INTRODUCCIÓN
No
pienso que un verdadero sistema de teología se pueda construir desde lo que
podríamos llamar la tradición teológica «liberal», es decir, de personas que
niegan la absoluta veracidad de la Biblia, o que piensan que las palabras de la
Biblia no son exactamente palabras de Dios.
Por
esta razón, los otros escritores con quienes dialogo en este estudio están en
su mayoría dentro de lo que hoy se llama la tradición «evangélica conservadora»
más amplia; desde los grandes reformadores Juan Calvino y Martín Lutero, hasta
los escritos de los eruditos evangélicos de hoy.
Escribo
como evangélico y para evangélicos. Esto no quiere decir que los que siguen la
tradición liberal no tengan nada valioso que decir; sino que las diferencias
con ellos casi siempre se reducen a diferencias en cuanto a la naturaleza de la
Biblia y su autoridad. La cantidad de acuerdo doctrinal que se puede lograr con
personas que tienen bases ampliamente divergentes de autoridad es muy limitada.
Claro,
los profesores pueden siempre asignar lecturas adicionales de teólogos
liberales de interés actual, y estoy agradecido por mis amigos evangélicos que
escriben críticas extensas de la teología liberal. Pero no pienso que todos
están llamados a hacer eso, ni que un análisis extenso de nociones liberales
sea la manera más útil de edificar un sistema positivo de teología basado en la
total veracidad de toda la Biblia. Al final se encuentra un diccionario de
términos usados en este estudio.
Este
estudio lo hemos escrito con el propósito de edificar la iglesia y esta
adecuado para el más mínimo principiante hasta el pastor, el maestro, o
cualquier líder de seminarios, u institutos bíblicos y facultades de teología.
A Dios
sea la gloria y gracias por lo que permite que seamos útiles para su obra.
CONTENIDO
CAPÍTULO 1: La
persona de Cristo: ¿Cómo es que Jesús
es completamente Dios y completamente hombre y, no obstante, es una sola
persona?
CAPÍTULO 2: La
expiación: ¿Era necesario que Cristo
muriera? ¿Ganó toda la vida terrenal de Cristo algún beneficio redentor para nosotros? La causa y naturaleza
de la expiación. ¿Descendió Cristo al infierno?
CAPÍTULO 3:
Resurrección y ascensión: ¿Cómo era el
cuerpo resucitado de Cristo? ¿En qué es eso significativo para nosotros? ¿Qué
le sucedió a Cristo cuando ascendió al cielo? ¿Qué se quiere decir con estados
de Cristo Jesús
CAPÍTULO 1
LA PERSONA DE CRISTO
¿CÓMO ES QUE JESÚS ES
COMPLETAMENTE DIOS Y COMPLETAMENTE HOMBRE Y, NO OBSTANTE, ES UNA SOLA PERSONA?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
Podemos
resumir la enseñanza bíblica sobre la persona de Cristo de la siguiente manera:
Jesucristo era completamente Dios y completamente hombre en una sola persona, y
lo será para siempre.
El
material bíblico que apoya esa definición es amplio. Estudiaremos primero la
humanidad de Cristo, y luego su deidad, y entonces intentaremos mostrar cómo la
deidad y la humanidad de Jesús están unidas en la persona de Cristo.
A. LA HUMANIDAD DE CRISTO
1. EL NACIMIENTO VIRGINAL.
Cuando
hablamos de la humanidad de Cristo es apropiado empezar hablando del nacimiento
virginal de Cristo. Las Escrituras claramente afirman que Jesús fue concebido
en el vientre de su madre María mediante la acción milagrosa del Espíritu Santo
y sin padre humano.
«El
nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida
para casarse con José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta
por obra del Espíritu Santo» (Mt 1: 18). Poco después de eso un ángel del Señor
le dijo a José que estaba desposado con María: «José, hijo de David, no temas
recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu
Santo» (Mt 1: 20). Luego leemos que José «hizo lo que el ángel del Señor le
había mandado y recibió a María por esposa. Pero no tuvo relaciones conyugales
con ella hasta que dio a luz un hijo, a quien le puso por nombre Jesús» (Mt 1:
24-25).
Esos
mismos hechos los encontramos confirmados en el Evangelio de Lucas, donde
leemos acerca de la aparición del ángel Gabriel a María. Después de que el
ángel le anunciara que daría a luz un hijo, María dijo: «¿Cómo podrá suceder
esto, puesto que soy virgen?» A lo que el ángel respondió:
«El Espíritu Santo Vendrá Sobre Ti, Y El Poder Del Altísimo Te Cubrirá
Con Su Sombra Así Que [El Niño Que Va A Nacer Se Llamará Santo] Hijo De Dios»
(Lc 1: 35).
La
importancia doctrinal del nacimiento virginal la podemos ver al menos en tres
cosas:
1. MUESTRA QUE LA SALVACIÓN
DEBE VENIR EN ÚLTIMA INSTANCIA DE PARTE DEL SEÑOR.
Como
Dios había prometido que la «simiente» de la mujer (Gn 3:15) destruiría al
final a la serpiente, hizo que esto sucediera mediante su poder, no por medio
del esfuerzo humano. El nacimiento virginal de Cristo es un recordatorio
inconfundible de que la salvación nunca llega mediante el esfuerzo humano, sino
que es obra de Dios mismo. Nuestra salvación solo se produce a través de la
obra sobrenatural de Dios, y eso se hizo evidente al principio de la vida de
Jesús cuando «Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley,
para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados
como hijos» (Gá 4:4-5).
2. EL NACIMIENTO VIRGINAL
HIZO POSIBLE QUE SE PUDIERA UNIR EN UNA SOLA PERSONA LA DEIDAD EN SU PLENITUD Y
LA HUMANIDAD EN SU PLENITUD.
Este
fue el medio que Dios usó para enviar a su Hijo Gn 3: 16; Gá 4: 4) al mundo
como hombre. Si pensamos por un momento en otras posibles formas en las que
Cristo hubiera podido venir a la tierra, ninguna de ellas habría unido tan
claramente a la humanidad y a la deidad en una persona.
Para
Dios probablemente hubiera sido posible crear a Jesús como un completo ser
humano en el cielo y enviarlo a la tierra sin la intervención de un padre
humano. Pero entonces hubiera sido muy dificil para nosotros poder ver que
Jesús era completamente humano como nosotros, ni hubiera sido parte de la raza
humana que descendía físicamente de Adán.
Por
otro lado, probablemente a Dios le hubiera sido posible hacer que Jesús viniera
a este mundo por medio de dos padres humanos, padre y madre, y con naturaleza
divina unida milagrosamente a su naturaleza humana en algún momento oportuno de
su vida. Pero entonces hubiera sido bastante dificil para nosotros comprender
como Jesús podía ser completamente Dios, puesto que su origen era como el
nuestro en todos los sentidos.
Pensar
en estas otras dos posibilidades nos ayuda a entender cómo Dios, en su
sabiduría, ordenó una combinación de influencias humanas y divinas en el
nacimiento de Cristo, de manera que toda su humanidad fuera evidente para
nosotros en razón del hecho de su nacimiento humano normal de una madre humana,
y su plena deidad fuera evidente en el hecho de la concepción en el vientre de
María mediante la obra poderosa del Espíritu Santo.'
3. EL NACIMIENTO VIRGINAL
HIZO TAMBIÉN POSIBLE QUE JESÚS FUERA COMPLETAMENTE HUMANO PERO SIN LA HERENCIA
DE PECADO.
Como
dijimos en el capítulo 24, todos los seres humanos hemos heredado la culpa
legal y la naturaleza moral corrompida de nuestro primer padre, Adán (lo que a
veces se le llama «pecado heredado» o «pecado original»). Pero el hecho de que
Jesús no tuviera un padre humano significa que la línea de descendencia de Adán
quedó parcialmente interrumpida.
Jesús
no descendía de Adán exactamente en la misma manera que los demás seres humanos
han descendido de Adán. Y esto nos ayuda a comprender por qué la culpa legal y
la corrupción moral que cargan los demás seres humanos no la encontramos en
Cristo.
Esta
idea parece estar indicada en la declaración del ángel Gabriel a María, cuando
dice:
«El Espíritu Santo Vendrá Sobre Ti, Y El Poder Del Altísimo Te Cubrirá
Con Su Sombra Así Que [El Niño Que Va A Nacer Se Llamará Santo] Hijo De Dios»
(Lc 1: 35).
Debido a que el Espíritu Santo causó la concepción de Jesús en el vientre de
María, el niño sería llamado ((santo».2 Esa conclusión no debe interpretarse
como que quiere decir que la transmisión del pecado viene solo por medio del
padre, porque las Escrituras no hacen una aseveración así en ninguna parte.
Baste decir que en este caso la línea ininterrumpida de la descendencia de Adán
quedó interrumpida, y Jesús fue concebido por el poder del Espíritu Santo.
Lucas
1:35 conecta esta concepción por el Espíritu Santo con la santidad o pureza
moral de Cristo, y la reflexión en ese hecho nos permite entender que gracias a
la ausencia de un padre humano, Jesús no era completamente un descendiente de
Adán, y que esa interrupción de la línea de descendencia fue el método que Dios
usó para hacer que Jesús fuera completamente humano sin que heredara el pecado
de Adán.
NOTA: Esto no quiere decir que hubiera sido
imposible para Dios hacer que Jesús viniera al mundo en otra manera diferente,
sino tan solo decir que Dios, en su sabiduría, decidió que este era la mejor
forma de hacer que sucediera, y parte de ello es evidente en el hecho de que el
nacimiento virginal nos ayuda a comprender cómo Jesús podía ser completamente
Dios y completamente humano. Las Escrituras no nos dicen si hubiera sido
«posible» traer a Cristo al mundo en algún sentido absoluto de «posible».
He insertado aquí una traducción de la versión
inglesa RSV, que pienso que es correcta. La frase griega es dio kai to
gennomenon hagion klethesetai, huios theou. La decisión de cuál es la
traducción correcta depende de si tomamos gennomenon como el sujeto
significando «el niño que nacerá» o pensamos que el sujeto es to hagion, «el
santo niño», con el participio gennomenon funcionando como un adjetivo, dando
el sentido que tiene en las versiones hispanas.
Recientemente, una investigación léxica amplia
parece indicar que la expresión to gennomenon era una expresión bastante común
que se solía entender como «el niño que nacerá». Ejemplos de este uso se puede
ver en Plotino, Nead, 3. 6.20; Platón, Menexenus, 237 E; Laws, 6,775 C; Filón,
Sobre la creación, 100; Sobre el cambio de nombres, 267; Plutarco, Moralia,
«Consejos para los Novios», 140 F; «Sobre el afecto a los hijos» 495 E. S e
podrían encontrar probablemente más ejemplos con una investigación de
computadora más completa, pero estos parecen suficientes para demostrar que la
simple posibilidad gramatical de traducir Lucas 1: 35 en la manera que lo hacen
las versiones castellanas no es un argumento fuerte a favor de sus
traducciones, porque los lectores de habla griega del primer siglo hubieran
entendido generalmente las palabras to gennomenon como una unidad que significa
«el niño que nacerá».
Debido a este hecho, la traducción que propongo
representa el sentido que hubieran entendido los lectores del primer siglo:
«Así que el niño que nacerá será llamado santo». (Descubrí estos ejemplos de to
gennomenon al investigar la información en el Thesaurus Linguae Graecae basado
en la computadora Ibycus en el Trinity Evangelical Divinity School.)
La Iglesia Católica Romana enseña la doctrina de la
inmaculada concepción. Esta doctrina no se refiere a la concepción de Jesús en
el vientre de María, sino a la concepción de María en el vientre de su madre, y
enseña que María estaba libre de la herencia del pecado. EI8 de diciembre de
1854, el Papa Pío IX proclamó: «La Santísima Virgen María fue, desde el primer
momento de su concepción... en vista de los méritos de Cristo Jesús preservada
libre de la mancha del pecado original» (Ludwig Ott, Fundamentals of Catholic
Dogma, trad. Patríck Lynch [Tan, Rockfort, 1960], p. 190). (La Iglesia Católica
también enseña que «como consecuencia de un privilegio especial de gracia de
Dios, María estaba libre de pecado personal durante toda su vida», p. 203.)
En respuesta, debemos decir que el Nuevo Testamento
honra mucho a María como una persona a quien Dios le (ha concedido su favor)
(Lc 1:30), y que es «bendita entre las mujeres» (Lc 1:42), pero en ninguna
parte indica la
Biblia que María estaba libre del pecado heredado.
La expresión «¡Te saludo, tú que has recibido el favor de Dios.
El Señor está contigo» (Lc 1:28) simplemente
significa que María había encontrado gran bendición de parte de Dios; la misma
palabra que traducimos como (favor) o «favorecida» en Lucas 1:28 (gr. charitoo)
se usa para todos los cristianos en Efesios 1:6: «para alabanza de su gloriosa
gracia, que nos concedió en su Amado». En realidad, Ott dice: «La doctrina de
la Inmaculada Concepción de María no está explícitamente revelada en las
Escrituras» (p. 200, aunque él piensa que está implícita en Gn 3:15 y Lc 1: 28,
41.
¿PERO POR QUÉ JESÚS NO
HEREDÓ UNA NATURALEZA PECAMINOSA DE PARTE DE MARÍA?
La
Iglesia Católica Romana responde a esa pregunta diciendo que María misma estaba
libre del pecado, pero las Escrituras no enseñan eso, y de todas maneras eso no
resuelve el problema (¿acaso no heredó María el pecado de su madre?). Una
solución mejor es decir que la obra del Espíritu Santo en María debe haber
prevenido no solo la transmisión del pecado de José (porque Jesús no tuvo padre
humano), sino también, en una forma milagrosa, la transmisión del pecado de
María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti Así que al santo niño que va a nacer
lo llamarán Hijo de Dios» (Lc 1: 35).
Ha
sido común, al menos en generaciones anteriores, para los que no aceptan la
completa veracidad de las Escrituras negar la doctrina del nacimiento virginal
de Cristo. Pero si nuestras creencias van a ser gobernadas por las
declaraciones de las Escrituras, no negaremos ciertamente esta enseñanza. Ya
sea que podamos o no discernir algunos aspectos de importancia doctrinal de
esta enseñanza, debiéramos creerla primero que nada porque las Escrituras la
afirman.
Por
supuesto, un milagro así no es demasiado dificil para el Dios que creó el
universo y todo lo que hay en él, todo el que afirme que un nacimiento virginal
es «imposible» está confesando su propia incredulidad en el Dios de la Biblia.
No obstante, además del hecho de que las Escrituras enseñan el nacimiento
virginal, podemos ver que es doctrinalmente importante, y si vamos a entender
la enseñanza bíblica sobre la persona de Cristo correctamente, es importante
que empecemos con una afirmación de esta doctrina.
2. DEBILIDADES Y LIMITACIONES HUMANAS
A. JESÚS TUVO UN CUERPO
HUMANO:
El
hecho de que Jesús tuviera un cuerpo humano como nosotros lo podemos ver en
muchos pasajes de las Escrituras. Nació de la misma manera que nacen todos los
demás seres humanos (Lc 2: 7). Creció como niño hasta llegar a la edad adulta
como todos los niños lo hacen. «El niño crecía y se fortalecía; progresaba en
sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba» (Lc 2: 40).
Además,
Lucas nos dice que «Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez
más gozaba del favor de Dios y de toda la gente» (Lc 2: 52).
Jesús
se cansaba como todos nosotros, porque leemos que «Jesús, fatigado del camino,
se sentó junto al pozo» Gn 4:6) en Samaria. Sintió sed, porque cuando estaba en
la cruz dijo: «Tengo sed» Gn 19:28). Después de haber ayunado durante cuarenta
días en el desierto, leemos que «tuvo hambre» (Mt 4: 2). A veces se sintió
físicamente débil, porque durante el tiempo de sus tentaciones en el desierto
ayunó por cuarenta días (hasta el punto cuando la fortaleza fisica de las
personas se agota por completo y puede suceder un daño irreparable si continúa
el ayuno).
En ese
tiempo «unos ángeles acudieron a servirle» (Mt 4: 11), y aparentemente cuidaron
de él y le proveyeron de sustento hasta que recuperó sus energías para salir
del desierto. Cuando Jesús estaba de camino al Gólgota para ser crucificado,
los soldados obligaron a Simón de Cirene a que llevara la cruz (Lc 23: 26), muy
probablemente debido a que Jesús se encontraba tan debilitado después de los
latigazos que le habían dado que ya no contaba con fuerzas para llevarla él
mismo.
La
culminación de las limitaciones de Jesús en términos de su cuerpo fisico la
vemos cuando murió en la cruz (Lc 23: 46). Su cuerpo humano cesó de tener vida
y cesaron sus funciones, lo mismo que en nuestros cuerpos cuando morimos.
Jesús
también resucitó de entre los muertos en un cuerpo fisico, humano, aunque uno
que era perfecto y ya no estaba sujeto a las limitaciones de la debilidad, la
enfermedad o la muerte. Les demostró repetidas veces a sus discípulos que tenía
un cuerpo fisico auténtico: él dijo: «Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo
mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los
tengo yo» (Lc 24: 39).
Les
mostró y les enseñó que tenía «carne y huesos» y que no era solo un «espíritu»
sin cuerpo. Otra evidencia de esto lo vemos en que ellos «le dieron un pedazo
de pescado asado, así que lo tomó y se lo comió delante de ellos» (Lc 24: 42;
v. 30; Jn20: 17, 20, 27; 21: 9,13).
En
este mismo cuerpo humano (aunque era un cuerpo resucitado que ya era perfecto),
Jesús también ascendió al cielo. Dijo antes de dejarlos: «Ahora dejo de nuevo
el mundo y vuelvo al Padre» Gn 16: 28; 17: 11).
La
manera en que Jesús ascendió al cielo fue calculada para demostrar la
continuidad entre su existencia en un cuerpo fisico aquí en la tierra y la
continuidad de su existencia en ese cuerpo en el cielo. Unos pocos versículos
más tarde que cuando Jesús les dijo: «Un espíritu no tiene carne ni huesos,
como ven que los tengo yo» (Lc 24: 39), leemos en el Evangelio de Lucas que
Jesús «los llevó hasta Betania; allí alzó las manos y los bendijo.
Sucedió
que, mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo» (Lc 24:
50-51). Asimismo, leemos en Hechos: «Mientras ellos lo miraban, fue llevado a
las alturas hasta que una nube lo ocultó de su vista» (Hch 1: 9).
Todos
estos versículos tomados juntos muestran que, en lo concerniente al cuerpo
humano de Jesús, era como el nuestro en todos los sentidos antes de la
resurrección, y después de su resurrección era todavía un cuerpo humano con
«carne y huesos», pero hecho perfecto, la clase de cuerpo que nosotros
tendremos cuando Cristo regrese y nos resucite también de entre los
muertos" Jesús sigue existiendo en ese cuerpo en el cielo, como la ascensión
tiene el propósito de enseñarnos.
B. JESÚS TUVO UNA MENTE
HUMANA:
El
hecho de que Jesús «siguió creciendo en sabiduría» (Lc 2: 52) nos dice que pasó
por un proceso de aprendizaje como lo hacen todos los niños. Aprendió a comer,
a hablar, a leer y escribir, y cómo ser obediente a sus padres (vea He 5: 8).
Este proceso de aprendizaje común a todos fue parte de la auténtica humanidad
de Cristo.
También
podemos ver que Jesús tuvo una mente como la nuestra cuando habla del día en
que regresará a la tierra: «Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni
siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre» (Mr 13: 32).
NOTA: Vea capítulo 28, Y el capítulo 42, sobre la
naturaleza del cuerpo resucitado.
Vea adelante una consideración más completa de este
versículo, pp. 560-63.
La palabra tarasso, «angustiado», se usaba, por
ejemplo, para hablar del hecho de que Herodes se «turbó.
Cuando se enteró de que los magos habían acudido a
Jerusalén buscando al nuevo rey de los Judíos (Mt 2:3); los discípulos se
«aterraron» cuando vieron a Jesús caminando sobre las aguas del lago y pensaron
que era un fantasma (Mt 14: 26): Zacarías se «asustó» cuando de repente vio a
un ángel aparecer en el templo en Jerusalén (Lc 1: 12); y los discípulos se
«asustaroll» cuando Jesús apareció repentinamente entre ellos después de la
resurrección (Lc 24: 38).
Pero la palabra aparece también en Juan 14: 1, 27,
cuando Jesús dice: «No se angustien, Confíen en Dios». Cuando Jesús estaba
angustiado en su espíritu, no pensemos, por tanto, que era una falta de fe o
que estaba afectado por algún pecado, era definitivamente una fuerte emoción
humana que suele aparecer en momentos de gran peligro.
C. JESÚS TUVO UN ALMA HUMANA
Y EMOCIONES HUMANAS:
Vemos
varias indicaciones de que Jesús tuvo alma humana (o espíritu). Poco antes de
su crucifixión, Jesús dijo: «Ahora todo mi ser está angustiado» Gn 12:27).Juan
nos dice un poco después: «Dicho esto, Jesús se angustió profundamente» Gn
13:21). En ambos versículos la palabra angustiar representa al término griego
tarasso, una palabra que se usa con frecuencia para referirse a personas con
ansiedad o sorprendidos repentinamente por un peligro:
Además,
antes de la crucifixión de Jesús, al darse cuenta del sufrimiento que iba a
enfrentar, dijo: «Es tal la angustia que me invade, que me siento morir» (Mt
26: 38). Tan grande era la tristeza que sentía que parecía como que, si hubiera
llegado a ser más fuerte, hubiera acabado con su vida. Jesús experimentó una
gama completa de emociones. Se «asombró» de la fe del centurión (Mt 8: 10).
Lloró
con tristeza por causa de la muerte de Lázaro Gn 11: 35). Y oró con un corazón
lleno de emoción, porque en «1os días de su vida mortal, Jesús ofreció
oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la
muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión» (He 5: 7).
Además,
el autor de Hebreos nos dice: «Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento
aprendió a obedecer; y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación
eterna para todos los que le obedecen» (He 5: 8-9). Con todo, si Jesús nunca
pecó, ¿cómo podía él «aprender obediencia»? Al parecer, al tiempo que Jesús
crecía en madurez, como todos los demás niños humanos, fue capaz de desarrollar
su responsabilidad moral.
Cuanto
mayor se hacía tantas más demandas podían sus padres exigirles en términos de
obediencia, y más difíciles serían las tareas que su Padre celestial podía
asignarles para llevarlas a cabo según las fuerzas de su naturaleza humana. Con
cada tarea que aumentaba en dificultad, incluso cuando involucraba algún
sufrimiento (como He 5:8 especifica), la habilidad moral de Jesús, su capacidad
de obedecer bajo circunstancias cada vez más difíciles se incrementaba.
Podemos
decir que su «fibra moral» se fortalecía mediante ejercicio cada vez más
difíciles. No obstante, en todo este proceso nunca pecó.
La
ausencia completa de pecado en la vida de Jesús es muy notable a causa de las
severas tentaciones que enfrentó, no solo en el desierto, sino a lo largo de su
vida. El autor de Hebreos afirma que Jesús fue «tentado en todo de la misma
manera que nosotros, aunque sin pecado» (He 4: 15).
El
hecho de que enfrentara tentaciones significa que tenía una naturaleza humana
auténtica que podía ser tentada, porque las Escrituras claramente dicen que
«Dios no puede ser tentado por el mal» (Stg 1: 13).
D. LAS PERSONAS CERCANAS A
JESÚS LE VIERON SOLO COMO UN HOMBRE:
Mateo
nos informa de un incidente asombroso en medio del ministerio de Jesús. Aunque
Jesús había recorrido toda Galilea (enseñando en las sinagogas, anunciando las
buenas nuevas del reino y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente»,
de manera que le «seguían grandes multitudes» (Mt 4: 23-25), cuando llegó a
Nazaret, el pueblo donde se había criado, sus vecinos que le había conocido por
tantos años no le recibieron:
Cuando
Jesús terminó de contar estas parábolas, se fue de allí. Al llegar a su tierra,
comenzó a enseñar a la gente en la sinagoga, los que se preguntaban
maravillados: (¿De dónde sacó éste tal sabiduría y tales poderes milagrosos?
¿No es acaso el hijo del carpintero?
¿No Se Llama Su Madre María; Y No Son Sus Hermanos Jacobo, José, Simón Y
Judas? ¿No Están Con Nosotros Todas Sus Hermanas? ¿Así Que De Dónde Sacó Todas
Estas Cosas? Y Se Escandalizaban A Causa De Él. Y Por La Incredulidad De Ellos,
No Hizo Allí Muchos Milagros (Mt 13: 53-58).
Este
pasaje nos indica que las personas que le conocieron mejor, los vecinos con los
que había vivido y trabajado durante treinta años, solo le vieron como un
hombre común y corriente, un buen hombre, sin duda, justo, amable y sincero,
pero ciertamente no un profeta de Dios que pudiera hacer milagros, y desde
luego no Dios mismo en la carne.
Aunque
en las secciones siguientes veremos cómo Jesús era completamente divino en
todos los sentidos que era verdaderamente Dios y hombre en una persona- debemos
con todo reconocer toda la fuerza de un pasaje como este.
Durante
los primeros treinta años de su vida Jesús vivió una vida humana que era tan
común y corriente que las personas de Nazaret que le conocían mejor se quedaron
asombradas de que él pudiera enseñar con autoridad y obrar milagros. Ellos le
conocían. Era uno de ellos. Era el «hijo del carpintero» (Mt 13: 55), y él
mismo era «el carpintero» (Mt 6: 3), tan común y normal que se preguntaban:
«¿Así que de dónde sacó todas estas cosas?» (Mt 13: 56). Y Juan nos dice que
«ni siquiera sus hermanos creían en él» Un 7: 5).
¿Fue
Jesús completamente humano? Era tan humano que los que vivieron y trabajaron
con él durante treinta años, y aun sus hermanos que crecieron juntos bajo el
mismo techo, no lo vieron más que como un buen ser humano. Aparentemente no
tenían ni idea de que Dios se hubiera encarnado y viviera entre ellos.
3. SIN PECADO.
Aunque
el Nuevo Testamento afirma con absoluta claridad que Jesús era completamente
humano como nosotros lo somos, también afirma que Jesús era diferente en un
aspecto importante: Era sin pecado, y nunca cometió ningún pecado durante su
vida humana.
Algunos
han objetado diciendo que si Jesús no pecó, entonces no era verdaderamente
humano, porque todos los seres humanos pecan. Pero los que hacen esta objeción
no se dan cuenta que los seres humanos se encuentran ahora en una situación
anormal. Dios no nos creó pecaminosos, sino santos y justos.
Adán y
Eva antes de que pecaran en el huerto del Edén eran verdaderamente humanos, y
nosotros ahora, aunque humanos, no estamos a la altura de la manera de ser que
Dios desea para nosotros cuando quede restaurada por completo nuestra humanidad
sin pecado.
LA IMPECABILIDAD DE
JESÚS SE ENSEÑA CON FRECUENCIA EN EL NUEVO TESTAMENTO.
Vemos
sugerencias de ello temprano en su vida cuando «progresaba en sabiduría, y la
gracia de Dios lo acompañaba» (Lc 2: 40). Luego vemos que Satanás no tuvo éxito
en su intento de tentar a Jesús, y que después de cuarenta días no logró
persuadirle a que pecara. «Así que el diablo, habiendo agotado todo recurso de
tentación, lo dejó hasta otra oportunidad» Lc 4: 13).
Tampoco
vemos en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) ninguna evidencia de
falta o error de parte de Jesús. A los judíos que se le oponían, Jesús les
preguntó: «¿Quién de ustedes me puede probar que soy culpable de pecado?» Gn 8:
46) y nadie le respondió.
Las
declaraciones acerca de la impecabilidad de Jesús son más explícitas en el
Evangelio de Juan. Jesús hizo la asombrosa declaración: «Yo soy la luz del
mundo» Gn 8: 12). Si entendemos que la luz representa veracidad y pureza moral,
Jesús está aquí afirmando que él es la fuente de la verdad y de la pureza moral
y la santidad en el mundo, lo cual es una afirmación sorprendente, algo que
solo podía decir alguien que estuviera libre de pecado.
Además,
en cuanto a la obediencia a su Padre en el cielo, dijo: «Siempre hago lo que le
agrada» (Jn 8:29; el tiempo presente nos da el sentido de una actividad
continua: «Estoy haciendo siempre lo que le agrada»). Al final de su vida,
Jesús podía decir: (Así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su amor) (Jn 15: 10).
Es
significativo que cuando Jesús estaba siendo sometido a juicio ante Pilato, a
pesar de las acusaciones de los judíos, Pilato solo pudio llegar a la
conclusión: «Yo no encuentro que éste sea culpable de nada» (Jn 18: 38).
En el
libro de Hechos a Jesús le llaman varias veces: «Santo y Justo», o se refieren
a él con expresiones similares (vea Hch 2: 27; 3: 14; 4: 30; 7: 52; 13: 35).
Cuando Pablo habla de que Jesús vino a vivir como hombre es muy cuidadoso en no
decir que Jesús vino en «carne de pecado», sino más bien dice que «Dios enviando
a su Hijo en semejanza de carne de pecado» (Ro 8: 3, RVR 1960). Y se refiere a
Jesús como el «que no cometió alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador»
(2ª Co 5:21).
El
autor de Hebreos afirma que Jesús fue tentado, pero a la vez insiste en que no
pecó: «Sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros,
aunque sin pecado» (He 4: 15). Él es un sumo sacerdote que es «santo,
irreprochable, puro, apartado de los pecadores y exaltado sobre los cielos» (He
7: 26).
Pedro
habla de Jesús como «un cordero sin mancha y sin defecto» (1ª P 1: 19), usando
las imágenes del Antiguo Testamento para afirmar que está libre de todo defecto
moral. Pedro declara directamente: «No cometió ningún pecado, m hubo engaño en
su boca» (1ª P 2: 22).
Cuando
Jesús murió, era «el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a
Dios» (1ª P 3: 18). Y Juan, en su primera epístola, llama a Jesús «Jesucristo,
el Justo» (1ª Jn 2: 1) y dice: «y él no tiene pecado» (1ª Jn 3:15). Es dificil
de negar, entonces, que la impecabilidad de Cristo se enseña claramente en las
secciones más importantes del Nuevo Testamento. Él era verdaderamente hombre,
pero sin pecado.
En
relación con la impecabilidad de Jesús, debiéramos notar en más detalles la
naturaleza de las tentaciones en el desierto (Mt 4: 1-11; Mr 1: 12-13; Lc
4:1-13). En esencia estas tentaciones fue un intento de persuadir a Jesús de
que escapara del camino duro de obediencia y sufrimiento que estaba preparado
para él como el Mesías.
Jesús
fue «llevado por el Espíritu al desierto. Allí estuvo cuarenta días y fue
tentado por el diablo» (Lc 4: 1-2). En muchos sentidos esta tentación fue
semejante a la prueba que enfrentaron Adán y Eva en el huerto del Edén, pero
fue mucho más dificil. Adán y Eva teman comunión con Dios y uno con el otro y
abundancia de toda clase de alimento, y solo se les dijo que no comieran de un
árbol.
Por el
contrario, Jesús no tenía compañerismo humano con nadie y nada para comer, y
después de haber ayunado durante cuarenta días estaba al borde del agotamiento
fisico. En ambos casos la clase de obediencia que se requería no era la
obediencia a un principio moral eterno enraizado en el carácter de Dios, sino
una prueba de pura y simple obediencia a un mandato específico de Dios. Con
Adán y Eva, a quienes Dios les había dicho que no comieran del árbol del
conocimiento del bien y del mal, la cuestión era si ellos obedecerían porque
Dios les había dicho que lo hicieran.
En el
caso de Jesús, «llevado por el Espíritu» al desierto por cuarenta días, este al
parecer se dio cuenta de que era la voluntad del Padre que no comiera durante
esos días, sino que permaneciera allí hasta que el Padre, por medio de la
dirección del Espíritu Santo, le dijera que la tentación había terminado y que
podía marcharse de allí.
Podemos
entender, entonces, la fuerza de la tentación: «Si eres el Hijo de Dios, dile a
esta piedra que se convierta en pan» (Lc 4:3). Por supuesto, Jesús era el Hijo
de Dios, y desde luego tenía poder para convertir la piedra en pan instantáneamente.
Muy
pronto transformaría el agua en vino y multiplicaría los panes y los peces.
La
tentación estaba intensificada por el hecho de que parecía que, si no comía
pronto, corría el riesgo de perder la vida. Con todo, él había venido a
obedecer a Dios de manera perfecta en nuestro lugar, y hacerlo como hombre.
Esto significa que tenía que obedecer basado solo en sus propias fuerzas
humanas. Si hubiera invocado sus poderes divinos para hacer que la tentación le
resultara más fácil, no habría obedecido a Dios completamente como un hombre.
La
tentación consistía en «manipular» un poco los requerimientos y hacer que la
obediencia resultara de cierta forma más fácil. Pero Jesús, a diferencia de
Adán y Eva, rehusó comer cuando parecía que era bueno y necesario para él,
prefiriendo más bien obedecer el mandamiento de su Padre celestial.
La
tentación de inclinarse y adorar a Satanás por un momento y recibir autoridad
sobre «todos los reinos del mundo» (Lc 4: 5) fue la tentación de recibir poder
no por medio del camino de la obediencia de toda una vida a su Padre celestial,
sino mediante el sometimiento erróneo al príncipe de las tinieblas. Jesús de
nuevo rechazó esta senda aparentemente fácil y eligió el camino de la
obediencia que lo llevó a la cruz.
Del
mismo modo, la tentación de arrojarse desde lo alto del pináculo del templo (Lc
4: 9-11) fue la tentación de «forzar» a Dios a realizar un milagro y rescatarlo
en una forma espectacular, y de ese modo atraer a una multitud de seguidores
sin tener que seguir el dificil camino que tenía por delante, que incluía tres
años de ministrar a las personas en sus necesidades, enseñar con autoridad y
ser un ejemplo de absoluta santidad en su vida en medio de una dura oposición.
Pero
Jesús de nuevo se resistió al «camino fácil» para el cumplimiento de sus metas
como Mesías (de nuevo, un camino que en realidad no le hubiera llevado a
cumplir con esas metas en ningún sentido).
Estas
tentaciones fueron en verdad la culminación de un proceso moral de toda una
vida de fortalecimiento y maduración que tuvo lugar durante toda la niñez y
temprana adultez de Jesús, al ir «creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez
gozaba más del favor de Dios» (Lc 2: 52) y «mediante el sufrimiento aprendió a
obedecer» (He 5: 8).
En
esas tentaciones en el desierto y en las varias tentaciones que tuvo que
enfrentar a lo largo de los treinta y tres años de su vida, Cristo obedeció a
Dios en nuestro lugar y como representante nuestro, y triunfó allí donde Adán
había fallado, donde el pueblo de Israel en el desierto había fallado, y donde
nosotros hemos fallado (vea Ro 5: 18-19).
Con
todo lo dificil que pueda ser para nosotros comprenderlo, las Escrituras
afirman que en estas tentaciones Jesús aumentó su capacidad para entender y
ayudamos en nuestras tentaciones. «Por haber sufrido él mismo la tentación,
puede socorrer a los que son tentados» (He 2: 18). El autor sigue relacionando
la capacidad de Jesús para condolerse de nuestras debilidades por el hecho de
que fue tentado como nosotros lo somos:
Porque No Tenemos Un Sumo Sacerdote Incapaz De Compadecerse De Nuestras
Debilidades, Sino Uno Que Ha Sido Tentado En Todo De La Misma Manera Que
Nosotros, Aunque Sin Pecado. Así Que Acerquémonos Confiadamente Al Trono De La
Gracia Para Recibir Misericordia Y Hallar La Gracia Que Nos Ayude En El Momento
Que Más La Necesitemos (He 4: 15-16).
Esto
tiene una aplicación práctica para todos nosotros: En cada situación en la que
luchamos con la tentación, debiéramos reflexionar en la vida de Cristo y
preguntamos si no son situaciones similares a las que él enfrentó. En general,
después de reflexionar un poco, seremos capaces de pensar en algunos momentos
de la vida de Cristo en las que enfrentó tentaciones que, aunque no fueron
iguales en cada detalle, fueron semejantes a las situaciones que nosotros
enfrentamos a dia no adelante que las Escrituras enseñan eso en forma clara y
repetida), ¿no debemos afirmar también que (en algún sentido) Jesús no podía
«ser tentado por el mal»?
4. ¿PODÍA JESÚS HABER PECADO?
A
veces surge la pregunta: «¿Era posible que Jesús pecara?» Algunos argumentan a
favor de la impecabilidad de Cristo en el que la palabra impecable significa
que «no puede pecar».' Otros objetan que si Jesús no podía pecar, sus
tentaciones no podían ser reales, ¿porque cómo puede ser real una tentación si
la persona que está siendo tentada no tiene la posibilidad de caer en pecado?
A fin
de responder a esta pregunta, debemos distinguir lo que las Escrituras afirman
claramente, por un lado, y, por el otro, lo que está más en la naturaleza de la
posible inferencia de nuestra parte.
(1) Las Escrituras claramente afirman que Cristo nunca pecó (vea arriba).
No debiera haber ninguna duda en cuanto a este hecho en nuestras mentes.
(2) También afirman claramente que Jesús fue tentado, y que fueron
tentaciones auténticas (Lc 4: 2). Si creemos las Escrituras, debemos insistir
entonces en que Cristo «ha sido tentado en todo de la misma manera que
nosotros, aunque sin pecado» (He 4: 15). Si nuestra especulación sobre la
cuestión de si Cristo podía haber pecado nos lleva alguna vez a decir que él no
fue verdaderamente tentado, hemos llegado entonces a una conclusión errónea,
una que contradice las claras declaraciones de las Escrituras.
(3) Debemos también afirmar con las Escrituras que «Dios no puede ser
tentado por el mal» (Stg 1: 13). Pero aquí la pregunta se hace más dificil: Si
Jesús era completamente Dios como también completamente hombre (y
argumentaremos más)
Particularmente en relación con la vida familiar,
nos ayuda el recordar que José no aparece mencionado en ninguna parte en los
evangelios después del incidente en el templo cuando Jesús tenía doce años. Es
especialmente interesante notar que José no aparece en los versículos que hablan
de la madre y otros miembros de la familia, mencionando incluso los nombres de
los hermanos y hermanas (vea Mt 13: 55-56; Mr 6: 3; cp. Mt 12: 48).
Parecería muy extraño, por ejemplo, que la «madre
de Jesús» se encontrara en la boda en Caná de Galilea Gn 2: 1) pero no su
padre, si es que todavía vivía (cp. Jn 2: 12). Esto parece indicar que en algún
momento después que Jesús cumplió los doce años José falleció, y que durante
unos años Jesús creció en un hogar donde la madre actuaba como cabeza de familia.
Esto nos está diciendo que al ir creciendo Jesús
asumió cada vez más la responsabilidad de líder de la familia, ganándose la
vida como «carpintero» (Mr 6:3) y cuidando también sin duda de sus hermanos más
jóvenes.
Por tanto, aunque Jesús nunca se casó, Él tuvo, sin
duda alguna, una rica variedad de experiencias familiares en situaciones y
conflictos similares a los que experimentan las familias hoy. La palabra latina
peccare significa "pecar».
Hasta
aquí es donde podemos llegar en términos de afirmaciones claras y explícitas de
las Escrituras. Pero aquí nos enfrentamos con un dilema similar a algunos otros
dilemas doctrinales en los que las Escrituras parecen estar enseñando cosas que
son, si no directamente contradictorias, o a menos muy difíciles de combinar en
nuestro entendimiento. Por ejemplo, con respecto a la doctrina de la Trinidad,
afirmamos que Dios existe en tres personas, y que cada una es completamente
Dios, y que hay un solo Dios.
Aunque
esas declaraciones no son contradictorias, son, no obstante, difíciles de
entender en relación una con otra, y aunque podemos hacer cierto progreso en la
comprensión de cómo encajan unas con otras, al menos en esta vida tenemos que
admitir que no puede haber una comprensión final por parte nuestra. Aquí la
situación es de alguna manera similar.
No
tenemos una contradicción real. Las Escrituras no nos dicen que «Jesús fue
tentado» y que «Jesús no fue tentado» (una contradicción si «Jesús» y «tentado»
se usan exactamente en la misma forma en ambas frases). La Biblia nos dice que
(Jesús fue tentado) y que (Jesús era completamente hombre) y que (Jesús era
completamente Dios» y «Dios no puede ser tentado».
Esta
combinación de enseñanzas de parte de las Escrituras deja abierta la
posibilidad de que a medida que entendemos la manera en que las naturalezas
humana y divina de Jesús funcionaban juntas, podemos comprender más la manera
en la que él podía ser tentado en un sentido y en otro, no obstante, no podía
ser tentado. (Esta posibilidad la examinaremos después más a fondo).
En
este momento, entonces, vamos más allá de las afirmaciones claras de las
Escrituras e intentamos sugerir una solución al problema de si Cristo podía
haber pecado. Pero es importante reconocer que la siguiente solución está más
en la naturaleza del recurso sugerido de combinar varias enseñanzas bíblicas y
no está directamente apoyado por declaraciones explícitas de las Escrituras.
Con esto en mente, es apropiado para nosotros decir:
(1) Si la naturaleza humana de Jesús hubiera existido por sí misma,
independiente de su naturaleza divina, habría sido una naturaleza humana
semejante a la que Dios dio a Adán ya Eva. Estaría libre de pecado, pero, no
obstante, con posibilidad de pecar. Por tanto, si la naturaleza humana de Jesús
hubiera existido por sí misma, estaba la posibilidad abstracta o teórica de que
Jesús podía haber pecado, como la naturaleza humana de Adán y Eva tenían la
posibilidad de pecar.
(2) Pero la naturaleza humana de Jesús nunca existió aparte de la unión con
su naturaleza divina. Desde el momento de su concepción, existió como
verdaderamente Dios y también como verdaderamente hombre. Su naturaleza humana
y su naturaleza divina existieron unidas en una persona.
(3) Aunque hubo algunas cosas (tales como sentir hambre, sed o debilidad)
que Jesús experimentó solo en su naturaleza humana y no las experimentó en su
naturaleza divina (vea más adelante), no obstante, un acto de pecar hubiera
sido una acción moral que habría involucrado al parecer toda la persona de
Cristo. Por tanto, si él hubiera pecado, hubiera involucrado su naturaleza
humana y su naturaleza divina.
(4) Pero si Jesús como una persona hubiera pecado, involucrando sus
naturalezas humana y divina en el pecado, Dios mismo habría pecado, y él
hubiera dejado de ser Dios. No obstante, eso es claramente imposible a causa de
la infinita santidad de la naturaleza de Dios.
(5) Por tanto, si estamos preguntando si era de veras posible que Jesús
hubiera pecado, parece que debemos concluir que no era posible. La unión de sus
naturalezas humana y divina en una persona lo evitaba.
Pero
queda todavía por responder la pregunta: «¿Cómo entonces podían ser válidas las
tentaciones de Jesús?» El ejemplo de la tentación de cambiar las piedras en pan
nos ayuda en este sentido. Jesús tenía la capacidad, en virtud de su naturaleza
divina, de realizar este milagro, pero si lo hubiera hecho, ya no habría estado
obedeciendo solo en base de la fortaleza de su naturaleza humana, hubiera
fallado en la prueba en la que Adán también falló, y no habría ganado la
salvación para nosotros.
Por
tanto, rehusó apoyarse en su naturaleza divina para hacer que la obediencia le
resultara más fácil. Del mismo modo, parece apropiado concluir que Jesús
enfrentó cada tentación, no en base a su poder divino, sino solo en la
fortaleza de su naturaleza humana (aunque, por supuesto, no estaba «solo»
porque Jesús, al ejercer la clase de fe que los humanos debieran ejercer,
estaba dependiendo perfectamente de Dios el Padre y del Espíritu Santo en todo
momento).
La
fortaleza moral de su naturaleza divina estaba allí como una especie de
«respaldo» que le hubiera servido para no pecar (y por tanto, podemos decir que
era imposible que él pecara), pero él no confió en la fortaleza de su
naturaleza divina para hacer que le resultara más fácil enfrentar las
tentaciones, y su negación a convertir las piedras en pan al comienzo de su
ministerio es una clara indicación de ello.
¿Fueron
entonces genuinas las tentaciones? Muchos teólogos han señalado que solo aquel
que resiste con éxito una tentación hasta el final siente de forma más plena
toda la fuerza de esa tentación.
Así
como un campeón de levantamiento de pesas que levanta y sostiene con éxito por
encima de su cabeza las pesas más pesadas en el campeonato siente toda la
fuerza de ello más completamente que el que lo ha intentado pero las deja caer,
todo cristiano que ha enfrentado con éxito la tentación hasta el final sabe que
es mucho más dificil que caer en ella de una vez.
Así
sucedió con Jesús: Cada tentación que enfrentó, lo hizo hasta el final, y
triunfó sobre ella. Las tentaciones fueron reales, aunque no se rindió a ellas.
En realidad, fueron mucho más reales porque no se rindió a ellas.
¿Qué
decimos entonces acerca del hecho de que «Dios no puede ser tentado por el mal»
(Stg 1: 13)? Parece ser que esta es una de las varias cosas que debemos afirmar
que son ciertas de la naturaleza divina de Jesús, pero no de su naturaleza
humana.
Su
naturaleza divina no podía ser tentada por el mal, pero sí su naturaleza humana
y sin duda fue tentada. Las Escrituras no nos explican con claridad cómo
estaban unidas estas dos naturalezas en una persona al enfrentarse a la
tentación.
Pero
esta distinción entre lo que es verdad de una naturaleza y lo que es verdad de
otra naturaleza es un ejemplo de varias declaraciones similares que las
Escrituras nos requieren hacer (vea más adelante más sobre esta distinción,
cuando examinemos cómo Jesús podía ser Dios y hombre en una persona).
5. ¿POR QUÉ ERA NECESARIA LA COMPLETA HUMANIDAD DE JESÚS?
Cuando
Juan escribió su primera epístola, circulaba una enseñanza herética entre las
iglesias que decía que Jesús no era hombre. Esta herejía llegó a ser conocida
como docetismo. Tan seria fue su negación de la verdad acerca de Cristo, que
Juan pudo decir que era una doctrina del anticristo: «En esto pueden discernir
quién tiene el Espíritu de Dios: todo profeta que reconoce que Jesucristo ha
venido en cuerpo humano, es de Dios; todo profeta que no reconoce a Jesús, no
es de Dios sino del anticristo» (1ª Jn 4: 2-3).
El
apóstol Juan entendió que negar la verdadera humanidad de Jesús era negar algo
que era esencial en el cristianismo, de modo que todo aquel que negara que
Jesús había venido en la carne no procedía de Dios.
Al
mirar a lo largo del Nuevo Testamento, vemos varias razones de por qué Jesús
tenía que ser completamente humano si es que iba a ser el Mesías y ganar
nuestra salvación. Podemos mencionar aquí siete de estas razones.
A. PARA OBEDIENCIA
REPRESENTATIVA.
Como
ya notamos en el capítulo sobre los pactos entre Dios y el hombre, Jesús era
nuestro representante y obedeció por nosotros allí donde Adán había fallado y
desobedecido. Lo vemos en el paralelismo entre la tentación de Jesús (Lc 4:
1-13) y el tiempo de la prueba de Adán y Eva en el huerto del Edén (Gn 2:
15-3:7). Aparece también claramente reflejado en las reflexiones de Pablo sobre
el paralelismo entre Adán y Cristo, y en la desobediencia de Adán y obediencia
de Cristo:
Por Tanto, Así Como Una Sola Transgresión Causó La Condenación De Todos,
También Un Solo Acto De Justicia Produjo La Justificación Que Da Vida A Todos.
Porque Así Como Por La Desobediencia De Uno Solo Muchos Fueron Constituidos
Pecadores, También Parla Obediencia De Uno Solo Muchos Serán Constituidos
Justos (Ro 5: 18-19).
Por
esto Pablo puede llamar a Cristo el «último Adán» (1ª Co 15: 45) y puede llamar
a Adán el «primer hombre» ya Cristo el «segundo hombre» (1 Ca 15:47).Jesús
tenía que ser un hombre a fin de ser nuestro representante y obedecer en
nuestro lugar.
B. SER UN SACRIFICIO VICARIO:
Si
Jesús no hubiera sido un hombre, no hubiera podido morir en nuestro lugar y
pagar el castigo que justamente nos correspondía. El autor de Hebreos nos dice
que «ciertamente, no vino en auxilio de los ángeles sino de los descendientes
de Abraham. Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para
ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de
expiar los pecados del pueblo» (He 2: 16-17; v. 14). Jesús tenía que ser un
hombre, no un ángel, porque Dios estaba preocupado con la salvación de los
hombres, no de los ángeles. Pero para hacer eso «era preciso que en todo se
asemejara a sus hermanos», con el fin de que expiara nuestros pecados, el
sacrificio que es una sustitución aceptable de nosotros.
Aunque
esta idea la consideraremos de forma más completa en el capítulo 27, sobre la
expiación, es importante que aquí nos demos cuenta de que a menos que Cristo
fuera completamente humano, no podía haber muerto para pagar el castigo por los
pecados del hombre. No hubiera podido ser un sacrificio que nos sustituyera a
nosotros.
NOTA: La palabra docetismo viene del verbo griego
dokeo que significa "parecen). Cualquier posición teológica que dice que
Jesús no era realmente un hombre, sino solo parecía ser un hombre, era
considerada una posición «docérica». Detrás del docetismo está la suposición de
que la creación material es inherentemente mala, y por tanto, el Hijo de Dios
no podía haber estado unido a una verdadera naturaleza humana.
Ningún líder prominente de la iglesia defendió
jamás el docetismo, pero fue una herejía preocupante que tuvo varios defensores
en los primeros cuatro siglos de la iglesia. Los evangélicos modernos que
descuidan enseñar la plena humanidad de Cristo pueden apoyar involuntariamente
tendencias docéticas en sus oyentes.
C. PARA SER EL ÚNICO MEDIADOR
ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES:
Debido
a que estábamos alejados de Dios por el pecado, necesitábamos a alguien que
viniera a ponerse entre Dios y nosotros y nos llevara de vuelta a él.
Necesitábamos un mediador que pudiera representamos ante Dios y que pudiera
representar a Dios ante nosotros.
Hay
solo una persona que haya cumplido alguna vez con esa función: «Porque hay un
solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª
Ti 2: 5). A fin de cumplir con esta función de mediador, Jesús tenía que ser
completamente hombre y a la vez completamente Dios.
D. PARA CUMPLIR EL PROPÓSITO
ORIGINAL DE DIOS DE QUE EL HOMBRE GOBERNARA LA CREACIÓN:
Conmovidos
en el propósito de Dios al crear al hombre, Dios puso a la humanidad sobre la
tierra para dominarla y gobernarla como representante suyo.
Pero
el hombre no cumplió con este propósito, sino que en vez de eso cayó en el
pecado.
El
autor de Hebreos se da cuenta de que la intención de Dios era poner todas las
cosas bajo la sujeción del hombre, pero reconoce: «Dios puso bajo él todas las
cosas... es cierto que todavía no vemos que todo le esté sujeto» (He 2: 8).
Entonces
Cuando Jesús vino como hombre, fue capaz de obedecer a Dios y de ese modo
adquirió el derecho de sojuzgar la creación como un hombre, y de esa manera
cumplir con el propósito original de Dios al poner al hombre sobre la tierra.
Hebreos reconoce esto cuando ahora dice: «Vemos a Jesús» en un lugar de
autoridad sobre el universo, «coronado de honra y gloria» (He 2: 9; d. la misma
frase en el v. 7).
Jesús
de hecho había recibido «toda autoridad en el cielo y en la tierra» (Mt 28:
18), y Dios «sometió todas las cosas al dominio de Cristo» (Ef 1: 22). Y
ciertamente nosotros un día reinaremos con él sobre el trono (Ap 3: 21) y
experimentaremos, en sujeción a Cristo nuestro Señor, el cumplimiento del
propósito de Dios de reinar sobre la tierra (Lc 19: 17, 19; 1ª Co 6: 3). Jesús
tenía que ser un hombre a fin de cumplir el propósito original de Dios de que
el hombre reinara sobre su creación.
E. PARA SER NUESTRO EJEMPLO Y
MODELO EN LA VIDA:
Juan
nos dice: «El que permanece en él, debe vivir como él vivió» (1ª Jn 2:6), y nos
recuerda que «cuando Cristo venga seremos semejantes a él» y esta esperanza de
conformamos al carácter de Cristo en el futuro nos da ahora una pureza moral
creciente en nuestra vida (1ª Jn 3: 2-3). Pablo nos dice que «somos
transformados a su semejanza» (2ª Co 3: 18), y de esa forma vamos progresando
hacia la meta para la cual Dios nos salvó, de que seamos «transformados según
la imagen de su Hijo» (Ro 8:29).
Pedro
nos dice que tenemos que considerar el ejemplo de Cristo especialmente en el
sufrimiento: «Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus
pasos» (1ª P 2: 21). A lo largo de nuestra vida cristiana, tenemos que correr
la carrera que tenemos propuesta delante de nosotros, puesta (la mirada en
Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe) (He 12: 2). Si llegamos a
desalentarnos por causa de la hostilidad y oposición de los pecadores, tenemos
que considerar (a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los
pecadores) (He 12:3). Jesús es también nuestro ejemplo en la muerte.
La
meta de Pablo es (llegar a ser semejante a él en su muerte) (Fil 3: 10; Hch 7:
60; 1ª P 3: 17-18 con 4: 1). Nuestra meta debiera serla de ser semejantes a
Cristo todos los días de nuestra vida, hasta el momento de la muerte, y morir
con obediencia inquebrantable a Dios, con fuerte confianza en él y con amor y
perdón por otros. Jesús tenía que hacerse hombre como nosotros a fin de vivir
como nuestro ejemplo y modelo de vida.
F. PARA SER EL MODELO DE
NUESTROS CUERPOS REDIMIDOS:
Pablo
nos dice que cuando Jesús resucitó de entre los muertos lo hizo con un cuerpo
nuevo que «resucitará en incorrupción en gloria un cuerpo espiritual (1ª Co 15:
42-44). Este nuevo cuerpo de resurrección que Jesús tenía cuando se levantó de
la tumba es el modelo que muestra cómo serán nuestros cuerpos cuando resuciten
de entre los muertos, porque Cristo es «las primicias) (1ª Co 15: 23).
Esta
es una metáfora tomada de la agricultura que asemeja a Cristo a las primeras
muestras de la cosecha, que indican que los otros frutos de la cosecha serán
semejantes. Nosotros tenemos ahora un cuerpo fisico como el de Adán, pero
tendremos uno como el de Cristo: 8y así como hemos llevado la imagen de aquel
hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial) (1ª Co 15: 49).
Jesús tenía que resucitar como hombre a fin de ser el «primogénito de la
resurrección) (Col 1: 18), el modelo de los cuerpos que tendríamos después.
G. PARA COMPADECERSE COMO
SUMO SACERDOTE:
El
autor de Hebreos nos recuerda que «por haber sufrido él mismo la tentación,
puede socorrer a los que son tentados)) (He 2: 18; 4: 15-16). Si Jesús no
hubiera sido un hombre, no habría sido capaz de conocer por experiencia todo lo
que nosotros pasamos en nuestras tentaciones y luchas en esta vida. Pero debido
a que él ha vivido como hombre, está en condiciones de compadecerse
completamente de nuestras experiencias."
NOTA: Este es un concepto dificil para que nosotros
lo entendamos, porque no queremos decir que Jesús adquirió un conocimiento o
información adicional al hacerse hombre, pues ciertamente como Dios omnisciente
sabía todo lo que había que saber acerca de la experiencia del sufrimiento
humano.
Pero el libro de Hebreos dice: «Por haber sufrido
él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados» (He 2: 18), y
debemos insistir en que esa declaración es correcta, pues hay una relación
entre el sufrimiento de Jesús y su capacidad para simpatizar con nosotros y
ayudarnos en la tentación.
Al parecer el autor está hablando de un
conocimiento adicional objetivo o intelectual, sino de la habilidad para
recordar una experiencia personal por la que él mismo había pasado, una
capacidad que no la tendría sino hubiera tenido esa experiencia personal.
Podemos ver un cierto paralelismo de esto en el hecho de un hombre que es un
médico, y que incluso ha escrito libros de texto sobre obstetricia, podía
conocer mucha más información acerca de los niños que muchos de sus pacientes.
Pero debido a que es un hombre, él nunca va a tener
la experiencia real de engendrar un niño en su vientre. Una mujer que tiene un
hijo (o para dar un ejemplo aun más cercano, una mujer médica que escribe
libros sobre medicina y mujeres y, además, ella misma tiene un hijo) puede
simpatizar mucho más con toda otra mujer que está teniendo hijos.
6. JESÚS SERÁ UN HOMBRE PARA SIEMPRE.
Jesús
no dejó a un lado su naturaleza humana después de su muerte y resurrección,
porque apareció a sus discípulos como un hombre después de la resurrección,
incluso con las cicatrices de los clavos en las manos Gn 20:25-27). Él tenía
«carne y huesos» (Lc 24: 39) y tomó alimentos (Lc 24: 41-42). Más tarde,
mientras hablaba con sus discípulos, fue llevado al delo, todavía en su cuerpo
resucitado, y dos ángeles prometieron que regresaría de la misma manera: «Este
mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al delo, vendrá otra vez de
la misma manera que lo han visto irse» (Hch 1: 11).
Tiempo
después, Esteban miró al cielo y vio a Jesús, «al Hijo del Hombre de pie a la
derecha de Dios» (Hch 7:56). Jesús también se le apareció a Saulo en el camino
a Damasco y dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9:5), una aparición
que Saulo (Pablo) más tarde equiparó a las apariciones de la resurrección a
otros (1ª Co 9:1; 15: 8).
En las
visiones de Juan en Apocalipsis, Jesús todavía aparece como «semejante al Hijo
del Hombre» (Ap 1: 13), aunque está revestido de gran gloria y poder, y su
aparición hace que Juan caiga a sus pies lleno de admiración (Ap 1: 13-17).
Él
promete que un día beberá de nuevo del fruto de la vid con sus discípulos en el
reino de su Padre (Mt 26: 29) y nos invita a una gran fiesta de bodas en el
cielo (Ap 19: 9).
Además,
Jesús continuará ejerciendo para siempre sus oficios de profeta, sacerdote y
rey, todos ellos llevados a cabo en virtud del hecho de que él es tanto Dios
como hombre para siempre.
Todos
estos textos indican que Jesús no se hizo hombre temporalmente, sino que su
naturaleza divina quedó permanentemente unida a su naturaleza humana, y que
vive para siempre no solo como el eterno Hijo de Dios, la segunda persona de la
Trinidad, sino también como Jesús, el hombre que nació de María, y como Cristo,
el Mesías y Salvador de las personas. Jesús permanecerá completamente Dios y
hombre, en una sola persona, para siempre.
B. LA DEIDAD DE CRISTO
Para
completar la enseñanza bíblica acerca de Cristo Jesús, debemos afirmar no solo
que era completamente humano, sino que también era completamente divino.
Aunque
la palabra no aparece explícitamente en las Escrituras, la iglesia ha usado el
término encarnación para referirse al hecho que Jesús es Dios en carne humana.
La encarnación fue la acción de Dios el Hijo por medio de la cual tomó
naturaleza humana. La prueba bíblica de la deidad de Cristo es muy amplia en el
Nuevo Testamento. La examinaremos bajo varias categorías.
NOTA: Vea capítulo 29, sobre los oficios de Cristo.
La palabra latina incarnare significa «hacer carne»
y está derivada del prefijo in (que tiene un sentido causativa, «causar que
algo sea algo» y el término caro, cami, «carne».
En la siguiente sección no he distinguido entre las
afirmaciones de deidad hechas por Jesús mismo y las afirmaciones hechas por
otros acerca de Él. Si bien esa distinción nos ayuda para seguir los
desarrollos de las personas sobre el entendimiento de Cristo, para nuestros
propósitos presentes ambas clases de declaraciones las en contra mas en
nuestras Escrituras canónicas del Nuevo Testamento y son recursos válidos para
la formación de la doctrina cristiana.
Un estudio excelente de la evidencia en el Nuevo
Testamento sobre la deidad de Cristo, sacado especialmente de los títulos de
Cristo en el Nuevo Testamento, lo encontramos en New Testament Theology, de
Donald Guthrie.
1. AFIRMACIONES BÍBLICAS DIRECTAS.
En
esta sección examinaremos declaraciones directas de las Escrituras de que Jesús
es Dios o que él es divino.
A. SE USA LA PALABRA DIOS
(TEAS) PARA REFERIRSE A CRISTO:
Aunque
la palabra «Dios» está generalmente reservada en el Nuevo Testamento para Dios
el Padre, encontramos varios pasajes donde se usa para referirse a Cristo
Jesús. En todos estos pasajes se emplea la palabra «Dios» en el sentido fuerte
para referirse al que es el Creador del cielo y de la tierra, el que reina
sobre todas las cosas. Estos pasajes incluyen A Juan 1:1; 1:18 (en los
manuscritos mejores y más antiguos); 20:28; Romanos 9: 5; Tito 2: 13; Hebreos
1: 8 (citando Sal 45:6); y 2ª Pedro 1:1.
Como
estos pasajes los hemos estudiado en algún detalle en el capítulo sobre la
Trinidad,'9 aquí no repetiremos ese estudio. Es suficiente notar que hayal
menos siete de estos pasajes claros en el Nuevo Testamento que se refieren
explícitamente a Jesús como Dios.
Un
ejemplo del Antiguo Testamento del nombre Dios aplicado a Cristo lo vemos en el
conocido pasaje mesiánico de Isaías 9:6: «Nos ha nacido un niño, se nos ha
concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos
nombres: Consejero admirable, Dios fuerte».
B. SE USA LA PALABRA SEÑOR
(KYRIOS) PARA REFERIRSE A CRISTO:
En
ocasiones la palabra Señor (gr. kyrios) se empleaba simplemente como una forma
cortés de tratar a un superior, parecido a nuestra palabra señor (vea Mt 13:
27; 21: 30; 27: 63; Jn 4: 11).
Otras
veces puede solo significar «amo» de un siervo o esclavo (Mt 6: 24; 21: 40). No
obstante, se usa esa misma palabra en la Septuaginta (la traducción griega del
Antiguo Testamento que era de uso común en el tiempo de Cristo) como traducción
del hebreo YHWH, «Yahweh», o (como ha sido frecuentemente traducido) «el Señor»
o «Jehová». La palabra kyrios se usa 6. 814 veces para traducir el nombre del
Señor en el griego del Antiguo Testamento.
Por
tanto, cualquier lector de habla griega del tiempo del Nuevo Testamento que
tuviera algún conocimiento del Antiguo Testamento en griego hubiera reconocido
que, en contextos donde era apropiado, la palabra «Señor» era el nombre de
aquel ser reconocido como el Creador y Sustentador del cielo y de la tierra, el
Dios omnipotente.
Hay
muchos casos en el Nuevo Testamento donde se usa «Señor» para referirse a
Cristo en los que solo se puede entender con su fuerte sentido del Antiguo
Testamento, «el Señor» que es Jehová o Dios mismo. Este uso de la palabra
«Señor» es bastante sorprendente en las palabras del ángel a los pastores en
Belén: «Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el
Señor» (Lc 2: 11).
Aunque
estas palabras nos suenan familiares por nuestra lectura frecuente de la
historia de la Navidad, debiéramos damos cuenta de cuán sorprendentes les
sonaría a los judíos del primer siglo escuchar que alguien nacido como un bebé
fuera el «Cristo» (o «Mesías»),20 y, además, que aquel que era el Mesías era
también «el Señor», es decir, el mismísimo Señor Dios. La fuerza asombrosa de
la declaración del ángel, que los pastores apenas podían creer, fue que dijera,
esencialmente: «Hoy en Belén ha nacido un niño que es vuestro Salvador y
vuestro Mesías, y que es Dios mismo».
NOTA: Tito 1: 3, en relación con el hecho de que el
v. 4 llama a Cristo Jesús «nuestro Salvador» y con el hecho de que fue Cristo
Jesús quien comisionó a Pablo para que predicara el evangelio, podría ser
también considerado como otro ejemplo del uso de la palabra Dios para referirse
a Cristo.
Vea capítulo 14, para un estudio de los pasajes que
se refieren a Jesús como «Dios». Ve también la obra de Murray j. Harris, Jesús
as God (Baker, Grand Rapids, 1992), para el tratamiento exegético más amplio
que jamás se ha publicado sobre los pasajes del Nuevo testamento que se
refieren a Jesús como «Dios».
La palabra Cristo es la traducción griega de la
palabra hebrea Mesias.
No en
balde «cuantos lo oyeron se asombraron de lo que los pastores decían» (Lc 2:
18).
Cuando
María fue a visitar a Elisabeth varios meses antes de que Jesús naciera,
Elisabeth dijo: «Pero, ¿cómo es esto, que la madre de mi Señor venga a verme»
(Lc 1: 43). Debido a que Jesús todavía ni siquiera había nacido, Ensabet no
podía usaría palabra «Señor» para querer decir algo semejante a un «amo».
Más bien
lo estaba usando en el sentido fuerte del Antiguo Testamento, dando un sentido
asombroso a la expresión: «Pero, ¿cómo es esto, que la madre del Señor Dios
mismo venga a verme». Aunque esta es una declaración muy fuerte, resulta
dificil entender la palabra «Señor» en este contexto en un sentido más débil.
Vemos
otro ejemplo cuando Mateo dice que Juan el Bautista es uno que clama en el
desierto diciendo: «Preparen el camino para el Señor, háganle sendas derechas»
(Mt 3:3). Al decir esto Juan está citando Isaías 40: 3, que nos habla de Dios
mismo que viene a estar entre su pueblo.
Pero
el contexto aplica este pasaje al papel de Juan de preparar el camino para el
Jesús que llegaba. La implicación es que cuando Jesús llega, el Señor mismo
llega.
Jesús
también se identifica a sí mismo como el Señor soberano del Antiguo Testamento
cuando les pregunta a los fariseos acerca del Salmo 110: 1: «Dijo el Señor a mi
Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de mis
pies» (Mt 22: 44). La fuerza de esta declaración está en «Dios el Padre le dice
a Dios el Hijo [El Señor de David]: Siéntate a mi mano derecha».
Los
fariseos saben que él está hablando acerca de sí mismo e identificándose como
alguien digno de llevar el título de kyrios, «Señor», del Antiguo Testamento.
Ese
uso aparece co frecuencia en las epístolas, donde Señor es un nombre común para
referirse a Cristo. Pablo dice: «No hay más que un solo Dios, el Padre, de
quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es
decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos (1ª Co
8:6; 12: 3, y muchos otros pasajes en esta epístola paulina).
Un
pasaje especialmente claro lo encontramos en Hebreos 1, donde el autor cita el
Salmo 102, el cual habla de la obra del Señor en la creación y lo aplica a
Cristo:
Tú, Oh Señor, En El Principio Pusiste Los Cimientos De La Tierra, Y El
Cielo Es Obra De Tus Manos. Ellos Perecerán, Pero Tú Permaneces Para Siempre.
Se Desgastarán Como Un Vestido, Los Doblarás Como Un Manto, Y Cambiarán Como
Ropa Que Se Muda; Pero Tú Eres Siempre El Mismo, Y Tus Años Nunca Se Acabarán
(He 1: 10-12).
Aquí
se habla explícitamente de Cristo como el eterno Señor del cielo y de la tierra
que creó todas las cosas y permanecerá siempre el mismo. Un uso tan fuerte del
término «Señor» para referirse a Cristo culmina en Apocalipsis 19: 16, donde
vemos a Cristo que regresa como un rey conquistador, y «en su manto y sobre el
muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores».
C. OTRAS DECLARACIONES
FUERTES DE DEIDAD:
Además
de los usos de la palabra Dios y Señor para referirse a Cristo, contamos con
otros pasajes que afirman firmemente la deidad de Cristo. Cuando Jesús dijo a
sus oponentes judíos que Abraham había visto su día (el de Cristo), ellos se le
enfrentaron: «Ni a los cincuenta años llegas, ¿y has visto a Abraham?» Gn 8:
57). Aquí una respuesta suficiente para probar la eternidad de Jesús hubiera
sido: «Antes que Abraham fuera, yo era».
En vez
de eso, él hace una afirmación mucho más asombrosa: «Ciertamente les aseguro
que, antes que Abraham naciera, ¡yo soy!» Gn 8: 58). Jesús combina dos
afirmaciones cuya secuencia no parece tener sentido: «Antes de que sucediera
algo en el pasado [Abraham naciera], algo en el presente sucedió [yo soy]». Los
líderes judíos reconocieron de inmediato que él no estaba hablando en acertijos
o cosas sin sentido.
Cuando
él dijo «Yo soy» estaba repitiendo las mismas palabras que Dios usó para
identificarse a sí mismo ante Moisés como «Yo soy el que soy» (Éx 3: 14).Jesús
estaba tomando para sí el título de «Yo soy», mediante el cual Dios declaró que
era un Ser de existencia eterna, el Dios que es la fuente de su propia
existencia y que siempre ha sido y siempre será.
Cuando
los judíos oyeron esta declaración solemne y enfática, supieron que él estaba
afirmando ser Dios. «Entonces los judíos tomaron piedras para arrojárselas,
pero Jesús se escondió y salió inadvertido del templo» Gn 8: 59).
Otra
afirmación fuerte sobre la deidad es la declaración de Jesús al final del
Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y
el Fin» (Ap 22: 13). Cuando eso se combina con la declaración de Dios el Padre
en Apocalipsis 1: 8, «Yo soy el Alfa y la Omega», constituye también una declaración
fuerte que iguala su deidad con la de Dios el Padre. Jesús es soberano sobre
toda la historia y toda la creación, él es el principio y el fin.
En
Juan 1: 1, Juan no solo llama a Jesús «Dios», sino que también se refiere a él
como «el Verbo» (gr. lagos, la Palabra). Los lectores de Juan reconocerían en
este término lagos una referencia doble a la poderosa y creativa Palabra de
Dios en el
Antiguo
Testamento mediante la cual los cielos y la tierra fueron creados (Sal 33: 6) y
al principio organizador y unificador del universo, aquello que, en el
pensamiento griego, lo mantiene todo unido y le permite tener sentido. Juan
está identificando a Jesús con ambas ideas y está diciendo que él no solo es la
poderosa palabra creadora de Dios y la fuerza organizadora y unificadora en el
universo, sino que también se hizo hombre: «y el Verbo se hizo hombre y habitó
entre nosotros.
Y
hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del
Padre lleno de gracia y de verdad» Gn 1: 14). Aquí encontramos otra declaración
fuerte de deidad conectada con una declaración explícita de que Jesús también
se hizo hombre y habitó entre nosotros como hombre.
Otras
evidencias de las afirmaciones de la deidad las podemos encontrar en el hecho
de que Jesús se llamó a sí mismo «el Hijo del Hombre». Este título aparece
ochenta y cuatro veces en los cuatro evangelios, pero solo lo usa Jesús y solo
para hablar de sí mismo (note, p. ej. Mt 16: 13 con Lc 9:18). En el resto del
Nuevo Testamento la frase «el Hijo del Hombre» (con el artículo definido «el»)
se usa solo una vez, en Hechos 7:56, donde Esteban se refiere a Cristo como el
Hijo del Hombre.
NOTA: Los otros «Yo soy» del Evangelio de Juan.
Donde Jesús afirma ser el pan de vida (6: 35), la luz del mundo (8: 12), la
puerta de las ovejas (10: 7), el buen pastor (10: 11), la resurrección y la
vida (11:25), el camino, la verdad y la vida (14: 6), y la vida verdadera (15:
1), contribuyen también al cuadro general que pondrá Juan de la deidad de
Cristo. Vea Donald Guthrie, New Testament Theology, pp.
330-32.
Vea Dona1d Guthrie, New
Testament Theology, esp. p. 326 572 26:
Este
término único tiene su trasfondo en la visión de Daniel 7 donde Daniel vio a
uno semejante a un «Hijo de Hombre» que se «acercó al venerable Anciano» y le
fue dado «autoridad, poder y majestad. ¡Todos los pueblos, naciones y lenguas
lo adoraron! ¡Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino jamás
será destruido! (Dn 7: 13-14).
Es
asombroso que este «hijo de hombre» vino con «las nubes del cielo» (Dn 7: 13).
Este pasaje habla claramente de alguien de origen celestial y que se le dio
autoridad eterna sobre todo el mundo. A los sumos sacerdotes no les pasó
desapercibido este pasaje cuando Jesús dijo: «De ahora en adelante verán
ustedes al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y bajando en
las nubes del cielo» (Mt 26: 64).
La
referencia a Daniel 7: 13-14 era inequívoca, y el sumo sacerdote y los miembros
del concilio sabían que Jesús estaba afirmando ser el soberano eterno del mundo
de origen celestial de la visión de Daniel. Inmediatamente dijeron: «¡Ha
blasfemado... Merece la muerte» (Mt 26: 65-66).
Aquí
Jesús por fin hace explícito que las fuertes afirmaciones de ser el soberano
eterno del mundo que antes insinuaba en su uso frecuente del título «el Hijo
del Hombre» se aplican a él.
Aunque
el título «Hijo de Dios» puede ser usado a veces para referirse a Israel (Mt 2:
15), o al hombre como creado por Dios (Lc 2: 38), o generalmente al hombre
redimido (Ro 8:14,19,23), hay, sin embargo, casos en los que la expresión «Hijo
de Dios» se refiere a Jesús como el Hijo eterno y celestial que es igual a Dios
mismo (vea Mt 11: 25-30; 17:5; 1ª Co 15: 28; He 1: 1-3, 5, 8).
Esto
es especialmente cierto en el Evangelio de Juan donde vemos a Jesús como el
Hijo único del Padre Gn 1: 14,18, 34,49) que revela por completo al Padre Gn 8:
19; 14: 9). Como Hijo es tan grande que podemos confiar en él para vida eterna
(algo que no se podía decir de los seres creados: Jn 3: 16, 36; 20: 31).
Él es
también el que tiene toda autoridad de parte del Padre para dar vida,
determinar juicio eterno y reinar sobre todo Gn 3: 36; 5: 20, 25; 10: 17; 16:
15). Como Hijo fue enviado por el Padre y, por tanto, existía desde antes de la
creación del mundo Gn 3:17; 5: 23; 10: 36).
Los
primeros tres versículos de Hebreos hacen hincapié en decir que el Hijo es a
quien Dios «designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo» (He
1: 2). Este Hijo, dice el escritor, «es el resplandor de la gloria de Dios, la
fiel imagen [lit. És el "duplicado exacto", gr. carakter] de lo que
él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa» (He
1:3).Jesús es la duplicación exacta de la «naturaleza» (o ser, gr. hypostasis)
de Dios, haciendo que sea exactamente igual a Dios en cada atributo. Además, él
sostiene continuamente el universo mediante «su palabra poderosa», algo que
solo Dios podía hacer.
Estos
pasajes se combinan para indicar que el título «Hijo de Dios», cuando se aplica
a Cristo, afirma fuertemente su deidad como el Hijo eterno en la Trinidad,
alguien que es igual a Dios en todos sus atributos.
2. EVIDENCIAS DE QUE JESÚS POSEÍA ATRIBUTOS DE DEIDAD.
Además
de las afirmaciones específicas de la deidad de Jesús que vemos en los muchos
pasajes citados (todo). Pedro está seguro que Jesús sabe lo que hay en el
corazón de cada persona y, por tanto, está seguro que conoce su corazón.
El
atributo divino de la omnipresencia no se afirma directamente en cuanto a Jesús
durante su ministerio terrenal. Sin embargo, al mirar hacia el futuro en que la
iglesia estaría establecida, Jesús pudo decir: «Donde dos o tres se reúnen en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18: 20). Además, antes de dejar
la tierra, les dijo a sus discípulos: «Les aseguro que estaré con ustedes
siempre, hasta el fin del mundo» (Mt 28:20).
Podemos
ver que Jesús poseía soberanía divina, una clase de autoridad que solo Dios
posee, en el hecho de que podía perdonar pecados (Mr, 2: 5-7). A diferencia de
los profetas del Antiguo Testamento que declaraban: «Así dice Jehová», él podía
comenzar sus declaraciones con la expresión: «Pero yo les digo» (Mt 5: 22, 28,
32, 34, 39, 44), una afirmación asombrosa de su propia autoridad. Jesús podía
hablar con la autoridad de Dios mismo porque él mismo era Dios en su plenitud.
El
Padre había «entregado todas las cosas» en sus manos y tenía la autoridad de
dar a conocer al Padre a quien él quisiera (Mt 11: 25-27). Tal es su autoridad
que el estado eterno futuro de cada uno en el universo depende de si la persona
cree en él o lo rechaza Gn 3: 36). Jesús también poseía el atributo divino de
la inmortalidad, la imposibilidad de morir. Vemos esto indicado cerca del
comienzo del Evangelio de Juan, cuando Jesús les dice a los judíos: «Destruyan
este templo, y lo levantaré de nuevo en tres días» Gn 2: 19).
Juan
explica que no estaba hablando del templo en Jerusalén hecho de piedras, «pero
el templo al que se refería era su propio cuerpo. Así, pues, cuando se levantó
de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho, y
creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús» Gn 2:21-22). Debemos
insistir, por supuesto, en que Jesús de verdad murió; este pasaje habla de
cuando Jesús «se levantó de entre los muertos».
Pero
es también significativo que Jesús predijo que tendría un papel activo en su
propia resurrección: «Lo levantaré de nuevo». Aunque otros pasajes de las
Escrituras nos dicen que el Padre estuvo activo en resucitar a Cristo de entre
los muertos, aquí él dice que él mismo estará activo en su resurrección. Jesús
afirmó el poder de poner su vida y tomarla de nuevo en otro pasaje del
Evangelio de Juan: «Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver
a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia
voluntad.
Tengo
autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para volver a recibirla.
Éste
es el mandamiento que recibí de mi Padre» Gn 10:17-18).Jesús habla aquí de un
poder que ningún otro ser humano había tenido: el poder de entregar su vida y
el poder de recuperarla de nuevo. Una vez más, esta es una indicación de que
Jesús poseía el atributo divino de la inmortalidad.
Asimismo,
el autor de Hebreos dice que Jesús es otro sacerdote «que ha llegado a serlo no
conforme a un requisito legal respecto a linaje humano, sino conforme al poder
de una vida indestructible» (He 7: 16). (El hecho que la inmortalidad es una
característica única de Dios lo vemos en 1Ti 6: 16, donde se habla de Dios como
del «único inmortal».)
NOTA: No estamos tratando de implicar que estos
versículos muestran que la naturaleza humana de Jesús era omnipresente.
La naturaleza humana de Jesús, incluyendo su cuerpo
físico, nunca estuvo en más de un lugar a la vez.
Es probablemente mejor entender estos versículos
como refiriéndose a la naturaleza divina de Jesús (vea más adelante, para un
análisis de la distinción entre las dos naturalezas de Cristo). Vea también
Mateo 8: 13.
Otra
evidencia clara de la deidad de Cristo es el hecho de que él es reconocido
digno de ser adorado, algo que no corresponde a ninguna criatura, incluyendo a
los ángeles (vea Ap 19: 10), sino solo a Dios.
No
obstante, las Escrituras dicen de Cristo que:
«Dios Lo Exaltó Hasta Lo Sumo Y Le Otorgó El Nombre Que Está Sobre Todo
Nombre, Para Que Ante El Nombre De Jesús Se Doble Toda Rodilla En El Cielo Y En
La Tierra Y Debajo De La Tierra, Y Toda Lengua Confiese Que Jesucristo Es El
Señor, Para Gloria De Dios Padre» (Fil2:
9-11). Asimismo, Dios Manda A Los Ángeles Que Adoren A Cristo, Porque
Leemos Que «Al Introducir Su Primogénito En El Mundo, Dios Dice: "Que Lo
Adoren Todos Los Ángeles De Dios"» (He 1: 6).
A Juan
se le permite un vislumbre de la adoración que tiene lugar en el cielo, porque
él ve a miles y miles de ángeles y criaturas angelicales alrededor del trono de
Dios que dicen: «¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el
poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la
alabanza!» (Ap 5: 12).
Y
luego dice: «y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo
de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban: "¡Al que
está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y
el poder, por los siglos de los siglos!"» (Ap 5: 13).
Cristo
aparece aquí como «el Cordero, que ha sido sacrificado» y le es otorgada la
adoración universal que solo le corresponde a Dios el Padre, lo que demuestra
su igualdad en deidad.
3. ¿SE DESPOJÓ CRISTO DE ALGUNOS DE SUS ATRIBUTOS DIVINOS MIENTRAS ESTABA
EN LA TIERRA?
(La
teoría kenótica). Pablo escribe a los filipenses:
La Actitud De Ustedes Debe Ser Como La De Cristo Jesús, Quien, Siendo
Por Naturaleza Dios, No Consideró El Ser Igual A Dios Como Algo A Qué
Aferrarse. Por El Contrario, Se Rebajó Voluntariamente, Tomando La Naturaleza
De Siervo Y Haciéndose Semejante A Los Seres Humanos (Fil 2: 5-7).
Comenzando
con este texto. Varios teólogos en Alemania (1860-1880) y en Inglaterra (1890 a
1910) abogaron por una perspectiva de la encamación que no había sido apoyada
antes en la historia de la iglesia. Esta nueva perspectiva fue conocida como la
«teoría kenótica», y la posición general que representaba fue llamada la
«teología kenótica». La teoría de la kenosis sostiene que Cristo se despojó de
algunos de sus atributos divinos mientras que estaba en la tierra como hombre.
(La
palabra kenosis proviene del verbo griego kenoo, que generalmente significa
«vaciarse», y se traduce en Filipenses 2: 7 como «se despojó a sí mismo o se
rebajó voluntariamente».) Según esta teoría, Cristo «se despojó» de algunos de
sus atributos divinos, tales como la omnisciencia, la omnipresencia y la
omnipotencia, mientras que estuvo en la tierra como hombre. Esto se veía como
una limitación voluntaria de parte de Cristo, que él llevó a cabo con el fin de
cumplir con su obra de redención."
¿Pero
enseña de verdad Filipenses 2:7 que Cristo se despojó de algunos de sus
atributos divinos? ¿Lo confirma el resto del Nuevo Testamento? La evidencia de
las Escrituras apunta a una respuesta negativa a ambas preguntas.
Debemos
primero darnos cuenta que ningún
maestro reconocido en los primeros 1800 años de la historia de la iglesia,
incluyendo aquellos que hablaban el griego como lengua materna, pensó que el
«despojarse a sí mismo» de Filipenses 2: 7 significaba que el Hijo de Dios
renunció a algunos de sus atributos divinos.
NOTA: Vea también Mt 28: 17 donde Jesús acepta ser
adorado por sus discípulos después de la resurrección.
27Encontramos un estudio general muy claro de la
historia de la teología kenótica en el artículo «Kenosis, a Kenotic Theology»
por S. M. Smith, en BDT, pp. 600-602. Sorprende (por el volumen en el cual
aparece Este ensayo) que Smith termina apoyando la teología kenótica, Como una
forma válida de Fe bíblica ortodoxa (p. 602).
Segundo, debemos reconocer que el texto no dice que Cristo
«se despojó de algunos poderes» o que «se vació de algunos atributos divinos» o
nada semejante a eso.
Tercero, el texto nos describe lo que Cristo hizo en este
«despojarse». No lo hizo vaciándose a sí mismo de algunos de sus atributos,
sino más bien «tomando la naturaleza de siervo», es decir, viniendo a vivir
como un hombre, y «al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo
obediente hasta la muerte, Y muerte de cruz!» (Fil 2: 8).
De
manera que el contexto mismo interpreta este «despojarse» como equivalente a
«humillarse a sí mismo» y tomar una posición inferior. Por esa razón la NVI, en
vez de traducir la frase «se despojó a sí mismo», lo hace diciendo: «Se rebajó
voluntariamente». El despojamiento incluye cambio de papel y posición, no de
atributos esenciales ni de naturaleza.
Una cuarta razón para esta interpretación
la vemos en el propósito de Pablo en este contexto. Su propósito ha sido el de
persuadir a los filipenses de que «no hagan nada por egoísmo o vanidad; más
bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos»
(Fil 2: 3), y continúa diciéndoles: «Cada uno debe velar no solo por sus
propios intereses sino también por los intereses de los demás» (Fil 2: 4).
Para
persuadirles a que fueran humildes y pusieran los intereses de otros por
delante, les recuerda el ejemplo de Cristo: «La actitud de ustedes debe ser
como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser
igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó
voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo» (Fil 2: 5-7).
Al
presentar a Cristo como un ejemplo, Pablo quiere que los filipenses lo imiten.
Pero, por supuesto, no está pidiendo a los cristianos filipenses que se
(despojaran) o «dejaran a un lado» sus atributos o habilidades esenciales. No
les está pidiendo que «renunciaran» a su inteligencia, fortaleza o capacidad y
se convirtieran en una versión disminuida de lo que eran. Más bien, les está
pidiendo que pongan el interés de otro por encima del suyo: «Cada uno debe
velar no solo por sus propios intereses sino también por los intereses de los
demás» (Fil 2: 4).
Y debido
a que esa es su meta, encaja bien con el contexto entender que está usando a
Cristo como el ejemplo supremo de uno que hizo exactamente eso: Puso por
delante los intereses de otros y estuvo dispuesto a despojarse de algunos de
sus privilegios y posición que le pertenecían como Dios.
Por
tanto, la mejor manera de entender este pasaje es que habla de que Jesús
renunció a la posición y el privilegio que tenía en el cielo: él «no consideró
el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse» (o «aferrase a ello para
beneficio propio»), sino que «se despojó a sí mismo» o «se rebajó
voluntariamente» por amor de nosotros, y vino a vivir como hombre. Jesús habla
en otra parte acerca de la «gloria que tuve contigo antes que el mundo
existiera» Gn 17: 5), una gloria que había dejado y que volvería a recibir
cuando regresara al cielo.
Y
Pablo podía decir de Cristo «que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo
pobre» (2ª Co 8:9), hablando de nuevo del privilegio y honor que merecía, pero
que dejó temporalmente por nosotros.
La quinta y última explicación de por qué la perspectiva
«kenótica» de Filipenses 2: 7 debe ser rechazada está en el contexto amplio de
la enseñanza del Nuevo Testamento y de la enseñanza doctrinal de toda la
Biblia. Si fuera cierto que un suceso tan trascendental como ese ocurrió, que
el eterno Hijo de Dios cesó por un tiempo de tener todos los atributos de Dios
que cesó por un tiempo de ser omnisciente, omnipotente y omnipresente, por
ejemplo- esperaríamos que algo tan increíble como eso se enseñaría clara y
repetidamente en el Nuevo Testamento, y no solo en una interpretación muy
dudosa de una sola palabra en una epístola.
Pero
nosotros encontramos lo opuesto a eso: No encontramos en ninguna parte
declarado que el Hijo de Dios cesara de tener todos los atributos de Dios que
él poseía desde la eternidad. En realidad, si la teoría kenótica fuera cierta
(y esta es nuestra objeción fundamental a ella), ya no podríamos afirmar que
Jesús era completamente Dios mientras estaba aquí en la tierra. La teoría
kenótica niega en última instancia la plena deidad de Cristo Jesús y hace de él
algo menos que un Dios completo. S. M. Smith admite: «Todas las formas de la
ortodoxia clásica rechaza ya sea explícitamente o en principio la teología
kenótica».
Es
importante que nos demos cuenta que lo que tenía más fuerza para persuadir a
las personas a aceptar la teoría kenótica no era que hubieran descubierto una
mejor explicación de Filipenses 2: 7 o de ningún otro pasaje del Nuevo
Testamento, sino más bien la creciente incomodidad que las personas sentían con
las formulaciones de la doctrina del Cristo histórico de la ortodoxia clásica.
Era
sobre todo que les parecía demasiado increíble a la mente moderna racional y
«científica» creer que Cristo Jesús pudiera ser verdaderamente humano y al
mismo tiempo completa y absolutamente Dios. La teoría kenótica empezó a sonar
cada vez más como una manera aceptable de decir (de alguna forma) que Jesús era
Dios, pero una clase de Dios que durante un tiempo había renunciado a algunas
de sus cualidades divinas, aquellas que resultaba más difíciles de aceptar para
las personas en el mundo moderno.
NOTA: A veces la palabra kenosis se usa en un
sentido débil que no se aplica a la teoría kenótica en un sentido pleno, sino
simplemente para referirse a un entendimiento más ortodoxo de Filipenses 2:7,
en e! que solo significa que Jesús renunció a su gloria y privilegios durante
el tiempo que estuvo en la tierra. (Esta es esencialmente la perspectiva que
nosotros hemos abogado en este texto.)
Pero no parece para nada sabio usar el término
«kenosis» para referirse a tal entendimiento tradicional de Filipenses 2: 7,
porque con demasiada facilidad se confunde con la doctrina completa de la
kenosis que en esencia niega la plena deidad de Cristo. Tomar un término que
formalmente se aplica a una enseñanza doctrinal falsa y usarlo entonces para
una sólida posición bíblica es muy confuso para muchas personas.
S. M. Smitb, «Kenosis, A
Kenotic Theology», p. 601.
Smitb señala que una de las influencias primarias
que llevó a algunos a adoptar la teología kenótica fue e! crecimiento de la
moderna sicología en el siglo XIX. «Nuestro siglo está aprendiendo a pensar en
términos de categorías de sicología. Ser consciente era una categoría central.
Si en nuestro «centro» está nuestro ser consciente, y si Jesús era a la vez
Dios omnisciente y hombre limitado, entonces él tiene dos centros y, por tanto,
no era fundamentalmente uno como nosotros.
La cristología se estaba haciendo inconcebible para
algunos» (Ibíd., pp. 600-601). En otras palabras, la presión de! estudio
sicológico moderno estaba haciendo que la creencia en la combinación de la
plena deidad y plena humanidad en la persona de Cristo resultara dificil de
explicar o incluso intelectualmente embarazosa: ¿Cómo podía ser alguien tan
diferente de nosotros y ser todavía un verdadero hombre?
Con todo, podemos responder que la sicología
moderna está inherentemente limitada en que e! objeto de su estudio es solo los
seres humanos. Ningún sicólogo moderno ha estudiado nunca a alguien que
estuviera completamente libre del pecado (como Cristo lo estaba) y que era
completamente Dios y completamente hombre (como Cristo era). Si nosotros
limitamos nuestro entendimiento a lo que la moderna sicología nos dice que es
«posible» o concebible», entonces no tendríamos un Cristo sin pecado ni a un
Cristo divino. En esto como en otros muchos puntos de doctrina, nuestro
entendimiento de lo que es «posible» debe estar determinado no por los modernos
estudios empíricos de un mundo finito y caído, sino por la enseñanza de las
Escrituras en sí.
4. CONCLUSIÓN: CRISTO ES COMPLETAMENTE DIVINO.
El
Nuevo Testamento, en cientos de versículos explícitos llama a Jesús «Dios» y
«Señor» y emplea un buen número de otros títulos de la deidad para referirse a
él; y en muchos pasajes que le atribuyen acciones o palabras que solo podían
ser ciertas de Dios, afirman una y otra vez la plena y absoluta deidad de
Cristo Jesús, «A Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud» (Col 1:19),
y «Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo» (Col
2:9).
En una
sección anterior argumentamos que Jesús es verdadera y completamente humano.
Ahora concluimos que él es verdadera y completamente Dios también. Lleva
correctamente el nombre de «Emanuel» que significa «Dios con nosotros» (Mt 1:
23).
5. ES HOY «INTELIGIBLE» LA DOCTRINA DE LA ENCARNACIÓN
A 'lo
' largo de la historia ha habido objeciones a la enseñanza del Nuevo Testamento
sobre la plena deidad de Cristo. Merece la pena que mencionemos aquí un ataque
reciente a esta doctrina porque ha creado una gran controversia, dado que los
contribuyentes a ese libro eran todos líderes reconocidos de la iglesia en
Inglaterra.
El
libro lleva por título The Myth of God Incarnate, editado por John Hick
(Londres: SCM, 1977). El título expresa la tesis del libro: La idea de que
Jesús fuera «Dios encamado» o «Dios hecho carne» es un «mito». Es, quizá, una
historia útil para la fe de generaciones anteriores, pero no algo en lo que hoy
podamos creer.
El
argumento del libro empieza con algunas suposiciones fundamentales:
(1) La Biblia no tiene una autoridad divina absoluta para nosotros hoy (p.
j), Y:
(2) El cristianismo, como la vida y el pensamiento humano, está
evolucionando y cambiando a lo largo del tiempo.
Las
afirmaciones básicas del libro aparecen presentadas en los dos primeros
capítulos. En el capítulo 1, Maurice Wiles argumenta que es posible tener
cristianismo sin la doctrina de la encamación.
La
iglesia ya ha dejado antes otras doctrinas, tales como la «presencia real» de
Cristo en la Cena del Señor, la infabilidad de las Escrituras y el nacimiento
virginal; por tanto, es posible abandonar la doctrina tradicional de la
encamación y todavía seguir conservando la fe cristiana.
Además,
la doctrina de la encarnación no se presenta directamente en las Escrituras,
sino que se originó en situaciones en las que la creencia en lo sobrenatural
era creíble; no obstante, nunca ha sido una doctrina coherente e inteligible a
lo largo de la historia de la iglesia.
En
cuanto a la enseñanza del Nuevo Testamento, Francis Young, en el capítulo 2,
argumenta que el Nuevo Testamento contiene los escritos de muchos diversos
testigos que cuentan lo que entendían de Cristo, pero que no se puede obtener
una perspectiva única y unificada de Cristo basada en todo el Nuevo Testamento;
la visión de la naciente iglesia acerca de Cristo se fue desarrollando en
varias direcciones a lo largo del tiempo. Young concluye que la situación es
similar hoy.
Dentro
de la iglesia cristiana muchas diversas respuestas personales a la historia de
Cristo son también aceptables para nosotros, y eso incluiría ciertamente la
respuesta que ve a Cristo como un hombre en quien Dios estaba obrando en una
forma única, pero no que fuera en absoluto un hombre que fuera también
completamente Dios."
Desde
el punto de vista de la teología evangélica, es importante notar que este
rechazo franco de la deidad de Cristo solo podría defenderse sobre la
suposición previa de que el Nuevo Testamento no hay que aceptarlo como una
autoridad divina absoluta y veraz en cada aspecto. La cuestión de la autoridad
es, en muchos casos, la gran línea divisora en las conclusiones sobre la
persona de Cristo.
Segundo,
mucha de la crítica de la doctrina de la encamación se enfoca en la afirmación
que no era «coherente» ni «inteligible». No obstante, en su raíz esto es
simplemente una indicación de que los autores no están dispuestos a aceptar
nada que no parezca encajar con su cosmovisión «científica» en la que el
universo natural es un sistema cerrado que no está abierto a intrusiones
divinas como los milagros y la encamación.
La
afirmación de que Jesús era completamente Dios y completamente hombre en una
sola persona», aunque no es una contradicción, es una paradoja que no puede ser
completamente comprendida en esta era y quizá no por toda la eternidad, pero
eso no nos da a nosotros el derecho de catalogarla como «incoherente» o
«ininteligible».
La
doctrina de la encarnación como ha sido entendida por la iglesia a lo largo de
la historia ha sido en verdad coherente e inteligible, aunque nadie mantiene
que nos ha provisto con una explicación exhaustiva de cómo Jesús es a la vez
completamente Dios y completamente hombre.
Nuestra
propia respuesta no es rechazar la enseñanza clara y central de las Escrituras
acerca de la encamación, sino simplemente reconocer que permanecerá una
paradoja, que eso es todo lo que Dios ha elegido damos a conocer acerca de
ello, y eso es verdad. Si estamos dispuestos a sometemos a Dios y a sus
palabras en las Escrituras, entonces debemos creerlo.
6. POR QUÉ ES NECESARIA LA DEIDAD DE JESÚS?
En la
sección anterior mencionamos varias razones por las que era necesario que Jesús
fuera completamente hombre a fin de ganar nuestra redención. Aquí es apropiado
que reconozcamos que es de vital importancia que insistamos también en la plena
deidad de Cristo, no solo porque las Escrituras la enseñan con claridad, sino
también porque:
(1) solo el infinito Dios podía llevar sobre sí todo el castigo de todos
los pecados de todos los que creerían en él. Cualquier otra criatura finita no
hubiera podido cargar con ese castigo;
(2) la salvación viene del Señor (Jan 2: 9) y todo el mensaje de las
Escrituras está designado para mostrar que ningún ser humano, ninguna criatura,
hubiera podido jamás salvar al hombre, solo Dios podía; y:
(3) solo alguien que era verdadera y completamente Dios podía ser el
mediador entre Dios y el hombre (1ª Ti 2: 5), para llevamos de vuelta a Dios y
para damos a conocer a Dios de la forma más completa (Jn 14: 9).
De
modo que, si Jesús no es completamente Dios, no tenemos salvación y al final
tampoco cristianismo. No es accidente que a lo largo de la historia estos
grupos que han abandonado la creencia en la plena deidad de Cristo no han
permanecido por mucho tiempo dentro de la fe cristiana, sino que pronto se han descarriado
hacia la clase de religión representada por el unitarismo en los Estados Unidos
y en otras partes.
«Todo
el que niega al Hijo no tiene al Padre; el que reconoce al Hijo tiene también
al Padre» (1 Jn 2: 23). «Todo el que se descarría y no permanece en la
enseñanza de Cristo, no tiene a Dios, el que permanece en la enseñanza sí tiene
al Padre y al Hijo» (2ª Jn 9).
C. LA ENCARNACIÓN: DEIDAD Y HUMANIDAD EN LA PERSONA DE CRISTO
La
enseñanza bíblica acerca de la plena deidad y plena humanidad de Cristo es tan
amplia que ambas han sido creídas desde los primeros tiempos en la historia de
la iglesia. Pero el concepto preciso de cómo la plena deidad y plena humanidad
pueden estar combinadas juntas en una persona se fue formulando gradualmente en
la iglesia y no se llegó a su forma final hasta la definición del Concilio de
Calcedonia en el451 d.C. Antes de ese momento, se propusieron varias
perspectivas inadecuadas de la persona de Cristo y fueron rechazadas.
Una de
ellas, el arrianismo, que sostenía que Jesús no era completamente divino, ya la
discutimos en el capítulo sobre la Trinidad. Pero debemos mencionar aquí otras
tres perspectivas que al final fueron rechazadas como heréticas.
1. TRES PERSPECTIVAS INADECUADAS DE LA PERSONA DE CRISTO
A. EL APOLINARISMO:
Apolinar,
que fue obispo de Laodicea en el 361 d.C., enseñó que la persona de Cristo
tenía un cuerpo humano, pero no una mente ni un espíritu humano, y que la mente
y el espíritu de Cristo procedían de la naturaleza divina del Hijo de Dios.
Pero
el punto de vista de Apolinar fue rechazado por los líderes de la iglesia de
aquel tiempo, quienes se dieron cuenta que no solo nuestro cuerpo humano
necesitaba salvación y estar representado por Cristo en su obra redentora, sino
también nuestra mente y espíritu (o almas) humanos. Cristo tenía que ser
completa y verdaderamente hombre si es que iba a salvarnos (He 2: 17).
El
apolinarismo fue rechazado por varios concilios de la iglesia, desde el
Concilio de Alejandría en e1362 d.C. hasta el Concilio de Constantinopla en
e1381 d.C.
B. NESTORIANISMO:
El
nestorianismo es la doctrina de que había dos personas separadas en Cristo, una
persona humana y otra divina, una enseñanza que es distinta del punto de vista
bíblico que ve a Jesús como una persona.
Nestorio
fue un predicador popular en Antioquía, y desde el año 428 d.C. fue obispo de
Constantinopla. Aunque Nestorio mismo nunca enseñó la perspectiva herética que
lleva su nombre (la idea de que Cristo tenía dos personas en un cuerpo, más
bien que una persona), por medio de una combinación de conflictos personales y
de una buena medida de política eclesiástica, fue depuesto de su posición de
obispo y sus enseñanzas fueron condenadas."
Es
importante comprender por qué la iglesia no podía aceptar el concepto de que en
Cristo había dos personas distintas. En ninguna parte de las Escrituras tenemos
ninguna indicación de que la naturaleza humana de Cristo, por ejemplo, es una
persona independiente, con la capacidad de decidir algo contrario a la
naturaleza divina de Cristo.
En
ninguna parte tenemos una indicación de que las naturalezas humana y divina
estuvieran discutiendo o luchando dentro de Cristo, ni nada parecido. Más bien,
tenemos una imagen coherente de una sola persona actuando en unidad y como un
todo. Jesús siempre usa el «yo», nunca el «nosotros»,34 aunque puede referirse
a sí mismo y al Padre juntos como «nosotros» Gn 14: 23).
La
Biblia siempre habla de Jesús como «él», no como «ellos». Y, aunque podemos a
veces distinguir acciones de su naturaleza divina y acciones de su naturaleza
humana registradas en las Escrituras, la Biblia misma nunca dice que la
«naturaleza humana de Jesús hizo esto» o «la naturaleza divina de Jesús hizo
aquello», como si fueran dos personas separadas, sino que siempre habla de lo
que la persona de Cristo hizo. Por tanto, la iglesia continuó insistiendo en
que Jesús era una persona, aunque poseía tanto la naturaleza humana como la
divina.
NOTA: Harold O. J. Brown dice: «La persona
encarnada según Nestorio era una sola persona, no dos como pensaron sus
críticos, pero él no pudo convencer a los demás que era así. En consecuencia él
ha quedado en la historia como uno de los grandes herejes aunque lo que él
creía fue reafirmado en Calcedonia» (Hereties, p. 176). Es muy útil el estudio
amplio de Brown del nestorianismo y otros temas relacionados en la pp. 172-84.
Hay un uso poco común en Juan 3: 11, donde Jesús de
repente cambia al plural: «Te digo con seguridad y verdad que hablamos de lo
que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto personalmente». Puede que
Jesús se estuviera refiriendo a sí mismo y a algunos discípulos con Él que no
se mencionan, en contraste con el «sabemos » de los líderes judíos a los que
alude Nicodemo cuando él empieza la conversación: «Rabí -le dijo-, sabemos que
eres un maestro que ha venido de parte de Dios» (Jn 3: 2). O puede que Jesús
estuviera hablando de sí mismo junto con el testimonio del Espíritu Santo, cuya
obra es el tema de la conversación (vv. 5-9). En cualquier caso, Jesús no se
está refiriendo a sí mismo como «sabemos», puesto que empieza hablando en
primera persona.
C. MONOFISISMO (EUTIQUISMO):
Se
llama monofisismo a una tercera perspectiva inadecuada que ve a Cristo como
teniendo una sola naturaleza (gr. monos «una» y phycis «naturaleza»). El
principal defensor de este punto de vista en la iglesia primitiva fue Eutiques
(c. 378-454 d.C.), que era el líder de un monasterio en Constantinopla.
Eutiques
enseñó un error opuesto al nestorianismo, porque negó que la naturaleza humana
y la divina permanecieran completamente humana y completamente divina. Sostuvo
más bien que la naturaleza humana de Cristo fue tomada y absorbida por su
naturaleza divina, de modo que ambas naturalezas cambiaron de alguna forma y
surgió una tercera clase de naturaleza.
Podemos
ver una analogía de lo que Eutiques decía en el ejemplo de si echamos una gota
de tinta en un vaso de agua: La mezcla resultante ya no es tinta pura ni agua
pura, sino una tercera clase de sustancia, una mezcla de las dos en que la
tinta y el agua cambian.
Del
mismo modo, Eutiques enseñó que Jesús era una mezcla de elementos divinos y
humanos en los que ambos estaban de alguna manera modificados para formar una
nueva naturaleza.
El
monofisismo también causó comprensiblemente gran preocupación en la iglesia,
porque, según esta doctrina, Cristo no era verdaderamente Dios ni tampoco
verdaderamente hombre. Y si eso era así, no podía representamos de verdad a
nosotros como hombre ni tampoco podía ser de verdad Dios y capaz de ganar
nuestra salvación.
2. LA SOLUCIÓN A LA CONTROVERSIA: LA DEFINICIÓN DEL
CONCILIO DE CALCEDONIA EN EL 451 D.C.
Con el
fin de intentar resolver el problema surgido a causa de estas controversias
sobre la persona de Cristo, se convocó un concilio de la iglesia en Calcedonia cerca
de Constantinopla (la moderna Estambul), desde e18 de octubre al! De noviembre
del 451 d. C. La declaración resultante, conocida como la Definición de
Calcedonia, protegía en contra del apolinarismo, el nestorianismo y el
eutiquismo.
Ha
sido reconocida por la rama católica, protestante y ortodoxa del cristianismo
como la definición formal y ortodoxa de la enseñanza bíblica sobre la persona
de Cristo desde esa fecha .
NOTA: Una variante del Eutiquismo sostiene que la
naturaleza humana quedó simplemente perdida en la divina. De manera que la
naturaleza única resultante fue solo la naturaleza divina.
Esta
declaración no es larga, y podemos citarla aquí completa:
Nosotros, Entonces, Fieles A Los Santos Padres Y Todos De Mutuo Acuerdo,
Enseñamos A Los Hombres A Confesar Al Único Y Mismo Hijo, A Nuestro Señor
Jesucristo, Que Es Perfecto En Divinidad Y También Perfecto En Humanidad;
Verdaderamente Dios Y Verdaderamente Hombre, Con Un Alma Racional Y Cuerpo;
Consustancial Con El Padre Conforme A La Divinidad, Y Consustancial Con
Nosotros Conforme A La Humanidad; Semejante En Todas Las Cosas A Nosotros, Pero
Sin Pecado; Engendrado Desde Antes De La Creación Por El Padre Conforme A La
Divinidad, Y En Los Últimos Días, Para Nosotros Y Para Nuestra Salvación,
Nació De La Virgen María, La Madre De Dios, Según La Humanidad; El Único
Y El Mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, Para Ser Reconocido En Dos
Naturalezas, Inconfundibles, Inalterables Indivisibles, Inseparables; La
Distinción De Naturalezas No Desaparecen En Absoluto Por La Unión, Sino Que
Quedan Preservadas Las Propiedades De Ambas Naturalezas, Y Concurren Juntas En
Una Persona Y Una Sustancia, No Separadas Ni Divididas En Dos Personas, Sino
Uno Y El Mismo Hijo, El Unigénito, Dios, El Verbo, El Señor Jesucristo, Como Lo
Habían Declarado Los Profetas Acerca De Él Desde El Principio, Y El Mismo Señor
Jesucristo Nos Ha Enseñado, Y Como Nos Lo Ha Pasado A Nosotros El Credo De Los
Santos Padres.
En
contra de la opinión de Apolinar de que Cristo no tenía una mente humana o
alma, tenemos la declaración de que es «verdaderamente hombre, con un alma
racional y cuerpo; consustancial con el Padre conforme a la divinidad, y
consustancial con nosotros conforme a la humanidad; semejante en todas las
cosas a nosotros». (La palabra consustancial significa que «tiene la misma
naturaleza o sustancia).
En
oposición al nestorianismo que decía que en Cristo había dos personas unidas en
un cuerpo, tenemos las palabras «indivisibles, inseparables y concurren juntas
en una Persona y una Sustancia, no separadas ni divididas en dos personas».
En
contra del monofisismo que decía que Cristo tenía solo una naturaleza, y que su
naturaleza humana había quedado perdida en la unión con la naturaleza divina,
tenemos las palabras: «para ser reconocido en dos naturalezas, inconfundibles,
inalterables; la distinción de naturalezas no desaparecen en absoluto por la
unión, sino que quedan preservadas».
Las
naturalezas humana y divina no quedaron confundidas ni cambiadas cuando Cristo
se hizo hombre, sino que la naturaleza humana permanece como auténtica
naturaleza humana, y la naturaleza divina permanece como auténtica naturaleza
divina.
Indica
que el eterno Hijo de Dios tomó una verdadera naturaleza humana, y que las
naturalezas divina y humana de Cristo permanecen distintas y retienen sus
propiedades, y no obstante, están unidas eterna e inseparablemente en una misma
persona.
NOTA: Sin embargo, debiéramos indicar que tres
grupos localizados de las antiguas iglesias rechazaron la definición de
Calcedonia y todavía siguen apoyando el monofisismo hasta esta fecha: La
Iglesia Ortodoxa Etíope, la Iglesia Ortodoxa Copta (en Egipto) y la Iglesia
Jacobita Siria. Vea H. D. McDonald, «Mono physitism», en NDT, pp. 442-43.
Algunos
han dicho que la Definición de Calcedonia en realidad no define para nosotros
en una forma positiva lo que la persona de Cristo es realmente, sino que solo
nos dice las varias cosas que no es. En este sentido varios han dicho que no es
una definición muy útil. Pero esa acusación es desorientadora e inadecuada.
La
definición en realidad ayudó mucho a entenderla enseñanza bíblica en forma
correcta.
Enseñó
que Cristo definitivamente tiene dos naturalezas, una humana y otra divina.
Enseñó que su naturaleza divina es exactamente igual a la del Padre
(consustancial con el Padre conforme a la divinidad). Y sostiene que la
naturaleza humana es exactamente como hl nuestra, pero sin pecado
(consustancial con nosotros conforme a la humanidad; semejante en todas las
cosas a nosotros, pero sin pecado).
Además,
afirma que en la persona de Cristo la naturaleza humana retiene sus
características distintivas y que la naturaleza divina conserva sus
características distintivas. (la distinción de naturalezas no desaparecen en
absoluto por la unión, sino que quedan preservadas las propiedades de ambas
naturalezas). Por último, afirma que, ya sea que lo podamos entender o no,
estas dos naturalezas están unidas en la persona de Cristo.
Cuando
la definición de Calcedonia dice que las dos naturalezas de Cristo concurren
«en una Persona y una Sustancia», la palabra griega que se traduce «sustancia»
es la palabra hypostasis, «ser». De aquí que la unión de las naturalezas humana
y divina de Cristo en una persona es algunas veces llamada unión hipostática.
Esta frase significa la unión de las naturalezas humana y divina de Cristo en
un ser.
3. COMBINACIÓN DE TEXTOS BÍBLICOS ESPECÍFICOS SOBRE LA DEIDAD Y HUMANIDAD
DE CRISTO.
Cuando
examinamos el Nuevo Testamento, como hicimos arriba en las secciones sobre la
humanidad y deidad de Jesús, hay varios pasajes que parecen difíciles de
integrar. (¿Cómo podía Cristo ser omnipotente y a la vez débil? ¿Cómo podía
dejar el mundo y estar a la vez presente en todas partes? ¿Cómo podía él
aprender cosas y a la vez ser omnisciente?)
Cuando
la iglesia luchaba por entender estas enseñanzas, llegó por fin la Definición
de Calcedonia, que habla de dos naturalezas distintas en Cristo que retienen
sus propiedades y, no obstante, permanecen juntas en una persona. Esta
distinción, la cual nos ayuda en nuestra comprensión de los pasajes bíblicos
mencionados antes, también parece que estos pasajes la demandan.
A. UNA NATURALEZA HACE
ALGUNAS COSAS QUE LA OTRA NATURALEZA NO HACE:
Los
teólogos evangélicos de pasadas generaciones no han dudado en distinguir entre
las cosas que hace la naturaleza humana de Cristo pero no su naturaleza divina,
o por su naturaleza divina pero no por su naturaleza humana. Parece ser que
tenemos que hacer esto si estamos dispuestos a aceptar la declaración de
Calcedonia acerca de que «quedan preservadas las propiedades de ambas
naturalezas».
Pero
pocos teólogos recientes han estado dispuestos a hacer esas distinciones, quizá
debido a una vacilación en afirmar algo que no se puede entender.
Cuando
hablamos de la naturaleza humana de Jesús, podemos decir que él ascendió al
cielo y que ya no está en el mundo Gn 16: 28; 17: 11; Hch 1: 9-11)." Pero
con respecto a su naturaleza divina, podemos decir que Jesús está presente en
todas partes: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos» (Mt 18: 20); «Estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mt
28: 20); «El que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos
nuestra vivienda con él» Gn 14: 23).
De
manera que podemos decir que ambas cosas son ciertas acerca de la persona de
Cristo: él ha regresado al cielo y está también presente con nosotros.
Del
mismo modo, podemos decir que Jesús tenía cerca de treinta años (Lc. 3: 23), si
estamos hablando de su naturaleza humana, pero podemos decir que existía
eternamente Gn 1:1-2; 8:58) si estamos hablando de su naturaleza divina.
En su
naturaleza humana, Jesús era débil y se cansaba (Mt 4: 2; 8: 24; Mr 15: 21; Jn
4: 6), pero en su naturaleza divina él era omnipotente (Mt 8: 26-27; Col 1: 17;
He 1: 3). Es especialmente asombrosa la escena en el lago de Galilea donde
Jesús se encontraba durmiendo sobre la dura madera de la barca, supuestamente
porque estaba cansado (Mt 8: 24).
Pero
pudo despertarse del sueño y calmar el viento y las olas con una palabra (Mt 8:
26-27). ¡Cansado y, no obstante, omnipotente! Vemos aquí que la naturaleza
humana débil de Jesús ocultaba completamente su omnipotencia hasta que su
omnipotencia se manifestaba con una palabra soberana de parte del Señor del
cielo y de la tierra.
Si
alguien pregunta si Jesús, cuando se encontraba durmiendo en la barca, estaba
también «[sosteniendo] todas las cosas con su palabra poderosa» (He 1:3), y si
todas las cosas en el universo estaban subsistiendo por medio de él en ese
tiempo (vea Col 1:17), la respuesta debe ser sí, porque esas actividades han
sido siempre y siempre serán la responsabilidad de la segunda persona de la
Trinidad, el eterno Hijo de Dios.
Los
que piensan que la doctrina de la encarnación es «inconcebible» han preguntado
algunas veces si Jesús, cuando era un bebé en el establo en Belén, estaba
también «sosteniendo el universo». La respuesta a esta pregunta debe ser
también sí: Jesús en ese momento no estaba siendo potencialmente Dios ni
alguien en quien Dios actuaba de forma única, sino que era verdadera y
completamente Dios, con todos los atributos de Dios.
NOTA: Los teólogos luteranos, siguiendo a Martin
Lucero, ha afirmado en ocasiones que la naturaleza humana de Jesús, aun su
cuerpo humano, está presente en todas partes o «ubicuo» (omnipresente).
Pero esta posición no ha sido adoptada por ningún
otro segmento de la iglesia cristiana, y parece ser que ha sido una posición
que Martin Lutero tomó principalmente como un intento para justificar su
interpretación de que el cuerpo de Cristo está en realidad presente en la Cena
del Señor (no en los elementos mismos, sino con ellos).
Él era
«un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2: 11). Los que rechazan esto como
imposible es porque tienen una definición diferente de lo que es «posible» de
la que tiene Dios, según se revela en las Escrituras. Decir que nosotros no
podemos entender esto es una actitud humilde apropiada. Pero decir que no es
posible me parece que es más bien arrogancia intelectual.
En una
manera similar, podemos entender que en su naturaleza humana, Jesús murió (Lc
23: 46; 1ª Co15: 3). Pero con respecto a su naturaleza divina, no murió, sino
que fue capaz de levantarse a sí mismo de entre los muertos Gn2: 19; 10: 17-18;
He 7:16). No obstante, aquí debemos expresar una palabra de cautela: Es cierto
que cuando Jesús murió, su cuerpo fisico murió y su alma humana (o espíritu)
quedó separada de su cuerpo y pasó a la presencia de Dios el Padre en el cielo
(Lc 23: 43, 46).
De
esta manera él experimentó una muerte que es como la que experimentamos los
creyentes si morimos antes del regreso de Cristo. Y no es correcto decir que la
naturaleza divina de Jesús murió, o podía morir, si «morir» significa el cese
de la actividad, el cese de la conciencia de sí mismo o una disminución de
poder. Sin embargo, en virtud de la unión con la naturaleza humana de Jesús, su
divina naturaleza de alguna manera saboreó algo de lo que es pasar por la
muerte. La persona de Cristo experimentó la muerte.
Además,
parece dificil de entender cómo la naturaleza humana de Jesús sola podía
soportar la ira de Dios en contra de los pecados de millones de personas.
Parece que la naturaleza divina de Jesús tenía que participar de alguna manera
en cargar con la ira de Dios en contra del pecado que nos correspondía a
nosotros (aunque las Escrituras no afirman esto explícitamente en ninguna
parte).
Por
tanto, aunque la naturaleza divina de Jesús no murió en realidad, Jesús pasó
por la experiencia de la muerte como una persona completa, y sus naturalezas
humana y divina de alguna manera compartieron esa experiencia. Más allá de eso,
las Escrituras no nos permiten decir más.
La
distinción entre las naturalezas humana y divina de Jesús también nos ayuda a
entender las tentaciones de Jesús. Con respecto a su naturaleza humana,
ciertamente fue tentado en todas las maneras en que nosotros lo somos, pero sin
pecar (He 4:1 5). No obstante, con respecto a su naturaleza divina, no fue
tentado, porque Dios no puede ser tentado por el mal (Stg 1: 13).
NOTA: A. N. S. Lane niega explícitamente la
perspectiva de Calcedonia de Cristo sobre la base de que no es posible:
«Omnisciencia e ignorancia, omnipotencia e impotencia no pueden coexistir. Las
primeras inundan las segundas.
Él dice que Cristo «negó explícitamente su
omnisciencia (Mt 24: 36; Mr 13: 32), pero incluso las palabras claras de Cristo
no han sido suficientes para contrarrestar el tirón del docetismo... La
afirmación de la omnisciencia del Jesús histórico no tiene base bíblica y en
verdad va en contra de la enseñanza clara de los evangelios. Tiene serias
implicaciones teológicas que han socavado su verdadera humanidad como se enseña
en las Escrituras»
Pero (vea pp. 587-90) Mt 24: 36 y Mr 13: 32 los
podemos entender perfectamente como refiriéndose al conocimiento de Jesús en su
naturaleza humana. y cuando Lane dice que la omnisciencia y la ignorancia (como
pueden coexistir) él está simplemente lanzando una parte de una paradoja
bíblica contra la otra parte y entonces afirmando que una parte es imposible.
¿En base de qué estamos justificados para decir que una naturaleza omnisciente
divina y una naturaleza humana con conocimiento limitado «no pueden coexistir.?
O que una naturaleza divina omnipotente y una
naturaleza humana débil «no pueden coexistir» en la misma persona, en otras
palabras negar que Jesús podía ser completamente Dios y completamente hombre al
mismo tiempo. De este modo, ellos están negando la esencia de la encamación.
En
este momento parece necesario decir que Jesús tenía dos voluntades distintas,
una voluntad humana y otra divina, y que las voluntades pertenecen a las dos
naturalezas distintas de Cristo, no a la persona.
De
hecho, había una posición, llamada la perspectiva monotelita, que sostiene que
Jesús tenía solo «una voluntad», pero ese era ciertamente el punto de vista de
una minoría en la iglesia, y fue rechazado como herético por el Concilio de
Constantinopla en el 681 d. C. Desde entonces la perspectiva de que Cristo
tenía dos voluntades (una humana y otra divina) ha sido generalmente, aunque no
universalmente, sostenida por la iglesia. De hecho.
Charles
Hodge dice:
La Decisión En Contra De Nestorio, En La Que Fue Reafirmada La Unidad De
La Persona De Cristo; En Contra De Eutiques, Reafirmando La Distinción De
Naturalezas, Y En Contra De Los Monotelitas, Declarando Que La Posesión De Una
Naturaleza Humana Involucra La Necesidad De La Posesión De Una Voluntad Humana,
Ha Sido Recibida Como La Fe Verdadera De La Iglesia Universal, La Griega, La
Latina Y La Protestante.'
Hodge
explica que la iglesia pensó que «negarle a Cristo una voluntad humana era
negar que tuviera una naturaleza humana, o que fuera verdaderamente humano.
Además,
eso excluye la posibilidad de que hubiera sido tentado y, por tanto, contradice
las Escrituras, y le separa tanto de su pueblo que él no podría compadecerse de
ellos en sus tentaciones»:! Además, Hodge nota que junto con las ideas de que
Cristo tenía dos voluntades está la idea relacionada de que tenía dos centros
de conciencia o inteligencia: «Así como hay dos naturalezas distintas, humana y
divina, hay necesidad de dos inteligencias y dos voluntades, la que es falible
y finita, y la que es incambiable e infinita»:
Esta
distinción de dos voluntades o dos centros de conciencia nos ayuda a comprender
cómo Jesús podía aprender cosas y al mismo tiempo conocer todas las cosas.
Por un
lado, con respecto a su naturaleza humana, él tenía un conocimiento limitado
(Mr 13: 32; Lc 2: 52). Por otro lado, era evidente que Jesús conocía todas las
cosas Gn 2: 25; 16: 30; 21: 17). Ahora bien, esto es solo comprensible si Jesús
aprendió cosas y tenía conocimiento limitado con respecto a su naturaleza
humana, pero estaba siempre consciente con respecto a su naturaleza divina y,
por tanto, era capaz de «recordar» cualquier información que fuera necesaria
para su ministerio.
De
esta manera podemos entender la declaración de Jesús en cuanto al tiempo de su
regreso: «Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los
ángeles en el cielo, sino sólo el Padre» (Mr 13: 32). Esta ignorancia del
tiempo de su regreso era solo cierto de la naturaleza y conciencia humanas de
Jesús, porque en su naturaleza divina él era sin duda omnisciente y sabía con
exactitud cuándo regresaría a la tierra:'
En
cuanto a esto alguien podía objetar que si decimos que Jesús tenía dos centros
de conciencia de sí mismo y dos voluntades, eso requiere decir que era dos
personas distintas, y es caer en el error de los nestorianos. Pero en
respuesta, debemos afirmar simplemente que dos voluntades y dos centros de
conciencia de sí mismo no requieren que Jesús sea dos personas distintas.
Es
solo una afirmación sin prueba decir eso. Si alguien responde que no comprende
cómo Jesús podía tener dos centros de conciencia de sí mismo y a la vez ser una
sola persona, eso es comprensible.
Pero
no entender algo no significa que es imposible, sino que nuestro entendimiento
es limitado. La gran mayoría de la iglesia a 10 largo de su historia ha dicho
que Jesús tuvo dos voluntades y dos centros de conciencia, pero que con todo
era una sola persona. Una formulación así no es imposible, sino sencillamente
un misterio que no podemos comprender por completo.
Adoptar
cualquier otra solución crearía problemas mucho más grandes: requeriría tener
que abandonar o bien la plena deidad o la plena humanidad de Cristo, y eso no
lo podemos hacer.
B. LO QUE HAGA CUALQUIERA DE
SUS NATURALEZAS, LA PERSONA DE CRISTO LO HACE:
En la
sección anterior mencionamos una serie de cosas que fueron hechas por una
naturaleza y no por la otra en la persona de Cristo. Ahora debemos afirmar que
todo lo que es verdad de la naturaleza humana o divina es verdad de la persona
de Cristo.
De
modo que Jesús puede decir: «Antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!» (Jn 8:
58). Él no dice: «Antes de que Abraham naciera, mi divina naturaleza existía»,
porque él es libre para hablar acerca de cualquier cosa realizada solo por su
naturaleza divina o solo por su naturaleza humana como algo que él hizo.
En la
esfera humana, esto es también cierto de nuestra conversación. Si yo escribo
una carta, aunque mis pies no tienen nada que ver con la escritura de la carta
por los dedos de mis manos, yo no digo a la gente: «Mis dedos de las manos
escribieron la carta y mis pies no tienen nada que ver con ello» (aunque eso
sea cierto).
Sino
más bien digo: «Yo escribí la carta». Eso es verdad porque todo lo que hace una
parte de mí ser lo hago yo. De modo que «Cristo murió por nuestros pecados» (1ª
Co 15: 3). Aunque solo su cuerpo humano cesó de existir y de funcionar, Cristo
como persona fue el que murió por nuestros pecados. Esto es una forma de
afirmar que cualquier cosa que se pueda decir de una naturaleza o de la otra se
dice de la persona de Cristo.
Por
tanto, es correcto que Jesús dijera: «Ahora dejo de nuevo el mundo y vuelvo al
Padre» (Jn 16: 28), o «Ya no vaya estar por más tiempo en el mundo» Jn 17: 11),
pero al mismo tiempo decir: «Estaré con ustedes siempre» (Mt 28: 20). Todo lo
que hace una naturaleza o la otra lo hace la persona de Cristo.
NOTA: En cuanto a esto nos puede ser de alguna
ayuda una analogía de la experiencia humana. Todo el que ha corrido en una
carrera sabe que cerca del final de la competición hay dentro del corredor
deseos conflictivos. Por un lado, los pulmones, piernas y brazos del corredor
están gritando: (¡Para! ¡Parab). Hay un deseo claro de parar a causa del dolor
fisico.
Por el otro lado, algo en la mente del corredor
está diciendo: «¡Sigue! ¡Sigue! ¡Quiero ganar!» Todos hemos conocido
situaciones simulares de deseos conflictivos dentro de nosotros. Ahora bien, si
nosotros, siendo seres humanos normales, podemos tener deseos diferentes o
distintos dentro de nosotros y, no obstante, ser una sola persona, ¿cuánto más
posible es para aquel que era tanto hombre como Dios al mismo tiempo?
Si nosotros decimos que no comprendemos cómo eso
puede ser, simplemente reconocemos nuestra ignorancia de la situación, porque
ninguno de nosotros ha experimentado jamás lo que es ser a la vez Dios y hombre
al mismo tiempo, ni siquiera llegaremos a tener una experiencia como esa.
No debiéramos decir que es imposible, sino que, si
estamos convencidos de que el texto del Nuevo Testamento nos lleva a esa
conclusión, debiéramos aceptarla y estar de acuerdo con ella.
C. TÍTULOS QUE NOS RECUERDAN
QUE UNA NATURALEZA LA PUEDE USAR LA PERSONA AUN CUANDO LA ACCIÓN FUE HECHA POR
LA OTRA NATURALEZA:
Los
autores del Nuevo Testamento a veces usan títulos que nos recuerdan de la
naturaleza humana o de la naturaleza divina a fin de referirse a la persona de
Cristo, aun cuando la acción mencionada no pudo haber sido hecha por la
naturaleza que podríamos pensar basados en el título. Por ejemplo, Pablo dice
que si los gobernantes de este mundo hubieran entendido la sabiduría de Dios
«no habrían crucificado al Señor de la gloria» (1ª Co 2: 8). Cuando vemos la
frase «al Señor de la gloria» nos viene a la mente especialmente la naturaleza
divina de Cristo.
Pero
Pablo usa este título (probablemente con la intención de mostrar la horrible
maldad de la crucifixión) para decir que Jesús fue «crucificado». Aunque su
naturaleza divina no fue crucificada, era cierto de Jesús que como persona
había sido crucificado, y Pablo se refiere a eso aun cuando emplea el título
«Señor de la gloria».
Del
mismo modo, cuando Elisabet llama a María «la madre de mi Señor» (Lc 1: 43), el
nombre «mi Señor» es un título que nos recuerda la naturaleza divina de Cristo.
Aunque María, por supuesto, no es la madre de la naturaleza divina de Jesús, la
cual siempre había existido. María es solo la madre de la naturaleza humana de
Cristo.
No
obstante, Elisabet puede llamarla «la madre de mi Señor» porque está usando el
título «Señor» para referirse a la persona de Cristo. Una expresión similar
aparece en Lucas 2: 11: (Hoyos ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que
es Cristo el Señor).
De
esta manera podemos entender Marcos 13:32, donde Jesús dice que nadie conoce el
tiempo de su regreso, «ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo
el Padre». Aunque las palabras «el Hijo» nos hablan específicamente de la
condición eterna de Hijo de Jesús con el Padre, no se usa aquí para referirse
específicamente a su naturaleza divina, sino para hablar en general de él como
una persona, y afirmar algo que es un hecho cierto solo de su naturaleza
humana." Y es cierto que en un sentido importante (esto es, en su
naturaleza humana) Jesús no conocía el tiempo cuando él regresaría.
D. BREVE FRASE DE RESUMEN:
En
ocasiones se ha usado la siguiente frase en el estudio de la teología
sistemática para resumir la doctrina de la encamación: «Siguió siendo lo que él
era, se convirtió en lo que no era».
En
otras palabras, si bien Jesús «siguió siendo» lo que era (es decir,
completamente divino), también se hizo lo que previamente no había sido (es
decir, completamente humano). Jesús no renunció a nada de su deidad cuando se
hizo hombre, pero sí tomó sobre sí la humanidad que antes no había tenido.
NOTA: Un uso similar lo encontramos en Juan 3: 13 y
Hechos 20: 28 (en este último versículo algunos manuscritos dicen: «con su
propia sangre»).
E. (COMUNICACIÓN) DE
ATRIBUTOS:
Una
vez que hemos decidido que Jesús era completamente hombre y completamente Dios,
y que su naturaleza humana permaneció plenamente humana y que su naturaleza
divina permaneció plenamente divina, todavía podemos preguntar si hubo algunas
cualidades o capacidades que fueron dadas (o «comunicadas») de una naturaleza a
la otra. Parece que sí las hubo.
(1) De la naturaleza divina a la naturaleza humana. Aunque la naturaleza
humana de Jesús no cambió en su carácter esencial, debido a que estaba unida
con la naturaleza divina en la persona de Cristo, la naturaleza humana de Jesús
ganó:
(A) La dignidad de ser adorado y:
(B) La incapacidad de pecar, las cuales no pertenecen en ningún sentido a
los seres humanos:6
(2) De la naturaleza humana a la naturaleza divina
La
naturaleza humana de Jesús le dio a él:
(A) La capacidad de experimentar el sufrimiento y la muerte;
(B) La capacidad de entender por experiencia lo que nosotros estamos
experimentando; y:
(C) La capacidad de ser nuestro sacrificio sustitutivo, lo que solo Jesús
como Dios podía haber hecho.
F. CONCLUSIÓN:
Al
final de este largo estudio, puede resultar fácil para nosotros perder de vista
lo que de verdad se enseña en la Biblia. Es con mucho el milagro más asombroso
de toda la Biblia, mucho más asombroso que la resurrección e incluso que la
creación del universo.
El
hecho de que el eterno, omnipotente e infinito Hijo de Dios pudiera hacerse
hombre y unirse a la naturaleza humana para siempre, de tal manera que el Dios
infinito se hiciera una persona con el hombre finito, permanecerá por toda la
eternidad como el más profundo de los milagros y el más profundo de los
misterios del universo.
PREGUNTAS
DE APLICACIÓN PERSONAL
1. Después de leer este capítulo, ¿hay maneras específicas en las que
usted piensa que Jesús es más semejante a usted de lo que pensaba antes?
¿Cuáles son? ¿En que forma una comprensión más clara de la humanidad de Jesús
le ayuda a usted a enfrentar las tentaciones? ¿Cómo puede ayudarle a orar?
¿Cuáles son las circunstancias más difíciles en su vida ahora? ¿Puede usted
pensar en algunas circunstancias similares que Jesús pudo haber enfrentado? ¿Le
anima eso a orar con más confianza a Jesús? ¿Se puede usted imaginar lo que
hubiera sido si usted hubiera estado presente cuando Jesús dijo: «Antes de que
Abraham naciera, ¡yo soy!» ¿Qué hubiera pensado usted? Con franqueza, ¿cuál
habría sido su respuesta? Trate ahora de imaginarse que usted está en los
momentos cuando Jesús dice otros «Yo soy» que registra el
2. Después de leer este capítulo, ¿hay alguna cosa que usted entiende más
completamente acerca de la deidad de Jesús? ¿Puede usted describir (y quizá
identificarse con ello) lo que los discípulos deben haber sentido al crecer en
su comprensión de lo que Jesús era? ¿Cree usted que Jesús es la persona a la
adoración.
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Juan 1:14: Y El Verbo Se Hizo Hombre Y Habitó Entre Nosotros. Y Hemos
Contemplado Su Gloria, La Gloria Que Corresponde Al Hijo Unigénito Del Padre,
Lleno De Gracia Y De Verdad.
CAPÍTULO 2
LA EXPIACIÓN
¿ERA NECESARIO QUE CRISTO MURIERA?
¿GANÓ TODA LA VIDA TERRENAL DE CRISTO ALGÚN BENEFICIO REDENTOR PARA NOSOTROS?
LA CAUSA Y NATURALEZA DE LA EXPIACIÓN. ¿DESCENDIÓ CRISTO AL INFIERNO?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
Podemos
definir la expiación de la siguiente manera: La expiación es la obra que Cristo
hizo en su vida y muerte para ganar nuestra salvación. Esta definición indica
que estamos usando la palabra expiación en un sentido más amplio del que se usa
en ocasiones.
A
veces se usa para referirse solo a la muerte de Cristo en la cruz y al pago que
hizo por nuestros pecados. Pero, como veremos abajo, puesto que los beneficios
de la salvación también vienen de la vida de Cristo, tenemos que incluir eso
también en nuestra definición.!
A. LA CAUSA DE LA EXPIACIÓN
¿Cuál
fue la causa última que llevó a Cristo a venir a la tierra y morir por nuestros
pecados? Para encontrar la respuesta debemos remontamos hasta algo que hay en
el carácter de Dios mismo. Y aquí las Escrituras apuntan a dos cosas: El amor y
la justicia de Dios.
El
amor de Dios como una causa para la expiación la vemos en el pasaje más
conocido de la Biblia: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito,
para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn
3: 16).
Pero
la justicia de Dios también requería que encontrara una forma de que se pagara
el castigo que nosotros debíamos por nuestros pecados (porque no podía aceptamos
para tener comunión con él si no se pagaba ese castigo).
Pablo
explica que esta era la razón por la que Dios envió a Cristo para ser nuestra
«propiciación» (Ro 3: 25; esto es, un sacrificio que carga con la ira de Dios a
fin de que Dios sea «propicio» o esté favorablemente dispuesto hacia nosotros):
«Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación para así demostrar su
justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los
pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su
justicia» (Ro 3: 25).
Pablo
está aquí diciendo que Dios había estado perdonando pecados en el Antiguo
Testamento pero no se había pagado el castigo, hecho que haría a las personas
pensar si Dios era de verdad justo y preguntarse cómo podía perdonar pecados
sin castigarlo.
Ningún
Dios que de verdad fuera justo podía hacer eso, ¿no es cierto? Con todo, cuando
Dios envió a Cristo para morir y pagar el castigo por nuestros pecados, lo hizo
«para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que
justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3: 26).
NOTA: Por supuesto, hay también beneficios de
salvación que nos vienen de la resurrección y ascensión de Cristo, de su
constante obra sacerdotal de intercesión por nosotros, y de su segunda venida.
Estos los estudiaremos como temas separados en los subsiguientes capítulos de
este libro.
Por amor de la claridad, he incluido aquí bajo el
título la «expiación» solo las cosas que Cristo hizo por nuestra salvación
durante su vida terrenal y su muerte.
POR CONSIGUIENTE, EL
AMOR Y LA JUSTICIA DE DIOS FUERON LA SUPREMA CAUSA DE LA EXPIACIÓN.
Sin
embargo, de nada sirve andar preguntando cuál es más importante, porque sin el
amor, Dios nunca hubiera dado ningún paso para redimimos, pero sin la justicia
de Dios, el requerimiento específico de que Cristo ganara nuestra salvación al
morir por nuestros pecados no se habría satisfecho. El amor y la justicia de
Dios eran igualmente importantes.
B. LA NECESIDAD DE LA EXPIACIÓN
¿Había
alguna otra manera de que Dios salvara a los seres humanos sin tener que enviar
a su Hijo a morir en nuestro lugar?
Antes
de responder a esa pregunta, es importante que nos demos cuenta de que no era
necesario en absoluto que Dios salvara a los seres humanos. Cuando vemos que
«Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al abismo,
metiéndolos en tenebrosas cavernas y reservándolos para el juicio» (2ª P 2: 4),
nos damos cuenta que Dios podía haber elegido con perfecta justicia habernos
dejado en nuestros pecados en espera del juicio: podía haber decidido no salvar
a nadie, como hizo con los ángeles que pecaron. Así que, en este sentido, la
expiación no era una absoluta necesidad.
Pero
una vez que Dios, en su amor, decidió salvar a los seres humanos, varios
pasajes en las Escrituras indican que no había otra manera en que Dios podía
llevarlo a cabo sino por medio de la muerte de su Hijo. Por tanto, la expiación
no era una absoluta necesidad, pero, como una «consecuencia» de la decisión de
Dios de salvar a los seres humanos, la expiación era una absoluta necesidad.
A este
concepto es a lo que a veces se le llama «consecuencia de absoluta necesidad»
de la expiación.
En el
huerto de Getsemaní Jesús oró: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber
este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mt
26: 39). Podemos estar seguros de que Jesús siempre oró conforme a la voluntad
del Padre, y que siempre lo hizo con plenitud de fe. Parece que esta oración,
que Mateo tuvo tanto interés en dárnosla a conocer, muestra que a Jesús no le
era posible evitar la muerte en la cruz que muy pronto tendría que enfrentar
(la copa) del sufrimiento que él había dicho que le correspondía).
Si iba
a llevar a cabo la tarea para la que el Padre le había enviado, y si Dios iba a
redimir a las personas, era necesario que Jesús muriera en la cruz.
Jesús
dijo algo similar después de su resurrección, cuando conversaba con dos
discípulos en el camino a Emaús. Ellos estaban diciendo que Jesús había muerto,
pero la respuesta de este fue: (Qué torpes son ustedes, y qué tardos de corazón
para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el
Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria?) (Lc 24: 25-26). Jesús
comprendió que el plan de Dios para la redención (que él explicó a los
discípulos basado en muchos pasajes del Antiguo Testamento, Lc 24: 27) requería
que fuera necesario que el Mesías muriera por los pecados de las personas.
Como
vimos arriba, Pablo en Romanos 3 también muestra que si Dios iba a ser justo, y
con todo salvar a las personas, tenía que enviar a Cristo para que pagara el
castigo de los pecados: «Pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo
para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica
a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3: 26).
La
epístola a los Hebreos hace hincapié en que Cristo tenía que sufrir por
nuestros pecados: «Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos,
para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de
expiar [lit. hacer propiciación] los pecados del pueblo» (He 2:17).
El
autor de Hebreos también argumenta que puesto que «es imposible que la sangre
de los toros y de los machos cabríos quite los pecados» (He 10: 4), era necesario
un mejor sacrificio (He 9: 23). Sólo la sangre de Cristo, esto es, su muerte,
podría borrar de verdad los pecados (He 9: 25-26). No había otra forma de que
Dios nos salvara que mediante la muerte de Cristo en nuestro lugar.
C. LA NATURALEZA DE LA EXPIACIÓN
En
esta sección consideraremos dos aspectos de la obra de Cristo:
(1) La obediencia de Cristo por nosotros, mediante la
cual él obedeció los requerimientos de la ley en nuestro lugar y fue
perfectamente obediente a la voluntad del Padre como nuestro representante, y:
(2) Los sufrimientos de Cristo por nosotros, mediante los cuales cargó con
el castigo que nos correspondía por nuestros pecados y como consecuencia murió
por nuestros pecados.
Es
importante que nos demos cuenta de que en ambas de estas categorías el énfasis
primario y la influencia primaria de la obra de redención de Cristo no está en
nosotros, sino en Dios el Padre. Jesús obedeció al Padre en nuestro lugar y
cumplió perfectamente con las demandas de la ley. Y sufrió en nuestro lugar, y
cargó sobre sí el castigo que Dios el Padre nos hubiera impuesto.
En
ambos casos, la expiación la vemos como objetiva; es decir, algo que tenía una
influencia primaria directamente sobre Dios. Solo secundariamente tiene
implicaciones para nosotros, y esto es solo a causa de que había sucedido algo
definido en las relaciones entre Dios el Padre y Dios el Hijo que aseguraba
nuestra salvación
1. LA OBEDIENCIA DE CRISTO POR NOSOTROS (LLAMADA A VECES «OBEDIENCIA
ACTIVA).
Si
Cristo solo hubiera obtenido el perdón de pecados para nosotros, no hubiéramos
merecido el cielo. Nuestra culpa habría quedado eliminada, pero nosotros solo
estaríamos en la posición de Adán y Eva antes de que estos hicieran algo bueno
o malo o antes de que hubieran pasado victoriosamente un tiempo de prueba.
A fin
de quedar establecidos en justicia para siempre y para que tuvieran comunión
con Dios asegurada para siempre, Adán y Eva tenían que obedecer a Dios
perfectamente durante un tiempo. Entonces Dios habría visto su obediencia fiel
con placer y deleite, y ellos habrían vivido con él en comunión eterna.'
Por
esta razón, Cristo tenía que vivir una vida de perfecta obediencia a Dios a fin
de ganar la justicia para nosotros. Tenía que obedecer la ley durante toda su
vida en nombre nuestro a fin de que los méritos positivos de su perfecta
obediencia fuera contada a nuestro favor. Esto se le llama a veces «obediencia
activa» de Cristo, mientras que a su sufrimiento y muerte por nuestros pecados
se le llama «obediencia pasiva».
Pablo
nos dice que su meta es poder ser encontrado en Cristo no teniendo «su propia
justicia que procede de la ley sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo,
la justicia que procede de Dios, basada en la fe» (Fil 3: 9). Pablo sabe que lo
que necesita no es solo neutralidad moral de parte de Cristo (es decir, una
hoja limpia con los pecados perdonados), sino una justicia moral positiva. Y
sabe que eso no puede proceder de él sino que tiene que llegarle por medio de
la fe en Cristo. Asimismo, Pablo dice que Cristo ha sido hecho «nuestra
justificación, santificación y redención» (1ª Co 1: 30). Y muy explícitamente
dice: «Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron
constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos fueron
constituidos justos» (Ro 5:19).
Algunos
teólogos no han enseñado que Cristo necesitaba conseguir una historia de
perfecta obediencia a favor nuestro. Se han limitado a enfatizar que Cristo
murió y de esa manera pagó por nuestros pecados" Pero esa posición no
explica adecuadamente por qué Cristo hizo más que solo morir: también se
convirtió en nuestra «justicia» delante de Dios. Jesús le dijo a Juan el
bautista antes de que le bautizara: «Porque así conviene que cumplamos toda
justicia» (Mt 3: 15, RVR 1960).
Se
puede argumentar que Cristo tenía que vivir una vida de perfecta justicia por
interés propio, no por nosotros, antes de que pudiera convertirse en un
sacrificio impecable por nosotros. Pero Jesús no tenía necesidad de vivir una
vida de perfecta obediencia por interés propio, pues había vivido en amor y
compañerismo con el Padre por toda la eternidad y por su propio carácter era
eternamente digno del placer y la delicia del Padre. Más bien tenía que
«[cumplir] toda justicia» por nosotros; es decir, por amor de las personas que
estaba representando como cabeza.
A
menos que hiciera eso por nosotros, no tendríamos historia de obediencia
mediante la cual mereceríamos el favor de Dios y la vida eterna con él. Además,
si Jesús hubiera necesitado solo ser sin pecado y no también una vida de
perfecta obediencia, podía haber muerto por nosotros cuando era niño en vez de
hacerlo cuando tenía treinta y tres años.
Por
aplicación práctica, debiéramos preguntamos en qué historial de obediencia de
toda la vida nos apoyaríamos más bien para alcanzar nuestra posición delante de
Dios, ¿el de Cristo o el nuestro? Con la vida de Cristo en mente, debiéramos
preguntarnos, ¿qué es suficientemente bueno para merecer la aprobación de Dios?
¿Estamos dispuestos a confiar en su historial de obediencia en cuanto a nuestro
destino eterno?
NOTA: Algunos han objetado que esta terminología de
«activa» y «pasiva» no es enteramente satisfactoria. Porque aun en cuanto a
pagar por nuestros pecados Cristo en un sentido estuvo aceptando activamente el
sufrimiento que el Padre le daba y estuvo también activo en poner su propia
vida (Jn 10:18).
Además, ambos aspectos de la obediencia de Cristo
continuaron durante toda su vida: Su obediencia activa incluía obediencia fiel
desde su nacimiento hasta su muerte; y su sufrimiento a nuestro favor, que
encontró su clímax en la crucifixión, continuó durante toda su vida (vea el
estudio abajo).
Sin embargo, la distinción entre la obediencia
activa y la pasiva es útil porque nos ayuda a apreciar dos aspectos de la obra
de Cristo a nuestro favor. (Vea el estudio de John Murray), Redemption,
Accomplished, and Applied [Eerdmans, Grand Rapids, 1955 J, pp. 20-24.) R. L. Reymond
prefiere el término preceptiva (para activa) y penal (para pasiva). En su
artículo «Obedience of Christ», EDT, p. 785.
Por ejemplo, no pude encontrar ningún estudio de la
obediencia activa de Cristo en los siete volúmenes de la Systematic Theology,
de Lewis Sperry Chafer (Dallas Seminary Press, Dallas, 1947-48) o en la Obra
Christian Theology, de Millard Ericsson, pp. 761-800.
2. LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO POR NOSOTROS (LLAMADOS A VECES «OBEDIENCIA
PASIVA»).
Además
de obedecer la ley perfectamente durante toda su vida a favor nuestro, Cristo
también experimentó los sufrimientos necesarios para pagar el castigo de
nuestros pecados.
A. SUFRIÓ DURANTE TODA SU
VIDA:
En un sentido amplio el castigo que Cristo
sufrió para pagar por nuestros pecados fue sufrimiento tanto en su cuerpo como
en su alma durante toda su vida. Aunque los sufrimientos de Cristo culminaron
con su muerte en la cruz (vea abajo), toda su vida en un mundo caído involucró
sufrimiento.
Por
ejemplo, Jesús soportó un tremendo sufrimiento durante sus tentaciones en el
desierto (Mt 4: 1-11), cuando soportó durante cuarenta días los ataques de
Satanás. 5 También sufrió al crecer en madurez: «Aunque era Hijo, mediante el
sufrimiento aprendió a obedecer» (He 5: 8). Conoció el sufrimiento en la
intensa oposición que enfrentó de parte de los líderes judíos a lo largo de
gran parte de su ministerio terrenal (vea He 12: 3-4).
Podemos
suponer también que experimentó sufrimiento y tristeza ante la muerte de su
padre terrenal, y desde luego también lo experimentó por causa de la muerte de
su íntimo amigo Lázaro Gn 11: 35). Al predecir la venida del Mesías, Isaías
dijo que sería un «varón de dolores, hecho para el sufrimiento» (Is 53: 3).
B. EL DOLOR DE LA CRUZ:
Los
sufrimientos de Jesús se intensificaron al irse acercando a la cruz. Les contó
a sus discípulos algo de la agonía que estaba experimentando cuando les dijo:
«Es talla angustia que me invade, que me siento morir» (Mt 26: 38).
Fue en
la cruz donde los sufrimientos de Jesús alcanzaron su clímax, porque fue allí
donde cargó con el castigo que correspondía a nuestros pecados y murió en
nuestro lugar. Las Escrituras nos enseñan que hubo cuatro aspectos diferentes
del dolor que Jesús experimentó:
(1)
DOLOR FISICO Y MUERTE.
No
tenemos necesidad de aseverar que Jesús sufrió más dolor fisico que cualquier
ser humano haya jamás sufrido, porque la Biblia en ninguna parte hace esa
afirmación. Pero con todo no debemos olvidar que la muerte por crucifixión era
una de las formas más horribles de ejecución inventadas por el hombre.
Muchos
lectores de los evangelios en el mundo antiguo habrían sido testigos de alguna
crucifixión y eso crearía alguna imagen mental vívida y dolorosa al leer las
palabras «y lo crucificaran» (Mt 15: 24).
Un
condenado a muerte que moría crucificado se veía esencialmente forzado a
infligirse él mismo una muerte lenta por asfixia. Cuando los brazos del
condenado eran extendidos y sujetados mediante los clavos a la cruz, tenía que
sostener la mayor parte del peso de su cuerpo con los brazos.
En esa
posición, la cavidad torácica tenía dificultades para respirar y obtener aire
renovado. Pero cuando la necesidad de aire de la víctima se hacía insoportable,
tenía que hacer lo posible por levantarse empujando con sus pies, dando así un
apoyo más natural a su cuerpo y aliviando los brazos del peso del cuerpo, y de
esa forma podía respirar un poco mejor.
Al
esforzarse por levantar el cuerpo apoyándose en los pies el crucificado podía
aliviar la asfixia, pero resultaba en extremo doloroso para él porque implicaba
poner toda la presión de sostener el cuerpo sobre los clavos que le sujetaban
los pies, y doblar los codos y empujar hacia arriba sobre los clavos que le
sujetaban las muñecas. La espalda del crucificado, que había sido flagelada
repetidas veces mediante los latigazos propinados, se rozaría contra la madera
de la cruz con cada movimiento.
Por
eso Séneca (del primer siglo d.C.) habló de los crucificados como personas que
«aspiraban el aire vital en medio de intensa agonía» (Epístola 101, a Lucio,
sección 14).
Un
médico que escribió en el journal ofthe American Medical Association en 1986 explicó
el dolor que solía experimentar la persona condenada a muerte por crucifixión:
Un Proceso De Respiración Adecuado Requiere Levantar El Cuerpo Empujando
Con Los Pies Y Flexionando Los Codos... Sin Embargo, Este Movimiento Ponía Todo
El Peso Del Cuerpo Sobre Los Tarsos Y Producía Un Punzante Dolor.
Además, La Flexión De Los Codos Causaba Rotación De Las Muñecas
Alrededor De Los Clavos De Hierro Y Causaba Fiero Dolor Por Los Nervios
Dañados. Calambres Musculares Y Parestesia En Los Brazos Extendidos Y
Levantados Se Agregaba A La Incomodidad. Como Resultado, Cada Esfuerzo Por
Respirar Resultaba Agonizante Y Agotador Y Llevaba Al Final A La Asfixia.
En
algunos casos, los hombres crucificados sobrevivían varios días, casi
asfixiados pero sin morir. Esa era la razón por la que los encargados de la
ejecución quebraban a veces las piernas del crucificado, con el fin de que la
muerte sobreviniera rápidamente, como vemos en Juan 19: 31-33:
Era El Día De La Preparación Para La Pascua. Los Judíos No Querían Que Los
Cuerpos Permanecieran En La Cruz En Sábado, Por Ser Éste Un Día Muy Solemne.
Así Que Le Pidieron A Pilato Ordenar Que Les Quebraran Las Piernas A Los
Crucificados Y Bajaran Sus Cuerpos. Fueron Entonces Los Soldados Y Le Quebraron
Las Piernas Al Primer Hombre Que Había Sido Crucificado Con Jesús, Y Luego Al
Otro. Pero Cuando Se Acercaron A Jesús Y Vieron Que Ya Estaba Muerto, No Le
Quebraron Las Piernas.
NOTA: En Marcos 1:13 el participio presente
peirazomenos. "fue tentado», modifica el imperfecto del verbo principal en
la cláusula (en, fue), indicando que Jesús fue continuamente tentado a lo largo
de los cuarenta días en el desierto.
Aunque las Escrituras no dicen explícitamente que
José murió durante el tiempo de la vida de Jesús, no volvemos a saber nada de
él después del cumplimiento de los doce años de Jesús. Vea estas reflexiones en
el capítulo 26,
La palabra que generalmente se traduce por «mano»
(cheir: Lc. 24: 39-40; Jn. 20: 20) puede en ocasiones referirse al brazo (BAGD,
p. 880; LS], p. 1983,2). Un clavo a través de las manos no habría sido capaz de
sostener el peso del cuerpo, porque las manos se habrían desgarrado.
(2) EL DOLOR DE CARGAR CON EL PECADO
Más
horrible que el dolor del sufrimiento físico que Jesús soportó fue el dolor
psicológico de estar cargando con la culpa de nuestros pecados. En nuestra
experiencia como cristianos sabemos algo de la angustia que sentimos cuando
hemos pecado.
El
peso de la culpa es tremendo sobre nuestros corazones, y hay un sentido amargo
de separación de todo lo que es recto en el universo, una conciencia de algo
que en un sentido muy profundo no debiera ser. De hecho, cuanto más crecemos en
santidad como hijos de Dios, tanto más sentimos esta instintiva repugnancia en
contra del mal.
Ahora
bien, Jesús era perfectamente santo. Aborrecía el pecado con todo su ser.
El
concepto del mal, del pecado, lo contradecía todo en su carácter. Mucho más de
lo que nosotros lo hacemos, Jesús se rebelaba instintivamente contra el mal.
Con todo, en obediencia al Padre, y por amor a nosotros, Jesús tomó sobre sí
todos los pecados de todos los que un día serían salvos. Cargar sobre sí todo
el mal en contra del cual su alma se rebelaba creaba una repugnancia profunda
en el centro de su ser. Todo lo que aborrecía más profundamente estaba siendo
derramado sobre él.
La
Escrituras dicen con frecuencia que Cristo cargó con nuestros pecados: «El
Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53: 6), y «cargó
con el pecado de muchos (Is 53: 12). Juan el Bautista señaló a Jesús como «el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» Gn 1:29). Pablo declara que
Dios «lo trató como pecador» (2ª Co 5: 21) y que Cristo se hizo «maldición por
nosotros» (Gá 3: 13).
El
autor de Hebreos dice que Cristo «fue ofrecido en sacrificio una sola vez para
quitar los pecados de muchos» (He 9: 28). Y Pedro dice: «él mismo, en su
cuerpo, llevó al madero nuestros pecados» (1ª P 2:24).
El
pasaje de 2 Corintios citado arriba, junto con los versículos de Isaías,
indican que fue Dios el Padre quien cargó nuestros pecados sobre Cristo. ¿Cómo
era posible?
En la
misma manera que los pecados de Adán fueron imputados a nosotros o Dios imputó
nuestros pecados a Cristo; es decir, los declaró pertenecientes a Cristo, y,
puesto que Dios es el juez supremo y definidor de lo que de verdad es en el
universo, cuando Dios pensó que nuestros pecados le pertenecían a Cristo, de
verdad le pertenecían a Cristo.
Esto
no quiere decir que Dios concluyó que Cristo de veras hubiera cometido aquellos
pecados, ni que Cristo mismo tuviera de verdad una naturaleza pecadora, sino
más bien quiere decir que Dios declaró que la culpa de nuestros pecados (esto
es, la responsabilidad de pagar el castigo) era de Cristo y no de nosotros.
Algunos
han objetado que no era justo que Dios hiciera esto de transferir la culpa del
pecado de nosotros a una persona inocente, a Cristo. Pero debemos recordar que
Cristo tomó voluntariamente sobre sí la culpa de nuestros pecados, de modo que
esta objeción pierde mucha de su fuerza. Además, Dios mismo (Padre, Hijo y
Espíritu Santo) son la norma suprema de lo que es justo y correcto en e!
universo, y él decretó que la expiación tendría lugar de esta manera, y que eso
en realidad satisfacía sus demandas de rectitud y justicia.
(3)
ABANDONO
El
dolor fisico de la crucifixión y e! dolor de cargar sobre sí e! mal absoluto de
nuestros pecados se agravó por e! hecho de que Jesús enfrentó este dolor solo.
En el huerto de Getsemaní, cuando llevó consigo a Pedro, Juan y Santiago, les
expresó algo de la agonía que sentía: «Es talla angustia que me invade que me
siento morir.
Quédense
aquí y vigilen» (Mr 14: 34). Esta es la clase de confidencia que uno expresa a
un amigo íntimo, e implica un ruego de apoyo en horas de gran prueba.
Sin
embargo, tan pronto como arrestaron a Jesús «todos los discípulos lo
abandonaron y huyeron» (Mt 26: 56).
Aquí
también tenemos una cierta analogía de nuestra experiencia, porque no podemos
vivir largo tiempo sin probar el dolor interno de! rechazo, ya sea el rechazo
de un amigo cercano, de un padre o hijo, o de un esposo o esposa. Con todo, en
esos casos hayal menos la sensación de que podíamos haber hecho algo de manera
diferente, de que al menos en cierta parte nosotros somos culpables.
Esa no era la situación con Jesús y sus
discípulos, porque «habiendo amado a los suyos que estaba en e! mundo, los amó
hasta el fin» Gn 13: 1). Él no había hecho otra cosa que amarlos; pero ellos lo
abandonaron.
Pero
mucho peor que la deserción de sus más íntimos amigos humanos fue el hecho de
que Jesús se vio privado de la cercanía con e! Padre que había sido su más
profundo gozo durante toda su vida terrenal. Cuando Jesús exclamó: «EH, EH,
¿lama sabactani? (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparador'» (Mt 27: 46), él mostró que estaba separado por completo del
dulce compañerismo con su Padre celestial que había sido la fuente constante de
su fortaleza interna y el elemento de su mayor gozo en una vida llena de dolor.
Al cargar Jesús con nuestros pecados en la cruz, se vio abandonado por su Padre
celestial porque «son tan puros tus ojos que no pueden ver el mal» (Hab 1: 13).
Jesús se enfrentó solo al peso de la culpa de millones de pecados.
(4)
CARGAR CON LA IRA DE DIOS
Sin
embargo, más dificil que estos aspectos previos del dolor de Jesús fue e! dolor
de cargar sobre sí la ira de Dios. Al llevar Jesús solo la culpa de nuestros
pecados, Dios el Padre, e! Creador todopoderoso, e! Señor del universo, derramó
sobre Jesús la furia de su ira: Jesús se convirtió en e! objeto del intenso
odio por el pecado y de la venganza en contra del pecado que Dios había
acumulado pacientemente desde el comienzo del mundo.
Romanos
3:25 nos dice que Dios ofreció a Cristo como «propiciación» (sacrificio expiatorio),
palabra que significa «sacrificio que carga con la ira de Dios hasta el final y
que al hacerse cambia en favor la ira de Dios contra nosotros ». Pablo nos dice
que «Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en
su sangre, para así demostrar su justicia.
Anteriormente,
en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo
presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo
Dios es justo y, a la vez, e! que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro
3: 25-26). Dios no solo había perdonado el pecado y olvidado el castigo en
generaciones pasadas. Había perdonado los pecados y había acumulado ira en
contra de esos pecados. Pero en la cruz la furia de toda esa ira acumulada en
contra del pecado se desató contra el propio Hijo de Dios.
Muchos
teólogos fuera del mundo evangélico han objetado fuertemente la idea de que
Jesús sufrió la ira de Dios en contra del pecado. Su suposición básica es que
puesto que Dios es un Dios de amor, sería inconsecuente con su carácter
descargar su ira contra seres humanos que él ha creado y de quienes es un Padre
amoroso.
Pero
los eruditos evangélicos han argumentado convincentemente que la idea de la ira
de Dios está bien enraizada en el Antiguo y Nuevo Testamentos: «Todo el
argumento de la parte primera de Romanos tiene que ver con los hombres,
gentiles y judíos, que son pecadores, y que han caído bajo la ira y la
condenación de Dios».
Otros
tres pasajes clave en el Nuevo Testamento se refieren a la muerte de Jesús como
una «propiciación»: Hebreos 2: 17; 1ª Juan 2: 2 y 4: 1O. Los términos griegos
(el verbo hilaskomai, «hacer una propiciación» y el nombre hilasmos, «un
sacrificio de propiciación») que se usa en estos pasajes denotan «un sacrificio
que aleja la ira de Dios, y de esa forma hace que Dios sea propicio (o
favorable) hacia nosotros».
Este
es el significado coherente de estas palabras fuera de la Biblia donde fueron
bien entendidas en referencia a las religiones paganas griegas. Estos
versículos sencillamente significan que Jesús cargó con la ira de Dios contra
el pecado.
Es
importante insistir en este hecho, porque es céntrico en la doctrina de la
expiación.
Quiere
decir que hay un requerimiento eterno e inalterable de la santidad y justicia
de Dios de que hay que pagar por el pecado. Además, antes de que la expiación
pudiera tener efecto sobre nuestra conciencia subjetiva, primero tenía que
afectar a Dios y sus relaciones con los pecadores que planeaba redimir. Aparte
de esta verdad central, la muerte de Cristo no puede entenderse adecuadamente
(vea más adelante el estudio de otras perspectivas sobre la expiación).
Aunque
debemos ser cautelosos al sugerir analogías de las experiencias por la que
Cristo pasó (porque su experiencia fue y siempre será sin precedente o
comparación), sin embargo, toda nuestra comprensión del sufrimiento de Jesús
viene en algún sentido por vía de experiencias análogas en la vida, porque esa
es la forma en que Dios nos enseña en las Escrituras.
Una
vez más nuestra experiencia humana nos provee de cierta débil analogía que nos
ayuda a entender lo que significa cargar con la ira de Dios. Quizá como niños
nos hemos enfrentado a la ira de un padre humano cuando hemos hecho algo malo,
o quizá como adultos hemos conocido el enojo de un jefe por un error que hemos
cometido. Por dentro nos sentimos aplastados, perturbados por la fuerza de la
otra personalidad, llenos de insatisfacción en lo más profundo de nuestro ser,
y temblamos.
NOTA: Bajo la influencia de los eruditos que niegan
que la idea de la propiciación aparezca en el Nuevo testamento, la versión
inglesa conocida como RSV traduce hilasmos como «expiación», una palabra que
significa «una acción que limpia del pecado», pero no incluye el concepto de
aplacar la ira de Dios.
Vea el estudio del lenguaje antropomórfico en las
Escrituras para hablar acerca de Dios
Nos
cuesta imaginamos la desintegración personal que nos amenazaría si esa tormenta
de ira no viniera de un ser humano finito sino del Dios todopoderoso. Si
incluso la sola presencia de Dios, cuando no manifiesta ira, causa temor en las
personas (He 12: 21, 28-29), cuán terrible debe ser enfrentarse a la ira de
Dios (He 10: 31).
Con
esto en mente, estamos ahora en mejor posición de entender el clamor de
desolación de Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt 27:
46).
La
pregunta no significa: «¿Por qué me has dejado para siempre?» porque Jesús
sabía que iba a dejar el mundo y regresar al Padre Gn 14: 28; 16: 10, 17).
Sabía que resucitaría Gn 2:19; Lc 18:33; Mr 9:31; et al.). «Por el gozo que le
esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y
ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (He 12: 2).Jesús sabía que
todavía podía invocar a Dios y llamarle «mi Dios». Este grito de desolación no
es un grito de desesperación total.
Además,
«¿por qué me has desamparado?» no implica que Jesús se esté preguntando por qué
estaba muriendo. Él había dicho: «Ni aun el Hijo del Hombre vino para que le
sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr 10: 45).
Jesús
sabía que estaba muriendo por nuestros pecados. El clamor de Jesús es una cita
del Salmo 22: 1, salmo en el cual el salmista pregunta por qué Dios no acude en
su ayuda, por qué Dios se demora en rescatarle: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?
Lejos Estás Para Salvarme, Lejos De Mis Palabras De Lamento. Dios Mío,
Clamo De Día Y No Me Respondes; Clamo De Noche Y No Hallo Reposo. (Sal 22: 1-2)
No
obstante, Dios al final rescató al salmista, y su clamor de desolación cambió a
un himno de alabanza (vv. 22-31), Jesús, que conocía las palabras de las
Escrituras como propias, conocía bien el contexto del Salmo 22. Al citar este
salmo, está citando un clamor de desolación que tiene también implícito en su
contexto una fe inquebrantable en Dios de que al final le liberará. Sin
embargo, permanece como un auténtico clamor de angustia porque el sufrimiento
se estaba extendiendo mucho y no parecía estar cercana la liberación.
En
este contexto de la cita entendemos mucho mejor la pregunta «¿Por qué me has
desamparado?» como queriendo decir «¿Por qué me has dejado por tanto tiempo?».
Este es el sentido que tiene en el Salmo 22. Jesús, en su naturaleza humana,
sabía que tenía que cargar con nuestros pecados, sufrir y morir. Pero, en su
conocimiento humano, probablemente no sabía cuánto tiempo llevaría este
sufrimiento.
Con
todo, llevar sobre sí la culpa de millones de pecados, aunque fuera solo por un
momento, causaría gran angustia en el alma. Enfrentarse a la profunda y
terrible ira de un Dios infinito, aun por un instante, causaría el más profundo
temor. Pero el sufrimiento de Jesús no terminaría en un minuto, ni dos, ni
diez. ¿Cuándo terminaría?
¿Podía
haber aun más peso del pecado, más ira de Dios? Las horas fueron pasando, el
peso oscuro del pecado y la profunda ira de Dios cayeron sobre Jesús en oleadas
sobre oleadas. Jesús al final grito: «¿Por qué me has desamparado?» ¿Por qué
tiene que durar tanto este sufrimiento? Dios mío, Dios mío, ¿no puedes hacer que
esto acabe ya?
Entonces
al fin Jesús supo que su sufrimiento estaba a punto de completarse.
Sabía
que había cargado conscientemente con toda la ira del Padre en contra de
nuestros pecados, porque el enojo de Dios se había aplacado y aquel terrible
peso del pecado se había aliviado. Sabía que todo 10 que faltaba era entregar
su espíritu en las manos del Padre y morir.
Con un
grito de victoria, exclamó: «Todo se ha cumplido» (Jn 19: 30). Entonces exclamó
con fuerza: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc 23: 46). Y
entonces entregó voluntariamente la vida que nadie podía arrebatarle (Jn 10:
17-18), y murió. Como Isaías había predicho, «derramó su vida hasta la muerte,
y fue contado entre los transgresores» (Is 53: 12). Dios el Padre vio el «fruto
de la aflicción de su alma» y quedó satisfecho (Is 53: 11, RVR 1960).
C. UN ENTENDIMIENTO MÁS
COMPLETO DE LA MUERTE DE CRISTO
(1) EL
CASTIGO LO IMPUSO DIOS EL PADRE
Si
preguntamos, «¿Quién demandó que Cristo pagara el castigo de nuestros pecados?»
la respuesta que las Escrituras nos dan es que el castigo fue impuesto por Dios
el Padre al representar él los intereses de la Trinidad en la redención. Era la
justicia de Dios la que exigía que se pagara por el pecado, y, entre los
miembros de la Trinidad, era la función del Padre requerir ese pago.
Dios
el Hijo voluntariamente tomó sobre sí la tarea de cargar con el castigo del
pecado. Al referirse a Dios el Padre, Pablo dice: «Al que no cometió pecado
alguno [Cristo], por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él
recibiéramos la justicia de Dios» (2ª Co 5:21). Isaías dice: «El Señor hizo
recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53: 6).
Continúa
describiendo los sufrimientos de Cristo: «El Señor quiso quebrantarlo y hacerlo
sufrir, y cómo él ofreció su vida en expiación» (Is 53: 10).
Aquí
vemos algo del asombroso amor de Dios el Padre y de Dios el Hijo en la
redención. Jesús no solo sabía que sufriría el dolor increíble de la cruz, sino
que Dios sabía que tendría que imponer ese dolor sobre su propio y amado Hijo.
«Dios muestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos
pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8).
(2) NO
SUFRIMIENTO ETERNO SINO PAGO COMPLETO
Si
tuviéramos que pagar el castigo de nuestros pecados, tendríamos que sufrir en
una eterna separación de Dios. Sin embargo, Jesús no sufrió eternamente. Hay
dos razones para esta diferencia:
(A) Si sufriéramos por nuestros pecados, nunca podríamos alcanzar una
situación correcta con Dios. No habría esperanza porque no habría forma de
vivir de nuevo y obtener perfecta justicia ante Dios, y tampoco habría manera
de corregir nuestra naturaleza pecaminosa y hacerla recta delante de Dios.
Además, continuaríamos existiendo como pecadores que no sufrirían con corazones
puros de justicia delante de Dios, sino que sufriríamos con resentimiento y
amargura en contra de Dios, y de esa manera agravando nuestro pecado.
(B) Jesús pudo cargar con la ira de Dios en contra de nuestro pecado y
hacerlo hasta el final. Ningún ser humano hubiera podido hacer esto jamás, pero
en virtud de la unión de las naturalezas divina y humana en sí mismo, Jesús
pudo sufrir la ira de Dios en contra del pecado y hacerlo hasta su fin. Isaías
predijo: «Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Is
53: 11, RVR 1960). Cuando Jesús supo que había pagado todo el castigo de
nuestros pecados, dijo: «Todo se ha cumplido» Jn 19: 30).
Si
Cristo no hubiera pagado todo el castigo, todavía habría condenación para
nosotros. Pero puesto que ha pagado completamente el castigo que merecíamos,
las Escrituras dicen que ya «no hay ninguna condenación para los que están
unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1).
Nos
ayudará en este momento el damos cuenta de que nada en el carácter eterno de
Dios y nada en las leyes que Dios ha dado a la humanidad requería que hubiera
que sufrir eternamente el castigo de los pecados del hombre. De hecho, si
hubiera sufrimiento eterno, el castigo no estaría pagado por completo, y el que
hace el mal continuaría siendo un pecador por naturaleza.
Pero
cuando los sufrimientos de Cristo al fin llegaron a su final en la cruz,
demostró que había llevado sobre sí la plena medida de la ira de Dios en contra
del pecado y que no quedaba más castigo que hubiera que pagar. También mostraba
que él mismo era justo delante de Dios.
En
este sentido el hecho de que Cristo sufriera por un tiempo limitado en vez de
eternamente muestra que su sufrimiento fue un pago suficiente por el pecado. El
autor de Hebreos repite el tema una y otra vez para recalcar que la obra
redentora de Cristo estaba por completo terminada:
Ni
entró en el cielo para ofrecerse vez tras vez, como entra el sumo sacerdote en
el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. Si así fuera, Cristo habría
tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al contrario,
ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a
fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo.
Y Así Como Está Establecido Que Los Seres Humanos Mueran Una Sola Vez, Y
Después Venga El Juicio, También Cristo Fue Ofrecido En Sacrificio Una Sola Vez
Para Quitar Los Pecados De Muchos; Y Aparecerá Por Segunda Vez, Ya No Para
Cargar Con Pecado Alguno, Sino Para Traer Salvación A Quienes Lo Esperan. (He
9: 25-28)
Este
énfasis del Nuevo Testamento en el carácter final y completo de la muerte
sacrificial de Cristo contrasta con la enseñanza de la Iglesia Católica Romana
de que en la misa hay una repetición del sacrificio de Cristo. A causa de esta
enseñanza oficial de la Iglesia Católica Romana, muchos protestantes desde el
tiempo de la Reforma, y todavía hoy, están convencidos de que no pueden
participar en buena conciencia en la misa de la Iglesia Católica Romana, porque
eso podría verse como una aprobación de la idea católica de que el sacrificio
de Cristo se repite cada vez que se celebra la misa.
El
propósito del sacrificio es e! mismo en el sacrificio de la Misa como en e!
sacrificio de la cruz; en primer lugar la glorificación de Dios, y en segundo
lugar la expiación, la acción de gracias y la apelación.
El
énfasis del Nuevo Testamento en el carácter final y completo del sacrificio y
de la muerte de Cristo tiene muchas implicaciones prácticas, porque nos asegura
que no hay más castigo por el pecado que haya quedado por pagar. El castigo fue
pagado completamente por Cristo, y nosotros no debiéramos vivir en ningún temor
de condenación o castigo.
NOTA: Ludwig Ott, Fundamentals of Catholic Dogma,
p. 408, dice: «En e! sacrificio de la Misa y en e! sacrificio de la cruz, el
don del sacrificio y e! Sacerdote sacrificante primario son idénticos; solo son
diferentes la naturaleza y el modo de la ofrenda según el punto de vista
tomista, en cada Misa Cristo está en realidad realizando una actividad de
sacrificio inmediato, lo cual, sin embargo, no debe concebirse como una
totalidad de muchos actos sucesivos, sino como un solo acto de sacrificio
ininterrumpido del Cristo transfigurado.
(3) EL
SIGNIFICADO DE LA SANGRE DE CRISTO
El
Nuevo Testamento relaciona con frecuencia la sangre de Cristo con nuestra
redención. Por ejemplo, Pedro dice: «Como bien saben, ustedes fueron rescatados
de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no
se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa
sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto» (1ª P 1: 18-19).
La
sangre de Cristo es la clara evidencia externa de que derramó su sangre cuando
murió en sacrificio para pagar nuestra redención: «la sangre de Cristo»
significa su muerte en sus aspectos salvadores. Aunque nosotros podemos pensar
que la sangre de Cristo (como evidencia de que dio su vida) tendría referencia
exclusiva a la eliminación de nuestra culpa judicial ante Dios porque esa es su
referencia primaria-los autores del Nuevo Testamento también le atribuyen otros
varios efectos.
Nuestras
conciencias son purificadas mediante la sangre de Cristo (He 9: 14), tenemos
acceso libre a Dios en adoración y oración (He 10: 19), somos purificados
progresivamente del pecado que queda (1ª Jn 1: 7; Ap 1: 5b), podemos conquistar
al acusador de los hermanos (Ap 12: 10-11), y somos rescatados de una manera
pecaminosa de vivir (1ª P 1: 18-19).
Las
Escrituras hablan tanto acerca de la sangre de Cristo porque su derramamiento
fue una clara evidencia de que su vida fue entregada en una ejecución judicial
(es decir, fue condenado a muerte y murió pagando el castigo impuesto tanto por
un juez humano como por Dios mismo en el cielo).
El
énfasis de las Escrituras en la sangre de Cristo lo vemos también en la
relación clara entre la muerte de Cristo y los muchos sacrificios en el Antiguo
Testamento que involucran el derramamiento de la sangre viva del animal
sacrificado. Todos estos sacrificios señalaban hacia el futuro y prefiguraban
la muerte de Cristo.
(4) LA
MUERTE DE CRISTO COMO «SUSTITUCIÓN PENAL»
La
perspectiva de la muerte de Cristo que presentamos aquí ha sido con frecuencia
llamada teoría de la «sustitución penal». La muerte de Cristo fue «penal» en
que él cargó con un castigo cuando murió. Su muerte fue también una
«sustitución » en el sentido de que él tomó nuestro lugar cuando murió.
Esta
ha sido la comprensión ortodoxa de la expiación sostenida por los teólogos
evangélicos, en contraste con otras perspectivas que intentan explicar la
expiación aparte de la idea de la ira de Dios o pago por el castigo del pecado
(vea más adelante).
Esta
perspectiva de la expiación es a veces llamada la teoría de la expiación
vicaria.
Un
«vicario» es alguien que representa a otro o que está en lugar de otro. La
muerte de Cristo fue, por tanto, «vicaria» porque él ocupó nuestro lugar y nos
representó. Como nuestro representante, sufrió el castigo que nosotros
merecíamos.
D. LOS TÉRMINOS DEL NUEVO
TESTAMENTO DESCRIBEN ASPECTOS DIFERENTES DE LA EXPIACIÓN:
La
obra expiatoria de Cristo es un acontecimiento complejo que tiene varios efectos
sobre nosotros. Se puede ver, por tanto, desde varios aspectos diferentes.
El
Nuevo Testamento usa diferentes palabras para describirlos; nosotros
examinaremos cuatro de los términos más importantes.
Estos
cuatro términos muestran cómo la muerte de Cristo satisfizo las cuatro
necesidades que nosotros tenemos como pecadores:
1. Nosotros merecemos morir como castigo por el
pecado.
2. Nosotros merecemos sufrir la ira de Dios en
contra del pecado.
3. Estamos separados de Dios por causa de
nuestros pecados.
4. Estamos esclavizados al pecado y al reino de
Satanás.
Estas
cuatro necesidades quedan satisfechas mediante la muerte de Cristo de la
siguiente manera:
(1)
SACRIFICIO
Cristo
murió en sacrificio por nosotros para pagar la pena de muerte que nosotros
merecíamos por nuestros pecados. «Al final de los tiempos, se ha presentado una
sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de
sí mismo» (He 9: 26).
(2)
PROPICIACIÓN
Para
alejamos de la ira de Dios que merecíamos, Cristo murió en propiciación por
nuestros pecados. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos a Dios,
sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como
sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1ª Jn 4: 10).
(3)
RECONCILIACIÓN
Para
vencer nuestra separación de Dios, necesitábamos a alguien que nos proveyera de
reconciliación y de ese modo llevamos de vuelta a la comunión con Dios. Pablo
dice que «En Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no
tomándole en cuenta sus pecados» (2ª Co 5: 18-19).
(4)
REDENCIÓN
Debido
a que como pecadores estamos esclavizados al pecado y a Satanás, necesitamos a
alguien que nos provea de redención y de ese modo nos «redima» de esa esclavitud.
Cuando hablamos de redención, la idea de «rescate» viene a la mente.
Un
rescate es el precio que se paga para redimir a alguien de la esclavitud o
cautividad. Jesús dijo de sí mismo: «El Hijo del hombre [no] vino para que le
sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr 10: 45).
Si preguntamos a quién se le pagó el rescate, nos damos cuenta que la analogía
humana del pago del rescate no encaja muy bien con la expiación de Cristo en
cada detalle.
Aunque
nosotros estábamos sometidos a esclavitud del pecado y de Satanás, no se pagó
ningún «rescate» ni al «pecado» ni a Satanás, porque ellos no tenían poder para
demandar ese pago, ni tampoco Satanás, cuya santidad quedó manchada por el
pecado y tenía que pagar un castigo por ello. Como vimos antes, el castigo del
pecado lo pagó Cristo y lo recibió y aceptó Dios el Padre.
Pero
titubeamos al hablar de pagar un «rescate» a Dios el Padre, porque no era él el
que nos tenía esclavizados, sino Satanás y nuestros propios pecados. Por tanto,
en este sentido la idea de un pago de rescate no la podemos usar en cada
detalle. Es suficiente que notemos que se pagó un precio (la muerte de Cristo)
y que el resultado fue que nosotros fuimos «redimidos» de la esclavitud.
Fuimos
redimidos de la esclavitud a Satanás porque «el mundo entero está bajo el
control del maligno» (1ª Jn 5: 19), y cuando Cristo vino murió para «librar a
todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda
la vida» (He 2: 15). De hecho, Dios el Padre «nos libró del dominio de la
oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo» (Col 1:13).
En
cuanto a la liberación de la esclavitud del pecado, Pablo dice: «También
ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.
Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley
sino bajo la gracia» (Ro 6:11, 14). Hemos sido liberados de la esclavitud de la
culpa del pecado y de la esclavitud de su poder dominante en nuestra vida.
E. OTRAS MANERAS DE VER LA
EXPIACIÓN:
En
contraste con el punto de vista de la sustitución penal, se han presentado
otras formas de entenderlo a lo largo de la historia de la iglesia.
(1) LA
TEORÍA DEL PAGO DE RESCATE A SATANÁS
Este
punto de vista 10 sostuvo Orígenes (185-254 d.C.), teólogo de Alejandría y más
tarde de Cesarea, y después de él por algunos otros en la historia temprana de
la iglesia. Según esta perspectiva, el rescate que Cristo pagó para redimimos
lo pagó a Satanás, en cuyo reino estaban todas las personas por razón del
pecado.
Esta
teoría no tiene una confirmación directa en las Escrituras y ha tenido pocos
que la apoyaran en la historia de la iglesia. Piensa equivocadamente que
Satanás, en vez de Dios, es el que requiere que se haga el pago por el pecado y
al hacerlo pasa por alto completamente las demandas de la justicia de Dios con
respecto al pecado. Concede a Satanás mucho más poder del que realmente tiene,
es decir, poder para exigirle a Dios todo lo que quiera, olvidando que Satanás
ha sido arrojado del cielo y no tiene derecho a demandar nada de Dios.
En
ninguna parte de las Escrituras se dice que nosotros como pecadores le debamos
algo a Satanás, sino que repetidas veces dice que Dios requiere que nosotros
paguemos por nuestros pecados. Este punto de vista tampoco toma en cuenta los
textos que hablan de la muerte de Cristo como una propiciación que se ofreció a
Dios el Padre, ni el hecho de que Dios el Padre representó a la Trinidad en la
aceptación del pago por los pecados que hizo Cristo (vea las reflexiones arriba).
(2) LA
TEORÍA DE LA INFLUENCIA MORAL
El
primero que la propuso fue un teólogo francés llamado Pedro Abelardo
(1079-1142). La influencia moral de la expiación sostiene que Dios no demandó
ningún pago como castigo por el pecado, sino que la muerte de Cristo fue
simplemente la manera en la que Dios mostró cuánto amaba él a los seres humanos
al identificarse con sus sufrimientos, incluso hasta el punto de la muerte.
La
muerte de Cristo, por tanto, se convierte en un gran ejemplo de enseñanza que
muestra el amor de Dios por nosotros y provoca en nosotros una respuesta de
gratitud, de manera que al amarle a él encontramos el perdón.
La
gran dificultad con este punto de vista es que es contrario a muchos pasajes de
las Escrituras que dicen que Cristo murió por el pecado, cargó con nuestros
pecados, o murió en propiciación por nuestros pecados. Además, le priva a la
expiación de su carácter objetivo, porque sostiene que la expiación no tiene
efecto en Dios mismo. Por último, no tiene manera de lidiar con nuestra culpa,
pues si Cristo no murió por nuestros pecados, no tenemos ninguna razón para
confiar en él en cuanto al perdón de los pecados.
(3) LA
TEORÍA DEL EJEMPLO
La
teoría del ejemplo de la expiación era enseñada por los socinianos, los
seguidores de Fausto Socino (1539-1604), un teólogo italiano que se estableció
en Polonia en 1578 y atrajo a muchos seguidores. La teoría del ejemplo, como la
teoría de la influencia moral, también niega que la justicia de Dios requiera
pago por el pecado; dice que la muerte de Cristo simplemente nos provee de un
ejemplo de cómo nosotros debiéramos confiar y obedecer a Dios perfectamente,
aun si esa confianza y obediencia nos lleva a una muerte horrible.
Si
bien la teoría de la influencia moral dice que la muerte de Cristo nos enseña
cuánto nos ama Dios, la teoría del ejemplo nos dice que la muerte de Cristo nos
enseña cómo debiéramos vivir. Apoyo para esta opinión lo podemos encontrar en
1ª Pedro 2: 21: «Para esto fueron llamados, porque Cristo sufrió por ustedes,
dándoles ejemplo para que sigan sus pasos».
Si
bien es cierto que Cristo es un ejemplo para nosotros incluso en su muerte, la
cuestión es si este hecho es la explicación completa de la expiación. La teoría
del ejemplo no explica muchos de los pasajes que se enfocan en la muerte de
Cristo como un pago por el pecado, en el hecho de que Cristo cargó con nuestros
pecados, y el hecho de que fue la propiciación por nuestros pecados. Solo estas
consideraciones debieran bastar para decimos que debemos rechazar esta teoría.
Además,
esta perspectiva termina argumentando que el hombre puede salvarse a sí mismo
siguiendo el ejemplo de Cristo y confiando y obedeciendo a Dios como Cristo lo
hizo. De ese modo no muestra cómo puede quitarse la culpa de nuestro pecado,
porque no afirma que Cristo pagara el castigo por nuestros pecados ni hace
alguna provisión para nuestra culpa cuando murió.
NOTA: Los socinianos fueron antitrinitarios puesto
que negaban la deidad de Cristo. Su pensamiento llevó al moderno unitarismo.
(4) LA
TEORÍA GUBERNAMENTAL
La
teoría gubernamental de la expiación fue primeramente enseñada por el teólogo y
jurista holandés Hugo Gracia (1583-1645). Su teoría sostiene que Dios no tenía
que requerir pago por el pecado, sino que, puesto que él era el Dios
omnipotente, podía dejar a un lado ese requerimiento y sencillamente perdonar
los pecados sin necesidad de pagar un castigo.
Entonces
¿cuál es el propósito de la muerte de Cristo? Era la demostración de Dios del
hecho de que se habían quebrantado estas leyes, de que él es el legislador
moral y gobernador del universo, y que alguna clase de castigo habrá de
requerirse cada vez que se quebrantan sus leyes.
Por
tanto Cristo no pagó exactamente por los pecados de nadie, sino que simplemente
sufrió para mostrar que cuando las leyes de Dios se quebrantan hay que pagar
algún castigo.
El
problema con este punto de vista es que no explica adecuadamente todas las
Escrituras que hablan de que Cristo llevó nuestros pecados en la cruz, de Dios
que echa sobre Cristo las iniquidades de todos nosotros, de Cristo que muere
específicamente por nuestros pecados y de Cristo como la propiciación por
nuestros pecados.
Además,
deja a un lado el carácter objetivo de la expiación al hacer de su propósito no
la satisfacción de la justicia de Dios sino solo servir de influencia para que
nos demos cuenta que debemos observar las leyes de Dios. Esta perspectiva
también implica que no podemos confiar en la obra consumada de Cristo en cuanto
al perdón de los pecados, porque él en realidad no ha pagado por nuestros
pecados.
Además,
hace de la obtención del perdón para nosotros algo que sucedió en la propia
mente de Dios aparte de la muerte de Cristo en la cruz: él ya había decidido
perdonamos sin requerirnos ningún pago de parte nuestra y luego castigó a
Cristo solo para demostrar que él era todavía el gobernante moral del universo.
Pero eso significa que Cristo (en esta opinión) no ganó en realidad el perdón
ni la salvación para nosotros, y de ese modo el valor de su obra redentora
queda muy minimizado.
Por
último, esta teoría no da adecuada razón de la inmutabilidad de Dios y de la
infinita pureza de su justicia. Decir que Dios puede perdonar los pecados sin
requerir ningún castigo (a pesar del hecho de que a lo largo de las Escrituras
el pecado siempre requiere el pago de un castigo) es subestimar seriamente el
carácter absoluto de la justicia de Dios.
F. DESCENDIÓ CRISTO AL
INFIERNO?:
Se ha
argumentado algunas veces que Cristo descendió al infierno después de morir. La
frase «descendió a los infiernos» no aparece en la Biblia. Pero el Credo de los
Apóstoles tan ampliamente usado dice: «Fue crucificado, muerto y sepultado.
Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó de entre los muertos».
¿Quiere eso decir que Cristo soportó más sufrimiento después de su muerte en la
cruz? Como veremos más abajo, el examen de la evidencia bíblica indica que eso
no sucedió. Pero antes de ver los textos bíblicos relevantes, del Credo es
apropiado que examinemos la frase «descendió a los infiernos» del Credo de los
Apóstoles.
(1) EL
ORIGEN DE LA FRASE «DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS»
Hay un
trasfondo oscuro detrás de la historia de la frase misma. Su origen, donde se
pueda encontrar, está lejos de ser muy digno. El gran historiador de la iglesia
Philip Schaff ha resumido el desarrollo del Credo de los Apóstoles en un cuadro
amplio que aparece reproducido en las páginas 612-614.
Este
cuadro muestra que, al contrario del Credo Niceno y de la Definición de
Calcedonia, el Credo de los Apóstoles no fue escrito ni aprobado por ningún
concilio de la iglesia en una fecha específica. Más bien, fue tomando forma
gradualmente desde alrededor del 200 hasta el 750 d.C.
Es
sorprendente que la frase «descendió a los infiernos» no se encuentre en
ninguna de las versiones tempranas del Credo (en las versiones usadas en Roma,
en el resto de Italia y en África) hasta que apareció en una de las dos
versiones de Rufino en el 390 d.C. Luego, no fue incluida de nuevo en ninguna
versión del Credo hasta el año 650 d.C. Además, Rufino, la única persona que lo
incluyó antes del 650 d.C. No pensaba que significaba que Cristo descendió al
infierno, sino que entendió que la frase decía que Cristo fue «enterrado».
En
otras palabras, para él quería decir que Cristo «descendió a la tumba», (El
término griego es hades, que puede significar «tumba», no gehena, «infierno,
lugar de castigo».) Debemos también notar que la frase solo aparece en una de
las dos versiones del Credo que tenemos de Rufino.
No
aparece en la forma romana del Credo que él preservó.
Esto
significa, por tanto, que hasta el 650 d.C. ninguna versión del Credo incluía
esta frase con la intención de decir que Cristo «descendió al infierno» (la
única versión que incluye la frase antes del 650 d.C. le da un sentido
diferente). A estas alturas uno se pregunta si el término apostólico puede
aplicarse en algún sentido a esta frase, o si tiene de verdad derecho a un
lugar en un credo cuyo título afirma haberse originado con los primeros
apóstoles de Cristo.
Este
estudio del desarrollo histórico de la frase también plantea la posibilidad de
que cuando la frase empezó a ser usada más comúnmente, puede haber estado en
otras versiones (ahora perdidas) que no tenían la expresión «y sepultado». Si
eso es así, probablemente habrá significado para otros lo que quiso decir para
Rufino: «descendió a la tumba». Pero más tarde cuando la frase se fue
incorporando en otras versiones diferentes del Credo que ya tenían la frase «y
sepultado», había que dar a esto alguna otra explicación.
Esta
inserción equivocada de la frase después de las palabras «y sepultado»
-introducida aparentemente por alguien alrededor del 650 d.C.-llevó a toda
clase de intentos de explicar «descendió a los infiernos» en alguna manera que
no contradijera el resto de las Escrituras.
Algunos
la han tomado como que significa que Cristo sufrió los dolores del infierno
mientras estaba en la cruz. Calvino, por ejemplo, dice que «Cristo descendió al
infierno» se refiere al hecho de que no solo murió de una muerte corporal sino
que «era oportuno para él que al mismo tiempo pasara por la severidad de la
venganza de Dios, para aplacar su ira y satisfacer su justo juicio»."
Asimismo,
el Catecismo de Heidelberg, pregunta 44, dice: ¿Por qué se agrega: Descendió a
los infiernos?
Respuesta:
Para que en mis grandes tentaciones pueda estar seguro de que Cristo, mi Señor,
mediante el terror, dolor y angustia inexpresable que sufrió en su alma en la
cruz y antes, me ha redimido de la angustia y el tormento del infierno:
Pero
¿es esta una respuesta satisfactoria de la frase «descendió a los infiernos»?
Si bien es cierto que Cristo sufrió el derramamiento de la ira de Dios en la
cruz, esta explicación no encaja realmente en la frase del Credo de los
Apóstoles, porque «descendió» difícilmente representa esta idea, y la
colocación de la frase después de «fue crucificado, muerto y sepultado» hace
que esta sea una interpretación artificial y poco convincente.
Otras
han entendido que quiere decir que continuó en el «estado de muerte» hasta la
resurrección. En el Catecismo Ampliado de Westminster, la pregunta 50, dice:
La
humillación de Cristo después de la muerte consistió en su enterramiento, y
continuó en el estado de la muerte, y bajo el poder de la muerte hasta el
tercer día; lo que ha sido expresado de otra manera mediante las palabras
«descendió a los infiernos».
Aunque
es verdad que Cristo continuó en estado de muerte hasta el tercer día, una vez
más es una explicación extraña y poco persuasiva de «descendió a los
infiernos», porque la colocación de la frase nos daría el extraño sentido de
«fue crucificado, muerto y sepultado; él descendió para estar muerto». Esta
interpretación no explica lo que las palabras significan en esta secuencia,
sino más bien es un intento poco convincente de extraer un sentido teológicamente
aceptable de ellas.
Además,
la palabra «infierno» no tiene el sentido de simplemente «estar muerto» (aunque
la palabra griega hades puede significar eso), de modo que esto termina siendo
una explicación doblemente artificial.
Por
último, algunos han argumentando que la frase significa lo que parece querer
decir a simple lectura: Que Cristo descendió a los infiernos después de su
muerte en la cruz. Es fácil de entender que el Credo de los Apóstoles quiera
decir eso (en Juan Calvino, Institución de la Religión Cristiana, 1. 515
(2.16.10). verdad, ese es el sentido natural), pero entonces surge otra
pregunta: ¿Pueden apoyar las Escrituras esa idea?
NOTA: Vea Schaff, Creeds, 1,21, n. 6; vea también
46, n.2. Schaffnota que la frase fue encontrada algo más temprano (alrededor
del 360 d.C.), pero entonces no estaba en ningún credo ortodoxo o en ninguna
versión del Credo de los Apóstoles, pero sí en algunos credos de los arrianos,
personas que negaban la plena deidad de Cristo, sosteniendo que el Hijo fue creado
por el Padre (vea Schaff, Creeds, 2.46, n. 2). (Schaffno da la documentación
para esta referencia al credo arriano.)
Debiéramos también decir que Schaff, a lo largo de
su Creeds of Christendom, tiene varios comentarios editoriales defendiendo un
descenso real de Cristo al infierno después de su muerte. Por eso, por ejemplo,
él dice que «Rufino mismo, sin embargo, lo entendió mal al hacer que
significara lo mismo que enterrado» (1. 21, n. 6), por lo que supone que
entender la frase como diciendo «descendió a la tumba» es mal entenderlo (vea
también 2. 46, n. 2; 3: 321, n. 1).
(2)
POSIBLE APOYO BÍBLICO PARA UN DESCENSO AL INFIERNO
El
apoyo para la idea de que Cristo descendió a los infiernos ha sido encontrado
primariamente en cinco pasajes: Hechos 2:27; Romanos 10: 6-7; Efesios 4: 8-9;
1ª Pedro 3:18-20 y 1 Pedro 4:6. (Se ha apelado también a varios otros pasajes,
pero son menos convincentes.)" Al examinarlos más de cerca, ¿establecen
con claridad esta enseñanza algunos de estos pasajes?
(A) HECHOS 2:27.
Esto
es parte del sermón de Pedro en el día de Pentecostés, donde está citando el
Salmo 16: 10, que dice: «Porque no dejarás mi alma en el Hades [infierno], ni
permitirás que tu santo vea la corrupción» (RVR 1960).
¿Significa
esto que Cristo entró en el infierno después de morir? No necesariamente,
porque estos versículos pueden tener sin duda otro sentido. La palabra
«sepulcro» aquí es traducción de un término griego del Nuevo Testamento (hades)
y un término hebreo del Antiguo Testamento (seol) que se mantiene por lo
general como seol) que pueden significar simplemente «tumba» o «muerte» (el
estado de estar muerto).
Por
esa razón la NVI lo traduce: «Porque no dejarás que mi vida termine en el
sepulcro, ni permitirás que el fin de tu santo sea la corrupción» (Hch. 2: 27).
Este sentido es preferible porque el contexto hace hincapié en que el cuerpo de
Cristo salió de la tumba, a diferencia del de David, que permaneció en el
sepulcro.
El
razonamiento es: «Mi cuerpo también vivirá en esperanza» (v. 26) «porque no
dejarás que mi vida termine en el sepulcro» (v. 27). Pedro está usando el salmo
de David para mostrar que el cuerpo de Cristo no se descompuso, a diferencia
del de David, «que murió y fue sepultado, y cuyo sepulcro está entre nosotros
hasta el día de hoy» (v. 29). Por tanto, este pasaje acerca de la resurrección
de Cristo de la tumba no apoya convincentemente la idea de que Jesús descendió
al infierno.
(B) ROMANOS 10:6-7.
Estos
versículos contienen dos preguntas retóricas, que son citas del Antiguo Testamento
(de Dt 30:13): «No digas en tu corazón: "¿Quién subirá al cielo?" (Es
decir, para hacer bajar a Cristo), o "¿Quién bajará al abismo?" (es
decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos»). Pero es improbable que
este pasaje enseñe que Cristo descendió al infierno.
La
intención de este pasaje es que Pablo les está diciendo a los lectores que no
hagan estas preguntas, porque Cristo no está lejos -él está cerca-y la fe en él
está tan cerca como confesarle con nuestra boca y creer en nuestro corazón (v.
9). Estas preguntas prohibidas son cuestiones de incredulidad, no afirmaciones
de lo que las Escrituras enseñan.
Sin
embargo, algunos pueden objetar que Pablo podría haber anticipado que sus
lectores harían tales preguntas a menos que fuera ampliamente conocido que
Cristo en verdad bajó «al abismo». No obstante, aun si esto fuera cierto, las
Escrituras no estarían diciendo o implicando que Cristo fue al «infierno» (en
el sentido de un lugar de castigo para los muertos, expresado generalmente por
el griego gehena), sino más bien que fue «al abismo» (gr. abyssos, un término
que se usa con frecuencia en la Septuaginta para referirse a la profundidad del
océano [Gn 1:2; 7:11; 8:2; Dt 8:7; Sal106 (1D7): 26], pero también puede
referirse aparentemente al lugar de los muertos [Sal 70(71): 20].
Pablo
está usando aquí la palabra «abismo» en contraste con «cielo» para referirse a
un lugar que es inaccesible a los seres humanos. El contraste no es: «¿Quién
irá a encontrar a Cristo en un lugar de gran bendición (el cielo) o en un lugar
de gran castigo (infierno)?» sino más bien, «¿Quién ira a encontrar a Cristo en
un lugar que es inaccesiblemente alto (cielo) o en un lugar que es
inaccesiblemente bajo (el abismo, o lugar de los muertos)?» No se puede
encontrar en este pasaje una afirmación o negación de que Cristo «descendió al
infierno».
NOTA: Por ejemplo, Mt 12: 40, que dice que Cristo
estaría tres días y tres noches «en las entrañas de la tierra», se refiere
simplemente al hecho de que estuvo en el sepulcro entre su muerte y
resurrección (cE., en la Septuaginta, Sal. 45 (46]: 2 con Jonás 2: 3).
(C) EFESIOS 4:8-9.
Pablo
escribe aquí: «Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la
cautividad, y dio dones a los hombres. y eso de que subió, ¿qué es, sino que también
había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?» (RVR 1960)
¿Significa
esto que Cristo «descendió» al infierno? Para empezar, no está claro lo que
quiere decir con «descendió primero a las partes más bajas de la tierra» (RVR
1960), pero otra traducción parece damos el mejor sentido: «¿Qué quiere decir
eso de que "ascendió", sino que también descendió a las partes bajas,
o sea, a la tierra?» (NVI). Aquí la NVI toma «descendió» para referirse a la
venida de Cristo a la tierra como un niño (la encamación).
Las
cuatro últimas palabras son una interpretación aceptable del texto griego,
tomando la frase «las partes bajas» como refiriéndose a la tierra misma (la
forma gramatical del griego se conoce como un genitivo de oposición). Nosotros
solemos hacer lo mismo en nuestra forma de hablar moderna, por ejemplo, en la
frase «la ciudad de Chicago», nos referimos «a la ciudad que es Chicago».
La
traducción de la NVI es preferible en este contexto porque Pablo está diciendo
que el Cristo que subió al cielo (la ascensión) es el mismo que antes vino del
cielo (v. 10). Ese «descender» del cielo ocurrió, por supuesto, cuando Cristo
vino para nacer como hombre. De modo que el versículo habla de la encamación,
no de descender al infierno.
(D) 1 PEDRO 3:18-20.
Para
muchas personas este es el pasaje más desconcertante en todo este asunto. Pedro
nos dice que Cristo «sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que
volviera a la vida. Por medio del Espíritu fue y predicó a los espíritus
encarcelados, que en los tiempos antiguos, en los días de Noé, desobedecieron,
cuando Dios esperaba con paciencia mientras se construía el arca. En ella sólo
pocas personas, ocho en total, se salvaron mediante el agua».
Primera
Clemente 28:3 usa abismo en vez del hades de la Septuaginta para traducir el
Salmo 139:8: «Si tendiera mi lecho en el fondo del abismo (seol), también estás
allí». En el Nuevo Testamento, el término se usa solo en Lc. 8: 31; Ro. 10:7 y
siete veces en Apocalipsis (allí se refiere al «abismo» (Ap. 20: 3).
Por
tanto, aunque el término puede referirse a la morada de los demonios condenados
(como en Apocalipsis), ese no es el sentido común que tiene en la Septuaginta o
el sentido necesario en su uso del Nuevo Testamento. La fuerza primaria del
término es un lugar que es profundo, incomprensible para los seres humanos, que
es normalmente imposible que ellos lo alcancen.
¿Quiere
decir esto que Cristo predicó en el infierno?
Algunos
han entendido que la frase «fue y predicó a los espíritus encarcelados» quiere
decir que Cristo fue al infierno y predicó a los espíritus que se encontraban
allí, ya fuera mediante la predicación del evangelio para ofrecerles una
segunda oportunidad de arrepentirse o proclamando que él había triunfado sobre
ellos y que estaban eternamente condenados.
Pero
estas interpretaciones no explican adecuadamente el pasaje en sí o su posición
en este contexto. Pedro no dice que Cristo predicó a los espíritus en general,
sino solo a los que «en los tiempos antiguos, en los días de Noé,
desobedecieron mientras se construía el arca». Esa limitada audiencia los que
desobedecieron durante la construcción del arca- sería un grupo extraño para
que Cristo fuera al infierno a predicarles. S
i
Cristo proclamó su triunfo, ¿por qué solo a esos pecadores y no a todos? Y si
él les estaba ofreciendo una segunda oportunidad de salvación, ¿por qué solo a
ellos y no a todos? Para hacer las cosas más difíciles para este punto de vista
está el hecho que las Escrituras en ninguna parte indican que hay una
oportunidad de arrepentimiento después de la muerte (Lc 16: 26; He 10: 26-27).
Además,
el contexto de 1ª Pedro 3 hace improbable el «predicar en el infierno».
Pedro
está animando a sus lectores a dar un testimonio valiente a los incrédulos
hostiles que los rodean. Él acaba de decirles: «Estén siempre preparados para
responder a todo el que les pida razón de la esperanza» (1ª P 3: 15). Este
motivo evangelizador perdería su urgencia si Pedro estuviera enseñando que hay
una segunda oportunidad después de la muerte. Y eso no encajaría para nada con
una «predicación» de condenación.
¿Quiere
decir esto que Cristo predicó a los ángeles caídos?
A fin de dar una mejor explicación a estas
dificultades, varios comentaristas han propuesto tomar lo de «los espíritus
encarcelados» como espíritus demoníacos, los espíritus de los ángeles caídos,
decir que Cristo proclamó condenación a aquellos demonios. Esto (se afirma)
consolaría a los lectores de Pedro al mostrarles que las fuerzas demoníacas que
ellos enfrentaban serían derrotadas por Cristo.
Sin
embargo, los lectores de Pedro tendrían que pasar por un proceso de
razonamiento increíblemente complicado para sacar esta conclusión cuando Pedro
no lo está enseñando explícitamente. Tendrían que razonar desde:
(1) algunos demonios que pecaron hace mucho tiempo estaban condenados,
hasta;
(2) otros demonios están ahora incitando a sus perseguidores humanos;
(3) estos demonios serán un día probablemente condenados:
(4) por tanto, sus perseguidores serán condenados del mismo modo. Por
último los lectores de Pedro llegarían a lo que Pedro quería decirles:
(5) Por tanto, no tengan miedo de sus perseguidores.
Los
que sostienen la interpretación de que «predicó a los ángeles caídos» deben suponer
que los lectores de Pedro «leerían entre líneas» y llegarían a esta conclusión
(puntos 2-5) partiendo de la simple declaración de que Cristo «predicó a los
espíritus encarcelados, que en los tiempos antiguos, en los días de Noé,
desobedecieron» (1ª P 3: 19-20) ¿Pero no parece demasiado exagerado decir que
Pedro sabía que sus lectores interpretarían todo eso en el texto?
Además,
Pedro en este contexto está haciendo hincapié en «personas hostiles», no en
demonios (1ª P 3: 14, 16). ¿Y de dónde sacarían los lectores de Pedro la idea
que los ángeles pecaron «mientras se construía el arca»? No encontramos nada de
eso en el relato de Génesis sobre la construcción del arca.
Y (a
pesar de lo que algunos han afirmado), si examinamos todas las tradiciones de interpretaciones
judías del relato del diluvio, no encontramos ninguna mención de ángeles que
pecaran «mientras se construía el arca». Por tanto, decir que Pedro está aquí
hablando de la proclamación de castigo que hizo Cristo a los ángeles caídos no
es tampoco en realidad persuasivo.
¿No se
refiere a la proclamación de Cristo de liberación para los santos del Antiguo
Testamento?
Otra
explicación es que Cristo, después de su muerte, fue y proclamó liberación a
los creyentes del Antiguo Testamento que no habían podido entrar en el cielo
hasta que se completara la obra redentora de Cristo.
Pero
de nuevo podemos cuestionar si eso da adecuada razón de lo que dice el texto en
realidad. No dice que Cristo fuera a predicar a los que eran creyentes o fieles
a Dios, sino a los que «en los tiempos antiguos, en los días de Noé,
desobedecieron», el énfasis está en la desobediencia. Además, Pedro no
especifica creyentes del Antiguo Testamento en general, sino solo a los que
desobedecieron «en los días de Noé mientras se construía el arca» (1ª P 3: 20).
Por
último, las Escrituras no dan una evidencia clara que nos haga pensar que se
estuviera reteniendo el pleno acceso a las bendiciones de estar en la presencia
de Dios para los creyentes del Antiguo Testamento cuando ellos murieron, cuando
en realidad varios pasajes sugieren que los creyentes que murieron antes de la
muerte de Cristo sí que entraron a la presencia de Dios cuando sus pecados
fueron perdonados al confiar en el Mesías que había de venir (Gn 5: 24; 2ª S
12: 23; Sal 16: 11; 17: 15; 23: 6; Ec. 12:7; Mt 22: 31-32; Lc 16: 22; Ro 4:1-8;
He 11: 5).
UNA EXPLICACIÓN MÁS SATISFACTORIA.
La
explicación más satisfactoria de 1 Pedro 3:19-20 parece ser la que propuso
(pero que en realidad no la defendió) hace mucho tiempo San Agustín: El pasaje
no se refiere a algo que Cristo hizo entre su muerte y resurrección, sino a lo
que él hizo «en la esfera espiritual de la existencia» (o «por medio del
Espíritu») en los días de Noé. Cuando Noé estaba construyendo el arca, Cristo
«en espíritu» estaba predicando por medio de Noé a los incrédulos hostiles que
le rodeaban:
Esta
interpretación recibe apoyo de otras dos declaraciones de Pedro. En 1ª Pedro 1:
11, él dice que «el Espíritu de Cristo» estaba hablando en los profetas del
Antiguo Testamento. Esto sugiere que Pedro bien pudiera haber pensado que «el
Espíritu de Cristo» estaba también hablando por medio de Noé. Entonces en 2ª
Pedro 2:5, él llama a Noé un «predicador de la justicia», usando el nombre
(keryx) que viene de la misma raíz que el verbo «predicar» (ekeryxen) en 1ª
Pedro 3: 19. De forma que parece probable que cuando Cristo predicó «a los
espíritus encarcelados» lo hizo por medio de Noé en los días antes del diluvio.
Las
personas a las que Cristo predicó por medio de Noé eran los incrédulos en la
tierra en el tiempo de Noé, pero Pedro los llama «espíritus encarcelados»
porque ellos se encuentran ahora en la prisión del infierno, aunque no eran
solo «espíritus» sino personas sobre la tierra cuando se estaba llevando a cabo
la predicación.
(Otras
versiones dicen: Cristo predicó «a los espíritus que están ahora en prisión».)
Nosotros podemos hablar en nuestras lenguas modernas de la misma manera:
«Conocí al Presidente Clinton cuando era un estudiante universitario» es una
declaración apropiada, aunque él no era presidente cuando estaba en la
universidad.
La
frase significa: «Conocí al hombre que luego fue el Presidente Clinton cuando
él era todavía un estudiante en la universidad». De modo que Cristo «fue y
predicó a los espíritus encarcelados» significa que «Cristo predicó a las
personas que ahora son espíritus encarcelados cuando todavía eran personas que
vivían en la tierra».
Esta
interpretación es muy apropiada en el contexto amplio de 1a Pedro 3:
13-22. El paralelismo entre la situación de Noé y la situación de los lectores
de Pedro es clara en varios puntos:
Noé
Minoría
de justos Rodeados de incrédulos hostiles El juicio de Dios se acercaba Noé dio
testimonio con valentía (con el poder de Cristo) a Noé al final se salvó.
Lectores
de Pedro, Minoría de justos Rodeados
de incrédulos hostiles El juicio de Dios puede venir pronto (1ª Pedro 4: 5, 7;
2 Pedro 3: 10).
Ellos
debieran dar testimonio con valor mediante el poder de Cristo (1ª Pedro 3: 14,
16-17; 3: 15; 4: 11) Ellos al final se salvarán (1ª Pedro 3: 13-14; 4: 13; 5:
10)
Esta
comprensión del texto parece ser con mucho la solución más probable a un pasaje
desconcertante. Con todo, esto significa que nuestro cuarto posible apoyo a un
descenso de Cristo al infierno resulta también negativo, pues el texto habla
más bien de algo que Cristo hizo en la tierra en el tiempo de Noé.
NOTA: Para un estudio amplio de las
interpretaciones Judías del pecado de , Los hijos de Dios» en Gen 6: 2, 4, y la
identidad de los que pecaron mientras se construía el arca, vea "christ
Preaching Through Noah: 1 Peter 3: 19-20 in the Light of Dominant Themes in
Jewis Literature», en la obra The First Epistle of Peter, Pp. 203-39, de Wayne
Grudem (Este apéndice tiene UN estudio amplio de 1 Pedro 3:19-20, que ha
resumido brevemente aquí.)
(E) 1ª PEDRO 4:6.
El
quinto y último pasaje dice: «Por esto también ha sido predicado el evangelio a
los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en
espíritu según Dios» (RVR 1960).
¿Quiere
decir este versículo que Cristo fue al infierno y predicó el evangelio a los
que habían muerto? Si así fuera, sería el único pasaje en la Biblia que enseña
que hay «una segunda oportunidad» para la salvación después de la muerte y eso
sería una contradicción de pasajes como Lucas 16: 19-31 y Hebreos 9:27, que
parecen negar claramente esa posibilidad.
Además,
el pasaje no dice explícitamente que Cristo predicara a las personas después de
que estas habían muerto, y pudiera más bien decir que el evangelio fue predicado
(este versículo ni siquiera dice que Cristo predicó) a personas que ahora están
muertas, sino que les fue predicado mientras que ellas estaban vivas en la
tierra.
Esta
es una explicación común, y parece que encaja mucho mejor con este versículo.
Encuentra
apoyo en la segunda palabra de este versículo, «esto», que se refiere al juicio
final que se menciona al final del versículo 5. Pedro está diciendo que a causa
del juicio final el evangelio había sido predicado a los muertos.
Esto
consolaría a los lectores en cuanto a sus amigos cristianos que ya habían
muerto. Ellos podían estar preguntándose: « ¿Les benefició a ellos el
evangelio, puesto que no los salvó de la muerte?» Pedro responde que el
evangelio fue predicado a los que habían muerto no para salvarlos de la muerte
fisica (sino «para que sean juzgados en carne según los hombres») pero para
salvarlos del juicio final (para que «vivan en espíritu según Dios»). Por
tanto, el hecho de que hubieran muerto no indicaba que el evangelio no había
alcanzado su propósito, porque ellos vivirían para siempre en el reino
espiritual.
Entonces,
«los muertos» son personas que habían muerto y que estaban ya muertas, aunque
estaban vivas y sobre la tierra cuando se les predicó el evangelio. (La NVI
traduce: «Por esto también se les predicó el evangelio aun a los muertos).
Esto
evita los problemas doctrinales de una «segunda oportunidad» de salvación
después de la muerte y encaja bien con las palabras y el contexto del
versículo.
Concluimos,
por tanto, que este último pasaje, cuando lo vemos en su contexto, no nos
provee de apoyo convincente a la doctrina del descenso de Cristo al infierno.
Después
de esto, las personas en ambos lados del debate sobre la cuestión de si Cristo
en realidad descendió al infierno debieran estar al menos de acuerdo en la idea
de que «descendió a los infiernos» no se enseña clara ni explícitamente en
ningún pasaje de las Escrituras. Y que muchas personas (incluido este autor)
concluirán que esta idea no se enseña para nada en las Escrituras. Pero si
pensamos que algún pasaje enseña positivamente esta idea, debemos preguntamos
si es contraria a algún pasaje en las Escrituras.
NOTA: Mi estudiante Tet Lim Yee me indicó que
prestara atención a otra expresión muy similar en otra parte de las Escrituras:
Noemí habla amablemente a Rut y Orfa sobre cómo ellas mostraron amor «con los
que murieron» (Rut. 1: 8), refiriéndose a sus esposos mientras éstos estaban
todavía vivos.
(3) LA OPOSICIÓN BÍBLICA A
«DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS»
Además
de que hay muy poco o ningún apoyo bíblico a la idea de que Cristo descendió al
infierno, hay algunos textos del Nuevo Testamento que argumentan en contra de
la posibilidad de que Cristo fuera al infierno después de su muerte.
Las
palabras de Cristo al ladrón en la cruz, «Te aseguro que hoy estarás conmigo en
el paraíso» (Lc 23: 43), implican que después que Jesús murió su alma (o su
espíritu) fue inmediatamente a la presencia del Padre en el cielo, aunque su
cuerpo permaneció en la tierra y fue enterrado. Algunos niegan esto
argumentando que «paraíso» es un lugar distinto del cielo, pero en otros dos
lugares del Nuevo Testamento donde se usa esta palabra significa «cielo»: En 2ª
Corintios 12: 4 es el lugar a donde Pablo fue llevado en su visión del cielo, y
en Apocalipsis 2:7 es el lugar donde encontramos el árbol de la vida, que es
claramente el cielo en Apocalipsis 22: 2 y 14. 31
Además,
el grito de Jesús, «Todo se ha cumplido» Gn 19:30), sugiere fuertemente que los
sufrimientos de Cristo habían llegado a su fin en ese momento y también su
alienación del Padre a causa de llevar nuestro pecado. Esto implica que él no
descendería al infierno, sino que iría directamente a la presencia del Padre.
Por
último, el grito de «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc 23: 46)
también sugiere que Cristo esperaba (correctamente) el fin inmediato de su
sufrimiento y alejamiento, y el recibimiento de su espíritu en el cielo por
Dios el Padre (notemos el grito similar de Esteban en Hechos 7: 59).
Estos
textos indican, entonces, que Cristo experimentó en su muerte las mismas cosas
que los creyentes experimentan en este tiempo cuando mueren: Su cuerpo muerto
permaneció en la tierra y fue enterrado (como el nuestro lo será), pero su
espíritu (o alma) pasó inmediatamente a la presencia de Dios en el cielo (como
el nuestro lo hará).
Así,
pues, en el primer domingo de Resurrección, el espíritu de Cristo se volvió a
juntar con su cuerpo y se levantó de la tumba, de la misma manera que los
cristianos que han muerto se volverán a unir con sus cuerpos (cuando Cristo
regrese) y se levantarán a nueva vida en sus cuerpos perfectos de resurrección.
Este
hecho contiene aliento pastoral para nosotros: No tenemos por qué temer a la
muerte, no solo porque la vida eterna está al otro lado, sino también porque
conocemos que nuestro Salvador mismo ha pasado exactamente por las mismas
experiencias que nosotros pasaremos. Él ha preparado el camino, incluso lo ha
santificado, y nosotros le seguiremos con confianza en cada paso a lo largo de
ese, camino. Este es un consuelo muy superior en cuanto a la muerte que el que
jamás podría recibir por cualquier idea de que descendió al infierno.
NOTA: Encontramos más apoyo para esta idea en el
hecho de que aunque la palabra paradeisos, «paraíso», podía simplemente
significar (jardín agradable) (usada especialmente en la Septuaginta para el
huerto del Edén), se emplea con frecuencia para significar «cielo» o «un lugar
de bendición en la presencia de Dios». Vea Is. 51: 3; Ez. 28: 13; 31:8-9; T.
Levi 18:10; 1 Enoc 20:7; 32: 3; Sib. Oro 3:48. Este fue cada vez más el sentido
del término en la literatura judía intertestamentaría (vea para otras varias
referencias Joachim Jeremías, paradeisos, afirmaciones
(4)
CONCLUSIÓN EN CUANTO AL CREDO DE LOS APÓSTOLES Y LA CUESTIÓN DEL POSIBLE
DESCENSO DE CRISTO AL INFIERNO.
¿Merece
la frase «descendió a los infiernos» ser retenida en el Credo de los Apóstoles
junto con las grandes doctrinas de la fe en las que todos podemos estar de
acuerdo? Parece que el único argumento a su favor es que ha estado muchos
siglos entre nosotros. Pero un error antiguo sigue siendo un error, y todo el
tiempo que ha estado con nosotros ha sido motivo de confusión y desacuerdo.
Por
otro lado, hay varias razones convincentes en contra de conservar esa frase.
No
tiene una clara garantía de parte de las Escrituras y ciertamente parece estar
contradiciendo algunos pasajes de las Escrituras. No hay ninguna razón para
decir que es «apostólico» o que tuviera apoyo (en el sentido de «descender a
los infiernos») durante los seis primeros siglos de la vida de la iglesia. No
estaba en las primeras versiones del Credo y fue luego incluido en una versión
posterior debido a un aparente malentendido acerca de su significado.
A
diferencia de todas las demás en el Credo, no representa una doctrina principal
en la que todos los cristianos están de acuerdo, sino que es una declaración
acerca de la cual la mayoría de los cristianos están en desacuerdo." En el
mejor de los casos es confusa y en la mayoría de los casos engañosa para los
cristianos modernos.
Mi
opinión es que ganaríamos mucho y no perderíamos nada si la eliminamos del
Credo de una vez y para siempre. En cuanto a la cuestión doctrinal de si Cristo
descendió al infierno después de su muerte, la respuesta en base a varios
pasajes de las Escrituras parece ser claramente que no.
NOTA: Juan 20: 17 (Suéltame, porque todavía no he
vuelto al Padre) se entiende mejor como queriendo decir que en su nuevo estado
resucitado, con un cuerpo de resurrección, todavía no había ascendido al cielo;
por tanto, María no debería tratar de sujetar el cuerpo de Jesús. El tiempo
perfecto de anabebeka, «he subido (o vuelto), da ese sentido«, Todavía no he
subido y permanecí en el lugar a donde ascendí» o «Todavía no estoy es el
estado de subir» (la última frase es de D. A. Carson, TIte Gospel According to
John [Leicester: Inter Varsity Press, y Eerdmans, Grand Rapids, 1991], p. 644).
D. LA AMPLITUD DE LA EXPIACIÓN
Una de
las diferencias entre los teólogos reformados y otros teólogos católicos y
protestantes ha sido la cuestión de la amplitud de la expiación. Podemos
plantear la situación de esta manera: Cuando Cristo murió en la cruz, ¿pagó él
por los pecados de toda la raza humana o solo por los pecados de los que él
sabía que al final serian salvos!
Los
que no son reformados argumentan que la oferta del evangelio se hace repetidas
veces a todas las personas, y que para que esta oferta sea genuina, el pago de
los pecados debe estar ya hecho y debe estar disponible para todas las
personas.
También
dicen que si las personas por cuyos pecados Cristo pagó están limitadas,
también la oferta del evangelio 10 está, y la oferta del evangelio no puede
hacerse extensiva a toda la humanidad sin excepción.
Por
otro lado, los cristianos reformados argumentan que si la muerte de Cristo pagó
por los pecados de todas las personas que han vivido, no hay castigo pendiente
para que nadie lo pague, y a eso necesariamente le sigue que todas las personas
serán salvas, sin ninguna excepción.
Porque
Dios no puede condenar al castigo eterno a nadie cuyos pecados han sido ya
pagados, porque eso demandaría un pago doble y sería, por tanto, injusto. En
respuesta a la objeción de que eso compromete la oferta gratuita del evangelio
a toda persona, los cristianos reformados responden que nosotros no sabemos
quiénes son los que van a confiar en Cristo, porque solo Dios lo sabe. En
nuestra opinión, la oferta gratuita del evangelio hay que hacerla a todos sin
excepción.
También
sabemos que todo el que se arrepiente y cree en Cristo será salvo, de modo que
llamamos a todos al arrepentimiento (Hch 17: 30). El hecho de que Dios
conociera quiénes serían salvos, y que él aceptó la muerte de Cristo como pago
por sus pecados solamente, no impide la oferta gratuita del evangelio, porque
quiénes van a responder a él es algo que permanece oculto en los consejos de
Dios. El que nosotros no sepamos quiénes van a responder no es una razón para
no ofrecer el evangelio a todos del mismo modo que no saber la cuantía de la
cosecha no le impide al agricultor sembrar la semilla en los campos.
Por
último, los cristianos reformados argumentan que los propósitos de Dios en la
redención constituyen un acuerdo en el seno de la Trinidad y son ciertamente
llevados a cabo. Aquellos a quienes Dios planeaba salvar son los mismos por los
que Cristo vino a morir, y las mismas personas a las que el Espíritu Santo
ciertamente aplica los beneficios de la obra redentora de Cristo, incluso
despertando su fe (Jn 1: 12; Fil 1: 29; Ef. 2: 2) y a quienes llama para que
confíen en él. Lo que Dios el Padre propuso, Dios el Hijo y el Espíritu Santo
estuvieron de acuerdo y sin duda alguna lo llevaron a cabo.
NOTA: Randall E. Otto adopta una recomendación
similar: «Incluir un articulo tan misterioso en el Credo, el cual se supone es
un resumen de los principios básicos y vitales de la fe, parece muy poco sabio»
(Descendit in Inferna: A Reformed Review of a Doctrinal Conundrum», WTJ 52
[1990J, p. 150).
1. PASAJES DE LAS ESCRITURAS QUE SE USAN PARA APOYAR LA POSICIÓN
REFORMADA.
Varios
pasajes de las Escrituras hablan del hecho de que Cristo murió por los suyos.
«El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10:
11). «Doy mi vida por las ovejas» (Jun.
10: 15).
Pablo habla de la «iglesia de Dios, que él adquirió
con su propia sangre» (Hch
20: 28).
También
dice: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no habrá de damos generosamente, junto con él,
todas las cosas?» (Ro 8: 32). Este pasaje indica una relación entre el
propósito de Dios de entregar a su Hijo «por todos nosotros» y
damos «todas las cosas» que también pertenecen
a la salvación.
En la
frase siguiente Pablo limita claramente la aplicación
de esto a los que serán salvos porque él dice: «¿Quién acusará a los que
Dios ha escogido?» (Ro 8:33) y en el versículo siguiente
menciona la muerte de Cristo como
una razón por la que nadie acusará a los escogidos (8: 34). En otro pasaje,
Pablo dice: «Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo
amó a la iglesia y se entregó
por ella» (Ef 5: 25).
Además,
Cristo durante su ministerio terrenal estuvo consciente del grupo de personas
que el Padre le había dado: «Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al
que a mí viene, no 10 rechazo y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no
pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final» (Jn
6: 37-39).
También
dice: «Ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado,
porque son tuyos» (Jn 17: 9). Luego sigue hablando partiendo de esta referencia
específica a sus discípulos, y dice: «No ruego sólo por éstos. Ruego también
por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos» (Jn 17:20).
Por
último, algunos pasajes hablan de la transacción definida entre el Padre y el
Hijo cuando Cristo murió, una transacción que tiene referencia específica a los
que creerían. Por ejemplo, Pablo dice: «Dios demuestra su amor por nosotros en
esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:
8). Luego añade: «Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos
reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón,
habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida!» (Ro 5: 10).
Esta
reconciliación con Dios ocurrió con respecto a las personas específicas que
serían salvadas, y sucedió «cuando todavía éramos pecadores». Asimismo, Pablo
dice: «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como
pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2ª Co 5: 21; Gá 1:
4; Ef. 1: 7). Y «Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse
maldición por nosotros» (Gá 3:13).
Encontramos
aún más apoyo para el punto de vista reformado en la consideración de que todas
las bendiciones de la salvación, incluyendo la fe, el arrepentimiento y todas
las obras del Espíritu Santo al aplicar la redención, fueron también aseguradas
específicamente para su pueblo por la obra redentora de Cristo. Aquellos para
quienes él ganó el perdón, también obtuvo para ellos estos otros beneficios
(Ef. 1: 3-4; 2: 8; Fil 1: 29).
A lo
que yo llamo la «perspectiva reformada» en esta sección se conoce en general
Como «expiación limitada»." Sin embargo, la mayoría de los teólogos que
sostienen esta posición hoy no prefieren la expresión «expiación limitada»
porque se expone a que fácilmente se malentienda, como si esta perspectiva
sostuviera que de alguna manera la obra expiatoria de Cristo fuera deficiente
en algún sentido.
El
término que generalmente se prefiere es redención particular, puesto que este
punto de vista sostiene que Cristo murió por personas en particular
(específicamente, aquellos que serían salvos y a quienes él vino a redimir),
que él preconoció a cada una de ellas individualmente (Ef. 1: 3-5) y las tenía
individualmente en mente en su obra expiatoria.
La
opinión opuesta, que la muerte de Cristo pagó por los pecados de todas las
personas que han vivido, se conoce como «redención general» o «expiación
ilimitada».
2. PASAJES DE LAS ESCRITURAS QUE SUELEN APOYAR EL PUNTO DE VISTA NO
REFORMADO (REDENCIÓN GENERAL O EXPIACIÓN ILIMITADA).
Un
cierto número de pasajes de las Escrituras indican que en cierto sentido Cristo
murió por todo el mundo. Juan el Bautista dijo: «¡Aquí tienen al Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo!» Gen 1: 29). Y Juan 3: 16 nos dice: «Tanto
amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él
no se pierda, sino que tenga vida eterna». Jesús dijo: «Este pan es mi carne,
que daré para que el mundo viva» Gn 6: 51). Pablo dice que «en Cristo, Dios
estaba reconciliando al mundo consigo mismo» (2ª Co 5: 19).
Leemos
que Cristo es «el sacrificio [lit. «Propiciación» por el perdón de nuestros
pecados, y no solo por los nuestros sino por los de todo el mundo» (1ª Jn 2:
2). Pablo escribe que «dio su vida como rescate por todos» (1ª Ti 2: 6). Y el
autor de Hebreos dice que Jesús fue hecho por un tiempo menor que los ángeles
para que «por la gracia de Dios, la muerte que sufrió resultara en beneficio de
todos» (He 2: 9).
Otros
pasajes parecen decir que Cristo murió por los que no se salvarían. Pablo dice:
«No destruyas, por causa de la comida, al hermano por quien Cristo murió» (Ro
14: 15). En un contexto similar les dice a los corintios que no coman en
público en los templos de los ídolos porque eso podría animar a los que son
débiles en su fe a violar sus conciencias y comer carne ofrecida a los ídolos.
Luego dice: «Entonces ese hermano débil, por quien Cristo murió, se perderá a
causa de tu conocimiento» (1ª Co 8: 11).
Pedro
escribe lo siguiente acerca de los falsos maestros: «En el pueblo judío hubo
falsos profetas, y también entre ustedes habrá falsos maestros que
encubiertamente introducirán herejías destructivas, al extremo de negar al
mismo Señor que los rescató. Esto les traerá una pronta destrucción» (2ª P 2:
1; He 10: 29).
NOTA: No conozco a ningún arminiano que sostenga lo
que he llamado «la posición reformada», el punto de vista que es que es
conocido comúnmente como la «redención particular» o la «expiación limitada».
Pero no parece lógicamente imposible que alguien sostenga una posición
arminiana (que Dios conocía de antemano quiénes creerían y los predestinó en
base de este conocimiento anticipado) junto con la creencia de que la muerte de
Cristo en realidad pagó por el castigo de los pecados de aquellos que Él sabía
que creerían y no por los otros.
Eso es como decir que, mientras la «expiación
limitada» es necesariamente parte de una posición reformada debido a que se
infiere lógicamente de la soberanía general de Dios en toda la obra de la
redención, uno podría (en teoría al menos) aferrarse a la «expiación limitada»
y no adoptar la posición reformada en otros puntos relacionados con la
soberanía de Dios en la vida en generala en la salvación en particular.
Esta es la «L» en las siglas «TUUP», la cual
representa los llamados «cinco puntos del calvinismo», las cinco posiciones
doctrinales que distinguen a los teólogos calvinistas o reformados de otros
muchos protestantes. Los cinco puntos representados por esa palabra:
Depravación total. Elección incondicional, expiación limitada, gracia
irresistible y perseverancia de los santos.
(Este libro defiende estos cinco puntos
doctrinales, pero intenta en cada caso señalar los argumentos a favor de una
posición opuesta y proveer de una bibliografía apropiada que representa ambos
puntos de vista; para los puntos individuales vea los siguientes capítulos: Los
cristianos reformados argumentan que es la otra posición la que realmente
limita el poder de la expiación porque en ese punto de vista la expiación no
garantiza en realidad la salvación del pueblo de Dios, sino que solo hace que
la salvación sea posible para todas las personas.
En otras palabras, si la expiación no está limitada
con respecto al número de personas a las que se aplica, entonces debe estar
limitado con respecto a lo que en realidad lleva a cabo.
3. ALGUNOS PUNTOS DE ACUERDO Y ALGUNAS CONCLUSIONES ACERCA DE LOS TEXTOS
EN DISPUTA.
Nos
será de ayuda el mencionar primero los puntos en los que ambas partes
coinciden:
1. No todos serán salvos.
2. Se puede hacer una oferta gratuita del evangelio a toda persona que ha
nacido.
Es
absolutamente cierto «que todo el que) quiera pueda acudir a Cristo para
salvación y el que vaya a él no será rechazado. Esta oferta gratuita del
evangelio se extiende en buena fe a todas las personas.
3. Todos están de acuerdo en que la muerte de Cristo en sí misma, debido a
que él es el Hijo infinito de Dios, tiene mérito infinito y es suficiente para
pagar el castigo de los pecados de muchos o pocos según el Padre y el Hijo
decreten.
La
cuestión no es acerca de los méritos intrínsecos de los sufrimientos y muerte
de Cristo, sino acerca del número de personas para quienes el Padre y el Hijo
pensaron que la muerte de Cristo es pago suficiente cuando Cristo murió.
Más
allá de estos puntos de acuerdo, sin embargo, permanece una diferencia en
cuanto a la siguiente pregunta: (Cuando Cristo murió, ¿pagó el castigo solo por
los pecados de los que creerían en él, o por los pecados de cada persona que ha
vivido?)
Sobre
esta cuestión parece que los que sostienen la redención particular tienen de su
parte argumentos más fuertes. Primero, un punto importante que no es
generalmente respondido por los que defienden el punto de la vista de la
redención general es que las personas que son eternamente condenadas al
infierno sufren el castigo de todos sus pecados y, por tanto, su castigo no
podía haberlo sufrido Cristo totalmente.
Los
que sostienen la perspectiva de la redención general a veces responden que las
personas sufren en el infierno debido a su pecado de rechazar a Cristo, aun
cuando todos sus otros pecados fueron ya pagados. Pero esa es una posición no
muy satisfactoria, porque:
(1) Algunos nunca han rechazado a Cristo porque nunca oyeron de él, y:
(2) El énfasis de las Escrituras cuando hablan del castigo eterno no es el
hecho de que las personas sufren porque han rechazado a Cristo, sino que sufren
por los pecados que cometieron en esta vida (vea Ro 5: 6-8, 13-16).
Este
punto significativo parece inclinar el argumento decididamente a favor de la
posición de la redención particular.
Otro
punto significativo a favor de la redención particular es el hecho que Cristo
ganó completamente nuestra salvación pagando el castigo por todos nuestros
pecados. No nos redimió potencialmente, sino que nos redimió realmente como
individuos a los que él amaba. Un tercer punto importante a favor de la
redención particular es que hay unidad eterna en los consejos y planes de Dios
y en la obra del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para llevar a cabo sus
planes (vea Ro 8:28-30).
En
cuanto a los pasajes de las Escrituras que se usan para apoyar la redención
general, podemos decir lo siguiente: Varios pasajes que hablan acerca de «el
mundo» simplemente significan que los pecadores serán salvados, sin implicar
que cada individuo en particular en el mundo será salvo. De forma que el hecho
de que Cristo sea el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1: 29)
no quiere decir (en la interpretación de nadie) que Cristo quita los pecados de
cada una de las personas en el mundo, porque ambas partes están de acuerdo en
que no todos serán salvos.
Del
mismo modo, el hecho de que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo
consigo mismo (2ª Co 5: 19) no quiere decir que cada una de las personas en el
mundo quedara reconciliada con Dios, sino que los pecadores en general fueron
reconciliados con Dios. Otra forma de poner estos pasajes sería decir que Jesús
era el Cordero de Dios que quita el pecado de los pecadores, o que Dios estaba
en Cristo reconciliando a los pecadores consigo mismo.
Esto
no significa que todos los pecadores serán salvos o reconciliados, sino
simplemente que estos grupos en general, pero no necesariamente cada uno de los
individuos en ellos, eran objetos de la obra redentora de Dios. Significa
esencialmente que «Dios amó tanto a los pecadores que dio a su Hijo
unigénito»sin implicar que cada pecador en todo el mundo será salvo.
Los
pasajes que hablan de que Cristo murió «pon> todo el mundo se entienden
mejor al referirlos a la oferta gratuita del evangelio que se extiende a todas
las personas.
Cuando
Jesús dice: «Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva» (Jn 6: 51),
lo encontramos en el contexto de estar él hablando acerca de sí mismo como el
pan que descendió del cielo, el cual se ofrece a todas las personas que puedan
estar dispuestas a recibirlos. Antes en esta misma conversación Jesús dijo que
«el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo» (jn 6:33).
Esto
lo podemos entender en el sentido de traer vida redentora al mundo, pero sin
querer decir que cada persona en el mundo tendrá vida redimida. Jesús entonces
habla de sí mismo como invitando a otros a que acudan a él y coman del pan de
vida: «El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más
volverá a tener sed. Pero éste es el pan que baja del cielo; el que come de él,
no muere.
Yo soy
el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come este pan, vivirá para siempre.
Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva» (jn 6: 35, 50-51), Jesús
da su carne para traer vida al mundo y para ofrecer vida al mundo, pero decir
que Jesús vino para ofrecer vida eterna al mundo (un punto en el que ambas partes
están de acuerdo) no es decir que él pagó el castigo de los pecados de todas
las personas que alguna vez hayan vivido o vivirán, porque ese es otro asunto.
Cuando
Juan dice que Cristo «es el sacrificio [lit. la «propiciación» o «expiación»]
por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros sino por los de
todo el mundo» (1ª Jn 2: 2), puede estar solo diciendo que Cristo es el
sacrificio expiatorio que el evangelio pone ahora a disposición por los pecados
de todos en el mundo. La preposición (pan) (gr. peri y el genitivo) es ambiguo
con respecto al sentido específico en el cual Cristo es la propiciación «por»
los pecados del mundo.
Peri
simplemente significa «en cuanto» o «con respecto», pero no es suficientemente
específico para definir con exactitud en qué forma Cristo es el sacrificio con
respecto a los pecados del mundo. Sería completamente coherente con el lenguaje
del versículo pensar que Juan está solo diciendo que Cristo es el sacrificio
expiatorio que está disponible para pagar por los pecados de cualquiera en el
mundo.
Del
mismo modo, cuando Pablo dice que Cristo «dio su vida como rescate por todos»
(1ª Ti 2: 6), tenemos que entenderlo como que se refiere a un rescate
disponible para todas las personas, sin excepción.
Cuando
el autor de Hebreos dice que Cristo fue hecho por un tiempo menor que los
ángeles para que «por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió resulte en
beneficio de todos» (He 2: 9), se refiere más bien a cada uno de los que son de
Cristo, a todo aquel que es redimido. No dice para «todos en todo el mundo» ni
nada parecido, y en el contexto inmediato el autor está hablando sin duda de
los que son redimidos (vea «a fin de llevar a muchos hijos a la gloria» [v.
10]; «los que son santificados» [v. 11]; «con los hijos que Dios me ha dado»
[v. 13].
La palabra griega pas, traducida aquí «todos»,
se usa también en un sentido similar para hablar de «todo el pueblo de Dios» en
hebreos 8: 11, «porque todos me conocerán», y en Hebreos 12:8, «Si a ustedes se
les deja sin la disciplina que todos reciben, entonces son bastardos, y no
hijos legítimos».
En
ambos casos el «todos» no está explícitamente restringido por una frase
específica como «todo el pueblo de Dios», pero ese es claramente el sentido en
el contexto general. Por supuesto, en otros contextos la misma palabra «todos»
puede significar «todas las personas sin excepción», pero esto hay que
determinarlo en razón del contexto individual en cada caso.
Cuando
Pablo habla en Romanos 14: 15 y 1ª Corintios 8: 11 acerca de la posibilidad de
destruir a alguien por el cual Cristo murió, parece que es mejor también aquí
tomar la palabra «por» en el sentido de que Cristo murió para «hacer que la
salvación estuviera disponible para» estas personas o «llevar la oferta
gratuita del evangelio a estas personas» que están asociadas con el
compañerismo de la iglesia.
No
parece tener en mente la cuestión específica de la decisión en el seno de la
Trinidad en cuanto a los pecados de aquellos que el Padre consideró pagados por
la muerte de Cristo. Más bien, él está hablando de aquellos a los que les ha
sido ofrecido el evangelio. En otro pasaje, cuando Pablo habla del «hermano
débil, por quien Cristo murió» en 1ª Corintios 8: 11, no necesariamente se está
refiriendo a la condición espiritual interna del corazón de una persona, sino
que probablemente está hablando de lo que a menudo se conoce como el «juicio
del amor» mediante el cual correctamente podemos referimos a las personas que
participan en la comunión de la iglesia como hermanos y hermanas:
NOTA: Comparar un sentido similar para la frase
«por los pecados» (gr. peri harmartion) en Hebreos 10: 26 donde el autor dice
que si alguien continúa pecando deliberadamente después de recibir el
conocimiento de la verdad, «ya no hay sacrificio por los pecados». Esto no
quiere decir que ya no existe el sacrificio de Cristo, sino que ya no está
disponible para aquella persona que intencionalmente lo menospreció y se puso a
sí mismo más allá de la esfera de la posibilidad de arrepentimiento.
Aquí «ya no hay sacrificio por los pecados»
significa «un sacrificio disponible para presentarlo como pago por los
pecados». En la misma forma que 1ª Juan 2: 2 puede significar: «es el
sacrificio disponible para el perdón de nuestros pecados, y no solo por los
nuestros sino por los de todo el mundo [esp. Con referencia a los gentiles como
también a los Judíos».
Cuando Pablo dice que «es el Salvador de todos,
especialmente de los que creen» (1ª Ti. 4:10), se está refiriendo a Dios el
Padre, no a Cristo, y probablemente usa la palabra «Salvador» en el sentido de
«uno que preserva la vida de las personas y las rescata del peligro», más bien
que en el sentido de «uno que perdona sus pecados», porque Pablo sin duda no
está diciendo que cada persona individual será salvada. Sin embargo, otro
posible significado es que Dios «es el Salvador de toda clase de personas, es
decir, de los que creen» (para una defensa de esta posición vea George W.
Knight IlI, The Pastoral Epistles, pp. 203-4).
Cuando
Pedro habla de los falsos maestros que introducen herejías destructivas, «al
extremo de negar al mismo Señor que los rescató» (2ª P 2: 1), no está claro si
la palabra «Señor" (gr. despotes) se refiere a Cristo (como en Judas 4) o
a Dios el Padre (como en Lc 2: 29; Hch 4: 24; Ap 6: 1O). En cualquier caso, la
alusión del Antiguo Testamento es probablemente a Deuteronomio 32: 6, donde
Moisés dice a los rebeldes israelitas que se alejaban de Dios: «¿No es él tu
Padre que te ha comprado'?» (Traducción del autor).
Pedro
está sacando una analogía entre los falsos profetas del pasado que surgieron
entre los judíos y los falsos maestros dentro de la iglesia sobre los cuales
escribe: «En el pueblo judío hubo falsos profetas, y también entre ustedes
habrá falsos maestros que encubiertamente introducirán herejías destructivas,
al extremo de negar al mismo Señor que los rescató.
Esto
les traerá una pronta destrucción» (2ª P 2: 1). En línea con esta clara
referencia a los falsos profetas del Antiguo Testamento, Pedro también alude a
los judíos rebeldes que se alejaron de Dios quien los «compró» de Egipto en el
éxodo. Desde el tiempo del éxodo en adelante, cualquier persona judía se
hubiera considerado «comprada» por Dios en el éxodo y, por tanto, esa persona
era posesión de Dios.
En
este sentido, los falsos maestros que surgían entre el pueblo de Dios estaban
negando a Dios el Padre, a quien ellos por derecho pertenecían. De modo que el
texto no significa que Cristo había redimido a aquellos falsos profetas, sino que
eran Judíos rebeldes (o personas que asistían a la iglesia con la misma actitud
de los judíos rebeldes) que eran por derecho propiedad de Dios porque habían
sido sacados de la tierra de Egipto (o sus antepasados los habían sido), pero
que eran desagradecidos con él. La obra específica de redención de Cristo en la
cruz no aparece en este versículo: 2.
Con
relación a los versículos que hablan de la muerte de Cristo por sus ovejas, su
iglesia o su pueblo, los cristianos que no son reformados puede responder que
esos pasajes no niegan que él murió para pagar el castigo de otros también. En
respuesta les diremos que si bien es cierto que no niegan explícitamente que
Cristo murió por otros también, su frecuente referencia a su muerte por los
suyos al menos sugeriría fuertemente que esta es una inferencia correcta.
Aun si
no dan a entender absolutamente esa particularización de la redención, estos
versículos al menos parecen interpretarse de una forma más natural de esta
manera.
En
conclusión, me parece que la posición reformada de una «redención particular»
es más coherente con la enseñanza general de las Escrituras. Pero como hemos
dicho eso, debemos plantear algunas cautelas necesarias.
NOTA: 0tra posible interpretación de estos dos
pasajes es que «perderse» significa ruina del ministerio o de! Crecimiento
cristiano de alguien que, no obstante, permanece un creyente, pero cuyos
principios quedarán comprometidos.
Ese sentido encajaría ciertamente en el contexto de
ambos casos, pero un argumento en contra es que la palabra griega apol1ymi
«perderse», que se usa en ambos casos, parece una palabra fuerte que sería
apropiada si esa fuera la intención de Pablo. Esa misma palabra la encontramos
a menudo para destrucción eterna (vea Jn. 3: 16; Ro. 2: 12; 1ª Co. 1: 18; 15:18;
2ª Co. 2: 15; 4: 3; 2ª P. 3:9).
Sin embargo, e! contexto de 1ª Co. 8: 11 puede
indicar un sentido diferente que en estos otros pasajes, porque este versículo
no habla acerca de que Dios «destruya» a alguien, sino de otro ser humano que
está haciendo algo que hace que otro se «pierda», lo que sugiere que aquí este
término tiene un sentido más débil.
Aunque la Septuaginta no emplea e! término agorazo
que Pedro usa, sino e! de kataomai, las palabras son sinónimas en muchos casos,
y en ambos casos significan «comprar, adquirir»; el término hebreo en Dt. 32:6
es qanah, que con frecuencia significa «comprar, adquirir» en e! Antiguo
Testamento.
Este es el punto de vista de John Gill, The Cause
ofGod and Truth (Baker, Grand Rapids, 1980; repr. De 1885 ed.; publicado
primero en 1735), p. 61. Gill estudia otras posibles interpretaciones de!
pasaje, pero esta parece ser más persuasiva. Debiéramos damos cuenta que en
ambas epístolas, Pedro con mucha frecuenta describe a las iglesias a las que
escribe en términos de las ricas imágenes de! pueblo de Dios ene I Antiguo
Testamento. Vea The First Epistle of Peter, por W. Grudem,
p. 113.
La palabra griega despotes, «Señor» se usa en otras
partes de Dios en e! contexto que enfatizan su pape! Como Creador y Gobernante
del mundo (Hch. 4: 24; Ap. 6: 10).
4. PUNTOS DE CLARIFICACIÓN Y CAUTELA EN CUANTO A ESTA DOCTRINA.
Es
importante plantear algunos puntos de clarificación y también algunas
cuestiones en las que podemos objetar con toda razón la manera en que algunos
defensores de la redención panicular han expresado sus argumentos. Es también
importante preguntar cuáles son las implicaciones pastorales de esta enseñanza.
1. PARECE QUE ES UN ERROR
PLANTEAR LA PREGUNTA COMO BERKHOF LO HACE Y ENFOCARSE EN EL PROPÓSITO DEL PADRE
Y DEL HIJO, MÁS QUE EN LO QUE EN REALIDAD SUCEDIÓ EN LA EXPIACIÓN.
Si
restringimos el estudio al propósito de la expiación, esta es solo otra forma
de una amplia controversia entre calvinistas y arminianos sobre si el propósito
de Dios es:
(A) Salvar a todas las personas, un propósito que queda frustrado por la
tendencia del hombre a la rebelión -posición arminiana- o si el propósito de
Dios es:
(B) Salvar a los que él ha escogido, que es la posición calvinista. Esta
cuestión no será decidida en el punto estrecho de la cuestión de la extensión
de la expiación, porque los textos bíblicos específicos sobre ese punto son
pocos y difícilmente se puede decir que sean conclusivos para ninguna de las
panes.
Las
decisiones de uno sobre estos pasajes tenderán a estar determinadas por la
perspectiva que uno tenga de la cuestión más amplia de qué es lo que las
Escrituras enseñan como un todo acerca de la naturaleza de la expiación y
acerca de los asuntos más amplios de la providencia divina, de la soberanía de
Dios y la doctrina de la elección. Sean cuales sean las decisiones que tomemos
sobre esos temas amplios se aplicarán específicamente a este punto, y las personas
llegarán a sus conclusiones como corresponda.
Por
tanto, más bien que enfocarse en el propósito de la expiación, hay que plantear
la pregunta correctamente sobre la expiación en sí: ¿Pagó Cristo por los
pecados de todos los incrédulos que serán eternamente condenados y pagó por sus
pecados total y completamente en la cruz? Parece que tenemos que responder no a
esa pregunta.
2. LAS DECLARACIONES «CRISTO
MURIÓ SOLO POR LOS SUYOS» Y «CRISTO MURIÓ POR TODAS LAS PERSONAS»
Son
ambas correctas en algunos sentidos, y con mucha frecuencia los argumentos
sobre este asunto han sido confusos a causa de los varios sentidos que se le
pueden dar a la palabra «por» en estas dos declaraciones.
La
declaración «Cristo murió solo por los suyos» se puede entender como que quiere
decir que «Cristo murió para pagar solo el castigo de los pecados de los
suyos». En ese sentido es cierto. Pero cuando los cristianos no reformados
escuchan la declaración «Cristo murió solo por los suyos», lo que con
frecuencia entienden es que «Cristo murió a fin de poder hacer el evangelio
disponible solo para unos pocos escogidos» y se sienten turbados sobre lo que
ellos ven como una verdadera amenaza a la oferta gratuita del evangelio a todas
las personas.
NOTA: Berkhof dice: «La cuestión tiene que ver con
la intención de la expiación. La decisión del Padre de enviar a Cristo, y la
venida de Cristo al mundo. Para hacer la expiación por el pecado, ¿lo hizo con
la intención y propósito de salvar solo a los elegidos o a todos los hombres?
Esa es la cuestión, y esa sola es la cuestión» (Systematic Theology. p. 394).
Los
cristianos reformados que sostienen la redención particular debieran reconocer
la posibilidad del mal entendimiento que surge con la declaración «Cristo murió
solo por los suyos» y, por amor a la verdad y por interés pastoral en afirmar
la oferta gratuita del evangelio y evitar los malos entendidos en el cuerpo de
Cristo, debieran ser más precisos en decir exactamente lo que quieren decir.
La
declaración «Cristo murió solo por los suyos», si bien es cierta en el sentido
explicado arriba, raramente se entiende de esa forma cuando las personas que no
conocen bien la doctrina reformada la oyen y, por tanto, es mucho mejor no usar
para nada esa declaración ambigua.
Por
otro lado, la declaración «Cristo murió por todas las personas» es correcta si
significa que «Cristo murió para hacer que la salvación estuviera disponible
para todos» o si significa, «Cristo murió para llevar la oferta gratuita del
evangelio a todas las personas». En realidad, esta es la clase de lenguaje que
las Escrituras usan en pasajes como Juan 6: 51; 1ª Timoteo 2: 6 y 1ª Juan 2: 2.
Parece que solo son pequeñeces lo que crea controversias y disputas inútiles
cuando los cristianos reformados insisten en ser tan puristas en su hablar que
objetan cada vez que alguien dice que «Cristo murió por todos».
Hay
sin duda formas aceptables de entender esa declaración que son coherentes con
la forma de hablar de los mismos autores de las Escrituras.
Asimismo,
no pienso que debiéramos correr a criticar al evangelista que dice a sus
oyentes incrédulos: «Cristo murió por sus pecados», si queda claro en el
contexto que es necesario confiar en Cristo antes de recibir los beneficios que
el evangelio ofrece. En ese sentido la declaración sencillamente se entiende
que quiere decir: «Cristo murió para ofrecerles perdón por sus pecados» o
«Cristo murió para hacer que estuviera disponible para ustedes el perdón de sus
pecados». Lo importante aquí es que los pecadores se den cuenta que la salvación
está disponible para todos y que el pago por los pecados está disponible para
todos.
En
cuanto a esto algunos teólogos reformados objetarán y nos advertirán que si
decimos a los incrédulos que «Cristo murió por sus pecados», los incrédulos
sacarán la conclusión: «Por tanto, soy salvo no importa lo que yo haga». Pero
esto en realidad no parece ser un problema, porque siempre que un evangélico
(reformado o no reformado) habla del evangelio a los incrédulos, deja bien en
claro que la muerte de Cristo no tiene beneficios para la persona a menos que
esa persona crea en Cristo.
Por
tanto, el problema parece ser más bien algo que los cristianos reformados
piensan que los incrédulos debieran creer (si fueran coherentes en razonar en
cuanto al consejo secreto de Dios y las relaciones entre el Padre y el Hijo en
los consejos de la Trinidad en cuanto al sacrificio propiciatorio de Cristo en
la cruz).
Pero
los incrédulos no razonan de esa manera. Saben que deben ejercer fe en Cristo
antes de experimentar los beneficios de su obra salvadora. Además, es mucho más
probable que las personas entiendan la declaración «Cristo murió por sus
pecados» en el sentido doctrinal correcto de que «Cristo murió a fin de
ofrecerle a usted el perdón por sus pecados», más bien que en el sentido
doctrinal incorrecto de «Cristo murió y ya pagó completamente el castigo por
todos sus pecados»:
NOTA: Berkhof dice que 1ª Ti. 2: 6 se refiere a la
«voluntad revelada de Dios de que tanto los judíos como los gentiles serán
salvados» (Ibid., p. 396).
3. EN TÉRMINOS DE LOS EFECTOS
PASTORALES PRÁCTICOS DE NUESTRAS PALABRAS, LOS QUE SOSTIENEN LA REDENCIÓN
PARTICULAR Y LOS QUE DEFIENDEN LA REDENCIÓN GENERAL ESTÁN DE ACUERDO EN VARIOS
PUNTOS CLAVE:
A. Ambos quieren sinceramente evitar dar la impresión de que las personas
se salvarán ya sea que crean en Cristo o no. Los cristianos no reformados a
veces acusan a los reformados de decir que los elegidos serán salvos respondan
o no al evangelio, pero esto es claramente una impresión equivocada de la
posición reformada.
Por
otro lado, los creyentes reformados piensan que los que sostienen la redención
general están en peligro de implicar que todos serán salvos ya sea que crean en
Cristo o no. Pero esa no es en realidad la posición que sostienen los creyentes
no reformados, y es siempre peligroso criticar a las personas por una posición
que ellos no dicen que defienden, solo porque usted diga que ellos debieran
defender esa posición si fueran coherentes con sus otros puntos de vista.
B. Ambas partes quiere evitar implicar que puede haber algunas personas
que vayan a Cristo buscando salvación pero que sean rechazadas porque él no
murió por ellas. Nadie quiere decir ni implicar a un incrédulo: «Cristo puede
haber muerto por sus pecados (y quizá no)). Ambas partes quieren afirmar
claramente que todos los que acuden a Cristo en busca de salvación serán
salvos. «Al que a mí viene, no le rechazo» Gn 6: 37).
C. Ambas partes quieren evitar implicar que Dios es hipócrita o insincero
cuando hace la oferta gratuita del evangelio. Es una oferta genuina, y es
siempre cierto que todos los que desean acudir a Cristo buscando salvación y
los que de hecho acuden a él serán salvos.
D. Por último, podemos preguntar por qué le damos tanta importancia a este
asunto. Aunque los cristianos reformados han hecho algunas veces la creencia en
la redención particular la prueba de la ortodoxia doctrinal, sería saludable
damos cuenta que las Escrituras mismas nunca la señalan como una doctrina de
importancia mayor, ni tampoco hacen de ella el sujeto de una discusión
teológica explícita.
Nuestro
conocimiento del asunto viene solo de referencias incidentales a ella en
pasajes que abordan otros asuntos doctrinales o prácticos. De hecho, esta es en
realidad una cuestión que sondea dentro del consejo íntimo de la Trinidad y lo
hace en cuestiones sobre las que tenemos poco testimonio bíblico directo, lo
cual debería llevamos a ser cautelosos.
Una
perspectiva pastoral equilibrada parece que sería decir que esta enseñanza de
la redención particular nos parece que es verdad, que da una coherencia lógica
a nuestro sistema teológico, y que puede ser de ayuda al asegurarles a las
personas el amor de Cristo hacia ellos individualmente y de la obra de redención
completamente acabada para ellos. Pero eso es también un tema que nos lleva
inevitablemente a alguna confusión, a algunos malos entendidos, y con
frecuencia a una actitud equivocada, argumentativa y divisiva entre el pueblo
de Dios, todo lo cual tiene repercusiones pastorales negativas.
Quizá
es por eso por lo que apóstoles como Pedro, Juan y Pablo, en su sabiduría, no
hicieron para nada hincapiés en esta cuestión. Y quizá nosotros haríamos muy
bien en meditar en su ejemplo.
NOTA: No estoy aquí argumentando que debiéramos ser
descuidados en nuestro lenguaje; lo que estoy diciendo es que no debiéramos
apresurarnos a criticar cuando otros cristianos sin mucha reflexión usan un
lenguaje ambiguo sin la intención de contradecir ninguna enseñanza de las Escrituras.
PREGUNTAS
DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿En qué formas le ha ayudado este capítulo a apreciar más la muerte de
Cristo de lo que antes la había apreciado? ¿Le ha dado más o menos confianza en
el hecho de que sus pecados han sido de verdad pagados por Cristo?
2. Si la causa suprema de la expiación la encontramos en el amor y la
justicia de Dios, ¿había algo en usted que requería que Dios le amara y diera
pasos para salvarle (cuando él le miró y pensó en usted como un pecador en
rebelión contra él)? ¿La respuesta a esta pregunta le ayuda a apreciar el
carácter del amor de Dios hacia usted como una persona que no merece para nada
ese amor? ¿Cómo darse cuenta de esta realidad le hace sentirse en sus
relaciones con Dios?
3. ¿Cree usted que los sufrimientos de Cristo fueron suficientes para
pagar por sus pecados? ¿Cree usted que él es un Salvador suficiente, digno de
confianza? Cuando él le invita diciendo: «Vengan a mí... y yo les daré
descanso» (Mt 11: 28), ¿confía usted en él? ¿Confiará ahora y siempre en él con
todo su corazón para una salvación completa?
4. Si Cristo cargó con toda la culpa de nuestros pecados, con toda la ira
de Dios en contra del pecado, y todo el castigo de la muerte que merecíamos,
¿volverá Dios alguna vez a descargar su ira en contra suya como creyente (vea
Ro 8: 31-39)? ¿Puede alguna de las dificultades o sufrimientos que experimenta
en la vida deberse a la ira de Dios en contra suya. Si no, ¿por qué los
cristianos experimentan dificultades y sufrimientos en esta vida (vea Ro 8: 28;
He 12: 3-11)?
5. ¿Cree usted que la vida de Cristo era suficientemente buena para
merecer la aprobación de Dios? ¿Está usted dispuesto a confiar en él para su
destino eterno? ¿Es Cristo Jesús un Salvador suficientemente confiable y seguro
para que usted confíe en él? ¿En quién confiaría más para establecer su
posición delante de Dios: en usted mismo o en Cristo?
6. Si Cristo de verdad le ha redimido de la esclavitud del pecado y del
reino de Satanás, ¿hay facetas de su vida en las que usted podría hacer que
esto fuera mucho más cierto? ¿Podría este convencimiento darle a usted más
ánimo en su vida cristiana?
7. ¿Piensa usted que es justo que Cristo sea su sustituto y pague por su
castigo? Cuando usted piensa que él es su sustituto y murió por usted, ¿qué
emociones y actitudes despierta eso en su corazón?
TÉRMINOS
ESPECIALES
Adjudicación,
expiación, expiación ilimitada, expiación limitada, expiación vicaria,
imputado, necesidad absoluta consecuente, obediencia activa, obediencia pasiva,
propiciación, reconciliación, redención. Redención general, redención
particular, sacrificio, sangre de Cristo, sustitución penal, teoría de la
influencia moral, teoría del ejemplo, teoría del rescate a Satanás, teoría
gubernamental
PASAJE
BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Romanos 3:23-26: Pues Todos Han Pecado Y Están Privados De La Gloria De
Dios, Pero Por Su Gracia Son Justificados Gratuitamente Mediante La Redención
Que Cristo Jesús Efectuó. Dios Lo Ofreció Como Un Sacrificio De Expiación Que
Se Recibe Por La Fe En Su Sangre, Para Así Demostrar Su Justicia.
Anteriormente, En Su Paciencia, Dios Había Pasado Por Alto Los Pecados; Pero En
El Tiempo Presente Ha Ofrecido A Jesucristo Para Manifestar Su Justicia. De
Este Modo Dios Es Justo Y, A La Vez, El Que Justifica A Los Que Tienen Fe En
Jesús.
CAPÍTULO 3
RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN
¿CÓMO ERA EL CUERPO
RESUCITADO DE CRISTO? ¿EN QUÉ ES ESO SIGNIFICATIVO PARA NOSOTROS? ¿QUÉ LE
SUCEDIÓ A CRISTO CUANDO ASCENDIÓ AL CIELO? ¿QUÉ SE QUIERE DECIR CON ESTADOS DE
CRISTO JESÚS?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
A. LA RESURRECCIÓN
1. LA EVIDENCIA DEL NUEVO TESTAMENTO.
Los
evangelios contienen un testimonio abundante sobre la resurrección de Cristo
(vea Mt 28: 1-20; Mr 16: 1-8; Lc 24: 1-53; Juan 20:1-21:25). Además de estas
narraciones detalladas en los cuatro evangelios, el libro de Hechos es la
historia de la proclamación de la resurrección de Cristo por parte de los
apóstoles y su oración continua a Cristo y confianza en él como alguien que
está vivo y reina en el cielo.
Las
epístolas dependen por completo de la suposición de que Jesús es un Salvador
vivo y reinante que está ahora exaltado como Cabeza de la iglesia, y que merece
que se confíe en él y se le alabe y le adore y quien un día regresará en poder
y gran gloria para reinar como Rey sobre la tierra. El libro de Apocalipsis
muestra repetidas veces al Cristo resucitado que reina en el cielo y predice su
regreso para conquistar a sus enemigos y reinar en gloria. De modo que todo el
Nuevo Testamento da testimonio de la resurrección de Cristo.
NOTA: Los argumentos históricos a favor de la
resurrección de Cristo son sustanciales y han convencido a muchos escépticos
que empezaron a examinar las evidencias con el propósito de desacreditar la
resurrección. La experiencia mejor conocida de alguien que pasa del
escepticismo a la fe es Frank Morison, Who Moved the Stond (Faber and Faber,
Londres, 1930; reimpreso en Zondervan, Grand Rapids, 1958.
2. LA NATURALEZA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO.
La
resurrección de Cristo no fue simplemente salir de entre los muertos, como
otros, como Lázaro Gn 11: 1-44),10 habían experimentado antes, porque entonces
Jesús hubiera estado sujeto a la debilidad y al proceso de envejecimiento y al
final habría muerto como sucede con todos los demás seres humanos. Más bien, cuando
se levantó de entre los muertos fue «primicias»2 (1ª Co 15:20, 23) de una nueva
clase de vida humana, una vida en la que su cuerpo era perfecto, y ya no estaba
sujeto a la debilidad, el envejecimiento y la muerte, sino capacitado para
vivir eternamente.
Es
verdad que dos de los discípulos de Jesús no le reconocieron cuando él se puso
a caminar con ellos en el camino a Emaús (Lc 24: 13-32), pero Lucas dice
específicamente que esto fue debido a que «sus ojos estaban velados» (Lc 24:
16), y más tarde «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (Lc 24: 31).
María Magdalena no lo reconoció de primer momento Gn 20: 14-16), pero quizá era
todavía muy oscuro y al principio no estaba mirándolo. Había llegado la primera
vez «cuando todavía estaba oscuro» Gn 20: 1), y «se volvió» para hablar con
Jesús una vez que lo hubo reconocido Gn 20: 16).
En las
otras ocasiones parece que los discípulos reconocieron a Jesús con bastante
rapidez (Mt 28:9, 17;Jn 20:19-20,26-28; 21:7, 12). Cuando Jesús se apareció a
los once discípulos en Jerusalén, estos inicialmente se asombraron y se
sobresaltaron (Lc 24: 33,37), pero cuando vieron las manos y los pies de Jesús
y le vieron comer un pedazo de pescado, se convencieron de que había
resucitado.
Estos
ejemplos indican que había un grado considerable de continuidad entre la
apariencia fisica de Jesús antes de su muerte y después de la resurrección. No
obstante, a Jesús no se le veía exactamente como él había sido antes de morir,
porque además del asombro inicial de los discípulos ante lo que ellos
aparentemente no pensaron que podía ocurrir, había probablemente suficiente
diferencia en su apariencia física para que Jesús no fuera reconocido de forma
inmediata.
Quizá
la diferencia en apariencia fuera solo la diferencia entre un hombre que había
vivido una vida de sufrimiento, dificultades y dolor, y la de alguien cuyo
cuerpo había sido restaurado a la plena apariencia juvenil de la salud
perfecta. Aunque el cuerpo de Jesús era todavía un cuerpo fisico, era un cuerpo
resucitado y transformado, que nunca más estaría sujeto al sufrimiento, a la
debilidad ni a la muerte, revestido de «inmortalidad» (1ª Co 15: 53). Pablo
dice que el cuerpo es resucitado en «incorrupción en gloria en poder un cuerpo
espiritual» (1ª Ca 15: 42-44).'
El
hecho de que Jesús tuviera un cuerpo fisico que se podía tocar y ver funcionar
después de la resurrección lo vemos en que los discípulos «le abrazaron los
pies» (Mt 28: 9), en que se apareció a los discípulos en el camino a Emaús como
cualquier otro viajero que iba de camino (Lc 24: 15-18,28-29), en que tomó pan
y lo partió (Lc 24: 30), en que comió un pedazo de pescado asado para demostrar
que tenía un cuerpo fisico y no era simplemente un espíritu, en que María pensó
que él era el hombre que cuidaba el huerto (Jn 20:15), en que «les mostró las
manos y el costado» (Jn 20: 20), en que invitó a Tomás a que tocara sus manos y
su costado (Jun. 20: 27), en que preparó el desayuno para sus discípulos (Jn
21: 12-13), y en que explícitamente les dijo: «Miren mis manos y mis pies.
NOTA: Vea el estudio de la palabra «primicias» abajo.
Por «cuerpo espiritual» Pablo no está refiriéndose
a algo «inmateria1», sino más bien «apropiado y capacitado para responder a la
dirección del Espíritu». En las epístolas paulinas, la palabra «espiritual»
(gr. pneumatikos) rara vez significa «no fisico», sino más bien «consistente
con el carácter y la actividad del Espíritu Santo» (vea, p. ej. Ro. 1: 11; 7:
14; 1ª Co. 2: 13,15; 3:1; 14:37; Gá, 6:1 [(ustedes que son espirituales); (Ef.
5: 19). Algunas traducciones de la Biblia dicen: «se siembra un cuerpo fisico,
resucitará cuerpo espiritual» y esto se presta a equivocaciones, porque Pablo
no usó la palabra que tenía a mano si hubiera querido hablar de un cuerpo
fisico (gr. somátikos), sino que usó la palabra psychikos, que significa, en
este contexto, «natural», es decir, un cuerpo que está viviendo su propia vida
y según sus fuerzas y en las características del presente siglo, pero que no
está completamente sometido ni vive en conformidad con el carácter y la
voluntad del Espíritu Santo.
Por tanto, una paráfrasis más clara sería: «Se
siembra un cuerpo natural sujeto a las características y deseos de este siglo,
gobernado por su propia voluntad pecaminosa, pero resucita un cuerpo
espiritual, sujeto completamente a la voluntad de Espíritu Santo y que responde
a la dirección del Espíritu». Un cuerpo así no es para nada «no mico», sino que
es un cuerpo fisico resucitado con el grado de perfección que era la intención
original de Dios.
¡Soy
yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que
los tengo yo» (Lc 24:39). Pedro dijo que los discípulos «comimos y bebimos con
él después de su resurrección» (Hch 10:41).
Es
cierto que según parece Jesús podía aparecer y desaparecer de la vista de forma
repentina (Lc 24: 31, 36; Jn 20: 19,26). Pero debiéramos ser cuidadosos y no
sacar demasiadas conclusiones de este hecho, porque no todos los pasajes
afirman que Jesús podía aparecer o desaparecer repentinamente; algunos solo
dicen que Jesús llegó y estuvo entre los discípulos.
Cuando
Jesús de repente desapareció de la vista de los discípulos en Emaús, este puede
haber sido un suceso milagroso especial, tal como ocurrió cuando «el Espíritu
del Señor se llevó de repente a Felipe y «el eunuco no volvió a verlo» (Hch 8:
39).
Tampoco
debiéramos sacar demasiadas conclusiones del hecho de que Jesús llegó y estuvo
entre los discípulos en dos ocasiones cuando las puertas estaban «cerradas» (Jn
20: 19,26), porque ningún texto dice que Jesús pasó a través de las paredes ni
nada parecido. En realidad, en otra ocasión en el Nuevo Testamento cuando
alguien necesitó pasar a través de una puerta cerrada, la puerta milagrosamente
se abrió (vea Hch 12: 10).
Murray
Harris ha propuesto recientemente otra posible interpretación de los versículos
citados arriba, especialmente los versículos que hablan de que Jesús apareció y
desapareció en diferentes momentos. Dice que estos versículos muestran que
mientras Jesús podía a veces materializarse en un cuerpo fisico, su existencia
acostumbrada era en una forma inmaterial o no corporal de su «cuerpo
espiritual».
Además,
cuando él ascendió al cielo después de cuarenta días, dejó permanentemente toda
materialización en un cuerpo fisico. Harry dice:
La Resurrección De Jesús No Consistió En Su Transformación En Un Cuerpo
Inmaterial Sino En La Adquisición De Un «Cuerpo Espiritual» El Cual Podía
Materializarse O Desmaterializarse A Voluntad. Cuando, En Ocasiones, Jesús
Escogió Aparecer A Varias Personas En Forma Material, Aquel Era En Realidad El
«Cuerpo Espiritual» De Jesús Como Cuando No Era Visible O Tangible. Después De
Cuarenta Días, Cuando Terminaron Sus Apariciones En La Tierra, Jesús Asumió La
Forma Única De Ser Visible Para Los Habitantes Del Cielo, Pero Teniendo Un Cuerpo
No Corporal. En Su Estado De Resucitado Transcendía Las Leyes Normales De La
Existencia Fisica. Ya No Estaba Sujeto A Limitaciones Materiales Ni Espaciales:
NOTA: El participio perfecto griego kekleismenon
puede significar que las puertas estaban «cerradas» o que ellos estaban
«encerrados».
No deseo argumentar que es imposible que e! cuerpo
de resurrección de Jesús pasara de alguna manera por la puerta o por la pared
para entrar en e! cuarto, solo digo que ningún versículo en la Biblia dice eso.
Es posible, pero esa posibilidad no merece e! estado de una conclusión firme
que ya ha llegado a ser parte de alguna predicación popular y mucha erudición
evangélica, es solo una posible inferencia de estos versículos, entre varias.
Lean Morris dice: «Algunos sugieren que Jesús pasó
a través de la puerta cerrada, o que la puerta de abrió por sí misma o algo
parecido. Pero las Escrituras no dicen nada sobre la forma en que Jesús entró
en e! cuarto y nosotros haríamos bien en no intentar dar tampoco una definición»
(The Gospel Accordingto John, p. 844). El problema con una afirmación sobre que
Jesús pasó a través de las pare es que puede llevar a las personas a pensar del
cuerpo resucitado de Jesús como algo inmaterial y eso es contrario a las
afirmaciones explícitas de! material que tenemos en los textos del Nuevo
Testamento.
Es
importante darse cuenta que Harris afirma definidamente la resurrección física
y corporal de Jesús de entre los muertos. Dice que el mismo cuerpo que murió
también resucitó, pero fue transformado en un (cuerpo espiritual» Con nuevas
propiedades.
En
respuesta, aunque no considero que esto sea Una cuestión doctrinal de mayor
importancia (puesto que es solo un asunto acerca de la naturaleza del cuerpo
resucitado, sobre lo cual sabemos muy poco en el tiempo presente): pienso, no
obstante, que el Nuevo Testamento nos provee de una evidencia persuasiva que
nos llevaría a diferir del punto de vista de Harris. Este está de acuerdo en
que en varias Ocasiones Jesús tenía Un cuerpo fisico que podía tomar alimento y
ser tocado y que tenía carne y huesos.
Está
incluso de acuerdo en que en la ascensión de Jesús al cielo, «fue un Jesús de
"carne y huesos" (Lc 24: 39) el que fue llevado arriba delante de los
ojos de sus discípulos». La única cuestión es si el cuerpo de Jesús existió en
otros momentos en Una forma inmaterial, no corporal, como Harris afirma. Para
responder a eso, tenemos que preguntar si los textos del Nuevo Testamento
acerca de las apariciones y desapariciones de Jesús requieren esa conclusión.
No parece que sea así.
Lucas
24: 31, que dice que después de que Jesús tomó pan, lo partió y se lo dio a sus
dos discípulos, «pero él desapareció», no requiere eso. La expresión griega que
se usa aquí y que se traduce «desaparecer» (afantos egeneto) na la encontramos
en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, pero cuando se halla en Diodoro
Siculo (un historiador que escribió entre los años 60-30 A.C.) se emplea una
vez de un hombre llamado Amfiaraus quien, con su carro, cayó en Un abismo y
«desapareció de la vista», y esa misma expresión se usa en otro lugar para
hablar acerca de Atlas que fue arrastrado por los vientos de la cima de un
monte y «desapareció».
En
ninguno de los casos la expresión significa que la persona se hizo inmaterial o
aun invisible, sino solo que fue trasladada a un lugar oculto de la vista de
los demás. Así que en Lucas 24:31 todo lo que podemos concluir es que los
discípulos no siguieron viendo a Jesús; quizá el Espíritu del Señor se lo llevó
(como con Felipe en Hechos 8:39), o quizá quedó oculto de nuevo de su vista
(como con Moisés y Elías en el monte de la transfiguración, Mt 17:8, o como con
el ejército celestial alrededor de Eliseo, 2ª R 6: 17, o [aparentemente] como
con los discípulos que pasaron por delante de los guardias de la prisión en
Hechos 5:19-23; 12:6, 10).
NOTA: Murray Harris, From
Grave to Glory: Resurrection in the New Testament (Zondervan, Grand Rapids,
1990), pp. 142-43.
Vea Harris, Ibíd, pp. 351 Y353 (donde él de forma
inequívoca) afirma (la resurrección literal y fisica de Jesús de los muertos) y
p. 365 «Soy feliz en afirmar que nuestro Señor se levantó de la tumba en el
cuerpo fisico real que Él poseyó antes de su muerte»).
ÉI no entiende que «espiritual» signifique (no
físico), sino más bien .animado y guiado por el espíritu» (o posiblemente
«Espíritu»), p. 195.
Vea el amplio informe acerca del punto de vista de
Harris y los que lo han criticado (a veces no lo han tergiversado) en CT, 1
abril 1993, pp. 162-63. Norman Geisler y otros han acusando a Harris de enseñar
graves herejías, pero en este articulo,]. 1. Packer dice que «tanto Harris como
Geisler parecer ser ortodoxos, y los dos lo son igualmente» (pp. 64-65). Un
informe de parte de otros tres teólogos evangélicos. Millard Ericsson, Bruce
Demarest y
Roger Nicole, dice que los puntos de vista de
Harris son «algo novedosos» pero que son compatibles con la posición doctrinal
[del Trinity Evangelical Divinity School, donde Harris enseña, y] del amplio
movimiento evangélico. (p. 63).
Otra ocasión en que aparece la palabra aphantos y
tiene un sentido similar: Plutarco (50-120 d.C.) informa que hay un «centro» de
la tierra o del océano que «es conocido de los dioses, pero que está oculto
(aphantos) de los mortales» (Moralia 409F). El sentido no es «inmaterial) sino
«oculto» de la vista, no visible.
En
ningún caso necesitamos sacar la conclusión que el cuerpo fisico de Jesús se
hizo no fisico, como tampoco necesitamos sacar la conclusión que los cuerpos de
los discípulos se hicieron inmateriales cuando pasaron por delante de los
guardas (Hch 5: 23; 12: 10) y escaparon de la cárcel. Del mismo modo, Lucas 24:
31 no dice que sucediera alguna transformación en el cuerpo de Jesús;
simplemente dice que los discípulos no siguieron viéndolo.
En
cuanto a la afirmación de que Jesús atravesó sustancias materiales, eso no está
sustanciado en el Nuevo Testamento. Como expliqué anteriormente, el hecho de
que Jesús apareciera en un cuarto cuando las puertas estaban cerradas Jn 20:
19, 26), puede significar o no que él atravesó la puerta o la pared. Es
especialmente relevante aquí la primera liberación de los apóstoles de la
cárcel.
Ellos
no pasaron a través de las puertas, sino que «en la noche un ángel del Señor
abrió las puertas y los sacó» (Hch 5: 19); no obstante, a la mañana siguiente
los carceleros informaron: «Encontramos la cárcel cerrada, con todas las
medidas de seguridad, y a los guardias firmes a las puertas; pero cuando
abrimos, no encontramos a nadie adentro» (Hch 5: 23). El ángel había abierto
las puertas, los apóstoles habían salido por ellas, y luego el ángel volvió a cerrar
las puertas con llave.
Del mismo modo, cuando Pedro fue rescatado de
la cárcel, no se desmaterializó a fin de quitarse las cadenas que lo sujetaban,
sino que «las cadenas cayeron de las manos de Pedro» (Hch 12:7). Asimismo, es
sin duda posible que la puerta se abriera milagrosamente para Jesús o incluso
que él entrara al cuarto con los discípulos y quedara temporalmente oculto a
sus ojos.
En
relación con la naturaleza del cuerpo resucitado de Jesús, mucho más decisivo
que los textos acerca de las apariciones y desapariciones son los textos que
muestran que Jesús claramente tenía un cuerpo fisico con «carne y huesos» (Lc
24: 39), con el cual podía comer y beber, partir el pan, preparar el desayuno,
y ser tocado.
A
diferencia de los textos sobre las apariciones y desapariciones de Jesús, estos
no ofrecen la posibilidad de una explicación alternativa que niegue el cuerpo
fisico de Jesús, Harris mismo concuerda en que en estos textos Jesús tenía un
cuerpo con carne y huesos. Pero, ¿qué intentaban enseñar a los discípulos estas
apariciones físicas si el cuerpo resucitado de Jesús no era definitivamente un
cuerpo fisico?
NOTA: Comparar Lucas 24: 16, donde se dice que
Jesús se acercó a sus discípulos en el camino a Emaús, pero que «no le
reconocieron, pues sus ojos estaban velados». Si Dios pudo hacer que los ojos
de los discípulos estuvieran parcialmente ciegos de modo que pudieron ver a
Jesús, pero no reconocerlo, entonces no hay duda que unos pocos minutos más
tarde el podía hacer que sus ojos estuvieran más ciegos para que pudieran verle
para nada.
Las posibilidades son complejas y nuestro
conocimiento demasiado limitado para insistir en que estos textos requieren que
Jesús se hiciera no fisico.
14Harris dice que Jesús pasó por medio de una tumba
sellada, según Mt. 28:2, 6, pero esos versículo pueden también querer decir
fácilmente que la piedra fue retirada antes, y que entonces Jesús salió ( Lc.
24: 2). Asimismo, Juan 20:4-7 solo dice que las vendas y el sudario que habían
envuelto el cuerpo de Jesús estaban allí donde antes habían dejado su cuerpo,
pero eso no requiere que el cuerpo de Jesús pasara a través de las vendas y el
sudario.
Puede significar sencillamente que Jesús (o un
ángel) había retirado esas prendas y las había dejado cuidadosamente enrolladas.
Hechos 10:40 dice que Jesús se hizo manifiesto o visible a testigos escogidos
(es decir, ellos lo vieron), pero una vez más, no dice nada acerca de
materializarse o ser inmaterial. En todos estos versículos, Aarhus parece estar
sacando una gran conclusión de muy poca información.
Por último, aun si Jesús pasó a través de la puerta
o de la pared (como muchos cristianos han concluido), esto no requiere que
nosotros digamos que su cuerpo en forma acostumbrada era inmaterial, pero que
puede ser bien explicado como un milagro especial o como una propiedad de los
cuerpos resucitados que nosotros no comprendemos ahora, pero eso no requiere
que sean no físicos O inmateriales.
Si
Jesús se levantó de entre los muertos en el mismo cuerpo fisico con el que
había muerto, y si apareció repetidas veces a los discípulos en ese cuerpo
fisico, comiendo y bebiendo con ellos (Hch 10: 41) durante cuarenta días, y si
ascendió al cielo en ese mismo cuerpo fisico (Hch 1: 9), y si el ángel
inmediatamente dijo a los discípulos: «Este mismo Jesús, que ha sido llevado de
entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto
irse» (Hch 1:11), entonces Jesús les estaba enseñando con claridad que su
cuerpo resucitado era un cuerpo fisico.
Si la
«forma habitual» de su cuerpo resucitado no era fisica, en estas repetidas
apariciones físicas Jesús habría estado engañando a los discípulos (y a todos
los subsiguientes lectores del Nuevo Testamento) y llevándoles a pensar a ellos
(y a todos los subsiguientes lectores del Nuevo Testamento) que su cuerpo
resucitado permanecía fisico cuando no era así. Si era un cuerpo que
habitualmente no era físico y se iba a quedar de esa forma para siempre en la
ascensión, hubiera sido muy engañoso que Jesús dijera: «Miren mis manos y mis
pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos,
como ven que los tengo yo» (Lc 24: 39). Él no dijo: «carne y huesos, como ven
que tengo temporalmente» Hubiera sido un gran error enseñar a los discípulos
que tenía un cuerpo físico cuando en su forma habitual de existencia no lo
tenía.
Si
Jesús hubiera querido enseñarles que él podía materializarse y
desmaterializarse a voluntad (como Harris sugiere), podía haberlo hecho
fácilmente delante de sus ojos, de manera que ellos pudieran dejar constancia
clara de este suceso. O podía haber pasado fácilmente a través de una pared
mientras ellos observaban, en vez de aparecer de repente entre ellos.
En
resumen, si Jesús y los autores del Nuevo Testamento hubieran querido
enseñarnos que el cuerpo de resurrección no era fisico habitual y
esencialmente, podían haberlo hecho, pero en vez de eso nos dejaron muchas
claras indicaciones de que era fisico y material habitualmente, a pesar de que
era un cuerpo perfeccionado, libre para siempre de la debilidad, la enfermedad
y la muerte.
Por
último, hay una consideración doctrinal más amplia. La resurrección física De
Jesús, y su posesión eterna de un cuerpo de resurrección fisico, nos aporta una
clara afirmación de la bondad de la creación material que Dios hizo
originalmente:
«Dios
miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno» (Gn 1: 31).
Nosotros, como hombres y mujeres resucitados, viviremos para siempre en «un
cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia» (2ª P 3: 13).
Viviremos en una tierra renovada que «ha de ser liberada de la corrupción que
la esclaviza» (Ro 8: 21) y se transformará como en un nuevo huerto del Edén.
Habrá
una nueva Jerusalén y las personas «llevarán a ella todas las riquezas y el
honor de las naciones» (Ap 21: 26), y allí habrá un «río de agua de vida, claro
como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, y corría por el
centro de la calle principal de la ciudad.
A cada
lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce cosechas al año, una
por mes; y las hojas del árbol son para la salud de las naciones» (Ap 22: 1-2).
En este universo material y fisico, renovado, parece que tendremos que vivir
como seres humanos con cuerpos físicos apropiados para la vida de la creación
fisica renovada por Dios.
Específicamente,
el cuerpo fisico de resurrección de Jesús afirma la bondad de la creación
original del hombre por Dios no como un espíritu como los ángeles, sino como
una criatura con cuerpo fisico que era «muy bueno». No debemos caer en el error
de pensar que la existencia inmaterial es de alguna manera una forma de
existencia mejor para las criaturas."
Cuando
Dios nos creó como la cúspide de su creación, nos dio cuerpos físicos. Jesús se
levantó de entre los muertos en un cuerpo fisico perfeccionado, y ahora reina
en el cielo, y regresará para llevamos a nosotros con él para siempre.
3. EL PADRE Y EL HIJO PARTICIPARON EN LA RESURRECCIÓN.
Algunos
textos afirman específicamente que el Padre levantó a Cristo de entre los
muertos (Hch 2: 24; Ro 6:4; 1ª Co 6: 14; Gá 1:1; Ef 1: 20), pero otros textos
presentan a Jesús participando en su propia resurrección. Jesús dice: «Por eso
me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla. Nadie me la
arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para
entregarla, y tengo también autoridad para volver a recibirla.
Éste
es el mandamiento que recibí de mi Padre» Jn 10: 17-18); 2: 19-21). Quizá la
mejor conclusión es que tanto el Padre como el Hijo participaron En la
resurrección." En verdad, Jesús dice: «Yo soy la resurrección y la vida»
Jn 11:25; He 7: 16).
NOTA: El profesor Harris quiere también evitar este
error, porque dice: (No puede haber dualismo entre el espíritu y la materia.
Ningún escritor del Nuevo Testamento concibe la salvación del alma o espíritu
con el mundo material visible abandonado en el olvido). No obstante, estoy
preocupado que su posición puede llevar a otros a menospreciar el valor de la
creación material y la bondad de nuestros cuerpos físicos como creación de
Dios. las reflexiones sobre la participación del Padre y del Hijo en la
resurrección.
Debido a que las obras de Dios son generalmente las
obras de toda la Trinidad, es probablemente correcto decir que el Espíritu
Santo estuvo también involucrado en la resurrección de Jesús, pero ningún texto
de las Escrituras lo afirma de forma explícita (pero vea Ro. 8: 11).
4. EL SIGNIFICADO DOCTRINAL DE LA RESURRECCIÓN
A. LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
ASEGURA NUESTRA REGENERACIÓN:
Pedro
dice que «por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la
resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva» (1ª P 1: 3).
Aquí se relaciona explícitamente la resurrección de Jesús con nuestra
regeneración o nuevo nacimiento.
Cuando
Jesús se levantó de entre los muertos tenía una nueva calidad de vida, una
«vida de resurrección» en un cuerpo y espíritu humanos que eran perfectamente
apropiados para obediencia y compañerismo con Dios para siempre. En su
resurrección, Jesús ganó para nosotros una vida nueva como la suya.
No
recibimos todo lo de esa nueva «vida de resurrección» cuando nos hacemos
cristianos, porque nuestros cuerpos permanecen como eran, sujetos todavía a la
debilidad, el envejecimiento y la muerte. Pero en nuestro espíritu somos
vivificados con el nuevo poder de la resurrección." De manera que es por
medio de su resurrección que Jesús ganó para nosotros la nueva clase de vida
que recibimos cuando «Nacemos de nuevo».
Esta
es la razón por la que Pablo puede decir que Dios «nos dio vida con Cristo, aun
cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y
en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó» (Ef 2: 5-6; Col 3:1).
Cuando
Dios resucitó a Cristo de entre los muertos, nos consideró en cierta forma resucitados
«con Cristo» y, por tanto, merecedores de los méritos de la resurrección de
Cristo. Pablo dice que su meta en la vida es «conocer a Cristo, experimentar el
poder que se manifestó en su resurrección»(Fil 3:10). Pablo sabía que aun en
esta vida la resurrección de Cristo le daba un poder nuevo para el ministerio
cristiano y la obediencia a Dios.
Pablo
relaciona la resurrección de Cristo con el poder espiritual que obra dentro de
nosotros cuando les dice a los creyentes efesios que está orando por ellos para
que lleguen a conocer «cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de
los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en
Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las
regiones celestiales» (Ef. 1:19-20).
Pablo
está diciendo aquí que el poder mediante el cual Dios levantó a Cristo de entre
los muertos es el mismo poder que está obrando dentro de nosotros. Pablo además
nos ve como resucitados en Cristo cuando dice:
«Por
tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de
que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos
una vida nueva. De la misma manera, también ustedes considérense muertos al
pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Ro 6: 4, 11).
Este
nuevo poder de la resurrección en nosotros incluye el poder de ser más que
vencedores sobre el pecado que a un permanece en nosotros. «Así el pecado no
tendrá dominio sobre ustedes» (Ro 6: 14; 1ª Co 15: 17), aunque nunca seremos
perfectos en esta vida. Este poder de la resurrección incluye también el poder
para ministrar en la obra del reino.
Fue
después de su resurrección que Jesús prometió a sus discípulos: «Cuando venga
el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en
Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch
1: 8).
Este
poder nuevo e intensificado para proclamar el evangelio, realizar milagros y
triunfar sobre la oposición del enemigo fue dado a los discípulos después de la
resurrección de Cristo y era parte del nuevo poder de resurrección que
caracterizaba su vida cristiana.
B. LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
ASEGURA NUESTRA JUSTIFICACIÓN.
Solo
en un pasaje relaciona Pablo explícitamente la resurrección de Cristo con
nuestra justificación (o la declaración de que ya no somos culpables sino
justos delante de Dios).l9 Pablo dice que Jesús «fue entregado a la muerte por
nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación» (Ro 4:25).
Cuando
Cristo resucitó, esa fue la declaración de Dios de aprobación de la obra de
redención de Cristo. Porque Cristo «se humilló a sí mismo y se hizo obediente
hasta la muerte, Y muerte de cruz!« (Fil 2: 8) y «por eso Dios lo exaltó hasta
lo sumo» (Fil 2: 9). Al resucitar a Cristo, Dios el Padre estaba en efecto
diciendo que aprobaba la obra de Cristo de sufrimiento y de muerte por nuestros
pecados, de que su tarea estaba consumada, y que ya no había ninguna necesidad
de que Cristo permaneciera muerto.
Ya no
quedaba penalidad que pagar por el pecado, ya no había que cargar más con la
ira de Dios, ya no había más culpa ni deuda que pagar: todo había quedado
completamente pagado, y no quedaba ninguna culpa. Dios estaba diciendo mediante
la resurrección: «Apruebo lo que se ha hecho, y tú eres bien recibido en mi
presencia».
Esto
explica cómo Pablo puede decir que Cristo «resucitó para nuestra justificación»
(Ro 4:25). Si Dios «en unión con Cristo Jesús ... nos resucitó» (Ef. 2: 6),
entonces, en virtud de nuestra unión con Cristo, la declaración de aprobación
divina de Cristo es también su declaración de que nos aprueba a nosotros.
Cuando
el Padre en esencia dijo a Cristo: «Todo el castigo por los pecados ya está
pagado y ya no eres culpable sino justo a mis ojos», estaba haciendo una
declaración que aplicaría también a nosotros cuando confiáramos en Cristo para
salvación. De esta manera la resurrección de Cristo aporta una prueba final de
que él había ganado nuestra justificación.
C. LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
ASEGURA QUE NOSOTROS TAMBIÉN RECIBIREMOS CUERPOS PERFECTOS DE RESURRECCIÓN:
El
Nuevo Testamento relaciona varias veces el cuerpo de resurrección de Jesús con
nuestra resurrección corporal final. «Con su poder Dios resucitó al Señor, y
nos resucitará también a nosotros» (1ª Co 6: 14). Asimismo, «aquel que resucitó
al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con él y nos llevará junto con
ustedes a su presencia» (2ª Co 4: 14). Pero la reflexión más amplia sobre las
relaciones entre la resurrección de Cristo y la nuestra la encontramos en 1ª
Corintios 15: 12-58.
Pablo nos dice allí que Cristo «ha sido
levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron» (1ª Co 15:
20). Al llamar a Cristo las «primicias» (gr. aparche), el apóstol usa una
metáfora de la agricultura para indicar que seremos como Cristo. Así como las
«primicias» o los primeros frutos de la cosecha madura muestran que el resto de
la misma será igual, Cristo como las «primicias» muestra cómo serán nuestros
cuerpos de resurrección cuando, en la última «cosecha» de Dios, nos levante de
entre los muertos y nos lleve a su presencia.
Después
de la resurrección de Jesús, él todavía tenía en sus manos y pies las señales
de los clavos y la herida de la lanza en el costado Gn 20: 27. Las personas
algunas veces se preguntan si eso indica que las cicatrices de heridas graves
que hemos recibido en esta vida permanecerán en nuestros cuerpos resucitados.
La
respuesta es que probablemente no tendremos ninguna cicatriz de las heridas o
golpes que hayamos recibido en esta vida, sino que nuestros cuerpos serán
perfectos, «incorruptibles» y resucitados «en gloria». Las cicatrices de la
crucifixión de Cristo son únicas porque son un recuerdo eterno de sus
sufrimientos y muerte por nosotros.
El
hecho que él retuviera esas cicatrices no significa necesariamente que nosotros
retendremos las nuestras. Por el contrario, todos seremos sanados, y seremos
perfectos y completos.
NOTA. Para un estudio más detallado de la
naturaleza de nuestros cuerpos resucitados.
En realidad, las evidencias de los muchos golpes y
latigazos que le dieron a Jesús y la consecuente desfiguración sufrida antes de
su crucifixión estaban todas probablemente sanadas, y solas las señales en sus
manos, pies, y costado permanecían como testimonio de su muerte por nosotros.
Jesús fue resucitado «en gloria» (1ª Co 15: 43), no es una desfiguración
horrible cuando apenas acababa de regresar a la vida.
5. EL SIGNIFICADO ÉTICO DE LA RESURRECCIÓN.
Pablo
ve también que la resurrección tiene aplicación a nuestra obediencia a Dios en
esta vida. Después de una larga reflexión sobre la resurrección, Pablo concluye
animando a sus lectores: (Por lo tanto mis queridos hermanos, manténganse
firmes e inconmovibles, progresando siempre En la obra del Señor, consientes de
que la obra en el Señor no es en vano) (1ª Co 15: 589.
Es
porque Cristo resucito de entre los muertos, y que nosotros también seremos
resucitados, que nos sentimos animados a continuar firmes en la obra del Señor.
Eso es debido a que todo lo que hacemos para llevar a las personas al reino de
Dios y edificarlas teniendo significado y valor eterno, porque todos seremos
resucitados en dia cuando Cristo regrese, y viviremos para siempre con Él.
Segundo,
Pablo nos anima a que cuando pensemos en la resurrección nos enfoquemos en la
futura recompensa celestial, nuestra meta. Él ve la resurrección como un tiempo
cuando todas nuestras luchas en la vida serán recompensadas.
Pero
si Cristo no ha resucitado y no hay resurrección, vuestra fe es (ilusoria y
todavía están en sus pecados. En este caso, también están perdidos los que
murieron en Cristo. Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta
vida, seriamos los más desdichados de todos los mortales) (1ª Co 15: 17-19,
32). Pero debido a que Cristo ha resucitado, y nosotros hemos sido resucitados
con Él, podemos esperar una recompensa celestial y fijar nuestra mente en los
asuntos del cielo:
Ya Que Han Resucitado Con Cristo, Busquen Las Cosas De Arriba, Donde
Esta Cristo Sentado A La Derecha De Dios. Concentren Su Atención En Las Cosas
De Arriba, No En Las De La Tierra, Pues Ustedes Han Muerto Y Sus Vidas Están
Escondidas Con Cristo En Dios. Cuando Cristo, Que Se La Vida De Ustedes, Se
Manifieste, Entonces También Ustedes Serán Manifestados Con Él En Gloria. (1ª
Co 3. 1-4).
Una
tercera aplicación ética de la resurrección es la obligación de dejar de ceder
al pecado en nuestra vida. Cuando Pablo dice 8tambien ustedes considérense
muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús) por virtud de la
resurrección de Cristo y del poder de la resurrección dentro de ustedes (Rom 6:
11), sigue inmediatamente para decir: (Por lo tanto, no permitan ustedes que el
pecado reine en su cuerpo mortal. No ofrezcan sus miembros de su cuerpo al
pecado) (Rom 6: 12-13).
Pablo
usa el hecho de que contamos con este nuevo poder de la resurrección para
contra restar el dominio del pecado en nuestra vida como una nueva razón para
exhortarnos a no pecar.
B. LA ASCENCIÓN AL CIELO
1. Cristo
ascendió a un lugar. Después de su resurrección, Jesús continuo en la tierra
durante cuarenta días (Hech 1. 3), y luego se encamino co sus discípulos a
Betania a las afueras de Jerusalén, y (allí alzo las manos y los bendijo.
Sucedió que mientras los bendecía, se alejo de ellos y fue llevado al cielo)
(Luc 24. 50-54) Lucas también nos deja constancia de esta experiencia en la
sección introductoria.
Mientras Él Se Alejaba. De Repente, Se Les Acercaron Dos Hombres
Vestidos De Blanco, Que Les Dijeron: «Galileos, ¿Qué Hacen Aquí Mirando Al
Cielo? Este Mismo Jesús, Que Ha Sido Llevado De Entre Ustedes Al Cielo, Vendrá
Otra Vez De La Misma Manera Que Lo Han Visto Irse». (Hch 1: 9-11)
Estas
narraciones describen un suceso que tienen la clara intención de mostrar a los
discípulos que Jesús fue a un lugar. Él no desapareció repentinamente de entre
ellos, y nunca más 10 volvieron a ver, sino que ascendió gradualmente mientras
ellos estaban mirando, y entonces una nube (al parecer la nube de la gloria de
Dios).
Lo
ocultó de su vista. Pero los ángeles inmediatamente dijeron que él volvería en
la misma manera en que había ido al cielo. El hecho de que Jesús tuviera un
cuerpo de resurrección que estaba sujeto a las limitaciones espaciales (podía
estar solo en un lugar a la vez) significa que Jesús fue a alguna parte cuando
ascendió al cielo.
Es
sorprendente que incluso algunos teólogos evangélicos titubean en afirmar que
el cielo es un lugar o que Jesús ascendió a un lugar definido en alguna parte
en el universo de espacio-tiempo. Hay que reconocer que no podemos ver ahora
dónde está Jesús, pero eso no es porque él pasara a algún «estado de ser»
etéreo que no tiene localización para nada en el universo de espacio-tiempo,
sino más bien debido a que nuestros ojos no son capaces de ver el mundo
espiritual invisible que existe a todo nuestro alrededor.
Hay
ángeles a nuestro alrededor, pero nosotros no podemos verlos debido a que
nuestros ojos no tienen esa capacidad. Eliseo estaba rodeado de un ejército de
ángeles y carros de fuego para su protección de los sirios en Dotán, pero el
siervo de Eliseo no pudo ver los ángeles hasta que Dios le abrió los ojos a fin
de que pudiera ver las cosas que existían en aquella dimensión espiritual(2ª R
6: 17).
Asimismo,
cuando Esteban estaba muriendo, Dios le dio la habilidad especial de ver el
mundo que está ahora oculto de nuestros ojos, y a Jesús que estaba a la diestra
de Dios; y él «fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de
pie a la derecha de Dios. ¡Veo el cielo abierto exclamó-, y al Hijo del hombre de
pie a la derecha de Dios!» (Hch 7: 55-56). Y el mismo Cristo dijo: «En el hogar
de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a
ustedes. Vaya prepararles un lugar.
Y si
me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán
donde yo esté» Jn 14: 2-3).Por supuesto, no podemos decir ahora con exactitud
dónde está el cielo. Las Escrituras a veces hablan de personas que ascienden al
cielo (como Jesús lo hizo, y Elías), o que descienden del cielo (como los ángeles
en el sueño de Jacob, Gen 28: 12), de manera que tenemos justificación para
pensar que cielo es un lugar en alguna parte «arriba» de la tierra.
Sabemos
que la tierra es redonda y gira sobre sí misma, de modo que no sabemos con
precisión dónde está el cielo, las Escrituras no nos lo dicen. Pero como se
hace hincapié repetidas veces en el hecho de que Jesús fue a alguna parte (como
lo hizo Elías, 2ª R 2: 11, y en que la nueva Jerusalén descenderá del cielo de
Dios (Ap 21: 2), todo parece indicar que hay una localización clara del cielo
en el universo de espacio-tiempo.
Los
que no creen en las Escrituras pueden burlarse de esa idea y se preguntan cómo
puede ser eso, como le sucedió al primer cosmonauta ruso cuando regresó de su
viaje por el espacio y declaró que no había visto a Dios ni el cielo en ninguna
parte, pero eso simplemente hablaba de la ceguedad de sus ojos hacia el mundo
espiritual invisible; no indica que el cielo no exista en un cierto lugar.
De
hecho, la ascensión de Jesús al cielo tiene el propósito de enseñamos que el
cielo existe en alguna parte en el universo de espacio-tiempo. (Vea el capítulo
57 para un estudio más completo de la naturaleza del cielo.)
2. CRISTO RECIBIÓ COMO DIOS-HOMBRE UNA GLORIA Y HONRA QUE NO HABÍA TENIDO
ANTES.
Cuando
Jesús ascendió al cielo recibió gloria, honor y autoridad que nunca había
tenido antes como alguien que era tanto Dios como hombre. Antes de morir, Jesús
oró diciendo: «y ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que
tuve contigo antes de que el mundo existiera» Gn 17: 5).
En su
sermón de Pentecostés, Pedro dijo que Jesús fue «exaltado por el poder de Dios»
(Hch 2: 33), y Pablo declaró que «Dios lo exaltó hasta lo sumo» (Fil 2: 9), y
que fue «recibido en la gloria» (1ª Ti 3: 16; He 1: 4). Cristo está ahora en el
cielo y los coros angelicales le alaban: «Cantaban con todas sus fuerzas:
"¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la
riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!"»
(Ap 5: 12).23
3. CRISTO ESTÁ SENTADO A LA MANO DERECHA DE DIOS.
Un
aspecto específico de la ascensión de Cristo al cielo y de recibir honra fue el
hecho que se sentó a la mano derecha de Dios. Esto es lo que a veces se llamaba
en el inglés antiguo su sesión a la diestra de Dios.
El
Antiguo Testamento predijo que el Mesías se sentaría a la mano derecha de Dios:
«Así dijo el Señor a mi Señor: "Siéntate a mi derecha hasta que ponga a
tus enemigos por estrado de tus pies"» (Sal 110: 1). Cuando Cristo marchó
de regreso al cielo recibió el cumplimiento de la promesa: «Después de llevar a
cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en
las alturas» (He 1: 3).
Este
recibimiento en la presencia de Dios y el sentarse a la diestra de Dios es una dramática
indicación de que Cristo había completado la obra de la redención. Así como un
ser humano se sienta a la terminación de una gran tarea para disfrutar de la
satisfacción de haberla llevado a cabo, Jesús se sentó a la mano derecha de
Dios, demostrando visiblemente que había consumado su obra de redención.
Además
de mostrar la consumación de la obra de redención de Cristo, el acto de
sentarse a la diestra de Dios es una indicación de que recibió autoridad sobre
todo el universo. Pablo dice que Dios «lo resucitó de entre los muertos y lo
sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno
y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no
sólo en este mundo sino también en el venidero» (Ef 1 :20-21).
Del
mismo modo, Pedro dice que Jesús «subió al cielo y tomó su lugar a la derecha
de Dios [y que] los ángeles, las autoridades y los poderes [le están
sometidos]» (1ª P 3: 22). Pablo también alude al Salmo 110:1 cuando dice:
«Porque es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos debajo
de sus pies» (1ª Co 15: 25).
Un
aspecto adicional de la autoridad que Cristo recibió del Padre cuando se sentó
a su mano derecha fue la autoridad de derramar el Espíritu Santo sobre la
iglesia. Pedro dice en el día de Pentecostés: «Exaltado por el poder de Dios, y
habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que
ustedes ahora ven y oyen» (Hch 2: 33).
El
hecho de que Jesús está ahora sentado a la mano derecha de Dios en el cielo no
quiere decir que está perpetuamente fijo en esa posición y que está inactivo.
También
le vemos «de pie a la derecha de Dios» (Hch 7: 56) y caminando entre los siete
candelabros de oro en el cielo (Ap 2: 1). Del mismo modo que un rey humano se
sienta en el trono real en su ascensión al trono, pero luego participa en otras
muchas actividades a lo largo del día, también el que Cristo esté sentado a la
diestra de Dios es una evidencia clara de la consumación de su obra redentora,
pero también sin duda alguna participa en otras actividades en el cielo.
NOTA: Este versículo muestra que la gloria que
Jesús recibió le había pertenecido antes como el eterno Hijo de Dios, pero que
no le había pertenecido antes de su forma encamada como Dios-hombre.
Algunos teólogo luteranos han dicho también que
cuando Jesús ascendió al cielo, su naturaleza humana se hizo ubicua (presente
en todas partes). Vea las consideraciones al respecto en este estudio.
La palabra session significaba en el inglés antiguo
«el acto de sentarse", pero ya no tiene ese sentido en el inglés común de
hoy.
4. LA ASCENSIÓN DE CRISTO TIENE IMPORTANCIA DOCTRINAL PARA NUESTRA VIDA.
Así
como la resurrección tiene profundas implicaciones para nuestra vida, la
ascensión de Cristo también tiene importantes implicaciones para nosotros.
Primera, puesto que estamos unidos con Cristo en cada
aspecto de su obra redentora, la ida de Cristo al cielo anuncia nuestra futura
ascensión al cielo con él. «Luego los que estemos vivos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontramos con
el Señor en el aire.
Y así
estaremos con el Señor para siempre» (1 Ts 4: 17). El autor de Hebreos quiere
que corramos la carrera de la vida con el conocimiento de que vamos siguiendo
las pisadas de Jesús y al final llegaremos a las bendiciones de la vida en el
cielo que él está ahora disfrutando: «Por tanto, también nosotros, que estamos
rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que
nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia
la carrera que tenemos por delante.
Fijemos
la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el
gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella
significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (He 12: 1-2).
Y Jesús mismo dice que un día nos llevará a donde él está Gn 14: 3).
Segundo, la ascensión de Jesús nos da seguridad de que
nuestro hogar definitivo estará en el cielo con él. «En el hogar de mi Padre
hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Vaya
prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos
conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» Gn 14: 2-3).
Jesús
era un hombre como nosotros en todo sentido, pero sin pecado, y él ha ido por
delante de nosotros para que al final podamos seguirle allí y vivir con él para
siempre. El hecho de que Jesús ya ha ascendido al cielo y ha alcanzado la meta
que tenía propuesta nos da a nosotros una gran seguridad de que al final
nosotros' también iremos allí.
Tercera, debido a nuestra unión con Cristo en su ascensión,
nosotros somos también capaces de compartir ahora (en parte) la autoridad de
Cristo sobre el universo, y más tarde lo compartiremos de forma más completa.
Esto es lo que Pablo indica cuando dice: «Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos
resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales» (Ef. 2:6).
No
estamos, por supuesto, físicamente presentes en el cielo, porque todavía
permanecemos en la tierra en el presente.
Pero
si la presencia de Cristo a la diestra de Dios se refiere a haber recibido
autoridad, entonces el hecho de que Dios nos haya hecho sentamos con Cristo
significa que participamos en alguna medida en la autoridad que Cristo tiene,
autoridad para luchar «contra potestades que dominan este mundo de tinieblas,
contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Ef. 6: 12;
vv. 10-18) y luchar con armas que «tienen el poder divino para derribar
fortalezas» (2ª Co 10:4).
Esta
participación en la autoridad de Cristo sobre el universo será nuestra más
plenamente en la era venidera: «¿No saben que aun a los ángeles los
juzgaremos?» (1ª Co 6: 3). Además, participaremos en la autoridad de Cristo
sobre la creación de Dios (He 2: 5-8):6Jesús promete: «Al que salga vencedor y
cumpla mi voluntad hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones -así como
yo la he recibido de mi Padre y él las gobernará con puño de hierro; las hará
pedazos como a vasijas de barro» (Ap 2:26-27).
También
promete: «Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi
trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono» (Ap 3:21).
Estas son promesas asombrosas de nuestra futura participación en sentamos con
Cristo a la mano derecha de Dios, promesas que no entenderemos completamente
hasta el siglo venidero.
C. ESTADOS DE CRISTO JESÚS
Al
hablar de la vida, muerte y resurrección de Cristo, los teólogos han hablado a
veces acerca de los «estados de Cristo Jesús». Mediante esta expresión se
refieren a las diferentes relaciones que Jesús tuvo con la ley de Dios para la
humanidad, a la posesión de autoridad y a recibir honra y gloria para sí.
Generalmente
se distinguen dos estados: La humillación y la exaltación. De forma que la
doctrina del «estado doble de Cristo» es la enseñanza de que Cristo experimentó
primero un estado de humillación y después un estado de exaltación.
Dentro
de la humillación de Cristo están incluidos su encamación, sufrimiento, muerte
y sepultura. A veces se incluye un quinto aspecto, el descenso al infierno,
pero como explicamos anteriormente, la posición que hemos tomado en este libro
es que las Escrituras no apoyan ese concepto.
En la
exaltación de Cristo, hay también cuatro aspectos: Su resurrección, ascensión
al cielo, el sentarse a la diestra de Dios y su regreso en gloria y poder.
Muchas obras de teología sistemática usan el estado de humillación y el estado
de exaltación como categorías amplias para organizar su estudio de la obra de
Cristo Jesús.
NOTA: Vea el estudio de He. 2:5-8.
Aunque este es un método útil de organización, no
lo he usado en este libro. Sin embargo, todos los tópicos incluidos en el
estudio de estos dos estados han sido cubiertos en este y otros capítulos de
este libro Para un estudio más detallado, vea W. Grudem, «Estados de Cristo
Jesús», EDT, 28 : RESURRECCIÓN Y ASCENSIÓN
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. Al leer este capítulo, ¿qué aspectos de la enseñanza de la Biblia
acerca de un cuerpo de resurrección fueron nuevos para usted? ¿Puede usted
pensar en algunas características del cuerpo de resurrección que usted también
espera y desea? ¿Cómo le hace sentirse el pensamiento de tener un cuerpo así?
2. ¿Qué cosas le gustaría hacer ahora pero se encuentra incapacitado para
hacerlas por causa de debilidades o limitaciones en su propio cuerpo fisico?
¿Piensa usted que estas actividades serían apropiadas para su vida en el cielo?
¿Podrá entonces hacerlas allá?
3. Cuando usted nació de nuevo, recibió nueva vida espiritual. Si piensa
que esta nueva vida espiritual es parte del poder de la resurrección de Cristo
que obra dentro de usted, ¿cómo le da esto ánimo para vivir la vida cristiana y
ministrar a las personas en sus necesidades?
4. La Biblia dice que estamos sentados con Cristo en los lugares
celestiales (Ef. 2: 6). Al meditar en este hecho, ¿cómo afectará su vida de
oración y su participación en la guerra espiritual en contra de fuerzas
demoníacas?
5. Cuando piensa que Cristo ahora está en el cielo, ¿le ayuda esto a
enfocar más su atención en las cosas que tienen significado eterno? ¿Aumenta
esto su seguridad de que un día usted estará con él en el cielo? ¿Cómo se
siente acerca de la posibilidad de reinar con Cristo sobre las naciones y sobre
los ángeles?
TÉRMINOS ESPECIALES
Ascensión,
cuerpo espiritual, estados de Cristo Jesús, exaltación de Cristo, humillación
de Cristo, incorruptible, resucitado en gloria, resucitado en poder,
resurrección, sentado a la diestra de Dios
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
1ª Corintios 15: 20-23: Lo Cierto Es Que Cristo Ha Sido Levantado De
Entre Los Muertos, Como Primicias De Los Que Murieron. De Hecho, Ya Que La
Muerte Vino Por Medio De Un Hombre, También Por Medio De Un Hombre Viene La
Resurrección De Los Muertos. Pues Así Como En Adán Todos Mueren, También En
Cristo Todos Volverán A Vivir, Pero Cada Uno En Su Debido Orden: Cristo, Las
Primicias; Después, Cuando Él Venga, Los Que Le Pertenecen.
CAPÍTULO 4
LOS OFICIOS DE CRISTO
¿CÓMO ES CRISTO PROFETA,
SACERDOTE Y REY?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
Había
tres oficios principales en el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento: El de
profeta (como Natán, 2ª S 7: 2); el de sacerdote (como Abiatar, 1ª S 30: 7), y
el de rey (como el rey David, 2ª S 5:3). Estos tres oficios eran distintos.
El
profeta comunicaba el mensaje del Dios al pueblo; el sacerdote ofrecía los
sacrificios, las oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo; el rey
gobernaba al pueblo como representante de Dios.
Estos
tres oficios anticipaban la obra de Cristo en maneras diferentes. Por tanto,
ahora podemos examinar de nuevo la obra de Cristo pensando en el significado de
estos tres oficios o categorías.' Cristo cumplió estos tres oficios en las
siguientes formas: Como profeta nos revela a Dios y da a conocer las palabras
de Dios; como sacerdote ofrece un sacrificio a Dios a nuestro favor y él mismo
es el sacrificio; y como rey él gobierna sobre la iglesia y también sobre el
universo. Vayamos ahora al estudio de cada uno de ellos en detalle.
A. CRISTO COMO PROFETA
Los
profetas del Antiguo Testamento le comunicaban al pueblo las palabras de Dios.
Moisés fue el primer gran profeta, y escribió los primeros cinco libros de la
Biblia, el Pentateuco. Después de Moisés hubo una sucesión de otros profetas
que hablaron y escribieron las palabras de Dios.2Pero Moisés predijo que en el
futuro vendría otro profeta como él.
El
Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo
escucharás. Eso fue lo que le pediste al Señor tu Dios y me dijo el Señor:
«Levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su
boca, y él les dirá todo lo que yo le mande». (Dt 18: 15-18)
Sin
embargo, cuando estudiamos los evangelios vemos que a Jesús no se le ve
primariamente como profeta ni como el profeta como Moisés, aunque hay
referencias ocasionales a este efecto. Con frecuencia los que llaman a Jesús un
«profeta» conocen muy poco acerca de él. Por ejemplo, varias opiniones estaban
circulando ¡Juan Calvino (1509-64) fue el primero de los grandes teólogos en
aplicar estas tres categorías al trabajo de Cristo (vea su Institución de la
religión cristiana, libro 2, capítulo 15). Estas categorías han sido adoptadas
por los subsiguientes teólogos como una forma útil de entender los varios
aspectos de la obra de Cristo.
A
cerca de Jesús: «Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros
que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16: 14; Lc 9: 8). Cuando Jesús resucitó
al hijo de la viuda de Naín, las personas estaban atemorizadas y dijeron: «Ha
surgido entre nosotros un gran profeta» (Lc 7: 16).
Cuando
Jesús le habló a la mujer samaritana junto al pozo algo acerca de su vida
pasada, la mujer inmediatamente respondió: «Señor, me doy cuenta de que tú eres
profeta» Gn 4: 19). Pero en ese momento ella no conocía mucho acerca de él. La
reacción del hombre que había nacido ciego cuando lo sanó en el templo fue
similar: «Yo digo que es profeta» Gn 9:17; notemos que su creencia en Jesús
como Mesías y divino no viene hasta los versículos 37-38, después de la
subsiguiente conversación con Jesús).
Por
tanto, «profeta» no es una designación primaria de Jesús ni una que se use con
frecuencia acerca de él. De todos modos, había la expectativa de que el profeta
semejante a Moisés vendría (Dt 18: 15,18). Por ejemplo, después que Jesús multiplicó
los panes y los peces, algunas personas exclamaron: «En verdad éste es el
profeta, el que ha de venir al mundo» Juan 6: 14; 7: 40). Pedro también
identificó a Cristo como el profeta que Moisés predijo (vea Hechos 3:22-24,
citando Dt 18: 15). Así que Jesús es el profeta que Moisés predijo.
Sin
embargo, es significativo que en las epístolas nunca se habla de Jesús como
profeta ni como el profeta. Esto es especialmente significativo en los primeros
capítulos de Hebreos, porque allí había una oportunidad clara de identificar a
Jesús como profeta si el autor hubiera querido hacerlo. Empieza diciendo:
«Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en
otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por
medio de su Hijo.
A éste
lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo» (He 1: 1-2).
Entonces
después de hablar de la grandeza del Hijo en los capítulos 1-2, el autor no
concluye esta sección diciendo: «Por tanto, consideren a Jesús, el más grande
de los profetas», o algo parecido a eso, sino que más bien dice: «Por lo tanto,
hermanos, ustedes que han sido santificados y que tienen parte en el mismo
llamamiento celestial, consideren a Jesús, apóstol y sumo sacerdote de la fe
que profesamos» (He 3: 1).
¿Por
qué evitan las epístolas del Nuevo Testamento el llamar a Jesús profeta? Al
parecer porque, aunque Jesús es el profeta que Moisés anticipó, es mucho más
grande que cualquiera de los otros profetas del Antiguo Testamento, en dos
maneras:
1. ÉL ES AQUEL ACERCA DE QUIEN SE HABLABA EN LAS PROFECÍAS DEL ANTIGUO
TESTAMENTO.
Cuando
Jesús habló con los dos discípulos en el camino a Emaús, él los llevó por todo
el Antiguo Testamento, y les mostró que las profecías apuntaban hacia él:
«Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que
se refería a él en todas las Escrituras» (Lc 24: 27). Les dijo a estos
discípulos: «Qué torpes son ustedes, y qué tardos de corazón para creer todo lo
que han dicho los profetas! y les señaló:
«¿Acaso
no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria?» (Lc
24: 25-26; 1ª P 1: 11, donde se dice que los profetas del Antiguo Testamento
testificaron «de antemano acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria
que vendría después de éstos»). Así que los profetas del Antiguo Testamento
apuntaban al futuro hacia Cristo en lo que escribieron, y los apóstoles del
Nuevo Testamento miraban hacia atrás a Cristo e interpretaban su vida para
beneficio de la iglesia.
NOTA: En Lucas 24:19 los dos viajeros que iban por
el camino de Emaús también hablaron de Jesús como «profeta», poniéndole de ese
modo en la categoría general de líderes religiosos enviados por Dios, quizá lo
hicieron para ayudar al extraño a quien suponían poco conocedor de los sucesos
que rodearon la vida de Jesús.
2. JESÚS NO FUE SIMPLEMENTE UN MENSAJERO DE REVELACIÓN DE DIOS (COMO LO
FUERON TODOS LOS OTROS PROFETAS), SINO QUE ÉL MISMO ERA LA FUENTE DE LA
REVELACIÓN DE DIOS.
Más
bien que decir como solían hacer todos los profetas del Antiguo Testamento «Así
dice el Señor», Jesús podía empezar su enseñanza con autoridad divina con la
asombrosa declaración: «Pero yo les digo» (Mt 5: 22). La palabra del Señor
venía a los profetas del Antiguo Testamento, pero Jesús habló en base a su
propia autoridad como el Verbo eterno de Dios Gn 1: 1) que nos revelaba
perfectamente al Padre Gn 14: 9; He 1: 1-2).
En el
sentido más amplio de profeta, refiriéndonos solo a alguien que nos revela a
Dios y nos habla las palabras de Dios, Cristo, por supuesto, es verdadera y
completamente un profeta. De hecho, él es aquel a quien los profetas del
Antiguo Testamento prefiguraban en sus discursos y en sus acciones.
B. CRISTO COMO SACERDOTE
En el
Antiguo Testamento, los sacerdotes eran nombrados por Dios para ofrecer
sacrificios. También ofrecían oraciones y alabanzas a Dios en nombre del
pueblo.
Mediante
su ministerio «santificaban» al pueblo o le hacían aceptable para acercarse a
la presencia de Dios, si bien es cierto que de una forma limitada en el período
del
Antiguo
Testamento. En el Nuevo Testamento Jesús se convirtió en nuestro sumo
sacerdote. Este tema lo encontramos ampliamente desarrollado en la carta a los
Hebreos, donde encontramos a Jesús funcionando como sacerdote en dos maneras.
1. JESÚS OFRECIÓ UN SACRIFICIO PERFECTO POR EL PECADO.
El
sacrificio que Jesús ofreció por los pecados no fue la sangre de los animales
como los toros o machos cabríos: «Ya que es imposible que la sangre de los
toros y de los machos cabríos quite los pecados» (He 10: 4). En su lugar, Jesús
se ofreció a sí mismo en sacrificio: «Si así fuera, Cristo habría tenido que
sufrir muchas veces desde la creación del mundo.
Al
contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para
siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo» (He
9: 26).
Fue un
sacrificio completo y definitivo, que nunca habrá que repetirse, tema en el que
con frecuencia se hace hincapié en el libro de Hebreos (vea 7: 27; 9: 12,
24-28; 10: 1-2,10,12,14; 13: 12). Por tanto, Jesús cumplió todas las
expectativas que fueron prefiguradas, no solo por los sacrificios del Antiguo
Testamento, sino también por medio de la vida y acciones de los sacerdotes que
los ofrecían: él fue a la vez el sacrificio y el sacerdote que ofrecía el
sacrificio.
Jesús
es ahora el «gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos» (He 4:14) y el
que se ha presentado «ante Dios en favor nuestro» (He 9:24), puesto que él ha
ofrecido un sacrificio que acaba para siempre con la necesidad de otros
sacrificios.
2. JESÚS CONTINUAMENTE NOS LLEVA CERCA DE DIOS.
Los
sacerdotes del Antiguo Testamento no solo ofrecían sacrificios, sino que
también en una forma representativa entraban a la presencia de Dios en fechas
determinadas a favor del pueblo.
Pero
Jesús hace mucho más que eso. Como nuestro perfecto sumo sacerdote, nos lleva
continuamente a la presencia de Dios de forma que ya no tenemos necesidad de un
templo como el de Jerusalén, ni de un sacerdocio especial que esté entre Dios y
nosotros. Y Jesús no entra a la parte interior (el lugar santísimo) de un templo
terrenal En Jerusalén, sino que ha ido a lo que es equivalente al lugar
santísimo en el cielo, a la misma presencia de Dios en el cielo (He 9:24).
Por
tanto, tenemos la esperanza que le seguiremos allí: «Tenemos como firme y
segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del
santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser
sumo sacerdote para siempre» (He 6: 19-20). Esto quiere decir que tenemos un
privilegio mucho más grande que el que tuvieron los creyentes que vivieron en
los tiempos del templo del Antiguo Testamento.
Ellos
ni siquiera podían entrar al primer cuarto en el templo, el lugar santo, porque
solo los sacerdotes podían entrar allí. y solo el sumo sacerdote podía entrar
al cuarto más interior del templo, es decir, al lugar santísimo, y solo podía
hacerlo una vez al año (He 9:1-7). Cuando Jesús ofreció un sacrificio perfecto
por los pecados, la cortina o velo del templo que cerraba el lugar santísimo se
rasgó de arriba abajo (Lc 23: 45), indicando de esa forma simbólica en la
tierra que el camino de acceso a Dios en el cielo había quedado abierto
mediante la muerte de Jesús el Cristo. Por tanto, el autor de Hebreos puede
exhortar de esta manera tan asombrosa a todos los creyentes:
Así Que, Hermanos, Mediante La Sangre De Jesús, Tenemos Plena Libertad
Para Entrar En El Lugar Santísimo, Por El Camino Nuevo Y Vivo Que Él Nos Ha
Abierto A Través De La Cortina, Es Decir, A Través De Su Cuerpo; Y Tenemos
Además Un Gran Sacerdote Al Frente De La Familia De Dios. Acerquémonos, Pues, A
Dios Con Corazón Sincero Y Con La Plena Seguridad Que Da La Fe. (He 10: 19-22).
Jesús
abrió para nosotros el camino de acceso a Dios de manera que podamos
continuamente acercamos a la misma presencia de Dios sin temor, con «plena
libertad» y con la «plena seguridad que da la fe».
3. COMO SUMO SACERDOTE, JESÚS ORA CONTINUAMENTE POR NOSOTROS.
Otra
de las funciones sacerdotales en el Antiguo Testamento era la de orar a favor
del pueblo. El autor de Hebreos nos dice que Jesús también cumple con esta
función: «Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de él
se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (He 7: 25).
Pablo afirma lo mismo cuando dice que Cristo Jesús «está a la derecha de Dios e
intercede por nosotros» (Ro 8: 34).
Algunos
han argumentado que esta actividad de intercesión como sumo sacerdote es solo
el acto de permanecer en la presencia del Padre como un recordatorio continuo
de que él ya ha pagado el castigo por todos nuestros pecados. Según este punto
de vista, Jesús no hace en realidad oraciones específicas a Dios el Padre sobre
necesidades individuales en nuestra vida, y que «intercede» solo en el sentido
de permanecer en la presencia de Dios como nuestro sumo sacerdote que nos
representa.
Sin
embargo, este punto de vista no parece coincidir con el vocabulario que se usa
en Romanos 8: 34 y Hebreos 7: 25. En ambos casos, la palabra intercede traduce
el término griego entygcano. La palabra no parece indicar simplemente «estar
ante alguien representando a otra persona», sino que tiene claramente el
sentido de hacer peticiones o solicitudes específicas delante de alguien.
Por
ejemplo, Festo usa la palabra para decirle a Agripa: «Aquí tienen a este
hombre. Todo el pueblo judío me ha presentado una demanda contra él» (Hch 25:
24). Pablo también la usa en cuanto a Elías cuando «acusó a Israel delante de
Dios» (Ro 11: 2). En ambos casos las peticiones son muy específicas, no solo
representaciones generales:
Podemos
concluir, entonces, que tanto Pablo como el autor de Hebreos están diciendo que
Jesús vive continuamente en la presencia de Dios para hacer peticiones
específicas y para llevar a Dios peticiones específicas a nuestro favor. Esta
es una función de Jesús, como Dios-hombre, para la que está singularmente
calificado.
Aunque
Dios se cuida de todas nuestras necesidades en respuesta a su observación
directa (Mt 6: 8), no obstante, a Dios le ha placido en sus relaciones con la
raza humana, actuar más bien en respuesta a la oración, porque, al parecer, él
es glorificado mediante la fe que se muestra por medio de la oración.
Son
especialmente agradables para él las oraciones de hombres y mujeres creados a
su imagen y semejanza.
En Cristo, A Un Hombre Verdadero Y Perfecto, Que Ora Por Nosotros Y De
Ese Modo Dios Es Glorificado Continuamente Mediante La Oración. Así Nuestra
Condición Humana Se Eleva A Una Posición Exaltada: «Hay Un Solo Dios Y Un Solo
Mediador Entre Dios Y Los Hombres, Jesucristo Hombre» (1ª Ts. 2: 5).
Pero
solo en su naturaleza humana Jesús no podía ser, por supuesto, un sumo
sacerdote así para todo su pueblo en todo el mundo. Él no podía oír las
oraciones de personas que estaban lejos, no podía escuchar las oraciones que
eran solo dichas en la mente de las personas. Él no podía oír todas las
peticiones simultáneamente (porque en el mundo en cualquier momento determinado
hay millones de personas que están orando a Jesús).
Por
tanto, a fin de ser el sumo sacerdote perfecto que intercede por nosotros, él
tiene que ser Dios además de hombre. Él tiene que ser uno que en su naturaleza
divina puede conocer todas las cosas y llevarlas a la vez a la presencia del
Padre. Con todo, debido a que se hizo hombre y continúa siendo un hombre, tiene
el derecho de representarnos ante Dios y puede expresar su petición desde la
perspectiva del sumo sacerdote compasivo que conoce por experiencia lo que
nosotros estamos pasando.
Por
tanto, Jesús es la única persona en todo el universo que puede por toda la
eternidad ser un sumo sacerdote celestial que es verdaderamente Dios y
verdaderamente hombre, exaltado para siempre sobre los cielos.
El
pensamiento de que Jesús está continuamente orando a nuestro favor debe darnos
gran aliento. Él siempre ora por nosotros conforme a la voluntad del Padre, de
manera que podamos saber que sus peticiones son concedidas. Berkhof dice:
Es Un Pensamiento Consolador Saber Que Cristo Está Orando Por Nosotros,
Incluso Cuando Somos Negligentes En Nuestra Vida De Oración; Que Está
Presentando Al Padre Aquellas Necesidades Espirituales Que No Estaban Presentes
En Nuestra Mente Y Que A Menudo Olvidamos Incluir En Nuestras Oraciones; Y Que
Ora Por Nuestra Protección En Contra De Peligros De Los Que No Estamos
Conscientes, Y En Contra De Enemigos Que Nos Amenazan, Aun Cuando Nosotros No
Nos Demos Cuenta. Está Orando Que Nuestra Fe No Cese Y Que Salgamos Al Final
Vencedores.
NOTA: La literatura fuera del Nuevo Testamento
provee de otros ejemplos del uso de entygchano que significa «presentar
peticiones o solicitudes». Vea, p. ej., Sab. 8:21 «<Recurrí al señor y le
pedí, y dije con todo mi corazón» (Biblia Jerusalén); 1ª Mac. 8: 32; 3 Mac. 6:
37.
(Ellos le pidieron al rey que los enviara de
regreso a su hogar); 1 Cle. 56: 1; Eps. Pe Policarpo a los Filipenses 4:3;
Josefo, Antigüedades 12: 18; 16: 170 (los judíos de Cirene le hicieron una
petición a Marco Agripa en relación con personas en su tierra que falsamente
estaban recogiendo impuestos). Se pueden encontrar también otros ejemplos (cf.
también Ro 8:27, y usando una palabra relacionada, v. 26).
C. CRISTO COMO REY
En el
Antiguo Testamento el rey tenía la autoridad de gobernar sobre la nación de
Israel. En el Nuevo Testamento, Jesús nació para ser rey de los judíos (Mt
2:2), pero rehusó los intentos de las personas para hacerle rey terrenal con
poder terrenal militar y político Jn6: 15).Jesús respondió a Pilato: «Mi reino
no es de este mundo.
Si lo
fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me
arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo» jn 18: 36). Sin embargo, Jesús
tiene un reino cuya llegada él anunció en su predicación (Mt 4: 17,23; 12: 28).
Él es en realidad el verdadero rey del nuevo pueblo de Dios. Por eso no quiso
reprender a sus discípulos cuando le aclamaban en su entrada triunfal a Jerusalén:
«Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!» (Lc 19:38; cf. vv. 39-40;
también Mt21: 5; Jn 1: 49; Hch 17: 7).
Después
de su resurrección, Jesús recibió del Padre mucha más autoridad sobre la
iglesia y el universo. Dios lo resucitó de entre los muertos y «lo sentó a su
derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y
autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo
en este mundo sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al
dominio de Cristo, y dio como cabeza de todo a la iglesia» (Ef 1: 20-22; Mt 28:
18; 1ª Co 15: 25).
Esa
autoridad sobre la iglesia y sobre el universo quedará completamente reconocida
por las personas cuando Jesús regrese a la tierra en poder y gran gloria para reinar
(Mt 26: 64; 2ª Ts 1: 7-10; Ap 19: 11-16). En aquel día será reconocido como
«Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19: 16) y toda rodilla se doblará ante él
(Fil 2: 1O).
D. NUESTROS PAPELES COMO PROFETAS, SACERDOTES Y REYES
Si
miramos retrospectivamente a la situación de Adán antes de la Caída, y más
adelante a nuestro estatus futuro con Cristo en el cielo por toda la eternidad,
podemos ver que estos papeles de profeta, sacerdote y rey tenían paralelismos
en la experiencia que Dios pensó originalmente para el hombre, y se volverán a
cumplir en nuestra vida en el cielo.
En el
huerto del Edén, Adán era un (profeta) en el sentido de que tenía verdadero
conocimiento de Dios y que siempre habló verazmente acerca de Dios y de su
creación. Era un «sacerdote)) en que era capaz de ofrecer libre y abiertamente
oraciones y alabanzas a Dios. No había necesidad de sacrificios por el pago de
los pecados, pero en otro sentido de sacrificio el trabajo de Adán y Eva
hubiera sido una ofrenda a Dios de gratitud y acción de gracias, y hubiera sido
un (sacrificio) de otra clase (He 13: 15). Adán y Eva serían también «reyes» en
el sentido de tener dominio y autoridad sobre la creación (Gn 1: 26-28).
Después
de que el pecado entrara en el mundo, los seres humanos caídos ya no funcionaron
más como profetas, porque creyeron informaciones falsas acerca de Dios y
hablaron falsamente acerca de él y de otros. Ya no tenían acceso sacerdotal a
Dios porque el pecado los alejó de su presencia. En vez de tener dominio sobre
la creación como reyes, quedaron sujetos a la dureza de la creación y
tiranizados por las inundaciones, las sequías y las tierras improductivas, así
como por la crueldad de los tiranos humanos. La nobleza del hombre con la que
Dios le había creado para ser profeta, sacerdote y rey- se perdió por causa del
pecado.
Hubo
una recuperación parcial de la pureza de estas tres posiciones en el
establecimiento de los tres oficios de profeta, sacerdote y rey en el reino de
Israel. De vez en cuando hombres piadosos ocuparon estas posiciones. Pero
también aparecieron falsos profetas, sacerdotes deshonestos y reyes déspotas, y
la pureza y santidad original que Dios deseaba para el cumplimiento de estas
funciones nunca fue completa.
Cuando
Cristo vino, vimos por primera vez el cumplimiento de estas tres funciones,
dado que él fue el profeta perfecto que declaró plenamente las palabras de
Dios, el sacerdote perfecto que ofreció el sacrificio supremo por el pecado y
que llevó a su pueblo más cerca de Dios, y el verdadero y legítimo rey del
universo que reinará para siempre con un cetro de justicia sobre nuevos cielos
y nueva tierra.
Pero
maravillosamente nosotros como cristianos empezamos a imitar a Cristo en cada
uno de estos papeles, aunque en una forma subordinada. Tenemos una función «profética»
al proclamar el evangelio al mundo llevando a las personas la Palabra salvadora
de Dios. De hecho, cada vez que hablamos verazmente acerca de Dios a los
creyentes o a los incrédulos estamos cumpliendo una función «profética» (usando
la palabra profética en un sentido muy amplio).
SOMOS TAMBIÉN
SACERDOTES, PORQUE PEDRO NOS LLAMÓ «REAL SACERDOCIO» (1ª P 2: 9).
Nos
invita a que seamos edificados en un templo espiritual para llegar «a ser un
sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por
medio de Jesucristo» (1ª P 2: 5). El autor de Hebreos también nos ve como
sacerdotes capacitados para entrar al lugar santísimo (He 10: 19, 22) y ofrecer
«continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es
decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre» (He 13: 15).
También
nos dice que nuestras buenas obras son sacrificios agradables a Dios: «No se
olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque ésos
son los sacrificios que agradan a Dios» (He 13: 16). Pablo también tenía en
mente un ministerio sacerdotal cuando escribe: «Hermanos, tomando en cuenta la
misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración
espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios»
(Ro 12: 1).
Nosotros
también compartimos en parte en el reinado de Cristo, puesto que hemos sido
resucitados para sentamos con él en los lugares celestiales (Ef 2: 6), y por
tanto participando en cierto grado de su autoridad sobre las fuerzas
espirituales malignas que pueden dirigirse contra nosotros (Ef. 6: 10-18; Stg
4: 7; 1ª P 5: 9; 1ª Jn 4: 4). Dios incluso ha puesto en nuestras manos
autoridad sobre varias áreas en este mundo o en la iglesia, dándonos algo de
autoridad sobre mucho y algo de autoridad sobre poco. Pero cuando el Señor
regrese los que sean fieles sobre lo poco les será dada autoridad sobre mucho
(Mt 25: 14-30).
Cuando
Cristo regrese y reine sobre los nuevos cielos y nueva tierra, seremos una vez
más verdaderos «profetas» porque nuestro conocimiento será perfecto y
conoceremos como somos conocidos (1ª Co 13: 12). Hablaremos entonces solo la
verdad acerca de Dios y acerca de este mundo, y se cumplirá en nosotros el
propósito profético original que Dios tenía con Adán.
Seremos
sacerdotes para siempre, porque le adoraremos eternamente y ofreceremos
oraciones a Dios al contemplar su rostro y morar en su presencia (Ap 22: 3-4).
Continuamente nos ofreceremos a nosotros mismos y todo lo que somos y tenemos
como sacrificios a nuestro Rey que todo lo merece.
Nosotros
también, en sujeción a Dios, participaremos en el gobierno del universo, porque
reinaremos con él «por los siglos de los siglos» (Ap 22: 5). Jesús dice: «Al
que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como
también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono» (Ap 3: 21). De hecho,
Pablo les dice a los corintios: «¿Acaso no saben que los creyentes juzgarán al
mundo? ¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos?» (1ª Co 6: 2-3).
Por
tanto, por toda la eternidad, funcionaremos para siempre como profetas,
sacerdotes y reyes subordinados, siempre sujetos al Señor Jesucristo, el
profeta, sacerdote y rey supremo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Puede usted ver algunas formas en las que entender el papel de Cristo
como profeta, sacerdote y rey le ayudará a entender mejor las funciones de los
profetas, sacerdotes y reyes del Antiguo Testamento? Lea la descripción del
reino de Salomón en 1ª Reyes 4: 20-34 y 1ª Reyes 10: 14-29. ¿Ve usted en el
reino de Salomón alguna prefigura de los tres oficios de Cristo? ¿Ve alguna
prefigura del reino eterno de Cristo? ¿Piensa usted que tiene ahora privilegios
mayores o menores como miembro de la iglesia en esta era del nuevo pacto?
2. ¿Puede usted ver algún cumplimiento del papel de profeta en su vida
ahora? ¿O del papel del sacerdote? ¿O del papel de rey? ¿Cómo se podrían
desarrollar cada una de estas funciones en su propia vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Intercesión,
profeta, rey, sacerdote
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
1ª Pedro 2: 9-10: Pero Ustedes Son Linaje Escogido, Real Sacerdocio,
Nación Santa, Pueblo Que Pertenece A Dios, Para Que Proclamen Las Obras
Maravillosas De Aquel Que Los Llamó De Las Tinieblas A Su Luz Admirable.
Ustedes Antes Ni Siquiera Eran Pueblo, Pero Ahora Son Pueblo De Dios; Antes No
Habían Recibido Misericordia, Pero Ahora Ya La Han Recibido.