesús, sino el Espíritu Santo. Por tanto, ellos dicen, 1ª
Corintios 12: 13 no debiera tenerse en cuenta cuando preguntamos qué quiere
decir el Nuevo Testamento con lo de «bautizados con el Espíritu Santo».
Este
punto es muy importante para la posición pentecostal, porque, si admitimos que
1ª Corintios 12: 13 se refiere al bautismo en el Espíritu Santo, entonces es
muy difícil mantener que es una experiencia que viene después de la conversión.
En
este versículo Pablo dice que este bautismo en/ con/por el Espíritu Santo nos
hace miembros del cuerpo de Cristo: «Todos fuimos bautizados por un solo
Espíritu para constituir un solo cuerpo» (1ª Co 12: 13). Pero si esto es en
realidad un «bautismo en el Espíritu Santo», lo mismo a que se estaba
refiriendo en el suceso del que se habla en los otros seis versículos
anteriores, entonces Pablo está diciendo que eso les ocurrió a todos los
corintios cuando ellos se hicieron miembros del cuerpo de Cristo; esto es,
cuando se hicieron cristianos.
Porque
fue aquel bautismo el que los llevó a ser miembros del cuerpo de Cristo, la
iglesia. Esa conclusión sería muy dificil para la posición pentecostal que
sostiene que el bautismo en el Espíritu Santo es algo que tiene lugar después
de la conversión, no al mismo tiempo.
NOTA: La expresión que se usa en todos estos seis
pasajes es el verbo baptizo (bautizar) más la frase preposicional en pneumati
hagio (en) [o con] (el Espíritu Santo), excepto Marcos que omite la preposición
en.
Aun así, no hay diferencia en el significado,
porque el nombre dativo solo puede tomar el mismo sentido como la preposición
en con el nombre dativo. Mateo y Lucas también añaden «y con fuego».
¿Es
posible sostener el punto de vista pentecostal de que los otros seis versículos
se refieren a un bautismo por Jesús mediante el cual él nos bautiza en (o con)
el Espíritu Santo, pero que 1ª Corintios 12: 13 se refiere a algo diferente, a
un bautismo por el Espíritu Santo?
Aunque
la distinción parece tener sentido en base de algunas traducciones en inglés,
no puede en realidad sostenerse cuando examinamos el texto griego, porque allí
la expresión es casi idéntica a las expresiones que hemos visto en los otros
seis versículos. Pablo dice en heni pneumati... ebaptishemen (Todos fuimos
bautizados por un solo Espíritu).
Aparte
de una pequeña diferencia (él se refiere a «un solo Espíritu» en vez de al
«Espíritu Santo») o todos los otros elementos son los mismos: el verbo es
baptizo, y la frase preposicional contiene las mismas palabras (en y el nombre
dativo pneumati).
Si
nosotros traducimos esta misma expresión griega «bautizados en el Espíritu
Santo» (o «bautizados con el Espíritu Santo») en las otras seis ocasiones en el
Nuevo Testamento donde las encontramos, entonces parece apropiado que las
traduzcamos de la misma forma en esta séptima ocasión. Y sin importar cómo lo
traducimos, resulta dificil negar que los lectores originales hubieran visto
esta frase como refiriéndose a lo mismo que en otros seis versículos, porque
para ellos las palabras eran las mismas.
¿Por
qué entonces las traducciones inglesas modernas traducen en este versículo
diciendo: «Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu», apoyando al parecer
de esa forma la interpretación pentecosta1? Debiéramos notar primero que la
NASB nos da «en» como una traducción al margen, y que la NVI nos da al margen
tanto «con» y «en» como otras variantes posibles.
La
razón por la que estas traducciones han escogido la palabra «por» ha sido
aparentemente por un deseo de evitar que apareciera dos veces bautismo en la
misma frase.
La
frase ya dice que este bautismo fue «en un cuerpo», y quizá los traductores
pensaron que parecía poco elegante decir: «en un Espíritu fuimos todos
bautizados en un cuerpo». Pero esto no debiera ser visto como una gran
dificultad, porque Pablo dice, refiriéndose a los israelitas: «y todos en
Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar» (1ª Co 10: 2), una expresión
muy similar en la que la nube y el mar son los «elementos» que rodearon o
abrumaron a los israelitas y Moisés significa la nueva vida de participación en
el pacto mosaico y en el compañerismo con el pueblo de Dios (dirigido por
Moisés) en el que los israelitas se encontraron metidos después de haber pasado
por la nube y el mar.
No es
que hubiera dos lugares para el mismo bautismo, sino que uno era el elemento en
el que fueron bautizados y el otro era el lugar en que se encontraron
participando después del bautismo. Esto es muy similar a 1ª Co 12: 13:
El
Espíritu Santo fue el elemento en el cual fueron bautizados, y el cuerpo de
Cristo, la iglesia, era el lugar en el que se encontraron participando después
del bautismo.
NOTA: En este contexto, en el cual él está hablando
repetidas veces acerca del Espíritu Santo y de los dones espirituales, no puede
haber duda de que se está refiriendo al Espíritu Santo.
Además del hecho de que esta frase griega que
encontramos en 1ª Corintios 12: 13 se traduce para referirse al bautismo por el
Espíritu Santo en todas las otras seis ocasiones, hay un argumento gramatical
que apoya la traducción «en un Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo»
en 1ª Co 12: 13:
Si Pablo hubiera querido decir que fuimos
bautizados por el Espíritu Santo, él hubiera usado una expresión diferente. Ser
bautizado «por» alguien en el Nuevo Testamento se expresa siempre mediante la
preposición hypo seguida por un nombre en genitivo.
Esta es la forma en que los escritores de! Nuevo
Testamento dicen que las personas fueron bautizadas por Juan el Bautista en el
río Jordán (Mt 3: 6; Mr 1: 5; Lc 3: 7), o que Jesús fue bautizado «pon) Juan
(Mt 3:13; Mr 1:9), o que los fariseos no se hicieron bautizara «pon) Juan (Lc
7: 30). O que Juan el Bautista le dijera a Jesús: «Yo soy el que necesita ser
bautizado por ti» (Mt 3: 14).
Por tanto, si Pablo hubiera querido decir que los
corintios todos habían sido bautizados por el Espíritu Santo él habría usado
hypo y el genitivo, no en y el dativo. (Es común en el Nuevo Testamento que el
agente que ejecuta la acción expresada por un verbo en pasivo se exprese usando
hypo y el genitivo.)
Encontramos más apoyo para este punto de vista de
que 1 Ca 12: 13 significa «en (o con) un Espíritu» en M.J. Harris«,
Prepositions and Theology in The Greek New Testament», en NIDNTT, vol, 3, p.
1.210.
Nos
parece, pues, apropiado concluir que 1ª Corintios 12: 13 también se refiere al
bautismo «en» o «con» el Espíritu Santo, y se está refiriendo a los mismos que
en los otros seis versículos mencionados.
Pero
esto tiene una implicación importante para nosotros: Significa que, en lo que
al apóstol Pablo se refiere, el bautismo por el Espíritu Santo tiene lugar en
la conversión.
Él
dice que todos los corintios fueron bautizados «por un solo Espíritu» y que el
resultado fue que se hicieron miembros del cuerpo de Cristo: «Todos fuimos
bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo» (1ª Co 12: 13).
«Bautismo por el Espíritu Santo», por tanto, debe referirse a la actividad del
Espíritu Santo al comienzo de la vida cristiana que cuando él nos da nueva vida
espiritual (en la regeneración) y nos limpia y nos lleva a apartamos del poder
y del amor al pecado (la etapa inicial de la santificación).
En
este sentido «bautismo por el Espíritu Santo» se refiere a todo lo que el
Espíritu Santo hace al comienzo de nuestra vida cristiana. Pero esto quiere
decir que no puede referirse a una experiencia después de la conversión, como
los pentecostales suelen interpretarlo.
Pero
entonces, ¿cómo entendemos la referencia al bautismo en el Espíritu Santo en
Hechos 1: 5 y 11: 16, que ambas se refieren al día de Pentecostés? ¿No fueron
estas dos ocasiones donde los discípulos, habiendo sido previamente regenerados
por el Espíritu Santo, experimentaron ahora una nueva habilitación de parte del
Espíritu Santo que los capacitaba para ministrar eficazmente?
NOTA: Howard M. Ervin, Conversion-Initiation and
the Baptism in the Holy Spirit (Peabody, Mss.: Hendrickson, 1984), pp. 98-102,
admite que 1ª Co 12: 13, sin importar cómo se traduzca, se refiere al comienzo
de la vida cristiana (él dice que es «iniciado», p. 101), pero entonces dice
que la siguiente frase: «ya todos se nos dio a beber de un mismo espíritu» se
refiere a la habilitación subsiguiente para el servicio.
También dice que e! uso que Pablo hace de la frase
«bautizados por un solo Espíritu» es diferente de! sentido que la frase tiene
en otros seis casos en que aparece en el Nuevo Testamento. De ese modo reconoce
la interpretación no pentecostal de 1ª Co 12: 13, pero todavía dice que Pablo
usa la frase con un sentido diferente. No obstante, este argumento no parece
persuasivo.
Sería improbable que Lucas, que iba viajando como
compañero de Pablo a lo largo de mucha de la actividad misionera, y que se
encontraba probablemente en Roma con Pablo cuando él escribió el libro de
Hechos (Hch 28: 30-31), usaría la frase en un sentido diferente del de Pablo, o
que Pablo usaría esta frase en un sentido diferente que e! sentido que se
usaban de forma tan predominante en Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Otro intento de evitar nuestra conclusión sobre 1ª
Co 12: 13 la encontramos en John P. Baker, Baptized in One Spirit (Plainfield,
N.].: Lagos Book, 1970), pp. 18-25, donde él argumenta que 1ª Co 12:13 no
significa que fuimos bautizados «en un solo cuerpo», sino que fuimos bautizados
«para un solo cuerpo de Cristo' (p. 24).
Pero el
argumento de Baker no es convincente, porque la palabra «porque» al comienzo de!
versículo 13.(RVR-60) muestra que debe haber un argumento que apoya al
versículo 12, donde Pablo dice que hay muchos miembros pero un solo cuerpo. Con
todo, a fin de que e! v. 13 muestre que todos los cristianos son parte de un
cuerpo, es necesario que el v. 13 comunique por qué somos todos miembros de un
cuerpo, y Pablo lo hace mostrando que todos somos bautizados en un cuerpo.
El punto de vista de Baker de que esto solo ocurre
con «algunos que ya son miembros del cuerpo de Cristo para capacitarlos para
funcionar eficazmente» (p. 24), no es convincente a la luz de la declaración de
Pablo de que «todos» los cristianos fueron bautizados en un solo cuerpo.
Además, el bautismo por el beneficio de un cuerpo
(que es esencialmente lo que Baker quiere decir) le da un sentido muy poco
común a la preposición eis, si Pablo quisiera decir eso, habríamos esperado
algo parecido a heneka, «Por amor de», o hiper y el genitivo, significando «en
nombre de o a favor de».
Es
verdad que los discípulos habían «nacido de nuevo» mucho antes del día de
Pentecostés, y en realidad probablemente mucho antes que Jesús soplara sobre
ellos y recibieran el Espíritu Santo según Juan 20: 22. Jesús había dicho:
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió» Gn 6: 44), pero los
discípulos habían ciertamente acudido a Cristo y le habían seguido (a pesar de
que su comprensión de quién era él aumentó gradualmente a lo largo del tiempo).
No hay
duda de que cuando Pedro le dijo a Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente» (Mt 16:16), era evidente que había tenido lugar en su corazón alguna
clase de obra de regeneración del Espíritu Santo. Jesús le respondió: «Eso no
te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16: 17).
Y
Jesús le había dicho al Padre en relación con sus discípulos: «Les he entregado
las palabras que me diste, y ellos las aceptaron; saben con certeza que salí de
ti, y han creído que tú me enviaste los preservaba y ninguno se perdió sino
aquel que nació para perderse, a fin de que se cumpliera la Escritura» Gn 17:
8, 12).
Los
discípulos eran en ocasiones «hombres de poca fe» (Mt 8: 26), ¡pero tenían fe!
No hay duda que ellos fueron regenerados mucho antes del día de
Pentecostés."
Pero
debemos damos cuenta que el día de Pentecostés es mucho más que un evento
individual en la vida de los discípulos de Jesús y de los que estaban con
ellos. El día de Pentecostés fue el punto de transición entre la obra y
ministerio del Espíritu Santo en el antiguo pacto y su obra y ministerio en el
nuevo pacto.
Por
supuesto, el Espíritu Santo estuvo activo a lo largo del Antiguo Testamento,
moviéndose sobre la faz de las aguas en el primer día de la creación (Gn 1: 2),
capacitando a las personas para servir a Dios y para tareas de liderazgo y
profecía (Éx 31: 3; 35: 31; Dt 34: 9;Jue 14: 6; 1S 16: 13; Sal 51: 11,). Pero
durante ese tiempo la obra del Espíritu Santo en la vida individual fue, en
general, una obra de menos poder.
Hay
varias indicaciones de una obra menos poderosa y menos extensa del Espíritu Santo
en el antiguo pacto: El Espíritu Santo vino solo sobre unas pocas personas con
poder significativo para el ministerio (por ejemplo, Nm 11: 16-17), pero Moisés
anhelaba el día cuando el Espíritu Santo seria derramado sobre todo el pueblo
de Dios: «¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo del Señor
profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!» (Nm 11: 29).
La
capacitación del Espíritu Santo para ministerios especiales se podía perder,
como sucedió en la vida de Saúl (1ª S 16: 14), y como David temió que pudiera
ocurrir en su propia vida (Sal 51: 11).
NOTA: CuandoJesús sopló sobre sus discípulos y les
dijo: «reciban el Espíritu Santo» (Jn 20:20), es probable que fuera una acción
profética de lo que les ocurriría más tarde en Pentecostés. En este mismo
contexto en realidad en el versículo inmediato anterior-Jesús les había dicho
algo que no sucedería hasta
Pentecostés: «Como el Padre me envió a mí, así yo
los envío a ustedes» (Jn 20: 21). Pero del mismo modo que él les dijo esto
antes de que haber ascendido al cielo, no los envió a predicar el evangelio por
todo el mundo hasta que llegó el dia de Pentecostés. De manera que sus palabras
estaban anticipando lo que ocurriría en Pentecostés.
Es mejor entender las palabras en la frase
siguiente: «Reciban el Espíritu Santo» en la misma manera, que Él estaba
anticipando algo que tendría lugar en el dia de Pentecostés. En ese dia ellos
recibirían la plenitud del nuevo pacto y el poder del Espíritu Santo, una
habilitación muy superior del Espíritu Santo que la que había jamás
experimentado antes.
No estoy diciendo que la experiencia de
regeneración de los creyentes en el viejo pacto era exactamente la misma que la
de los creyentes en el nuevo pacto. Si bien las consideraciones mencionadas en
el siguiente estudio indican una obra menos poderosa del Espíritu Santo en el
viejo pacto, definir la naturaleza de las diferencias resulta dificil, puesto
que las Escrituras nos dan poca información explícita acerca de ello.
Pero el hecho de que hubiera algo de fe salvadora
en los creyentes del antiguo pacto nos lleva a pensar que tenía que haber
alguna obra de regeneración del Espíritu Santo en ellos, capacitándolos para
creer. (Vea el estudio de la regeneración en el capítulo 34)
En
términos de poder espiritual en la vida del pueblo de Dios, había poco poder
sobre el dominio de Satanás, lo que resultó en muy poca evangelización eficaz
de las naciones alrededor de Israel, y nada de capacidad para expulsar
demonios.
La
obra del Espíritu Santo en el antiguo pacto estuvo casi completamente confinada
a Israel, pero en el nuevo pacto se crea una nueva «morada de Dios por su
Espíritu» (Ef. 2: 22), que es la iglesia, que a judíos y gentiles en el cuerpo
de Cristo.
Además,
el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento miraba al futuro a una era de «un
nuevo pacto» cuando la obra del Espíritu Santo sería mucho más poderosa y mucho
más extensa (Nm 11:29; Jer 31: 31-33; Ez 36: 26-27; Jl 2: 28-29).
Cuando
se abre el Nuevo Testamento, vemos a Juan el Bautista como el último de los
profetas del Antiguo Testamento. Jesús dijo: «Les aseguro que entre los
mortales no se ha levantado nadie más grande que Juan el Bautista. Porque todos
los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si quieren aceptar mi palabra,
Juan es el Elías que había de venir» (Mt 11: 11-14).
Juan
sabía que él bautizaba con agua, pero que Jesús bautizaría con el Espíritu
Santo (Lc 3: 16). Así, pues, Juan el bautista estaba viviendo todavía en una
experiencia del «antiguo pacto» en cuanto a la obra del Espíritu Santo.
En la
vida de Jesús, vemos por primera vez el poder del Espíritu Santo actuando en el
nuevo pacto. El Espíritu Santo desciende sobre él en el bautismo (Lc 3: 21-22),
y después de sus tentaciones «regresó a Galilea en el poder del Espíritu» (Lc
4:14).
Entonces
empezamos a ver cómo será ese poder del Espíritu Santo en el nuevo pacto,
porque Jesús arroja demonios de la vida de las personas mediante su palabra,
sana a los enfermos que le llevan y enseña con una autoridad que las personas
no había escuchado antes (vea Lc 4: 16-44).
Los
discípulos, sin embargo, no recibieron la plenitud de ese poder del nuevo pacto
para el ministerio hasta el día de Pentecostés, porque Jesús les dijo que
esperaran en Jerusalén, y les promete: «Pero cuando venga el Espíritu Santo
sobre ustedes, recibirán poder» (Hch 1: 8). Esta también fue una transición en
la vida de los discípulos (vea Jn 7:39; 14:17; 16:7; HH. 2: 16).
La
promesa de Joel de que el Espíritu Santo vendría con plenitud en el nuevo pacto
se cumplió (Hch 2: 16) al regresar Jesús al cielo se dio la autoridad para el
derramamiento del Espíritu santo en esta nueva plenitud y poder (Hch 2: 33).
¿Cuál
fue el resultado en la vida de los discípulos? Estos creyentes, que habían
tenido una experiencia del Espíritu Santo en sus vidas menos poderosa en el
antiguo pacto, recibieron en el día de Pentecostés una experiencia más poderosa
del nuevo pacto de la obra del Espíritu Santo en sus vidas." Recibieron un
poder mucho más grande (Hch 1: 8), poder para vivir la vida cristiana y para
llevar a cabo el ministerio cristiano.
NOTA: Lo más cercano que tenemos a la expulsión de
demonios en el Antiguo Testamento es la situación en la que el espíritu maligno
que atormentaba a Saúl se apartaba de él siempre que David tocaba el arpa (1ª
S. 16: 23), pero esto es difícilmente equivalente a la expulsión eficaz y
permanente de demonios que vemos en el Nuevo Testamento.
Por supuesto, hubo ejemplos en el Antiguo
Testamento de ciertos líderes que fueron muy dotados por Dios y habilitados por
el Espíritu Santo, tales como Moisés, David y Daniel, muchos de los profetas
que escribieron, e incluso Sansón, que recibieron poderes poco comunes del
Espíritu Santo para ministerios específicos.
Pero sus experiencias no fueron las típicas del
vasto número de personas de Dios que fueron salvadas por fe al mirar hada el
futuro a la venida del Mesías prometido, pero que no tuvieron el derramamiento
del Espíritu como lo experimentamos hoy en el poder del nuevo pacto.
La
transición de la experiencia del antiguo pacto con el Espíritu Santo a la
experiencia con el Espíritu Santo en el nuevo pacto la podemos ver en el cuadro
39. 1. 18.
En
este diagrama, la línea más fina en la parte inferior representa la obra menos
poderosa del Espíritu Santo en la vida de los individuos durante el antiguo
pacto.
La
línea más gruesa que empieza en Pentecostés muestra la obra más poderosa del
Espíritu Santo en la vida de las personas después de ese tiempo. Las líneas que
corresponden a «este siglo» y «el siglo venidero» se traslapan ahora porque los
poderes del siglo venidero han empezado en este presente siglo malo, de forma
que los cristianos viven durante una «superposición de siglos».
Las
líneas de puntos antes de Pentecostés indican que en la vida de Jesús la obra
más poderosa del Espíritu Santo había ya empezado en una manera que anticipaba
(y aun sobrepasaba) lo que vendría en Pentecostés.
Este
poder del nuevo pacto les dio a los discípulos una mayor eficacia en sus
testimonios y ministerios (Hch 1:8; Ef 4:8, 11-13), un poder muy superior para
la victoria sobre la influencia del pecado en la vida de los creyentes (note el
énfasis en el poder de la resurrección de Cristo en la obra dentro de nosotros
en Romanos 6:11-14; 8: 13-14; Gá 2: 20; Fil 3: 10), y poder para vencer a
Satanás y las fuerzas demoníacas que atacarían a los cristianos (2ª Co 10: 3-4;
Ef 1: 19-21; 6: 10-18; 1ª Jn 4: 4).
Este
poder del Espíritu Santo en el nuevo pacto resultó también en una distribución
amplia y hasta esa fecha desconocida de los dones para el ministerio de todos
los creyentes (Hch2: 16-18; 1ª Co 12: 7, 11; 1ª P 4: 101 Nm 11: 17,24-29).
Estos dones también tuvieron implicaciones corporativas, pues la intención no
era que se usaran individualmente sino para la edificación del cuerpo de Cristo
(1ª Co 12: 7; 14: 12).
También
significaba que el evangelio ya no estaba limitado efectivamente a los judíos,
sino que todas las razas y naciones escucharían el evangelio en poder y serían
incorporados a la iglesia para la gloria de Dios (Ef. 2:11-3: 10). El día de
Pentecostés fue ciertamente un tiempo extraordinario de transición en toda la
historia de la redención como se registra en las Escrituras. Fue un día notable
en la historia del mundo, porque en ese día el Espíritu Santo empezó a funcionar
entre el pueblo de Dios con el poder del nuevo pacto.
Pero
este hecho nos ayuda a entender lo que les ocurrió a los discípulos en
Pentecostés. Ellos recibieron este extraordinario nuevo poder del Espíritu
Santo porque estaban viviendo en el tiempo de transición entre la obra del
Espíritu Santo en ti antiguo pacto y la obra del Espíritu Santo en el nuevo
pacto.
Aunque
fue una «segunda experiencia» del Espíritu Santo, que vino mucho después de su
conversión, no hay que tomarlo como un modelo para nosotros, porque nosotros no
estamos viviendo en un tiempo de transición en la obra del Espíritu Santo.
En su
caso, los creyentes con una habilitación del Espíritu Santo del antiguo pacto
se convirtieron en creyentes con un nuevo poder del Espíritu Santo en el nuevo
pacto. Pero 'nosotros hoy no empezamos a ser creyentes con una obra del
Espíritu Santo más débil en nuestros corazones, correspondiente al antiguo
pacto, y esperamos hasta algún momento más tarde a recibir la obra del Espíritu
Santo en el nuevo pacto.
Más
bien, nosotros estamos en la misma posición como aquellos que se hicieron
cristianos en la iglesia de Corinto: Cuando nos hacemos cristianos todos somos
«bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo» (1ª Co 12:
13), como sucedió con los creyentes corintios, y como aconteció con todos los
nuevos creyentes en las muchas iglesias que se formaron durante los viajes
misioneros de Pablo.
En
conclusión, los discípulos ciertamente experimentaron «un bautismo por el
Espíritu Santo» después de la conversión en el día de Pentecostés, pero esto
sucedió porque estaban viviendo en un momento único en la historia, y este
suceso en sus vidas no es, por tanto, una pauta que nosotros tenemos que
procurar e imitar,
¿Qué
diremos acerca de la frase «bautismo por el Espíritu Santo»? Es una frase que
los autores del Nuevo Testamento usaron acerca del poder que venía del Espíritu
Santo en el nuevo pacto. Sucedió en Pentecostés para los discípulos, pero
sucedió en la conversión para los corintios y para nosotros.
No es
una frase que usarían los autores del Nuevo Testamento para hablar de una
experiencia posterior a la conversión de habilitación por el Espíritu Santo.
NOTA: Ervin, Conversión Iniciación, pp. 14, 15-19,
objeta diciendo que este nuevo pacto no empezó en Pentecostés sino antes en el
tiempo de la muerte de Jesús, pero no capta lo que se dice. Nosotros no estamos
argumentando que el nuevo pacto en sí mismo empezara en el día de Pentecostés,
sino que la nueva experiencia del nuevo pacto con el Espíritu Santo sí empezó
en Pentecostés, porque fue en ese momento que Jesús derramó el Espíritu Santo
con la plenitud y poder del nuevo pacto (Hch 2: 33; 1: 4-5).
Edwin también objeta que los discípulos en
Pentecostés recibieran «poder para la misión» de parte del Espíritu Santo, para
entraren el nuevo pacto (pp. 17-18). Pero aquí Edwin ha planteado una falsa
dicotomía: No es esto/ o lo otro, sino ambos/y. En Pentecostés los discípulos
entraron en una experiencia del nuevo pacto con el Espíritu Santo y (por supuesto)
recibieron un nuevo poder para ministrar con esa experiencia del Espíritu
Santo.
Debido a su asociación con Jesús, los discípulos
también recibieron una anticipación del poder del Espíritu Santo para después
de Pentecostés cuando ellos empezaron a sanar enfermos y echar demonios (cf. Le
9: 1; 10: 1, 8, 17-10, Y muchos otros versículos).
Cuando el Espíritu Santo viene con poder
generalmente viene sobre grupos más bien que sobre individuos aislados (vea Hch
2:4; 8:17; 10:44; 19:6; pero la conversión de Saulo es diferente, vea Hch
9:17-18). El resultado evidente del derramamiento del Espíritu Santo en esta
manera, fue una nueva comunidad llena de amor unos por otros (vea Hch 2:
41-47).
C. ¿CÓMO DEBEMOS ENTENDER LA «SEGUNDA EXPERIENCIA» EN HECHOS?
Pero
aun si nosotros hemos entendido correctamente la experiencia de los discípulos
en Pentecostés como aparece registrada en Hechos 2, ¿no hay otros ejemplos de
personas que han tenido una «segunda experiencia» del poder del Espíritu Santo
después de la conversión, tales como los creyentes en Hechos 8 (en Samaria),
Hechos 10 (la familia de Comelio) y Hechos 19 (1os discípulos efesios)?
Estos
no son tampoco en realidad ejemplos convincentes para probar la doctrinal
Pentecostal del bautismo por el Espíritu Santo. Primero, la expresión «bautismo
por el Espíritu Santo» no se usa generalmente para referirse a ninguno de estos
sucesos," Y eso debiera hacemos vacilar un poco para aplicar esa frase a
ello. Pero lo que es más importante, un examen más detallado a cada caso nos
muestra más claramente lo que estaba sucediendo en estos acontecimientos.
En
Hechos 8:4-25 los samaritanos «creyeron a Felipe, que les anunciaba las buenas
nuevas del reino de Dios y el nombre de Jesucristo» y «tanto hombres como
mujeres se bautizaron» (Hch 8: 12). Algunos han argumentado que esta no era
genuina fe salvadora de parte de los samaritanos.
Sin
embargo, no hay indicación en el texto de que Felipe tuviera una compresión
deficiente del evangelio (él había sido un creyente prominente en la iglesia de
Jerusalén) ni de que Felipe mismo pensara que su fe en Cristo fuera inadecuada,
porque él permitió que se bautizaran (Hch 8: 12).
Un
mejor entendimiento de este suceso sería que Dios, en su providencia y
soberanía, esperó a dar directamente la experiencia del poder del Espíritu
Santo del nuevo pacto a los samaritanos por medio de las manos de los apóstoles
(Hch. 8: 14-17)" a fin de que su poder fuera evidente para los más altos
líderes de la iglesia En Jerusalén y los samaritanos no fueran considerados
miembros de segunda clase, sino de pleno derecho de la iglesia.
NOTA: Mi estudiante James Renehan ha argumentado
(en un amplio trabajo escrito) que el bautismo en el Espíritu Santo, si bien
tiene lugar al mismo tiempo que la conversión, debiera, no obstante, ser
considerado un elemento distintivo en el «orden de la salvación. (La lista de
cosas que nos ocurren en la experiencia de la salvación).
Él dice que el bautismo por el Espíritu no es
exactamente lo mismo como con los otros elementos en el orden de la salvación
(tales como la regeneración o la conversión), y puede ser también llamado
«recibir el Espíritu Santo. (Vea Hch 8: 15-16; 19: 2,6; Ro 8: 9,11; Gá 3: 2).
Es evidente que la idea de Renihan no es la
doctrina carismática de un bautismo en el Espíritu subsiguiente a la conversión
(porque él dice que siempre acompaña a la conversión genuina y siempre ocurre
al mismo tiempo que la conversión). La sugerencia es muy interesante y, aunque
al presente, no la he adoptado en este capítulo, pienso que merece que se le
preste más consideración. No sería incoherente con mi argumentación general en
este capítulo.
La única excepción es Hechos 11: 15-17. Si bien
este pasaje no pide explícitamente que descienda sobre la familia de Camelia un
«bautismo en el Espíritu Santo., cuando Pedro dice: «el Espíritu Santo
descendió sobre ellos tal como al principio descendió sobre nosotros. (11: 15)
y luego recuerda las palabras de Jesús, está diciendo implícitamente con
claridad que los miembros de la familia de Camelia fueron bautizados por el
Espíritu Santo cuando él les predicó el evangelio (vea Hch 10: 44-48).
Esto
era muy importante a causa de la animosidad histórica entre los judíos y los
samaritanos (Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí), Jn 4:9), y porque
Jesús había especificado que la extensión del evangelio a Samaria sería el
siguiente gran paso después de que fuera predicado en Jerusalén y la región de
Judea que rodeaba a Jerusalén: «Serán mis testigos tanto en Jerusalén como en
toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1:8).
De
modo que los sucesos en Hechos 8 fue una especie de «Pentecostés samaritano»,
un derramamiento especial del Espíritu Santo sobre las personas de Samaria, que
eran una raza mezclada de descendientes judíos y gentiles, de manera que sería
evidente para todos que el poder y las bendiciones plenas del Espíritu Santo en
el nuevo pacto habían venido también a este grupo de personas, y que no estaban
confinados solo para los judíos.
Debido
a que este es un suceso especial en la historia de la redención, al irse
repitiendo el modelo de Hechos 1: 8 en el libro de Hechos, no es un modelo para
que se repita entre nosotros hoy. Es solo parte de la transición entre la
experiencia del Espíritu Santo en el antiguo pacto y la nueva experiencia del
Espíritu Santo en el nuevo pacto.
La
situación en Hechos 10 es menos complicada, porque no está ni siquiera claro
que Comelio fuera un creyente genuino antes de que Pedro llegara y les
predicara el evangelio a él y su familia. Es evidente que él no había confiado
en Cristo para salvación. Él es más bien un gentil que fue uno de los primeros
ejemplos de cómo el evangelio llegaría «hasta los confines de la tierra» (Hch
1: 8).
Está
claro que Comelio no había creído antes en la muerte y resurrección de Cristo
para su salvación y que más tarde tuviera una segunda experiencia después de su
conversión.
En
Hechos 19, nos encontramos una vez más con una situación de algunas personas
que no habían oído en realidad acerca del evangelio de la salvación por medio
de Cristo. Ellos habían sido bautizados con el bautismo de Juan el Bautista
(Hch 19: 3), así que probablemente eran personas que habían oído predicar a
Juan el Bautista, o que habían hablando con algunos que habían escuchado
predicar a Juan el Bautista, y habían sido bautizados con «el bautismo de Juan»
(Hch 19: 3) como una señal de que se habían arrepentido de sus pecados y
estaban preparados para la venida del Mesías.
Al
parecer ellos no sabían nada de la muerte y resurrección de Cristo, porque ni
siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo (Hch 19: 2), un hecho que
cualquiera que hubiera estado presente en Pentecostés O hubiera escuchado el
evangelio después de Pentecostés sabría. Es probable que ellos ni siquiera
supieran que Jesús había venido, había ministrado y muerto en la cruz, porque
Pablo tuvo que explicárselo: «El bautismo de Juan no era más que un bautismo de
arrepentimiento.
Él le
diga al pueblo que creyera en el que venía después de él, es decir, Jesús» (Hch
19: 4). Por tanto, estos «disópu1os» en Éfeso no tenían conocimiento ni
entendimiento del nuevo pacto o de la fe del nuevo pacto, y desde luego no
tenían una experiencia del poder del Espíritu Santo en el nuevo pacto, eran
«discípulos» solo en el sentido de seguidores de Juan el Bautista que estaban
todavía esperando al Mesías.
Cuando
oyeron acerca de él creyeron en él, y entonces recibieron el poder del Espíritu
Santo que era apropiado para el evangelio del Señor Jesucristo resucitado.
Debido
a esto, estos discípulos en Éfeso no son un modelo a seguir para nosotros hoy,
porque nosotros no desarrollamos primero una fe en un Mesías que estamos
esperando, y luego más tarde nos enteramos que ese Jesús ya ha venido, ha
vivido, ha muerto y resucitado. Llegamos inmediatamente a un entendimiento del
evangelio, y entramos inmediatamente en una experiencia del nuevo pacto en
cuanto al poder del Espíritu Santo.
Parece,
por tanto, que no hay textos en el Nuevo Testamento que nos animen a buscar una
segunda experiencia del «bautismo por el Espíritu Santo» que venga después de
la conversión.
NOTA: Aun si nosotros le consideramos a él como
teniendo una cierta clase de fe del antiguo pacto en el Mesías Judío que iba a
venir, esto solo mostrarla que él es un ejemplo más de alguien que habla tenido
una experiencia primera del Espíritu Santo del antiguo pacto y que luego llegó
a una experiencia del Espíritu Santo del nuevo pacto.
D. ¿QUÉ TÉRMINOS USAREMOS PARA REFERIMOS A LA HABILITACIÓN POR EL
ESPÍRITU SANTO QUE VIENE DESPUÉS DE LA CONVERSIÓN?
En las
secciones anteriores hemos argumentado que «bautismo en el Espíritu Santo» no
es la expresión que los autores del Nuevo Testamento usaron para hablar de la
obra del Espíritu Santo después de la conversión, y que los ejemplos de «segundas
experiencias» de recibir el Espíritu Santo en el libro de Hechos no son modelos
para que nosotros los imitemos en nuestra vida cristiana.
Pero
la cuestión permanece: «¿Qué es lo que realmente está ocurriendo con millones
de personas que afirman que han recibido el 'bautismo en el Espíritu
Santo" y que ha traído tanta bendición a sus vidas? ¿Podría ser que esto
ha sido una obra genuina del Espíritu Santo pero que las categorías y ejemplos
bíblicos para ilustrarlo han sido incorrectos?
¿Pudiera
ser que hubiera otras expresiones y enseñanzas bíblicas que apuntan a esta
clase de obra del Espíritu Santo después de la conversión y que nos ayudan a
entenderlo de forma más exacta?» Yo pienso que las hay, pero antes de ponemos a
examinarlas, es apropiado que comentemos sobre la importancia de tener un
entendimiento correcto sobre este punto.
NOTA: En cuando a Hechos 19: 1-7, Ervin, Conversion
Initiation, pp. 55-59, objeta que estos discípulos fueron primero bautizados y
entonces, cuando Pablo les impuso las manos, recibieron el poder del Espíritu
Santo. Quizá tengamos que admitir que eso es cierto, pero los dos sucesos
estuvieron tan cercanos el uno al otro en el tiempo que es dificil hacer una
clara separación de ellos, y desde luego no encaja en el modelo común
pentecostal de instrucción y oración, a veces de semanas o meses o años después
de la conversión, buscando un subsiguiente bautismo en el Espíritu Santo.
Si les hubiéramos preguntado a ellos más tarde si
su bautismo en el Espíritu Santo fue «subsiguiente. A sus conversión, ellos
probablemente dirían que fue al mismo tiempo, así de estrechamente conectados
estuvieron estos sucesos en la secuencia histórica real.
1. LA IGLESIA QUEDA DAÑADA POR LA ENSEÑANZA DE DOS CLASES DE CRISTIANISMO.
En
varios momentos de la historia de la iglesia los cristianos han intentado
dividir a la iglesia en dos categorías de creyentes. Esto es lo que en efecto
ha sucedido con la doctrina pentecostal del bautismo en el Espíritu Santo que
muestra al mundo dividido entre cristianos y no cristianos, y entonces muestra
a los cristianos divididos en dos categorías: Creyentes comunes y creyentes
bautizados en el Espíritu.
Pero
esa división de los cristianos en dos categorías no es un entendimiento único
que encontramos solo en la enseñanza pentecosta1 en el siglo XX. En realidad,
mucho de la enseñanza pentecostal surgió de anteriores grupos de santidad que
habían enseñado que los cristianos podrían ser o bien creyentes comunes o
creyentes «santificados».
Otros
grupos han dividido a los creyentes usando otras categorías, tales como las de
cristianos comunes y los que están «llenos del Espíritu », o cristianos comunes
y los que son «discípulos», o cristianos «carnales» y «espirituales». De hecho,
la Iglesia Católica Romana por siglos ha tenido no dos sino tres categorías:
los creyentes comunes, los sacerdotes y los santos.
No en
ninguna enseñanza oficial, sino en la actitud y la práctica, en círculos
reformados: La división entre los cristianos comunes y los que son
«verdaderamente reformados».
Aunque
aquellos que enseñan la perspectiva clásica pentecostal del bautismo en el
Espíritu Santo puede que nieguen que estén intentando dividir a los cristianos
en dos categorías, esa división es implícita cada vez que ellos preguntan a
alguien si ha sido bautizado en el Espíritu Santo o no. Ese tipo de preguntas
sugieren fuertemente que hay dos grupos de cristianos, los que han
experimentado el «bautismo en el Espíritu Santo» y los que no lo han
experimentado.
¿Cuál
es el problema con ver a los cristianos como existiendo en dos categorías como
estas ¿El problema está en que contribuye a una mentalidad de iglesias de
«nosotros-ellos», y lleva a los celos, el orgullo y la división.
No
importa cuán cuidadosos y considerados traten de ser estas personas que han
recibido esta habilitación especial del Espíritu Santo para con aquellos que no
lo han recibido, si ellos aman sinceramente a sus hermanos en Cristo, y si esta
ha sido una experiencia de gran ayuda en sus propias vidas cristianas, no van a
poder evitar dar la impresión de que les gustaría compartir esa experiencia con
ellos.
Aun si
ellos no son orgullosos en sus corazones (y a mí me parece que la mayoría no lo
son) con respecto a esa experiencia, esa convicción de que hay una segunda
categoría de cristianos llevará inevitablemente a una impresión de superioridad
espiritual. No obstante, habrá probablemente un sentido de envidia de parte de
aquellos que no han tenido una experiencia así.
En ese
caso, se fomenta una visión de dos grupos dentro de la iglesia, y recibe algo
de credibilidad la repetida acusación que se hace en contra del movimiento
carismático de dividir. En realidad, las divisiones ocurren con frecuencia en
las iglesias.
La
objeción principal a esta posición es que el Nuevo Testamento mismo no enseña
esos dos niveles o dos clases de cristianismo. En ninguna parte en las
epístolas leemos de Pablo o Pedro diciendo a una iglesia que está teniendo
problemas: «Todos ustedes necesitan ser bautizados en el Espíritu Santo.
En
ninguna parte le oímos al Señor Jesús resucitado decirles a las iglesias
débiles y con dificultades en Apocalipsis 2-3: «Pedidme que os bautice con el
Espíritu Santo». Resulta difícil evitar la conclusión de que dos clases o
niveles de cristianos enseñada por todos estos grupos a lo largo de la historia
no tenga ningún fundamento sólido en el mismo Nuevo Testamento.
2. HAY MUCHOS GRADOS DE HABILITACIÓN, COMUNIÓN CON DIOS Y MADUREZ
CRISTIANA PERSONAL.
¿Hay
un modelo mejor de entender los varios grados de madurez, poder y comunión con
Dios que los cristianos experimentan? Si estamos dispuestos a eliminar las
categorías que nos llevan a pensar que los cristianos están en un grupo u otro,
un modelo mejor lo podemos ver representado en el cuadro.
Este
cuadro muestra al mundo dividido en cristiano y no cristianos, pero entre los
cristianos no hay categorías en las que podamos poner a los creyentes y
dividirlos en grupos específicos. Más bien, hay cristianos en todos los puntos
a lo largo de una escala de madurez cristiana creciente (santificación), una
intimidad creciente de compañerismo en su caminar con Dios (un aspecto de la
adopción), y una mayor experiencia del poder del Espíritu Santo obrando en sus
vidas y ministerios.
La
vida cristiana debiera ser una de crecimiento en todas estas áreas al ir
progresando a lo largo de la vida. Para muchas personas ese crecimiento será
gradual y progresivo, y se extenderá a lo largo de los años de sus vidas.
NOTA: Para ser más precisos necesitamos reconocer
que podemos crecer en algunos aspectos de la vida cristiana y no crecer en
otros, un solo cuadro es, por tanto, inadecuado para mostrar todo esto, Por
ejemplo, los cristianos pueden crecer en poder, pero no en santidad (como
sucedió con los creyentes en la iglesia de Corinto), o las personas pueden
crecer en conocimiento pero no en poder, o en conocimiento pero no en santidad
de vida (algo que trágicamente sucede a algunos -pero, por supuesto, no todos-
estudiantes en los seminarios teológicos, y en algunos pastores que hacen
excesivo hincapié en los logros académicos).
O una persona puede crecer en comunión personal con
Dios, pero no en el conocimiento de las Escrituras (lo cual ocurre cuando se
pone mucho énfasis en un pietismo intenso). O alguien puede crecer en santidad
de vida pero no en poder o en el uso de los dones espirituales.
Como podemos ver son posibles toda clase de
combinaciones, pero necesitaríamos varios cuadros para mostrarlo en una forma
esquemática. Por amor de la simplicidad he representado solo el «crecimiento
cristiano.
A. ¿CÓMO DEBIÉRAMOS ENTENDER
LA EXPERIENCIA CONTEMPORÁNEA?
¿Qué
ha ocurrido entonces con las personas que dicen que han experimentado un
«bautismo en el Espíritu Santo» que ha traído gran bendición para sus vidas?
Debemos
entender primero lo que comúnmente se enseña acerca de la necesidad de
prepararse para el bautismo en el Espíritu. Con mucha frecuencia se les enseña
a las personas que deben confesar todos sus pecados conocidos, arrepentirse de
cualquier pecado quede en sus vidas, confiar en Cristo para el perdón de esos
pecados, dedicar al servicio del Señor cada área de sus vidas, rendirse
completamente a él, y creer que Cristo va a darles poder en una forma nueva y
capacitarlos con nuevos dones para el ministerio.
Entonces
después de esa preparación, se les anima a que le pidan a Jesús en oración que
los bautice en el Espíritu Santo. ¿Pero qué es lo que hace esta preparación?
¡Eso
es una receta garantizada de crecimiento importante en la vida cristiana!
Una
confesión así, arrepentimiento, renovación de compromiso, y esa fe y
expectación cultivadas, si son sinceras, solo pueden traer resultados positivos
en la vida del creyente. Si un cristiano es sincero en estos pasos de
preparación para recibir el bautismo en el Espíritu Santo, habrá sin duda crecimiento
en santificación y profundización en la comunión con Dios.
Además
de eso, podemos esperar que en muchas de esas ocasiones el Espíritu Santo va a
conceder amorosamente la medida de plenitud y poder que ese cristiano sincero
está buscando, incluso aunque su entendimiento y vocabulario teológicos sean
imperfectos en el momento de pedirlo.
Si
esto sucede, ellos pueden experimentar también un crecimiento en el poder para
el ministerio y en dones espirituales. Podríamos decir que una persona se ha
movido del punto A al punto Ben el cuadro 39.6 y ha dado un gran paso hacia
adelante en su vida cristiana.
Por
supuesto, la oración, el estudio bíblico y la adoración parecerán mucho más
significativos. Habrá sin duda mucho más fruto en la evangelización y en otras
formas de ministerio. Pero es importante reconocer que alguien que se ha movido
del punto A al punto B en el cuadro se encuentra ahora en una categoría
separada de cristianos tales como un grupo de los que han sido (bautizados en
el Espíritu Santo) y que son, por tanto, diferentes de los que no han tenido
una experiencia así.
Puede
haber otro cristiano en la misma iglesia que nunca ha dado un paso tan grande
de crecimiento, pero que, obstante, ha mantenido un crecimiento estable durante
los últimos cuarenta años de su vida cristiana y ha llevado al crecimiento
espiritual mejor que los que tienen experiencias ya mencionadas.
Aunque
esa persona no ha tenido ninguna experiencia como los pentecostales llaman un
(bautismo en el Espíritu Santo), él o ella está todavía más avanzado en el
camino del crecimiento cristiano que le joven cristiano que ha sido
recientemente (bautizado en el Espíritu Santo) según la terminología
pentecostal, sea como sea ninguno puede decir que está más adelantado, y yo
diría que el que ha crecido en el conocimiento y aplica y sirve es él que está
mejor adelantado, y creo que no podemos calificar por categorías sino por un
servicio agradable al Señor.
El
movimiento pentecostal ha llevado la enseñanza sobre el bautismo del Espíritu
Santo al seno de la iglesia más liberales donde por muchos años no había una
proclamación clara del evangelio de la salvación solo por la fe en Cristo y
donde no se ha enseñado a las personas a creer completamente en la Biblia como
la palabra de Dios para nosotros. En tales casos muchas de las personas en esas
iglesias nunca han experimentado la fe salvadora, se encuentran en un caos
espiritual por el cual puede estar en oscuridad de la verdad bíblica.
Cuando
un representante del movimiento carismático de renovación llega a esas iglesia
y les dica que pueden experimentar una nueva vitalidad en sus vidas cristianas,
y les dice que la preparación es arrepentirse de todos los pecados conocidos, y
pedir perdón a Cristo de esos pecados conocidos, y confiar en Él para que los
perdone y dedicar sus vidas por completo a Cristo como su señor, ellos
responden con entusiasmo.
Después
oran y piden que los bautice en el espíritu Santo, el resultado real es que se
mueven a un lugar, mejor como nueva experiencia en la vida. Han sido bautizados
en el verdadero sentido del N. T. Al dia siguiente es casi imposible
mantenerlos callados porque están muy entusiasmados. De repente leer la Biblia
se ha convertido en algo significativo, de repente orar se ha hecho algo real.
De repente conocen la experiencia de la presencia de Dios en sus vidas.
De
repente la adoración se ha convertido en une experiencia de profundo gozo y co
frecuencia han empezado a experimentar dones espirituales que no habían
conocido antes. No en balde el movimiento de renovación carismático ha
inyectado tanto entusiasmo ( y co frecuencia mucha controversia) a tantas
parroquias católicas romanas y muchas iglesia del las denominaciones
tradicionales.
Aunque
podemos discrepar con la manera en que esta enseñanza es en realidad
presentada, nadie debería negar los buenos resultados que han venido a estas
iglesias como consecuencia a ello.
B ¿QUÉ TÉRMINOS DEBIÉRAMOS
USAR HOY?
Ahora
podemos entender porque es tan importante nuestro uso de términos para
describir esta experiencia y categoría de entendimiento que ponemos en ello. Si
usamos la terminología tradicional pentecostal de (bautismo del Espíritu Santo)
entonces casi inevitablemente terminamos con un cristianismo de dos categorías,
porque esto es visto como una experiencia común que puede que en verdad debiera
ocurrirles a los cristianos en algún momento de sus vidas y, una vez ha
sucedido, no necesita ser repetida.
Se ve
como una experiencia única de habilitación para el ministerio que es distinta
de la experiencia de hacerse cristiano, y las personas o bien han tenido esa
experiencia o no la han tenido. Especialmente cuando esa experiencia se
describe en términos de lo que les ocurrió a los discípulos en pentecostés en
hechos 2 (que fue claramente una experiencia de una sola vez para ellos), los
Samaritanos en Hechos 8, y a los discípulos en Efesios en Hechos 19, está
claramente implícito que este es un suceso que ocurre una vez que habilita a
los creyentes para el ministerio, pro que también los pone en una categoría
separada o grupo del que eran antes de esa experiencia. El uso de la expresión
(el bautismo en el Espíritu Santo) inevitablemente implica dos grupos de
cristianos.
Pero
si nosotros estamos en lo correcto en cuanto al entendimiento de la experiencia
que han tenido millones de personas en la renovación carismática como un gran
paso de crecimiento en sus vidas cristianas, entonces alguna otra expresión que
la de (bautismo en el Espíritu Santo) parecería ser más apropiada. Pueden haber
varias expresiones que podríamos usar, siempre y cuando que permitan la
repetición, varios grados de intensidad, y de desarrollo más allá de esa
experiencia.
Nosotros
y hemos usado una expresión: un gran paso de crecimiento, en varios aspectos de
la vida cristiana, debido a que esta frase habla de un gran paso de
crecimiento, no puede ser mal entendida
como refiriéndose a una sola experiencia que pone a los cristianos en
una nueva categoría. Y a causa de que se refiere a un gran paso de crecimiento,
implica claramente que otros pueden experimentar ese crecimiento en pasos
pequeños a lo largo de un periodo de tiempo más largo pero que llegan a
alcanzar el mismo punto en la vida cristiana.
Otra
expresión que puede ser útil es (nueva habilitación para el ministerio). Es sin
duda cierto que muchos que han recibido esa experiencia carismática encuentran
nuevo poder para ministrar en sus vidas cristianas, incluyendo la habilidad
para usar dones espirituales que anteriormente no habían tenido. Sin embargo, el problema con esta frase es que no dice nada
acerca de la profundización de la comunión con Dios, de la mayor eficacia en la
vida de oración y estudio de la Biblia, y de un nuevo gozo en la adoración que
son también resultados en esta experiencia.
C. ¿QUÉ ES «SER LLENO CON EL
ESPÍRITU SANTO»?
Con
todo, una expresión aun más comúnmente usada en el Nuevo Testamento es «ser
lleno con el Espíritu Santo». A causa de su uso frecuente en contextos que
hablan de crecimiento y ministerio cristianos, esta es la expresión que a mí me
parece mejor para describir hoy la «segunda experiencia» (o tercera o cuarta
experiencia, etc.).
Pablo
les dice a los efesios: «No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno.
Al contrario, sean llenos del Espíritu» (Ef. 5: 18). Él usa un verbo en tiempo
presente de modo imperativo que podría ser traducido más explícitamente: «estén
continuamente siendo llenados con el Espíritu Santo», implicando de ese modo
que es algo que debiera estar sucediendo continuamente en los cristianos.
Esa
plenitud del Espíritu Santo resultará en una adoración y acción de gracias
renovadas (Ef 5: 19-20), y en una renovación de las relaciones unos con otros,
especialmente con aquellos que están en autoridad sobre nosotros o los que
están bajo nuestra autoridad (Ef 5:21-6: 9). Además, puesto que el Espíritu
Santo es el Espíritu que nos santifica, esa llenura resultará con frecuencia en
una santificación creciente.
Todavía
más, dado que el Espíritu Santo es el que nos habilita para el servicio
cristiano y nos da los dones espirituales, esa plenitud resultará con
frecuencia en un poder creciente para el ministerio yen una creciente eficacia
y quizá diversidad en el uso de los dones espirituales.
En el
libro de Hechos vemos repetidos ejemplos de ser llenos con el Espíritu Santo.
En Hechos 2: 4, los discípulos y los que estaban con ellos: «Todos fueron
llenos del Espíritu Santo». Más tarde, cuando Pedro estaba delante del
Sanedrín, leemos: «Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió».
Pero
un poco después, cuando Pedro y el otro apóstol regresaron a la iglesia para
contarles lo que había sucedido (Hch 4: 23) se juntaron todos en oración, y
«después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos fueron
llenos del Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno»
(Hch 4:31). Aunque Pedro había sido llenado con el Espíritu Santo en
Pentecostés (Hch 2:4) y había sido llenado con el Espíritu Santo antes de
hablar frente al Sanedrín (Hch 4:8), fue de nuevo lleno con el Espíritu Santo
después de que orara el grupo de cristianos con el que estaba reunido.
Por
tanto, es apropiado entender que ser llenos con el Espíritu Santo no como un
suceso singular sino como un suceso que puede ocurrir una y otra vez en la vida
de un cristiano. Puede involucrar una habilitación momentánea para un
ministerio específico (tal como sucedió al parecer en Hechos 4: 8; 7: 55), pero
también puede referirse a una característica a largo plazo de la vida de una
persona (vea Hch 6: 3; 11: 24).
En
cualquier caso, ese ser llenos puede ocurrir muchas veces en la vida de la
persona. Aunque Esteban, como uno de los primeros diáconos (o asistentes
apostólicos), era un hombre «lleno del Espíritu y de sabiduría» (Hch 6: 3,5),
cuando lo estaban apedreando él aparentemente fue de nuevo lleno del Espíritu
Santo con gran poder (Hch 7: 55).
Alguien
podría objetar que una persona que ya ha sido «llena» con el Espíritu Santo no
puede estar más llena, pues si un vaso está lleno de agua ya no puede recibir
más agua. Pero un vaso de agua es una pobre analogía para nosotros como
personas reales, porque Dios es capaz de hacemos crecer y nosotros somos
capaces de contener mucho más de la plenitud y poder del Espíritu Santo.
Quizá
un globo es una mejor analogía, el cual puede estar «lleno» de aire a pesar de
que tenga en realidad poco aire dentro. Cuando se le sopla más aire, el globo
se extiende y en un sentido «está más lleno». Así sucede con nosotros: Podemos
ser llenos con el Espíritu Santo y al mismo tiempo ser también capaces de
recibir mucho más del Espíritu Santo. Juan 3: 34 nos dice hablando de Cristo:
«El enviado de Dios comunica el mensaje divino, pues Dios mismo le da su
Espíritu sin restricción».
La
división que viene como consecuencia de usar la expresión «bautismo en el
Espíritu Santo») podría ser evitada fácilmente si usamos alguna de las otras
expresiones posibles mencionadas en esta sección. Las personas podrían estar
agradecidas por «una nueva plenitud del Espíritu Santo» o «una nueva
habilitación para el ministerio» o «un paso significativo en el crecimiento en
algún aspecto u otro de la vida cristiana.
No
habría separación entre «nosotros» y «ellos», porque reconoceríamos que todos
somos parte de un solo cuerpo sin categorías separadas. De hecho, muchos
carismáticos e incluso algunos pentecostales tradicionales están usando hoy la
expresión «bautismo en el Espíritu Santo» con mucha menos frecuencia,
prefiriendo usar en su lugar expresiones como «ser llenos con el Espíritu
Santo».
Además,
muchos creyentes que no han tenido una sola experiencia dramática (tal como la
que los pentecostales han llamado un bautismo en el Espíritu Santo) han
empezado, no obstante, a experimentar una nueva libertad y gozo en la adoración
(a menudo con la llegada de la adoración moderna o de los cantos de alabanza en
sus iglesias), y con el uso de una variedad más amplia de los dones
espirituales para la eficacia y la edificación de ellos mismos y de sus
iglesias (incluyendo dones tales como sanidad, profecía, milagros,
discernimiento de espíritus, y la capacidad de ejercer autoridad sobre fuerzas
demoníacas con oración y una palabra de reprensión dirigida directamente a los
espíritus malignos).
En
ocasiones el don de hablar en lenguas y el don de interpretación también han
sido usados, pero en otros casos no. Digo todo esto para hacer notar que las
diferencias entre pentecostales y carismáticos por una parte, y los cristianos
evangélicos más tradicionales, parece que van desapareciendo cada vez más, y
hay cada vez menos diferencias entre ellos.
NOTA: Es mi opinión personal que muchas de la
divisiones que han venido con la influencia del movimiento de renovación
carismática en muchas iglesias no ha sucedido a causa de los dones
espirituales, sino debido a un mal entendimiento de lo que está sucediendo y de
las implicaciones de dos grupos de cristianos que viene con la expresión
(bautismo en el Espíritu Santo).
Jonh Wimber, a quien no le gusta identificarse a sí
mismo como pentecostal o carismático, dice con mucha sabiduría: .He descubierto
que el argumento concerniente al bautismo en el Espíritu por lo general termina
siendo una cuestión de etiquetas. Una buena medicina puede estar
incorrectamente etiquetada, lo cual puede ser cierto en este caso. La
experiencia pentecostal de Dios es mejor que la explicación que se da de ella»
(Jonh Wimber with Kevin Springer, Power Evangelism, p. 145).
En años
recientes me he dado cuenta en conversaciones con profesores de instituciones
afiliadas con el movimiento carismático que hay una tendencia creciente a hablar
más acerca de estar llenos con el Espíritu Santo que del bautismo en el
Espíritu Santo para representar lo que está sucediendo a las personas dentro
del movimiento carismático.
Alguien
podría objetar que es específicamente esta experiencia de orar por un bautismo
en el Espíritu Santo lo que ha llevado a las personas a un nuevo nivel de poder
en el ministerio y a la eficacia en el uso de los dones espirituales.
Puesto
que esta experiencia ha sido de tanta ayuda en la vida de millones de
creyentes, ¿debemos desecharla tan rápidamente? En respuesta, debemos decir si
se cambiara la terminología «bautismo en el Espíritu» por algo más
representativo de la enseñanza del Nuevo Testamento, no debería haber objeción
en absoluto para que las personas vinieran a los templos, y animarlos a
preparar sus corazones para la renovación espiritual mediante el
arrepentimiento sincero y la renovación del compromiso con Cristo y para creer
que el Espíritu Santo puede trabajar más poderosamente en sus vidas.
No hay
nada malo en enseñar a las personas a orar ya procurar una mayor plenitud del
Espíritu Santo, a esperar ya pedir al Señor por un derramamiento de más dones
espirituales en sus vidas, para el beneficio del cuerpo de Cristo (vea 1ª Co
12: 31; 14:1, 12). En realidad, la mayoría de los cristianos evangélicos en
cada denominación anhelan sinceramente disponer de más poder para el
ministerio, mayor gozo en la adoración, y un compañerismo más íntimo y profundo
con Dios.
Muchos
también apreciarían un mejor entendimiento de los dones espirituales, y ánimo
para crecer en el uso de los mismos. Si los cristianos pentecostales y
carismáticos estuvieran dispuestos a enseñar estas cosas sin el bagaje
adicional de dos niveles de cristianismo que está implícito en la expresión
«bautismo en el Espíritu Santo», podrían encontrar una nueva era de una
eficacia muy creciente en llevar estas otras áreas de la vida cristiana a todos
los evangélicos en general.
NOTA: Un estudiante del seminario aunque él no es
un carismático Me ha dicho que durante más de una década de trabajar con
estudiantes universitarios, él ha encontrado un gran deseo entre los cristianos
por saber cómo pueden ser llenos con el Espíritu Santo. Me dice correctamente
que una enseñanza eficaz en esta área debe incluir la necesidad:
(1) De rendir nuestras vidas completamente a Dios
(Ro 12: 1; Gá 2:20):
(2) Depender completamente del poder de Dios para
vivir la vida cristiana (Ro 8:13; Gá 2:20; 3:2 3), y:
(3) Obedecer los mandamientos del Señor en nuestras
vidas (1ª Jn 2: 6).
Estos elementos son similares a los pasos de
preparación mencionados arriba en la consideración de la enseñanza carismática
común. En cualquier caso, a estos pasos se le puede añadir sin duda una oración
de que el Espíritu Santo nos llene, conforme a la voluntad de Dios como se
expresa en Ef 5:18. No debiera haber objeción a enseñar a los cristianos a orar
a diario en conformidad con estos principios.
3. SER LLENOS CON EL ESPÍRITU SANTO NO RESULTA SIEMPRE EN HABLAR EN
LENGUAS.
Nos
queda algo más que tenemos que hablar con respecto a la experiencia de ser
llenos con el Espíritu Santo. Debido a que hubo varios casos en Hechos en los
que las personas recibieron el poder del Espíritu Santo en el nuevo pacto y
empezaron a hablar en lenguas al mismo tiempo (Hch 2: 4; 10: 46; 19:6;
probablemente también implícito en 8:17-19) debido a su paralelismo con la
experiencia de los discípulos en Hechos 2), la enseñanza pentecostal ha
mantenido comúnmente que la señal externa del bautismo en el Espíritu Santo es
hablar en lenguas (es decir, hablar en lenguas que no son entendidas por los
demás y que la persona que la habla no la ha aprendido, ya sean lenguas humanas
conocidas u otras clases de lenguas angélicas o celestiales o dadas
milagrosamente).
Pero
es importante darse cuenta de que hay otros muchos casos en los que ser llenos
con el Espíritu Santo no resultó en hablar en lenguas. Cuando Jesús fue lleno
con el Espíritu Santo en Lucas 4: 1, el resultado fue fortaleza para vencer las
tentaciones de Satanás en el desierto.
Cuando
las tentaciones terminaron, y Jesús «regresó a Galilea en el poder del
Espíritu» (Lc 4: 14), los resultados fueron curas milagrosas, expulsión de
espíritus malignos y enseñanza con autoridad. Cuando Elisabet fue llena del
Espíritu Santo, habló palabras de bendición para María (Lc 1: 41-45).
Cuando
Zacarías fue lleno con el Espíritu Santo, profetizó (Lc 1:67-79). Otros
resultados de estar lleno con el Espíritu Santo fue el de predicar el evangelio
con poder (Hch 4: 31, (quizá) sabiduría y madurez cristiana y buen testimonio
(Hch 6: 3), predicación poderosa cuando estaban acusados ante tribunales (Hch
4: 8), una visión del cielo (Hch 7: 55), y (aparentemente) fe y madurez de la
vida (Hch 11: 24).
Varios
de estos casos pueden también implicar la plenitud del Espíritu Santo para
habilitar algunas formas de ministerio, especialmente en el contexto del libro
de Hechos, donde la habilitación del Espíritu Santo aparece con frecuencia
dando los resultados de milagros, predicación y obras de gran poder.
Por
tanto, si bien la experiencia de ser lleno con el Espíritu Santo puede resultar
en recibir el don de hablar en lenguas, o en el uso de algún otro don que no se
había experimentado anteriormente, también puede venir sin el don de hablar en
lenguas.
De
hecho, muchos cristianos a lo largo de la historia han disfrutado de
experiencias poderosas de ser llenos del Espíritu Santo que no han estado
acompañadas con hablar en lenguas. Con relación a este don como con otros
dones, nosotros debemos decir sencillamente que el Espíritu Santo «reparte a
cada uno según él lo determina» (1ª Co 12: 11).
NOTA: Las Escrituras no especifican qué resultados
tuvo en la vida de Juan el Bautista, quien estuvo lleno del Espíritu Santo aun
desde su nacimiento» (Lc 1: 15), y que «la mano del Señor lo protegía» (Lc 1:
66), y «el niño crecía y se fortalecía en espíritu» (Lc 1: 80).
PREGUNTAS DE APLICACIÓN
PERSONAL
1. Antes de leer este capítulo, ¿cuál era su entendimiento del «bautismo
en el Espíritu Santo»? Si es que ahora ha cambiado su comprensión, ¿en qué
sentido ha cambiado?
2. ¿Ha incluido su propia vida cristiana uno o más sucesos a los que
pudiera llamar «un gran paso de crecimiento» en alguna área u otra de la vida
cristiana? ¿O ha sido más bien una serie de pasos cortos pero continuados en la
santificación, en la comunión con Dios, y en el uso de los dones espirituales
para el ministerio?
3. ¿Ha conocido usted a personas que han afirmado haber recibido un
«bautismo en el Espíritu Santo» después de la conversión? En su evaluación, ¿ha
sido el resultado en sus vidas más bien positivo, o negativo, o ha sido más
bien mixto? Si usted mismo ha tenido una experiencia como esa, ¿piensa que el
concepto de que el «bautismo en el Espíritu Santo» es un suceso que ocurre una
sola vez fue esencial para esa experiencia, o pudieran haber aparecido los
mismos resultados en su vida cristiana si lo hubiera llamado «ser lleno con el
Espíritu Santo«? ¿Piensa que sería apropiado para usted ahora buscar una
experiencia de ser lleno con el Espíritu Santo en su propia vida? ¿Cómo podría
usted hacer que eso sucediera en su vida?
4. Todos nos damos cuenta de que es posible hacer mucho hincapié en algo
bueno en la vida cristiana hasta el punto de que nuestra vida queda
desequilibrada y no son tan eficaces en el ministerio como podrían ser. Si
usted piensa en las varias formas en que podemos crecer en la vida cristiana
(conocimiento de la Palabra de Dios y sana doctrina, oración, amor por Dios,
amor por otros cristianos y por los que no son cristianos, confiar en Dios cada
día, adoración, santidad en la vida, uso de los dones espirituales, poder
eficaz del Espíritu Santo en nuestro testimonio y ministerio, compañerismo
diario con Dios, etc.) ¿en qué áreas piensa usted que necesita pedirle a Dios
más crecimiento en su propia vida? ¿Sería apropiado pedirle a él una nueva
plenitud del Espíritu Santo que acompañe al crecimiento en esas áreas?
5. En relación con el tema del bautismo en el Espíritu Santo o ser llenos
con el Espíritu Santo, ¿piensa usted que las iglesias evangélicas en general se
han estado moviendo hacia más divisiones o más unidad en este asunto?
TÉRMINOS ESPECIALES
Bautismo
por el Espíritu Santo, bautismo en el Espíritu Santo, bautismo con el Espíritu
Santo, dos clases de cristianismo, sed llenos con el Espíritu Santo,
Pentecostés, experiencia del Espíritu Santo en el, nuevo pacto, experiencia del
Espíritu Santo en el, antiguo pacto
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
1ª Corintios 12: 12-13: De Hecho, Aunque El Cuerpo Es Uno Solo, Tiene
Muchos Miembros, Y Todos Los Miembros, No Obstante Ser Muchos, Forman Un Solo
Cuerpo. Así Sucede Con Cristo. Todos Fuimos Bautizados Por Un Solo Espíritu
Para Constituir Un Solo Cuerpo Ya Seamos Judíos O Gentiles, Esclavos O Libres-,
Y A Todos Se Nos Dio A Beber De Un Mismo Espíritu.
CAPÍTULO 10
LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS (CÓMO
PERMANECER COMO CREYENTE)
¿PUEDEN LOS VERDADEROS
CREYENTES PERDER SU SALVACIÓN? ¿CÓMO PODEMOS SABER SI EN REALIDAD HEMOS NACIDO
DE NUEVO?
EXPLICACIÓN Y BASE
BÍBLICA
Nuestra
consideración previa ha tratado de muchos aspectos de la salvación completa que
Cristo ganó para nosotros y que el Espíritu Santo ahora nos aplica.
Pero,
¿cómo sabemos que continuaremos siendo creyentes toda nuestra vida? ¿Hay algo
que impedirá que caigamos alejándonos de Cristo, algo que garantice que
continuaremos siendo creyentes hasta que muramos y que de hecho viviremos con
Dios en el cielo para siempre? 0, ¿pudiera ser que nos alejaremos de Cristo y
perderemos las bendiciones de nuestra salvación?
EL TEMA DE LA
PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS CONSIDERA ESTAS PREGUNTAS.
La
perseverancia de los santos quiere decir que todos los que verdaderamente han
nacido de nuevo serán guardados por el poder de Dios y perseverarán como
creyentes hasta el fin de sus vidas, y que sólo los que perseveran hasta el fin
han nacido verdaderamente de nuevo.
Esta
definición tiene dos partes. Indica primero que hay seguridad que se da a los
que verdaderamente han nacido de nuevo, porque les recuerda que el poder de
Dios los guardará como creyentes hasta que mueran, y que con certeza vivirán
con Cristo en el cielo para siempre.
Por
Otro Lado, La Segunda Mitad De La Definición Indica Claramente Que Continuar En
La Vida Cristiana Es Una De Las Evidencias De Que Una Persona Verdaderamente Ha
Nacido De Nuevo. Es Importante Mantener Presente También Este Aspecto De La
Doctrina, Para Que No Se Dé Falsa Seguridad A Quienes Para Empezar Nunca Han
Sido Creyentes.
Se
Debe Notar Que Este Asunto Es Uno En El Que En Los Creyentes Evangélicos Por
Largo Tiempo Han Tenido Desacuerdo Significativo. Muchos Dentro De La Tradición
Wesleyana Y Arminiana Han Sostenido Que Es Posible Que Alguien Que
Verdaderamente ha nacido de nuevo pierda su salvación, en tanto que los
creyentes reformados han sostenido que eso no es posible para alguien que
verdaderamente ha nacido de nuevo.' La mayoría de bautistas han seguido la
tradición reformada en este punto; sin embargo, frecuentemente han usado el
término (seguridad eterna) o ( seguridad eterna del creyente» antes que el
término (perseverancia de los santos).
A. TODOS LOS QUE EN REALIDAD HAN NACIDO DE NUEVO PERSEVERARÁN HASTA EL
FIN
Hay
muchos pasajes que enseñan que los que verdaderamente han nacido de nuevo, que
son genuinamente creyentes, continuarán en la vida cristiana hasta la muerte y
entonces irán a estar con Cristo en el cielo. Jesús dice:
Porque He Bajado Del Cielo No Para Hacer Mi Voluntad Sino La Del Que Me
Envió. Y Ésta Es La Voluntad Del Que Me Envió: Que Yo No Pierda Nada De Lo Que
Él Me Ha Dado, Sino Que Lo Resucite En El Día Final. Porque La Voluntad De Mi
Padre Es Que Todo El Que Reconozca Al Hijo Y Crea En Él, Tenga Vida Eterna, Y
Yo Lo Resucitaré En El Día Final Jn 6: 38-40).
Aquí
Jesús dice que todo el que cree en él tendrá vida eterna. Dice que él
resucitará a esa persona en el día final; que, en el contexto de creer en el
Hijo y tener vida eterna, claramente quiere decir que Jesús resucitará a esa
persona a vida eterna con él (no simplemente resucitarla para que sea juzgada y
condenada).
Parece
dificil evitar la conclusión de que todo el que verdaderamente cree en Cristo
seguirá siendo creyente hasta la misma resurrección en el día final a bendición
de vida en la presencia de Dios. Es más, este pasaje recalca que Jesús hace la
voluntad del Padre, que él (No pierda nada de todo lo que él me ha dado» Jn 6:
39). De nuevo, los que el Padre le ha dado al Hijo no se perderán.
Otro
pasaje que recalca esta verdad es Juan 10:27-29, en el que Jesús dice:
Mis Ovejas Oyen Mi Voz; Yo Las Conozco Y Ellas Me Siguen. Yo Les Doy
Vida Eterna, Y Nunca Perecerán, Ni Nadie Podrá Arrebatármelas De La Mano. Mi
Padre, Que Me Las Ha Dado, Es Más Grande Que Todos; Y De La Mano Del Padre
Nadie Las Puede Arrebatar.
Aquí
Jesús dice que a todos los que le siguen, que son sus ovejas, les es dada vida
eterna. Además dice que «nadie podrá arrebatármelas de la mano» (v. 28).
Algunos
han objetado a esto que aunque nadie más puede sacar de la mano de Cristo a los
creyentes, nosotros mismos podemos salimos de la mano de Cristo.
Pero
eso parece ser debate pedante en cuanto a palabras; ¿acaso «nadie» no incluye
también a la persona que está en la mano de Cristo? Es más, sabemos que
nuestros corazones distan mucho de ser confiables. Por consiguiente, si
existiera la posibilidad de que podríamos salimos nosotros mismos de la mano de
Cristo, el pasaje difícilmente daría la seguridad que Cristo quiso que diera.
NOTA: Grant R. Osborne, «Exegetical Notes on
Calvinist Texts», en Graa Unlimited, pp. 170-71, no da una explicación alterna
para la afirmación de Jesús: «y yo le resucitaré en el dia final», cuando trata
este pasaje. Pero sí dice en este contexto que el v. 35 recalca el hecho de que
la vida eterna depende de que el individuo «venga y crea» en Cristo (p. 171) Y
que los verbos en tiempo presente que expresan «creer» en estos pasajes
implican no meramente una decisión inicial de fe, sino más bien continuar en
ese estado.
Lamento tener que diferir con mi amigo y colega en
este asunto, pero hay algo que se debe decir en respuesta: en tanto que nadie
negaría que es necesario que las personas crean en Cristo para la vida eterna,
y en tanto que también es cierto que Jesús aquí habla no simplemente de la fe
inicial que salva sino de una fe que continúa a través del tiempo, el versículo
no llega al punto de especificar que «todo el que cree continuamente hasta su
muerte tendrá vida eterna», sino más bien simplemente dice que «el que al
presente está en un estado de creer en Cristo» tendrá vida eterna y Jesús le
resucitará en el último dia.
El versículo habla de los que al presente están en
un estado de creer en Cristo, y dice que todos ellos serán resucitados por
Cristo en el último dia. Ninguna objeción adicional a este versículo especifico
se da en el segundo ensayo de Osborne, «Soteriology in the Gospel of John», en
The Grace of God, the Will of Man, p. 248.
Pero,
más importante, la frase más fuerte de este pasaje es «nunca perecerán» (v.
28). La construcción en griego ou mé más el subjuntivo aoristo) es
especialmente enfática y se puede traducir más explícitamente: «y con toda
certeza jamás perecerán». Esto recalca que los que son «ovejas» de Jesús y le
siguen, y a quienes él les ha dado vida eterna, nunca perderán su salvación ni
serán separados de Cristo: «nunca perecerán».
Hay
varios otros pasajes que dicen que los que creen tienen «vida eterna». Un
ejemplo es Juan 3:36: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (también Jn 5:
24; 6: 47; 10: 28; 1ª Jn 5: 13), Ahora bien, si es verdaderamente vida eterna
lo que tienen los creyentes, entonces es vida que dura para siempre con Dios.
Es una dádiva de Dios que viene con la salvación (se le pone en contraste con
la condenación y juicio eterno en Juan 3:16-17,36; 10:28).
Los
arminianos han objetado que «vida eterna» simplemente es una calidad de vida,
un tipo de vida en relación con Dios, que uno tiene por un tiempo y entonces la
pierde. Pero esta objeción no parece ser convincente en vista al claro matiz de
tiempo interminable incluido en el adjetivo eterna (gr. aionios, «eterno, sin
fin»): Ciertamente hay una calidad especial en esta vida, pero el énfasis en el
adjetivo eterna está en el hecho de que es lo opuesto de muerte; es lo opuesto
de juicio y separación de Dios; es vida que continúa para siempre en la
presencia de Dios.
Y el
que cree en el Hijo tiene esta «vida eterna» (Jn 3: 36), Evidencia de los
escritos de Pablo y las demás Epístolas del Nuevo Testamento también indican
que l6s que verdaderamente han nacido de nuevo perseverarán hasta el fin. «Ya
no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1);
por consiguiente, sería injusto que Dios dé algún tipo de castigo eterno a los
que son creyentes; ya no queda ninguna condenación para ellos, porque toda la
pena de sus pecados ha quedado pagada.
Luego,
en Romanos 8:30 Pablo recalca la clara conexión entre los propósitos eternos de
Dios en la predestinación y su realización de esos propósitos en la vida, junto
con su realización final de esos propósitos al «glorificar» o dar cuerpos
finales de resurrección a los que él ha traído en unión con Cristo: «A los que
predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los
que justificó, también los glorificó». Aquí Pablo ve el suceso futuro de la
glorificación como certeza tal en el propósito firme de Dios que puede hablar
del mismo como si ya estuviera realizado (los glorificó). Esto es cierto de
todos los que son llamados y justificados; es decir, todos los que
verdaderamente han llegado a ser creyentes.
NOTA: La palabra griega que aquí se traduce
(perecen) es apolumi que es el mismo término que Juan usa en Juan 3:16 para
decir que «todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna».
Grant Osborne, en «Exegetical Notes on Calvinist Texts». p. 172, dice que no se
debe interpretar este versículo aparte de la enseñanza sobre la vid y las ramas
en Juan 15:1-7, pero no da explicación alterna para la frase «nunca perecerán»,
ni da razón por la que debamos dejar de entender que significa que estas
personas ciertamente tendrán vida con Dios para siempre en el cielo.
En su artículo subsecuente, «Soteriology in the
Gospel of Jonh», Osborne de nuevo menciona Juan 10:28, pero no da explicación
alterna para el mismo excepto que decir que este pasaje martilla la soberanía
de Dios, pero otros pasajes de Juan recalcan esta respuesta de fe que obra
junto con la soberanía de Dios. Estos artículos parecen no proveer razón para
que no comprendamos estas palabras en un sentido ordinario, indicando que el
que cree en Cristo con certeza nunca perecerá.
Por supuesto, los que creen en la doctrina de la
perseverancia de los santos (como yo mismo) afirmarían que la manera en que
Dios nos conserva seguros es haciéndonos continuar creyendo en Cristo (ver
consideración abajo), así que decir que la Biblia también recalca la necesidad
de continuar en la fe no es objetar a la doctrina de la perseverancia de los
santos según la han expresado los teólogos reformados frecuentemente en la
historia del cristianismo.
En otras palabras, hay una manera de creer en ambos
conjuntos de pasajes sin concluir que los que verdaderamente han nacido de
nuevo pueden perder su salvación.
Más
evidencia de que Dios guarda seguros por la eternidad a los que han nacido de
nuevo es el «sello» que Dios nos pone. Este «sello» es el Espíritu Santo en
nosotros, que también actúa como la «garantía» de Dios de que recibiremos la
herencia que se nos ha prometido: «En él también ustedes, cuando oyeron el
mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron,
fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido.
Éste
garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo
adquirido por Dios, para alabanza de su gloria» (Ef 1:13-14). La palabra griega
que se traduce «arras, RVR» en este pasaje (arrabon) es un término legal y
comercial que quiere decir «primer pago, depósito, cuota de entrada, promesa» y
representa «un pago que obliga a la parte contratante a hacer pagos
adicionales».
Cuando
Dios puso en nosotros el Espíritu Santo, se comprometió a damos todas las
bendiciones adicionales de la vida eterna y una gran recompensa en el cielo con
él. Por eso Pablo puede decir que el Espíritu Santo (garantiza nuestra herencia
hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios» (Ef 1: 14).
Todos los
que tienen el Espíritu Santo en ellos, todos los que han nacido verdaderamente
de nuevo, tienen la promesa inmutable de Dios y garantía de que la herencia de
la vida eterna en el cielo con toda certeza será suya.
La
propia fidelidad de Dios está comprometida a hacerlo así.
Otro
ejemplo de seguridad de que los creyentes perseverarán hasta el fin se halla en
la afirmación de Pablo a los Filipenses: «Estoy convencido de esto: el que
comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo
Jesús» (Flp 1: 6).
Es
cierto que la palabra «ustedes» aquí es plural (gr. jumás), y de este modo se
refiere a los creyentes de la iglesia de Filipos en general, pero con todo les
está hablando de los creyentes específicos a los que él les escribe, y dice que
la buena obra de Dios que empezó en ellos continuará y quedará completa el día
en que Cristo vuelva. Pedro les dice a sus lectores que ellos son «a quienes el
poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de
revelar en los últimos tiempos» (1ª P 1: 5).
La
palabra guardados, RVR (gr.froureo), puede significar tanto «impedir que
escapen» y «proteger de ataques», y tal vez ambas clases de guarda es lo que se
quiere indicar aquí: Dios está preservando a los creyentes para que no escapen
de su reino, y está protegiéndolos de ataques externos.
NOTA: Osborne. «Exegetical Notes on Calvinist
Texts», p. 181, responde a este versículo diciendo que Pablo también enseña la
responsabilidad personal, puesto que «al creyentes se le advierte a no
"entristecer" al Espíritu (1ª Tes. 4: 8) y que «el peligro de la
apostasía es real, y que él no se atreve a «entristecer» al Espíritu».
Pero de nuevo, esta objeción no provee
interpretación alterna al versículo que se considera, sino que simplemente se
refiere a los demás versículos que enseñan la responsabilidad personal, hecho
que un teólogo reformado también de buen grado afirmaría.
Los teólogos arminianos frecuentemente dan por
sentado que si afirman la responsabilidad humana y la necesidad de continuar en
la fe con ello han negado la idea de que la guarda soberana y protección de
Dios es absolutamente certera y la vida eterna está garantizada.
Pero a menudo hacen esto sin proveer ninguna otra
interpretación convincente para los pasajes citados para demostrar la doctrina
de la perseverancia de los santos, ni ninguna explicación que mostraría por qué
no debemos tomar estas palabras como garantía absoluta de que los que han
nacido de nuevo ciertamente perseverarán hasta el fin.
Antes que dar por sentado que los pasajes sobre la
responsabilidad humana niegan la idea de la protección soberana de Dios, parece
ser mejor adoptar la posición reformada que dice que la protección soberana de
Dios es consistente con la responsabilidad humana, porque obra mediante la
responsabilidad humana y garantiza que respondemos al mantener la fe que es
necesaria para perseverar.
0sborne correctamente rechaza la idea de que esto
se refiere sólo al hecho de que la iglesia continuará. Dice: «Pablo quiere
decir que la promesa se extiende al individuo. Dios lo guardará con vista a la
salvación final, pero esto no obvia la necesidad de perseverancia»
«<Exegetical Notes on Calvinist Texts», p. 182).
El
participio presente que Pedro usa da el sentido de «ustedes son continuamente
guardados».8 Recalca que esto es por el poder de Dios. Sin embargo, el poder de
Dios no obra aparte de la fe personal de los que son guardados, sino mediante
su fe. (Fe, pistis) es regularmente una actividad personal del creyente
individual en las epístolas de Pedro (ver 1ª P 1: 7, 9, 21; 5: 9; 2ª P 1: 1,5;
y comúnmente en el Nuevo Testamento).
Los
ejemplos paralelos de Dios obrando «por» alguien o algo en los escritos de
Pedro (1ª P 1: 3, 23; 2ª P 1: 4, y probablemente también 1ª P 1: 12; 2:14; 3:
1) sugieren que la fe o confianza personal del creyente en Dios es el medio que
Dios usa para guardar a su pueblo.
Así
podemos dar el sentido del versículo diciendo que (Dios continuamente está
usando su poder para guardar a su pueblo mediante la fe de ellos), afirmación
que parece implicar que el poder de Dios de hecho energiza y continuamente
sustenta la fe individual y personal.
Este
guardar no es para una meta temporal sino para una salvación lista para ser
revelada en el tiempo final. «Salvación» se usa aquí no para referirse a la
justificación pasada o la santificación presente (hablando en categorías
teológicas) sino de la plena posesión futura de todas las bendiciones de
nuestra redención; en el cumplimiento final y completo de nuestra salvación (Ro
13: 11; 1ª P 2: 2). Aunque ya está preparada o «lista», Dios no la «revelará» a
la humanidad en general sino hasta el «tiempo final», o sea el tiempo del
juicio final.
Esta
última frase hace dificil, si no imposible, ver algún fin a la actividad
guardadora de Dios. Si la guarda de Dios tiene como propósito la preservación
de los creyentes hasta que reciban su salvación plena y celestial, entonces es
seguro concluir que Dios realizará ese propósito y que en efecto logrará esa
salvación final. En última instancia el que ellos logren su salvación final
depende del poder de Dios. Con todo, el poder de Dios continuamente obra «por»
la fe de ellos.
¿Quieren
ellos saber si Dios los está guardando? Si continúan confiando en Dios por
medio de Cristo, Dios está obrando y guardándolos, y se le debe agradecer.
Este
énfasis en la guarda de Dios en combinación con nuestra fe provee una
transición natural a la segunda mitad de la doctrina de la perseverancia.
B. SÓLO LOS QUE PERSEVERAN HASTA EL FIN HAN NACIDO VERDADERAMENTE DE
NUEVO
En
tanto que las Escrituras repetidamente recalcan que los que verdaderamente han
nacido de nuevo perseverarán hasta el fin y con certeza tendrán vida eterna en
el cielo con Dios, hay otros pasajes que hablan de la necesidad de continuar en
la fe toda la vida.
Nos
hacen darnos cuenta de que lo que Pedro dice en 1ª Pedro 1: 5 es cierto, es
decir, que Dios no nos guarda aparte de nuestra fe, sino solamente obrando
«mediante» nuestra fe de modo que nos permite continuar creyendo en él. De esta
manera, los que continúan confiando en Cristo obtienen la seguridad de que Dios
está obrando en ellos y guardándolos.
Un
ejemplo de esta clase de pasajes es Juan 8: 31-32: Jesús se dirigió entonces a
los judíos que habían creído en él, y les dijo: -Si se mantienen fieles a mis
enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad
los hará libres».
Jesús
aquí está dando la advertencia de que una evidencia de la fe genuina es
continuar en su palabra, es decir, continuar creyendo lo que él dice y viviendo
una vida de obediencia a sus mandamientos. De modo similar, Jesús dice: «El que
se mantenga firme hasta el fin será salvo» (Mt 10: 22), como medio de advertir
a la gente a no caer en tiempos de persecución.
Pablo
les dice a los creyentes de Calosas que Cristo los ha reconciliado con Dios, «a
fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha
reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte, con tal de que
se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la
esperanza que ofrece el evangelio que ustedes oyeron» (Col 1: 22-23).
Es
simplemente natural que Pablo y los otros escritores del Nuevo Testamento
hablen de esta manera, porque se dirigen a grupos de personas que profesan ser
creyentes, sin poder saber el estado real del corazón de toda persona. Puede
haber habido algunos en Colosas que se habían unido a compañerismo de la
iglesia, e incluso tal vez habían profesado que tenían fe en Cristo, y habían
sido bautizados en la membrecía de la iglesia, que nunca habían tenido
verdadera fe que salva.
¿Cómo puede Pablo distinguir a tales personas
y a los verdaderos creyentes? ¿Cómo puede evitar darles falsa seguridad,
seguridad de que serán salvados eternamente cuando en realidad no lo serán, a menos
que vengan al verdadero arrepentimiento y fe? Pablo sabe que aquellos cuya fe
no es real a la larga dejarán de participar en la comunión de la iglesia. Por
consiguiente, les dice a sus lectores que en última instancia serán salvados,
«con tal de que se mantengan firmes en la fe» (Col 1: 23).
Los
que continúan muestran por eso que son creyentes genuinos; pero los que no
continúan en la fe mostrarán que nunca hubo en sus corazones fe genuina.
Un
énfasis similar se ve en Hebreos 3: 14: «Hemos llegado a tener parte con
Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin la confianza que tuvimos al
principio».
Este
versículo provee una perspectiva excelente de la doctrina de la perseverancia.
¿Cómo sabemos si «hemos llegado a tener parte con Cristo»? ¿Cómo sabemos si
este ser unidos a Cristo ha sucedido en algún momento en el pasado? Una manera
en que sabemos que hemos venido a la fe genuina en Cristo es si continuamos en
la fe hasta el fin de nuestras vidas.
La
atención al contexto de Hebreos 3:14 nos impedirá usar este y otros pasajes
similares de una manera pastoralmente inapropiada. Debemos recordar que hay
otras evidencias en otras partes de la Biblia que les dan a los creyentes en
seguridad de la salvación así que no debemos pensar que la seguridad de que
pertenecemos a Cristo es imposible hasta que muramos.
Sin
embargo, continuar en la fe es uno de los medios de seguridad que menciona aquí
el autor de Hebreos Menciona esto para advertir a sus lectores que no se deben
apartar de Cristo, porque escribe a una situación en donde es necesaria una
advertencia así.
El
principio de esa sección, apenas dos versículos antes, dice: «Cuídense,
hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e incrédulo que
los haga apartarse del Dios vivo» (Heb 3: 12).
En
verdad, en todos los pasajes en donde se menciona el continuar creyendo en
Cristo hasta el fin de nuestras vidas como una indicación de fe genuina, el
propósito nunca es hacer que los que al presente confían en Cristo se preocupen
que en algún momento en el futuro pueden apartarse (y nunca debemos usar estos
pasajes de esa manera tampoco, porque eso sería dar una causa errada para
preocupación de una manera que la Biblia no se propone).
Más
bien, el propósito siempre es advertir a los que están pensando en apartarse o
se han apartado que si lo hacen, eso es una fuerte indicación de que nunca
fueron salvos. Así, la necesidad para continuar en la fe debe simplemente
usarse como una advertencia en contra de apartarse, advertencia de que los que
se apartan dan evidencia de que su fe nunca fue real.
Juan
claramente indica que los que se apartan del compañerismo de la iglesia y de la
creencia en Cristo, por ello muestran para empezar que su fe no fue real, y que
nunca fueron parte del verdadero cuerpo de Cristo. Hablando de los que han
dejado el compañerismo de los creyentes, Juan dice: «Aunque salieron de entre
nosotros, en realidad no eran de los nuestros; si lo hubieran sido, se habrían
quedado con nosotros.
Su
salida sirvió para comprobar que ninguno de ellos era de los nuestros» (1ª Jn
2: 19). Juan dice que los que se han apartado muestran por sus acciones que «no
eran de los nuestros»; que nunca nacieron verdaderamente de nuevo.
NOTA: El autor usa el verbo en presente perfecto
gegonamen (de ginomai) «hemos llegado a ser» (en algún momento en el pasado,
con resultados que continúa al presente).
C. LOS QUE FINALMENTE SE APARTAN PUEDEN DAR MUCHAS SEÑALES EXTERNAS DE
CONVERSIÓN
¿Es
siempre claro cuáles personas en la iglesia tienen fe genuina que salva y cuáles
tienen simplemente una persuasión intelectual de la verdad del evangelio pero
no tienen fe genuina en sus corazones?
No
siempre es fácil decirlo, y la Biblia menciona en varios lugares que no
creyentes en compañerismo con la iglesia visible pueden en efecto dar algunas
señales externas o indicaciones que les hace parecerse o sonar como creyentes
genuinos. Por ejemplo, Judas, que traicionó a Cristo, debe haber actuado casi
exactamente cómo los demás discípulos durante los tres años que estuvo con Jesús.
Tan
convincente fue su conformidad al patrón de conducta de los demás discípulos,
que al fin de los tres años del ministerio de Jesús, cuando él dijo que uno de
ellos lo traicionaría, ellos no se volvieron y sospecharon de Judas, sino que
más bien «uno por uno comenzaron a preguntarle: -¿Acaso seré yo, Señor?» (Mt
26: 22; Mr 14: 19; Lc 22: 23; Jn 13: 22)
Sin
embargo, Jesús mismo sabía que no había fe genuina en el corazón de Judas,
porque en cierto punto dijo: «¿No los he escogido yo a ustedes doce?. No
obstante, uno de ustedes es un diablo» (Jn 6: 70). Juan escribió más adelante
en su Evangelio que «Jesús conocía desde el principio quiénes eran los que no
creían y quién era el que iba a traicionarlo» (Jun. 6: 64). Pero los discípulos
mismos no lo sabían.
Pablo
también habla de «que algunos falsos hermanos se habían infiltrado» (Gá 2: 4),
y dice que en sus viajes había estado en «peligros de parte de falsos hermanos»
(2ª Co 11: 26). También dice que los siervos de Satanás «se disfracen de
servidores de la justicia» (2ª Co 11: 15).
Esto
no quiere decir que todos los no creyentes de la iglesia que no obstante dan
algunas señales de verdadera conversión sean siervos de Satanás en secreto
socavando la obra de la iglesia, porque algunos pueden estar en proceso de
considerar las afirmaciones del evangelio y avanzar hacia la fe real, otros
pueden haber oído sólo una explicación inadecuada del mensaje del evangelio, y
otros pueden no haber llegado a estar bajo una convicción genuina del Espíritu
Santo todavía.
Pero
las afirmaciones de Pablo sí quieren decir que algunos creyentes en la iglesia
serán falsos hermanos y hermanas enviados a trastornar el compañerismo, en
tanto que otros simplemente serán no creyentes que a la larga vendrán a la fe
genuina que salva. En ambos casos, sin embargo, dan varias señales externas que
les hace parecerse a creyentes genuinos.
Podemos
ver esto también en la afirmación de Jesús en cuanto a lo que sucederá en el
juicio final:
No
todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino
sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán
en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?» Entonces les diré claramente: (Jamás
los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!» (Mt 7: 21-23).
Aunque
estas personas profetizaban y echaban fuera demonios y hacían «muchos milagros»
en el nombre de Jesús, la capacidad para hacer tales obras no garantizaba que
sean creyentes. Jesús dice: «Jamás los conocí». Él no dice: «Los conocí en un
tiempo pero ya no los conozco», ni tampoco «los conocí en un tiempo pero
ustedes se apartaron de mí», sino más bien, «jamás los conocí». Nunca fueron
creyentes genuinos.
Una
enseñanza similar se halla en la parábola del sembrador en Marcos 4. Jesús
dice: «Otra parte cayó en terreno pedregoso, sin mucha tierra. Esa semilla
brotó pronto porque la tierra no era profunda; pero cuando salió el sol, las
plantas se marchitaron y, por no tener raíz, se secaron» (Mr 4: 5-6). Jesús
explica que la semilla sembrada en terreno pedregoso representa a los que
«cuando oyen la palabra, en seguida la reciben con alegría, pero como no tienen
raíz, duran poco tiempo.
Cuando
surgen problemas o persecución a causa de la palabra, en seguida se apartan de
ella» (Mr 4: 16-17). El hecho de que «no tienen raíz» indica que no hay fuente
de vida en estas plantas; de modo similar, las personas representadas por ellas
no tienen fe genuina en su interior. Tienen la apariencia de conversión y
parecen haber llegado a ser creyentes porque recibieron la palabra «con
alegría», pero cuando viene la dificultad no se les halla por ninguna parte; su
aparente conversión no fue genuina y en sus corazones no hubo fe real que
salva.
La
importancia de continuar en la fe también se afirma en la parábola de Jesús
como la vid, en la cual se muestra a los creyentes como ramas (Jn 15:
1-7).Jesús dice:
Yo Soy La Vid Verdadera, Y Mi Padre Es El Labrador. Toda Rama Que En Mí
No Da Fruto, La Corta; Pero Toda Rama Que Da Fruto La Poda Para Que Dé Más
Fruto Todavía.
El Que No Permanece En Mí Es Desechado Y Se Seca, Como Las Ramas Que Se
Recogen, Se Arrojan Al Fuego Y Se Queman (Jn 15: 1-2, 6).
Los
arminianos han aducido que las ramas que no llevan fruto siguen siendo ramas en
la vid; Jesús se refiere a «toda rama que en mí no da fruto» (v. 2). Por
consiguiente, las ramas que se recogen y echan en el fuego y se queman deben
referirse a los verdaderos creyentes que una vez fueron parte de la vid pero
que se apartaron y quedaron sujetos a juicio eterno.
Pero
esa no es una implicación necesaria de la enseñanza de Jesús en este punto. La
ilustración de una vid que se usa en la parábola se limita a cuánto detalle
puede enseñar. Es más, si Jesús hubiera querido enseñar que había creyentes
falsos y verdaderos asociados con él, y si quería usar la analogía de una vid y
ramas, entonces la única manera en que se hubiera referido a las personas que
no tienen una vida genuina en sí mismas sería hablar de ramas que no dan fruto
(de una manera similar a la analogía de las semillas que cayeron en terreno
pedregoso y que «no tenían raíz» en Mr 4: 17).
Aquí,
en Juan 15 las ramas que no dan fruto, aunque de alguna manera están conectadas
a Jesús y dan una apariencia externa de ser ramas genuinas, con todo dan
indicación de su verdadera situación por el hecho de que no dan fruto. Esto se
indica de modo similar por el hecho de que la persona «no permanece» en Cristo
(Jn 15: 6) y que es arrojada como las ramas y se seca.
Si
tratamos de presionar la analogía incluso más, diciendo, por ejemplo, que todas
las ramas de una vid realmente están vivas, o que para empezar no estarían
allí, entonces simplemente estamos tratando de presionar la ilustración más
allá de lo que puede enseñar; y en este caso no habría nada en la analogía que
podría representar a los creyentes falsos en cualquier caso. El punto de la
ilustración es simplemente que los que dan fruto dan por eso evidencia de que
están permaneciendo en Cristo; los que no, no están permaneciendo en él.
Finalmente,
hay dos pasajes en Hebreos que también afirman que los que final mente se
apartan pueden dar muchas señales externas de conversión y de muchas maneras
pueden parecer creyentes.
El
primero de éstos, Hebreos 6: 4-6, frecuentemente han usado los arminianos como
prueba de que los creyentes pueden perder su salvación. Pero en una inspección
más cuidadosa tal interpretación no es convincente. El autor escribe:
Es Imposible Que Renueven Su Arrepentimiento Aquellos Que Han Sido Una
Vez Iluminados, Que Han Saboreado El Don Celestial, Que Han Tenido Parte En El
Espíritu Santo Y Que Han Experimentado La Buena Palabra De Dios Y Los Poderes
Del Mundo Venidero, Y Después De Todo Esto Se Han Apartado. Es Imposible,
Porque Así Vuelven A Crucificar, Para Su Propio Mal, Al Hijo De Dios, Y Lo
Exponen A La Vergüenza Pública (Heb 6: 4-6).
El
autor continúa con un ejemplo de la agricultura:
Cuando La Tierra Bebe La Lluvia Que Con Frecuencia Cae Sobre Ella, Y
Produce Una Buena Cosecha Para Los Que La Cultivan, Recibe Bendición De Dios.
En Cambio, Cuando Produce Espinos Y Cardos, No Vale Nada; Está A Punto De Ser
Maldecida, Y Acabará Por Ser Quemada (Heb 6: 7-8).
En
esta metáfora agrícola a los que reciben el juicio final se les compara a la
tierra que no da plantas ni fruto útil, sino más bien espinos y cardos. Cuando
recordamos las otras metáforas de la Biblia en donde el buen fruto es señal de
verdadera vida espiritual y la falta de fruto es señal de los falsos creyentes
(por ejemplo, Mt 3: 8-10; 7: 15-20; 12: 33-35), ya tenemos una indicación de
que el autor está hablando de personas cuya evidencia más fidedigna de su
condición espiritual (el fruto que dan) es negativa, sugiriendo que el autor
está hablando de personas que no son genuinamente creyentes.
Algunos
han objetado que esta larga descripción de cosas que les han sucedido a estas
personas que se apartan quiere decir que deben haber nacido de nuevo
genuinamente.
Pero
esa no es una objeción convincente cuando miramos a los términos individuales
que se usan. El autor dice que ellos «han sido una vez iluminados» (Heb 6:4).
Pero esta iluminación simplemente quiere decir que llegaron a comprender las
verdades del evangelio, y no que respondieron a estas verdades con genuina fe
que salva.
De
modo similar, la expresión una vez que se usa para hablar de los que «han sido
una vez iluminados» es el término griego apax que se usa, por ejemplo, en
Filipenses 4: 16 para mencionar el hecho de que los Filipenses le enviaron a
Pablo ayuda «una y otra vez», y en Hebreos 9:7 de la entrada al Lugar Santísimo
una vez al año». Por consiguiente, esta expresión no necesariamente quiere
decir que algo sucedió (una vez) y nunca se puede repetir, sino simplemente que
sucedió una vez, sin especificar si se repetirá o no.
El pasaje
dice además que estas personas «han saboreado el don celestial» y que «han
experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero» (Heb
6: 4-5). Inherente en la idea de saborear es el hecho de que probar es temporal
y uno puede decidir aceptar o no lo que está probando. Por ejemplo, la misma
palabra griega (geuomai) se usa en Mateo 27: 34 para decir que los que
crucificaron a Jesús «le dieron a Jesús vino mezclado con hiel; pero después de
probarlo, se negó a beberlo».
La
palabra también se usa en un sentido figurado queriendo decir «llegar a conocer
algo». Si comprendemos esto en su sentido figurado, como se debe entender aquí
puesto que el pasaje no está hablando de probar comida literal, entonces quiere
decir que estas personas habían llegado a comprender el don celestial (que
probablemente quiere decir aquí que habían experimentado algo del poder del
Espíritu Santo obrando) y a saber algo de la palabra de Dios y los poderes de
la edad venidera.
NOTA: La palabra iluminados traduce el término
griegofotizo que se refiere a aprendizaje en general, y no necesariamente a un
aprendizaje que resulta en salvación; se lo usa en Juan 1: 9 para el «alumbra»
que viene al mundo para todo ser humano, en 1ª Co 4: 5 de la iluminación que
viene en el día del juicio final, y en Ef 1:18 de la iluminación que acompaña
el crecimiento en la vida cristiana. La palabra no es un «término técnico» que
quiere decir que las personas en cuestión fueron salvadas.
Después de concluir la siguiente explicación de Hebreos
6: 4-6 escribí un estudio mucho más extenso, con análisis adicional,
respaldando la información, y con interacción con otra literatura: ver Wayne
Grudem, «Perseverance of the Saints: A Case Study From Heb. 6:4-6 and the other
Warning Passages of Hebrews», en The Grace of God, the Bondage of the Will,
vol. 1, ed. Tom Schreiner y Bruce Ware (Baker, Grand Rapids,
a publicarse en 1995).
Esta no es la misma expresión como efapax que se
usa más regularmente en el Nuevo Testamento para sucesos no repetibles (Ro
6:10; Heb 7: 27; 9: 12; 10:10).
BAGD p. 157. Ellos mencionan otros ejemplos
degeuomai, tales como Herodoto 6.5, en donde los pobladores de Mileto habían
probado la libertad», pero que ciertamente no era posesión de ellos. También
citan a Dio Crisostomo, 32. 72, en dónde él habla de la gente de Alejandría en
un tiempo cuando «probaron la guerra» en un encuentro con las tropas romanas
que simplemente estaban hostigándolos, pero no realmente presentándoles una
guerra genuina. Josefa, The Jewish War (Guerras judías) 2.158, habla de las
nociones teológicas de los esenios «por las que irresistiblemente atraían a
todos los que una vez habían probado su filosofía».
Aquí, de nuevo, Josefo indica claramente que los
que «una vez habían probado» todavía no se habían apropiado de la filosofía de
los esenios, sino que simplemente se sentían fuertemente atraídos a ella. Por
analogía, en Heb 6 los que han «probado» el don celestial y la palabra de Dios
y los poderes de la edad venidera pueden sentirse fuertemente atraídos a estas
cosas, o tal vez no, pero el mero probarlas no quiere decir que se han
apropiado de ellas; muy por el contrario, si el autor puede decir que ellos han
«probado» estas cosas, eso sugiere que no se han apropiado de lo que han
probado.
No necesariamente
quiere decir que ellos tenían (o no tenían) fe genuina que salva, sino
simplemente tal vez quiere decir que ellos habían llegado a comprenderla y
habían tenido alguna experiencia de poder espiritual."
El
texto dice además que estas personas «han tenido parte en el Espíritu Santo»
(He 6:4). La pregunta aquí es el significado exacto de la palabra métokos que
aquí se traduce «tener parte». No siempre es claro para los lectores que hablan
español que este término tiene una variedad de significados y que puede
implicar participación muy íntima y apego, o simplemente puede implicar una
asociación floja con la otra persona o personas mencionadas.
Por
ejemplo, el contexto muestra que en Hebreos 3:14 el llegar a «tener parte» con
Cristo quiere decir tener una participación íntima con él en una relación que
salva. Por otro lado, métokos puede también usarse en un sentido mucho más
flojo, simplemente para referirse a conocidos o compañeros. Leemos que cuando
los discípulos recogieron una gran cantidad de peces de modo que sus redes se
rompían, «llamaron por señas a sus compañeros de la otra barca para que los
ayudaran» (Lc 5: 7). Aquí simplemente se refiere a los compañeros o socios de
Pedro y de los demás discípulos en su trabajo de pescar.
Efesios
5:7 usa una palabra estrechamente relacionada (summétokos, compuesta de métokos
y la preposición sun [«con»]) cuando Pablo les advierte a los creyentes en
cuanto a actos de pecados de los no creyentes, y dice: «no se hagan cómplices
de ellos» (Ef. 5:7). Su preocupación no es que la naturaleza total de ellos
será transformada por los no creyentes, sino simplemente que se los asociará
con ellos y verán su propio testimonio en compromiso y sus propias vidas
influidas en cierto grado por ellos.
Por
analogía Hebreos 6: 4-6 habla de algunos que habían estado «asociados con» el
Espíritu Santo, y por consiguiente él había influido en sus vidas, pero eso no
necesariamente implica que habían tenido en sus vidas una obra redentora del
Espíritu Santo, o que habían sido regenerados.
Por
analogía similar con el ejemplo de los compañeros de pesca en Lucas 5:7, Pedro
y los discípulos podían estar asociados con ellos e incluso hasta cierto punto
ser influidos por ellos, sin haber tenido un cambio exhaustivo de vida causado
por esa asociación.
NOTA: La palabra probar también se usó en Heb 2:9
para decir que Jesús «probó la muerte» indicando que llegó a conocerla por
experiencia (pero «probar» es una palabra apropiada porque no se quedó muerto).
Lo mismo podía ser cierto de los que han tenido alguna experiencia de los dones
celestiales, como puede ser cierto incluso de los no creyentes (Mt 7: 22; 1ª Co
7: 14; 2ª P 2: 20, 22). En Heb 6:4-5 la experiencia de estas personas en cuanto
al poder del Espíritu Santo y de la palabra de Dios fue, por supuesto, una
experiencia genuina (tal como Jesús murió genuinamente), pero eso en sí mismo
no muestra que estas personas tuvieron una experiencia de regeneración.
Heb 1:9 también usa la misma palabra para hablar de
«compañeros».
La
misma palabra métokos permite una amplitud de influencia desde la relativamente
débil a la bastante fuerte, porque sólo quiere decir «uno que tiene parte, o
participa con, o acompaña en alguna actividad». Esto fue evidentemente lo que
les había sucedido a las personas de las que se habla en Hebreos 6, que habían
estado asociadas con la iglesia, y como tal asociados con la obra del Espíritu
Santo, y sin duda habían recibido algo de influencia de él de alguna manera en
sus vidas.
Finalmente,
el texto dice que es imposible «que renueven su arrepentimiento» los que han
experimentado estas cosas y han cometido apostasía. Algunos han aducido que si
esto es un arrepentimiento al que necesitan ser restaurados de nuevo, entonces
debe ser un arrepentimiento genuino. Pero este no es necesariamente el caso.
Primero,
debemos damos cuenta de que «arrepentimiento» (gr. metanoia) no necesariamente
se refiere al arrepentimiento interno de corazón para salvación. Por ejemplo,
Hebreos 12: 17 usa esta palabra para hablar del cambio de parecer que Esaú
sintió respecto a la venta de su primogenitura, y se refiere a eso como
«arrepentimiento» (metanoia). Esto no sería arrepentimiento para salvación,
sino simplemente cambio de opinión y el deseo de deshacer la transacción
respecto a su primogenitura. (Nótese también el ejemplo del arrepentimiento de
Judas en Mt 27: 3; aunque con una palabra griega diferente).
El
verbo cognado «arrepentirse» (gr. metanoeo) a veces se usa para referirse no al
arrepentimiento que salva, sino simplemente a lamentar ofensas individuales en
Lucas 17:3-4: «Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo.
Aun si peca contra ti siete veces en un día, y siete veces regresa a decirte
"Me arrepiento", perdónalo». Concluimos que «arrepentimiento» simplemente
significa un pesar por las acciones que se han hecho o por los pecados que se
han cometido. Si es un arrepentimiento genuino que salva o no lo es, un
«arrepentimiento para salvación», tal vez no siempre sea evidente de inmediato.
NOTA: Los otros usos de métokos en Hebreos (3: 1 y
12: 8) en efecto sugieren una asociación o participación estrecha, pero incluso
12:8, que habla de que las personas llegan a participar de la disciplina, por
cierto permite el hecho de que algunos pueden recibir esa disciplina pero no ser
transformados por ella.
En cualquier caso, la evidencia no es fuerte lo
suficiente como para hacernos pensar que el autor de Hebreos usó la palabra
como «término técnico» que siempre se refería a una especie de participación
salvadora (por cierto no en Heb 1:9 y 12: 8), y nuestra comprensión del sentido
de la palabra debe estar gobernado por un examen de la amplitud de significado
que puede tomar en la literatura griega del Nuevo Testamento y en otra
literatura que tiene un vocabulario similar a los escritores del Nuevo
Testamento.
El uso en la Septuaginta también es instructivo
respecto a esta palabra, puesto que en varias instancias se refiere sólo a
compañerismo, no a ninguna clase de experiencia regeneradora o que cambie la
vida con Dios o con el Espíritu Santo. Por ejemplo, en 1ª S 20: 30, Samuel
acusa a Jonatán de ser «muy amigo» de David. En Sal 119: 63 el salmista dice
que es «amigo» de todos los que temen a Dios.
Ec 4:10 dice que dos son mejores que uno, porque si
caen, el uno levantará a su «compañero» (RVR). Pr 28:24, en las traducciones de
Aquila Símaco y Teodosio, usa esta palabra para decir que el hombre que rechaza
a su padre o a su madre es «compañero de los malos. Ejemplos de asociación de
alguna manera más fuerte se ven en Est 8: 13; Pr 29: 10; Os 4: 17; 3ª Mac. 3:
21.
La conclusión de este examen del término métokos es
que, en tanto que se puede usar para asociación intima con resultados
salvadores en la vida de una persona, también se puede usar simplemente para
asociación o participación con alguna otra persona. Por consiguiente, el
término mismo no exige que las personas de Heb 6 :4-6 hayan tenido
participación con el Espíritu Santo o hayan sido regeneradas. Simplemente
quiere decir que de alguna manera han tenido algo de asociación con el Espíritu
Santo y recibido su influencia.
Los que profetizaban y echaban fuera demonios, y
hacían muchas obras poderosas en el nombre de Jesús en Mt 7: 22 son buenos
ejemplos de personas que ciertamente tenían alguna participación en la obra del
Espíritu Santo, o que habían «tenido parte» con el Espíritu Santo en este
sentido, pero no habían sido salvadas: Jesús dice: «Nunca los conocí» (Mt 7:
23).
El
autor de Hebreos no está preocupado por especificar si es un arrepentimiento
genuino o no. Simplemente está diciendo que si alguien lamenta el pecado y
llega a comprender el evangelio y experimenta estas diferentes bendiciones de
la obra del Espíritu Santo (sin duda en compañerismo con la iglesia), y
entonces se aparta, no será posible restaurar a tal persona de nuevo a un lugar
de lamento por el pecado. Pero esto no necesariamente implica que su
arrepentimiento fue un genuino arrepentimiento que salva.
En
este punto podemos preguntar qué clase de personas se describen con todos estos
términos. Sin duda son individuos que han estado afiliados íntimamente con el
compañerismo de la iglesia. Han sentido cierto pesar por el pecado
(arrepentimiento).
Claramente
han entendido el evangelio (han sido iluminados). Han llegado a apreciar el
atractivo de la vida cristiana y el cambio que viene en la vida de las personas
debido a que llegan a ser creyentes, y probablemente han tenido respuestas a
las oraciones en su propia vida y sentido el poder del Espíritu Santo obrando,
tal vez incluso han usado algunos dones espirituales a la manera de los no
creyentes en Mateo 7:22 (ellos habían estado «asociados con» la obra del
Espíritu Santo o habían llegado a «tener parte» con el Espíritu Santo y habían
probado el don celestial y los poderes de la edad venidera).
Habían
estado expuestos a la verdadera predicación de la palabra y habían apreciado
mucho de sus enseñanzas (habían probado la bondad de la palabra de Dios).
Pero a
pesar de todo esto, si «cometen apostasía» y «así vuelven a crucificar, para su
propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública» (Heb 6: 6),
voluntariamente están rechazando todas estas bendiciones y volviéndose
decididamente contra ellas. Tal vez todos nosotros hemos conocido en nuestras
propias iglesias algunos que (algunos por profesión propia) por largo tiempo
han estado afiliados con el compañerismo de la iglesia pero no son realmente
creyentes nacidos de nuevo.
Han
pensado en el evangelio por años y han continuado resistiendo el llamado del
Espíritu Santo en sus vidas, tal vez mediante una renuencia a entregarle a
Jesús el señorío de sus vidas prefiriendo conservar aferradamente para sí
mismos ese señorío.
Ahora
el autor nos dice que si estas personas voluntariamente se apartan de todas
estas bendiciones temporales entonces será imposible restaurarlas de nuevo a
algún tipo de arrepentimiento o lamento por el pecado. Sus corazones se
endurecerán y sus conciencias también. ¿Qué más se puede hacer para llevarlos a
la salvación? Si les decimos que la Biblia es verdad dirán que la saben pero
que han decidido rechazarla.
Si les
decimos que Dios responde a la oración y cambia las vidas responderán que saben
que eso también, pero no quieren saber nada al respecto. Si les decimos el
Espíritu Santo es poderoso para obrar en la vida de las personas y el don de la
vida eterna es bueno más allá de toda descripción, dirán que lo entienden, pero
que no quieren tener nada que ver con eso. Su familiaridad repetida con las
cosas de Dios y su experiencia con las muchas influencias del Espíritu Santo
simplemente ha servido para endurecerlos contra la conversión.
Ahora
bien, el autor de Hebreos sabe que hay algunos en la comunidad a la que escribe
que están en peligro de apartarse de esta manera (ver Heb 2: 3; 3: 8, 12,
14-15; 4:1,7, 11; 10: 26, 29, 35-36, 38-39; 12: 3, 15-17). Él quiere
advertirles que, aunque han participado en la comunión de la iglesia y
experimentado algunas de las bendiciones de Dios en sus vidas, sin embargo si
se apartan después de todo eso, no hay salvación para ellos.
Esto
no implica que él piensa que los verdaderos creyentes pueden apartarse; Hebreos
3: 14 implica precisamente 10 opuesto. Pero quiere que ellos tengan la
seguridad de la salvación mediante su continuación en la fe, y por ello implica
que si ellos se apartan eso mostraría que nunca fueron gente de Cristo para
empezar (ver Heb 3:6: «y esa casa somos nosotros, con tal que mantengamos
nuestra confianza y la esperanza que nos enorgullece»).
Por
consiguiente, el autor quiere dar una severa advertencia a los que están en
peligro de apartarse de su profesión cristiana. Quiere usar el lenguaje más
fuerte posible para decir: «Hasta este punto puede llegar una persona
experimentando bendiciones temporales y con todo no ser realmente salva». Les
advierte que vigilen, porque depender de las bendiciones temporales y
experiencias no basta.
Para
hacer esto habla, no de algún cambio verdadero de corazón o algún buen fruto
producido, sino simplemente de las bendiciones temporales y experiencias que
han venido a estas personas y les han dado alguna comprensión del cristianismo.
Por
esto de inmediato pasa de esta descripción de los que cometen apostasía a una
analogía adicional que muestra que estas personas que se apartan nunca han
tenido ningún fruto genuino en sus vidas. Como ya se explicó arriba, los
versículos 7-8 hablan de esas personas en términos de «espinos y cardos», la
clase de plantas que produce un terreno que no tiene vida digna en sí mismo
aunque recibe repetidas bendiciones de Dios (en términos de la analogía, aun
cuando la lluvia frecuentemente caiga sobre él).
Debemos
notar aquí que a las personas que cometen apostasía no se las compara con un
campo que una vez daba buen fruto y ahora no, sino que son como tierra que
nunca dio buen fruto sino solamente espinas y cardos. El terreno puede parecer
bueno antes de que las plantas empiecen a brotar, pero el fruto da la evidencia
genuina, y es malo.
Fuerte
respaldo para esta interpretación de Hebreos 6: 4-8 se halla en el versículo
que sigue de inmediato. Aunque el autor ha estado hablando muy severamente en
cuanto a la posibilidad de apartarse, entonces vuelve a hablar de la situación
de la gran mayoría de los oyentes, que piensan que son creyentes genuinos.
Dice:
En cuanto a ustedes, queridos hermanos, aunque nos expresamos así, estamos
seguros de que les espera lo mejor, es decir, lo que atañe a la salvación» (Heb
6: 9). Pero ¿mejor que qué? El plural (cosas mejores» (RVR) forma un contraste
apropiado a las «buenas cosas» que se han mencionado en los versículos 4-6: el
autor está convencido de que la mayoría de sus lectores han experimentado
mejores cosas que simplemente las influencias parciales y temporales del
Espíritu Santo y la iglesia que se mencionan los versículos 4-6.
De
hecho, el autor habla de estas cosas diciendo (literalmente) que son "lo
mejor, es decir, lo que atañe a la salvación» (gr. kai ekomena soterias). Estas
no son las bendiciones temporales que se mencionan en los versículos 4-6, sino
que son cosas mejores, cosas que no tienen sólo influencia temporal, sino que
también «atañen a la salvación».
NOTA: BAGD p. 334, III, traduce el participio medio
de eko como "sujetarse fuertemente a, aferrarse a», y menciona Heb 6:9
como el único ejemplo del Nuevo Testamento de esta forma usada «de pertenencia
interna y asociación intima» «sujetarse fuertemente a, aferrarse
estrechamente). Sin embargo, incluso si traducimos la voz media de la misma manera
como la activa, la frase significaría: «cosas también teniendo salvaci6n», y mi
argumentación en esta sección no sería afectada.
De
esta manera la palabra griega kai (también) muestra que la salvación es algo
que no forma parte de las cosas mencionadas en los versículos 4-6 arriba. Por
consiguiente, esta palabra kai, que no se traduce explícitamente en la NVI
(pero la RVR se acerca), provee una clave esencial para comprender el pasaje.
Si el
autor hubiera querido decir que las personas mencionadas en los versículos 4-6
eran en verdad salvas, entonces es muy dificil entender por qué diría en el
versículo 9 que está convencido de cosas mejores para ellos, cosas que
pertenecen a la salvación, o que tienen la salvación además de las cosas
mencionadas arriba.
Por
tanto, muestra que puede usar una breve frase para decir que las personas
«tienen salvación» si quisiera decirlo (no necesita apilar más frases), y
muestra, todavía más, que las personas de quienes hablan los versículos 4-6 no
son salvas:"
¿Qué
es exactamente «lo mejor»? Además de la salvación mencionada en el versículo 9,
hay cosas que dan evidencia real de la salvación: fruto genuino en sus vidas
(v. 10), plena seguridad de esperanza (v. 11), y fe que salva, del tipo
exhibido por los que heredan las promesas (v. 12). De esta manera les asegura a
los que son creyentes genuinos, es decir, a los que muestran fruto en sus vidas
y muestran amor por otros creyentes, que muestran esperanza y fe genuina que
continúa en el tiempo presente, y que no están a punto de apartarse.
Quiere
tranquilizar a estos lectores (que son ciertamente la gran mayoría de aquellos
a quienes escribe) mientras que a la vez da una fuerte advertencia a los que
están entre ellos que puedan estar en peligro de apartarse.
Una
enseñanza similar se halla en Hebreos 10:26-31. Aquí el autor dice: «Si después
de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no hay
sacrificio por los pecados» (v. 26). El que rechaza la salvación de Cristo y
«ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido santificado» (v. 29)
merece castigo eterno. Esto es nuevamente una fuerte advertencia en contra de
apartarse, pero no se debe tomar como prueba de que alguien que verdaderamente
ha nacido de nuevo puede perder su salvación.
Cuando
el autor habla de la sangre del pacto «por la cual había sido santificado», la
palabra santificado se usa simplemente para referirse a «la santificación
externa, como los antiguos israelitas, por la conexión externa con el pueblo de
Dios». El pasaje no habla de alguien que es genuinamente salvado, sino de
alguien que ha recibido alguna influencia moral benéfica mediante el contacto
con la iglesia.
NOTA: La RVR traduce: «y que pertenecen a la
salvación».
Alguien pudiera objetar que la frase «lo mejor» no
hace contraste con las bendiciones temporales de los vv. 4-6, sino con el
juicio mencionado en el v. 8 que viene a los espinos y cardos que están a punto
de ser «quemados».
Pero es improbable que el autor se refiera a no
estar bajo maldición simplemente como <<lo mejor». El comparativo «mejor»
(gr. kreissoo,) se usa trece veces en Hebreos, y regularmente contrasta algo
mejor con algo bueno (mejor pacto, mejor sacrificio, etc.); y de modo similar
aquí sugiere una comparación con cosas que ya son buenas (tales como las
bendiciones de los vv. 4-6), mucho más que lo que sugiere un contraste con la
suerte horrible del juicio eterno en el v. 8.
A. H. Strong, Systematic
Theology, p. 884. Strong menciona un uso paralelo apropiado del verbo «santificar» en 1Ca
7:14, que habla del esposo no creyente siendo «santificado» por la esposa
creyente (1ª Co 7: 14, en donde se usa la misma palabra griega, jagiazo). A la
santificación ceremonial externa también se hace referencia en Heb 9: 13; Mt
23: 17,19.
Hay
otro pasaje en los escritos de Juan que se ha mencionado como que enseña la
posibilidad de la pérdida de la salvación. En Apocalipsis 3: 5 Jesús dice: «El
que salga vencedor se vestirá de blanco. Jamás borraré su nombre del libro de
la vida».
Algunos
han aducido que cuando Jesús dice esto implica que es posible que él borre del
libro de la vida los nombres de algunos, personas que ya han tenido sus nombres
escritos allí y por consiguiente fueron salvadas. Pero el hecho de que Jesús
enfáticamente indique que él no hará algo ¡no se debe tomar como enseñanza de
que él hará lo mismo en otros casos! La misma clase de construcción en el
griego se usa para dar una negativa enfática en Juan 10: 28, en donde Jesús
dice: (Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán).
Esto
no quiere decir que hay algunas de las ovejas de Jesús que no oirán su voz y no
le seguirán y que perecerán; simplemente afirma que sus ovejas ciertamente no
perecerán. De modo similar, cuando Dios dice: «Nunca te dejaré; jamás te
abandonaré» (Heb 13: 5), no implica que él dejará o abandonará a otros;
simplemente afirma enfáticamente que él no dejará ni abandonará los suyos. 0,
incluso en el paralelo cercano, en Mateo 12: 32, Jesús dice: «El que hable
contra el Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este mundo ni en el venidero).
Esto
no implica que algunos pecados serán perdonados en la edad venidera (como los
católicos romanos afirman en respaldo a su doctrina del purgatorio; que es
simplemente un error en razonamiento; decir que algo no va a suceder en la vida
venidera ¡no implica que puede suceder en la edad venidera! De la misma manera,
Apocalipsis 3:5 es simplemente una fuerte afirmación de que los nombres de los
que están vestidos de blancos y que han permanecido fieles a Cristo jamás serán
borrados del libro de la vida.
Finalmente,
a veces se usa un pasaje del Antiguo Testamento para aducir que las personas
pueden perder su salvación: la narración del Espíritu Santo saliendo del rey
Saúl. Pero no se debe tomar a Saúl como ejemplo de alguien que pierde su
salvación, porque cuando (El Espíritu del Señor se apartó de Saúl) (1ª S 16:
14), fue inmediatamente después de que Samuel había ungido al rey David y «el
Espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él»
(1ª S 16: 13).
A
decir verdad, se informa la venida del Espíritu del Señor sobre David en la
oración inmediatamente previa a aquella en la que leemos que el Espíritu salió
de Saúl. Esta estrecha conexión quiere decir que la Biblia aquí no está
hablando de una pérdida total de toda la obra del Espíritu Santo en la vida de
Saúl, sino simplemente del retiro de la función del Espíritu Santo de dar poder
a Saúl como rey.
Pero
eso no quiere decir que Saúl quedó condenado eternamente. Es simplemente muy
dificil decir a partir de las páginas del Antiguo Testamento si Saúl, en toda
su vida, fue:
(A) un hombre no regenerado que tuvo capacidades de liderazgo y que Dios
usó como demostración del hecho de que alguien digno de ser rey a los ojos del
mundo no era por eso apropiado para ser rey sobre el pueblo del Señor, o.
(B) un hombre regenerado con pésima comprensión y una vida que cada vez más
se alejó del Señor.
NOTA: ÉX 24: 7-8 habla de la sangre del pacto que
apartó al pueblo como pueblo de Dios, aunque no todos habían verdaderamente
nacido de nuevo. En el contexto de Heb 10 tal ilustración, tomada de! proceso
de! Antiguo Testamento para purificar al pueblo de modo que puedan presentarse
ante Dios para adorar, es trasfondo apropiado.
La construcción usa ou me más e! aoristo subjuntivo
para expresar negación enfática.
Ver la explicación de la doctrina del purgatorio en
e! capítulo 41,
Un libro diferente es lo que probablemente se
tiente en mente en Éx 23:33, en donde Dios le dice a Moisés:
Sólo borraré de mi libro a quien haya pecado contra
mi». Aquí no se menciona la idea del Nuevo Testamento del libro de la vida».
Más bien, la ilustración es de que Dios lleva un historial de los que al
presente moran entre su pueblo, tanto como lo haría un rey terrenal. .Borrar»
el nombre de alguien de tal libro implicaría que la persona ha muerto.
Usando esta imagen Éx 32: 33 se entiende mejor como
queriendo decir que Dios le quitará la vida a todo el que peca contra él (ver
v. 35). El destino eterno no está en consideración en este pasaje.
D. ¿QUÉ PUEDE DAR AL CREYENTE SEGURIDAD GENUINA?
Si
esto es cierto, como se explicó en la sección previa, de que de los que no son
creyentes y que finalmente se apartan pueden dar muchas señales externas de
conversión, entonces, ¿qué puede servir como evidencia de conversión genuina?
¿Qué puede darle seguridad real al creyente real? Podemos mencionar tres
categorías de preguntas que una persona puede hacerse a sí misma.
1. TENGO UNA CONFIANZA PRESENTE EN CRISTO PARA LA SALVACIÓN?
Pablo
les dice a los Colosenses que serán salvados en el último día, «con tal de que
se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la
esperanza que ofrece el evangelio» (Col 1: 23). El autor de Hebreos dice:
«Hemos llegado a tener parte con Cristo, con tal que retengamos firme hasta el
fin la confianza que tuvimos al principio» (Heb 3: 14) y anima a sus lectores a
ser imitadores de los que «por su fe y paciencia heredan las promesas» (Heb 6:
12).
Es
más, el versículo más famoso de toda la Biblia usa el verbo en tiempo presente
que se puede traducir: «todo el que continúa creyendo en él» puede tener vida
eterna (ver Jn 3: 16).
Por
consiguiente, la persona debe preguntarse a sí misma: «¿Tengo hoy confianza en
Cristo para perdonar mis pecados y llevarme sin culpa al cielo para siempre?
¿Tengo
confianza en mi corazón de que él me ha salvado? Si yo muriera esta noche y
compareciera ante el tribunal de Dios, y él me preguntara por qué tendría que
permitirme entrar en el cielo, ¿empezaría yo a pensar en mis buenas obras y a
depender de ellas, o sin ninguna vacilación diría que dependo de los méritos de
Cristo y confió en que él es un Salvador suficiente?»
Este
énfasis en la fe presente en Cristo está en contraste a la práctica de algunos
«testimonios» de iglesia en donde algunos repiten vez tras vez detalles de una
experiencia de conversión que puede haber ocurrido 20 o 30 años atrás. Si un
testimonio de fe que salva es genuino, debe ser un testimonio de fe que está
activa hoy mismo.
NOTA: Debemos dar una interpretación similar a la
oración de David en Sal 51: ll: «ni me quites tu santo Espíritu».
David está orando que no se le quite la unción del
Espíritu Santo para el trono. y que no se aparte de él la presencia y poder de
Dios en su vida; no está orando en contra de una pérdida de la salvación
eterna.
2. ¿HAY EVIDENCIA DE UNA OBRA REGENERADORA DEL ESPÍRITU SANTO EN MI
CORAZÓN?
La
evidencia de la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones viene de muchas
formas diferentes. Aunque no debemos poner confianza en la demostración de
obras milagrosas (Mt 7: 22), o largas horas y años de trabajo en alguna iglesia
local (lo que simplemente puede ser construir con «madera, heno y paja) [en
términos de 1ª Co 3: 12] para promover el propio ego de uno o ganar poder sobre
otros, o intentar ganar méritos ante Dios), hay muchas otras evidencias de una
obra real del Espíritu Santo en el corazón de uno.
Primero,
hay un testimonio subjetivo del Espíritu Santo en nuestros corazones dando
testimonio de que somos hijos de Dios (Ro 8: 15-16; 1ª Jn 4: 13). Este
testimonio por lo general irá acompañado de un sentido de ser guiado por el
Espíritu Santo en sendas de obediencia a la voluntad de Dios (Ro 8: 14).
Si el
Espíritu Santo genuinamente está obrando en nuestras vidas, él producirá los
rasgos de carácter que Pablo llama «el fruto del Espíritu» (Gá 5: 22). Él
menciona varias actitudes y rasgos de carácter que produce el Espíritu Santo:
«amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y
dominio propio» (Gá 5: 22-23).
Por
supuesto, la pregunta no es: «¿Ejemplifico yo perfectamente todas estas
características en mi vida?» sino más bien: «¿Son todas estas cosas una
característica general en mi vida? ¿Percibo estas actitudes en mi corazón? ¿Ven
otros (especialmente los que me conocen más íntimamente) que mi vida exhibe
estos rasgos? ¿He estado creciendo en ellos con el correr de los años?» No hay
ninguna sugerencia en el Nuevo Testamento de que algún no creyente, una persona
no regenerada, pueda convincentemente falsificar estos rasgos de carácter,
especialmente ante los que conocen más íntimamente a la persona.
Relativo
a esta clase de fruto hay otra clase de fruto: los resultados en la vida y
ministerio de uno según éstos han influido en otros y en la iglesia. Hay
algunos que profesan ser creyentes pero cuya influencia en otros es
desalentarlos, derrumbarlos, lastimar su fe, y provocar controversias y
divisiones. Los resultados de su vida y ministerio no es edificar a otros o
edificar a la iglesia, sino destrozarlos.
Por
otro lado, hay los que parecen edificar a otros en toda conversación, toda
oración y toda obra de ministerio al que aplican sus manos. Jesús dijo,
respecto a los falsos profetas: «Por sus frutos los conocerán.... todo árbol
bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo.... Así que por sus
frutos los conocerán» (Mt 7:16-20).
Otra
evidencia de la obra del Espíritu Santo es continuar creyendo y aceptando la
enseñanza sana de la iglesia. Los que empiezan a negar doctrinas principales de
la fe dan serias indicaciones negativas respecto a su salvación: «Todo el que
niega al Hijo no tiene al Padre. Permanezca en ustedes lo que han oído desde el
principio, y así ustedes permanecerán también en el Hijo y en el Padre» (1ª Jn
2: 23-24).
Juan
también dice: «Todo el que conoce a Dios nos escucha; pero el que no es de Dios
no nos escucha» (1ª Jn 4: 6). Puesto que los escritos del Nuevo Testamento son
el reemplazo actual para los apóstoles como Juan, podríamos también decir que
cualquiera que conoce a Dios continuará leyendo y deleitándose en la palabra de
Dios, y continuará creyendo en ella por completo. Los que no creen ni se
deleitan en la palabra de Dios dan evidencia de que no son «de Dios».
Otra
evidencia de la salvación genuina es una relación presente y continúa con
Jesucristo. Jesús dice: «Permanezcan en mí» y «Si permanecen en mí y mis
palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá» Jn
15: 4-7). Este permanecer en Cristo incluirá no solamente confianza día tras
día en él en varias situaciones, sino también ciertamente comunión regular con
él en oración y adoración.
Finalmente,
un aspecto principal de evidencia de que somos creyentes genuinos se halla en
una vida de obediencia a los mandamientos de Dios. Juan dice: «El que afirma:
"Lo conozco", pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no
tiene la verdad. En cambio, el amor de Dios se manifiesta plenamente en la vida
del que obedece su palabra. De este modo sabemos que estamos unidos a él: el
que afirma que permanece en él, debe vivir como él vivió» (1ª Jn 2:4-6).
No es
necesario una vida perfecta, por supuesto. Juan más bien está diciendo que en
general nuestras vidas deben ser de imitación de Cristo y semejanza a él en
todo lo que decimos y hacemos. Si tenemos genuina fe que salva, habrá
resultados claros en obediencia en nuestras vidas (ver también 1ª Jn 3: 9-10,
24; 5: 18). Por eso Santiago puede decir Así también la fe por sí sola, si no
tiene obras, está muerta», y «yo te mostraré la fe por mis obras» (Stg 2:
17-18). Un aspecto importante de obediencia de Dios incluye amar a otros
creyentes. «El que ama a su hermano permanece en la luz» (1ª Jn 2: 10).
«Nosotros
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros
hermanos. El que no ama permanece en la muerte» (1ª Jn 3: 14, 3: 17; 4: 7). Una
evidencia de este amor es continuaren la comunión cristiana (1ª Jn 2: 19). Y
otra es dar al hermano necesitado (1ª Jn 3: 17; Mt 25: 35-46).
3. VEO UN PATRÓN DE CRECIMIENTO A LARGO PLAZO EN MI VIDA CRISTIANA?
Los
primeros dos aspectos de seguridad tienen que ver con la fe presente y
evidencia presente del Espíritu Santo obrando en nuestras vidas. Pero Pedro da
otra especie de prueba que podemos usar para preguntar si somos genuinamente
creyentes. Nos dice que hay algunos rasgos de carácter que, si continuamos
creciendo en ellos, garantizarán que «no caerán jamás» (2ª P 1: 10).
Le
dice a sus lectores que añadan a su fe «virtud, entendimiento, dominio
propio, constancia, devoción a Dios,
afecto fraternal, amor» (2ª P 1: 5-7). Luego añade que estas cosas deben
pertenecer a sus lectores y continuamente «abundar» en sus vidas (2ª P 1: 8).
Añade: «esfuércense más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que fue
quien los eligió» y dice entonces «Si hacen estas cosas (refiriéndose a los
rasgos de carácter mencionados en los vv. 5-7) no caerán jamás» (2ª P 1: 10).
La
manera en que confirmamos nuestro llamado y elección, entonces, es continuar
creciendo en «estas cosas». Esto implica que nuestra seguridad de la salvación
puede ser algo que crece con el tiempo en nuestras vidas. Cada año que añadimos
a estos rasgos de carácter en nuestras vidas, obtenemos mayor y mayor seguridad
de nuestra salvación.
Así,
aunque los creyentes jóvenes pueden tener una confianza bastante fuerte en su
salvación, esa seguridad puede crecer a una certeza incluso más profunda con
los años en que crecen hacia la madurez cristiana.27 Si continúan añadiendo
estas cosas confirmarán su llamado y elección y «no caerán jamás».
El
resultado de estas tres preguntas que podemos hacemos nosotros mismos debe dar
una certeza fuerte a los que son genuinamente creyentes. De esta manera, la
doctrina de la perseverancia de los santos será una doctrina enormemente
reconfortante.
Nadie
que tiene tal seguridad se preguntará: «¿Podré perseverar hasta el fin de mi
vida y por consiguiente ser salvado?» Todo el que obtiene certeza, 1ª Ti 3: 13,
que dice que los que «ejercen bien» como diáconos «adquieren mayor confianza
para hablar de su fe en Cristo Jesús» (NVI).
Mediante
tal examen propio debe más bien pensar: «Verdaderamente he nacido de nuevo; por
consiguiente, con certeza perseveraré hasta el fin, porque me guarda «el poder
de Dios que obra mediante mi fe (1ª P 1: 5), y por consiguiente nunca me
perderé. Jesús me resucitará en el día final y yo entraré en su reino para
siempre» Gn 6: 40).
Por
otro lado, esta doctrina de la perseverancia de los santos, si se la entiende
correctamente, debe producir genuina ansiedad, e incluso temor, en el corazón
de cualquiera que ha «retrocedido» o se ha descarriado de Cristo. Tales
personas deben claramente oír la advertencia de que sólo los que perseveran
hasta el fin han nacido verdaderamente de nuevo. Si se apartan de su profesión
de fe en Cristo y de la vida de obediencia a él, tal vez no fueron realmente
salvados; a decir verdad, la evidencia que están dando es que no son salvos y
en realidad nunca fueron salvados.
Una
vez que dejan de confiar en Cristo y de obedecerle (estoy hablando en términos
de evidencia externa) no tienen certeza genuina de la salvación, y deben
considerarse no salvados, y acudir a Cristo en arrepentimiento y pedirle perdón
de sus pecados.
En
este punto, en términos de cuidado pastoral a los que se han apartado de su
profesión cristiana, debemos damos cuenta de que tanto calvinistas como
armiñamos (los que creen en la perseverancia de los santos y los que piensan
que los creyentes pueden perder su salvación) aconsejan al «descarriado» de la
misma manera.
De
acuerdo al arminiano la persona fue creyente en un tiempo pero ya no lo es.
Según el calvinista, tal persona realmente para empezar nunca fue creyente, y
no lo es al presente. Pero en ambos casos el consejo bíblico que se da es el
mismo: «Parece que no eres creyente ahora; ¡debes arrepentirte de tu pecado y
confiar en Cristo para tu salvación!» Aunque el calvinista y el arminiano
diferirán en su interpretación de la historia previa, concordarán en lo que se
debe hacer en el presente.
Pero
aquí vemos por qué la frase seguridad eterna puede ser muy equívoca. En algunas
iglesias evangélicas, en lugar de enseñar la presentación completa y
equilibrada de la doctrina de la perseverancia de los santos, los pastores a
veces han enseñado una versión diluida, que en efecto les dice a las personas
que todos los que una vez hicieron una profesión de fe y fueron bautizados
están «eternamente seguros».
El
resultado es que algunos que no se han convertido genuinamente pueden «pasar al
frente» al fin de un sermón de evangelización para profesar fe en Cristo, y
pueden ser bautizados poco después, pero luego dejan el compañerismo de la
iglesia y llevan una vida que no se diferencia en nada de la que vivían antes
de obtener esta «seguridad eterna».
De
esta manera a la gente se le da una seguridad falsa y se les está engañando
cruelmente para que piensen que están yendo al cielo, cuando en verdad no lo
están.
NOTA: Por supuesto, tanto el calvinista como el
arminiano concederían la posibilidad de que el descarriado» verdaderamente ha
nacido de nuevo y simplemente ha caído en el pecado y la duda. Pero ambos
concordarían en que es sabio pastoralmente dar por sentado que la persona no es
creyente hasta que se pueda ver alguna evidencia de fe presente.
Por supuesto, no todos los que usan la frase
seguridad eterna cometen este tipo de equivocación, pero la frase ciertamente
se abre a tal malentendido.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN
PERSONAL
1. ¿Tiene usted la seguridad de que verdaderamente ha nacido de nuevo?
¿Qué evidencia ve usted en su propia vida que le da esa certeza? ¿Piensa usted
que Dios quiere que los verdaderos creyentes vayan por esta vida preocupándose
en cuanto a si realmente han nacido de nuevo, o que tengan una firme certeza de
que Son su pueblo? (Ver 1ª Jn 5: 13). ¿Ha visto usted un patrón de crecimiento
en su vida cristiana con el paso del tiempo? ¿Está usted confiando en su propio
poder para seguir creyendo en Cristo, o en el poder de Dios para que mantenga
su fe viva y activa?
2. Si tiene dudas en cuanto a si verdaderamente ha nacido de nuevo, ¿qué
hay en su vida que le da razón para esas dudas? ¿Qué es lo que la Biblia le
anima a hacer para resolver esas dudas (ver 2ª P 1: 5-11; también Mt 11: 28-30;
Jn 6: 37)? ¿Piensa usted que Jesús sabe hoy sus dudas y las entiende? A su modo
de pensar, ¿que querría él que usted haga para obtener una mayor certeza de su
salvación?
3. ¿Ha conocido usted personas, tal vez en su propia iglesia, cuyo «fruto»
siempre es destructivo, divisivo o dañino para el ministerio de la iglesia y la
fe de otros? ¿Tienen ellos mucha influencia, tal vez incluso en cargos de
liderazgo en la iglesia? ¿Piensa usted que una evaluación del fruto de la vida e
influencia de unos sobre otros debe ser una condición para el liderazgo en la
iglesia? ¿Es posible que algunos profesen estar de acuerdo con toda doctrina
cristiana verdadera y sin embargo no haber nacido de nuevo? ¿Cuáles son algunas
evidencias más confiables de conversión genuina aparte de la adherencia
intelectual a la sana doctrina?
TÉRMINOS ESPECIALES
Perseverancia
de los santos, seguridad de la salvación, seguridad eterna
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Juan 10:27-28: Mis Ovejas Oyen Mi Voz; Yo Las Conozco Y Ellas Me Siguen.
Yo Les Doy Vida Eterna, Y Nunca Perecerán, Ni Nadie Podrá Arrebatármelas De La
Mano.
CAPÍTULO 11
LA MUERTE Y EL ESTADO INTERMEDIO
¿CUÁL ES EL PROPÓSITO DE
LA MUERTE EN LA VIDA CRISTIANA? ¿QUÉ LES SUCEDE A NUESTROS CUERPOS Y ALMAS
CUANDO MORIMOS?
EXPLICACIÓN Y BASE
BÍBLICA
A. ¿POR QUÉ MUEREN LOS CREYENTES?
Nuestra
consideración de la aplicación de la redención debe incluir una consideración
de la muerte y la pregunta de cómo los creyentes deben mirar su propia muerte y
la muerte de otros. También debemos preguntar lo que nos sucede entre el tiempo
en que morimos y el tiempo en que Cristo vuelve para damos nuestros cuerpos
nuevos de resurrección.
1. LA MUERTE NO ES CASTIGO PARA LOS CREYENTES.
Pablo
nos dice claramente que «ya no hay ninguna condenación para los que están
unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1).
TODA LA PENA DE NUESTROS
PECADOS YA HA SIDO PAGADA.
Por
consiguiente, aunque sabemos que los creyentes mueren, no debemos ver la muerte
de los creyentes como castigo de parte de Dios o de alguna manera resultado de
una pena que se nos aplica por nuestros pecados.
Es
cierto que la pena del pecado es muerte, pero esa pena ya no se aplica a
nosotros; no en términos de muerte fisica, ni en términos de muerte espiritual
o separación de Dios. Todo esto ha sido pagado por Cristo.
Por
consiguiente, debe haber otra razón diferente del castigo por nuestros pecados
para poder entender por qué mueren los creyentes.
NOTA: Incluso la muerte de algunos creyentes de
Corinto que habían estado abusando de la Cena de! Señor (1ª Co 11: 30) Pablo la
ve como un proceso disciplinario o de castigo, y no resultado de condenación;
dice: «pero si nos juzga e! Señor, nos disciplina para que no seamos condenados
con e! mundo» (v. 32).
(En esta consideración uso la palabra de castigo
para indicar retribución de Dios que tiene el propósito de hacernos daño, y
disciplina para indicar adversidad que Dios propone que nos haga bien).
2. LA MUERTE ES EL RESULTADO FINAL DE VIVIR EN UN MUNDO CAÍDO.
En su
gran sabiduría de Dios decidió no aplicamos de una vez por todos los beneficios
de la obra redentora de Cristo. Más bien, ha escogido aplicamos los beneficios
de la salvación gradualmente con el tiempo (como hemos visto en los capítulos
33-40).
De
modo similar, ha escogido no quitar todo el mal del mundo de inmediato, sino
esperar hasta el juicio final y el establecimiento del nuevo cielo y la nueva
tierra (ver capítulos 56 y 57). En breve, todavía vivimos en un mundo caído y
nuestra experiencia de la salvación todavía es incompleta.
El
último aspecto del mundo caído que será quitado será la muerte. Pablo dice:
Entonces Vendrá El Fin, Cuando Él Entregue El Reino A Dios El Padre,
Luego De Destruir Todo Dominio, Autoridad Y Poder. Porque Es Necesario Que Cristo
Reine Hasta Poner A Todos Sus Enemigos Debajo De Sus Pies. El Último Enemigo
Que Será Destruido Es La Muerte (1ª Co 15: 24-26).
Cuando
Cristo vuelva: entonces se cumplirá lo que está escrito:
«La Muerte Ha Sido Devorada Por La Victoria.» «¿Dónde Está, Oh Muerte,
Tu Victoria? ¿Dónde Está, Oh Muerte, Tu Aguijón?» (1ª Co 15: 54-55).
Pero
hasta ese tiempo la muerte sigue siendo una realidad incluso en la vida de los
creyentes. Aunque la muerte no nos viene como pena por nuestros pecados
individuales (porque eso ha sido pagado por Cristo), sí nos viene como
resultado de vivir en un mundo caído, en donde los efectos del pecado no han
sido quitados.
Relacionados
con la experiencia de la muerte están los demás resultados de la caída que
hacen daño a nuestros cuerpos físicos y son señal de la presencia de la muerte
en el mundo: los creyentes tanto como los no creyentes experimentan el
envejecimiento, enfermedades, lesiones y desastres naturales (tales como
inundaciones, tempestades y terremotos).
Aunque
Dios a menudo responde a las oraciones para librar a los creyentes (y también a
los no creyentes) de algunos de estos efectos de la caída por un tiempo (y por
consiguiente indican la naturaleza de su reino venidero), con todo, los
creyentes a la larga experimentarán todas estas cosas en alguna medida, y,
hasta que Cristo vuelva, todos envejeceremos y moriremos. El «último enemigo»
todavía no ha sido destruido. y Dios ha escogido permitimos experimentar la
muerte antes de que obtengamos todos los beneficios de la salvación que han
sido ganados para nosotros.
3. DIOS USA LA EXPERIENCIA DE LA MUERTE PARA COMPLETAR NUESTRA
SANTIFICACIÓN.
En
toda nuestra vida cristiana sabemos que nunca tendremos que pagar ninguna pena
por el pecado, porque eso fue llevado por Cristo totalmente (Ro 8:1). Por
consiguiente, cuando en efecto experimentamos dolor y sufrimiento en esta vida
no debemos pensar que se debe a que Dios está castigándonos (para hacemos
daño).
A
veces el sufrimiento es simplemente resultado de vivir en un mundo de pecado,
caído, y a veces se debe a que Dios está disciplinándonos (para nuestro bien),
pero en todo caso se nos asegura en Romanos 8: 28 que «Dios dispone todas las
cosas para el bien de quienes lo aman, y los que han sido llamados de acuerdo
con su propósito».
El
propósito positivo de la disciplina de Dios es claro en Hebreos 12, en donde
leemos:
El Señor Disciplina A Los Que Ama, Dios Lo Hace Para Nuestro Bien, A Fin
De Que Participemos De Su Santidad. Ciertamente, Ninguna Disciplina, En El
Momento De Recibirla, Parece Agradable, Sino Más Bien Penosa; Sin Embargo,
Después Produce Una Cosecha De Justicia Y Paz Para Quienes Han Sido Entrenados
Por Ella (Heb 12: 6, 10-11).
No
toda disciplina tiene el fin de corregirnos de pecados que hemos cometido; Dios
también puede permitirla para fortalecernos a fin de que podamos lograr una
mayor capacidad para confiar en él y resistir al pecado en la senda desafiante
de la obediencia. Vemos esto claramente en la vida de Jesús, quien, aunque no
tenía pecado, sin embargo «mediante el sufrimiento aprendió a obedecen (Heb 5:
8).
Él fue
perfeccionado «mediante el sufrimiento» (Heb 2: 10). Por consiguiente, debemos
ver toda la adversidad y sufrimiento que nos viene en la vida como algo que
Dios nos envía para hacernos bien fortaleciendo nuestra confianza en él y
nuestra obediencia, y en última instancia para aumentar nuestra capacidad de
glorificarle.
Consecuentemente,
debemos ver el envejecimiento, la debilidad, y a veces la enfermedad que lleva
a la muerte, como otra clase de disciplina que Dios nos permite atravesar a fin
de que por este proceso nuestra santificación pueda ser aumentada y en última
instancia completada cuando vayamos a estar en la presencia del Señor. El reto
que Jesús le da a la iglesia de Esmirna podría en realidad ser dado a todo
creyente: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Ap 2:
10).
Pablo
dice que la meta en su vida es llegar a ser como Cristo: «a fin de conocer a
Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar
en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte» (Flp 3: 10).
Pablo
pensaba en la manera en que Cristo murió, y fijó como meta ejemplificar la
misma característica en su vida cuando le llegue el tiempo de morir; que en
cualquier circunstancia en que se halle, él, como Cristo, continúe obedeciendo
a Dios, confiando en Dios, perdonando a otros, y preocupándose por las
necesidades de los que lo rodean, y de esta manera en toda forma dar gloria a
Dios incluso en su muerte.
Por
consiguiente, al estar en la cárcel, sin saber si iba a morir allí o salir
vivo, todavía podía decir: «Mi ardiente anhelo y esperanza es que en nada seré
avergonzado, sino que con toda libertad, ya sea que yo viva o muera, ahora como
siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo» (Flp 1:20).
La
comprensión de que la muerte no es de ninguna manera castigo por el pecado,
sino simplemente algo que Dios nos hace atravesar a fin de hacernos más
semejantes a Cristo, debe ser un gran estímulo para nosotros. Debe quitarnos el
temor de la muerte que acosa la mente de los no creyentes (Heb 2: 15).
No
obstante, aunque Dios nos hará bien mediante el proceso de la muerte, con todo
debemos recordar que la muerte no es natural; no está bien; y en un mundo
creado por Dios es algo que no debería ser. Es un enemigo, algo que Cristo
finalmente destruirá (1ª Co 15: 26).
4. NUESTRA EXPERIENCIA DE LA MUERTE COMPLETA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO.
Otra
razón por la que Dios nos permite experimentar la muerte, en lugar de llevarnos
de inmediato al cielo cuando nos convertimos en creyentes, es que mediante la
muerte imitamos a Cristo en lo que él hizo y por consiguiente experimentamos
una unión más íntima con él. Pablo puede decir que somos coherederos con
Cristo, «si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria»
(Ro 8: 17).
Y
Pedro les dice a sus lectores que no se sorprendan por la prueba de fuego que
les ha venido, sino que los anima: «alégrense de tener parte en los
sufrimientos de Cristo, para que también sea inmensa su alegría cuando se
revele la gloria de Cristo» (1ª P 4: 13). Como notamos arriba, tal unión con
Cristo en el sufrimiento incluye unión con él en la muerte también (ver Flp
3:10). Jesús es el «iniciador y perfeccionador de nuestra fe» (Heb 12: 2), y
debemos seguirle al correr la carrera de la vida. Pedro escribe: «Cristo sufrió
por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos» (1ª P 2:21).
5. NUESTRA OBEDIENCIA A DIOS ES MÁS IMPORTANTE QUE PRESERVAR NUESTRAS
VIDAS.
Si
Dios usa la experiencia de la muerte para ahondar nuestra confianza en él y
fortalecer nuestra obediencia a él, entonces es importante que recordemos que
el objetivo del mundo de preservar la propia vida fisica de uno a todo costo no
es el objetivo más alto para el creyente: la obediencia a Dios y fidelidad a él
en toda circunstancia es mucho más importante.
Por
eso Pablo pudo decir: «Por el nombre del Señor Jesús estoy dispuesto no sólo a
ser atado sino también a morir en Jerusalén» (Hch 21: 13; 25: 11). Le dijo a
los ancianos de Éfeso: «considero que mi vida carece de valor para mí mismo,
con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha
encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la
gracia de Dios» (Hch 20: 24).
Fue
esta convicción de que la obediencia a Dios es mucho más importante que la
preservación de la vida, lo que le dio a Pablo el valor para volver a la ciudad
de Listra después de que acababa de ser apedreado y dejado por muerto (Hch 14:
20), y luego volver allá otra vez poco después (Hch 14: 21-22).
Él
soportó muchos sufrimientos y peligros (2ª Co 11: 23-27), a menudo arriesgando
su vida, a fin de obedecer plenamente a Cristo. Por consiguiente pudo decir al
fin de su vida, con una nota de gran triunfo: «El tiempo de mi partida ha
llegado. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido
en la fe» (2ª Ti 4: 6-7).
La
misma convicción fortaleció a los santos del Antiguo Testamento para aceptar el
martirio antes que pecar: «Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para
alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad» (literalmente:
«para poder obtener una mejor resurrección», Heb 11: 35). Esta convicción
también le dio a Pedro y a los otros apóstoles valor, al enfrentar la amenaza
de muerte, para decir: «¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!»
(Hch 5: 29).
Ciertamente
este fue el punto del mandamiento de Jesús a la iglesia de Esmirna:
«Sé
fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Ap 2: 1O). También
leemos que habrá regocijo en el cielo cuando los santos fieles han conquistado
al diablo «por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron
testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte» (Ap 12: 11).
La
persuasión de que podemos honrar al Señor incluso en nuestra muerte, y que la
fidelidad a él es mucho más importante que preservar nuestras vidas, ha dado
valor y motivación a los mártires en toda la historia del cristianismo. Al
verse frente a la alternativa de preservar sus propias vidas y pecar, o
entregar su vida y ser fieles, escogieron entregar su vida: «no valoraron tanto
su vida como para evitar la muerte» (Ap 12: 11).
Incluso
en tiempo cuando hay poca persecución y poca probabilidad del martirio, sería
bueno que fijemos esta verdad de nuestra mente de una vez por todas, porque si
estamos dispuestos a entregar incluso nuestra vida por ser fieles a Dios,
hallaremos mucho más fácil dar igualmente todo lo demás por amor a Cristo.
B. ¿QUÉ DEBEMOS PENSAR DE NUESTRA MUERTE Y LA MUERTE DE OTROS?
1. NUESTRA PROPIA MUERTE.
El
Nuevo Testamento nos anima a ver nuestra propia muerte no con temor sino con
goza ante la perspectiva de ir a estar con Cristo. Pablo dice: «Preferiríamos
ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor» (2ª Co 5:8). Cuando está en
la cárcel, sin saber si va a ser ejecutado o puesto en libertad, puede decir:
Porque Para Mí El Vivir Es Cristo Y El Morir Es Ganancia. Ahora Bien, Si
Seguir Viviendo En Este Mundo Y Representa Para Mí Un Trabajo Fructífero, ¿Qué
Escogeré? ¡No Lo Sé! Me Siento Presionado Por Dos Posibilidades: Deseo Partir Y
Estar Con Cristo, Que Es Muchísimo Mejor (Flp 1: 21-23).
También
leemos la palabra de Juan en Apocalipsis: «Entonces oí una voz del cielo, que
decía: «Escribe: Dichosos los que de ahora en adelante mueren en el Señor.»
«Sí
-dice el Espíritu-, ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras
los acompañan» (Ap 14:13).
Los
creyentes no tienen necesidad de temer a la muerte, por consiguiente, porque la
Biblia nos asegura que ni siquiera la «muerte podrá apartarnos del amor que
Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor» (Ro 8: 38-39; Sal 23:
4). De hecho, Jesús murió para «librar a todos los que por temor a la muerte
estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida» (Heb 2: 15).
Este
versículo nos recuerda que un ciara testimonio de nuestra falta de temor a la
muerte proveerá un fuerte testimonio para los creyentes en una edad que trata
de evadir hablar acerca de la muerte y no tiene respuesta para ella.
NOTA: Berkhof Por Cierto Tiene Razón Al Decir Que Lo Sepultura De Jesús
«Na Meramente Sirve Para Demostrar Que Jesús Estaba Realmente Muerto, Sino
También Quita Los Terrores De La Muerte Para Los Redimidos Y Santifica Para
Ellos La Tumba» (Systematic Theology, P. 340).
2. LA MUERTE DE AMIGOS Y PARIENTES CREYENTES.
En
tanto que podemos mirar a nuestra propia muerte con la expectación gozosa de
estar en la presencia de Cristo, nuestra actitud será algo diferente cuando
enfrentamos la muerte de amigos y parientes creyentes. En estos casos
experimentaremos genuina aflicción; pero mezclada con gozo de que han ido a
estar con el Señor.
No es
malo expresar real aflicci6n por la pérdida de comunión con seres queridos que
han muerto, y tristeza también por el sufrimiento y adversidad que pueden haber
atravesado antes de su muerte. A veces los creyentes piensan que es una
demostración de falta de fe si s~ afligen profundamente por un hermano o
hermana creyente que ha muerto.
Pero
la Biblia no respalda tal noción, porque cuando Esteban fue apedreado, leemos
que: «Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él»
(Hch 8: 2). Si en algún caso hubo certeza de que alguien fue a estar con el
Señor, eso ocurrió en el caso de Esteban. Al morir dijo:
«¡Veo
el cielo abierto, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!» (Hch 7:
56). Luego, al morir, oró: «-Señor Jesús, recibe mi espíritu», y «¡Señor, no
les tomes en cuenta este pecado!» (Hch 7: 59-60). Y esto ocurrió en Jerusalén,
con todos los apóstoles todavía presentes, esos apóstoles que habían visto a
Jesús mismo después de que él había resucitado. No hubo falta de fe de parte de
nadie porque Esteban estaba en el cielo experimentado gran gozo en la presencia
del Señor.
Sin
embargo a pesar de esto, (Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron
gran duelo por él) (Hch 8: 02). Su aflicción mostró la genuina tristeza que
sintieron por la pérdida de comunión con alguien que amaban, y no estaba mal
expresar esta aflicción; estaba bien. Incluso Jesús, ante la tumba de Lázaro,
«lloró»
Jn 11:
35), experimentando tristeza por el hecho de que Lázaro había muerto, que sus
hermanas y otros experimentaban tal aflicción, y también, sin duda, por el
mismo hecho de que había muerte en el mundo, porque en última instancia no es
natural y no debe estar en un mundo creado por Dios.
Los
ancianos de Éfeso, a quienes Pablo había enseñado personalmente por tres años,
más tarde «lloraban inconsolablemente mientras lo abrazaban y lo besaban.
Lo que
más los entristecía era su declaración de que ellos no volverían a verlo» (Hch
20: 37-38). Y el mismo Pablo, en la misma carta en que expresó tal deseo de
partir de esta vida para estar con Cristo, dijo que si Epafrodito hubiera
muerto, eso habría sido para él «añadir tristeza a mi tristeza» (Flp 2: 27).
Es
más, el rey David, el hombre conforme al corazón de Dios, el hombre que en sus
salmos frecuentemente hablaba de vivir para siempre con Dios, tuvo gran
aflicción cuando se enteró que Saúl y Jonatán había muerto (2ª S 1: 11-27).
No
obstante, la tristeza que sentimos claramente está mezclada con esperanza y gozo.
Pablo no les dice a los tesalonicenses que no deberían afligirse para nada
respecto a sus seres queridos que han muerto, sino que les escribe: «para que
no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza» (1ª Ts 4: 13); no
deben afligirse de la misma manera, con la misma amarga desesperanza que
embarga a los no creyentes.
Pero
por cierto deben afligirse. Les asegura que Cristo «murió por nosotros para
que, en la vida o en la muerte, vivamos junto con él» (1ª Ts 5: 10), y por
consiguiente les anima indicándoles que los que han muerto han ido a estar con
el Señor.
Por
eso la Biblia puede decir: «Dichosos los que de ahora en adelante mueren en el
Señor» «Sí ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los
acompañan» (Ap 14: 13). Es más, la Biblia incluso nos dice: «Mucho valor tiene
a los ojos del Señor la muerte de sus fieles» (Sal 116: 15).
Por
consiguiente, aunque sentimos genuina tristeza cuando mueren amigos o parientes
creyentes, también podemos decir con la Biblia: ««¿Dónde está, oh muerte, tu
victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¡Pero gracias a Dios, que nos da
la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1ª Co 15: 55-57).
Aunque
estamos de duelo, nuestra aflicción debe ir mezclada con adoración a Dios y
agradecimiento por la vida del ser querido que ha muerto. La adoración es
especialmente importante en este tiempo, como vemos en los ejemplos de David y
de Job. Cuando murió el hijo de David, él dejó de orar parla salud del hijo, y
adoró a Dios: «Entonces David se levantó del suelo y enseguida se bañó y se
perfumó; luego se vistió y fue a la casa del Señor para adorar» (2ª S 12: 20).
De
modo similar, cuando Job oyó de la muerte de sus diez hijos:
Al Llegar A Este Punto, Job Se Levantó, Se Rasgó Las Vestiduras, Se Rasuró
La Cabeza, Y Luego Se Dejó Caer Al Suelo En Actitud De Adoración. Entonces
Dijo: «Desnudo Salí Del Vientre De Mi Madre, Y Desnudo He De Partir.
El Señor Ha Dado; El Señor Ha Quitado. ¡Bendito Sea El Nombre Del
Señor!» Job 1: 20-21).
3. LA MUERTE DE LOS NO CREYENTES.
Cuando
mueren los no creyentes, la tristeza que sentimos no va mezclada con el gozo de
la seguridad de que han ido a estar con el Señor para siempre. Esta tristeza,
especialmente respecto a los que han sido más íntimos, es muy honda y real.
Pablo mismo, al pensar en cuanto a algunos de sus hermanos Judíos que habían
rechazado a Cristo dijo: «Digo la verdad en Cristo; no miento.
Mi
conciencia me lo confirma en el Espíritu Santo. Me invade una gran tristeza y
me embarga un continuo dolor. Desearía yo mismo ser maldecido y separado de
Cristo por el bien de mis hermanos, los de mi propia raza» (Ro 9:1-3).
Sin
embargo también se debe decir que a menudo no tenemos la certeza absoluta de
que la persona ha persistido en su negativa a confiar en Cristo hasta el mismo
momento de la muerte. El conocimiento de la muerte inminente a menudo produce
genuino examen del corazón de parte del moribundo, y a veces las palabras de la
Biblia o palabras de testimonio cristiano que se han oído mucho tiempo atrás pueden
venir a la memoria y la persona puede llegar a tener un arrepentimiento y fe
genuinos.
Por
cierto, no tenemos ninguna certeza de que esto haya sucedido a menos que haya
evidencia explicita de ello, pero también es bueno darnos cuenta de que en
muchos casos sólo tenemos conocimiento probable pero no absoluto de que los que
hemos conocido como no creyentes han persistido en su incredulidad hasta el
mismo momento de la muerte. En algunos casos simplemente no lo sabemos.
No
obstante, cuando ha muerto un no creyente sería errado darles a otros alguna
indicación de que pensamos que la persona ha ido al cielo. Esto simplemente
sería dar información errada y seguridad falsa, y restar la urgencia de la
necesidad de que los que todavía viven confíen en Cristo. Es mucho mejor, según
tengamos oportunidad, enfocar en el hecho de que la tristeza que sentimos por
la pérdida de algún ser querido nos hace reflexionar en nuestra propia vida y
destino por igual.
Es
más, las ocasiones cuando podemos hablar como amigos a los seres queridos de un
no creyente que ha muerto son a menudo las ocasiones cuando el Señor abrirá
oportunidades para hablar del evangelio a los que todavía están vivos.
Todavía
más, a menudo es muy útil en tales circunstancias hablar con genuino agradecimiento
por las buenas cualidades que hemos notado o el estímulo que recibimos del que
ha muerto.' Un buen ejemplo de esto se ve en la reacción de David cuando murió
el rey Saúl. Aunque Saúl se había convertido en un rey perverso y había
perseguido a David y había tratado de matarlo muchas veces, una vez que Saúl
murió, David habló libre y públicamente de las buenas cosas que Saúl había
hecho:
«¡Ay, Israel! Tu Gloria Yace Herida En Las Alturas De Los Montes.
¡Cómo Han Caído Los Valientes!» Saúl! Jonatán! Más Veloces Eran Que Las
Águilas, Y Más Fuertes Que Los Leones» ¡Ay, Mujeres De Israel! Lloren Por Saúl,
Que Las Vestía Con Lujosa Seda Carmesí Y Las Adornaba Con Joyas De Oro»¡Cómo
Han Caído Los Valientes En Batalla! (2ª S 1: 19-25).
C. ¡QUÉ SUCEDE CUANDO LAS PERSONAS MUEREN?
1. LAS ALMAS DE LOS CREYENTES VAN DE INMEDIATO A LA PRESENCIA DE DIOS.
La
muerte es una cesación temporal de la vida corporal y la separación entre el
alma y el cuerpo. Una vez que el creyente ha muerto, aunque su cuerpo fisico
queda en la tierra y es sepultado, en el momento de la muerte el alma (o
espíritu) de ese creyente va de inmediato a la presencia de Dios con regocijo.
Cuando Pablo piensa en la muerte dice: «Así que nos mantenemos confiados, y
preferiríamos ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor» (2ª Co 5: 8).
Estar
separado del cuerpo es vivir junto al Señor. También dice que su deseo es
«partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor» (Flp 1: 23). Y Jesús le
dijo al ladrón que moría en la cruz junto a él: «Te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso» (Lc 23: 43): El autor de Hebreos dice que cuando los
creyentes se reúnen para adorar no vienen solamente a la presencia de Dios en
el cielo, sino también a la presencia de «1os espíritus de los justos que han
llegado a la perfección» (Heb 12: 23).
Sin
embargo, como veremos en más detalle en el próximo capítulo, Dios no dejará
nuestros cuerpos muertos en la tierra para siempre, porque cuando Cristo vuelva
las almas de los creyentes serán reunidas con sus cuerpos, sus cuerpos serán
resucitados de los muertos, y ellos vivirán con Cristo eternamente.
NOTA: Es correcto agradecer a Dios por los
beneficios de la gracia común en la vida de los que no son creyentes; ver la
consideración de la gracia común, en el capítulo 31.
Incluso esto exige honradez y juicio maduro, sin
embargo, porque si se nos llama a celebrar un culto funeral para alguien cuya
vida ha sido ampliamente conocida como perversa y destructiva, no queremos dar
a la gente la impresión de que lo que una persona hace en la vida no importa, o
que ignoramos las cualidades notoriamente malas de tal persona, porque de
hacerlo perderemos credibilidad ante los que nos oyen. Un ejemplo de la
reacción inevitable de la gente ante la muerte de alguien claramente perverso, tal
como Adolfo Hitler, nótese Pr 11. 10: «cuando el malvado perece, hay gran
regocijo.
Paraíso es simplemente otro nombre para el cielo;
ver capitulo 27,
Se debe decir, sin embargo, que el hecho de que
vamos a estar con Cristo de inmediato cuando morimos no se debe tomar como
estímulo para que alguien piense que está bien suicidarse. Dios dijo: «No
mates» (Éx 20: 13), y eso quiere decir que no debemos asesinamos a nosotros
mismos tanto como no debemos asesinar a otros.
Por otro lado, hay muchos creyentes fieles que en
tiempo de guerra, o naufragios, u otra circunstancias extremas, han puesto
su vida por amor a otros, cumpliendo así la enseñanza de Jesús: «Nadie tiene
amor más grande que el dar la vida por sus amigos» Gn 15: 13).
El principio mayor es que en tanto y en cuanto
permanezcamos en esta vida debemos ser fieles a Cristo sirviéndole y en
oración, porque él nos llama a «ser fieles hasta la muerte» (Ap 2: 10). Y
aunque Pablo, al pensar en sus propios deseos personales, quería ir para estar
con Cristo, se daba cuenta de que por amor a los filipenses y a otros a quienes
ministraba, quedar vivo sería «más necesario» por amor a ellos (Flp 1: 24).
A. LA BIBLIA NO ENSEÑA LA
DOCTRINA DEL PURGATORIO.
El
hecho de que las almas de los creyentes van de inmediato a la presencia de Dios
quiere decir que no hay cosa tal como el purgatorio. En la enseñanza católica
romana el purgatorio es el lugar a donde van las almas de los creyentes para
ser purificadas más del pecado hasta que estén listas para ser admitidas en el
cielo. Según esta noción, los sufrimientos del purgatorio los da Dios en
sustitución al castigo por los pecados que los creyentes deberían haber
recibido en la vida, pero no lo recibieron. Hablando del purgatorio, Ott dice:
Sufragios
operan de tal manera que el valor satisfactorio de las buenas obras es ofrecido
a Dios en sustitución del castigo temporal por los pecados que las pobres almas
todavía tienen que rendir. Opera por vía de remisión de los castigos temporales
debidos a los pecados.
Pero
la Biblia no enseña esta doctrina, y es en verdad contraria a los versículos
citados inmediatamente arriba. La Iglesia Católica Romana ha hallado respaldo
para esta doctrina, no en las páginas de las Escrituras canónicas según se
definen en el capítulo 3, arriba, y como los protestantes las han aceptado
desde la Reforma, sino en los escritos de la Apócrifa,' particularmente en 2ª
Macabeos 12: 42-45:
Judas Macabeo, Dirigente De Las Fuerzas Judías Recogió Unas Dos Mil
Monedas De Plata Y Las Envió A Jerusalén, Para Que Se Ofreciera Un Sacrificio
Por El Pecado. Hizo Una Acción Noble Y Justa, Con Miras A La Resurrección. Si
Él No Hubiera Creído En La Resurrección De Los Soldados Muertos, Hubiera Sido
Innecesario E Inútil Orar Por Ellos.
Pero, Como Tenía En Cuenta Que A Los Que Morían Piadosamente Los
Aguardaba Una Gran Recompensa, Su Intención Era Santa Y Piadosa. Por Esto Hizo
Ofrecer Ese Sacrificio Por Los Muertos, Para Que Dios Les Perdonara Su Pecado
(VP).
Aquí
es claro que se aprueba la oración por los muertos, y también ofrecer ofrendas
a Dios para que libre a los muertos de sus pecados. Pero en respuesta se debe
decir que esta literatura no es igual a las Escrituras en autoridad, y no se
debe tomar como una fuente autoritativa de doctrina. Es más, contradice las claras
afirmaciones en cuanto a partir y estar con Cristo que se citan arriba, y por
consiguiente se oponen a la clara enseñanza de las Escrituras del Nuevo
Testamento.
Todavía
más, cuando habla en cuanto a que Judas Macabeo ofreció «sacrificio [gr.
exilasmos, "propiciación"] por los muertos» eso contradice la
enseñanza explícita del Nuevo Testamento de que sólo Cristo hace expiación por
nosotros. Finalmente, este pasaje en 2ª Macabeos es dificil de encajar incluso
en la enseñanza católico romana, porque enseña que se debe ofrecer oraciones y
sacrificios por los soldados que han muerto en el pecado moral de la idolatría
(que no se puede perdonar, según la enseñanza católico romana) con la
posibilidad de que puedan ser librados de su sufrimiento.
La
teología católica romana halla respaldo para la doctrina del purgatorio
primordialmente en el pasaje de 2 Macabeos que se cita arriba, y en la
enseñanza de la tradición de la iglesia. 10 Otros pasajes que cita Ott en
respaldo a la doctrina del purgatorio son 2ª Timoteo 1: 18; Mateo 5: 26; 1ª
Corintios 3: 15; y Mateo 12: 32.
En 2ª
Timoteo 1: 18 Pablo dice, respecto a Onesíforo: «Al contrario, cuando estuvo en
Roma me buscó sin descanso hasta encontrarme. Que el Señor le conceda hallar
misericordia divina en aquel día. Tú conoces muy bien los muchos servicios que
me prestó en Éfeso» (2 Ti 1:17-18). La afirmación de los que hallan aquí
respaldo para la doctrina del purgatorio es que «Onesíforo evidentemente ya no
estaba vivo para el tiempo de la segunda epístola a Timoteo».
Esto
parece basarse en el hecho de que Pablo se refiere no al mismo Onesíforo sino
«a la familia de Onesíforo» (2 Ti 1:16); sin embargo, esa frase no demuestra
que Onesíforo haya muerto, sino sólo que Pablo le deseaba bendiciones no sólo
para él sino a toda su familia.
Esto
no sería raro puesto que Onesíforo había servido en Éfeso en donde Pablo había
trabajado por tres años (2ª Ti 1: 18; 4: 19). Edificar respaldo para el
purgatorio en la idea de que Onesíforo ya había muerto es simplemente edificar
en una presuposición que no se puede respaldar con evidencia clara. (No es raro
que Pablo exprese un deseo de que algunos creyentes sean bendecidos en el día
del juicio; ver 1ª Ts 5: 23).
En
Mateo 12: 32 Jesús dice: «El que hable contra el Espíritu Santo no tendrá
perdón ni en este mundo ni en el venidero». Ott dice que esta oración «deja
abierta la posibilidad de que los pecados son perdonados no sólo en este mundo
sino también en el mundo venidero».l2 Sin embargo, esto es solo un error de
razonamiento: decir que algo no sucederá en la era venidera ¡no implica que
pueda suceder en la era venidera!
Lo que
se necesita para demostrar la doctrina del purgatorio no es una afirmación
negativa como esta sino una afirmación positiva que diga que la gente sufre con
el propósito de continuar la purificación después de que mueren.
Pero
las Escrituras en ninguna parte dicen esto.
En 1ª
Corintios 3: 15 Pablo dice que en el día del juicio la obra que cada uno haya
hecho será juzgada y probada por fuego, y luego dice: «pero si su obra es
consumida por las llamas, él sufrirá pérdida. Será salvo, pero como quien pasa
por el fuego».
Pero
esto no habla de que la persona será consumida o sufrirá castigo, sino
simplemente que sus obras son probadas por fuego; lo que es bueno será como
oro, plata y piedras preciosas que duran para siempre (v. 12).
NOTA: Este es un error similar al que cometen los
que aducen que, puesto que Jesús dice que no borrará del libro de la vida el
nombre de alguien (Ap 3: 5), implica que puede borrar del libro de la vida los
nombres de otros (ver capitulo 40).
Todavía
más, el mismo Ott admite que esto es algo que no ocurre durante esta edad sino
durante el día del (juicio general», y esto indica más que difícilmente se
puede usar como argumento convincente para el purgatorio. Finalmente, en Mateo
5: 26, después de advertir a sus oyentes que hagan amigos rápidamente con sus
acusadores mientras están yendo al tribunal, para que el acusador no los
entregue al juez, y el juez al guardia, y sean echados en la cárcel, Jesús
entonces les dice: «no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo».
Ott
entiende esto como una parábola que enseña «una condición limitada de tiempo de
castigo en el otro mundo»." Pero con certeza no hay indicación en el
contexto de que esto sea una parábola; Jesús está dando una enseñanza práctica
en cuanto a la reconciliación de los conflictos humanos y el evitar situaciones
que naturalmente lleven a la cólera y lesión personal (ver Mt 5: 21-26).
Otros
pasajes de la Biblia que a veces se han mencionado en respaldo para la doctrina
del purgatoriol6 simplemente no hablan directamente de la idea para nada, y se
pueden entender fácilmente en términos de castigo y liberación de la angustia
en esta vida, o de una vida de eterna bendición con Dios en el cielo en la vida
venidera.
Un
problema incluso más serio con esta doctrina es que enseña que debemos añadir
algo a la obra redentora de Cristo, y que su obra redentora por nosotros no fue
suficiente para pagar la pena por todos nuestros pecados. Pero esto es por
cierto contrario a la enseñanza de las Escrituras."
Todavía
más, en un sentido pastoral, la doctrina del purgatorio les roba a los
creyentes el gran consuelo que debería ser suyo al saber que los que han muerto
han ido de inmediato a la presencia del Señor, y saber que también ellos,
cuando mueran, «partir [án] y estar [án] con Cristo, que es muchísimo mejor»
(Flp 1: 23).
B. LA BIBLIA NO ENSEÑA LA
DOCTRINA DEL (SUEÑO DEL ALMA).
El
hecho de que las almas de los creyentes van de inmediato a la presencia de Dios
también quiere decir que la doctrina del sueño del alma es incorrecta. Esta
doctrina enseña que cuando los creyentes mueren van a un estado de existencia
inconsciente, y que lo próximo de lo que estarán conscientes será cuando Cristo
vuelva y los resucite a la vida eterna.
Esta
doctrina ha sido enseñada ocasionalmente por diferentes individuos en la
historia de la iglesia, incluyendo algunos anabaptistas en la Reforma, y
algunos de los Irvingitas en Inglaterra en el siglo diecinueve. De hecho, uno
de los primeros escritos de Calvino fue un tratado contra esta doctrina,
doctrina que nunca ha hallado amplia aceptación en la iglesia.
El
respaldo para esta doctrina del sueño del alma generalmente se lo ha hallado en
el hecho de que la Biblia varias veces habla del estado de la muerte como «sueño»
o «dormir» (Mt 9: 24; 27: 52; Jn 11:11; Hch 7: 60; 13: 36; 1ª Co 15: 6, 18, 20,
51; 1ª Ts 4: 13; 5:10). Todavía más, ciertos pasajes parecen enseñar que los
muertos no tienen una existencia consciente (ver Sal 6:5; 115:17 [pero ver v.
18; Ec 9: 10; Is 38: 19).
Pero
cuando las Escrituras representan a la muerte como «sueño» simplemente es una
expresión metafórica usada para indicar que la muerte es sólo temporal para los
creyentes, tal como el sueño es temporal. Esto se ve claramente, por ejemplo,
cuando Jesús les dice a sus discípulos en cuanto a la muerte de Lázaro. Dice:
«-Nuestro amigo Lázaro duerme, pero vaya despertarlo» Gn 11: 11).
Debemos
notar que Jesús aquí no dice: «El alma de Lázaro está durmiendo», ni, de hecho,
tampoco ningún pasaje de la Biblia dice que el alma de una persona está
durmiendo o inconsciente (afirmación que sería necesaria para demostrar la
doctrina del sueño del alma). Más bien Jesús simplemente dice que Lázaro está
dormido.
Luego
Juan explica: Jesús les hablaba de la muerte de Lázaro, pero sus discípulos
pensaron que se refería al sueño natural. Por eso les dijo claramente:
"Lázaro ha muerto"» Gn 11: 12-13). Los demás pasajes que hablan de
personas durmiendo cuando han muerto de igual manera se pueden interpretar como
simplemente una expresión metafórica para enseñar que la muerte es temporal.
En
cuanto a los pasajes que indican que la muerte no alaba Dios, o que hay una
cesación de actividad consciente cuando la gente muere, todos éstos se deben
entender desde la perspectiva de la vida en este mundo. Desde nuestra
perspectiva parece que una vez que las personas mueren no participan más en
estas actividades.
Pero
el Salmo 115 presenta a la perspectiva bíblica completa de este punto de vista.
Dice: «Los muertos no alaban al Señor, ninguno de los que bajan al silencio ».
Pero entonces continúa en el mismo versículo que sigue con un contraste
indicando que los que creen en Dios bendecirán al Señor para siempre: «Somos
nosotros los que alabamos al Señor desde ahora y para siempre. ¡Aleluya!
¡Alabado sea el Señor!» (Sal 115: 17-18).
Finalmente,
los pasajes citados arriba que demuestran que las almas de los creyentes van de
inmediato a la presencia de Dios y disfrutan de comunión con él allí (2ª Co 5:
8; Flp 1:2 3; Lc 23: 43; y Heb 12: 23) todos indican que para el creyente hay
existencia consciente y comunión con Dios de inmediato después de la muerte.
Jesús no dijo: «Hoy ya no estarás consciente de nada de lo que está
sucediendo», sino: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23: 43).
Por
cierto el concepto del paraíso entendido en ese tiempo no era de existencia
inconsciente sino de gran bendición y gozo en la presencia de Dios. 18 Pablo no
dijo: «Mi deseo es partir y estar inconsciente por un largo período de tiempo»,
sino más bien: «Mi deseo es partir y estar con Cristo» (Flp 1: 23); y por
cierto sabía que Cristo no era un Salvador inconsciente y dormido, sino que
estaba activamente vivo y reinando en el cielo. Estar con Cristo era disfrutar
de las bendiciones de comunión en su presencia, y por eso partir y estar con él
era «mucho mejor» (Flp 1: 23). Por eso dice: «Preferiríamos ausentamos de este
cuerpo y vivir junto al Señor» (2ª Co 5: 8).
El
hecho de que Hebreos 12: 1 dice que «estamos rodeados de una multitud tan
grande de testigos», justo después de un capítulo entero dedicado a la
consideración de la fe de los santos del Antiguo Testamento que habían muerto
(Heb 11), Y el hecho de que el autor nos anima a correr la carrera de la vida
con perseverancia porque estamos rodeados por esta gran nube de testigos, ambas
cosas sugieren que los que han muerto y han ido por delante tienen alguna
conciencia de lo que está sucediendo en la tierra.
NOTA: ver los otros usos de la palabra paraíso en
2ª co 12: 3 y Ap 2: 7, en donde la palabra claramente se refiere al mismo cielo
en donde está dios. y vive y reina; ver también la consideración de esta
palabra en el capítulo 27
La
Biblia dice muy poco en cuanto a esto, probablemente porque no quiere que
hablemos de los que han muerto o que les oremos, o que hagamos contacto con
ellos de alguna manera (nótese el gran pecado de Saúl en esto en 1 S 28:7-25).
Sin embargo, Hebreos 12:1-2 sí nos da este ligero indicio, probablemente como
un estímulo para que continuemos siendo fieles a Dios como lo fueron los que
han muerto e ido al cielo antes de nosotros.
De
modo similar, al fin de Hebreos 12 el autor nos dice que cuando adoramos
entramos a la presencia de Dios en el cielo, y que no hemos venido a «1os
espíritus de los muertos que están durmiendo en un estado inconsciente», sino
«a millares y millares de ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia de los
primogénitos inscritos en el cielo.
Se han
acercado a Dios, el juez de todos; a los espíritus de los justos que han
llegado a la perfección; a Jesús, el mediador de un nuevo pacto» (Heb 12:
22-24). Apocalipsis 6:9-11 y 7:9-10 también claramente muestran que las almas o
espíritus de los que han muerto y han ido al cielo están morando y alabando,
porque claman en alta voz: «¿Hasta cuándo, Soberano Señor, santo y veraz,
seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?»
(Ap 6: 10).
Y se
les ve «de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y
con ramas de palma en la mano. Gritaban a gran voz: «¡La salvación viene de
nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» (Ap 7: 9-10). Todos
estos pasajes niegan la doctrina del sueño del alma, porque indican claramente
que las almas de los creyentes experimentan comunión consciente con Dios en el
cielo de inmediato después de la muerte.
NOTA: La frase (la comunión de los santos) en el
Credo de los Apóstoles se refiere al hecho de que tenemos en cierto sentido una
comunión o compañerismo con los que han muerto e ido por delante al cielo. Idea
que se afirma en He 12: 23. Esto no implica que podemos estar conscientes de
ellos, sino simplemente que cuando adoramos nos unimos en la adoración que ya
tiene lugar en el cielo (ver capítulo 51, sobre el hecho de que nuestra
adoración también es adoración en el cielo).
20Hablando estrictamente, los teólogos católicos
romanos han sostenido que hay dos limbos: un lugar a donde van los infantes no
bautizados cuando mueren llamado limbus infantum, y un lugar a donde fueron los
creyentes del Antiguo Testamento cuando murieron, llamado limbus patrum. La
palabra latina limbo quiere decir «borde»; se pensaban que eran lugares en los
bordes del infierno en donde la gente estaba excluida de la presencia de Dios
pero tampoco experimentaba sufrimiento consciente. No hay ningún respaldo
explícito en la Biblia para ninguna de esas doctrinas.
C. ¿ENTRARON DE INMEDIATO EN
LA PRESENCIA DE DIOS LOS CREYENTES DEL ANTIGUO TESTAMENTO?
Algunos
han dicho que, aunque las almas de los creyentes desde la resurrección de
Cristo van inmediatamente a la presencia de Dios en el cielo, las almas de los
creyentes que murieron antes de la resurrección de Cristo no disfrutan de las
bendiciones del cielo sino que fueron a un lugar de espera hasta que la obra
redentora de Cristo quede completa.
A
veces a esto se le llama el limbus patrum o simplemente limbo. Esta noción ha
sido especialmente común en la teología católico romana, pero también la han
sostenido algunos luteranos. Algo del respaldo para esta doctrina viene de una
noción particular de la idea del descenso de Cristo al infierno, que ya
consideramos en un capítulo anterior.
No hay
muchos pasajes bíblicos que hablen del estado de los creyentes del Antigua
Testamento después de que murieron, pero los que dan alguna indicación de su
estado todos apuntan en dirección al gozo consciente de inmediato en la
presencia de Dios, y no de un tiempo de espera lejos de la presencia de Dios.
Enoc «como anduvo fielmente con Dios, un día desapareció porque Dios se lo
llevó» (Gn 5: 24; d. Heb 11: 5).
Elías
no fue llevado a algún lugar al borde del infierno, sino que «subió al cielo en
medio de un torbellino» (2ª R 2: 11; Mt 17: 3, en donde aparecen Moisés y Elías
hablando con Jesús). Y David tiene la confianza de que él «en la casa del Señor
habitaré para siempre» (Sal 23: 6; d. 16: 10-11; 17: 15; 115: 18).
Todavía
más, cuando Jesús les responde a los saduceos les recuerda que Dios dijo:
«"Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob"», y luego dijo: «Él
no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mt 22:32), implicando de este modo que
Abraham, Isaac y Jacob estaban vivos incluso en ese mismo momento, y que Dios
era su Dios.
Es
más, en el relato del rico y Lázaro, Jesús no dice que Lázaro está
inconsciente, sino que presenta a Abraham como diciendo de Lázaro: «ahora a él
le toca recibir consuelo aquí» (Lc 16: 25). Al mismo Abraham se le muestra cómo
morando conscientemente en un lugar que es muy deseable, al que el rico deseaba
ir, y ciertamente no en un lugar en la periferia del infierno. Es importante
notar que puesto que esto es antes de la resurrección de Cristo, Lázaro estaba
en la misma situación como los santos del Antiguo Testamento.
Por
consiguiente, parece probable que los creyentes del Antiguo Testamento también
entraron inmediatamente en el cielo y disfrutaron a su muerte de la comunión
con Dios. Sin embargo, también puede ser cierto que bendiciones ricas
adicionales y mucho más grande regocijo les vino cuando Cristo volvió al cielo
en su ascensión. Pero eso no quiere decir que apenas en ese momento fueron transportados
al cielo, o que esa fue la primera vez que disfrutaron de las bendiciones de la
presencia de Dios.
D. ¿DEBEMOS ORAR POR LOS
MUERTOS?
Finalmente,
el hecho de que las almas de los creyentes van de inmediato a la presencia de
Dios quiere decir que no debemos orar por los muertos. Aunque esta idea se
enseña en 2ª Macabeos 12: 42-45 (ver arriba), no se enseña en ninguna parte de
la Biblia misma. Es más, no hay indicación de que esta fuera la práctica de
algún creyente en tiempos del Nuevo Testamento, ni debe haberlo sido.
Una
vez que los creyentes mueren entran a la presencia de Dios y están en un estado
de perfecta felicidad con él. ¿Cuál sería el propósito de seguir orando por
ellos? La recompensa final del cielo se basará en las obras hechas en esta
vida, como las Escrituras repetidamente lo testifican (1ª Ca 3: 12-15; 2ª Co 5:
10).
Además,
las almas de los no creyentes que mueren van a un lugar de castigo y separación
eterna de la presencia de Dios. De nada sirve orar por ellos tampoco, puesto
que su destino final ha quedado determinado por su pecado y su rebelión contra
Dios en esta vida. Orar por los muertos, por consiguiente, es simplemente orar
por algo que Dios nos ha dicho que ya ha quedado decidido.
Todavía
más, enseñar que debemos orar por los muertos, o que debemos animar a otros a
que lo hagan, animaría una falsa esperanza de que los destinos de las personas
pueden ser cambiados después de que mueren, algo que la Biblia en ninguna parte
nos anima a pensar. Puede llevar a las personas a mucha ansiedad inútil y mucho
tiempo esencialmente desperdiciado en oración que absolutamente no tiene ningún
resultado, y que por consiguiente distrae la atención de las oraciones que se
pueden elevar por sucesos de esta vida y que pudieran tener gran efecto para
promover la obra del reino de Dios. Debemos invertir el tiempo para orar
conforme a la voluntad de Dios.
2. LAS ALMAS DE LOS NO CREYENTES VAN DE INMEDIATO AL CASTIGO ETERNO.
La
Biblia nunca nos da lugar para pensar que las personas tendrán una segunda
oportunidad para confiar en Cristo después de la muerte. Es más, la situación
es muy al contrario.
El
relato de Jesús en cuanto al rico y Lázaro no da esperanza de que las personas
puedan cruzar del infierno al cielo después de que han muerto; aunque el rico
en el infierno clamó: «"Padre Abraham, ten compasión de mí y manda a
Lázaro que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, porque
estoy sufriendo mucho en este fuego." Pero Abraham le contestó:
"Hijo, recuerda que durante tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro
le fue muy mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí, y a ti, sufrir
terriblemente.
Además
de eso, hay un gran abismo entre nosotros y ustedes, de modo que los que
quieren pasar de aquí para allá no
pueden, ni tampoco pueden los de allá para acá"» (Lc 16: 24-26).
El
libro de Hebreos conecta la muerte con la consecuencia del juicio en secuencia
estrecha: «así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez,
y después venga el juicio» (Heb 9:27). Todavía más, la Biblia nunca representa
el juicio final como dependiendo de algo que se hace después de que muramos,
sino solamente de lo que ha sucedido en esta vida (Mt 25: 31-46; Ro 2: 5-10;2ª
Co 5: 10).
Algunos
han aducido una oportunidad para creer en el evangelio en base a la predicación
de Cristo a los espíritus encarcelados según 1ª Pedro 3: 18-20 y la predicación
del evangelio «aun a los muertos» en 1Pedro 4:6, pero esas son interpretaciones
inadecuadas de los versículos en cuestión, y, en una inspección más cuidadosa,
no respaldan tal noción.
Debemos
también darnos cuenta de que la idea de que habrá una segunda oportunidad de
recibir a Cristo después de la muerte se basa en la presuposición de que toda
persona merece una oportunidad para recibir a Cristo y que el castigo eterno
sólo viene a los que conscientemente deciden rechazarlo.
Pero
ciertamente esa idea no cuenta con respaldo de la Biblia; todos somos pecadores
por naturaleza y decisión, y nadie en realidad merece nada de la gracia de Dios
ni merece alguna oportunidad de oír el evangelio de Cristo; esto viene sólo
debido al favor inmerecido de Dios. La condenación viene no sólo debido a un
rechazo voluntario de Cristo, sino también debido a los pecados que hemos
cometido y la rebelión contra Dios que esos pecados representan (ver Jn 3: 18).
NOTA: Más indicación de que no es correcto orar por
los muertos se ve en el hecho de que David oraba intensamente por su hijo
pequeño antes de que el hijo muera, pero después de que murió, David se levantó
de la oración, y se bañó, se cambió de ropa, y « fue a la casa del Señor para
adorar y comió» (2ª S 12: 20; v. 23).
David se dio cuenta de que una vez que el niño hubo muerto su tarea de orar por
él se había terminado.
Cuando hablo de «orar por los muertos» en esta
sección, quiero decir orar que Dios cambie su estado o destino. Por supuesto
que no hay nada de malo con agradecer a Dios por las vidas de las personas
después de que han muerto.
La
idea de las personas tienen una segunda oportunidad de recibir a Cristo después
de la muerte también destruiría la mayoría de la motivación para la
evangelización y la actividad misionera hoy, y no es consistente con el intenso
celo misionero que sintió la iglesia del Nuevo Testamento como un todo, y que
fue especialmente ejemplificada en los viajes misioneros del apóstol Pablo.
El
hecho de que hay castigo consciente para los no creyentes después de que
mueren, y que este castigo dura para siempre, ciertamente es para nosotros una
doctrina dificil de contemplar. Pero los pasajes que la enseñan parecen ser tan
claros que parece que debemos afirmarla si afirmamos lo que la Biblia enseña.
Jesús dice que en el día del juicio final les dirá a los que están a su mano
izquierda: «Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo
y sus ángeles», y dice que «Aquéllos irán al castigo eterno, y los justos a la
vida eterna» (Mt 25: 41,46).
Estos
pasajes muestran que no podemos aceptar como fiel a la Biblia la final del
aniquilacionismo. Esta es una doctrina que dice que los no creyentes, bien sea
inmediatamente a la muerte, o si no después de sufrir por un período de tiempo,
simplemente dejarán de existir; Dios los «aniquilará» y ya no existirán más.
Aunque
la idea inicialmente nos suena atractiva, y evade la dificultad emocional
conectada con afirmar el castigo eterno consciente de los malos, tal idea no
encuentra afirmación explícita en ningún pasaje de la Biblia, y parece que la
contradicen muy claramente los pasajes que conectan la bendición eterna de los
justos con el castigo eterno de los malos (Mt 25: 46) y que hablan del castigo
de los malos extendiéndose día y noche para siempre (Ap 14: 11; 20:10).
Aunque
los no creyentes pasan a un estado de castigo eterno de inmediato a la muerte,
sus cuerpos no serán resucitados sino hasta el día del juicio final. En ese día
sus cuerpos serán resucitados y reunidos con sus almas, y ellos comparecerán
ante el trono de Dios para que se pronuncie el juicio final sobre ellos en el
cuerpo (ver Mt 25: 31-46; Jn 5: 28-29; Hch 24: 15; y Ap 20: 12,15).
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN
PERSONAL
1. ¿Ha pensado usted mucho en la posibilidad de su propia muerte? ¿Ha
habido un elemento de temor conectado con esos pensamientos? ¿Qué, si acaso
algo, teme en cuanto a la muerte? ¿Piensa usted que estos temores han surgido
de la influencia del mundo que le rodea o de la Biblia? ¿Cómo le animarían las
enseñanzas de la Biblia a hacerle frente a esos temores?
2. ¿Ha cambiado de alguna manera este capítulo sus sentimientos en cuanto
a su propia muerte? ¿Puede usted sinceramente contemplarla ahora como algo que
le llevará más cerca de Cristo y que aumentará su propia confianza en Dios y su
fidelidad a él? ¿Cómo expresaría sus esperanzas respecto a su propia muerte?
3. ¿Piensa usted que tendría el valor para negarse a pecar aunque eso
significara ser arrojado a los leones en un coliseo romano, o quemado en la
estaca durante la Reforma, o echado en la cárcel por años en algún país
extranjero hoy? ¿Piensa usted que los mártires cristianos en toda la historia
habían pensado que tendrían suficiente valor cuando se vieran frente a la
prueba? ¿Qué les sucedió que les equipó para este sufrimiento (lea 1ª Co 10:
13)? Si puede obtener una copia, tal vez quiera leer el relato del martirio de
Policarpo, que es un penetrante testimonio de fe en Dios y de la fidelidad de
Dios en el siglo II d.C.'8 ¿Ha resuelto usted en su propio corazón que la
obediencia a Cristo es más importante que preservar su propia vida? ¿Qué le
haría vacilar para creer esto o actuar según esta convicción?
4. Si ha sufrido la muerte de un creyente que era muy cercano a usted,
¿piensa usted que su reacción a esa muerte fue de tristeza mezclada con gozo?
¿Cómo ha influido este capítulo en la manera en que se siente en cuanto a esa
situación, si acaso algo?
5. ¿Creía usted previamente en la doctrina del purgatorio? Si ya no cree
en ella, ¿puede describir la manera en que la doctrina le hacía sentir, y lo
que siente emocionalmente ahora en cuanto al hecho de esa doctrina no es verdad
y que no hay un lugar llamado purgatorio?
6. Si la muerte mismo se ve como parte del proceso de santificación,
entonces ¿cómo debemos ver el proceso de envejecer y debilitación en este
mundo? ¿Es ésta la manera en que el mundo ve el envejecimiento? ¿Qué piensa
usted?
TÉRMINOS ESPECIALES
Aniquilacionismo,
comunión de los santos, limbo, limbus patrum, muerte, purgatorio sueño del alma
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Filipenses 1: 20-24: Mi Ardiente Anhelo Y Esperanza Es Que En Nada Seré
Avergonzado, Sino Que Con Toda Libertad, Ya Sea Que Yo Viva O Muera, Ahora Como
Siempre, Cristo Será Exaltado En Mi Cuerpo. Porque Para Mí El Vivir Es Cristo Y
El Morir Es Ganancia. Ahora Bien, Si Seguir Viviendo En Este Mundo Representa
Para Mí Un Trabajo Fructífero, ¿Qué Escogeré? ¡No Lo Sé! Me Siento Presionado
Por Dos Posibilidades: Deseo Partir Y Estar Con Cristo, Que Es Muchísimo Mejor,
Pero Por El Bien De Ustedes Es Preferible Que Yo Permanezca En Este Mundo.
CAPÍTULO 12
GLORIFICACIÓN (RECEPCIÓN DE UN CUERPO
DE RESURRECCIÓN)
¿CUÁNDO RECIBIREMOS
CUERPOS DE RESURRECCIÓN? ¿CÓMO SERÁN?
EXPLICACIÓN Y BASE
BÍBLICA
Cuando
Cristo nos redimió, no redimió simplemente nuestros espíritus (o almas); nos
redimió como personas completas, y esto incluye la redención de nuestros
cuerpos. Por consiguiente, la aplicación de la obra redentora de Cristo a
nosotros no estará completa sino cuando nuestros cuerpos estén libres por
completo de los efectos de la caída y llevados a ese estado de perfección para
el cual Dios los creó.
De
hecho, la redención de nuestros cuerpos ocurrirá sólo cuando Cristo vuelva y
resucite nuestros cuerpos de los muertos. Pero al presente, Pablo dice que
esperamos (la redención de nuestro cuerpo), y luego añade, «Porque en esa
esperanza fuimos salvados» (Ro 8: 23-24). La etapa de la aplicación de la
redención cuando recibimos los cuerpos de resurrección se llama glorificación.
Refiriéndose a ese día futuro Pablo dice que «tendremos parte con él en su
gloria» (Ro 8: 17).
Todavía
más, cuando Pablo traza los pasos en la aplicación de la redención, el último
que menciona es la glorificación: «A los que predestinó, también los llamó; a
los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los
glorificó» (Ro 8:30).
El día
en que seamos glorificados será un día de gran victoria porque en ese día el
último enemigo, la muerte, será destruido, tal como la Biblia lo predice:
«Porque es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos debajo
de sus pies. El último enemigo que será destruido es la muerte» (1ª Co 15:
25-26). En un contexto de una explicación de la resurrección de nuestros
cuerpos cuando Cristo vuelva, Pablo dice: «Cuando lo corruptible se revista de
lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que
está escrito: «La muerte ha sido devorada por la victoria.
¿Dónde
está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1ª Co 15:
54-55). Cuando nuestros cuerpos sean resucitados de los muertos
experimentaremos victoria completa sobre la muerte que vino como resultado de
la caída de Adán y Eva. Entonces nuestra redención será completa.
Podemos
entonces definir la glorificación como sigue: La glorificación es el paso final
en la aplicación de la redención. Tendrá lugar cuando Cristo vuelva y resucite
los cuerpos de todos los creyentes de todos los tiempos que han muerto, y los
vuelva a unir con sus almas, y cambie los cuerpos de todos los creyentes que
están vivos, por ello dándoles a todos los creyentes al mismo tiempo cuerpos
perfectos de resurrección como el suyo propio.
A. EVIDENCIA DEL NUEVO TESTAMENTO PARA LA GLORIFICACIÓN
El
pasaje primario del Nuevo Testamento sobre la glorificación o resurrección del
cuerpo es 1ª Corintios 15: 12-58. Pablo dice: «También en Cristo todos volverán
a vivir, pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; después,
cuando él venga, los que le pertenecen» (vv. 22-23). Pablo considera la
naturaleza del cuerpo de resurrección con algún detalle en los versículos
35-50, que examinaremos en la sección C más abajo.
Luego
concluye el pasaje diciendo que no todos los creyentes morirán, sino que cuando
Cristo vuelva sus cuerpos serán cambiados instantáneamente en nuevos cuerpos de
resurrección que nunca envejecerán, ni se debilitarán, ni pueden morir:
Fíjense Bien En El Misterio Que Les Vaya Revelar: No Todos Moriremos,
Pero Todos Seremos Transformados, En Un Instante, En Un Abrir Y Cerrar De Ojos,
Al Toque Final De La Trompeta. Pues Sonará La Trompeta Y Los Muertos
Resucitarán Con Un Cuerpo Incorruptible, Y Nosotros Seremos Transformados (1ª
Co 15: 51-52).
Pablo
explica más en 1 Tesalonicenses que las almas de los que han muerto e ido a
estar con Cristo volverán y serán reunidas con sus cuerpos en ese día, porque
Cristo las traerá consigo: «¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así
también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él» (1ª Ts
4: 4). Pero aquí Pablo afirma no sólo que Dios traerá con Cristo a los que han
muerto; también afirma que «los muertos en Cristo resucitarán primero» (1ª Ts
4:16).
Así
que estos creyentes que han muerto con Cristo también son resucitados para
encontrarse con Cristo (Pablo dice en el v. 17: «seremos arrebatados junto con
ellos en las nubes para encontramos con el Señor en el aire»). Esto sólo tiene
sentido si son las almas de los creyentes que han ido a estar en la presencia
de Cristo que vuelven con él, y son sus cuerpos los que son resucitados de los
muertos para unirse con sus almas, y entonces ascienden para estar con Cristo.
Además
de estos pasajes en 1ª Corintios 15 Y1 Tesalonicenses 4, varios otros pasajes
del Nuevo Testamento afirman la realidad de la doctrina de la glorificación.
Jesús
dice: «viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz,
y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero
los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados» Gn 5: 28-29).
Jesús también dice: «y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda
nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final.
Porque
la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él,
tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final» Gn 6: 39-40; vv. 44,
54).
NOTA: Murray J. Harris argumenta por la posibilidad
de una noción alterna, basada en su comprensión de 2ª Co 5: 1-10: de que los
creyentes reciben su cuerpo de resurrección de inmediato al morir. Ver Harris, From Grave to Glory: Resurrection in the New Testament, pp.
207-10. Pero esa noción es excepcionalmente dificil de reconciliar con1A 1A
Co 15 y 1a Ts 4: ver la consideración en D. A. Carson, «Unity and
Diversity in the New Testament: The Possibility of Systematic Theology», en
Scripture and Truth, pp. 85-86.
Algunos creyentes evangélicos sostienen que los
creyentes y los no creyentes serán resucitados al mismo tiempo (esta es la
posición que toman los amilenialistas). Otros (especialmente los
premilenialistas) sostienen que la resurrección de los creyentes ocurre antes
del milenio y la resurrección de los no creyentes para el juicio ocurre mil años
después, después del milenio.
Pablo
dice: «el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a
sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes» (Ro 8:11;
2ª Co 5: 1-7). Él se da cuenta de que los creyentes deben vivir con anhelante
expectación del retomo de Cristo y del cambio en nuestros cuerpos para ser como
el propio cuerpo perfecto de Jesús. Dice: «En cambio, nosotros somos ciudadanos
del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. Él
transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso,
mediante el poder con que somete a sí mismo todas las cosas» (Flp 3: 20-21).
B. RESPALDO DEL ANTIGUO TESTAMENTO PARA LA GLORIFICACIÓN
A
veces algunos han aducido que el Antiguo 'Testamento tiene escasa evidencia, si
acaso alguna, de esperanza en una resurrección futura del cuerpo, pero en
realidad hay más evidencia en el Antiguo Testamento para esto que lo que
incluso podamos damos cuenta.
Primero,
incluso antes de que Jesús resucite de los muertos, el Nuevo Testamento indica
que muchos judíos que vivían en el tiempo de Cristo tenían alguna esperanza de
una resurrección corporal futura. Cuando Jesús vino a la casa de Lázaro después
de que éste hubo muerto y le dice a Marta: «Tu hermano resucitará», Marta
responde: «Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final» Jn 11:
23-24).
Todavía
más, cuando Pablo estaba sometido a juicio, le dice a Félix que tenía «en Dios
la misma esperanza que estos hombres [los judíos que lo acusaban] profesan, de
que habrá una resurrección de los justos y de los injustos» (Hch 24: 15).
En
cuanto a las creencias de los que vivieron en el tiempo del Antiguo Testamento
Hebreos 11 nos dice que Abraham (esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la
cual Dios es arquitecto y constructor) (Heb 11: 10). También leemos que muchos
de los santos del Antiguo Testamento «Todos ellos murieron sin haber recibido
las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que
eran extranjeros y peregrinos en la tierra.
[Antes
bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no
se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad» (Heb 11: 13-16).
El autor incluso dice que «Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para
resucitar a los muertos» (Heb 11:19).
Cuando
examinamos las enseñanzas reales del Antiguo Testamento mismo, hay indicaciones
de que los autores del Antiguo Testamento tenían una fuerte expectación de la
resurrección que vendría en el futuro. Job dice: «Yo sé que mi redentor vive, y
que al final triunfará sobre la Muerte.
Y
cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos.
Yo mismo espero verlo; espero ser yo quien lo vea, y no otro» Job 19: 25-26) .
NOTA: Varias palabras en este pasaje son difíciles
de interpretar, y hay debate académico en cuanto a sí Job está esperando ver a
Dios en esta vida (como lo hace en Job 42: 5) o después de su muerte (nótese
que Job espera que su Redentor se levantará sobre el polvo «al final», y espera
ver a Dios «en mi carne» (RVR) pero esto será «cuando mi piel haya sido
destruida»).
Para un resumen de las cuestiones exegéticas así
una defensa persuasiva de la noción de que Job espera una resurrección física
después de que muera, ver Francis L. Andersen, Job, TOTC (Inter-Varsity Press,
Leicester, 1976), pp. 193-94.
La noción de que este pasaje mira hacia adelante
para ver a Dios en esta vida se basa principalmente en las convicciones de
algunos estudiosos de que la idea de una resurrección corporal futura no se
hallaba en el judaísmo sino mucho después de que Job fue escrito (pero ver Heb
11: 10, 19, que comenta sobre la fe de Abraham en la resurrección).
Leemos
en los Salmos: «Pero Dios me rescatará de las garras del sepulcro y con él me
llevará» (Sal 49:15; 73: 24-25). Leemos en Proverbios: «No dejes de disciplinar
al joven. Dale unos buenos azotes, y así lo librarás del sepulcro» (Pr 23:
13-14). (Isaías dice) (Pero tus muertos vivirán, sus cadáveres volverán a la
vida» (Is 26:19).
Daniel
tiene una profecía muy explícita de que ((del polvo de la tierra se levantarán
las multitudes de los que duermen, algunos de ellos para vivir por siempre,
pero otros para quedar en la vergüenza yen la confusión perpetuas» (Dn 12: 2).
(También la visión de Ezequiel de los huesos secos en Ez 37: 1-14).
Aunque
los creyentes del Antiguo Testamento por cierto no tuvieron tanto detalle en
cuanto a la naturaleza de la resurrección, o la manera en que tendría lugar
mediante la resurrección del Mesías, y aunque no tenían una base tan clara para
la confianza en la resurrección como nosotros tenemos en los acontecimientos
reales de la resurrección corporal de Cristo, con todo había ciertamente, como
hemos visto, una expectación de un futuro día de resurrección corporal.
Los
que por años habían meditado y creído en estas afirmaciones de la Biblia (tales
como Marta en Jn 11: 24) estaban preparados para recibir anhelantemente la
enseñanza completa del Nuevo Testamento sobre la resurrección, porque
simplemente proveía más detalle y más seguridad de lo que ya habían creído.
C. ¿CÓMO SERÁN NUESTROS CUERPOS DE RESURRECCIÓN?
Si
Cristo va a resucitar de los muertos nuestros cuerpos cuando él vuelva, y si
nuestros cuerpos serán como su cuerpo de resurrección (1ª Co 15: 20, 23, 49;
Flp 3: 21), entonces, ¿cómo será nuestro cuerpo cuando resucitemos?
Usando
el ejemplo de sembrar una semilla en la tierra y después verla crecer en algo
mucho más maravilloso, Pablo explica con más detalle cómo serán nuestros
cuerpos de resurrección:
Lo Que Se Siembra En Corrupción, Resucita En Incorrupción; Lo Que Se
Siembra En Oprobio, Resucita En Gloria; Lo Que Se Siembra En Debilidad,
Resucita En Poder; Se Siembra Un Cuerpo Natural, Resucita Un Cuerpo Espiritual,
Y Así Como Hemos Llevado La Imagen De Aquel Hombre Terrenal, Llevaremos También
La Imagen Del Celestial (1ª Co 15: 42-44, 49).
El
hecho de que nuestros nuevos cuerpos serán (Incorruptibles) quiere decir que no
se gastarán, ni envejecerán, ni estarán sujetos a ningún tipo de enfermedad o
dolencia. Serán completamente saludables y fuertes para siempre. Es más, puesto
que el proceso gradual de envejecimiento es parte del proceso por el cual
nuestros cuerpos ahora están sujetos a (corrupción), es apropiado pensar que
nuestros cuerpos de resurrección no tendrán ninguna señal de envejecimiento,
pero tendrán todas las características de un ser humano joven pero maduro para
siempre.
NO HABRÁ EVIDENCIA DE
ENFERMEDAD O LESIONES, PORQUE TODOS SEREMOS HECHOS PERFECTOS.
Nuestros
cuerpos de resurrección mostrarán el cumplimiento de la perfecta sabiduría de
Dios al crearnos como seres humanos que son el pináculo de su creación y
portadores apropiados de su imagen y semejanza. En estos cuerpos de
resurrección claramente veremos la humanidad como Dios propuso que fuera.
Pablo
también dice que nuestros cuerpos serán resucitados «en gloria». Cuando a este
término se lo contrasta con «oprobio», como se hace aquí, hay una sugerencia de
la belleza o atractivo de la apariencia que nuestros cuerpos tendrán. Ya no
serán «oprobiosos» o sin atractivo, sino que se verán «gloriosos» en su
belleza.
Es
más, debido a que la palabra «gloria» se usa tan frecuentemente en la Biblia
para referirse al brillo y resplandor brillante que rodea la presencia de Dios
mismo, este término sugiere que habrá también una especie de brillo o
resplandor que rodeará nuestros cuerpos y que será evidencia externa apropiada
de la posición de exaltación y gobierno sobre toda la creación que Dios nos ha
dado.
Esto
también lo sugiere Mateo 13: 43, en donde Jesús dice: «Entonces los justos
brillarán en el reino de su Padre como el sol». De modo similar, leemos en la
visión de Daniel: «Los sabios resplandecerán con el brillo de la bóveda
celeste; los que instruyen a las multitudes en el camino de la justicia
brillarán como las estrellas por toda la eternidad» (Dn 12: 3) pasaje que habla
de la resurrección final.
Ahora
bien, estas dos afirmaciones posiblemente se podían entender metafóricamente, y
en ese caso no indicarían que un resplandor o brillo real rodean nuestros
cuerpos de resurrección. Pero no hay razón en el contexto de ninguno de ellos
que nos permita pensar como siendo metafóricos, y otras evidencias abogan porque
no lo hagamos así.
Los
indicios de la edad venidera que se vieron en el resplandor de la gloria de
Dios en el rostro de Moisés (Éx 34:35), y en una manera mucho mayor, la luz que
brilló en la transfiguración de Jesús (Mt 17:2), junto con el hecho de que
llevaremos la imagen de Cristo y seremos como él (1 Co 15:49), se combinan para
sugerir que en verdad habrá un brillo o resplandor visible que nos rodeará
cuando estemos en nuestros cuerpos de resurrección.
Nuestros
cuerpos también serán resucitados «en poder» (1ª Co 15: 43). Esto está en
contraste a la «debilidad» que vemos ahora en nuestros cuerpos. Nuestros
cuerpos de resurrección no sólo estarán libres de enfermedad y envejecimiento,
sino que también les será dada plenitud de fuerza y poder; no poder infinito
como el de Dios, por supuesto, y probablemente no lo que nosotros pensaríamos
como poder «sobrehumano» en el sentido que poseen los «súper héroes» de los
cuentos infantiles modernos, por ejemplo, pero con todo poder y fuerza humana
plenos y completos, la fuerza que Dios quería que los seres humanos tuvieran en
sus cuerpos cuando los creó.
Por
consiguiente, será fuerza suficiente para hacer todo lo que deseemos hacer en
conformidad a la voluntad de Dios.
El
hecho de que las cicatrices de las huellas de los clavos de Jesús seguían en
sus manos es un caso especial para recordarnos el precio que pagó por nuestra
redención, y no se debe tomar como indicación de que algunas de nuestras
cicatrices de lesiones físicas permanecerán: ver capítulo 28.
NOTA: El cuerpo de Jesús no tuvo un brillo radiante
que lo rodeaba inmediatamente después de su resurrección, sino cuando volvió al
cielo y recibió de Dios Padre la gloria que le pertenecía por derecho, entonces
(Su rostro era como el sol cuando brilla en todo su esplendor) (Ap 1:
16).Jesús, en su transfiguración, les dio a sus discípulos solamente un breve
vislumbre de la gloria que era suya por derecho y que sería de nuevo suya en el
cielo.
Finalmente,
Pablo dice que el cuerpo será resucitado como «cuerpo espiritual» (1ª Co 15:
44). En las epístolas paulinas la palabra «espiritual» (gr. pneumatikos) rara
vez quiere decir «no fisico» sino más bien «consistente con el carácter y
actividad del Espíritu Santo (ver, por ejemplo, Ro 1: 11; 7:14; 1ª Co 2: 13,
15; 3:1; 14: 37; Gá 6: 1 [«ustedes que son espirituales»]; Ef. 5: 19).
La
traducción de la VP: «Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita
es un cuerpo espiritual», se presta a un mal entendido: y una paráfrasis más
clara sería: «Se siembra un cuerpo natural sujeto a las características y
deseos de esta edad, y gobernado por su propia voluntad pecadora, pero es
resucitado un cuerpo espiritual, completamente sujeto a la voluntad del
Espíritu Santo y que responde a la dirección del Espíritu Santo]».
Tal
cuerpo no es «no fisico», sino que es un cuerpo fisico resucitado al grado de
perfección que originalmente Dios propuso.
En
conclusión, cuando Cristo vuelva nos dará nuevos cuerpos de resurrección que
serán como su cuerpo de resurrección. «Cuando Cristo venga seremos semejantes a
él» (1ª Jn 3:2; esta afirmación es cierta no sólo en sentido ético sino también
términos de nuestros cuerpos físicos; d. 1ª Co 15: 49; también Ro 8: 29).
A pesar
de este fuerte énfasis del Nuevo Testamento en cuanto a la similitud entre
nuestros cuerpos y el cuerpo de Jesús después de la resurrección, algunos han
objetado que no tendremos cuerpos físicos porque Pablo dice: «el cuerpo mortal
no puede heredar el reino de Dios, ni lo corruptible puede heredar lo
incorruptible» (1ª Co 15: 50). Esta es la misma sección en la que él ha estado
hablando de la resurrección de los muertos. Pero es con certeza un malentendido
decir que este versículo implica que no tendremos cuerpos físicos.
Cuando
Pablo dice: «el cuerpo mortal no puede heredar el reino de Dios», lo que quiere
decir por «el cuerpo mortal» es nuestra naturaleza humana presente
particularmente nuestros cuerpos físicos, que ahora existen en semejanza a Adán
después de la caída; es decir, sujetos a debilidad, decadencia y finalmente la
muerte.
Este
es el punto que recalca en los cuatro versículos previos (1ª Co 15: 45-49), en
los cuales él ha estado contrastando a Adán y Cristo. Él explica: «Como es
aquel hombre terrenal, así son también los de la tierra» (es decir, nosotros
mismos en esta edad presente, 1ª Co 15: 48). Luego explica: «y así como hemos
llevado la imagen de aquel hombre terrenal, llevaremos también la imagen del
celestial) (1ª Co 15: 49).
Por «cuerpo
mortal» aquí Pablo quiere decir «carne y sangre en el estado presente de
existencia con un cuerpo como el de Adán después de la caída, cuerpo que está
sujeto a la decadencia y muerte». No quiere decir que existimos en un estado no
fisico, porque todo el cielo y la tierra serán hechos nuevos y renovados para
que vivamos en ellos (Ro 8: 18-25), y nosotros mismos «todos seremos
transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de
la trompeta» (1ª Co 15: 51-52).
No
dejaremos de existir en nuestros cuerpos físicos, sino que seremos
transformados y tendremos un cuerpo imperecedero, «Porque lo corruptible tiene
que revestirse de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad» (1ª Co 15:
53).
Todavía
más, las repetidas instancias en que Jesús demostró a los discípulos que él
tenía cuerpo fisico que podía ser tocado, que tenía carne y huesos (Lc 24: 39),
y que podía comer alimentos, muestran que el cuerpo de Jesús, que es nuestro
modelo, era claramente un cuerpo fisico que había sido hecho perfecto?
¿Qué
clase de continuidad habrá entre nuestros cuerpos presentes y nuestros futuros
cuerpos de resurrección? ¿Se verán nuestros cuerpos exactamente los mismos y
tendrán exactamente las mismas características, o serán de alguna manera diferentes,
o serán diferentes casi por entero? Todavía más, ¿serán nuestros cuerpos de
resurrección formados de las mismas moléculas en que consisten nuestros cuerpos
terrenales, o serán una creación enteramente nueva de Dios, o serán una
combinación de lo viejo y lo nuevo?
Varios
pasajes indican que Pablo esperaba una considerable medida de continuidad entre
nuestros presentes cuerpos terrenales y nuestros cuerpos futuros de
resurrección. Pablo dijo: «El mismo que levantó a Cristo de entre los muertos
también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en
ustedes» (Ro 8: 11). Dijo que Jesús «transformará nuestro cuerpo miserable para
que sea como su cuerpo glorioso» (Flp 3: 21).
Y
cuando Pablo habló de la naturaleza del cuerpo de resurrección dio un ejemplo
de una semilla que se siembra en el suelo: «No plantas el cuerpo que luego ha
de nacer sino que siembras una simple semilla de trigo o de otro grano. Pero
Dios le da el cuerpo que quiso darle, y a cada clase de semilla le da un cuerpo
propio» (1ª Co 15: 37-38).
En
este ejemplo, él echa mano del conocimiento humano común de que hay diferencias
entre lo que se siembra y lo que brota (vv. 42:44), pero también hay
continuidad; así como una semilla crece para ser una planta más grande, reteniendo
la materia que había en ella pero tomando en sí misma otros materiales de la
tierra por igual, así nosotros tendremos continuidad y diferencias también.
En
esta analogía podemos decir que lo que sea que quede en la tumba de nuestros
cuerpos físicos Dios lo tomará y transformará y usará para hacer un nuevo
cuerpo de resurrección. Pero los detalles de cómo esto sucederá siguen siendo
oscuros para nosotros, puesto que la Biblia no los especifica; debemos afirmar
esto porque la Biblia lo enseña, aunque no podamos explicar completamente cómo
sucederá.
Otra
indicación de continuidad significativa entre nuestros cuerpos presentes y los
cuerpos que tendremos se ve en el hecho de que los creyentes que permanecen
vivos en el día en que Cristo retorne serán «transformados»; sin embargo, sus
cuerpos no serán reemplazados: «No todos moriremos, pero todos seremos
transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de
la trompeta.
Pues
sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y
nosotros seremos transformados. Porque lo corruptible tiene que revestirse de
lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad» (1ª Co 15: 51-53).
También
debemos notar claramente que el propio cuerpo de resurrección de Cristo, aunque
difería de alguna manera del cuerpo que tuvo antes de morir, de modo que los
discípulos de inmediato no lo reconocieran en toda situación, fue similar lo
suficiente en su apariencia para que los discípulos supieran quién era más bien
rápidamente.
Hubo
algunos casos cuando ellos no lo reconocieron de inmediato, pero esto en parte
se puede explicar por el hecho de que durante su vida y ministerio terrenal sin
duda él había envejecido considerablemente, puesto que fue «varón de dolores,
hecho para el sufrimiento» (Is 53: 3).
NOTA: Ver el estudio de la doctrina de Cristo, para
una consideración de la naturaleza del cuerpo de resurrección de Cristo.
Alguien pudiera objetar que algunos cuerpos se
descomponen por completo, son absorbidos en plantas, y con el tiempo en otros
cuerpos, así que no se puede hallar nada del primer cuerpo. Pero en respuesta
simplemente debemos decir que Dios puede rastrear lo suficiente los elementos
de cada cuerpo para formar una «semilla» de la cual formar un nuevo cuerpo (ver
Gn 50: 25; Job 19: 26; Ez 37: 1-14; He 11: 22).
Después
de su resurrección, Jesús habría sido restaurado a la fuerza y juventud plena y
perfecta en su apariencia.
Así
como a veces nosotros no reconocemos de inmediato a algún amigo que ha
envejecido considerablemente desde la última vez que lo vimos, así los
discípulos pueden haber tenido dificultad inicial para reconocer a Cristo
debido a que lo opuesto de envejecimiento había ocurrido.
Por
otro lado, continuidad significativa entre el cuerpo de Jesús antes y después de
su resurrección se ve en el hecho de que incluso las huellas de los clavos en
sus manos y sus pies, y la herida en su costado, permanecieron en su cuerpo de
resurrección Gn 20: 20, 27).
Otro
fragmento de evidencia que indica continuidad entre nuestro cuerpo terrenal y
celestial, es el hecho de que al parecer las personas se reconocerán y
conocerán unas a otras en el cielo. Jesús dijo que las personas vendrán del
este y del oeste, y «participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en
el reino de los cielos» (Mt 8: 11).
Todavía
más, a Elías, que había sido llevado al cielo en su cuerpo terrenal, de alguna
manera los discípulos lo reconocieron en el monte de la transfiguración (Lc 9: 30,33);
por supuesto, los discípulos no habían conocido ni a Elías ni a Moisés en la
carne, pero de alguna manera estos hombres retuvieron sus identidades
personales de tal manera que los discípulos creyeron que ellos estaban allí y
que eran tan reales como Jesús lo era (ver Lc 9:33).
Finalmente,
Mateo nos dice que Cuando Jesús murió, «Se abrieron los sepulcros, y muchos
santos que habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y, después de
la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a
muchos» (Mt 27: 52-53). El hecho de que los cuerpos reales de estas personas
fueron resucitados, y el hecho de que aparecieron a muchos en Jerusalén, indica
de nuevo que hubo continuidad entre sus cuerpos muertos que estuvieron en las
tumbas y los cuerpos que fueron resucitados.
Puesto
que salieron de las tumbas «después de la resurrección de Jesús» podemos dar
por sentado de que también fueron santos que habían recibido cuerpos de
resurrección como una especie de bocado de prueba de la glorificación del día
final cuando Cristo vuelva. El hecho de que estas personas «se aparecieron a
muchos» sugiere que fueron reconocibles; que la gente supo quiénes eran.
De
nuevo, la evidencia es sugestiva antes que conclusiva, sin embargo apunta en
dirección de la continuidad entre el cuerpo que existía antes de la
resurrección y el que existió después de ella.
Hoy
hay alguna vacilación de parte de muchos evangélicos para afirmar claramente
que habrá una «resurrección del cuerpo», o por lo menos que el cuerpo que será
resucitado será un cuerpo material, fisico, que de alguna manera es continuidad
del cuerpo que fue puesto en la tumba. En cierta medida esto se debe a un
sentido de incapacidad para entender cómo Dios puede resucitar a los mismos
cuerpos de la tumba, especialmente cuando algunos de esos cuerpos han estado
muertos por muchos siglos.
Sin
embargo, algo de esta vacilación probablemente se debe al continuo escepticismo
de los no creyentes que cuestionan la noción cristiana exactamente con los
mismos problemas que se acaban de presentar; ¿no parece esto una posición
fantástica e increíble? ¿Cómo puede Dios hacer que tenga lugar algo así?
En
ambos casos, sea que la vacilación surja del cuestionamiento sincero del
creyente, o del escepticismo hostil del no creyente, debemos damos cuenta de
que nuestra ineptitud para comprender o explicar algo nunca debe ser razón para
rechazarlo si la Biblia lo enseña claramente.
Los
muchos pasajes citados arriba que indican que Dios resucitará nuestros cuerpos
mortales de la tumba tal como él resucitó de la tumba al cuerpo de Jesús,
indican muy concluyentemente que habrá una continuidad definitiva entre
nuestros cuerpos presentes y los cuerpos que tendremos en la resurrección.
Y si
eso es lo que la Biblia enseña, entonces, aunque tal vez no entendamos
exactamente cómo Dios hará que esto tenga lugar en cada caso, con todo debemos
creerlo. El Dios que creó el universo y nos creó a cada uno de nosotros, y que
soberanamente gobierna sobre todo fragmento de esta creación en todo momento, y
que sustenta todas las cosas por la palabra de su poder, por cierto puede
rastrear las partes de nuestros cuerpos físicos que él desea preservar y
usarlas como «semilla» de la cual hará un nuevo cuerpo.
Es
importante insistir en la resurrección de un cuerpo real, fisico, no sólo por
las razones indicadas arriba, sino también porque esto provee una clara
afirmación de la bondad de la creación fisica que Dios creó. Viviremos en
cuerpos que tendrán todas las cualidades excelentes que Dios nos creó para
tener, y por consiguiente seremos para siempre prueba viva de la sabiduría de
Dios al hacer la creación material que desde el principio fue «muy buena» (Gn
1: 31).
Viviremos
como creyentes resucitados en esos nuevos cuerpos, y entonces seremos apropiados
para habitar «un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia»
(2ª P 3:13).
D: LA CREACIÓN ENTERA SERÁ RENOVADA POR IGUAL
Cuando
Adán pecó, Dios maldijo la tierra debido a él (Gn 3: 17-19), así que ella
produjo espinas y cardos, y produciría alimento útil para el hombre sólo
mediante el sudor y dolor. Pero Pablo dice que «la creación misma ha de ser
liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa
libertad de los hijos de Dios» (Ro 8: 21).
Él
explica que esto sucederá cuando recibamos nuestros cuerpos de resurrección; es
más, dice que la creación de alguna manera anhela ese día: «La creación aguarda
con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, Sabemos que toda la creación
todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto.
Y no
sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del
Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como
hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo» (Ro 8: 19, 22-23). En esta
creación renovada no habrá más cardos ni espinos, no más inundaciones ni
sequías, no más desiertos o selvas inhabitables, no más terremotos o huracanes,
no más serpientes venenosas, ni avispas que piquen, ni hongos que maten.
Será
una tierra productiva, una tierra que florecerá y producirá alimento
abundantemente para nuestro disfrute (ver capítulo 57 para más explicación de
la tierra renovada).
E. LOS NO CREYENTES MUERTOS SERÁN RESUCITADOS PARA EL JUICIO EN EL DÍA
DEL JUICIO FINAL
Aunque El Énfasis De La Biblia Recae En El Hecho De Que Los Creyentes
Experimentarán Una Resurrección Corporal, Hay Algunos Pasajes Que Indican Que
Los No Creyentes También Serán Resucitados De Los Muertos, Y Que Ellos
Enfrentarán El Juicio Final En El Momento En Que Son Resucitados.
Jesús
claramente enseña que «los que han practicado el mal resucitarán para ser
juzgados» (Jn 5: 29); Pablo también dijo que él creía «que habrá una
resurrección de los justos y de los injustos» (Hch 24: 15; Mt 25: 31-46; Dn 12:
2). (Ver capítulo 56 para más explicación del juicio final de los no
creyentes).
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. Pablo dice que la expectación de una resurrección corporal futura es la
«esperanza» en la que fuimos salvados (Ro 8:24). ¿Es la esperanza de una
resurrección futura en su cuerpo una de las cosas principales que usted espera
en el futuro? Si no, ¿por qué no? ¿Qué podría aumentar su esperanza en la
resurrección futura del cuerpo?
2. Tan fuerte era el anhelo de Pablo por el futuro día de la resurrección,
y tan consciente estaba él de las adversidades que todavía sufriremos en esta
vida, que él pudo decir: «Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para
esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales» (1ª Co 15: 19),
y, «Si los muertos no resucitan, "comamos y bebamos, que mañana moriremos»
(1ª Co 15: 32). ¿Tiene usted un gran anhelo de la resurrección futura que le da
este tipo de sentimiento en su corazón por igual? Si no, ¿por qué no tiene la
misma perspectiva de la resurrección del cuerpo como Pablo la tenía?
3. A su modo de pensar ¿qué podría ocurrir en su vida para darle un mayor
anhelo de la resurrección de su cuerpo? Si tiene un abuelo o abuela, u otro
amigo anciano o pariente, que ha muerto e ido a estar con Cristo, ¿cómo piensa
que se verá esa persona en el día de la resurrección? ¿Puede imaginarse cómo
será reunirse con esa persona de nuevo y volver a familiarizarse con ella?
¿Cómo será diferente su relación de lo que fue en esta vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Cuerpo
espiritual, glorificación
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
1ª Corintios 15: 42-44: Así Sucederá También Con La Resurrección De Los
Muertos. Lo Que Se Siembra En Corrupción, Resucita En Incorrupción; Lo Que Se
Siembra En Oprobio, Resucita En Gloria; Lo Que Se Siembra En Debilidad,
Resucita En Poder; Se Siembra Un Cuerpo Natural, Resucita Un Cuerpo Espiritual.
Si Hay Un Cuerpo Natural, También Hay Un Cuerpo Espiritual.
CAPÍTULO 13
UNIÓN
CON CRISTO
¿QUÉ SIGNIFICA ESTAR (EN
CRISTO) O (UNIDO A CRISTO)?
EXPLICACIÓN Y BASE
BÍBLICA
Aunque
ahora hemos completado nuestro estudio de los pasos en la aplicación de la
redención, otro tema se menciona tan frecuentemente en la Biblia y tan
ampliamente variado en su aplicación a nuestras vidas que merece una
consideración separada aquí. Es el concepto de la unión con Cristo.
Como
veremos más abajo, todo aspecto de la relación de Dios a los creyentes de
alguna manera está conectado a nuestra relación con Cristo. Desde los consejos
de Dios en la eternidad pasada antes de que el mundo fuera creado, a nuestra
comunión con Cristo en el cielo en la eternidad futura, e incluyendo todo
nuestro aspecto de nuestra relación con Dios en esta vida, todo esto ha
ocurrido en unión con Cristo. Así que en cierto sentido todo el estudio de la
aplicación de la redención se podría incluir en este tema.
Sin
embargo, en este capítulo sencillamente podemos resumir las increíbles riquezas
de la idea bíblica de la unión con Cristo. 10hn Murray dice:
La Unión Con Cristo Tiene Su Fuente En La Elección De Dios Padre Antes
De La Fundación Del Mundo Y Tiene Su Cumplimiento En La Glorificación De Los
Hijos De Dios. La Perspectiva Del Pueblo De Dios No Es Estrecha; Es Amplia Y Es
Larga. No Está Confinada Al Espacio Y El Tiempo; Tiene La Expansión De La
Eternidad. Su Órbita Tiene Dos Enfoques: Uno El Amor Que Elige De Dios Padre En
Los Consejos De La Eternidad; El Otro La Glorificación Con Cristo En La
Manifestación De Su Gloria.
El Anterior No Tiene Principio, El Segundo No Tiene Fin. ¿Por Qué El
Creyente Da Cabida Al Pensamiento Del Consejo Determinado De Dios Con Tanto
Gozo? ¿Por Qué Puede Tener Paciencia En Las Perplejidades Y Adversidades Del
Presente? ¿Por Qué Puede Tener Seguridad Confiada Con Referencia Al Futuro Y
Regocijarse En La Esperanza De La Gloria De Dios? Es Porque No Puede Pensar En
El Pasado, Presente O Futuro Aparte De La Unión Con Cristo.
Podemos
definir unión con Cristo como sigue: Unión con Cristo es una frase que se usa
para resumir varias relaciones diferentes entre los creyentes y Cristo, por las
que los creyentes reciben todo beneficio de la salvación. Estas relaciones
influyen el hecho de que estamos en Cristo, Cristo está en nosotros, somos como
Cristo, y estamos con Cristo.
Como
nuestra definición indica, del material bíblico se pueden especificar cuatro
aspectos diferentes de nuestra unión con Cristo. Veremos cada uno de estos
cuatro por turno:
1. Estamos en Cristo.
2. Cristo está en nosotros.
3. Somos como Cristo.
4. Estamos con Cristo.'
A. ESTAMOS EN CRISTO
La
frase «en Cristo» no tiene un solo significado único, sino que se refiere a una
variedad de relaciones, como se indica abajo.
1. EN EL PLAN ETERNO DE DIOS.
Efesios
1: 4 nos dice que: Dios nos escogió en Cristo (antes de la creación del mundo).
Fue 8en Cristo) que «fuimos predestinados
a fin de que nosotros seamos para alabanza de su gloria)) (vv. 1:11-12).
Más tarde el «nos salvó y nos llamó por su propia determinación y debido a la
gracia que nos dio «en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo» (2ª Ti 1:
9).
Puesto
que nosotros no existíamos antes de la fundación del mundo, estos versículos
indican que Dios, mirando al futuro y sabiendo que existiríamos, nos consideró
como que estábamos en una relación especial con Cristo.
No nos
escogió primero y luego decidió relacionamos a Cristo. Más bien, al escogemos,
al mismo tiempo nos consideró como pertenecientes a Cristo de una manera
especial, como estando (en Cristo). Por consiguiente, pensó en nosotros a la
larga teniendo el derecho de participar en las bendiciones de la obra de
Cristo.
2. DURANTE LA VIDA DE CRISTO EN LA TIERRA.
En
toda la vida de Cristo en la tierra, desde su nacimiento hasta su ascensión al
cielo, para Dios nosotros estábamos (en Cristo). Es decir, lo que sea que
Cristo hizo como nuestro representante, Dios lo contó como si fuera algo que
nosotros hicimos, también. Por supuesto, los creyentes no estaban
conscientemente presentes en Cristo, puesto que la mayoría de creyentes todavía
no existían cuando Cristo estuvo en la tierra.
Tampoco
estuvieron los creyentes presentes en Cristo de alguna manera misteriosa, espiritual
(como si, por ejemplo, las almas de miles de creyentes estuvieran de alguna
manera presentes en el cuerpo de Cristo durante su vida terrenal). Más bien,
los creyentes estuvieron presentes en Cristo sólo en los pensamientos de Dios.
Dios nos tomó como si también hubiésemos pasado por todo lo que Cristo pasó,
porque él fue nuestro representante.
Cuando
Jesús obedeció perfectamente a Dios toda su vida, nos consideró como si también
hubiéramos obedecido, también. (Por la obediencia de uno solo muchos serán
constituidos justos) (Ro 5:19). Así que Cristo es nuestra fuente de justicia
(1ª Co 1: 30; Flp 3: 19).
Debido
a que Dios nos consideró como estando (en) Cristo, también pudo considerar que
nuestros pecados pertenecían a Cristo: «Al que no cometió pecado alguno, por
nosotros Dios 10 trató como pecador» (2ª Co 5:21), y «el Señor hizo recaer
sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53: 6). Estos fueron pecados que
todavía no habíamos cometido, pero Dios sabía de ellos de antemano, y los tomó
como si Cristo lo hubiera cometido. Así, fue correcto que Cristo muriera por
nuestros pecados.
NOTA: A la unión con Cristo a veces se le menciona
como la «unión mística». Esto se debe a que no entendemos plenamente el teje y
maneje de estas relaciones con Cristo, y porque sabemos de ellas sólo mediante
la revelación de Dios en la Biblia.
«Él
mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados» (1ª P 2: 24; vea también
Ro 4: 25; 1ª Co 15: 3; Col 2: 14; Heb 9: 28).
Pero
no fue simplemente nuestros pecados lo que Dios tomó como pertenecientes a
Cristo, sino nosotros mismos. Cuando Cristo murió, Dios nos tomó como si
hubiéramos muerto. Nuestro viejo yo fue «crucificado con él» (Ro 6: 6). (He
sido crucificado con Cristo) (Gá 2: 20). «Uno murió por todos, y por consiguiente
todos murieran» (2ª Co 5: 14; ver también Ro 6: 4---5,8; 7: 4; Col 1: 22; 2:
12, 20; 3:3; 2ª Ti 2: 11).
De la
misma manera, Dios pensó de nosotros como habiendo sido sepultados con Cristo,
con Cristo, resucitados con él, y llevados al cielo con él en gloria. «Y en
unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las
regiones celestiales» (Ef2: 6; ver también Ro 6: 4-11; 1 Ca 15: 22; Col 2:
12-13).
Cuando
Cristo volvió al cielo, por consiguiente, ganó para nosotros todas las bendiciones
de la salvación. Dios consideró esas bendiciones como legítimamente nuestras,
como si nosotros mismos las hubiéramos ganado. De todos modos, están
almacenadas para nosotros en el cielo -en la mente de Dios, en realidad, y en
Cristo, nuestro representante-, esperando que nos las apliquen personalmente
(1ª P 1: 3-5; Col 3: 3-4; Ef. 1: 3).
3. DURANTE NUESTRAS VIDAS AHORA.
Una
vez que hemos nacido y existimos como personas reales en el mundo, nuestra
unión con Cristo ya no puede ser algo simplemente en la mente de Dios. También
debemos ser traídos a una relación real con Cristo mediante la cual los
beneficios de la salvación los puede aplicar a nuestras vidas el Espíritu
Santo.
Las
riquezas de nuestra vida presente en Cristo se pueden ver desde cuatro perspectivas
ligeramente diferentes:
1. Hemos muerto y sido resucitados con Cristo.
2. Tenemos la vida en Cristo
3. Todas nuestras acciones pueden ser hechas en Cristo.
4. Todos los creyentes juntos son un cuerpo en Cristo.
A. MUERTE Y RESURRECCIÓN CON
CRISTO:
La
muerte, sepultura y resurrección de Jesús ahora tienen efectos reales en
nuestras vidas. «Ustedes la recibieron al ser sepultados con él en el bautismo.
En él también fueron resucitados mediante la fe en el poder de Dios, quien lo
resucitó de entre los muertos» (Col 2: 12). Aquí las referencias de Pablo al
bautismo y a la fe indican que nuestro morir y resucitar con Cristo tienen
lugar en esta vida presente, en el momento en que nos convertimos en creyentes.
Pablo
ve esta muerte y resurrección presente con Cristo como una manera de describir
y explicar el cambio que el Espíritu Santo produce en nuestro carácter y
personalidad cuando nos convertimos en creyentes. Es como si el Espíritu Santo
reprodujera la muerte y resurrección de Jesús en nuestras vidas cuando creemos
en Cristo.
Llegamos
a dejar de responder a las presiones, demandas y atracciones de nuestra manera
previa y pecadora de vida, al punto que Pablo puede decir que estamos «muertos»
a estas influencias, porque hemos muerto con Cristo (Ro 7:6; Gá 2: 20; 5: 24;
6: 14; Col 2: 20). Por otro lado, nos hallamos queriendo servir mucho más a
Dios, y somos capaces de servirle con mayor poder y éxito, tanto que Pablo dice
que estamos «vivos» para Dios, porque hemos sido resucitados con Cristo:
«Por
tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de
que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos
una vida nueva) (Ro 6:4). «De la misma manera, también ustedes considérense
muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Ro 6: 11; ver también
1ª P 1: 3; 2: 24).
Debido
a que morimos y resucitamos con Cristo, tenemos poder para superar más y más el
pecado personal (Ro 6:12-14, 19); hemos venido a la «vida» en Cristo (Col 2:
10-13); es más, hemos llegado a ser una «nueva creación» en él (2ª Co 5: 17,
con vv. 14-15), y debemos por consiguiente fijar nuestras mentes en las cosas
de arriba, en donde está Cristo (Col 3: 1-3).
B. NUEVA VIDA EN CRISTO:
Estos
últimos versículos sugieren una segunda perspectiva de nuestro estar (en
Cristo). Podemos pensar no sólo en términos de la obra pasada de Cristo de
redención, sino también en términos de su vida presente en el cielo, y su
continua posesión de todos los recursos espirituales que necesitamos para vivir
la vida cristiana.
Puesto
que toda bendición espiritual fue ganada por él y le pertenece a él, el Nuevo
Testamento puede decir que estas bendiciones están «en él». Así, están
disponibles sólo para los que están «en Cristo», y si estamos en Cristo, estas
bendiciones son nuestras.
Juan
escribe: «Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo» (1 Jn 5:
11), y Pablo habla de (la promesa de vida que tenemos en Cristo Jesús) (2ª Ti
1:1). Leemos que (en Cristo) hay «la fe y el amor» (1ª Ti 1: 14; 2ª Ti 1:13),
«gracia» (2ª Ti 2: 1), «salvación» (2ª Ti 2: 10), «todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento» (Col 2: 3) y las «gloriosas riquezas» de Dios
(Flp 4:1 9).
Pablo
dice que se debe a la obra de Dios que los creyentes están «unidos a Cristo
Jesús» (1ª Ca 1:30), y que «Dios, nos ha bendecido en las regiones celestiales
con toda bendición espiritual en Cristo» (Ef. 1: 3).
Es
más, toda etapa de la aplicación de la redención se nos da porque estamos «en
Cristo». Es «en Cristo» que somos llamados a salvación (1ª Ca 7: 22),
regenerados (Ef. 1: 3; 2: 10), y justificados (Ro 8: 1; 2ª Co 5: 21; Gá 2: 17;
Ef. 1: 7; Flp 3: 9; Col 1: 14). «En Cristo» morimos (1ª Ts 4:16; Ap 14:13) y
«en él» nuestros cuerpos serán resucitados de nuevo (1ª Ca 15: 22).
Estos
pasajes sugieren que debido a que nuestras vidas están inseparablemente
conectadas con Cristo mismo, el Espíritu Santo nos da todas las bendiciones que
Cristo ha ganado.
C. TODAS NUESTRAS ACCIONES
PUEDEN SER HECHAS EN CRISTO:
Los
cambios indicados en nuestras vidas individuales van acompañados por un cambio
dramático en el ámbito en que vivimos. Llegar a ser creyente es entrar en lo
nuevo de la era venidera, y experimentar hasta cierto grado los nuevos poderes
del reino de Dios que afectan toda parte de nuestra vida. Estar «en Cristo» es
estar en ese nuevo ámbito que Cristo controla.
Esto
quiere decir que toda acción de nuestras vidas puede ser hecha «en Cristo», si
se hace en el poder de su reino y de la manera que le rinda honor. Pablo habla
la verdad «en Cristo» (Ro 9:1; 2ª Co 2: 17; 12: 19), se enorgullece de su
trabajo «en Cristo» (Ro 15:1 7; 1ª Co 15: 31), les recuerda a los corintios sus
caminos «en Cristo» (1ª Co 4: 17), espera «en el Señor Jesús» enviar a Timoteo
a Filipos (Flp 2: 19), se regocija grandemente «en el Señor» (Flp 4: 10), y «en
el Señor» ordena, ruega y exhorta a otros creyentes (1 A s 4:1; 2ª Ts 3:12; Flm
8). Dice:
«Todo
lo puedo en Cristo que me fortalece» (Flp 4: 13). Pablo también escribe a los
creyentes sobre sus acciones «en Cristo». Les recuerda a los Corintios «que su
trabajo en el Señor no es en vano» (1ª Co15: 58). Es «en el Señor» que los
hijos deben obedecer a sus padres (Ef. 6: 1), las esposas deben someterse a sus
esposos (Col 3:1 8), y los creyentes deben fortalecerse (Ef. 6: 10), animarse
(Flp 2:1), regocijarse (Flp 3:1; 4:4), ponerse de acuerdo (Flp 4:2), estar
firmes (Flp 4:1; 1ª Ts 3: 8), vivir una vida santa (2ª Ti 3: 12) y tener buena
conducta (1ª P 3: 16).
«En el
Señor» ellos trabajan arduamente (Ro 16: 12), tienen confianza (Flp 1: 14). Y
son aprobados (Ro 16: 10). La esperanza de Pablo para los creyentes es que
ellos vivan en Cristo: «Por eso, de la manera que recibieron a Cristo Jesús
como Señor, vivan ahora en él, arraigados y edificados en él» (Col 2:6-7).
Entonces
Pablo conseguirá el objetivo de su vida de «presentarlos a todos perfectos en
él» (Col 1: 28). Juan, de modo similar, anima a los creyentes a «permanecer en
él» (1ª Jn 2: 28; 3: 6,24), haciendo eco de las palabras de Jesús: «El que
permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto» (Jn 15:5).
D. UN CUERPO EN CRISTO:
No
estamos en Cristo simplemente como individuos aislados.
Puesto
que Cristo es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia (Ef. 5: 23), todos los
que están en unión con Cristo también se relacionan unos a otros en su cuerpo.
Esta
unión nos hace «un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los
demás» (Ro 12:5; 1ª Co 10: 17; 12: 12-27). Así, «Si uno de los miembros sufre,
los demás comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás
se alegran con él» (1ª Co 12: 26). Los vínculos de comunión son tan fuertes que
los creyentes pueden casarse sólo «en el Señor» (1ª Ca 7: 39).
En
este cuerpo de Cristo desaparecen las viejas hostilidades, las divisiones
pecaminosas entre personas se derriban, y los criterios del mundo de posición
ya no se aplican, porque «Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre
ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús» (Gá 3: 28; Ef.
2: 13-22).
Debido
a que somos un cuerpo en Cristo, iglesias enteras pueden estar «en Cristo» (Gá
1: 22; 1ª Ts 2: 14). Y la iglesia universal, la iglesia constituida de todos
los verdaderos creyentes, está colectivamente unida a Cristo como un esposo
está unido a su esposa (Ef 5: 31-32; 1ª Co 6: 17). El propósito de Cristo es
perfeccionar, limpiar y purificar a la iglesia, para que ella pueda reflejar
más completamente lo que él es y por ello darle gloria (Ef 5: 25-27).
Sin
embargo, se usa otra metáfora en 1 Pedro 2:4-5, en donde se dice que los
creyentes, al acercarse a Cristo, son como piedras vivas, edificados en una
casa espiritual (ver también Ef 2:
20-22). De este modo, están unificados y para siempre dependientes unos de
otros, así Como las piedras de un edificio están unidas unas a otras y dependen
unas de otras.
Pero
la analogía más audaz que todas la usa Jesús, que ora por los creyentes «para
que todos sean uno. Padre, así Como tú estás en mí y yo en ti, permite que
ellos también estén en nosotros» Jn 17: 21). Aquí Jesús ora que nuestra unidad
será como la unidad perfecta entre el Padre y el hijo en la Trinidad. Esto es
un recordatorio para nosotros de que nuestra unidad debe ser eterna y
perfectamente armoniosa (como lo es la unidad de Dios).
Pero
esta analogía con los miembros de la Trinidad es muy importante por otra razón:
nos advierte que no pensemos que la unión con Cristo en algún momento se
tragará nuestras personalidades individuales. Aunque Padre, Hijo y Espíritu
Santo tienen unidad perfecta y eterna, sin embargo permanecen como personas
distintas.
De la
misma manera, aunque un día alcanzaremos unidad perfecta con otros creyentes y
con Cristo, sin embargo para siempre permaneceremos personas distintas por
igual, con nuestros dones, capacidades, intereses, responsabilidades, círculos
de relaciones personales, preferencias, y deseos individuales.
B. CRISTO ESTÁ EN NOSOTROS
Jesús
habló de una segunda clase de relación cuando dijo: «El que permanece en mí,
como yo en él, dará mucho fruto» Jn 15: 5). No es sólo verdad que estamos en
Cristo; él también está en nosotros, dándonos poder para vivir la vida
cristiana. «He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo
vive en mí (Ge 2: 20). El factor que determina si alguien es creyente es si
Cristo está en él (Ro 8: 10; 2ª Ca 13: 5; Ap 3: 20).
El
plan sabio de Dios, escondido como misterio por generaciones, fue salvar a
gentiles tanto como a judíos. Por consiguiente, Pablo puede decirles a sus
lectores gentiles que el misterio de Dios es «Cristo en ustedes, la esperanza
de gloria» (Col 1: 27).
Es
importante mantener, en base a estos versículos, que hay un morar real y personal
de Cristo en nosotros, y que esto no quiere decir que meramente convenimos con
Cristo o que sus ideas que están en nosotros. Más bien, él está en nosotros y
permanece en nosotros por fe (Ef. 3: 17; 2ª Co 13: 5): Soslayar esta verdad
seria descuidar la gran fuente de fuerza espiritual que tenemos dentro de
nosotros (1ª Jun. 4: 4).
Recordarla
destruye nuestro orgullo, nos da un sentimiento constante de honda dependencia
en Cristo, y nos da gran confianza, no en nosotros mismos, sino en Cristo
obrando en nosotros (Gá 2: 20; Ro 15: 18; Flp 4: 13).
Este
morar de Cristo afecta nuestra respuesta a los necesitados. Lo que sea que
hagamos para ayudar a un hermano o hermana en Cristo, lo hacemos a Cristo (Mt
25: 40). Guardar los mandamientos de Jesús es una indicación de que él está en
nosotros, y el Espíritu Santo también nos da testimonio de que Cristo está en
nosotros (1ª Jn 3: 24).
C. SOMOS COMO CRISTO
Un
tercer aspecto de unión con Cristo es nuestra imitación de él. «Imítenme a mí,
como yo imito a Cristo», escribe Pablo (1ª Co 11: 1).Juan nos recuerda: «El que
afirma que permanece en él, debe vivir como él vivió» (1ª Jn 2: 6). Así que la
unión con Cristo implica que debemos imitar a Cristo. Nuestras vidas deben
reflejar lo que fue su vida al punto de darle honor en todo lo que hacemos (Flp
1: 20).
De
este modo, el Nuevo Testamento muestra la vida cristiana como una de procurar
imitar a Cristo en todas nuestras acciones. «Por tanto, acéptense mutuamente,
así como Cristo los aceptó a ustedes» (Ro 15: 7). «Esposos, amen a sus esposas,
así como Cristo amó a la iglesia» (Ef 5: 25). «Así como el Señor los perdonó,
perdonen también ustedes» (Col 3: 13). «Jesucristo entregó su vida por
nosotros.
Así
también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos» (1ª Jn 3: 16).
En todas nuestras vidas debemos correr la carrera que tenemos por delante,
fijando «la mirada En Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe» (Heb
12: 2; ver también Ef 5 :2; Flp 2: 5-11; 1ª Ts 1: 6; 1ª Jn 3: 7; 4: 17). En
contraste, desobedecer a Cristo es exponerlo a la vergüenza pública (Heb 6: 6).
Nuestra
imitación de Cristo se evidencia especialmente en el sufrimiento. Los
cristianos son llamados a enfrentar con paciencia el sufrimiento, «porque
Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos) (1ª P 2:
21). La meta de Pablo es «participar en sus sufrimientos y llegar a ser
semejante a él en su muerte» (Flp 3: 10; ver también 2 Co 1:5; 4:8-11; Heb
12:3; 1 P 4:13).
Todavía
más, nuestro sufrimiento se conecta con participar en la gloria de Cristo
cuando él vuelva: «pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con
él en su gloria» (Ro 8: 17). Esto probablemente se debe a que es mediante el
sufrimiento y la dificultad que Dios nos hace más semejantes a Cristo y nos
hace crecer a la madurez en Cristo. (Stg 1: 2-4; Heb 5: 8-9).
También,
puesto que Cristo obedeció perfectamente a su Padre aun frente a gran
sufrimiento, lo mismo nuestra obediencia, confianza y paciencia en el
sufrimiento muestra más completamente cómo es Cristo, y también le da más honor
a él. Nos da gran consuelo saber que sólo estamos experimentando lo que él ya
ha experimentado, y que por consiguiente comprende lo que estamos atravesando,
y escucha con simpatía nuestras oraciones (Heb 2: 18; 4:15-16; 12: 11).
Como
resultado de una vida de obediencia podemos participar de la gloria de Cristo:
«Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como
también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono» (Ap 3:21).
No se
debe pensar que nuestra imitación de Cristo es solo hacer mímica de las
acciones de Jesús, sin embargo. El propósito más hondo es que al imitarle
estamos llegando a ser más y más semejantes a él: cuando actuamos como Cristo
llegamos a ser como Cristo. Crecemos en madurez en Cristo (Ef. 4: 13,15)
conforme «somos transformados a su semejanza con más y más gloria» (2ª Co 3:
18).
El
resultado final es que llegaremos a ser perfectamente como Cristo, porque Dios
nos ha predestinado «a ser transformados según la imagen de su Hijo» (Ro 8: 29;
1ª Co 15: 49), y «cuando Cristo venga seremos semejantes a él» (1ª Jn 3:2).
Cuando esto suceda, Cristo será plenamente glorificado en nosotros (2ª Ts 1:
10-12; Jn 17: 10).
Sin
embargo, en todo esto nunca perdemos nuestra personalidad individual.
Llegamos
a ser perfectamente como Cristo, pero no nos convertimos en Cristo ni somos
absorbidos en Cristo, ni nos perdemos para siempre como individuos. Más bien,
es como individuos reales que seremos conocidos como somos conocidos (1ª Co 13:
12); y somos nosotros los que le veremos tal como él es (1ª Jn 3: 2); somos
nosotros los que le adoraremos, y veremos su cara, y tendremos su nombre en
nuestras frentes, y reinaremos con él para siempre jamás (Ap 22: 3-5).
Tal
como el Padre, Hijo y Espíritu Santo son exactamente uno como otro en carácter
(Jn 14: 7, 9), y sin embargo siguen siendo personas distintas, así nosotros
podemos llegar a ser más y más como Cristo y seguir siendo individuos distintos
con diferentes dones y diferentes funciones (Ef 4: 15-16; 1ª Ca 12: 4-27). Es
más, mientras más llegamos a ser como Cristo, más llegamos a ser verdaderamente
nosotros mismos (Mt 10: 39; Jn 10: 3; Ap 2: 17; Sal 37: 4).
Si nos
olvidamos esto tendemos a descuidar la diversidad de dones de la iglesia, y a
querer que todos sean exactamente como nosotros mismos. También tendemos a
negar toda importancia última para nosotros mismos como individuos. Una
perspectiva bíblica apropiada permitirá a todo creyente decir no solamente:
«Nosotros los creyentes somos importantes para Cristo», sino también: «Yo soy
importante para Cristo: él sabe mi nombre, él me llama por mi nombre, él me da
un nuevo nombre que es sólo mío» (Jn 10: 3; Ap 2: 17).
D. ESTAMOS CON CRISTO
1. COMUNIÓN PERSONAL CON CRISTO.
Otro
aspecto de la unión con Cristo tiene que ver con nuestra comunión personal con
él. Hay escasa diferencia si decimos que estamos con Cristo o que Cristo está
en nosotros, porque ambas frases representan la misma verdad. Cristo prometió:
«donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt
18: 20), y: «estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mt 28:20).
De
nuevo, puesto que el cuerpo humano de Jesús ascendió al cielo (Jn 16: 7; 17:
11; Hch 1: 9-11), estos versículos deben hablar de su naturaleza divina estando
presente con nosotros. Sin embargo es todavía una presencia muy personal, en la
cual nosotros obramos junto con Cristo (2ª Co 6:1), le conocemos (Flp 3: 8,10),
él nos consuela (2ª Ts 2: 16-17), él nos enseña (Mt 11: 29), y vivimos todas
nuestras vidas en su presencia (2ª Co 2: 10; 1ª Ti 5: 21; 6:13-14; 2ª Ti 4: 1).
Llegar a ser creyente es ser «llamado a tener comunión con su Hijo Jesucristo,
nuestro Señor» (1ª Co 1:9).
Sin
embargo esta comunión puede variar en intensidad, puesto que la bendición de
Pablo a los creyentes: «El Señor sea con todos ustedes» (2ª Ts 3: 16; 2ª Ti 4:
22) puede expresar solamente una esperanza para una comunión todavía más íntima
con Cristo y una consciencia más honda de su presencia.
Todavía
más, en cierto sentido todavía imperceptible para nosotros, cuando venimos a
adorar ahora venimos al mismo cielo, «a millares y millares de ángeles, a una
asamblea gozosa, a la iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo. Se han
acercado a Dios, el juez de todos; a los espíritus de los justos que han
llegado a la perfección; a Jesús, el mediador de un nuevo pacto» (Heb 12:
22-24).
Esta
participación en la adoración celestial es lo que el credo de los apóstoles
llama la «comunión de los santos», y lo que el himno familiar llama «comunión
mística y dulce con aquellos cuyo descanso se ha ganado». Hebreos 12 no parece
sugerir que nos percatamos conscientemente de estar en la presencia de la
asamblea celestial, sino que puede indicar que los que ahora están en el cielo
presencian nuestra adoración y se regocijan en ella, y ciertamente implica que
podemos tener una consciencia gozosa de que nuestra alabanza está siendo oída
en el templo de Dios en el cielo.
En
todas nuestras oraciones ahora nos oye Jesús y tenemos comunión con él (1ª Jn
1: 03), nuestro gran sumo sacerdote, que ha entrado «en el cielo mismo, para
presentarse ahora ante Dios en favor nuestro» (Heb 9: 24; 4: 16). Nuestra
comunión con él será más grande todavía cuando muramos (2ª Co 5: 8; Flp 1: 23;
1ª Ts 5: 10), e incluso mayor todavía cuando Cristo vuelva (1ª Ts 4: 17; 1ª Jn
3: 2). Nos da gran gozo saber que Cristo en realidad desea tenemos can él Jn
17:24).
Nuestra
comunión con Cristo también nos lleva a comunión unos con otros. Juan escribe:
«Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan
comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo
Jesucristo» (1ª Jn 1: 3).
2. UNIÓN CON EL PADRE Y CON EL ESPÍRITU SANTO.
Este
último versículo sugiere un aspecto final de la unión con Cristo. Debido a que
estamos en unión con Cristo en estas varias relaciones, también somos llevados
a unión con el Padre y con el Espíritu Santo. Estamos en el Padre Jn 17: 21; 1ª
Ts 1: 1; 2ª Ts 1: 1; 1ª Jn 2: 24; 4: 15-16; 5: 20) y en el Espíritu Santo (Ro
8:9; 1ª Co 3: 16; 6:19; 2ª Ti 1: 14). El Padre está en nosotros Jn 14: 23) y el
Espíritu Santo está en nosotros (Ro 8:9, 11). Somos como el Padre (Mt 5: 44-45,
48; Ef 4: 3; Col 3: 10; 1ª P 1: 15-16) y como el Espíritu Santo (Ro 8:4-6; Gá
5: 22-23; Jn 16: 13).
Tenemos
comunión con el Padre (1ª Jn 1: 3; Mt 6:9; 2ª Co 6: 16-18) y con el Espíritu
Santo (Ro 8: 16; Hch 15:28; 2 Co 13: 14; Ef 4:30).
Estas
relaciones adicionales no se amalgaman en un éxtasis sin distinción y místico,
sin embargo. Ahora y en la eternidad nos relacionamos al Padre en su papel
distinto como nuestro Padre celestial, al Hijo en su papel distinto como
nuestro Salvador y Señor, y al Espíritu Santo en su papel distinto como el
Espíritu que nos fortalece y continuamente nos aplica todos los beneficios de
nuestra salvación.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN
PERSONAL
1. Antes de leer este capítulo, ¿había pensado usted de sí mismo como
estando unido con Cristo desde el punto en que Dios lo escogió desde antes de
la fundación del mundo al punto de ir a estar con él para siempre en el cielo?
¿Cómo cambia esta idea la forma en que usted piensa de sí mismo y de su propia
vida? ¿Cómo afecta esto la maneta en que usted piensa en las dificultades que
tal vez pueda estar atravesando en este tiempo? ¿De qué maneras las ideas de
haber muerto con Cristo y haber sido resucitado con él pueden ser un estímulo
en sus esfuerzos presentes de vencer el pecado que permanece en su vida?
2. ¿Ha pensado usted previamente en hacer «en Cristo» las acciones que
hace todos los días (ver Flp 4: 13)? Si pensara en leer «en Cristo» lo que está
leyendo este momento, ¿cómo cambiaría eso su actitud o perspectiva? ¿Qué
diferencia habría al pensar en hacer su trabajo diario «en Cristo»? ¿Qué tal en
cuanto a las conversaciones que sostiene con amigos o parientes? ¿o comer, o
incluso dormir?
3. ¿Cómo puede la idea de unión con Cristo aumentar su amor y comunión con
otros creyentes, tanto en su iglesia como los de otras iglesias?
4. ¿Se percata usted en su vida día tras día de que Cristo vive en usted
(Ge 2: 20)? ¿Qué cambiaría en su vida si tuviera una consciencia más fuerte de
que Cristo vive en usted todo el día?
5. Por uno o dos días, trate de leer alguna sección de los Evangelios y
pregúntese cómo podría imitar mejor a Cristo en su propia vida. ¿Qué efecto
tendría en su vida la idea de seguir los pasos de Cristo (1ª P 1: 21) y de
andar como él anduvo (1ª Jn 2: 6)?
6. ¿Puede usted mencionar algunos momentos en sus vidas cuando percibió
una comunión personal íntima con Cristo? ¿Cómo han sido esas ocasiones? ¿Puede
pensar en algo que le llevó a esa comunión íntima con Cristo? ¿Qué puede hacer
para aumentar la intensidad de su comunión diaria con Cristo?
7. En su experiencia personal, ¿se relaciona en forma diferente con Dios
Padre, con Jesucristo, y con el Espíritu Santo? ¿Puede describir esas
diferencias, si acaso hay alguna?
TÉRMINOS ESPECIALES
Comunión
de los santos, «en Cristo, morir con Cristo, ser resucitado con Cristo, un
cuerpo en Cristo, unión con Cristo, unión mística
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Gálatas 2:20: He Sido Crucificado Con Cristo, Y Ya No Vivo Yo Sino Que
Cristo Vive En Mí. Lo Que Ahora Vivo En El Cuerpo, Lo Vivo Por La Fe En El Hijo
De Dios, Quien Me Amó Y Dio Su Vida Por Mí.