LA DOCTRINA DE LA PALABRA DE DIOS (LA ESCRITURA)

INTRODUCCIÓN

Escribo como evangélico y para evangélicos cristianos. Esto no quiere decir que los que siguen la tradición liberal no tengan nada valioso que decir; sino que las diferencias con ellos casi siempre se reducen a diferencias en cuanto a la naturaleza de la Biblia y su autoridad. La cantidad de acuerdo doctrinal que se puede lograr con personas que tienen bases ampliamente divergentes de autoridad es muy limitada.
Este estudio se puede utilizar para institutos bíblicos, facultades de teología, escuelas dominicales, avances bíblicos y cualquier estudio que tenga que ver con la escrituras, ya sean pastores y maestros o creyente que desee más conocimiento de tal doctrina.
Espero que disfruten este estudio y haya veracidad cada vez que se defienda la fe.
CONTENIDO:
CAPITULO 1: La Palabra de Dios: ¿Cuáles son las diferentes formas de la Palabra de Dios?
CAPÍTULO 2: El canon de las Escrituras: ¿Qué pertenece a la Biblia y qué no pertenece a ella?
CAPÍTULO 3: (1) La Autoridad de las escrituras: ¿Cómo sabemos que la Biblia es la Palabra de Dios?
CAPÍTULO 4: La inerrancia de las Escrituras ¿Hay algún error en la Biblia?
CAPÍTULO 5: (2) La Claridad de las escrituras. ¿Pueden sólo los eruditos entender correctamente la Biblia?
CAPÍTULO 6: (3) Necesidad de las escrituras: ¿Para qué es necesaria la Biblia? ¿Cuánto pueden las personas saber de Dios sin la Biblia?
CAPÍTULO 7: (4) La Suficiencia de las escrituras: ¿Es la Biblia suficiente para saber lo que Dios quiere que pensemos y hagamos?

INTRODUCCIÓN: NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS DE LA BIBLIA

Todo estudiante de las Sagradas Escrituras, antes de iniciar su labor, ha de tener una idea clara de las características del texto que ha de interpretar, pues si bien es cierto que hay unos principios básicos aplicables a la exégesis de toda clase de escritos, no es menos cierto que la naturaleza y contenido de cada uno de éstos impone un tratamiento especial. Al ocuparnos de la interpretación de la Biblia, hemos de preguntarnos:
¿Qué lugar ocupan sus libros en la literatura universal? ¿Son producciones comparables a los libros sagrados de otras religiones? ¿Constituyen simplemente el testimonio de la experiencia religiosa de un pueblo, engalanado por la agudeza de sus legisladores, poetas, moralistas y profetas? ¿o forman, como sostiene la sinagoga judía respecto a Antiguo Testamento y la Iglesia cristiana respecto a la totalidad de la Escritura, un libro diferente y superior a todos los libros, el Libro, cuya autoría, en último término, debe atribuirse a Dios? ¿Puede establecerse una paridad entre Biblia y Palabra de Dios? Obviamente, la respuesta a estas preguntas desempeña un papel decisivo en la interpretación de las Escrituras judeo-cristianas. Pero ¿cómo obtener una respuesta válida?

EL TESTIMONIO DE LA PROPIA ESCRITURA

No puede negarse seriamente que la Biblia, en su conjunto y en gran número de sus textos, presupone su origen divino, la peculiaridad de que, esencialmente, recoge el mensaje de Dios dirigido a los hombres de modos diversos y en diferentes épocas.
Como reconoce C. H. Dodd, «la Biblia se diferencia de las demás literaturas religiosas en que se lo juega todo en la pretensión de que Dios se reveló realmente en unos acontecimientos concretos, documentados, públicos. A menos que tomemos esta pretensión en serio, la Biblia apenas si tiene sentido, por grande que sea el estímulo espiritual que nos procuren sus pasajes selectos».
Lógicamente, no podemos aducir este hecho como demostración de que hay un elemento divino en la Escritura, pero es un dato importante que nadie debe despreciar. El testimonio que una persona da de sí misma no es decisivo. Puede no ser verdadero; pero puede serlo y, de acuerdo con un elemental principio de procedimiento legal, tal testimonio no puede ser desechado a priori.
A menos que pueda probarse fehacientemente su falsedad, la información que aporta siempre es de valor irrenunciable. Este principio es de aplicación a la Escritura. G. W. Bromiley lo expresa con gran luminosidad: «Cuando afirmamos la autoridad sin par de la Biblia, ¿es legítimo apelar al propio testimonio de la Biblia en apoyo de tal afirmación? ¿No es esto una forma abusiva de dar por cierto lo que está bajo discusión, hacer de la Biblia misma el árbitro primero y final de su propia causa? ¿No somos culpables de presuponer aquello que somos requeridos a probar?
La respuesta a esta pregunta es, por supuesto, que no acudimos a la Biblia en busca de pruebas, sino de información.» Y esta información, examinada sin prejuicios, hace difícil rechazar la plausibilidad de una intervención divina en la formación de la Escritura y relegar sus libros a la categoría de literatura histórico-religiosa de origen meramente humano. Lo que A. B. Davidson escribió acerca del Antiguo Testamento podemos hacerlo extensivo a la totalidad de la Biblia: «No vamos a él con la idea general de que es la palabra de Dios dirigida a nosotros. No vamos a él con esa idea, pero nos alzamos con la idea después de haber tenido contacto con él.»
Abundan los textos de la Escritura en los que se atestigua una revelación especial de Dios, quien de muy variadas maneras habla a sus siervos para comunicarles su mensaje. Una de las frases más repetidas en el Antiguo Testamento es: "y dijo Dios», o la equivalente: «Vino palabra de Yahvéh.»
Esta «palabra» de Dios es creadora y normativa desde el principio mismo ge la historia de Israel. (He aquí sólo algunas citas del Pentateuco: Ex. 4: 28; 19: 6, 7; 20:1-17; 24: 3; Nm. 3: 16, 39, 51; 11: 24; 13: 3; Dt. 2: 2, 17; 5: 5-22; 29: 1-30: 20.) Israel adquiere plena conciencia de su entidad histórica bajo la influencia de los grandes actos de Dios y de la interpretación verbal que de esos actos da Dios mismo por medio de Moisés.
Negar esta realidad nos obligaría a explicar el fenómeno del origen histórico de Israel sobre la base de leyendas fantásticas, inverosímiles, poco acordes con la objetividad del marco geográfico-histórico y de costumbres que hallamos en los relatos bíblicos y con la seriedad del hagiógrafo.
Por otro lado, mal cuadraría una base plagada de falsedades con la estructura político-religiosa de un pueblo que, desde el primer momento, es instado a condenar enérgicamente el engaño de todo falso profeta (Dt. 13).
Además, la palabra de Dios se entrelaza con la historia del pueblo israelita no sólo en sus inicios, sino a lo largo de los siglos, hasta que Malaquías cierra el registro de la revelación veterotestamentaria.
Todos los grandes acontecimientos en los anales de Israel están de algún modo relacionados con mensajes divinos. Dios habla a los jueces, a los reyes, a los profetas. Así, a lo largo de los siglos, se va acumulando un riquísimo caudal de enseñanza, normas, promesas y admoniciones que guían al pueblo escogido hasta los umbrales de la era mesiánica. Esto hace que la historia de Israel sólo tenga sentido a la luz de la relación única entre el pueblo y Yahvéh sobre la base de la revelación y del pacto que Él mismo ha establecido.
Pero no es únicamente la riqueza de contenido del Antiguo Testamento lo que sorprende. Llama la atención su coherencia y armonía. No se nos presenta como una simple acumulación de hechos, ideas y experiencias religiosas, sino como un proceso regido por una finalidad, como un conjunto en el que las partes encajan entre sí y que responde a esa finalidad.
La historia de Israel, tal como aparece en la Escritura, es un todo orgánico, no una agrupación de historias. No es fácil explicar esta característica del Antiguo Testamento, y de la Biblia en general, si no admitimos la realidad de la acción de Dios, tanto en la revelación como en la preservación y ordenamiento de ésta en la Escritura.
Al pasar al Nuevo Testamento, se observa igualmente el lugar preponderante de la palabra de Dios. Los evangelistas, testigos de cuanto Jesús hizo y dijo (l Jn. 1:1-3), ven en Ella culminación de la revelación de Dios. Era la palabra de Dios encarnada, el gran intérprete de Dios (Jn. 1:14, 18). Ponen en sus labios palabras que muestran la autoridad y el origen divino de sus enseñanzas (Mt. 5:21-48; 7:28,29; Jn. 7:16; 13:2,26; 8:28; 12:49; 14:10,24 y pasajes paralelos de Marcos y Lucas).
La comunicación divina no se extingue con el ministerio público de Jesús. Se completaría, según palabras de Jesús mismo, con el testimonio y el magisterio de los apóstoles bajo la guía del espíritu Santo (Jn. 14:26; 16:13). Así lo entendieron los propios apóstoles, persuadidos de que sus palabras. ,eran ciertamente «la palabra de Dios» (1 Ts. 2: 13; véase también Hch. 4: 31; 6: 2, 7; 8:14,25; 11: 1; 12: 24; 17: 13; 18: 11; 19: 10; Col. 1: 25,26; 1 Ts. 4: 15; 2 Ti. 2: 9; Ap. 1:2, 9).
La convicción generalizada en profetas y apóstoles campeones de probidad de que eran instrumentos para comunicar el mensaje recibido de DIOS, ¿puede atribuirse a una ilusión SI no a superchería?
Si nos libramos de prejuicios filosóficos, ¿no es más honesto dar crédito al testimonio de aquellos hombres? Si Dios existe, ¿no era de esperar su revelación? La Escritura se atribuye la función de ser testimonio y registro de esa revelación.

CREDIBILIDAD DE LA REVELACIÓN

Desde un punto de vista lógico, cabía esperar que Dios se comunicara con los hombres de modo tal que éstos pudieran tener un conocimiento adecuado de El, de su naturaleza, de sus propósitos y de sus obras. Tal conocimiento no podía ser alcanzado por la llamada revelación general o natural. Es verdad que «los cielos cuentan la gloria de Dios» (Sal. 19: 1).
Las obras de la creación nos hablan de la sabiduría y el poder de Dios. Incluso nos muestran evidencias de su bondad; pero nada nos dicen de su justicia, de su misericordia o de los principios morales que rigen su relación con el universo, en especial con el hombre, hecho a imagen de Dios.
Tampoco arroja luz la revelación general sobre el actual estado de la humanidad en su grandeza y en su miseria, sobre el sentido de la vida humana o sobre el significado de la historia. Aunque el pecado no hubiera oscurecido la mente humana -hecho que limita su capacidad de discernimiento e, la luz de la naturaleza habría sido insuficiente para tener un conocimiento adecuado de Dios y de su voluntad.
Si creemos en la bondad de Dios, es presumible que Dios no dejara al hombre en la oscuridad de su ignorancia con todos los riesgos que ésta conlleva. Para librarnos de ella, la razón humana es del todo ineficaz. Los más grandes pensadores de todos los tiempos no han hecho otra cosa que construir un laberinto entrecruzado por mil y una contradicciones en las que la mente se pierde víctima de la incertidumbre. Las conclusiones derivadas de reflexiones
sobre la naturaleza o sobre la historia son poco fiables; tanto pueden conducirnos a formas más o menos arbitrarias de religiosidad como al agnosticismo o al ateísmo.
En lo que se refiere al orden moral, ningún examen empírico del universo o de la propia naturaleza humana puede guiarnos con certeza en lo que concierne a normas éticas. Lo recto y lo justo vendrá determinado por múltiples factores culturales y sociales, pero siempre será algo relativo, coyuntural, variable. Lo que en un lugar y época determinados se consideraba normal, en lugares distintos y en tiempos posteriores ha sido visto como abominación.
Los sacrificios humanos, el infanticidio, la esclavitud, la prostitución sagrada, etc. no escandalizaban en la antigüedad.
Hoy nos parecen monstruosidades. Pero todavía en nuestros días, cuando la ética, la psicología y la sociología tratan de sugerir normas de comportamiento, las divergencias subsisten. y a menudo, en muchos aspectos se observa un retroceso a aberraciones análogas a las de .antaño: legalización del aborto, de la eutanasia, de la homosexualidad, etc.
Sólo una intervención de Dios mismo puede guiarnos a su conocimiento y al de las grandes verdades que conciernen decisivamente a nuestra existencia. Como afirma Bernard Ramm: «El conocimiento acerca de Dios debe ser un conocimiento que proceda de Dios, y su búsqueda debe dejarse gobernar por la naturaleza de Dios y de su autorrevelación.» Muy sugerente es la ilustración que el mismo autor usa a continuación cuando compara la revelación especial a una autobiografía de Dios, la cual, obviamente, ha de ser infinitamente superior a cualquier biografía de Dios que pudiera proponerse.
Únicamente Dios podía dar al hombre el conocimiento que éste necesitaba. Pero ¿se lo ha dado? La necesidad de una revelación no es una prueba de que tal revelación haya tenido lugar. ¿Se ha comunicado Dios con los hombres de modo que puedan comprenderle y vivir en comunión con El? El autor de la carta a los Hebreos nos da una respuesta categórica: «Dios ha hablado» (He. 1:1-3). Pero afirmación tan rotunda ¿tiene suficiente base de credibilidad?
La respuesta es positiva, aunque no simple. La base de credibilidad no radica tanto en argumentos lógicos como en hechos que se extienden a lo largo de la historia, en una trama compleja de acontecimientos humanos entrelazados con los hilos de la urdimbre divina. Como subraya Geerhardus Vos, «el proceso de la revelación no es sólo concomitante con la historia, sino que se encarna en la historia».
Debe tenerse presente, sin embargo, y contrariamente a lo que algunos sostienen, que la revelación no consiste sólo en eventos históricos, actos de Dios. Incluye manifestaciones verbales de Dios que interpretan los actos. Sin esta parte de la revelación, llamada «proposicional», los hechos históricos quedarían sumidos en la ambigüedad. Pongamos como ejemplo el éxodo, acontecimiento cumbre en la historia de Israel. Despojado de la interpretación oral dada por Dios mismo a Moisés (Éx. 3), fácilmente perdería la riqueza de su hondo significado.
La historia registra otros casos de movimientos migratorios y episodios de: emancipación colectiva sin ninguna significación especial. La salida de Israel de Egipto pudo haber sido uno más. Pero)a revelación bíblica no Se limita a consignar el hecho escueto; añade lo declarado por Dios respecto a sus propósitos para con. aquel pueblo. y las especiales relaciones que a el le unirían con miras a convertIrlo en un testigo del Dios verdadero y de su justicia.
Lo mismo podríamos decir del evento supremo de la historia: la muerte de Jesús. Sin una explicación divina, este hecho podría interpretarse de los modos más diversos y con toda  seguridad ninguna interpretación expresaría el glorioso significado de lo acaecido en el Gólgota. Sólo la palabra de Dios, a través del Hijo, podía desentrañar el misterio de la cruz: «Esto es mi sangre del nuevo pacto que va a ser derramada por muchos para remisión de pecados » (Mt. 26:28). .
Los grandes actos de Dios son interpretados por Dios mismo, no por hombres. Así la interpretación divina completa la revelación a fin de que ésta cumpla su finalidad y libre a los hombres de equívocos, ambigüedades y errores. Como hace notar Oscar Cullmann «la revelación consiste de ambos: del acontecimiento como tal y de su interpretación. Esta inclusión del mensaje salvador de los acontecimientos salvadores es del todo esencial en el Nuevo Testamento»: Podríamos añadir que es esencial en toda la Biblia.
La credibilidad de la revelación bíblica es avalada por su unidad esencial en la diversidad de sus formas y en su carácter progresivo.
Sus variados elementos teológicos, éticos, rituales o ceremoniales constituyen un todo armónico, con unas constantes que se mantienen tanto en cuanto se refiere a los atributos y las obras de Dios como en lo relativo a la condición moral del hombre, a su relación con Dios, al culto, a la conducta, etc. En el centro está Dios mismo. Paulatinamente, de este centro va emergiendo con claridad creciente la figura del Mesías redentor, en quien culminará todo el proceso de la revelación.
En el período anterior a Cristo, la revelación es en gr?? Parte preparatoria. Es anuncio, promesa. En Cristo, la revelación es el mensaje del cumplimiento, con el que se abren las perspectivas finales de la humanidad. En El se cumplen multitud de predicciones del Antiguo Testamento; se hacen realidad sus símbolos y sus esperanzas.
Todas las líneas del Antiguo Testamento convergen en Aquel que es el profeta por excelencia, el máximo sumo sacerdote y el gran rey cuyo imperio perdurará eternamente. Su persona, sus palabras y su obra constituyen el cenit de la revelación. Las teofanías o cualquier otra forma anterior de comunicación divina habían sido, en palabras de René Pache, «un relámpago en la noche, en comparación con la encarnación del que es la luz del mundo.
Los profetas recogían y transmitían los fragmentos de los misterios que el Señor tuvo a bien comunicarles. Pero el Padre no tiene secretos para con el Hijo. Este es en sí mismo "el misterio de Dios en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Col. 2:2, 3).
A todo lo expuesto, podemos añadir la majestuosidad de la revelación bíblica en su conjunto, la profundidad de sus conceptos, la perennidad de sus principios, así como la incomparable influencia que ha ejercido -y sigue ejerciendo- en el mundo.
Atribuir estas cualidades al genio religioso de unos hombres, enormemente separados entre sí en el tiempo y diversamente influenciados por el diferente entorno de cada uno de ellos, es apretarse sobre los ojos la venda de los prejuicios en un empeño obstinado de negar toda posibilidad de revelación.

REVELACIÓN Y ESCRITURA

Cuanto hemos señalado sobre la revelación tiene su base en el contenido de la Biblia. Sin ésta nada sabríamos de aquélla. Existe, pues, una correlación entre ambas. No es accidental esa correlación, sino que responde a un propósito y a una necesidad. No se produce porque algunos de los hombres a quienes Dios hizo objeto de su revelación se sintieran movidos por sus propias reflexiones a registrar en textos escritos el contenido de lo revelado.
Según el testimonio bíblico, es Dios mismo quien, directa o indirectamente, ordena la «inscripturación» (Ex. 17: 14; 24: 4; 34: 27; Dt. 17: 18, 19; 27: 3; Is. 8: 1; Jer. 30: 2; 36: 2-4; Dn. 12: 4; Hab. 2:2; Ap. 1:11, 19). No es preciso un gran esfuerzo mental para comprender que tanto los profetas del Antiguo Testamento como los apóstoles vieron en la escritura el único medio de preservar fielmente la revelación y lo utilizaron.
La gran reverencia con que el pueblo judío miró siempre sus Escrituras y la autoridad divina que les atribuían se debían, sin duda, al convencimiento de que eran depósito de la revelación de Yahvéh. Lo mismo puede decirse en cuanto al significado que para la Iglesia cristiana tenían tanto los libros del Antiguo Testamento como los del Nuevo.
Los textos del primero son considerados como santos (Ro. 1: 2) o sagrados (2 Ti. 3: 15); como palabra de Dios (Jn. 10: 35, Ro. 3: 2). A los del Nuevo Testamento, desde el primer momento, se les atribuye un rango tan elevado que los equipara a «las demás Escrituras» (2 P. 3: 16)
Lo sabio de preservar la revelación mediante la escritura no admite dudas. Por más que antiguamente, especialmente en Israel la transmisión oral de las tradiciones alcanzara elevadas cuotas de fiabilidad, era inevitable que el contenido de la comunicación original sufriera desfiguraciones en el transcurso del tiempo.
La revelación no habría escapado a los efectos de este fenómeno natural. Su deformación habría. sido probablemente mas rápida y grave a. causa de las fuertes influías del paganismo que siempre se ejercieron sobre Israel. Solo la escritura podía fijar la revelación de modo permanente. Y así lo entendió también a Iglesia cristiana.
Por supuesto, no se pretende que la Escritura haya escogido todo lo que Dios había revelado. Parte de los escrito proféticos no llegaron a ser incorporados al canon veterotestamentario (2ª Cron 9:29). Jesús hizo «otras muchas cosas» que no aparecen en los evangelios (Jn. 21 :25) y los apóstoles escribieron cartas que no aparecen en el Nuevo Testamento (1ª Co 5:9; Col. 4: 6). Pero el material recogido en los libros de la Escritura es suficiente para que se cumpliera el propósito de la revelación. Nada esencial ha sido omitido.
El contenido de la Biblia es determinado para la finalidad de la misma: guiar a los hombres al conocimiento de Dios y a la fe. A partir de ese conocimiento y de esa fe, la Escritura capacita al creyente para vivir en conformidad con la voluntad de Dios una comprensión clara del objeto de la Escritura nos l1ibrraarráa de los problemas que a menudo se han planteado alegando, deficiencias de la Biblia desde el punto de Vista científico o histórico.
La revelación, y por ende la Escritura, no nos ha sido dada para llegar a aprender lo que podemos llegar a conocer por otros medios, sino con el único propósito de que alcancemos a saber lo que sin ella nos permanecería velado: la verdadera naturaleza de Dios y su obra de salvación a favor del hombre. Este hecho adquiere importancia capital cuando hemos de interpretar la Biblia, pues no pocas dificultades se desvanecen cuando se tiene en cuenta lo que es y lo que no es finalidad de la revelación.

INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA

Es éste uno de los puntos más controvertidos de la teología cristiana. Aun dando por cierto que la revelación dio origen a la Escritura, queda por determinar hasta qué punto y con qué grado de fidedignidad lo escrito expresa lo revelado. ¿Cabe atribuir la acción de escribir los libros de la Biblia una intervención divina, paralela complementaria a la de la revelación, que garantice la fiabilidad de los textos? ¿Puede decirse que la Escritura fue inspirada por Dios de modo tal que nos transmite sin error lo que Dios tuvo a bien comunicarnos?
Existe en la teología contemporánea una tendencia a reconocer una revelación sobrenatural sin admitir una sobrenatural inspiración de la Biblia. Se acepta que Dios se manifestó y «habló» desde los días de los profetas hasta Jesucristo, pero no que la Escritura en sí sea revelación. Sólo puede concederse que la Biblia contiene el testimonio humano de la revelación. Lo revelado llevaba el sello de la autoridad de Dios; pero el testimonio escrito de profetas y apóstoles estaba expuesto a todos los defectos propios del lenguaje humano, incluidos la desfiguración y el error.
Esta concepción de la Escritura tiene su base en la filosofía existencialista y en la teología dialéctica. Para la neo-ortodoxia, representada principalmente por Karl Barth y Emil Brunner, el texto bíblico no puede ser considerado revelación, por cuanto está expuesto al control del hombre. Equiparado a la revelación sería aprisionar al Espíritu de Dios -usando frase de Brunner- «entre las cubiertas de la palabra escrita».
La Biblia es digna del máximo respeto y debe ser objeto de lectura reverente, ya que Dios ha tenido a bien hablarnos a través de ella. La Biblia no es palabra de Dios, pero se convierte en palabra de Dios cuando, mediante su lectura, Dios nos hace oír su voz. Esto sucede independientemente de los errores que, según los teólogos neo-ortodoxos, contiene la Biblia.
Otras escuelas teológicas mantienen posturas semejantes. En el fondo, a pesar de sus alegatos en defensa de su distanciamiento del liberalismo racionalista, siguen imbuidos de su espíritu y comparten una actitud crítica respecto a la autoridad de la Escritura.
La razón, el rigor científico y el pragmatismo existencial deben imponerse a cualquier dogma relativo a la letra de los textos bíblicos.
Liberado el protestantismo del papa de Roma, no debe caer en la sujeción a un «papa de papel».
Pero esta postura ni expresa la opinión tradicional de la Iglesia cristiana, continuadora del pensamiento judío, ni hace justicia al propio contenido de la Escritura o a los principios de una sana lógica. Como veremos más adelante, las declaraciones de los profetas, las de Jesús y posteriormente las de sus apóstoles no dejan lugar a dudas en cuanto al concepto que la Escritura les merecía.
Sin formular de modo muy elaborado una doctrina de la inspiración, aceptan de modo implícito lo que explícitamente afirmó Pablo: «Toda Escritura es inspirada divinamente» (2 Ti. 3:16). Es la única conclusión plausible, a menos que descartemos por completo el propósito de la revelación. Si Dios tuvo a bien revelarse a lo hombres y si la Escritura era el medio más adecuado para que El contenido de tal revelación se preservara y difundiera, era de esperar que Dios asistiera a los hagiógrafos a fin de que lo que escribían expresara realmente lo que Dios había hecho, dicho o enseñado.
¿De qué utilidad sería un testimonio de la revelación deteriorado por errores, tergiversaciones, exageraciones y desfiguraciones diversas? Aun admitiendo la buena fe de los escritores sagrados, resultaría difícil una transmisión de la revelación sin cae en alguna forma de corrupción, propia de los defectos y limitaciones de todo ser humano. Sólo la acción inspiradora de Dios podía evitar tal corrupción. Como afirma Bernard Ramm, «la inspiración, es, por así decirlo, el antídoto contra la debilidad del hombre y sus intenciones pecaminosas. Es la garantía de que la palabra de la revelación especial continúa con la misma autenticidad»."

CONCEPTO DE LA INSPIRACIÓN

En opinión de muchos, aun de los más racionalistas, la Biblia constituye una obra magna y a sus autores puede atribuírseles el don de la inspiración, pero sin reconocer en ésta nada de sobrenatural.
La inspiración bajo la cual escribieron los autores del Antiguo y del Nuevo Testamento es análoga a la que mueve al poeta, al pintor o al escultor a realizar sus obras maestras. Es la inspiración de los genios. La Biblia, según esta opinión, es la monumental producción del genio religioso de Israel.
Pero el concepto cristiano de la inspiración de la Escritura es diferente y superior. Tal concepto podía resultar mucho más claro en los días apostólicos que en nuestro tiempo. El antiguo mundo helénico estaba familiarizado con los oráculos paganos. Éstos eran tenidos por inspirados en el sentido de que procedían de personas sobrenaturalmente poseídas según se creía- por un poder divino, que hablaban bajo el impulso de un aflato misterioso.
Lo que de fraudulento o demoníaco pudiera haber en aquellos oráculos no modifica el concepto de inspiración existente en la mente popular cuando Pablo declaró: que «toda Escritura es inspirada divinamente». Sus lectores, tanto judíos como griegos, entenderían perfectamente lo que quería decir: que la Escritura era la obra de hombres especialmente asistidos por el Espíritu de Dios para comunicar el mensaje de Dios.
A partir del concepto expuesto, podemos definir la inspiración de la Biblia como la acción sobrenatural de Dios en los hagiógrafos que tuvo por objeto guiarlos en sus pensamientos y en sus escritos de modo tal que éstos expresaran, verazmente y concordes con la revelación, los pensamientos, los actos y la voluntad de Dios.
Por esta razón, puede decirse que la Biblia es Palabra de Dios y, por consiguiente, suprema norma de fe y conducta. El texto de 2 Ti. 3:16, al que ya nos hemos referido, es fundamental para comprender el significado de la inspiración. El término griego usado por Pablo, theopneustos, indica literalmente que fueron producidas por el «soplo de Dios». Con ello se da a entender no sólo que los escritores fueron controlados o guiados, sino que, de alguna manera, Dios infundía a sus escritos una cualidad especial, de la que se derivaba la autoridad y la finalidad de la Escritura (e útil para enseñar, para convencer, para corregir», etc.).
Que el texto mencionado se traduzca como algunos lo han traducido (e toda Escritura divinamente inspirada es útil) no modifica esencialmente el sentido de lo que Pablo quiso expresar, y esto no era otra cosa que la convicción generalizada entre los judíos de su tiempo de que el Antiguo Testamento, en su totalidad, había sido escrito bajo la acción inspiradora de Dios. De modo gráfico y con gran acierto lo expresa G. W. H. Lampe cuando escribe: «La palabra (theopneustos) indica que Dios, de alguna manera, ha puesto en estos escritos el hálito de su propio Espíritu creativo, al modo como lo hizo cuando sopló aliento de vida en el hombre que había formado del polvo de la tierra (Gn. 2: 2).»
No menos significativo es el texto de 2 Pedro 1:20, 21, en el que categóricamente se señala la función profética del Antiguo Testamento en relación de subordinación a la acción del Espíritu Santo. De modo tan correcto como expresivo traduce la Nueva Biblia Inglesa (New English Bible) el versículo 21: «Porque no fue por antojo humano que los hombres de antaño profetizaron; hombres eran, pero, impelidos por el Espíritu Santo, hablaron las palabras de Dios.» «Impelidos» o «movidos» son términos usados para traducir el original [erámenoi, es decir «llevados», como lo es un barco de vela impulsado por el viento.
La acción divina sobre los hagiógrafos no debe entenderse en todos los casos como un fenómeno de manifestaciones psíquicas extraordinarias, tales como la visión, el trance, el sueño, audición de voces sobrenaturales, estados de éxtasis en los que el hombre es mentalmente transportado más allá de sí mismo. Podía consistir simplemente en la influencia sobre el pensamiento o en la guía divina que dirigiera la investigación y la reflexión del escritor (Comp. Lc. 1:1-3).
Tampoco debe interpretarse la inspiración en sentido mecánica, como si Dios hubiese dictado palabra por palabra cada uno de los libros de la Biblia. En este caso no habría sido necesario que Dios se valiera de hombres especialmente dotados para escribir y, como irónicamente sugería Abraham Kuyper, «cualquier alumno de enseñanza primaria que supiera escribir al dictado podría haber escrito la carta a los Romanos tan bien como el apóstol Pablo»."
La inspiración no anula ni la personalidad, ni la formación, ni el estilo de los escritos sagrados, sino que usa tales elementos como ropaje del contenido de la revelación. Los hagiógrafos pueden ser considerados como órganos humanos que Dios usa para producir la Escritura. Cada órgano conserva su particular naturaleza, lo que da como resultado una mayor variedad, belleza y eficacia al conjunto escriturístico. Este hecho ha sido ilustrado desde tiempos de los Padres de la Iglesia mediante metáforas de instrumentos musicales que suenan por el soplo del Espíritu Santo.
Lo que se ha querido significar es que el origen de la Escritura es a la vez divino y humano. «La Iglesia -escribe Bernard Rammestá obligada a confesar que la grafé es a un tiempo palabra de Dios y palabra de hombre, y debe evitar todo intento de explicar el misterio de esta unión.»
Es de suma importancia mantener equilibradamente el doble carácter de la Escritura. La exaltación desmedida de cualquiera de sus aspectos conduce a error. Pretender salvar la plena inspiración de la Biblia y lo que de divino hay en su origen anulando prácticamente su componente humano sería introducir en la bibliología una nueva forma de docetismo. La enseñanza doceta pugnaba por salvaguardar la plena divinidad de Cristo negando lo real de su humanidad. Tan equivocada como esta doctrina es la que sólo ve en la Biblia palabra de Dios y no palabra de hombres.
Pero igualmente errónea -y de consecuencias más graves- es la conclusión a que llega la crítica radical de que los textos bíblicos son producción meramente humana a la que no hay por qué atribuir elemento alguno de inspiración sobrenatural.
Según algunos teólogos, Dios puede comunicarnos algo de su verdad a través de la Biblia, pero ello no cambia el hecho de que, a causa de sus inexactitudes y falsedades, la Biblia no sea racionalmente fiable. Estos teólogos, como atinadamente observa T. Engelder, «rehúsan creer que Dios ha hecho el milagro de darnos por inspiración una Biblia infalible; pero están prestos a creer que El realiza diariamente el milagro mucho mayor de hacer a los hombres capaces de descubrir la palabra infalible de Dios en la palabra falible de los hombres».
En los sectores evangélicos conservadores se tiende al desequilibrio por el lado del énfasis en el elemento divino de la Escritura por lo que debemos ponderar objetivamente la dimensión humana de ésta. De lo contrario resultaría difícil refutar la acusación de «bibliolatría» que se hace contra los que sostienen tal énfasis.
Una posición intermedia es la de quienes admiten la existencia de una revelación especial, pero ven en la humanidad de la Escritura una causa de pérdida parcial y alteración de aquélla dado que las características humanas condicionan lo escrito de ta] manera .que la es posible discernir en su texto la verdad de Dios.
B. Warfield Ilustró y refutó este punto de vista con excepcional lucidez: «Como la luz que pasa a través de los cristales coloreados de una catedral se nos dice, es luz del cielo, pero resulta teñida por la coloración del cristal, así cualquier palabra de Dios que pasa por la. mente y ~l alma de un hombre queda descolorida por la personalidad mediante la cual es dada, yen la medida en que esto sucede deja de ser la pura palabra de Dios.
Pero ¿qué si esa personalidad ha Sido formada por Dios mismo con el propósito concreto de impartir a la palabra comunicada a través de ella el colorido que le da? ¿Qué si los colores de los ventanales han sido ideados por el arquitecto con el fin específico de dar a la luz que penetra en la catedral precisamente la tonalidad y la calidad que recibía de ellos?
Cuando pensamos en Dios el Señor dando por su Espíritu unas Escrituras autoritativas a su pueblo, hemos de recordar que El es el Dios de la providencia y de la gracia como lo es de la revelación y de la inspiración, y que Él tiene todos los hilos de la preparación tan plenamente bajo su dirección como la operación específica que técnicamente denominamos en el sentido estricto, con el nombre de "inspiración»
Frecuentemente se usa la analogía entre Cristo, en su doble naturaleza divina y humana, y la Biblia. En la encarnación de Cristo, la Palabra se hizo carne; en la Biblia, la Palabra se hizo escritura.
Pero uno de los principales aspectos de la encarnación del Verbo de Dios es precisamente el de la humillación con sus limitaciones.
El Hijo realizaría su obra de revelación y redención en un plano de servidumbre. Sin embargo, conviene proceder con cautela establecer el paralelo entre encarnación e «inscripturación », a fin de no racionalizar excesivamente el misterio de la Escritura.
Las reservas al respecto de teólogos como B. Warfield, J. Packer y G. C. Berkouwer no Son injustificadas.
Reconocida la concurrencia de ambos factores en la Escritura el divino y el humano, hemos de admitir este último en su naturaleza real, no idealizada. Los hagiógrafos no se expresaron en lenguaje divino o angélico, sino en lenguaje de hombres, en el lenguaje propio de cada lugar, época, costumbres y demás circunstancias que sus libros fueron escritos, con todas las limitaciones debilidades inherentes a toda forma de lenguaje: No obstante estas debilidades Y limitaciones no menguan la riqueza de la revelación que la Escritura entraña en la cualidad de su Inspiración divina Que la Escritura llegue a nosotros como sierva no quiere decir que sea una sierva maniatada por la ambigüedad y, la certidumbre.
Por el contrario, a pesar de su humana condición no deja de ser el instrumento escogido para hacer llegar a nosotros con toda autoridad la palabra de Dios. La Sierva es humilde, sí; pero cumple cabalmente el servicio que le ha sido asignado por su Señor. La humanidad de la Biblia plantea problemas de interpretación, pero no de credibilidad.
A lo largo de sus páginas, se suceden las más duras denuncias contra los falsos :profetas. Toda Invención o toda tergiversación del mensaje divino es condena enérgicamente (Dt. 13: 1-5; 18: 20; Jer. 14: 15; 28: 5-17; Zac. 10. 2,3, 13: 3; Mt. 7: 22, 23; Gá. 1:6-9; 2 P. 2: 1-3;. Ap. 22:18, 19). Podernos, pues tener la seguridad de que los escritores sagrados fueron fieles transmisores del mensaje divino. Las dificultades exegéticas con que a menudo tropezamos en los textos bíblicos no afectarán la integridad moral de los escritores ni a la fidedignidad de sus escritos.

CRISTO Y LA ESCRITURA

Para el cristiano, la opinión de Cristo sobre cualquier cuestión es, lógicamente, decisiva. y es evidente. que la autoridad de la Escritura, derivada de su inspiración divina, fue reiteradamente reconocida por Jesús.
Con respecto al Antiguo Testamento, Jesús pone su sello e aprobación sobre todas sus partes al reconocer su normatividad, con vigencia en su propia Vida y en sus enseñanzas Con el «Escrito está» rechaza las tentaciones del diablo. Con la misma frase u otras análogas, refuta las objeciones de sus adversarios y ratifica los principios éticos que han de regir la Vida rumana. Así mismo hace aflorar el abundante testimonio que de El mismo dan. Los libros del Antiguo Testamento. Tanto un ministerio de predicación como sus obras milagrosas los rechazaba en cumplimiento de lo que estaba escrito.
Si en algún momento parece que Jesús no sigue lo preceptuado en el Antiguo Testamento (Comp. Mt. 5: 21 :44), antes ha dejado bien sentado que el propósito de su venida al mundo no es abrogar la ley o los profetas. No ha venido para anular, Sino para cumplir (Mt. 5:17-19). Las aparentes modificaciones de las enseñanzas veterotestamentarias eran más bien una elevación de las mismas a un plano superior.
Jesús superaba la letra de la ley para penetrar en la interioridad viva de los pensamientos, los sentimientos y las intenciones del hombre. En algún caso (la cuestión del divorcio, por ejemplo), la discrepancia de Jesús con lo prescrito en el Antiguo Testamento no hace sino poner de relieve la firmeza de los fundamentos morales revelados desde el principio, así como las vicisitudes de la revelación en el seno de una sociedad caracterizada por la dureza de corazón.
Las normas Mosaicas que regulaban el divorcio (lo mismo podría decirse de las relativas a la esclavitud) no significaban que Dios lo aprobaba. Reflejan simplemente la intervención divina para mitigar en lo posible los males causados por el pecado humano. Pero el advenimiento de Jesús abre plenamente las perspectivas del Reino de Dios; yen este Reino ya no caben concesiones de desorden moral. Sus principios éticos son absolutos.
Esto es lo que Jesús quería decir, y de este modo, lejos de vulnerar la autoridad del Antiguo Testamento, la confirmaba a la par que depuraba su interpretación. Esa confirmación se apoyaba en el reconocimiento del elemento divino de la Escritura. Si para El «la ley y los profetas» han de permanecer esencialmente inalterables «hasta que pasen el cielo y la tierra» (Mt. 5:18) es porque equipara la Escritura con la Palabra de Dios que «permanece para siempre» (Is. 40:8).
Lo incuestionable de esta postura de Jesús es reconocido aun por críticos poco conservadores. Según indicación de Kenneth Kantzer, el profesor H. J. Cadbury, de la universidad de Harvard, declaró en cierta ocasión que estaba mucho más seguro de que Jesús compartía la idea judía de una Biblia infalible que de la creencia de Jesús en su propia mesianidad; Adolf Harnack, el más destacado historiador de la iglesia en tiempos modernos, insiste en que Cristo, con sus apóstoles, con los judíos y con toda la Iglesia primitiva, expresa su completa adhesión a la autoridad infalible de la Biblia; y Bultmann reconoce que Jesús aceptó enteramente el punto de vista de su tiempo respecto a la plena inspiración y autoridad de la Escritura."
Más recientemente Peter Stuhlmacher ha escrito: «La enseñanza de la inspiración de la Escritura no es aportada a la Biblia por la Iglesia en tiempos posteriores, sino que se halla en la Biblia misma y en su correspondiente visión».
No faltan quienes objetan que Jesús, en sus declaraciones relativas a la Escritura, como en otras cuestiones, se adaptaba a las ideas de su tiempo, aunque éstas no se ajustaran a la realidad ni a lo que Él pensaba íntimamente. Pero esta hipótesis, como asevera Lean Morris, «no puede mantenerse tras un examen seno.
No explica por qué Jesús apeló a la Biblia cuando fue personalmente tentado. No explica por qué citó la Escritura cuando moría en la cruz. En aquellos momentos, su empleo de las palabras familiares de la Biblia sólo podía deberse a que significaban mucho para Él, y no para causar una impresión favorable en los creyentes.
Se da el caso, además, de que Jesús no se distinguió nunca por adaptarse a creencias con las cuales no establece acuerdo Sus ataques contra los fariseos lo demuestran. Asimismo, Jesús repudiaba las ideas mesiánicas, nacionalistas tan populares en su tiempo. La realidad es que seria difícil hallar un solo caso claro en que Jesús se hubiera acomodado a las Ideas normalmente aceptadas en cualquier esfera».
Hemos de añadir que Jesús no sólo corrobora la autoridad del Antiguo Testamento. Implícitamente sitúa en el mismo plano el testimonio apostólico, esencia de los libros del Nuevo Testamento.
Era consciente de que su magisterio habría de ser completado por la acción del Espíritu Santo a través de los apóstoles (Jn. 15: 12-15; 14: 25,26). Ellos serían, además de sus testigos, los intérpretes de su palabra. Por eso fueron considerados desde el principio «fundamento» de la Iglesia (Ef. 2:20). Sus palabras, inspiradas por el Espíritu Santo, eran consideradas como palabra de Dios (l CA. 2: 13; 1 Ts. 2: 13). Y si esto podía decirse de sus mensajes orales, no hay motivo por el que no se hubiera de reconocer el mismo hecho en sus escritos.
Las razones que existieron para plasmar por escrito la revelación anterior a Cristo subsistían para fijar, también mediante escritura inspirada, el testimonio y las enseñanzas de los apóstoles y sus colaboradores. Solo así la tradición original permanecería libre de corrupción en el correr de los siglos.
Es interesante notar que dos de los más grandes apóstoles, con toda naturalidad, colocan escritos del Nuevo Testamento en pie de igualdad con los del Antiguo. Pablo cita como texto d~ la Escritura palabras de Jesús registradas por Lucas (Lc. 10: 7) Junto a un texto de Deuteronomio (1 Ti. 5: 18), mientras que Pedro como vimos- equipara «todas» las epístolas de Pablo con «las demás Escrituras» (2 P. 3: 16). Al comparar el Nuevo Testamento con el Antiguo, se observa cómo ambos se complementan admirablemente en tomo a su centro: Cristo. Y en ambos se percibe. a través del lenguaje humano, el hálito del Espíritu de Dios.

INFALIBILIDAD E «INERRANCÍA»

Ambos conceptos, aplicados a la Escritura, son ampliamente aceptados con las debidas matizaciones. Ambos se desprenden lógicamente de la inspiración de la Escritura. Sin embargo, los términos son teológicos más que bíblicos. Por este motivo, hemos de ser cautos en toda formulación dogmática respecto a estas características de la Biblia.
La etimología de «infalibilidad» nos ayuda a precisar su significado. Falibilidad se deriva del latín fallere, que quiere decir engañar, inducir a error, o bien ser infiel, no cumplir, traicionar.
En este sentido, puede decirse que la Biblia es infalible, que no induce a error y que no traiciona el propósito con el cual Dios la inspiró. Si así no fuese, la Escritura, como instrumento de comunicación de la revelación de Dios, carecería de valor.

LA INERRANCIA NEOLOGISMO TEOLÓGICO INDICA LA AUSENCIA DE ERROR EN LOS LIBROS DE LA BIBLIA.

Pero ¿qué amplitud debe darse a estos conceptos? La tendencia más generalizada en credos y declaraciones de fe ha sido la de aceptar la infalibilidad de la Escritura en todo lo concerniente a cuestiones de fe y conducta, mientras que la inerrancia se ha aplicado especialmente a los hechos históricos en su relación con la obra redentora.
Más allá de estas posiciones, ha habido quienes han defendido la inerrancia llevándola a extremos innecesarios, afirmando con vehemencia que en la Biblia no existe ninguna clase de error, ni siquiera los derivados de equivocaciones de los copistas, y soslayando cualquier problema que el texto pudiera plantear o sugiriendo soluciones poco convincentes.
En sentido opuesto, tampoco han faltado quienes sólo han reconocido fidedignidad a la Escritura en lo tocante a materias doctrinales y éticas, a la par que han negado la inerrancia en lo tocante a relatos históricos. Huelga decir que ambas posturas adolecen de inconvenientes. La primera, de una falta de objetividad; la segunda, de un exceso de subjetividad.
Al hablar de infalibilidad e inerrancia, no podemos perder de vista que la finalidad de la Escritura no es proveemos de una enciclopedia a la cual recurrir en busca de información sobre cualquier tema. Ninguno de sus libros fue escrito para ser usado como texto para aprender cosmología, biología, antropología o incluso historia en un sentido científico. Lo que Agustín de Hipona dijo acerca del Espíritu Santo podría aplicarse a la Escritura: no nos ha sido dada para instruimos acerca del sol y de la luna; el Señor quería cristianos, no matemáticos ni científicos.
La revelación, y por consiguiente la Escritura, tiene por objeto dar al hombre el conocimiento que necesita de Dios, de sí mismo y de su salvación entendida ésta en sus dimensiones individual y social, temporal y eterna, la gran preocupación del Espíritu Santo valga la expresión al inspirar a los escritores sagrados no era controlar su firma de escribir a fin de no escandalizar a los científicos e historiadores de épocas posteriores, sino guiarlos en su testimonio de los grandes hechos salvíficos y en la fiel expresión de lo que se les había revelado.
En cuanto al modo de ~scri.bir, sería absurdo. Pensar que lo hubieran hecho en lenguaje diferente del propio de su tiempo. Como subraya Ramm, «al Juzgar la inerrancia de la Escritura, hemos de hacerlo de acuerdo .con.las costumbres,. Reglas y pautas de las épocas en que los vanos libros fueron escritos y no según una noción un tanto abstracta o artificial de la inerrancia».
Cuando aplicamos este principio, muchos problemas que pudieran comprometer la inerrancia desaparecen. Se desvanecen, por ejemplo, las supuestas divergencias entre la Biblia, y la Ciencia.
El escritor describe los fenómenos del universo según las apariencias sensoriales, sin pretender jamás impartir una enseñanza científica, Y siguiendo -como se hace aún hoy popularmente en los modos de expresión comunes en su tiempo. Decir que el sol «sale» o «se pone» no es darle la razón a Ptolomeo y quitársela a Copérnico Son frases del lenguaje común que los propios científicos usan fuera de su ámbito profesional.
Atribuir funciones psicológicas a determinados órganos o partes del cuerpo (riñones, corazón, huesos, entrañas, etc.) es frecuente en el Antiguo Testamento. Desde el punto. de Vista científico, esto sería un dislate. Pero los hagiógrafos se limitaban a usar las formas de expresión usuales en sus días para referirse al asiento de las emociones y de la conciencia.
Esta peculiaridad del lenguaje fenoménico -popular, no científico- debe ser tenida muy en cuenta por el exegeta. Es un servicio muy pobre el que se presta a la doctrina de. la inspiración de la Escritura cuando en algunos textos del Antiguo Testamento, aislados de su contexto, se ven sensacionales declaraciones concedentes con descubrimientos o logros posteriores de la Ciencia.
Citando una vez más a Ramm, «el intérprete esmerado no tratará de hallar el automóvil en Nahúm 1, el avión en Isaías 60, la teoría atómica en Hebreos 11:3 o la energía atómica en 2 Pedro 3. Todos esos esfuerzos por extraer de la Escritura teorías científicas modernas hacen más daño que bien»."
Asimismo conviene tomar en consideración que el concepto antiguo de narración histórica no correspondía al de nuestro tiempo ni implicaba el mismo rigor científico. Ello nos ayuda a entender la presencia en el texto bíblico de algunas posibles «inexactitudes» de poca monta que en modo alguno comprometen la veracidad esencial del relato y menos aún el valor de su enseñanza.
No podemos olvidar que los hagiógrafos, cuando escribían historia, no lo hacían como simples cronistas, sino con una finalidad eminentemente didáctica. Sus escritos son, más que un tratado de historia, una teología de la historia. Es de destacar, sin embargo, que la libertad con que los escritores de la Biblia especialmente del Antiguo Testamento trataban los hechos históricos se mantenía dentro de los límites de la veracidad básica, como lo han demostrado repetidamente los descubrimientos arqueológicos.
Tampoco los textos que pudiéramos considerar documentales, como las genealogías, revisten la exactitud que cabría esperar de un documento notarial o de una certificación del registro civil en nuestros días. La lista genealógica de Mateo 1 contiene «errores» si como tales interpretamos la omisión de algunos nombres. Pero la estructura de la mencionada genealogía, dividida en tres grupos de catorce generaciones cada uno (Mt. 1: 17), evidencia un propósito que no era precisamente el de reproducir meticulosamente una línea genealógica completa.
Un ejemplo más, entre otros que podríamos citar. Marcos empieza su evangelio (Mr. 1:2) con una doble cita. La primera es tomada del libro de Malaquías; la segunda, de Isaías. Pero Marcos atribuye ambas a Isaías. Aquí el «error» parece clarísimo; pero se desvanece si tenemos presente la práctica normal entre los judíos de citar textos de varios profetas bajo el nombre del principal de ellos.
Por supuesto, no todos los problemas relativos a la inerrancia de la Escritura son tan fáciles de resolver. Algunos siguen esperando soluciones realmente satisfactorias. Pero las dificultades que subsisten en torno a determinados textos no afectan a la fidedignidad de que se ha hecho acreedora la Escritura en su conjunto.
No son suficientes, ni en número ni en naturaleza, para devaluar la veracidad de la Biblia hasta el punto de reducirla a una colección de escritos humanos plagados de errores, mitos, leyendas y contradicciones.

LO PERMANENTE Y LO TEMPORAL DE LA ESCRITURA

Una cuestión importante al interpretar la Biblia es la determinación de aquello que tiene un carácter invariable y general y lo que sólo fue transitorio o particular. Atribuir a todos los textos indiscriminadamente una vigencia perenne nos llevaría a grandes errores, a veces graves por sus derivaciones ético-sociales e incluso espirituales.
Puede servimos de ilustración lo prescrito en el Antiguo Testamento sobre la esclavitud. En su día, la legislación mosaica podía considerarse de las más avanzadas, pues no sólo suavizaba aquella lacra social, sino que tendía a eliminarla. Pero pretender una prolongación indefinida de aquella normativa sería una aberración, ya que las disposiciones legales del Pentateuco respondían a la necesidad de una situación en una época concreta de la historia, no a la voluntad de Dios. Modificada aquella situación, podían variarse las leyes y suprimir la esclavitud, de acuerdo con los principios morales de la revelación, los cuales ensalzan la dignidad de todo ser humano como portador de la imagen de Dios.
Tristemente, la falta de discernimiento entre lo temporal y lo permanente llevó a algunos cristianos a defender la esclavitud hasta el siglo XIX apoyándose en la Biblia.
Algo análogo acontece aún hoy en lo concerniente a la discriminación racial. No faltan quienes opinan que los negros están condenados a un estado de inferioridad y servidumbre perpetuas, basándose en una interpretación tan forzada como inhumana de la maldición recaída sobre Cam, hijo de Noé (Gn. 9:22-25).
En todo cuanto se refiere a materia legislativa, debe tenerse en cuenta que las normas dadas a Israel en el Pentateuco estaban enmarcadas en un tipo concreto de sociedad civil, condicionada en parte por los usos y costumbres de los pueblos vecinos. Sólo así aquilataremos adecuadamente la elevación moral y los acendrados principios de justicia que informaron las leyes civiles israelitas muy superiores a los códigos de otros pueblos de aquella época relativas a la propiedad, los préstamos, las relaciones sexuales y el matrimonio, el trabajo, la opresión, el hurto, la administración de justicia, la violencia, el infanticidio (asociado a prácticas idolátricas), la esclavitud, la higiene, etc.
Pero sería absurdo pensar que todas aquellas leyes han de seguir vigentes hoy en la sociedad de nuestro mundo occidental. John Bright se pregunta: «¿Cómo podríamos obedecerlas? En casos de supuesto adulterio, ¿exigiríamos a una mujer que demostrase su inocencia ingiriendo una pócima malsana, como se preceptúa en Nm. 5: 11-31? ¿Habríamos de establecer ciudades de refugio para que los homicidas involuntarios pudieran hallar asilo en ellas, como se ordena en Nm. 35, Dt. 19:1-13, etc.? Hacer la pregunta ya es contestarla. ¡Evidentemente no! Esas leyes corresponden a una sociedad antigua completamente distinta de la nuestra; aceptarlas y tratar de aplicarlas en nuestra sociedad compleja sería totalmente ridiculous”
Aun el lector superficial de la Biblia advierte que prácticamente todo el ritual prescrito en el Pentateuco y ratificado en otros libros del Antiguo Testamento había de ser abolido. Sus elementos (tabernáculo, sacerdocio y sacrificios) tenían un carácter simbólico.
Prefiguraban la persona y la obra de Cristo. Lógicamente, al llegar la realidad prefigurada por aquellos símbolos, no había razón para su permanencia, como enfáticamente asevera el autor de la carta a los Hebreos (véase especialmente He. 8:3-7, 13; 10:1-9).
Pero los símbolos son testimonio expresivo de las verdades perennes de la santidad de Dios, la pecaminosidad del hombre, la expiación del pecado por el sacrificio para la reconciliación y la comunión con Dios y la rectitud de vida para mantener esa comunión.
En el Nuevo Testamento también hallamos textos a los que no puede atribuirse un carácter general. Hagamos uso de un ejemplo.
La orden dada por Jesús al joven rico (Mr. 10:17-22), extendida a todos los seguidores de Cristo y literalmente cumplida, acarrearía a la iglesia grandes dificultades y resolvería muy pocos problemas, aunque, por supuesto, la esencia de aquel mandato de Jesús, es decir, la necesidad de renunciar a cuanto pueda impedirnos seguirle, sí tiene un alcance general y permanente.
Otro ejemplo nos lo ofrece el decreto apostólico de Hechos 15.
En él se impone, junto a la prohibición de la fornicación -de carácter perenne- la abstención de comer sangre o animales no degollados y carne sacrificada a los ídolos, lo que escandalizaba a los judíos. Se comprende que esto se incluyera en unas normas cuyo objeto era salvar a la Iglesia cristiana de la escisión en los días apostólicos. Pero sería caer en un literalismo desmesurado aplicar lo decidido en el concilio de Jerusalén para seguir manteniendo la prohibición de comer sangre cuando el problema que originó ta medida había dejado de existir.
Sin embargo, detrás de lo temporal, en el decreto de aquel primer concilio cristiano descubrimos el principio del amor, que implica comprensión, tolerancia, abnegación, y que debe regir la vida de la Iglesia en todos los tiempos.
Cómo distinguir lo permanente de lo temporal es cuestión que sólo puede decidirse aplicando las normas hermenéuticas. Pero en líneas generales ya podemos adelantar que ha de considerarse permanente cuanto tiene apoyo en la Biblia por encima de circunstancias cambiantes, y temporal aquello que más que a los principios básicos de la Escritura responde y corresponde a situaciones concretas, particulares y pasajeras, dadas en un lugar y en un tiempo determinados.
En e deslinde de estos dos elementos -lo perenne y lo transitorio es, por supuesto, necesario extremar la precaución para no ceder a la influencia del relativismo y al enfoque existencialista con que a menudo se pretende hoy interpretar los textos bíblicos.
Lo que en la Biblia aparece con toda claridad corno verdad o corno norma perdurable no debe nunca ser anulado, desdibujado o debilitado bajo la presión de prejuicios contemporáneos. Las voces de los tiempos jamás deben desfigurar la Palabra eterna de Dios.

LO ESENCIAL Y LO SECUNDARIO

Corno hemos visto, tenernos razones para creer que «toda Escritura es inspirada divinamente» y que, por consiguiente, toda Escritura es «útil». Pero esto no significa que todos sus textos sean igualmente importantes. El pacto de Abraham con Abimelec, por ejemplo, no puede compararse en trascendencia con el pacto de Dios con Abraham. El rescate de Lot no tiene la misma magnitud que la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto.
Las leyes ceremoniales del Pentateuco no alcanzan la altura incomparable del decálogo, como el salmo 150 no puede parangonarse con el 23, el 51 o el 103. No tiene la misma riqueza de significado la lista de los valientes de David que la de los doce apóstoles, ni puede equipararse en significación la muerte de Jacob con la muerte y resurrección de Jesús.
Lo que Pablo enseña sobre las ofrendas en sus cartas a los corintios es bello y provechoso, pero no reviste la importancia del monumental capítulo 15 de la primera de esas cartas. Los saludos del capítulo 16 de la epístola a los Romanos llenan una página rebosante de delicadeza cristiana, pero carecen de la riqueza doctrinal y práctica de los capítulos precedentes. La parusía de Cristo, la resurrección, el juicio, los cielos nuevos y la tierra nueva son de más entidad que los detalles escatológicos. Por eso podernos hablar de lo esencial y lo secundario, de lo central y lo periférico en la Escritura.
No sólo podemos, sino que debernos tornar en consideración los diferentes grados de importancia de los textos bíblicos, destacando lo esencial corno básico para una visión global adecuada de la Escritura y para su correcta interpretación. A ningún pasaje se le ruede atribuir un significado contrario al contenido fundamenta de la Biblia. Puede haber un margen de libertad lo que no quiere decir arbitrariedad en la interpretación de textos relativos a puntos periféricos de la revelación. Pero el núcleo esencial de la Escritura, por su claridad, por su solidez, por ser el fundamento de nuestra fe, debe ser expuesto y mantenido con el relieve y la integridad que le corresponden.
Ese núcleo de la Escritura es el que aparece a lo largo de toda la historia de la salvación. En él hallarnos unas constantes que surgen ya en los primeros capítulos del Génesis y se prolongan hasta el Apocalipsis: la soberanía del Dios .creador en la grandiosidad de sus atributos, el hombre creado a Imagen de Dios, la ruina acarreada al hombre y su entorno a causa de la caída en el pecado, la providencia amorosa de Dios a pesar de la rebeldía humana, la acción reveladora y redentora de Dios que tiene su cima en Jesucristo con quien irrumpe el Reino de Dios en el mundo la expiación del pecado mediante el sacrificio de la cruz, el progreso de la historia hacia la vitoria final de Cri.sto sobre todas las fuerzas demoniacas que dominan a la humanidad, la consumación del Reino y de una nueva creación.
Hemos de insistir en que la superior entidad de estos puntos de la revelación no merman el valor que tienen los restantes. Menos podernos pensar que sólo lo esencial es inspirado y que carece de inspiración lo secundario. Esto fácilmente nos conduciría a la tendría del «canon dentro del canon», tan distante del concepto que Cristo y los apóstoles teman de la totalidad de la Escritura. No podernos acercarnos a la Biblia en busca de un núcleo de verdad divina como quien busca grano entre la paja con la idea de que el grano debe ser retenido mientras que la paja puede ser excluida e incluso quemada.
Como vimos, la Escritura es un organismo vivo, ninguna parte del cual puede ser mutilada. Y así corno en el cuerpo hay unos órganos más importantes que otros y unas partes más indispensables que otras, pero todos desempeñan una función útil, del mismo modo todas las porciones de la Escritura responden al propósito divino que determinó su inspiración. A través de todas y cada una de ellas llega a nosotros la Palabra de Dios, ante la cual sólo cabe una actitud de reverencia y sumisión.

PUNTOS CLAROS Y PUNTOS OSCUROS

Paralelamente a lo dicho sobre lo esencial y lo secundario en la Escritura, podernos referirnos al hecho innegable de que no todas las partes de la Biblia presentan idéntica diafanidad. Tanto los eventos más sobresalientes en la historia de la salvación corno las verdades básicas relativas a Dios y a su obra redentora aparecen en la revelación con claridad, aunque no con simplicidad y a pesar de que exijan --corno vimos en el capítulo anterior una exégesis esmerada de los textos.
En el estudio de la Escritura llegarnos a ver con transparencia los atributos de Dios que presiden las obras de Dios, así corno los principios morales y religiosos que deben regir la conducta humana.
Resulta claro el significado de la muerte de Cristo y la salvación del pecador por la gracia de Dios en virtud de la obra expiatoria consumada en el Calvario y mediante la fe. Claro es asimismo lo que concierne a la naturaleza y misión de la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, o lo relativo a la segunda venida de Cristo en majestad gloriosa. Podríamos citar otros puntos importantes igualmente caracterizados por la perspicuidad con que aparecen ante nosotros. El material bíblico sobre el que descansan es tan abundante e iluminador que, a pesar de las dificultades naturales para comprender algunos de ellos, resultan realmente diáfanos. Cualquier oscuridad procederá no del testimonio de la Escritura, sino de prejuicios filosóficos.

PERO NO PUEDE DECIRSE LO MISMO DE TODO EL CONTENIDO DE LA BIBLIA.

El principio de 01. 29:29 (e Las cosas secretas pertenecen a Yahvéh nuestro Dios, mas las reveladas son para nosotros») no zanja de modo simplista todos los problemas epistemológicos. No sitúa automáticamente todas las cuestiones relativas a conocimiento en dos zonas: la secreta, reservada exclusivamente a Dios, y la de la revelación, en la que todo se nos muestra con claridad radiante. En esta segunda zona hay puntos menos iluminados que otros; están envueltos en la penumbra y en ella permanecerán.
Mencionamos unos pocos ejemplos en forma de preguntas: ¿Cómo se produjo la caída de Satanás y sus huestes? ¿En qué consistió el «descenso de Cristo a los infiernos»? ¿Existe una distinción esencial entre alma y espíritu? ¿Cómo armonizar las limitaciones de la encarnación de Cristo con la conservación de sus atributos divinos? ¿Es posible ordenar la escatología en sus detalles de modo que podamos llegar a determinar minuciosamente todos los hechos relacionados con la parusía del Señor?
Obsérvese que ninguno de los puntos más o menos oscuros de la revelación bíblica es fundamental. Y aunque el estudiante de la Biblia hará bien en esforzarse por tener la mayor luz posible sobre todos los textos difíciles, obrará mejor si a lo largo de su investigación y aun al final de ella mantiene una sana reserva en cuanto a sus conclusiones, una reserva emparejada con el respeto a las opiniones diferentes de otros cristianos igualmente amantes de la Palabra de Dios.
Un reconocimiento sincero de la realidad respecto a los problemas planteados en las regiones sombrías de la revelación libraría a la Iglesia cristiana de controversias tan acaloradas como estériles, en las que suele primar el prejuicio teológico por encima de una exégesis objetiva e imparcial.
La teología tiene un lugar en la interpretación bíblica, pero como veremos más adelante- un abuso en la sistematización teológica puede bloquear fatalmente el camino hermenéutico. El exegeta no tiene por qué divorciarse del teólogo, pero tampoco debe hacerse su esclavo. Donde halle claridad, dará gracias a Dios por la luz. Pero cuando llegue a lugares oscuros, se guardará de encender su propia linterna a fin de iluminar lo que Dios, en su soberanía sabia, decidió dejar en la nebulosidad.
Aun el más erudito en cuestiones bíblicas reconocerá que la Escritura no nos ha sido dada para tratarla como si fuese un gigantesco crucigrama en el que aun los detalles más insignificantes encajarán perfectamente en una solución a la medida de nuestra curiosidad. Es cierto, del todo cierto, que el conjunto de la Escritura muestra en la interrelación de todas sus partes una coherencia, una unidad y una fuerza comunicativa del mensaje de Dios realmente maravillosas.
Pero no es menos cierto que respecto a determinadas cuestiones secundarias presenta algunos cabos sin atar. A este hecho no siempre se conforma el teólogo, tan dado a ligarlo todo sólidamente en su afán sistematizador. El intérprete de la Biblia ha de recordar a menudo, y con humildad, que sólo «en parte conocemos y en parte profetizamos» (l Co. 13:9).
La vastedad del tema de la Escritura nos impide entrar en otras consideraciones acerca del mismo; pero lo expuesto puede ayudarnos a entender la especial naturaleza de la Biblia, requisito preliminar e indispensable para su interpretación.

CUESTIONARIO

1. ¿Qué valor tiene el testimonio de la propia Escritura acerca de su origen divino?
2. ¿Por qué ha sido necesaria una revelación especial de Dios?
3. ¿Cómo debemos entender el concepto de «inspiración» aplicado a la Biblia?
4. ¿Cuáles son los errores más frecuentes relativos a la inspiración?
5. ¿En qué sentido debe interpretarse la «humanidad» de la Escritura y qué extremos deben evitarse?
6. Cítense dos ejemplos que no aparezcan en el capitulo estudiado- de pasajes bíblicos con carácter permanente y otros dos de textos cuyo contenido sea de carácter temporal.

¿CUÁLES SON LAS DIFERELTTES FORMAS DE LA PALABRA DE DIOS?

CAPITULO 1

EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
¿Qué se quiere decir con la frase «la Palabra de Dios»? En realidad, hay diferentes significados que esa frase toma en la Biblia. Es útil distinguir estos diferentes sentidos desde el principio de este estudio.

A. «EL VERBO DE DIOS» COMO PERSONA: JESUCRISTO.

A veces la Biblia se refiere al Hijo de Dios corno «el Verbo de Dios». En Apocalipsis 19:13 Juan ve al Señor Jesús resucitado en 1::1 cielo y dice: «y su nombre es "el Verbo de Dios"». De modo similar, al principio el Evangelio de Juan leemos: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios) (Gen 1: 1).
Es claro que Juan aquí está hablando del Hijo de Dios, porque en el versículo 14 dice: «y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre)). Estos versículos (y tal vez 1ª Jn 1: 1) son los únicos casos en que la Biblia se refiere al Hijo de Dios como «el Verbo) o «el Verbo de Dios)), así que este uso no es común.
Pero sí indica que entre los miembros de la Trinidad es especialmente Dios Hijo quién en su persona tanto como en sus palabras tiene el papel de comunicarnos el carácter de Dios y expresarnos la voluntad de Dios.

B. (LA PALABRA DE DIOS) COMO DISCURSO DE DIOS.

1. DECRETOS DE DIOS.
A veces las palabras de Dios toman forma de poderosos decretos que hacen que sucedan eventos o incluso hacen que las cosas lleguen a existir.
«Y dijo Dios: "¡Que exista la luz!" Y la luz llegó a existir) (Gen 1:3). Dios incluso creó el mundo animal mediante su poderosa palabra: «y dijo Dios: «¡Que produzca la tierra seres vivientes: animales domésticos, animales salvajes, y reptiles, según su especie!) (Gen 1:24). Así, el salmista puede decir: «Por la palabra del Señor fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estrellas) (Sal 33:6).
A estas palabras poderosas y creativas de Dios a menudo se les llama los decretos de Dios. Un decreto de Dios es una palabra de Dios que hace que algo suceda.
Estos decretos de Dios incluyen no sólo los eventos de la creación original sino también la existencia continuada de las cosas, porque Hebreos 1: 3 nos dice que Cristo continuamente es «el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa).
2. PALABRAS DE DIOS DE COMUNICACIÓN PERSONAL.
A veces Dios se comunica con personas en la tierra hablándoles directamente. A estas se les puede llamar palabras de Dios de comunicación personal. Se hallan ejemplos en toda la Biblia.
Al mismo principio de la creación Dios habla con Adán: «y le dio este mandato: "Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás"» (Gen 2: 16-17).
Después del pecado de Adán y Eva, Dios todavía viene y habla directa y personalmente con ellos en las palabras de la maldición (Gen 3: 16-19). Otro ejemplo prominente de la comunicación directa personal de Dios con las personas en la tierra se halla en el otorgamiento de los Diez Mandamientos: «Dios habló, y dio a conocer todos estos mandamientos: «Yo soy el Señor tu Dios.
Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo. No tengas otros dioses además de mi» (Ex 20: 1-3).
En el Nuevo Testamento, en el bautismo de Jesús, Dios Padre habló con una voz del cielo, diciendo: «Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él» (Mt 3: 17).
En estas y otras varias ocasiones en donde Dios pronunció palabras de comunicación personal a individuos fue claro para los que las oyeron que eran de veras palabras de Dios: estaban oyendo la misma voz de Dios, y por consiguiente estaban oyendo palabras que tenían autoridad divina absoluta y eran absolutamente dignas de confianza. No creer o desobedecer alguna de esas palabras habría sido no creer o desobedecer a Dios, y por consiguiente había sido pecado.
Aunque las palabras de Dios de comunicación personal siempre se ven en la Biblia como palabras reales de Dios, también son palabras «humanas» porque son pronunciadas en un lenguaje humano ordinario que es entendible de inmediato. El hecho de que estas palabras se digan en lenguaje humano no limita su carácter o autoridad divinos de ninguna manera; siguen siendo enteramente las palabras de Dios, dichas por la voz de Dios mismo.
Algunos teólogos han aducido que puesto que el lenguaje humano siempre es en cierto sentido «imperfecto», cualquier mensaje que Dios nos dirige en lenguaje humano también debe ser limitado en su autoridad o veracidad. Pero estos pasajes y muchos otros que registran casos de palabras de Dios de comunicación personal a individuos no dan indicación de ninguna limitación de autoridad o veracidad de las palabras de Dios porque fueran dichas en lenguaje humano.
La verdad es muy al contrario, porque las palabras siempre ponen una obligación absoluta sobre los oyentes para creerlas y obedecerlas completamente. No creer o desobedecer alguna parte de ellas es no creer o desobedecer a Dios mismo.
3. PALABRAS DE DIOS COMO DISCURSO PRONUNCIADAS POR LABIOS HUMANOS.
Frecuentemente en la Biblia Dios levanta profetas por medio de los cuales habla. De nuevo, es evidente que aunque son palabras humanas, dichas en lenguaje humano ordinario por seres humanos ordinarios, la autoridad y veracidad de estas palabras de ninguna manera queda disminuida; siguen siendo también palabras de Dios.
En Deuteronomio 18 Dios le dijo a Moisés: Por eso levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si alguien no Presta oído a las palabras que el profeta proclame en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas. Pero el profeta que se atreva a hablar en mi nombre y diga algo que yo no le haya mandado decir, morirá. La misma suerte correrá el profeta que hable en nombre de otros dioses (Dt. 18: 18-20).
Dios hizo una afirmación similar a Jeremías: «He puesto en tu boca mis palabras» (Jer 1: 9). Dios le dice a Jeremías: «Vas a decir todo lo que yo te ordene» Jer 1: 7; véanse también Ex 4: 12; Nm 22: 38; 1ª S 15:3, 18, 23; 1ª R 20:36; 2ª Cr 20: 20; 25: 15-16; Is 30: 12-14; Jer 6: 10-12; 36: 29-31;).
A cualquiera que aducía hablar por el Señor pero no había recibido un mensaje de él se le castigaba severamente (Ez 13:1-7; Dt 18: 20-22).
Así que las palabras de Dios habladas por labios humanos se consideraban tan autoritativas y tan verdad como las palabras de Dios de comunicación personal.
No había disminución de autoridad de estas palabras cuando eran dichas mediante labios humanos. No creer o desobedecer alguna de ellas era no creer o desobedecer a Dios mismo.
4. PALABRAS DE DIOS EN FORMA ESCRITA (LA BIBLIA).
Además de las palabras de Dios de decreto, palabras de Dios de comunicación personal y palabras de Dios dichas por labios de seres humanos, también hallamos en las Escrituras varios casos en los que las palabras de Dios fueron puestas en forma escrita.
El primer caso de esto se halla en la narración del otorgamiento de las dos tablas de piedra en las que estaban escritos los Diez Mandamientos: «y cuando terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas de la ley, que eran dos lajas escritas por el dedo mismo de Dios» (Ex 31:18). «Tanto las tablas como la escritura grabada en ellas eran obra de Dios» (Ex 32:16; 34:1, 28).
Moisés escribió adicionalmente: Moisés escribió esta ley y se la entregó a los sacerdotes levitas que transportaban el arca del pacto del Señor, y a todos los ancianos de Israel. Luego les ordenó: «Cada siete años, en el año de la cancelación de deudas, durante la fiesta de las Enramadas, cuando tú, Israel, te presentes ante el Señor tu Dios en el lugar que él habrá de elegir, leerás en voz alta esta ley en presencia de todo Israel. Reunirás a todos los hombres, mujeres y niños de tu pueblo, y a los extranjeros que vivan en tus ciudades, para que escuchen y aprendan a temer al Señor tu Dios, ... (Dt 31 :9-13).
Este libro que Moisés escribió fue luego depositado junto al arca del pacto: «Moisés terminó de escribir en un libro todas las palabras de esta ley. Luego dio esta orden a los levitas que transportaban el arca del pacto del Señor: "Tomen este libro de la ley, y pónganlo junto al arca del pacto del Señor su Dios. Allí permanecerá como testigo contra ustedes los israelitas"» (Dt 31: 24-26).
Más adelante se hizo otras adicciones a este libro de las palabras de Dios. Josué «los registró en el libro de la ley de Dios» Gas 24: 26). Dios le ordenó a Isaías: «Anda, pues, delante de ellos, y grábalo en una tablilla. Escríbelo en un rollo de cuero, para que en los días venideros quede como un testimonio eterno» (Is 30: 8). De nuevo, Dios le dijo a Jeremías: «"Escribe en un libro todas las palabras que te he dicho» Jer 30: 2; Jer 36: 2-4,27-31; 51: 60).
En el Nuevo Testamento, Jesús les promete a sus discípulos que el Espíritu Santo les hará recordar las palabras que él, Jesús, había dicho Gen 14:26; cf. 16:12-13). Pablo puede decir que las mismas palabras que escribe a los Corintios «es mandato del Señor» (1 Co 14: 37; d. 2ª P 3:2).
Claramente se debe notar que estas palabras se consideran con todo ser palabras del mismo Dios, aunque son escritas en su mayoría por seres humanos y siempre en lenguaje humano. Con todo, son absolutamente autoritativas y absolutamente verdad; desobedecerlas o no creerlas es un pecado serio y acarrea castigo de Dios (1ª Co 14: 37; Jer 36: 29-31).
Varios beneficios resultan de poner por escrito las palabras de Dios. Primero, hay una preservación mucho más precisa de las palabras de Dios para generaciones subsiguientes. Depender de la memoria y la repetición de la tradición oral es un método menos confiable de preservar las palabras a través de la historia que lo que es ponerlas por escrito (d. Dt 31: 12-13).
Segundo, la oportunidad de inspeccionar repetidamente las palabras que constan por escrito permite estudio y debate cuidadoso, lo que conduce a una mejor comprensión y obediencia más completa.
Tercero, las palabras de Dios por escrito están accesibles a muchas más personas que cuando se preservan meramente mediante la memoria y repetición oral. Puede inspeccionarlas en cualquier momento cualquier persona y no están limitadas en accesibilidad a los que las han memorizado y los que pueden estar presentes cuando se repiten oralmente.
De este modo, la confiabilidad, permanencia y accesibilidad de la forma en que se preservan las palabras de Dios se mejoran grandemente cuando se ponen por escrito. Sin embargo, no hay ninguna indicación de que se disminuya su autoridad o veracidad.

C. EL ENFOQUE DE NUESTRO ESTUDIO

De todas las formas de la palabra de Dios, el enfoque de nuestro estudio en la teología sistemática es la Palabra de Dios en forma escrita, es decir, la Biblia. Esta es la forma de la Palabra de Dios que está disponible para estudio, para inspección pública, para examen repetido y como base de diálogo mutuo. Nos habla acerca del Verbo de Dios y nos lo señala como persona, es decir Jesucristo, a quien no tenemos al presente en forma corporal en la tierra. Por eso ya no podemos observar de primera mano e imitar su vida y enseñanzas.
Las otras formas de la palabra de Dios no son apropiadas como base primaria para el estudio de teología. Nosotros no oímos palabras de Dios de decreto, y por consiguiente no podemos estudiarlas directamente sino sólo mediante observación de sus efectos. Las palabras de Dios de comunicación personal son raras, incluso en la Biblia. Es más, incluso aunque oyéramos algunas palabras de comunicación.
1Además de las formas de la palabra de Dios mencionadas arriba, Dios se comunica a las personas por diferentes tipos de "revelación genera!»; es decir, revelación que la da no sólo a ciertas personas sino a todas las personas en general. La revelación general incluye tanto la revelación de Dios que viene mediante la naturaleza (vea Sal 19: 1-6; Hch 14: 17) y la revelación de Dios que viene mediante el sentido interno de bien y mal en el corazón de la persona (Ro 2:15).
Estas clases de revelaciones son en forma no verbal, y no de las he incluido en la lista de las varias formas de la palabra de Dios que se considera en este capítulo. (Vea en capítulo 7, más consideración de la revelación general).
De la forma personal de Dios nosotros mismos hoy, no tendríamos certeza de que nuestra comprensión de ellas, nuestra memoria de ellas, y nuestro subsiguiente informe de ellas fuera totalmente exacto. Tampoco podríamos fácilmente comunicar a otros la certeza de que la comunicación fue de Dios, incluso si lo era. Las palabras de Dios dichas por labios humanos cesaron de recibirse cuando el canon del Nuevo Testamento quedó completo.' Así que estas otras formas de las palabras de Dios son inadecuadas como base primaria para el estudio de teología.
Es más provechoso para nosotros estudiar las palabras de Dios como están escritas en la Biblia. Es la palabra de Dios escrita la que él nos ordena estudiar. Es «dichoso» el que «medita» en la ley de Dios «día y noche» (Sal 1:1-2).
Las palabras de Dios también son aplicables a nosotros: «Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito» (Jos 1:8). Es la palabra de Dios en forma de Escrituras que es «inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia» (2 Ti 3: 16).
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Piensa usted que prestaría más atención si Dios le hablara desde el cielo o por medio de la voz de un profeta vivo que si le hablara desde las palabras escritas de la Biblia? ¿Creería usted u obedecería tales palabras más prontamente que a la Biblia? ¿Piensa usted que su nivel presente de respuesta a las palabras escritas de la Biblia es apropiado? ¿Qué pasos positivos puede dar para hacer que su actitud hacia la Biblia sea más como la actitud que Dios quiere que usted tenga?
2. Cuando piensa en las muchas maneras en que Dios habla y la frecuencia con que Dios se comunica con sus criaturas por estos medios, ¿qué conclusiones puede derivar respecto a la naturaleza de Dios y las cosas que le deleitan?
TÉRMINOS ESPECIALES
Decreto, Palabra de Dios, comunicación personal
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Sal 1: 1-2: Dichoso El Hombre Que No Sigue El Consejo De Los Malvados, Ni Se Detiene En La Senda De Los Pecadores Ni Cultiva La Amistad De Los Blasfemos, Sino Que En La Ley Del Señor Se Deleita, Y Día Y Noche Medita En Ella.

CAPÍTULO 2

EL CANON DE LAS ESCRITURAS

¿QUÉ PERTENECE A LA BIBLIA Y QUÉ NO PERTENECE A ELLA?
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
El estudio previo concluyó que es especialmente a las palabras escritas de Dios en la Biblia a las que dedicaremos nuestra atención. Antes de hacerlo, sin embargo, debemos saber cuáles escritos pertenecen a la Biblia y cuáles no.
Esto se refiere al canon de la Biblia, que se puede definir como sigue: El canon de la Biblia es la lista de todos los libros que pertenecen a la Biblia.
No se debe subestimar la importancia de este asunto. Las palabras de las Escrituras son las palabras por las cuales nutrimos nuestra vida espiritual. Así que podemos reafirmar el comentario de Moisés al pueblo de Israel en referencia a las palabras de la ley de Dios: «Porque no son palabras vanas para ustedes, sino que de ellas depende su vida; por ellas vivirán mucho tiempo en el territorio que van a poseer al otro lado del Jordán» (Dt 32: 47).
Añadir o sustraer de las palabras de Dios sería impedir que el pueblo de Dios le obedezca plenamente, porque los mandamientos que se sustrajeran no los conocería el pueblo, y las palabras que se añadieran tal vez exigirían del pueblo cosas adicionales que Dios no ha ordenado. Así Moisés lo advirtió al pueblo de Israel: «No añadan ni quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno. Más bien, cumplan los mandamientos del Señor su Dios» (Dt 4: 2).
La determinación precisa del alcance del canon de la Biblia es por consiguiente de suprema importancia. Para confiar y obedecer a Dios absolutamente debemos tener una colección de palabras de la que estemos seguros que son las propias palabras de Dios para nosotros. Si hubiera alguna sección de la Biblia respecto a la cual tendríamos duda de si son palabras de Dios o no, no consideraríamos que tienen autoridad divina absoluta y no confiaremos en ellas tanto como confiaremos en Dios mismo.

A. EL CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO

¿Donde empezó la idea de un canon, es decir, la idea de que el pueblo de Israel debía preservar una colección de las palabras escritas de Dios? La misma Biblia da testimonio del desarrollo histórico del canon. La colección más temprana de palabras de Dios escritas fueron los Diez Mandamientos.
Los Diez Mandamientos, de este modo, forman el principio del canon bíblico. Dios mismo escribió en dos tablas de piedra las palabras que ordenó a su pueblo: «y cuando terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas de la ley, que eran dos lajas escritas por el dedo mismo de Dios» (Ex 31: 18). Después leemos: «Tanto las tablas como la escritura grabada en ellas eran obra de Dios» (Ex 32: 16; cf. Dt 4: 13; 10:4). Las tablas de la ley fueron depositadas en el arca del pacto (Dt 10: 5) y constituían los términos del pacto entre Dios y el pueblo!
Esta colección de palabras absolutamente autoritativas de Dios creció en tamaño en todo el tiempo de la historia de Israel. Moisés mismo escribió palabras adicionales que se debían depositar junto al arca del pacto (Dt 31: 24-26).
La referencia inmediata es evidentemente al libro de Deuteronomio, pero otras referencias a escritos de Moisés indican que los primeros cuatro libros del Antiguo Testamento también los escribió él (vea Ex 17: 14; 24: 4; 34: 27; Nm 33: 2; Dt 31: 22).
Después de la muerte de Moisés, Josué también añadió a la colección de palabras de Dios escritas: «y los registró en el libro de la ley de Dios» (Jos 24:26). Esto es especialmente sorprendente a la luz del mandamiento de no añadir ni quitar de las palabras que Dios le dio al pueblo por medio de Moisés: «No añadan ni quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno» (Dt. 12: 32).
Para desobedecer un mandamiento tan específico Josué debe haber estado convencido de que no estaba arrogándose el derecho de añadir a las palabras escritas de Dios, sino que Dios mismo le había autorizado tales escritos adicionales.
Más tarde otros en Israel, por lo general los que ejercían el oficio de profeta, escribieron palabras adicionales de Dios: A continuación, Samuel explicó al pueblo las leyes del reino y las escribió en un libro que depositó ante el Señor (1ª S 10: 25).
Todos los hechos del rey David, desde el primero hasta el último, están escritos en las crónicas del vidente Samue1, del profeta Natán y del vidente Gad. (1ª Cr 29:29-30).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Josafat, Desde El Primero Hasta El Último, Están Escritos En Las Crónicas De Jehú Hijo De Jananí, Que Forman Parte Del Libro De Los Reyes De Israel (2ª Cr 20:34; 1ª R 16:7 En Donde A Jehú, Hijo De Hanani, Se Le Llama Profeta).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Uzías, Desde El Primero Hasta El Último, Los Escribió El Profeta Isaías Hijo De Amoz (2ª Cr 26: 22).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Ezequías, Incluyendo Sus Hazañas, Están Escritos En La Visión Del Profeta Isaías Hijo De Amoz Y En El Libro De Los Reyes De Judá E Israel (2ª Cr 32: 32).
«Así dice el Señor, el Dios de Israel: "Escribe en un libro todas las palabras que te he dicho Jer 30: 2).
Para ver otros pasajes que ilustran el crecimiento de la colección de las palabras de Dios escritas vea 2ª Cr 9: 29; 12: 15; 13: 22; Is 30:8; Jer 29: 1; 36: 1-32; 45: 1; 51: 60; Ez 43: 11; Dan 7: 1; Hab 2:2. Las adiciones surgieron parlo general mediante la agencia de un profeta.
El contenido del canon del Antiguo Testamento continuó creciendo hasta el tiempo del fin del proceso de escribir. Si fechamos a Hageo en 520 a. C, Zacarías en el 520-518 a.C. (tal vez con más material añadido después de 480 a.C.), y Malaquías alrededor de 435 a. C., tenemos una idea de las fechas aproximadas de los últimos profetas del Antiguo Testamento. Aproximadamente coinciden con este período los últimos libros de la historia del Antiguo Testamento: Esdras, Nehemías y Ester.
Esdras fue a Jerusalén el 458 a.C., y Nehemías estuvo en Jerusalén de 445-423 a.C.3 Ester fue escrito en algún momento después de la muerte de Jerjes I (Asuero) en 465 a.C. y es probable una fecha durante el reinado de Artajerjes (464-423 a.C.).
Así que aproximadamente después de 435 a. C. no hubo más adiciones al canon del Antiguo Testamento. La historia posterior del pueblo judío se anotó en otros escritos, tales como los libros de Macabeos, pero se pensó que esos escritos no ameritaban que se les incluyera con las colecciones de las palabras de Dios de años anteriores.
Cuando pasamos a la literatura judía fuera del Antiguo Testamento, vemos que la creencia de que las palabras debidamente autoritativas de Dios habían cesado queda atestiguada claramente en varios diferentes trozos de literatura judía extrabíblica.
En 1ª Macabeos (alrededor de 100 a.C.) el autor escribe del altar profanado: «Así pues, demolieron el altar y colocaron las piedras en la colina del templo, en lugar apropiado, hasta que viniera un profeta que les indicara lo que debían hacer con ellas» (1ª Mac 4: 45-46,). Al parecer sabían que nadie podía hablar con la autoridad de Dios como lo habían hecho los profetas del Antiguo Testamento.
El recuerdo de un profeta autoritativo entre el pueblo era algo que pertenecía al pasado distante, porque el autor podía hablar de una gran aflicción «como no se había visto desde que desaparecieron los profetas» (1 Mac 9: 27; cf. 14: 41).
Josefa (nació c. 37 ó 38 d.C.) explicó: «Desde Artajerjes hasta nuestros propios tiempos se ha escrito una historia completa, pero no se la ha considerado digna de igual crédito como los registros anteriores, debido a la interrupción de la sucesión exacta de los profetas» (Contra Apio 1.41).
Esta afirmación de parte del más grande historiador judío del primer siglo d.C. muestra que sabía de los escritos ahora considerados parte de la «apócrifa», pero que él (y muchos de sus contemporáneos) consideraban estos otros escritos «no ... dignos de igual crédito» con lo que ahora conocemos como Escrituras del Antiguo Testamento. Según el punto de vista de Josefa, no había habido «palabra de Dios» añadidas a las Escrituras después de alrededor de 435 a.C.
La literatura rabínica refleja una convicción similar en su afirmación repetida de que el Espíritu Santo (en la función del Espíritu de inspirar la profecía) partió de Israel. «Después de que los últimos profetas Hageo, Zacarías y Malaquías murieron, el Espíritu Santo se separó de Israel, pero ellos todavía tenían a su disposición la bat kol (Talmud Babilónico Yomah, repetido en Sota 48 b, Sanedrín 11a y Midrash Rabbah on Cantar de Cantares 8.  9.3).
La comunidad del Qurram (secta judía que dejó los Rollos del Mar Muerto) también esperaba un profeta cuyas palabras tendrían autoridad para invalidar cualquier regulación existente  en otras partes en la antigua literatura judía (vea 2 Baruc 85: 3 y Oración de Azarías 15). Así que el pueblo judío no aceptó en general escritos posteriores a alrededor de 435 a.C. como que tuvieran igual autoridad con el resto de las Escrituras.
En el Nuevo Testamento no tenemos ningún registro de disputa entre Jesús y los judíos sobre la extensión del canon. Evidentemente había pleno acuerdo entre Jesús y sus discípulos, por un lado, y los dirigentes judíos y el pueblo judío, por otro, de que las adiciones al canon del Antiguo Testamento habían cesado después del tiempo de Esdras, Nehemías, Ester, Hageo, Zacarías y Malaquías.
Este hecho queda confirmado por las citas del Antiguo Testamento que hacen Jesús y los autores del Nuevo Testamento. Según un conteo, Jesús y los autores del Nuevo Testamento citan varias partes de las Escrituras del Antiguo Testamento como divinamente autoritativas más de 295 veces, pero ni una sola vez citan como divinamente autoritativa alguna afirmación de los libros apócrifos ni de ningún otro escrito.
La ausencia de tales referencias a otra literatura como divinamente autoritativa, y la extremadamente frecuente referencia a cientos de lugares del Antiguo Testamento como divinamente autoritativos, da fuerte confirmación al hecho de que los autores del Nuevo Testamento concordaban en que se tomaba el canon establecido del Antiguo Testamento, ni más ni menos, como las mismas palabras de Dios.
¿Qué diremos entonces en cuanto a la Apócrifa, la colección de libros incluida en el canon por la iglesia católica romana pero excluida del canon por el protestantismo.
Los judíos nunca aceptaron estos libros como Escrituras, pero en toda la historia temprana de la iglesia hubo una opinión dividida en cuanto a si deberían ser parte de las Escrituras o no. Ciertamente, la evidencia cristiana más temprana va decididamente en contra de considerar a la apócrifa como Escrituras, pero el uso de los apócrifos gradualmente aumentó en algunas partes de la iglesia hasta el tiempo de la Reforma.
El hecho de que Jerónimo incluyó estos libros en la Vulgata latina (terminada en el4ü4 d.C.) dio respaldo a su inclusión, aunque el mismo Jerónimo dijo que no eran «libros del canon» sino meramente «libros de la iglesia» que Hch 17: 28; Tít. 1: 12), pero estas citas son más con propósitos de ilustración que de prueba.
Nunca se presenta esas obras con una frase como «Dios dice», o «Las Escrituras dicen», o «Está escrito», frases que implican la atribución de autoridad divina a las palabras que se citan. (Se debe notar que ni Enoc ni los autores que Pablo cita son parte de la apócrifa). El Nuevo Testamento no cita ningún libro de la Apócrifa.
La apócrifa incluye los siguientes escritos: 1 y 2 Esdras, Tobías, Judit, adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, Baruc (incluyendo la Epístola de jeremías), El Cántico de los tres jóvenes santos, Susana, Bel y el dragón, la Oración de Manasés, y 1 Y2 Macabeos.
Estos escritos no se hallan en la Biblia hebrea, pero se incluyeron en la Septuaginta (traducción del Antiguo Testamento al griego, que usaban muchos judíos que hablaban griego en el tiempo de Cristo. En inglés existe una buena traducción moderna, eran útiles y provechosos para los creyentes.
El amplio uso de la Vulgata latina en siglos subsiguientes garantizó su continua disponibilidad, pero el hecho de que no tuvieron original hebreo que los respaldara, y su exclusión del canon judío, así como la falta de citas de ellos en el Nuevo Testamento, llevó a muchos a verlos con suspicacia o a rechazar su autoridad. Por ejemplo, la lista cristiana más antigua de libros del Antiguo Testamento que existe hoyes la compilada por Melitón, obispo de Sardis, quien escribió alrededor de 170 d.C.
Cuando Vine Al Este Y Llegué Al Lugar En Donde Estas Cosas Se Predicaban Y Hacían, Y Aprendí Con Precisión Los Libros Del Antiguo Testamento, Anoté Los Hechos Y Se Los Envíe. Estos Son Sus Nombres: Cinco Libros De Moisés: Génesis, Éxodo, Números, Levítico, Deuteronomio, Josué Hijo De Nun, Jueces, Rut, Cuatro Libros De Reinos, ID Dos Libros De Crónicas, Los Salmos De David, Los Proverbios De Salomón Y Su Sabiduría, Ll Eclesiastés, El Cantar De Los Cantares, Job, Los Profetas Isaías, Jeremías, Los Doce En Un Solo Libro, Daniel, Ezequiel, Esdras.
Es digno de notarse aquí que Melitón no menciona ninguno de los libros apócrifos, pero sí incluye todos los libros de nuestros libros del Antiguo Testamento actual excepto Ester. Eusebio también cita a Orígenes respaldando la mayoría de los libros de nuestro presente canon del Antiguo Testamento (incluyendo Ester), pero no presenta ningún libro de los apócrifos como canónico, y de los libros de los Macabeos explícitamente se dice que están «fuera de estos [libros canónicos]».
En forma similar, en el 367 d.C., cuando el gran líder de la iglesia Atanasia, obispo de Alejandría, escribió su Carta Pascual, hizo una lista de todos los libros de nuestro canon presente del Nuevo Testamento y de todos los libros de nuestro canon presente del Antiguo Testamento excepto Ester.
También mencionó algunos libros de la apócrifa tales como la Sabiduría de Salomón, la Sabiduría de Sirac, Judit y Tobías, y dijo que estos «en verdad no estaban incluidos en el canon, pero los padres manera en acuerdo o en el periodo más temprano, sino que ocurrió en el cristianismo gentil, después de que la iglesia rompió con la sinagoga, entre aquellos cuyo conocimiento del canon cristiano primitivo se estaba volviendo nebuloso». Luego concluye: «Sobre la cuestión de la canonicidad de la apócrifa y pseudepígrafe la evidencia verdaderamente cristiana primitiva es negativa».
Los señalaban para que los leyeran los que se unían recientemente a nosotros, y que desean instrucción en la palabra de santidad». Sin embargo, otros dirigentes de la iglesia primitiva en efecto citaron varios de estos libros como Escrituras.
Hay incongruencias doctrinales históricas en varios de estos libros. E. J. y oung anota:
No Hay Marcas En Estos Libros Que Atestigüen Un Origen Divino.... Judit Y Tobías Contienen Errores Históricos, Cronológicos Y Geográficos. Estos Libros Justifican La Falsedad Y El Engaño, Y Hacen Que La Salvación Dependa De Obras De Mérito. '" Eclesiástico Y Sabiduría De Salomón Inculcan Una Moralidad Basada En La Conveniencia. Sabiduría Enseña La Creación Del Mundo Con Materia Preexistente (Sab. 11. 17). Eclesiástico Enseña Que Dar Limosnas Hace Expiación Por El Pecado (Eclesiástico 3. 30). En Baruc Se Dice Que Dios Oye Las Oraciones De Los Muertos (Baruc 3. 4), Y En 1ª Macabeos Hay Errores Históricos Y Geográficos.
No fue sino hasta 1546, en el concilio de Trento, que la Iglesia Católica Romana oficialmente declaró que los apócrifos eran parte del canon (con excepción de 1 y 2 Esdras, y la Oración de Manasés). Es significativo que el concilio de Trento fue la respuesta de la Iglesia Católica Romana a las enseñanzas de Martín Lutero y la Reforma Protestante que se extendía rápidamente, y los libros de la Apócrifa contenían respaldo para la enseñanza católica de las oraciones por los muertos y la justificación por fe más obras, y no por fe sola.
Al ratificar a los apócrifos como dentro del canon, los católicos romanos podían sostener que la iglesia tiene la autoridad de declarar una obra literaria como «Escrituras», en tanto que los protestantes habían sostenido que la iglesia no puede hacer que algo se considere Escrituras, sino que sólo puede reconocer lo que Dios ya ha hecho que se escriba como sus propias palabras.
(Una analogía aquí sería decir que un investigador policial puede reconocer dinero falsificado como falsificado y puede reconocer el dinero genuino como genuino, pero no puede hacer que el dinero falsificado sea genuino, ni puede ninguna declaración de ningún número de policías hacer que el dinero falsificado sea algo que no es. Sólo la tesorería oficial de una nación puede hacer dinero que sea dinero de verdad; de manera similar, solo Dios puede hacer que las palabras sean palabras suyas y dignas de incluirse en las Escrituras).
Así que los escritos de los apócrifos no se deben considerar como parte de las Escrituras:
(1) Ninguno de ellos afirma tener la misma clase de autoridad que tenían los escritos del Antiguo Testamento;
(2) Los judíos, de quienes ellos se originaron, no los consideraban palabras de Dios;
(3) Ni Jesús ni los autores del Nuevo Testamento los consideraban Escrituras; y
(4) Contienen enseñanzas incongruentes con el resto de la Biblia.
Debemos concluir que son solo palabras humanas, y no palabras inspiradas por Dios como las palabras de las Escrituras. Tienen valor para la investigación histórica y lingüística, y contienen una cantidad de relatos útiles en cuanto al valor y la fe de muchos judíos durante el período posterior a la conclusión del Antiguo Testamento, pero nunca han sido parte del canon del Antiguo Testamento, y no se les debe considerar parte de la Biblia.
Por consiguiente, no tienen ninguna autoridad obligatoria para el pensamiento o vida de los cristianos hoy.
En conclusión, con respecto al canon del Antiguo Testamento, los cristianos de hoy no tienen por qué preocuparse que algo se haya dejado fuera, ni de que se haya incluido algo que no sea palabra de Dios.
NOTA: Vea Roger Nicole, «New Testament Use of the Old Testament», en Revelation and the Bible, ed. Cad F. H. Henry (Tyndale Press, Londres, 1959), pp. 137-141.
Judas 14-15 en efecto cita 1 Enoc 60.8 y 1.9, Y Pablo por lo menos dos veces cita autores griegos paganos (vea Hch 17:28; Tít. 1: 12), pero estas citas son más con propósitos de ilustración que de prueba. Nunca se presenta esas obras con una frase como «Dios dice», o «Las Escrituras dicen», o «Está escrito», frases que implican la atribución de autoridad divina a las palabras que se citan. (Se debe notar que ni 1 Enoc ni los autores que Pablo cita son parte de la apócrifa). El Nuevo Testamento no cita ningún libro de la Apócrifa.
La apócrifa incluye los siguientes escritos: 1 y 2 Esdras, Tobías, Judit, adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, Baruc (incluyendo la Epístola de jeremías), El Cántico de los tres jóvenes santos, Susana, Bel y el dragón,
La Oración de Manasés, y 1 Y2 Macabeos. Estos escritos no se hallan en la Biblia hebrea, pero se incluyeron en la Septuaginta (traducción del Antiguo Testamento al griego, que usaban muchos judíos que hablaban griego en el tiempo de Cristo. En inglés existe una buena traducción moderna, The O: xford Annotated Apocrypha (RVS), ed. Bruce M. Metzger (Nueva York: Oxford University Press, 1965). Metzger incluye breves introducciones y útiles anotaciones a los libros.
La palabra griega apócrifa quiere decir «cosas ocultas», pero Metzger nota (p. IX) que los eruditos no están seguros de por qué esta palabra se aplicó a estos escritos.
Una encuesta detallada de los diferentes puntos de vista de los cristianos respecto a la Apócrifa se halla en F. F.
Bruce, The Canonof Scripture (Inter Varsity Press, Downers Grave, m., 1988), pp. 68-97. Un estudio incluso más detallado se halla en Roger Beckwith, The Old Testament Canon ofthe New Testament Church and Its Background in Early
Judaism (SPCK, Londres, 1985, y Eerdmans, Grand Rapids, 1986), esp. pp. 338-433. El libro de Beckwith ya se ha establecido como la obra definitiva sobre el canon del Antiguo Testamento. A la conclusión de su estudio Beckwith dice: «La inclusión de varias apócrifa y pseudopígrafa en el canon de los primeros cristianos no se hizo de una manera en acuerdo o en el periodo más temprano, sino que ocurrió en el cristianismo gentil, después de que la iglesia rompió con la sinagoga, entre aquellos cuyo conocimiento del canon cristiano primitivo se estaba volviendo nebuloso». Luego concluye: e «Sobre la cuestión de la canonicidad de la apócrifa y pseudepígrafe la evidencia verdaderamente cristiana primitiva es negativa» (pp. 436-437).
De Eusebio, Historia Eclesiástica 4.26.14. Eusebio, quien escribió en1325 d. C., fue el primer gran historiador de la iglesia. Esta cita es traducida de la traducción al inglés Kersopp Lake, Eusebius: The Ecclesiastical History, dos vals. (Heinamann, Londres; y Harvard, Cambridge, Ma., 1975), 1:393. Es decir, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes y 2 Reyes.
Esto no se refiere al libro apócrifo llamado Sabiduría de Salomón, sino que es simplemente una descripción más completa de Proverbios. Eusebio anota en 4.22.9 que los escritores antiguos comúnmente llamaban Sabiduría a Proverbios.
Esdras incluía a Esdras y Nehemías, según la manera hebrea común de referirse a libros combinados. Upar alguna razón había duda en cuanto a la canonicidad de este en algunas partes de la iglesia primitiva (en el Oriente pero no en Occidente), pero a la larga las dudas quedaron resueltas, y el uso cristiano a la larga se hizo uniforme con el concepto judío, que siempre había contado a Ester como parte del canon, aunque algunos rabinos se habían opuesto por sus propias razones. (DEA la explicación del concepto judío en Beckwith, Canon, Pp. 288-297).
Eusebio, Ecclesiastical History 6.15.2. Orígenes murió alrededor del 254 d.C. Orígenes menciona todos los libros del canon presente del Antiguo Testamento excepto los doce profetas menores (que se contarían como un solo libro), pero esto deja su lista de «veintidós libros» incompleta en veintiuno, así que evidentemente la cita de Eusebio es incompleta, por lo menos en la forma que la tenemos hoy. Eusebio mismo en otras partes repite la afirmación del historiador judío Josefo de que las Escrituras contenían veintidós libros, pero nada desde tiempo de Artajerjes (3.10.1-5), y esto excluiría toda la apócrifa.

B. EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO

El desarrollo del canon del Nuevo Testamento empieza con los escritos de los Apóstoles. Hay que recordar que la escritura de las Escrituras primordialmente ocurre en conexión con los grandes actos de Dios en la historia de la redención.
El Antiguo Testamento registra e interpreta para nosotros el llamamiento de Abraham y la vida de sus descendientes, el éxodo de Egipto y el peregrinaje por el desierto, el establecimiento del pueblo de Dios en la tierra de Canaán, el establecimiento de la monarquía, y la deportación y el regreso del cautiverio. Cada uno de estos grandes actos de Dios en la historia se interpreta para nosotros en las propias palabras de Dios en las Escrituras.
El Antiguo Testamento cierra con la expectativa del Mesías que vendría (Mal 3:1-4; 4:1-6). La siguiente etapa en la historia de la redención es la venida del Mesías, y no es sorpresa que no hubieran Escrituras adicionales mientras no tuviera lugar el siguiente y más grandioso suceso en la historia de la redención.
Por eso el Nuevo Testamento consiste de los escritos de los apóstoles. Es primordialmente a los apóstoles a quienes el Espíritu Santo les da la capacidad de recordar con precisión las palabras y obras de Jesucristo, e interpretarlas correctamente para las generaciones subsiguientes.
En Juan 14: 26, Jesús les prometió a sus discípulos este poder (a los que se les llamó apóstoles después de la resurrección): «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho». De modo similar, Jesús prometió más revelación de verdad de parte del Espíritu Santo cuando les dijo a sus discípulos: «Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir.
Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes» Gen 16: 13-14). En estos versículos a los discípulos se les promete dones asombrosos que los capacitarán para escribir las Escrituras: el Espíritu Santo les enseñaría «toda la verdad», les haría recordar «todo» lo que Jesús había dicho y los guiaría a «toda la verdad».
Además, a los que tenían el oficio de apóstol en la iglesia primitiva se les ve afirmando que tenían una autoridad igual a la de los profetas del Antiguo Testamento, autoridad para hablar y escribir palabras que eran palabras del mismo Dios. Pedro anima a sus lectores a recordar «el mandamiento que dio nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles» (2ª P 3:2). Mentir a los apóstoles (Hch 5:2) equivale a mentir al Espíritu Santo (Hch 5: 3) y mentir a Dios (Hch 5: 4).
Esta afirmación de ser capaces de hablar palabras que eran palabras de Dios mismo es especialmente frecuente en los escritos del apóstol Pablo. Él afirma no sólo que el Espíritu Santo le ha revelado lo que «ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman» (1ª Co 2: 9), sino que también cuando declara esta revelación la habla «no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino enseñadas por el Espíritu, interpretando las cosas espirituales con palabras espirituales» (1ª Co 2: 13, traducción del autor).
De modo similar, Pablo les dice a los corintios: «Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor» (1ª Co 14:37). La palabra que se traduce «esto que» en este versículo es un pronombre relativo plural en griego (ja) que se podría traducir más literalmente «las cosas que les escribo».
De este modo Pablo afirma que sus directivas a la iglesia de Corinto no son meramente de su propia cosecha sino un mandamiento del Señor. Más adelante, al defender su oficio apostólico Pablo dice que les dará a los corintios «una prueba de que Cristo habla por medio de mí» (2ª Co 13: 3). Otros versículos similares se podrían mencionar (por ejemplo, Ro 2: 16; Gá 1: 8-9; 1ª Ts 2: 13; 4: 8, 15; 5: 27; 2ª Ts 3:6,14).
Los apóstoles, entonces, tienen autoridad para escribir palabras que son palabras del mismo Dios, igual en estatus de verdad y autoridad a las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento. Hacen esto para escribir, interpretar y aplicar a la vida de los creyentes las grandes verdades en cuanto a la vida, muerte y resurrección de Cristo.
No debería sorprendernos, por consiguiente, hallar algunos de los escritos del Nuevo Testamento siendo colocados con las Escrituras del Antiguo Testamento como parte del canon de las Escrituras. De hecho, esto es lo que hallamos en por lo menos dos casos.
En 2ª Pedro 3: 16, Pedro muestra no sólo que está consciente de la existencia de los escritos de Pablo, sino que también está claramente dispuesto a clasificar «todas sus cartas [de Pablo]» con «las demás Escrituras»; Pedro dice: «Tal como les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le dio.
En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición» (2ª P 3:15-16).
La palabra que se traduce «Escrituras» aquí es grajé, palabra que ocurre cincuenta y una veces en el Nuevo Testamento y en cada una de esas ocasiones se refiere a las Escrituras del Antiguo Testamento. Así que la palabra Escrituras era un término técnico para los autores del Nuevo Testamento, y la aplicaban sólo a los escritos que pensaban que eran palabras de Dios y por consiguiente parte del canon de las Escrituras. Pero en este versículo Pedro clasifica los escritos de Pablo como «las demás Escrituras» (refiriéndose a las Escrituras del Antiguo Testamento).
Por consiguiente, Pedro consideraba los escritos de Pablo también como dignos del título de «Escrituras», y por consiguiente dignos de que se incluyeran en el canon.
Una segunda instancia se halla en 1ª Timoteo 5: 17-18. Pablo dice: «Los ancianos que dirigen bien los asuntos de la iglesia son dignos de doble honor, especialmente los que dedican sus esfuerzos a la predicación y a la enseñanza. Pues la Escritura dice: "No le pongas bozal al buey mientras esté trillando", y "El trabajador merece que se le pague su salario"».
La primera cita de las «Escrituras» se halla en Deuteronomio 25: 4, pero la segunda cita, «El trabajador merece que se le pague su salario» no se halla en ninguna parte del Antiguo Testamento. Aparece eso sí, no obstante, en Lucas 10:7 (con exactamente las mismas palabras en el texto griego). Así que aquí tenemos a Pablo aparentemente citando una porción del Evangelio de Lucas y llamándola «Escritura», es decir, algo que se debe considerar como parte del canon.
En estos dos pasajes (2ª P 3: 16 y 1ª Ti 5: 17-18) vemos evidencia de que muy temprano en la historia de la iglesia se empezó a aceptar los escritos del Nuevo Testamento como parte del canon.
Debido a que los apóstoles, en virtud de su oficio apostólico, tuvieron autoridad para escribir palabras de las Escrituras, la iglesia primitiva aceptó como parte del canon de las Escrituras las auténticas enseñanzas escritas de los apóstoles. Si aceptamos los argumentos para las nociones tradicionales de autoría de los escritos del Nuevo Testamento, tenemos la mayor parte del Nuevo Testamento en el canon debido a la autoría directa de los apóstoles.
Esto incluiría Mateo, Juan, Romanos a Filemón (todas las Epístolas paulinas), Santiago; 1 y 2 Pedro; 1, 2 Y 3 Juan, y Apocalipsis. Eso deja cinco libros: Marcos, Lucas, Hechos, Hebreos y Judas, que no fueron escritos por apóstoles. Los detalles del proceso histórico por el cual la iglesia primitiva llegó a contar estos libros como parte de las Escrituras son escasos, pero Marcos, Lucas y Hechos se reconocieron muy temprano, probablemente debido a la íntima asociación de Marcos con el apóstol Pedro, y de Lucas (el autor de Lucas y Hechos) con el apóstol Pablo.
De modo similar, se aceptó Judas evidentemente en Alguien podría objetar que Pablo podría estar citando una tradición oral de las palabras de Jesús antes que del Evangelio de Lucas, pero es dudoso que Pablo llamara «Escrituras» a cualquier tradición oral, puesto que la palabra (gr, grafé, «escritos») en el uso del Nuevo Testamento siempre se aplica a textos escritos, y dada la íntima asociación de Pablo con Lucas hace muy posible que estuviera citando el Evangelio escrito por Lucas.
Lucas mismo no fue apóstol, pero aquí se le concede a su Evangelio autoridad igual a la de los escritos apostólicos.
Evidentemente esto se debió a su íntima asociación con los apóstoles, especialmente Pablo, y el endoso de su Evangelio de parte de un apóstol.
La aceptación de Hebreos como canónico la promovieron muchos en la iglesia en base a que se daba por sentada su autoría paulina. Pero desde los primeros tiempos hubo otros que rechazaron la autoría paulina a favor de una u otra de varias sugerencias.
Orígenes, que murió alrededor del 254 d.C., menciona varias teorías de autoría y concluye: «Pero, quién en realidad escribió la epístola, sólo Dios lo sabe». Así que la aceptación de Hebreos como canónico no se debió enteramente a una creencia en la autoría paulina. Más bien, las cualidades intrínsecas del libro en sí mismo deben haber convencido finalmente a los primeros lectores, tal como continúan convenciendo a los creyentes hoy, de que quienquiera que haya sido su autor humano, su autor en definitiva solo pudo haber sido Dios mismo.
La gloria majestuosa de Cristo brilla de las páginas de la Epístola a los Hebreos tan brillantemente que ningún creyente que la lee con seriedad jamás querrá cuestionar su lugar en el canon.
Esto nos lleva a la médula del asunto de canonicidad. Para que un libro pertenezca al canon, es absolutamente necesario que el libro tenga autoría divina. Si las palabras del libro son palabras de Dios (por medio de autores humanos), y si la iglesia primitiva, bajo la dirección de los apóstoles, preservó el libro como parte de las Escrituras, el libro pertenece al canon. Pero si las palabras del libro no son palabras de Dios, este no pertenece al canon.
La cuestión de autoría por un apóstol es importante, porque fue primariamente a los apóstoles a quienes Dios les dio la capacidad de escribir palabras con absoluta autoridad divina. Si se puede demostrar que un escrito es de un apóstol, su autoridad divina absoluta queda establecida automáticamente.
Así que la iglesia primitiva automáticamente aceptó como parte del canon las enseñanzas escritas de los apóstoles que los apóstoles quisieron preservar como Escrituras.
Pero la existencia de algunos escritos del Nuevo Testamento que no fueron de autoría directa de los apóstoles muestra que hubo otros en la iglesia primitiva a quienes Dios también les dio la capacidad, por obra del Espíritu Santo, de escribir palabras que eran palabras de Dios, y por consiguiente con el propósito de que fueran parte del canon. En estos casos, la iglesia primitiva tuvo la tarea de reconocer cuáles escritos tenían las características de ser palabras de Dios (expresadas a través de autores humanos).
Es también un probable que los mismos apóstoles en vida dieron alguna dirección a las iglesias respecto a cuáles obras proponían que se preserva y se usen como Escrituras en las iglesias (vea 1ª Co 14: 16; 2ª Ts 3: 14; 2ª P 3: 16).
Evidentemente hubo algunos escritos que tuvieron autoridad divina absoluta pero que los apóstoles decidieron no preservar como «Escrituras» para las iglesias (tales como la «carta previa» a los Corintios; vea 1ª Co 5:9).
Es más, los apóstoles dieron mucha enseñanza oral, que tenía autoridad divina (vea 2ª Ts 2: 15) pero que no se escribió ni preservó como Escrituras. De este modo, además de la autoría apostólica, la preservación de parte de la iglesia bajo la dirección de los apóstoles fue necesaria para que una obra se incluya en el canon.
Para algunos de los libros (por lo menos Marcos, Lucas y Hechos, y tal vez Hebreos y Judas también), la iglesia tuvo, por lo menos en algunos aspectos, el testimonio personal de algunos de los apóstoles que todavía vivían que respaldaban la autoridad divina absoluta de estos libros. Por ejemplo, Pablo habría respaldado la autenticidad de Lucas y Hechos, y Pedro habría respaldado la autenticidad de Marcos como que contenía el evangelio que él mismo predicaba.
En otros casos, y en algunas regiones geográficas, la iglesia simplemente tuvo que decidir si oía la voz de Dios mismo hablando en las palabras de esos escritos. En estos casos, las palabras de los libros habrían sido autoatestiguadoras; es decir, las palabras habrían dado testimonio de su propia autoría divina conforme los cristianos las leían.
Esto parece haber sido el caso de Hebreos. No debe ser sorpresa para nosotros que la iglesia primitiva pudiera reconocer Hebreos y otros escritos, no escritos por los apóstoles, como palabras de Dios.
¿Acaso Jesús no había dicho: «Mis ovejas oyen mi voz» Gn 10: 27)? Por consiguiente, No se debe pensar que es imposible o improbable que la iglesia primitiva pudiera haber usado una combinación de factores, incluyendo el endoso apostólico, congruencia con el resto de las Escrituras, y la percepción de que un escrito era «inspirado por Dios» de parte de una abrumadora mayoría de los creyentes, para decidir que un escrito era en efecto palabras de Dios (expresadas a través de un autor humano) y por consiguiente digno de que se incluya en el canon.
Tampoco se debe tener como improbable que la iglesia pudiera haber usado este proceso a lo largo de un período de tiempo -conforme los escritos circulaban por varias partes de la iglesia primitiva- y finalmente llegara a una decisión completamente correcta, sin excluir ningún escrito que fue en efecto «inspirado por Dios» y sin incluir ninguno que no lo fue.
En el 367 d.C. la trigésima novena carta pascual de Atanasio contenía una lista exacta de los veintisiete libros del Nuevo Testamento que tenemos hoy. Esta era la lista de libros aceptados por las iglesias en la parte oriental del mundo mediterráneo.
Treinta años más tarde, en el 397 d.C., el concilio de Cartago, representando a las iglesias en la parte occidental del mundo mediterráneo, concordó con las iglesias orientales respecto a la misma lista. Estas son las listas finales más tempranas de nuestro canon del día presente.
¿Deberíamos esperar que se añada algún otro escrito al canon? La frase que abre Hebreos pone esta cuestión en la perspectiva histórica apropiada, la perspectiva de la historia de la redención: «Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo» (Heb 1: 1-2).
En contraste entre el hablar anterior «en otras épocas» por los profetas y el reciente hablar «en estos días finales» sugiere que el hablar de Dios a nosotros por su Hijo es la culminación de su hablar a la humanidad y es la revelación más grande y final a la humanidad en este período de la historia de la redención.
La grandeza En este punto no estoy considerando el asunto de variantes textuales (es decir, las diferencias en palabras y frases individuales que se hallan entre las muchas copias antiguas de las Escrituras que todavía existen). Este asunto se trata en el capítulo 53 excepcional de la revelación que viene por el Hijo excede con mucho cualquier revelación del antiguo pacto, y se recalca vez tras vez en los capítulos 1 y 2 de Hebreos.
Estos hechos indican que hay una finalidad en la revelación de Dios en Cristo, y que una vez que esa revelación ha quedado completa, no se debe esperar más.
Pero, ¿dónde aprendemos en cuanto a esta revelación por medio de Cristo? Los escritos del Nuevo Testamento contienen la interpretación final, autoritativa y suficiente de la obra de Cristo en la redención. Los apóstoles y sus compañeros más íntimos informan las palabras y obras de Cristo y las interpretan con autoridad divina absoluta. Cuando terminaron sus escritos, nada más hay que añadir con la misma autoridad divina absoluta.
Así que una vez que los escritos de los apóstoles del Nuevo Testamento y sus compañeros autorizados quedaron completos, tenemos en forma escrita el registro final de todo lo que Dios quiere que sepamos en cuanto a la vida, muerte y resurrección de Cristo, y su significado para la vida de los creyentes de todos los tiempos. Puesto que ésta es la más grande revelación de Dios para la humanidad, no se debe esperar más una vez que esto quedó completo.
De esta manera, entonces, Hebreos 1: 1-2 nos muestra por qué no se deben añadir más escritos a la Biblia después de los tiempos del Nuevo Testamento. El canon ya está cerrado.
Una consideración de tipo similar se puede derivar de Apocalipsis 22: 18-19: A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro.
La referencia primaria de estos versículos es claramente al mismo libro de Apocalipsis, porque Juan se refiere a su escrito como «palabras de este libro de profecía» en el versículo 7 y 10 de este capítulo (y al libro entero se le llama profecía en Ap 1: 3). Es más, la referencia al «árbol de la vida y, la ciudad santa, descritos en este libro» indica que se refiere al mismo libro de Apocalipsis.
No es accidente, sin embargo, que esta afirmación venga al final del último capítulo de Apocalipsis, y que Apocalipsis sea el último libro en el Nuevo Testamento.
De hecho, Apocalipsis tuvo que ser colocado en último lugar en el canon. El orden en que muchos libros se colocaron en el canon es de poca consecuencia. Pero así como Génesis se debe colocar primero (porque nos habla de la creación), así Apocalipsis se debe colocar último (porque su enfoque es decirnos el futuro y de la nueva creación divina).
Los eventos descritos en Apocalipsis son históricamente subsiguientes a los eventos descritos en el resto del Nuevo Testamento y exige que Apocalipsis se coloque donde está. De este modo, no es inapropiado que entendamos esta excepcionalmente fuerte advertencia al final de Apocalipsis como aplicándose de una manera secundaria a todas las Escrituras. Colocada allí, donde debe estar colocada, la advertencia forma una conclusión apropiada a todo el canon de las Escrituras. Junto con Hebreos 1: 1-2 y la perspectiva de la historia de la redención implícita en estos versículos, esta aplicación más amplia de Apocalipsis 22:18-19 también nos sugiere que no debemos esperar más Escrituras que se añadan más allá de las que ya tenemos.
¿CÓMO SABEMOS, ENTONCES, QUE TENEMOS LOS LIBROS QUE DEBEMOS TENER EN EL CANON DE LAS ESCRITURAS?
La pregunta se puede contestar de dos maneras diferentes.
Primero, si preguntamos en qué debemos basar nuestra confianza, la respuesta en última instancia debe ser que nuestra confianza se basa en la fidelidad de Dios. Sabemos que Dios ama a su pueblo, y es de suprema importancia que el pueblo de Dios tenga las propias palabras de Dios, porque son nuestra vida (Dt 32: 47; Mt 4: 4).
Son más preciosas, y más importantes para nosotros que todo lo demás del mundo.
También sabemos que Dios nuestro Padre tiene las riendas de la historia, y no es la clase de Padre que nos hará trampas o no nos será fiel, o que nos privará de algo que absolutamente necesitamos.
La severidad de los castigos que menciona Apocalipsis 22: 18-19 que les vendrán a los que añadan o quiten de las palabras de Dios también confirma la importancia de que el pueblo de Dios tenga un canon correcto. No puede haber castigos más grandes que éstos, porque son castigos de castigo eterno.
Esto muestra que Dios mismo asigna valor supremo a que tengamos una colección correcta de los escritos inspirados por Dios, ni más ni menos. A la luz de este hecho, ¿podría ser correcto que creamos que Dios nuestro Padre, que controla toda la historia, permitiría que toda su iglesia esté por casi 2000 años privada de algo que él mismo valora tan altamente y que es tan necesario para nuestras vidas espirituales?
La preservación y compilación correcta del canon de las Escrituras en última instancia deben verla los creyentes, entonces, no como parte de la historia de la iglesia subsecuente a los grandes actos centrales de Dios de la redención de su pueblo, sino como una parte integral de la historia de la redención misma.
Así como Dios obró en la creación, en el llamado del pueblo de Israel, en la vida, muerte y resurrección de Cristo, y en la obra inicial y escritos de los apóstoles, Dios obró en la preservación y compilación de los libros de las Escrituras para beneficio de su pueblo por toda la edad de la iglesia. En definitiva, entonces, basamos nuestra confianza en la corrección de nuestro canon presente en la fidelidad de Dios.
La pregunta de cómo sabemos que tenemos los libros que debemos tener puede, en segundo lugar, contestarse de una manera algo diferente. Podemos querer enfocamos en el proceso por el cual nos hemos persuadido de que los libros que tenemos ahora en el canon son los precisos. En este proceso dos factores intervienen: la actividad del Espíritu Santo que nos convence al leer las Escrituras por nosotros mismos, y la información histórica que tenemos disponible para nuestra consideración.
Al leer la Biblia. el Espíritu Santo obra para convencemos de que los libros que tenemos en las Escrituras son todos de Dios y que son palabras suyas para nosotros. Ha sido el testimonio de los cristianos por todas las edades que al leer los libros de la Biblia, las palabras de las Escrituras les hablan al corazón como ningún otro libro. Día tras día, año tras año, los creyentes hallan que las palabras de la Biblia son en verdad palabras de Dios que les hablan con una autoridad, poder y persuasión que ningún otro escrito posee.
Verdaderamente la Palabra de Dios es «viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» ( Heb 4: 12).
Sin embargo el proceso por el cual nos persuadimos de que el canon presente es correcto también recibe ayuda de la información histórica. Por supuesto, si la compilación del canon fue una parte de los actos centrales de Dios en la historia de la redención (como indicamos arriba), los cristianos de hoy no deben tener el atrevimiento de añadir o sustraer de los libros del canon.
El proceso quedó completo hace mucho tiempo. No obstante, una investigación cabal de las circunstancias históricas que rodearon la compilación del canon es útil para confirmar nuestra convicción de que las decisiones tomadas por la iglesia primitiva fueron decisiones correctas.
Algo de esta información histórica ya se ha mencionado en las páginas precedentes. Otra información, más detallada, está disponible para los que desean emprender investigaciones más especializadas.
Sin embargo se debe mencionar otro hecho histórico adicional. Hoy no existe ningún candidato fuerte para añadirse al canon ni ninguna objeción fuerte contra algún libro que ya está en el canon. De los escritos que algunos de la iglesia primitiva quisieron incluir en el canon, es seguro decir que ninguno de los evangélicos del día presente lo querrían incluir. Algunos de los escritores más tempranos se distinguieron muy claramente de los apóstoles, y sus escritos de los escritos de los apóstoles.
Ignacio, por ejemplo, alrededor del 110 d.C., dijo: «No les ordeno como les ordenó Pedro y Pablo; ellos fueron apóstoles y yo soy un convicto; ellos eran libres, y yo hasta ahora soy esclavo» (Ignacio, A los romanos 4.3; compare la actitud hacia los apóstoles en 1ª Clemente 42. 1, 2; 44: 1-2 [95 d.C.]; Ignacio, A los magnesianos 7: 1; 13: 1-2; et al.).
Incluso los escritos que por un tiempo algunos pensaban que merecían que se los incluyera en el canon contienen enseñanza doctrinal contradictoria al resto de las Escrituras. «El Pastor» de Hermas, por ejemplo, enseña «la necesidad de la penitencia» y «la posibilidad de perdón de pecados por lo menos una vez después del bautismo.
El autor parece identificar al Espíritu Santo con el Hijo de Dios antes de la encarnación, y sostener que la Trinidad surgió sólo después de que la humanidad de Cristo había sido llevada al cielo» El Evangelio de Tomás, que algunos por un tiempo sostuvieron que pertenecía al canon, termina con la siguiente afirmación absurda,.
Simón Pedro les dijo: «Dejen que María se vaya de nosotros, porque las mujeres no merecen vivir». Jesús dijo: «He aquí, yo la guiaré, para poder hacerla varón, para que ella también pueda llegar a ser un espíritu viviente, parecido a ustedes varones. Porque toda mujer que se hace a sí misma varón entrará en el reino de los cielos».
Todos los otros documentos existentes que en la iglesia primitiva tuvieron alguna posibilidad de que se los incluyera en el canon son similares a éstos en que bien contienen renuncias explícitas de status canónico o incluyen alguna aberración doctrinal que claramente los hace indignos de que se los incluya en la Biblia.
Por otro lado, no hay ninguna objeción fuerte contra ningún libro que al presente consta en el canon. En el caso de varios libros del Nuevo Testamento que se demoraron en obtener la aprobación de la iglesia entera (libros tales como 2ª Pedro o 2 y 3 Juan), mucha de la vacilación inicial en cuanto a incluirlos se puede atribuir al hecho de que al principio no circularon ampliamente, y que el conocimiento total del contenido de todos los escritos del Nuevo Testamento se esparció por la iglesia más bien lentamente.
(La vacilación de Martín Lutero en cuanto a Santiago es muy entendible en vista de la controversia doctrinal en que estaba involucrado, pero tal vacilación no fue ciertamente necesaria. Lo que parece ser conflicto doctrinal con la enseñanza de Pablo se resuelve fácilmente una vez que se reconoce que Santiago está usando tres términos clave, justificación, fe y obras en sentidos diferentes a los que Pablo los usa).
Hay, por consiguiente, confirmación histórica de la corrección del canon presente. Sin embargo se debe recordar en conexión con cualquier investigación histórica que el propósito de la iglesia primitiva no era otorgar autoridad divina o incluso autoridad eclesiástica a escritos meramente humanos, sino más bien reconocer la característica de autoría divina de escritos que ya tenían tal calidad.
Esto se debe a que el criterio supremo de la canonicidad es la autoría divina, no la aprobación humana o eclesiástica.
En este punto alguien pudiera hacer una pregunta hipotética en cuanto a qué haríamos si se descubriera, por ejemplo, alguna epístola de Pablo. ¿Se añadiría a las Escrituras? Esta es una pregunta dificil, porque intervienen dos consideraciones conflictivas. Por un lado, si una gran mayoría de los creyentes se convencieran de que en verdad fue una epístola paulina auténtica, escrita por Pablo en el curso de su oficio apostólico, la naturaleza de la autoridad apostólica de Pablo garantizaría que el escrito es palabra de Dios (tanto como las de Pablo), y que su enseñanza es congruente con el resto de las Escrituras.
Pero el hecho de que no fue preservada como parte del canon indicaría que no estuvo entre los escritos que los apóstoles querían que la iglesia preservara como parte de las Escrituras. Es más, se debe decir de inmediato que tal pregunta hipotética es simplemente eso: hipotética.
Es excepcionalmente dificil imaginar qué clase de información histórica se podría descubrir que pudiera demostrar convincentemente a la iglesia como un todo que una carta perdida por más de 1900 años fue de la autoría genuina de Pablo, y todavía más dificil entender cómo nuestro Dios soberano pudo haber cuidado fielmente a su pueblo por más de 1900 años y con todo permitir que estuvieran privados continuamente de algo que él propuso que tuvieran como parte de su revelación final de sí mismo en Jesucristo.
Estas consideraciones hacen altamente improbable que un manuscrito así se descubra en algún momento en el futuro, y que una pregunta hipotética como esa en realidad no merece ninguna otra consideración seria.
En conclusión, ¿hay algún libro en nuestro canon actual que no debería estar allí? No. Podemos apoyar nuestra confianza respecto a este hecho en la fidelidad de Dios nuestro Padre, que no guiaría a todo su pueblo por casi 2000 años a tener como palabra suya algo que no lo es. Y hallamos nuestra confianza repetidamente confirmada tanto por la investigación histórica y por la obra del Espíritu Santo al capacitarnos para oír la voz de Dios de una manera única al leer de cada uno de los sesenta y seis libros en el canon presente de las Escrituras.
Pero, ¿hay algún libro que falta, libro que se debería haber incluido en las Escrituras pero que no se lo incluyó? La respuesta debe ser no. En toda la literatura conocida no hay ningún candidato que siquiera se acerque a las Escrituras cuando seda consideración a su congruencia doctrinal con el resto de las Escrituras y al tipo de autoridad que afirma tener (tanto como la manera en que esas afirmaciones de autoridad han sido recibidas por otros creyentes).
De nuevo, la fidelidad de Dios a su pueblo nos convence de que nada falta en las Escrituras que Dios piense que necesitamos saber para obedecerle y confiar en él plenamente. El canon de las Escrituras hoyes exactamente lo que Dios quería que fuera, y se quedará de esa manera hasta que Cristo vuelva.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Por qué es importante para su vida cristiana saber cuáles escritos son palabras de Dios y cuáles no lo son? ¿Cómo sería diferente su relación con Dios si tuviera que buscar sus palabras esparcidas entre todos los escritos de los cristianos a través de toda la historia de la iglesia? ¿Cómo sería diferente su vida cristiana si las palabras de Dios estuvieran contenidas no sólo en la Biblia, sino también en las declaraciones oficiales de la iglesia a través de la historia?
2. ¿Ha tenido usted alguna duda o preguntas en cuanto a la canonicidad de algún libro de la Biblia? ¿Qué motivó esas preguntas? ¿Qué debe hacer uno para resolverlas?
3. Mormones, Testigos de Jehová y miembros de otras sectas han aducido revelaciones de Dios en el día presente que ellos consideran iguales a la Biblia en autoridad. ¿Qué razones puede dar usted para indicar la falsedad de esas afirmaciones? En la práctica, ¿tratan esas personas a la Biblia como con igual autoridad igual a la de esas otras «revelaciones»?
4. Si usted nunca ha leído alguna parte de los apócrifos del Antiguo Testamento, tal vez quiera leer algunas secciones. ¿Piensa usted que puede confiar en esos escritos de la misma manera en que confía en la Biblia? Compare los efectos de estos escritos sobre usted y el efecto de la Biblia sobre usted. Tal vez usted quiera hacer una comparación similar con algunos escritos de una colección de libros llamados los apócrifos del Nuevo Testamento, o tal vez del Libro de Mormón o el Corán. ¿Es el efecto espiritual de estos escritos sobre su vida positivo o negativo? ¿Cómo se compara eso con el efecto espiritual que la Biblia ejerce sobre su vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Apócrifa, apóstol, auto-atestiguador, canon, canónico, historia de la redención, inspirado por Dios pacto
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Hebreos 1: 1-2: Dios, Que Muchas Veces Y De Varias Maneras Habló A Nuestros Antepasados En Otras Épocas Por Medio De Los Profetas, En Estos Días Finales Nos Ha Hablado Por Medio De Su Hijo. A Éste Lo Designó Heredero De Todo, Y Por Medio De Él Hizo El Universo.

CAPÍTULO 3

LAS CUATRO CARACTERÍSTICAS DE LAS ESCRITURAS:

¿CÓMO SABEMOS QUE LA BIBLIA ES LA PALABRA DE DIOS?
En el capítulo previo nuestro objetivo fue determinar cuáles escritos pertenecen a la Biblia y cuáles no. Pero una vez que hemos determinado qué es la Biblia, nuestro siguiente paso es preguntar cómo es ella. ¿Qué nos enseña toda la Biblia respecto a sí misma?
Las principales enseñanzas de la Biblia en cuanto a sí misma se pueden clasificar en cuatro características (a veces llamadas atributos):
(1) LA AUTORIDAD DE LAS ESCRITURAS,
(2) LA CLARIDAD DE LAS ESCRITURAS,
(3) LA NECESIDAD DE LAS ESCRITURAS Y;
(4) LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS.
Con respecto a la primera característica, la mayoría de los cristianos estaría de acuerdo en que la Biblia es nuestra autoridad en algún sentido. Pero ¿en qué sentido afirma la Biblia ser nuestra autoridad? Y¿ cómo nos persuadimos de que las afirmaciones de la Biblia en cuanto a ser la Palabra de Dios son verdad? Estas son las preguntas que se consideran en este capítulo.
La autoridad de las Escrituras quiere decir que todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios de tal manera que no creer o desobedecer alguna palabra de las Escrituras es no creer o desobedecer a Dios.
ESTA DEFINICIÓN SE PUEDE AHORA EXAMINAR EN SUS VARIAS PARTES.

A. TODAS LAS PALABRAS DE LAS ESCRITURAS SON PALABRAS DE DIOS

1. ESTO ES LO QUE LA BIBLIA AFIRMA EN CUANTO A SÍ MISMA.

Hay frecuentes afirmaciones en la Biblia de que todas las palabras de las Escrituras son palabras de Dios (como también que fueron escritas por hombres).1 En el Antiguo Testamento esto se ve frecuentemente en la frase introductoria: «Así dice el Señor», que aparece cientos de veces. En el mundo del Antiguo Testamento esta frase se habría reconocido como idéntica en forma a la frase «Así dice el rey», que se usaba como prefacio en los edictos de un rey a sus súbditos, edicto que no se podía cuestionar.
Por supuesto, no quiero decir que toda palabra de las Escrituras fue dicha audiblemente por Dios mismo, puesto que la Biblia registra las palabras de cientos de diferentes personas, tales como el rey David y Pedro, e incluso el mismo Satanás.
Pero si quiero decir que incluso las citas de otros son informes de Dios de lo que dijeron, y, correctamente interpretadas en sus contextos, vienen a nosotros con la autoridad de Dios.
Poner en tela de duda sino que simplemente había que obedecer. Así que cuando los profetas dicen: «Así dice el Señor», están afirmando ser mensajeros del Rey soberano de Israel, es decir, Dios mismo, y están afirmando que sus palabras son absolutamente palabras autoritativas de Dios. Cuando el profeta hablaba en el nombre de Dios de esta manera, toda palabra que decía tenía que ser de Dios, o sería un falso profeta, (Nm 22: 38; Dt 18: 18-20; Jer 1: 9; 14: 14; 23: 16-22; 29: 31-32; Ez 2:7; 13: 1-16).
Es más, se dice que Dios a menudo hablaba «a través» del profeta (1ª R 14: 18; 16: 12,34; 2ª R 9:36; 14:25;Jer 37: 2; Zac 7: 7, 12). Por tanto, lo que el profeta decía en el nombre de Dios, Dios lo decía (1ª R 13: 26 con v. 21; 1ª R 21: 19 con 2ª R 9: 25-26; Hag 1: 12;. 1ª S 15: 3, 18).
En estas y otras instancias en el Antiguo Testamento, a las palabras que los profetas dijeron uno puede igualmente referirse como palabras que Dios mismo dijo. Así que no creer o desobedecer algo que el profeta decía era no creer o desobedecer a Dios mismo (Dt 18: 19; 1ª S 10: 8; 13: 13-14; 15: 3, 19, 23; 1ª R 20: 35, 36).
Estos versículos, por supuesto, no aducen que todas las palabras del Antiguo Testamento son palabras de Dios, porque estos versículos mismos se refieren sólo a secciones específicas de palabras dichas o escritas en el Antiguo Testamento.
Pero la fuerza acumulativa de estos pasajes, incluyendo los cientos de pasajes que empiezan con «Así dice el Señor», es demostrar que dentro del Antiguo Testamento tenemos registros escritos de palabras que se dicen ser las propias palabras de Dios. Estas palabras al ser escritas constituyen grandes secciones del Antiguo Testamento.
En el Nuevo Testamento varios pasajes indican que se pensaba que todos los escritos del Antiguo Testamento eran palabras de Dios. 2ª Timoteo 3:16 dice: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia.
Aquí «Escritura» (grafé) se debe referir a las palabras escritas del Antiguo Testamento, porque eso es a lo que la palabra grafé se refiere en cada una de sus cincuenta y una ocasiones en que aparece en el Nuevo Testamento. Es más, las «Sagradas Escrituras» del Antiguo Testamento es a lo que Pablo acaba de referirse en el versículo 15.
Pablo afirma aquí que todos los escritos del Antiguo Testamento son teopneustós, «inspirados por Dios». Puesto que son escritos de los que se dice que son «inspirados», esta inspiración se debe entender como una metáfora de pronunciar las palabras de las Escrituras. Este versículo, pues, indica en forma breve lo que es evidente en muchos pasajes del Antiguo Testamento: se consideran los escritos del Antiguo Testamento como palabras de Dios en forma escrita. Para toda palabra del Antiguo Testamento, Dios es el que la habló (y todavía habla), aunque Dios usó agentes humanos para escribir estas palabras.
Una indicación similar del carácter de todos los escritos del Antiguo Testamento como palabras de Dios se halla en 2ª Pedro 1:21. Hablando de las profecías de las Escrituras (v. 20), lo que quiere decir por lo menos las Escrituras del Antiguo Testamento a las cuales Pedro anima a sus lectores a prestar atención cuidadosa (v. 19), Pedro dice que ninguna de estas profecías jamás «ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo».
No es la intención de Pedro negar completamente la voluntad o personalidad humanas en el hecho de escribir las Escrituras (dice que los hombres «hablaron»), sino más bien decir que la fuente suprema de toda profecía nunca fue decisión del hombre respecto a lo que quería escribir, sino más la acción del Espíritu Santo en la vida del profeta, puesta en práctica de maneras no especificadas aquí (o, para el caso, en ninguna parte de la Biblia).
Esto indica una creencia de que todas las profecías del Antiguo Testamento (y, a la luz de los vv. 19-20, esto probablemente incluye todas las Escrituras del Antiguo Testamento) son dichas «por Dios»; es decir, son las palabras de Dios mismo.
Muchos otros pasajes del Nuevo Testamento hablan de manera similar en cuanto a secciones del Antiguo Testamento. En Mateo 1: 22 se citan las palabras de Isaías 7:14 como: (lo que el Señor había dicho por medio del profeta».
En Mateo 4:4 Jesús le dice al diablo: «"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». En el contexto de las repetidas citas de Deuteronomio que Jesús utiliza para responder a toda tentación, las palabras que proceden «de la boca de Dios» son las Escrituras del Antiguo Testamento.
En Mateo 19: 5 Jesús cita las palabras del autor de Génesis 2:24, no atribuidas a Dios en el relato de Génesis, como palabras que Dios «dijo».
En Marcos 7: 9-13 al mismo pasaje del Antiguo Testamento se le puede llamar intercambiablemente «el mandamiento de Dios», o 10 que «Moisés dijo», o «la palabra de Dios».
En Hechos 1: 16 se dice que las palabras de los salmos 69 y 109 son palabras que «por boca de David, había predicho el Espíritu Santo». Así que se dice que las palabras de las Escrituras son palabras del Espíritu Santo. En Hechos 2:16-17, al citar «lo que anunció el profeta Joel de Joel 2: 28-32, Pedro inserta «dice Dios», atribuyendo de este modo a Dios las palabras escritas por Joel, y afirmando que Dios está diciéndolas al presente.
Se podría citar muchos otros pasajes (vea Lc 1: 70; 24: 25; Jn 5: 45-47; Hch 3: 18, 21; 4: 25; 13: 47; 28: 25; Ro 1: 2; 3: 2; 9:17; 1ª Co 9: 8-10; Heb 1: 1-2,6-7), pero el patrón Teología sistemáticas más viejas usan las palabras inspirada e inspiración para hablar del hecho de que las palabras de las Escrituras fueron dichas por Dios.
Esta terminología se basa especialmente en una antigua traducción de 2ª Ti 3: 2 16, que dice: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (RVR). Sin embargo, la palabra inspiración tiene un sentido tan débil en el uso ordinario hoy (todo poeta o compositor aduce estar «inspirado» para escribir, e incluso de los atletas se dice que rindieron un desempeño «inspirado») que no la he usado en este texto.
He preferido la traducción de la NVI de 2ª Timoteo 3: 16: «Toda la Escritura es inspirada por Dios», y he usado otras expresiones para decir que las palabras de las Escrituras son las mismas palabras de Dios. La antigua frase «inspiración plenaria» quería decir que todas las palabras de las Escrituras son palabras de Dios (la palabra plenaria quiere decir «completa»), hecho que afirmo en este capítulo sin usar la frase.
De atribuir a Dios las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento debe ser muy claro. Es más, en varios lugares se dice que todas las palabras de los profetas o las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento son para que las creamos o que proceden de Dios (vea Lc 24: 25, 27, 44; Hch 3: 18; 24: 14; Ro 15: 4).
Pero si Pablo quería decir sólo los escritos del Antiguo Testamento cuando se refirió a «Escrituras» en 2ª Timoteo 3: 16, ¿cómo se puede aplicar eso a los escritos del Nuevo Testamento por igual? ¿Dice ese pasaje algo en cuanto al carácter de los escritos del Nuevo Testamento? Para responder esa pregunta debemos darnos cuenta de que la palabra griega grafé (Escrituras) era un término técnico para los escritos del Nuevo Testamento y tenía un significado muy especializado.
Aunque se usa cincuenta y una veces en el Nuevo Testamento, cada una de esas instancias se refiere a escritos del Antiguo Testamento, no a ninguna otra palabra o escritos fuera del canon de las Escrituras. Por tanto, todo lo que pertenecía a la categoría de «Escrituras» tenía el carácter de ser «inspirado por Dios»; sus palabras eran palabras de Dios mismo.
Pero en dos lugares del Nuevo Testamento vemos también que se llama «Escrituras» al Nuevo Testamento a la par de los escritos del Antiguo Testamento. Como notamos en el capítulo 3, en 2ª Pedro 3: 16 Pedro muestra no sólo tener conocimiento de la existencia de Epístolas escritas por Pablo, sino también una clara disposición a clasificar «todas sus epístolas [de Pablo)» con «las otras Escrituras».
Esta es una indicación de que muy temprano en la historia de la iglesia cristiana se consideraban todas las Epístolas de Pablo como palabras de Dios escritas en el mismo sentido que se consideraban los textos del Antiguo Testamento. En forma similar, en 1ª Timoteo 5: 18 Pablo cita las palabras de Jesús según se halla en Lucas 10: 7 y las llama «Escrituras».
Estos dos pasajes tomados juntos indican que durante el tiempo en que se estaban escribiendo los documentos del Nuevo Testamento se tenía conciencia de que se estaban haciendo adiciones a esta categoría especial de escritos llamados «Escrituras», que eran escritos que tenían el carácter de ser palabras de Dios mismo. Así que una vez que establecemos que un escrito del Nuevo Testamento pertenece a la categoría especial de «Escrituras», tenemos razón para aplicar también 2ª Timoteo 3: 16 a esos escritos, y decir que esos escritos también tienen la característica que Pablo atribuye a «todas las Escrituras»: es «inspirada por Dios», y todas sus palabras son palabras de Dios mismo.
Hay alguna evidencia adicional de que los escritores del Nuevo Testamento pensaban que sus propios escritos (no simplemente los del Antiguo Testamento eran palabras de Dios? En algunos casos, los hay. En 1ª Corintios 14:37 Pablo dice: «Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor». Pablo aquí ha instituido una serie de reglas para el culto en la iglesia de Corinto y ha afirmado que son «mandatos del Señor», porque la frase que se traduce «esto que les escribo» contiene un pronombre griego plural relativo (já) y se traduce más literalmente: «las cosas que les escribo son mandatos del Señor».
Una objeción en cuanto a ver las palabras de los escritores del Nuevo Testamento como palabras de Dios se toma a veces de 1 Corintios 7:12, en donde Pablo hace distinción entre sus palabras y las palabras del Señor: «A los demás les digo yo (no es mandamiento del Señor)». Sin embargo, una interpretación apropiada de este pasaje se obtiene de los versículos 25 y 40. En el versículo 25 Pablo dice que no tiene mandamiento del Señor respecto a los solteros sino que está dando su propia opinión. Esto debe querer indicar que él no tenía conocimiento de nada que Jesús hubiera dicho sobre este tema y probablemente también que no había recibido ninguna revelación subsecuente de Jesús al respecto.
Esto es diferente de la situación del versículo 10, en donde simplemente podría repetir el contenido de la enseñanza terrenal de Jesús: «que la mujer no se separe de su esposo». Por tanto, el versículo 12 debe querer decir que Pablo no tenía ningún registro de ninguna enseñanza terrenal de Jesús sobre el tema del creyente casado con una esposa que no era creyente.
Por consiguiente, Pablo da sus propias instrucciones: «A los demás les digo yo (no es mandamiento del Señor): Si algún hermano tiene una esposa que no es creyente, y ella consiente en vivir con él, que no se divorcie de ella» (1ª Co 7: 12).
Es impresionante, por consiguiente, que Pablo puede seguir en los versículos 12-15 a dar varias normas éticas específicas a los corintios. ¿Qué le dio el derecho de hacer tales mandamientos morales? Él dice que habla «como quien por la misericordia del Señor es digno de confianza» (1ª Co 7:25). Parece implicar aquí que sus opiniones podían colocarse en el mismo nivel autoritativo de las palabras de Jesús.
Por tanto, 1 Corintios 7:12, «a los demás les digo yo (no es mandamiento del Señor) es una afirmación asombrosamente fuerte de la propia autoridad de Pablo; si él no tenía ninguna palabra de Jesús que se aplicara a alguna situación, usaba las propias, porque sus propias palabras ¡tenían igual autoridad que las palabras de Jesús!
Indicaciones de una noción similar respecto a los escritos del Nuevo Testamento se hallan en Juan 14: 26 y 16: 13, en donde Jesús prometió que el Espíritu Santo les haría recordar a los discípulos todo lo que él les había dicho y les guiaría a toda la verdad. Esto indica una obra especial de superintendencia del Espíritu Santo por la cual los discípulos podrían recordar y anotar sin error todo lo que Jesús les había dicho.
Indicaciones similares se hallan también en 2ª Pedro 3:2; 1ª Corintios 2: 13; 1ª Tesalonicenses 4: 15, y Apocalipsis 22: 18-19.

2. ESTAMOS CONVENCIDOS DE LAS AFIRMACIONES DE LA BIBLIA DE QUE ES LA PALABRA DE DIOS AL LEER LA BIBLIA.

Una cosa es afirmar que la Biblia afirma ser la Palabra de Dios; es otra cosa estar convencido de que esas afirmaciones son ciertas. Nuestra convicción suprema de que las palabras de la Biblia son Palabra de Dios viene sólo cuando el Espíritu Santo habla en la Biblia y mediante las palabras de la Biblia a nuestros corazones y nos da una seguridad interna de que esas son palabras de nuestro Creador hablándonos.
Poco después de que Pablo ha explicado que su discurso apostólico consiste de palabras enseñadas por el Espíritu Santo (1ª Co 2: 13), dice: «El que no tiene el Espíritu no acepta las cosas que proceden del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente» (1ª Co 2: 14). Sin la obra del Espíritu de Dios, una persona no recibirá verdades espirituales y en particular no recibirá ni aceptará la verdad de que las palabras de las Escrituras son en realidad palabras de Dios.
Pero en las personas en quienes el Espíritu de Dios está obrando hay un reconocimiento de que las palabras de la Biblia son palabras de Dios. Este proceso es estrechamente análogo a aquel por el cual los que creen en Jesús saben que sus palabras son verdad. Él dijo: «Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10: 27). Los que son ovejas de Cristo oyen la voz de su gran Pastor al leer las palabras de la Biblia, y se convencen de que estas palabras son en realidad palabras de su Señor.
Es importante recordar que esta convicción de que las palabras de la Biblia son palabras de Dios no resulta aparte de las palabras de la Biblia ni en adición a las palabras de la Biblia. No es como si el Espíritu Santo un día susurrara a nuestro oído: «¿Ves esa Biblia sobre tu escritorio? Quiero que sepas que las palabras de esa Biblia son palabras de Dios». Es más bien que conforme los individuos leen la Biblia oyen la voz de su Creador hablándoles en las palabras de la Biblia y se dan cuenta de que el libro que están leyendo es diferente a cualquier otro, que es en verdad un libro palabras de Dios que hablan a su corazón.

3. OTRA EVIDENCIA ES ÚTIL PERO NO DEFINITIVAMENTE CONVINCENTE.

La sección previa no tiene el propósito de negar la validez de otra clase de argumentos que se puedan usar para respaldar la afirmación de que la Biblia es la Palabra de Dios. Es útil que aprendamos que la Biblia es históricamente exacta, que es internamente congruente, que contiene profecías que se han cumplido cientos de años más tarde, que ha influido en el curso de la historia humana más que cualquier otro libro, que continuamente ha cambiado la vida de millones de individuos en toda su historia, que por ella las personas hallan la salvación, que tiene una belleza majestuosa y profundidad de enseñanza que ningún otro libro iguala, y que afirma cientos de veces que son palabras del mismo Dios.
Todos estos argumentos, y otros, son útiles para nosotros y eliminan los obstáculos que pudieran interponerse para que creamos la Biblia. Pero todos estos argumentos, tomados individualmente o en conjunto, no pueden ser definitivamente convincentes. Como dice la Confesión Westminster de fe en 1643-46:
El Testimonio De La Iglesia Puede Impulsarnos E Inducirnos A Una Estimación Más Alta Y Reverente De Las Sagradas Escrituras. Lo Celestial Del Asunto, La Eficacia De La Doctrina, La Majestad Del Estilo, El Consentimiento De Todas Partes, El Alcance Del Todo (Que Es, Dar Toda Gloria A Dios), La Plena Revelación Que Hace Del Único Camino De Salvación Para El Hombre, Las Muchas Otras Excelencias Incomparables, Y La Perfección Entera Consiguiente, Son Argumentos Por Los Que En Efecto Da Evidencia De Ser La Palabra De Dios; Sin Embargo, Nuestra Persuasión Completa Y Seguridad De La Verdad Infalible Y Consiguiente Autoridad Divina, Brota De La Obra Interna Del RSV [En Inglés] «Los Dones Del Espíritu De Dios» Es Más Restrictivo En Materia De Asunto Que Lo Que Las Palabras Reales Justificarían, Y Por Cierto Que El Contexto No Lo Exige.
Espíritu Santo Que Da Testimonio A Nuestros Corazones Por La Palabra De Dios Y Con La Palabra De Dios (Cap. 1, Para. 5).

4. LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON AUTOATESTIGUADORAS.

ASÍ QUE LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON «AUTOATESTIGUADORAS.
No se puede «probar) que son palabras de Dios apelando a una autoridad más alta. Porque si se apelara a una autoridad más alta (digamos, precisión histórica o congruencia lógica) para probar que la Biblia es la Palabra de Dios, la Biblia en sí misma no sería nuestra autoridad más alta o absoluta; estaría subordinada en autoridad a aquello a lo que apelamos para probar que es la Palabra de Dios.
Si en última instancia apelamos a la razón humana, o a la lógica, o a la exactitud histórica, o a la verdad científica, como la autoridad por la cual se demuestra que la Biblia es la Palabra de Dios, damos por sentado que aquello a lo que apelamos es una autoridad más alta que la Palabra de Dios, y más verdadera y más confiable.

5. OBJECIÓN: ESTO ES UN ARGUMENTO CIRCULAR.

Alguien podría objetar que decir que la Biblia demuestra por sí misma que es la Palabra de Dios es usar un argumento circular: creemos que la Biblia es la Palabra de Dios porque ella misma afirma serlo; y creemos sus afirmaciones porque es la Palabra de Dios; y creemos que es la Palabra de Dios porque afirma serlo, y así por el estilo.
Hay que reconocer que este es una especie de argumento circular. Sin embargo, eso no invalida su uso, porque todos los argumentos a favor de una autoridad absoluta deben en última instancia apelar a esa autoridad como prueba; de otra manera su autoridad no sería absoluta ni sería la autoridad más alta.
Este problema no es exclusivo del creyente que afirma la autoridad de la Biblia. Todos, bien sea implícita o explícitamente, usan algún tipo de argumento circular al defender su autoridad suprema en cuestiones de fe.
Aunque estos argumentos circulares no siempre se hacen explícitamente y a veces se ocultan detrás de prolongados debates, o simplemente se dan por sentado sin prueba, los argumentos a favor de una autoridad suprema en su forma más básica hacen una apelación circular semejante a la autoridad en sí misma, como muestran los siguientes ejemplos:
«Mi Razón Es Mi Suprema Autoridad Porque Me Parece Razonable Que Sea Ash.
«La Congruencia Lógica Es Mi Autoridad Suprema Porque Es Lógico Que Lo Sea.
«Lo Que Descubren Las Experiencias Sensoriales Humanas Son La Autoridad Suprema Para Descubrir Lo Que Es Real Y Lo Que No Lo Es, Porque Nuestros Sentidos Humanos Jamás Han Descubierto Ninguna Otra Cosa; Así Que La Experiencia Sensorial Humana Me Dice Que Mi Principio Es Verdad.
«Sé Que No Puede Haber Una Autoridad Suprema Porque No Sé De Ninguna Autoridad Suprema Que Lo Sea» Lógico.
En Todos Estos Argumentos Por Una Norma Suprema De Verdad, Una Autoridad Absoluta Para Lo Que Se Cree, Interviene Un Elemento Circular.
¿Cómo escoge el creyente, o cualquier otra persona, entre las varias afirmaciones de autoridad absoluta? Al fin y al cabo la veracidad de la Biblia se recomienda a sí misma como mucho más persuasiva que otros libros religiosos (tales como el Libro de Mormón o el Corán), o que cualquier otra construcción intelectual de la mente humana (tal como la lógica, la razón humana, la experiencia sensorial, la metodología científica, etc.).
Será más persuasiva porque en la experiencia real de la vida todos los otros candidatos a autoridad suprema parecen incongruentes o tienen limitaciones que los descalifican, en tanto que se ve que la Biblia está en pleno acuerdo con todo lo que sabemos respecto al mundo que nos rodea, nosotros mismos y Dios.
La Biblia sería persuasiva en esta manera: si pensamos como es debido en cuanto a la naturaleza de la realidad, nuestra percepción de ella y de nosotros mismos, y nuestra percepción de Dios. El problema es que debido al pecado, nuestra percepción y análisis de Dios y la creación es defectuosa. El pecado en última instancia es irracional, y el pecado nos hace pensar incorrectamente en cuanto a Dios y en cuanto a la creación.
Por consiguiente, en un mundo libre de pecado la Biblia convencería a todos de que es la Palabra de Dios; pero debido a que el pecado distorsiona la percepción que las personas tienen de la realidad, no reconocen a la Biblia por lo que es en realidad. Por consiguiente, se requiere de la obra del Espíritu Santo, que este supere los efectos del pecado y nos permita persuadimos de que la Biblia en verdad es la Palabra de Dios, y que lo que afirma respecto a sí misma es verdad.
Así que en otro sentido, el argumento en cuanto a la Biblia como Palabra de Dios y como nuestra autoridad suprema no es un argumento circular típico. El proceso de persuasión tal vez es mejor verlo como una espiral, en la cual el conocimiento creciente de la Biblia y una creciente comprensión correcta de Dios y la creación tienden a suplementarse una a otra de una manera armoniosa, y cada una tiende a confirmar la exactitud de la otra.
Esto no es decir que nuestro conocimiento del mundo que nos rodea es una autoridad más alta que la Biblia, sino más bien que tal conocimiento, si es un conocimiento correcto, continúa dando una seguridad cada vez mayor y una convicción más profunda de que la Biblia es la única verdadera autoridad suprema, y que todas las demás afirmaciones que compiten por la autoridad suprema son falsas.

6. ESTO NO IMPLICA QUE EL DICTADO DE DIOS HAYA SIDO EL ÚNICO MEDIO DE COMUNICACIÓN.

Toda la parte previa de este capítulo ha sostenido que todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios. En este punto es necesaria una palabra de precaución.
El hecho de que todas las palabras de la Biblia sean palabras de Dios no debe llevamos a pensar que Dios dictó a los autores humanos toda las palabras de las Escrituras.
Cuando decimos que todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios, estamos hablando del resultado del proceso de hacer que la Biblia llegue a existir. Levantar la cuestión del dictado es preguntar en cuanto al proceso que condujo a ese resultado, o a la manera en que Dios actuó a fin de asegurar el resultado que él se proponía.
Hay que recalcar que la Biblia no habla de sólo un tipo de proceso ni sólo de una manera por la que Dios comunicó a los autores bíblicos lo que quería que se dijera. Es más, hay indicación de una amplia variedad de procesos que Dios usó para producir el resultado deseado.
Unos pocos casos esporádicos de dictado se mencionan explícitamente en la Biblia. Cuando el apóstol Juan vio en una visión en la isla de Patmos al Señor resucitado, Jesús le dijo: «Escribe al ángel de la iglesia de Éfeso» (Ap 2: 1); «Escribe al ángel de la iglesia de Esmirna» (Ap 2:8); «Escribe al ángel de la iglesia de Pérgamo» (Ap 2: 12). Estos son ejemplos de dictado puro y directo. El Señor resucitado le dice a Juan que escriba, y Juan escribe las palabras que oyó de Jesús.
Algo a fin a este proceso se ve probablemente en forma ocasional en los profetas del Antiguo Testamento. Leemos en Isaías: «Entonces la palabra del Señor vino a Isaías: «Ve y dile a Ezequías que así dice el Señor, Dios de su antepasado David: He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas; vaya darte quince años más de vida. Ya ti ya esta ciudad los libraré de caer en manos del rey de Asiria. Yo defenderé esta ciudad» (Is 38: 4-6).
El cuadro que se nos da en este relato es que Isaías oyó (es dificil decir si fue con su oído fisico o mediante una impresión muy contundente en su mente) las palabras que Dios quiso que le dijera a Ezequías; e Isaías, actuando como mensajero de Dios, tomó esas palabras y las dijo tal como se le instruyó.
Pero en muchas otras secciones de la Biblia tal dictado directo de Dios ciertamente no fue la manera en que las palabras de la Biblia llegaron a existir. El autor de Hebreos dice que Dios les habló a nuestros padres por los profetas «muchas veces y de varias maneras» (Heb 1: 1).
En el extremo opuesto del espectro del dictado tenemos, por ejemplo, la investigación histórica ordinaria de Lucas para escribir su Evangelio. Él dice:
Muchos Han Intentado Hacer Un Relato De Las Cosas Que Se Han Cumplido Entre Nosotros, Tal Y Como Nos Las Transmitieron Los Que Desde El Principio Fueron Testigos Presenciales Y Servidores De La Palabra. Por Lo Tanto, Yo También, Excelentísimo Teófilo, Habiendo Investigado Todo Esto Con Esmero Desde Su Origen, He Decidido Escribírtelo Ordenadamente. (Lc 1: 1-3).
Claramente esto no es un proceso de dictado. Lucas usó procesos ordinarios de conversar con testigos oculares y reunir información histórica a fin de poder escribir un relato preciso de la vida y enseñanzas de Jesús. Hizo su investigación histórica a cabalidad, escuchando los informes de muchos testigos oculares y evaluando.
En algunas teologías sistemáticas a este proceso por el cual Dios usó autores humanos para escribir sus propias palabras se le llama «modo de inspiración». Yo no he usado esa terminología en este libro, puesto que no parece ser una frase fácilmente entendible hoy.
Con todo cuidado la evidencia. El evangelio que escribió martilla lo que él pensó importante recalcar y refleja su estilo característico al escribir.
Entre estos dos extremos de dictado puro y sencillo por un lado, y la investigación histórica ordinaria por el otro, tenemos muchas indicaciones de varias maneras por las que Dios se comunicó con los autores humanos de la Biblia.
En algunos casos la Biblia nos da indicios de estos varios procesos: habla de sueños, visiones, de oír la voz de Dios, de estar en el concilio del Señor; también habla de hombres que estuvieron con Jesús y observaron su vida y oyeron su enseñanza, hombres cuyo recuerdo de estas palabras y obras fue hecho acertado por completo por la obra del Espíritu Santo al recordarles todas estas cosas Jn 14: 26). Sin embargo, en muchos otros casos simplemente no se nos dice la manera que Dios usó para producir el resultado de que las palabras de la Biblia fueran sus propias palabras. Evidentemente se usaron muchos métodos diferentes, pero no es importante que descubramos precisamente cuáles fueron en cada caso.
En casos en que intervino la personalidad humana ordinaria y el estilo de redacción del autor en forma prominente, como parece ser el caso con la mayor parte de la Biblia, todo lo que podemos decir es que la providencial supervisión y dirección de Dios en la vida de cada autor fue tal que sus personalidades, su trasfondo y educación, su capacidad de evaluar los acontecimiento del mundo que los rodeaba, su acceso a información histórica, su juicio respecto a la exactitud de la información, y sus circunstancias individuales cuando escribieron, fueron exactamente lo que Dios quería que fueran, de modo que cuando llegaron al momento preciso de poner la pluma sobre el papel, las palabras fueron plenamente sus palabras pero también plenamente las palabras que Dios quería que escribieran, palabras que Dios afirmaría que eran las suyas propias.

B. POR CONSIGUIENTE, NO CREER O DESOBEDECER ALGUNA PALABRA DE LA BIBLIA ES NO CREER O DESOBEDECER A DIOS.

La sección precedente afirma que todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios. Consecuentemente, no creer o desobedecer alguna palabra de la Biblia es no creer o desobedecer a Dios mismo. Así, Jesús puede reprender a sus discípulos por no creer las Escrituras del Antiguo Testamento (Lc 24: 25).
Los creyentes deben guardar y obedecer las palabras de los discípulos Gn 15:20: «Si han obedecido mis enseñanzas, también obedecerán las de ustedes»). A los creyentes se les anima a recordar «el mandamiento que dio nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles » (2ª P 3: 2).
Desobedecer lo que Pablo escribe era acarrearse la disciplina eclesiástica, tal como la excomunión (2ª Ts 3: 14) y el castigo espiritual (2ª Co 13: 2-3), incluyendo castigo de Dios (este es el sentido evidente del verbo pasivo «será reconocido» en 1ª Co 14: 38). En contraste, Dios se deleita en todo el que «tiembla» a su palabra (ls 66: 2).
En toda la historia de la iglesia, los grandes predicadores han sido los que han reconocido que no tienen autoridad en sí mismos y han visto su tarea como la de explicar las palabras de la Biblia y aplicarlas claramente a la vida de sus oyentes. Su predicación ha derivado su poder no de la proclamación de sus propias experiencias cristianas ni de las experiencias de otros, ni tampoco de sus propias opiniones, ideas creativas o habilidad retórica, sino de las palabras poderosas de Dios.
Esencialmente se pararon en el púlpito, señalaron el texto bíblico, y en efecto le dijeron a la congregación: «Esto es lo que significa este versículo. ¿Ven ustedes también
ese significado aquí? Entonces deben creerlo y obedecerlo de todo corazón, porque Dios mismo, su Creador y Señor, ¡se lo está diciendo hoy mismo!» Sólo las palabras escritas de la Biblia pueden dar esta clase de autoridad a la predicación.

C. LA VERACIDAD DE LAS ESCRITURAS

1. DIOS NO PUEDE MENTIR NI HABLAR FALSEDADES.

La esencia de la autoridad de la Biblia es que puede obligarnos a creerla y a obedecerla y a hacer que tal creencia y obediencia sean equivalentes a creer y obedecer a Dios mismo. Debido a que esto es así, es necesario considerar la veracidad de la Biblia, puesto que creer todas las palabras de la Biblia implica confianza en la completa veracidad de las Escrituras en que creemos.
Aunque se considerará este asunto más completamente cuando consideremos la inerrancia de la Biblia (vea capítulo 5), aquí daremos una breve consideración.
Puesto que los escritores bíblicos repetidamente afirman que las palabras de la Biblia, aunque humanas, son palabras de Dios, es apropiado buscar versículos bíblicos que hablen del carácter de las palabras de Dios y aplicarlos al carácter de las palabras de la Biblia. Específicamente, hay una serie de pasajes bíblicos que hablan de la veracidad de lo que Dios dice. Tito 1: 2 habla de «Dios, que no miente», o (traducido más literalmente) «el Dios sin mentira».
Debido a que Dios es un Dios que no puede decir «mentira», siempre se puede confiar en sus palabras. Puesto que todas las Escrituras son dichas por Dios, todas las Escrituras deben ser «sin mentira», tal como Dios mismo lo es; no puede haber falsedad en las Escrituras.
Hebreos 6: 8 menciona dos cosas inmutables (el juramento de Dios y su promesa) «en las cuales es imposible que Dios mienta». Aquí el autor no dice solo que Dios no miente, sino que no es posible que mienta. Aunque la referencia inmediata es sólo a juramento y promesas, si es imposible que Dios mienta en estos pronunciamientos, ciertamente es imposible que él mienta jamás (porque Jesús con rigor reprende a los que dicen la verdad sólo cuando están bajo juramento: Mt 5: 33-37; 23: 16-22). De modo similar, David dice de Dios: «Tú eres Dios, y tus promesas son fieles!» (2ª S 7:28).
No estoy negando que la buena capacidad para hablar o creatividad, o la narración de experiencias personales, tengan lugar en la predicación, porque la buena predicación incluirá todo esto (vea Pr 16: 21, 23). Lo que estoy diciendo es que el poder de cambiar vidas debe venir de la palabra de Dios mismo, y eso será evidente a los oyentes cuando el predicador realmente lo cree.
Algunos eruditos objetan que es «demasiado simplista» argumentar como sigue: «La Biblia es la palabra de Dios. Dios nunca miente. Por consiguiente la Biblia nunca miente». Sin embargo es precisamente esa clase de argumento lo que Pablo usa en Tito 1: 2. Se refiere a la promesa de vida eterna hechas «antes de la creación» en las Escrituras y dice que las promesas fueron hechas por Dios «que nunca miente».
De este modo apela a la veracidad de las propias palabras de Dios para probar la veracidad de las palabras de las Escrituras. Este argumento puede ser «simple», pero es bíblico, y es verdad. Por consiguiente no debemos titubear para aceptarlo y usarlo.
NOTA: No estoy negando que la buena capacidad para hablar o creatividad, o la narración de experiencias personales, tengan lugar en la predicación, porque la buena predicación incluirá todo esto (vea Pr 16:21, 23). Lo que estoy diciendo es que el poder de cambiar vidas debe venir de la palabra de Dios mismo, y eso será evidente a los oyentes cuando el predicador realmente lo cree.
Algunos eruditos objetan que es «demasiado simplista» argumentar como sigue: «La Biblia es la palabra de Dios. Dios nunca miente. Por consiguiente la Biblia nunca miente». Sin embargo es precisamente esa clase de argumento lo que Pablo usa en Tito 1:2. Se refiere a la promesa de vida eterna hechas «antes de la creación» en las Escrituras y dice que las promesas fueron hechas por Dios «que nunca miente».
De este modo apela a la veracidad de las propias palabras de Dios para probar la veracidad de las palabras de las Escrituras. Este argumento puede ser «simple», pero es bíblico, y es verdad. Por consiguiente no debemos titubear para aceptarlo y usarlo.

2. POR CONSIGUIENTE, TODAS LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON COMPLETAMENTE VERDAD Y SIN ERROR EN PARTE ALGUNA.

Puesto que las palabras de la Biblia son palabras de Dios, y puesto que Dios no puede mentir ni decir falsedades, es correcto concluir que no hay falsedad ni error en parte alguna de las Escrituras. Hallamos esto afirmado en varios lugares de la Biblia. «Las palabras del Señor son puras, plata refinada en un horno en el suelo, purificada siete veces» (Sal 12: 6, traducción del autor).
Aquí el salmista usa imágenes vivas para hablar de la pureza no diluida de las palabras de Dios; no hay imperfección en ellas. También en Proverbios 30: 5 leemos: «Toda palabra de Dios es digna de crédito; Dios protege a los que en él buscan refugio». No es que algunas de las palabras de las Escrituras son verdad, sino que toda palabra es verdad.
De hecho, la palabra de Dios está fija en el cielo por toda la eternidad: «Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme en los cielos» (Sal 119: 89).Jesús puede hablar de la naturaleza eterna de sus propias palabras: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán» (Mt 24: 35).
Lo que Dios habla se coloca en marcado contraste con todo lo que dicen los humanos, porque «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer» (Nm 23: 19). Estos versículos afirman explícitamente lo que estaba implícito en el requisito de que creamos todas las palabras de la Biblia, es decir, que no hay falsedad en ninguna de las afirmaciones de la Biblia.

3. LAS PALABRAS DE DIOS SON LA NORMA ÚLTIMA DE VERDAD.

En Juan 17 Jesús ora al Padre: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad» Gn 17: 17). Este versículo es interesante porque Jesús no usa los adjetivos aletzinos o aletzes (verdadero) que uno esperaría, para decir «tu palabra es verdadera»; sino que más bien usa un sustantivo: aletzeía (verdad) para decir que la palabra de Dios no es simplemente «verdadera» sino que es la verdad misma.
La diferencia es significativa, porque esta afirmación nos anima a pensar no solo que la Biblia es «verdadera» en el sentido de que se ajusta a alguna norma más alta de verdad, sino más bien a pensar que la Biblia en sí misma es la norma definitiva de la verdad. La Biblia es la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios es la definición suprema de lo que es verdadero y lo que no es verdadero: la palabra de Dios en sí misma es verdad. Así que debemos pensar que la Biblia es la suprema norma de verdad, el punto de referencia por el cual se debe medir toda otra afirmación de veracidad.
Las afirmaciones que se ajustan a las Escrituras son «verdaderas», en tanto que las que no se ajustan a la Biblia no son verdaderas.
¿Qué es, entonces, verdad? Verdad es lo que Dios dice, y tenemos lo que Dios dice (exacta pero no exhaustivamente) en la Biblia.
4. ¿PODRÍA ALGUNA VEZ ALGÚN NUEVO HECHO CONTRADECIR LA BIBLIA?
¿SE DESCUBRIRÁ ALGUNA VEZ ALGÚN NUEVO HECHO CIENTÍFICO O HISTÓRICO QUE CONTRADIGA A LA BIBLIA?
Aquí podemos decir con confianza que eso nunca sucederá; es más, es imposible.
Si se descubriera algún supuesto «hecho» que se diga que contradice a la Biblia, entonces (si hemos entendido correctamente la Biblia) ese «hecho» debe ser falso, porque Dios, el autor de las Escrituras, conoce todos los hechos verdaderos (pasados, presentes y futuros). Ningún hecho aparecerá jamás que Dios no haya sabido desde antes de la creación y tomado en cuenta cuando hizo que se escribieran las Escrituras.
Todo hecho verdadero es algo que Dios ha conocido ya desde la eternidad y algo que por consiguiente no puede contradecir lo que Dios dice en la Biblia.
No obstante, se debe recordar que el estudio científico o histórico (tanto como otras clases de estudios de la creación) puede llevarnos a volver a examinar la Biblia para ver si en realidad enseña lo que se pensaba que enseña.
La Biblia por cierto no enseña que la tierra fue creada en el año 4004 a.C., como una vez se pensaba (porque las listas genealógicas de la Biblia tienen lagunas).14 Sin embargo, fue en parte el estudio histórico, arqueológico, astronómico y geológico lo que hizo que los cristianos volvieran a examinar la Biblia para ver si en realidad enseñaba un origen tan reciente de la tierra.
El análisis cuidadoso del texto bíblico mostró que en realidad no enseña eso.
De forma similar, la Biblia no enseña que el sol gira alrededor de la tierra, porque sólo usa descripciones de los fenómenos según los vemos a simple vista y no pretende describir el teje y maneje del universo desde algún punto arbitrario «fijo» en algún lugar del espacio.
Sin embargo, antes de que el estudio de astronomía avanzara lo suficiente como para demostrar la rotación de la tierra sobre su eje, la gente daba por sentado que la Biblia enseñaba que el sol giraba alrededor de la tierra.
Después, el estudio de la información científica motivó a un nuevo examen de los apropiados textos bíblicos. Así que siempre que nos veamos frente a algo que se diga que contradice a la Biblia, debemos no sólo examinar la información que se aduce que demuestra el hecho en cuestión, sino también debemos volver a examinar los textos bíblicos apropiados para ver si la Biblia de veras enseña lo que se creía que enseñaba.
Nunca debemos temer, sino más bien siempre recibir con beneplácito cualquier nuevo hecho que se pueda descubrir en cualquier ámbito legítimo de investigación o estudio humanos. Por ejemplo, los descubrimientos de los arqueólogos que trabajaban en Siria han sacado a la luz las tablas.
Estos registros extensos escritos del período alrededor de 2000 a.C. a la larga arrojarán gran luz sobre nuestra comprensión del mundo de los patriarcas y los hechos conectados con la vida de Abraham, Isaac y Jacob. ¿Deben los cristianos albergar alguna aprehensión persistente de que la publicación de tal información demostrará que algún hecho de Génesis es incorrecto?
¡Ciertamente no! Debemos con anhelo esperar la publicación de toda esa información con la confianza absoluta de que si se entiende correctamente
será congruente con la Biblia, y confirmará totalmente la exactitud de las Escrituras. Ningún hecho verdadero jamás contradecirá las palabras del Dios que lo sabe todos y nunca miente.

D. LAS ESCRITURAS SON LA AUTORIDAD DEFINITIVA

Es importante darse cuenta de que la forma final en que las Escrituras siguen siendo autoritativas es su forma escrita. Fueron las palabras de Dios escritas en las tablas de piedra que Moisés depositó en el arca del pacto. Más adelante Dios ordenó a Moisés y a los profetas después de este que escribieran sus palabras en un libro. Fue acerca de las Escrituras (grafé) que Pablo dijo que eran «inspirada por Dios» (2ª Ti 3: 16). De modo similar, los escritos de Pablo son «mandato del Señor» (1ª Co 14: 37) y se podían incluir en «las otras Escrituras» (2ª P 3: 16).
Esto es importante porque algunos a veces (intencionalmente o no) intentan sustituir alguna otra norma definida que no son las palabras de la Biblia. Por ejemplo, algunos a veces se refieren a «lo que Jesús realmente dijo» y aducen que cuando traducimos las palabras griegas de los Evangelios de nuevo al arameo que Jesús habló, podemos obtener una mejor comprensión de las palabras de Jesús que las que dan los escritores de los Evangelios.
De hecho, a veces se dice que este trabajo de reconstruir las palabras de Jesús en arameo nos permite corregir las traducciones erróneas que hicieron los autores de los Evangelios.
En otros casos hay quienes han aducido saber «lo que Pablo realmente pensaba» aun cuando sea diferente del significado de las palabras que escribió; o han hablado de «lo que Pablo debía haber dicho si hubiera sido congruente con el resto de su teología».
De modo similar, otros han hablado de «la situación de la iglesia a la cual Mateo escribió» y han intentado dar fuerza normativa bien sea a esa situación o a la solución que piensan que Mateo estaba intentando ofrecer en esa situación.
En todos estos casos debemos reconocer que preguntar respecto a las palabras o situaciones que están «en el trasfondo» del texto de las Escrituras puede a veces ser útil para comprender lo que ese texto significa. Sin embargo, nuestras reconstrucciones hipotéticas de todas esas palabras y situaciones nunca pueden reemplazar ni competir con la Biblia misma como autoridad final, ni debemos permitirles contradecir o poner en tela de duda la exactitud de alguna de las palabras de la Biblia.
Debemos continuamente recordar que tenemos en la Biblia las mismas palabras de Dios, y no debemos tratar de «mejorarlas» de ninguna manera, porque eso no se puede hacer. Más bien, debemos procurar entenderlas y entonces confiar en ellas y obedecerlas de todo corazón.

PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL

1. Si usted quiere persuadir a alguien de que la Biblia es la Palabra de Dios, ¿qué querría usted que esa persona leyera más que cualquier otra pieza de literatura?
2. ¿Quién intentaría hacer que las personas quieran no creer algo de la Biblia, o desobedecer algo de la Biblia? ¿Hay algo en la Biblia que usted quiere no creer u obedecer? Si sus respuestas a alguna de las dos preguntas última son positivas, ¿cuál es el mejor método de lidiar y tratar con los deseos que usted tiene en todo eso?
3. ¿Sabe usted de algún hecho demostrado en toda la historia que ha mostrado que algo en la Biblia es falso? ¿Se puede decir eso respecto a otros escritos religiosos tales como el Libro de Mormón o el Corán? Si usted ha leído otros libros como éstos, ¿puede describir el efecto espiritual que ejercieron en usted? Compare eso con el efecto espiritual que surtió en usted la lectura de la Biblia. ¿Puede decir que al leer la Biblia usted oye la voz de su Creador hablándole de una manera que no es verdad en cuanto a ningún otro libro?
4. ¿Alguna vez se halla creyendo algo no porque tiene evidencia externa sino simplemente porque está escrito en la Biblia? ¿Es esa fe apropiada, según Hebreos 11: 1? Si usted cree algo simplemente porque la Biblia lo dice, ¿qué piensa que Cristo le dirá respecto a este hábito cuando usted esté frente a su tribunal? ¿Piensa usted que confiar y obedecer todo lo que la Biblia afirma le llevará a pecar o le alejará de la bendición de Dios en su vida?

TÉRMINOS ESPECIALES

Argumento circular, auto atestiguadora, autoridad absoluta, autoridad de la Biblia. Biblia, dictado, Escrituras, inspirada por Dios, inspiración, inspiración plenaria

PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR

2 Timoteo 3: 16: Toda La Escritura Es Inspirada Por Dios Y Útil Para Enseñar, Para Reprender, Para Corregir Y Para Instruir En La Justicia.

CAPÍTULO 4

(1)      LA INERRANCIA DE LAS ESCRITURAS

¿HAY ALGÚN ERROR EN LA BIBLIA?
La mayoría de los libros de teología sistemática no han incluido un capítulo separado sobre la inerrancia de la Biblia. Por lo general se ha tratado el tema bajo el encabezamiento de autoridad de la Biblia, o no se ha considerado necesaria una explicación adicional.
Sin embargo, la cuestión de la inerrancia es de tal pre ocupación en el mundo evangélico de hoy que amerita un capítulo separado a continuación de nuestra consideración de la autoridad de la Palabra de Dios.
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA

A. SIGNIFICADO DE LA INERRANCIA

No vamos a repetir aquí los argumentos respecto a la autoridad de la Biblia que se dieron en el capítulo 4. Allí se indicó que todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios, y por consiguiente no creer o desobedecer alguna palabra de la Biblia es no creer o desobedecer a Dios. Se explicó además que la Biblia claramente enseña que Dios no puede mentir ni hablar falsedades (2ª S 7: 28; Tit 1: 2; Heb 6: 18).
Por consiguiente, se afirmó que todas las palabras de la Biblia son completamente verdaderas y sin error en ninguna parte (Nm 23: 19; Sal 12: 6; 119: 89,96; Pr 30: 5; Mt 24: 35). Las palabras de Dios son, de hecho, la suprema norma de verdad Gn 17: 17).
Especialmente relevante en este punto son los pasajes bíblicos que indican la total veracidad y confiabilidad de las palabras de Dios. «Las palabras del Señor son puras plata refinada en un horno en el suelo, purificada siete veces» (Sal 12:6, traducción del autor), indican la absoluta confiabilidad y pureza de la Biblia.
De modo similar, «Toda palabra de Dios es digna de crédito; Dios protege a los que en él buscan refugio» (Pr 30:5), indican la veracidad de toda palabra que Dios ha dicho. Aunque el error o al menos falsedad parcial puede caracterizar el habla de todo ser humano, el habla de Dios se caracteriza por jamás ser falsa y jamás comete errores, ni siquiera cuando habla por medio de seres humanos pecadores: «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer» (Nm 23: 19) fue dicho por el pecador Balaam específicamente en cuanto a las palabras proféticas que Dios había hablado mediante sus propios labios.
Con evidencia como está ahora estamos en posición de definir la inerrancia bíblica:
La inerrancia de la Biblia significa que la Biblia en los manuscritos originales no afirma nada que sea contrario a la verdad.
Esta definición enfoca la cuestión de la veracidad y falsedad del lenguaje de la Biblia. La definición en términos sencillos simplemente quiere decir que la Biblia siempre dice la verdad y que siempre dice la verdad respecto a todo de lo que habla.
Esta definición no quiere decir que la Biblia nos dice todo lo que se pudiera saber en cuanto a cualquier tema, pero sí afirma que lo que dice en cuanto a cualquier tema es verdad.
Es importante darse cuenta desde el principio de esta consideración que el enfoque de esta controversia recae sobre la cuestión de veracidad al expresarse. Hay que reconocer que la veracidad absoluta en lo que se dice es congruente con otros tipos de afirmaciones, tales como los siguientes:
1. LA BIBLIA PUEDE SER INERRANTE Y CON TODO HABLAR EN EL LENGUAJE ORDINARIO DEL HABLA DE TODOS LOS DÍAS.
Esto es especialmente cierto en las descripciones «científicas» o «históricas» de hechos o acontecimientos. La Biblia puede hablar de que el sol se levanta y la lluvia cae porque desde la perspectiva del que habla eso es exactamente lo que sucede.
Desde el punto de vista de un observador parado en el sol (si eso fuera posible) o de algún punto hipotético «fijo» en el espacio, la tierra gira y hace que el sol entre en el campo visual, y la lluvia no cae hacia abajo sino hacia arriba u horizontalmente, o en cualquier dirección necesaria para que la gravedad la atraiga hacia la superficie de la tierra.
Pero tales explicaciones son irremediablemente pedantes y harían imposible la comunicación ordinaria. Desde el punto de vista del que habla, el sol en efecto se levanta y la lluvia en efecto cae, y estas son descripciones perfectamente verdaderas de los fenómenos naturales que observa el que habla.
Una consideración similar se aplica a números cuando se usan para medidas o conteo. Un reportero puede decir que unos 8.000 hombres murieron en cierta batalla sin querer implicar con eso que los contó uno por uno y que no eran 7.999 ni 8.001 soldados muertos. Si murieron en números redondos unos 8.000, por supuesto que sería falso decir que murieron 16.000, pero no sería falso en la mayoría de los contextos que un reportero diga que murieron 8.000 hombres cuando en realidad los que murieron fueron 7823 u 8242; los límites de veracidad dependerían del grado de precisión que implica el que habla y que sus oyentes originales esperan.
Esto es también cierto en cuanto a medidas. Si digo: «No vivo lejos de mi oficina», o «Vivo como a dos kilómetros de mi oficina», o «Vivo a un poco más de dos kilómetros de mi oficina», o «Vivo a 2,45 kilómetros de mi oficina», las cuatro afirmaciones son aproximaciones con cierto grado de precisión.
Un mayor grado de precisión se podría obtener con instrumentos científicos más precisos, pero incluso eso sería aproximación a cierto grado de precisión. Así que las medidas también, a fin de que sean verdad, deben conformarse al grado de precisión que implica el que habla o que esperan los oyentes en el contexto original.
No debería ser problema para nosotros, entonces, afirmar a la vez que la Biblia es absolutamente veraz en todo lo que dice y que usa lenguaje ordinario para describir fenómenos naturales o dar aproximaciones o números redondos cuando es apropiado en el contexto.
También debemos notar que el lenguaje puede hacer afirmaciones vagas o imprecisas sin ser falsedad. «Vivo a un poco más de dos kilómetros de mi oficina» es una afirmación vaga e imprecisa, pero también es inerrante; no hay nada de falsedad en ella. No afirma nada que sea contrario a los hechos.
De modo similar, las afirmaciones bíblicas pueden ser imprecisas y sin embargo totalmente ciertas. La inerrancia tiene que ver con la veracidad no con el grado de precisión con que se informan los acontecimientos.
2. LA BIBLIA PUEDE SER INERRANTE Y CON TODO INCLUIR CITAS LIBRES O APROXIMADAS.
El método por el cual una persona cita las palabras de otro es un procedimiento que en gran parte varía de cultura a cultura. En las culturas contemporáneas estadounidense y británica estamos acostumbrados a citar las palabras exactas de otros cuando encerramos la afirmación entre comillas (a esto se llama cita directa).
Pero cuando usamos citas indirectas (sin comillas) sólo esperamos un informe exacto de la sustancia de la afirmación. Considere esta oración: «Elliot dijo que vendría enseguida a casa para cenar». La oración no cita directamente a Elliot, pero es un informe aceptable y veraz de la afirmación real de Elliot a su padre: «Llegaré a casa para cenar en dos minutos», aunque la cita indirecta no incluyó ninguna de las palabras originales del que habla.
El griego escrito de tiempos del Nuevo Testamento no tenía comillas ni signos de puntuación equivalentes, y una cita correcta de otro necesitaba incluir sólo una idea correcta del contenido de lo que la persona dijo (más bien como nuestras citas indirectas); no se esperaba que se citara exactamente cada palabra. Entonces, la inerrancia es compatible con citas libres y aproximadas del Antiguo Testamento o de las palabras de Jesús, por ejemplo, en tanto y en cuanto el contenido no deje de expresar lo que se dijo originalmente. El escritor original ordinariamente no implicaba que estaba usando las palabras exactas del que citaba y sólo esas, ni tampoco los oyentes originales esperaban al pie de la letra que así fuera.
3. NO ES FALTA A LA INERRANCIA TENER EN LA BIBLIA CONSTRUCCIONES GRAMATICALES FUERA DE SERIE Y NADA COMUNES.
Algunas expresiones de la Biblia son elegantes y excelentes en estilo. Otros escritos bíblicos contienen el lenguaje menos pulido del pueblo común. A veces esto incluye el no seguir las «reglas» comúnmente aceptadas de la gramática (tales como el uso del verbo en plural en donde las reglas gramaticales exigirían un verbo en singular, o el uso de un adjetivo femenino en donde se esperaría un adjetivo masculino, o el deletreo de una palabra diferente al que se usa comúnmente, ete.).
Estas afirmaciones de estilo o gramática irregular (que se hallan especialmente en el libro de Apocalipsis) no deben molestarnos, porque no afectan la veracidad de las afirmaciones bajo consideración; una afirmación puede no tener corrección gramatical y sin embargo ser enteramente veraz. Por ejemplo, un leñador analfabeto en algún área rural puede ser el hombre de mayor confianza en el condado aunque su gramática sea calamitosa, porque se ha ganado la reputación de nunca decir una mentira.
De modo similar, hay unas cuantas afirmaciones en la Biblia (en los idiomas originales) que no son gramaticalmente correctas (según las normas corrientes de gramática apropiadas en ese tiempo) y sin embargo son inerrantes porque son completamente veraces. La cuestión es la veracidad de lo que se dice.

B. ALGUNOS RETOS PRESENTES A LA INERRANCIA

En esta sección examinaremos las principales objeciones que comúnmente se presentan contra el concepto de la inerrancia.
1. LA BIBLIA ES SÓLO AUTORITATIVA EN CUANTO A «FE Y PRÁCTICA».
Una de las objeciones más frecuentes la presentan los que dicen que el propósito de la Biblia es enseñarnos cuestiones que tienen que ver solamente con «fe y práctica»; es decir, en cuestiones que se relacionan directamente a nuestra fe religiosa o a nuestra conducta ética.
Esta posición permitiría la posibilidad de afirmaciones falsas en la Biblia, por ejemplo, en otros aspectos tales como detalles históricos menores o información científica; esos aspectos, se dice, no tienen que ver con el propósito de la Biblia, que es instruirnos en lo que debemos creer y cómo debemos vivir.
Los que abogan por esta posición a menudo prefieren decir que la Biblia es infalible pero vacilan en usar la palabra inerrante.
La respuesta a esta objeción se puede indicar como sigue: la Biblia repetidamente afirma que toda la Escritura es útil para nosotros (2ª Ti 3: 16) y que toda ella es «inspirada por Dios». Por consiguiente es completamente pura (Sal 12: 6), perfecta (Sal 119: 96), y verdadera (Pr 30: 5).
La misma Biblia no hace ninguna restricción en cuanto a la clase de temas de los cuales habla con veracidad.
El Nuevo Testamento contiene afirmaciones adicionales de la confiabilidad de todas las partes de las Escrituras; en Hechos 24: 14 Pablo dice que adora a Dios «de acuerdo con todo lo que enseña la ley y creo lo que está escrito en los profetas».
En Lucas 24: 25 Jesús dice que los discípulos son «torpes» porque son «tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas». En Romanos 15: 4 Pablo dice que «todo lo que se escribió» en el Antiguo Testamento «se escribió para enseñarnos».
Estos pasajes no dan indicación de que alguna parte de las Escrituras no sea confiable por completo. De modo similar, en 1ª Corintios 10: 11, Pablo puede referirse incluso a detalles históricos menores del Antiguo Testamento (sentarse para comer y beber, levantarse para bailar) y puede decir que lo uno y lo otro «sucedió» (por consiguiente implicando confiabilidad histórica) y «quedó escrito para advertencia nuestra».
Si empezamos a examinar la manera en que los autores del Nuevo Testamento confiaron en los detalles incluso más pequeños de la narrativa del Antiguo Testamento, no vemos ninguna intención de separar nuestros asuntos de «fe y práctica», ni de decir que esto de alguna manera es una categoría reconocible de afirmaciones, ni que implica que las afirmaciones que no estén en esa categoría no son confiables o no se debe pensar que son inerrantes. Más bien, parece que los autores del Nuevo Testamento están dispuestos a citar y afirmar como verdadero todo detalle del Antiguo Testamento.
NOTA: Hasta alrededor de 1960 ó 1965 la palabra infalible se usaba intercambiablemente con la palabra inerrable. Pero en años recientes, por lo menos en los Estados Unidos, la palabra infalible se ha usado en el sentido más débil que significa que la Biblia no nos hará descarriar en asuntos de fe y práctica.
En la lista que sigue hay algunos ejemplos de estos detalles históricos citados por autores del Nuevo Testamento. Si todos estos son asuntos de «fe y práctica», entonces todo detalle histórico del Antiguo Testamento es asunto de «fe y práctica », y esta objeción deja de ser objeción a la inerrancia.
Por otro lado, si se puede afirmar tantos detalles, entonces parece que todos los detalles históricos del Antiguo Testamento se pueden afirmar como verdaderos, y no debemos hablar de restringir la necesaria veracidad de las Escrituras a alguna categoría de «fe y práctica» que excluiría algunos detalles menores. No hay tipos de detalles que no se pudieran afirmar como verdaderos.
El Nuevo Testamento nos da la siguiente información: David comió del pan de la proposición (Mt 12: 3-4), Jonás estuvo en un gran pez (Mt 12: 40), los hombres de Nínive se arrepintieron (Mt 12: 41), la reina del sur vino para oír a Salomón (Mt 12: 42), Elías fue enviado a la viuda de Sarepta (Lc 4: 25-26), el sirio Naamán fue limpiado de su lepra (Lc 4: 27), el día en que Lot salió de Sodoma fuego y azufre llovió del cielo (Lc 19: 29;. v. 32 con su referencia a la esposa de Lot que se convirtió en sal), Moisés levantó la serpiente en el desierto Nm 21: 8-14), Jacob le dio un terreno a José Gn 50: 5), muchos detalles que ocurrieron en la historia de Israel (Hch 13: 17-23),
Abraham creyó y recibió la promesa antes de ser circuncidado (Ro 4: 10), Abraham tenía como cien años (Ro 4:19), Dios le dijo a Rebeca antes de que nacieran sus hijos que el mayor serviría al menor (Ro 9: 10-12), Elías habló con Dios (Ro 11 :2-4), el pueblo de Israel pasó por el mar, comió y bebió alimento y bebida espiritual, deseó el mal, se sentó a beber, se levantó a bailar, se entregó a la inmoralidad, se quejó y fueron destruidos (1ª Co 10:11), Abraham le dio el diezmo de todo a Melquisedec (Heb 7: 1-2), el tabernáculo del Antiguo Testamento tenía un diseño específico y detallado (Heb 9: 1-5), Moisés roció al pueblo y los enseres del tabernáculo con agua y sangre, usando lana escarlata e hisopo (Heb 9: 19-21),
El mundo fue creado por la palabra de Dios (Heb 11:3), muchos detalles de la vida de Abel, Enoc, Noé, Abraham, Moisés, Rahab y otros en realidad sucedieron (Heb 11, pássim), Esaú vendió su primogenitura por una sola comida y después quiso con lágrimas recuperarla (Heb 12:16-17), Rahab recibió a los espías y los envió por otro camino (Stg 2: 25), ocho personas se salvaron en el arca (1ª P 3: 20; 2ª P 2:5), Dios convirtió a Sodoma y Gomarra en cenizas pero salvó a Lot (2ª P 2: 6-7), el asna de Balaam habló (2ª P 2: 16).
Esta lista indica que los escritores del Nuevo Testamento estuvieron dispuestos a descansar en la veracidad de cualquier parte de las narraciones históricas del Antiguo Testamento. Ningún detalle fue demasiado insignificante para usarse para la instrucción de los cristianos del Nuevo Testamento.
No hay indicación alguna de que pensaran en alguna categoría de afirmaciones bíblicas que no fueran confiables y fidedignas (tales como afirmaciones «históricas y científicas» a diferencia de pasajes doctrinales o morales). Parece claro que la Biblia misma no respalda ninguna restricción de algún tipo de temas de los cuales habla con absoluta autoridad y verdad; ciertamente, muchos pasajes de la Biblia en realidad anulan la validez de esta clase de restricción.
NOTA: Este no es un detalle menor, pero es útil como ejemplo de un hecho «científico» que se afirma en el Antiguo Testamento y uno respecto al cual el autor dice que tenemos conocimiento «por fe»; de este modo, aquí explícitamente se dice que la fe incluye confianza en la veracidad de un hecho científico e histórico registrado en el Antiguo Testamento.
Una segunda respuesta a los que limitan la necesaria veracidad de la Biblia a asuntos de «fe y práctica» es notar que esta posición confunde el propósito principal de la Biblia con el propósito total de la Biblia. Decir que el propósito principal de la Biblia es enseñamos asuntos de «fe y práctica» es hacer un sumario útil y correcto del propósito de Dios al damos la Biblia. Pero un sumario incluye sólo el propósito más prominente de Dios al damos las Escrituras.
No es, sin embargo, legítimo usar este sumario para negar que es parte del propósito de la Biblia damos detalles históricos menores o hablamos acerca de algunos aspectos de astronomía o geografía, y cosas por el estilo. Un sumario no se puede usar apropiadamente para negar las cosas que está resumiendo. Usarlo de esta manera simplemente mostraría que el sumario no es lo suficiente detallado para especificar los asuntos en cuestión.
Es mejor decir que todo el propósito de la Biblia es decir todo lo que dice, sobre cualquier tema. Cada una de las palabras de Dios en la Biblia él la consideró importante para nosotros. Por eso Dios da severas advertencias a cualquiera que quita incluso una palabra de lo que él nos ha dicho (Dt 4: 2; 12: 32; Ap 22: 18-19); no podemos ni añadir a las palabras de Dios ni quitarles nada, porque todas son parte de su propósito más amplio al hablamos.
Todo lo que se dice en la Biblia está allí porque Dios quiso que estuviera allí; ¡Dios no dice nada sin propósito! Así que la primera objeción a la inerrancia hace un uso errado de un sumario y por consiguiente incorrectamente intenta imponer límites artificiales a la clase de cosas respecto a las cuales Dios puede hablamos.
2. EL TÉRMINO INERRANCIA ES UN TÉRMINO POBRE.
Los que hacen esta segunda objeción dicen que el término inerrancia es demasiado preciso y en el uso ordinario denota una clase de precisión científica absoluta que no queremos afirmar en cuanto a la Biblia. Es más, los que hacen esta objeción notan que el término inerrancia no se usa en la Biblia misma. Por consiguiente, probablemente es un término inapropiado para que nosotros insistamos en él.
La respuesta a esta objeción se puede indicar como sigue: primero, los eruditos que han usado el término inerrancia lo han definido claramente por más de cien años, y siempre han dado campo a las «limitaciones» que se añaden al habla en lenguaje ordinario.
No ha habido un representante responsable de la posición de la inerrancia que haya usado el término para denotar una clase de precisión científica absoluta. Por consiguiente, los que presentan esta objeción al término no están dando atención cuidadosa suficiente a la manera en que este se ha usado en el debate teológico por más de un siglo.
Segundo, se debe notar que a menudo usamos términos que no son bíblicos para resumir una enseñanza bíblica. La palabra Trinidad no aparece en la Biblia, ni tampoco la palabra encarnación. Sin embargo, estos términos son muy útiles porque nos permiten resumir en una palabra un concepto bíblico verdadero, y son por consiguiente útiles para permitimos debatir más fácilmente una enseñanza bíblica.
También se debe notar que no se ha propuesto ninguna otra palabra que diga tan claramente lo que queremos afirmar cuando queremos hablar de la total veracidad en el lenguaje. La palabra inerrancia lo hace muy bien, y parece no haber razón para no continuar usándola con ese propósito.
Finalmente, en la iglesia hoy parece que no podemos sostener un debate sobre este tema sin usar este término. La gente puede objetar el uso de este término si lo desean, pero, les guste no, este es un término en tomo al cual el debate ha girado y casi ciertamente continuará así en las próximas décadas. Cuando el Concilio Internacional sobre la Inerrancia Bíblica (ICBI, por sus siglas en inglés) en 1977 empezó una campaña de diez años para promover y defender la idea de la inerrancia bíblica, se hizo inevitable que sería en tomo a esta palabra que procedería el debate.
La «Declaración de Chicago sobre la Inerrancia Bíblica», que se redactó y publicó en 1978 bajo auspicios del ICBI (vea apéndice 1), definió lo que la mayoría de los evangélicos quiere decir por inerrancia, tal vez no perfectamente, pero bastante bien, y objeciones ulteriores a un término para ampliamente usado y bien definido parece innecesaria e inútil para la iglesia.
3. NO TENEMOS MANUSCRITOS INERRANTES, POR CONSIGUIENTE, HABLAR DE UNA BIBLIA INERRANTE CONFUNDE.
Los que hacen esta objeción señalan el hecho de que la inerrancia siempre se ha atribuido a las primeras copias originales de los documentos bíblicos.
4 SIN EMBARGO NINGUNO DE ESTOS SOBREVIVIÓ; TENEMOS SÓLO COPIAS DE LO QUE MOISÉS, PABLO O PEDRO ESCRIBIERON.
¿DE QUÉ SIRVE, ENTONCES, ASIGNAR TANTA IMPORTANCIA A UNA DOCTRINA QUE SE APLICA SÓLO A MANUSCRITOS QUE NADIE TIENE?
En respuesta a esta objeción se puede indicar primero que para más de 99 por ciento de las palabras de la Biblia, sabemos lo que decían los manuscritos originales.
Incluso para muchos de los versículos en donde hay variantes textuales (es decir, diferentes palabras en diferentes copias antiguas del mismo versículo), la decisión correcta a menudo es muy clara, y hay realmente muy pocos lugares en donde la variante textual es dificil de evaluar y significativa para determinar el significado.
En el pequeño porcentaje de casos en donde hay una incertidumbre significativa en cuanto a lo que decía el texto original, el sentido general de la oración por lo general es muy claro partiendo del contexto. (Uno no tiene que ser erudito en hebreo o griego para saber cuáles son esas variantes, porque todas las traducciones modernas las indican en las notas marginales con palabras tales como «Algunos manuscritos antiguos dicen» U «Otras autoridades antiguas añaden»).
Esto no es decir que el estudio de las variantes textuales no tenga importancia, pero sí es decir que el estudio de las variantes textuales no nos ha dejado en confusión respecto a lo que decían los manuscritos originales; más bien nos ha llevado extremadamente cerca del contenido de esos manuscritos originales.
En términos teológicos a estas copias originales se le llama lo «autógrafos», usando el prefijo auto-, que quiere decir «mismo», y la raíz grafo, que quiere decir «escrito», para referirse a una copia escrita por el autor mismo.
Una excelente revisión del trabajo de estudiar las variantes textuales en los manuscritos existentes del Nuevo Testamento.
En la práctica, entonces, los textos presentes publicados con erudición del Antiguo Testamento hebreo y Nuevo Testamento griego son los mismos de los manuscritos originales. Así que cuando decimos que los manuscritos originales eran inerrantes, también estamos implicando que más del 99 por ciento de las palabras de nuestros manuscritos presentes también son inerrantes, porque son copias exactas de los originales.
Todavía más, sabemos en dónde están las lecturas inciertas (porque donde no hay variantes textuales no tenemos razón para esperar una copia defectuosa del original) Así que nuestros presentes manuscritos son prácticamente iguales que los manuscritos originales, y la doctrina de la inerrancia, por consiguiente, directamente tiene también que ver con nuestros manuscritos presentes.
Además, es extremadamente importante declarar la inerrancia de los documentos originales, porque las copias subsiguientes fueron hechas por hombres que no decían tener garantía de parte de Dios de que sus copias iban a ser perfectas.
Pero es de los manuscritos originales de los que se afirma que son palabras de Dios. Por eso, si tenemos errores en las copias (como las tenemos), son errores de hombres.
Pero si tenemos errores en los manuscritos originales, nos vemos obligados a decir no sólo que son errores de los hombres, sino que Dios mismo cometió un error y habló falsamente. Y eso no puede ser.
4. LOS ESCRITORES BÍBLICOS «ACOMODARON» SU MENSAJE EN DETALLES MENORES A IDEAS FALSAS CORRIENTES EN SU DÍA, Y AFIRMARON O ENSEÑARON ESAS IDEAS DE MODO INCIDENTAL.
Esta objeción a la inerrancia es ligeramente diferente de la que restringe la inerrancia de la Biblia a asuntos de fe y práctica, pero se relaciona con ella. Los que sostienen esta posición aducen que había sido muy dificil para los escritores bíblicos comunicarse con la gente de su tiempo si hubieran tratado de corregir toda información histórica y científica falsa en que creían sus contemporáneos.
Los que sostienen esta posición no aducen que los lugares en que la Biblia ofrece información falsa son numerosos, ni siquiera que esos lugares sean puntos principales de alguna sección particular de la Biblia. Más bien dicen que cuando los escritores bíblicos intentan hacer una declaración importante, a veces presentan alguna falsedad incidental que la gente de ese tiempo creía.
A esta objeción a la inerrancia se puede replicar, primero, que Dios es Señor del lenguaje humano y que puede usar lenguaje humano para expresarse perfectamente sin tener que presentar ideas falsas que pudieran haber sostenido las personas del tiempo en que se escribió la Biblia. Esta objeción a la inerrancia esencialmente niega el señorío efectivo de Dios sobre el lenguaje humano.
Segundo, debemos responder que tal «acomodo» de parte de Dios a nuestra comprensión implicaría que Dios hubiera actuado contrario a su carácter como un «Dios que no miente» (Nm 23:19; Tit 1:2; Heb 6:18).
No es útil distraer la atención Por supuesto, existe la posibilidad teórica de que hubiera algún error de copia en la primera copia que se hizo de una de las Epístolas de Pablo, por ejemplo, y que este error se ha reproducido en todas copias restantes. Pero se debe pensar que esto es improbable porque;
(1) eso exigiría que se hizo sólo una copia del original, y que esa única copia fue la base de todas las copias existentes, y;
(2) nuestro argumento anterior en cuanto a la fidelidad de Dios para preservar el canon (vea capítulo;
(3) parecería indicar que si tal error ocurrió en efecto, no sería alguno que materialmente afectaría nuestra comprensión de la Biblia.
La existencia de tal error de copia no se puede ni probar ni desaprobar, pero especulación adicional en cuanto a él aparte de evidencia contundente no parece ser útil.
De esta dificultad mediante énfasis repetido en la condescendencia de la gracia de Dios al hablar a nuestro nivel. Sí, Dios en efecto condesciende para hablar nuestro lenguaje, el lenguaje de los seres humanos. Pero ningún pasaje de la Biblia enseña que él «condesciende» al punto de actuar contrario a su carácter moral.
Nunca se dice que él puede condescender tanto como para afirmar, aunque sea incidentalmente, algo que sea falso. Si Dios se «acomodara» de esta manera, dejaría de ser el «Dios que no miente». Dejaría de ser el Dios que la Biblia dice que es. Tal actividad de ninguna manera hablaría de la grandeza de Dios, porque Dios no manifestaría su grandeza actuando de una manera que contradice su carácter. Esta objeción, pues, en su raíz, entiende malla pureza y unidad de Dios en lo que afectan todas sus obras y acciones.
Es más, tal proceso de acomodo, si en realidad hubiera ocurrido, hubiera creado un problema moral serio para nosotros. Debemos ser imitadores del carácter moral de Dios (Lv 11: 44; Lc 6: 36; Ef. 5: 1; 1ª P 5:1, et. Al.). Pablo dice que puesto que en nuestra naturaleza estamos llegando a ser más semejantes a Dios (Ef4.24), «dejando la mentira» debemos hablar «con la verdad» unos con otros (v. 25).
Debemos imitar la veracidad de Dios en lo que decimos. Sin embargo, si la teoría del acomodo es correcta, entonces Dios intencionalmente hizo afirmaciones incidentales de falsedad a fin de mejorar la comunicación.
Por consiguiente, ¿no sería correcto que nosotros también intencionalmente hagamos afirmaciones incidentales de falsedad cada vez que eso mejorara la comunicación? Sin embargo eso equivaldría a decir que una falsedad menor dicha con un buen propósito (una «mentira blanca») no es mala. Tal posición, que contradicen los pasajes bíblicos citados arriba en cuanto a la total veracidad de Dios al hablar, y no puede considerarse válida.
5. LA INERRANCIA PONE DEMASIADO ÉNFASIS EN EL ASPECTO DIVINO DE LA BIBLIA Y DESCUIDA EL ASPECTO HUMANO.
Esta objeción más general la hacen los que aducen que los que abogan por la inerrancia recalcan tanto el aspecto divino de la Biblia que minimizan su aspecto humano.
Hemos convenido en que la Biblia tiene un aspecto tanto divino como humano, y que debemos dar atención adecuada a ambos. Sin embargo, los que hacen esta objeción casi invariablemente pasan a insistir en que los aspectos verdaderamente «humanos» de la Biblia seguramente implican la presencia de algunos errores en la Biblia.
Podemos responder que aunque la Biblia es plenamente humana porque fue escrita por seres humanos usando su propio lenguaje, la actividad de Dios al supervisar la redacción de la Biblia y hacer que fuera también sus palabras quiere decir que es diferente de todos los demás libros humanos precisamente en este aspecto: no contiene error. Ese es exactamente lo que afirmó incluso el pecador, codicioso y desobediente Balaam en Números 23: 19; cuando Dios habla por medio de seres humanos pecadores es diferente de cuando los hombres hablan porque «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer».
Es más, no es cierto que todas las expresiones verbales y los escritos humanos contengan errores, porque todos los días hacemos docenas de declaraciones que son completamente verdad. Por ejemplo: «Me llamo Wayne Grudem». «Tengo tres hijos». «Desayuné esta mañana».
6. HAY ALGUNOS ERRORES EN LA BIBLIA QUE SON OBVIOS.
Esta objeción final de que hay errores en la Biblia que son obvios la afirman o implican la mayoría de los que niegan la inerrancia, y para muchos de ellos la convicción de que hay ciertos errores en las Escrituras es un factor principal para persuadidos a cuestionar la doctrina de la inerrancia.
Para este caso la primera respuesta que debería hacerse a esta objeción es preguntar dónde están tales errores. ¿En cuál versículo o versículos aparecen estos errores? Es sorprendente la frecuencia que uno halla de que esta objeción la hacen quienes tienen escasa o ninguna idea de dónde están los errores específicos, pero que creen que hay errores porque les han dicho que los hay.
En otros casos, sin embargo, habrá quienes mencionan uno o más pasajes en donde, aducen, hay una afirmación falsa en la Biblia. En estos casos es importante que veamos el mismo texto bíblico, y lo examinemos con detenimiento. Si creemos que la Biblia en verdad es inerrante, debemos anhelar y por cierto no temer inspeccionar estos pasajes con detalles minuciosos.
Es más, nuestra expectación será que esa inspección detenida mostrará que no hay ningún error después de todo. De nuevo, es sorprendente cómo resulta que una lectura cuidadosa simplemente del texto en cuestión sacará a la luz una o más posibles soluciones a la dificultad.
En unos pocos pasajes no será inmediatamente evidente la solución a la dificultad basándose en la lectura del texto en nuestro idioma. En ese punto es útil consultar algunos comentarios sobre el pasaje. Tanto Agustín (354-430 d.C.) y Juan Calvino (1509-64), junto con muchos otros comentaristas recientes, han dedicado tiempo a estudiar bien la mayoría de los supuestos «textos problema» y sugerir soluciones plausibles. Y algunos escritores han compilado la mayoría de los textos difíciles y han sugerido respuestas.
Hay unos pocos pasajes en donde tener conocimiento del hebreo o el griego puede ser necesario para hallar una solución, y los que no tienen acceso de primera mano a estos idiomas pueden tener que buscar respuestas bien sea en algún comentario más técnico o preguntándole a alguien que tiene este entrenamiento.
Por supuesto, nuestra comprensión de la Biblia nunca es perfecta, y esto quiere decir que puede haber casos en donde seremos incapaces de hallar una solución a un pasaje dificil al tiempo presente. Esto puede deberse a que al presente desconocemos la evidencia lingüística, histórica o contextual que necesitamos para entender correctamente el pasaje. Esto no debería ser problema para nosotros en un número pequeño de pasajes en tanto y en cuanto el patrón global de nuestra investigación de estos pasajes ha mostrado que, en verdad, no hay ningún error en donde se ha aducido que hay alguno.
Pero aunque debemos admitir que hay la posibilidad de que no podamos resolver un problema en particular, también se debe indicar que hay muchos eruditos bíblicos evangélicos hoy que dicen que al presente no tienen conocimiento de ningún texto con problema para el cual no haya una solución satisfactoria.
Es posible, por supuesto, que se pueda llamar la atención a algunos de estos pasajes en el futuro, pero durante los pasados quince años o algo así de controversia sobre la inerrancia bíblica, ningún pasaje «no resuelto» ha sido llevado a su atención.
Finalmente, una perspectiva histórica de este asunto es útil. En realidad no hay ningún problema «nuevo» en la Biblia. La Biblia en su totalidad tiene más de 1990 años, y los supuestos «textos problema» han estado allí todo el tiempo. Sin embargo, en toda la historia de la iglesia ha habido una firme creencia en la inerrancia de las Escrituras en el sentido en que se define en este capítulo.
Es más, por cientos de años eruditos bíblicos altamente competentes han leído y estudiado esos textos problema y con todo no han hallado dificultad en sostener la inerrancia. Esto debe damos confianza de que hay disponibles soluciones a estos problemas y que la creencia en la inerrancia es enteramente congruente con toda una vida de atención detallada al texto de la Biblia.

C. PROBLEMAS AL NEGAR LA INERRANCIA

Los problemas que surgen al negar la inerrancia bíblica no son insignificantes, y entender la magnitud de estos problemas nos da estímulo adicional no sólo para declarar la inerrancia, sino también para declarar su importancia para la iglesia. A continuación se mencionan algunos de los problemas más serios.
1. SI NEGAMOS LA INERRANCIA NOS VEMOS FRENTE A UN SERIO PROBLEMA MORAL:
¿PODEMOS IMITAR A DIOS E INTENCIONALMENTE TAMBIÉN MENTIR EN ASUNTOS MENORES?
Esto es similar a lo que dijimos en respuesta a la objeción no 4, arriba; pero aquí se aplica no sólo a los que sostienen la objeción no 4, sino también más ampliamente a todos los que niegan la inerrancia. Efesios 5:1 nos dice que seamos imitadores de Dios; pero una negación de la inerrancia que de todos modos afirma que las palabras
de las Escrituras son palabras inspiradas por Dios necesariamente implica que Dios intencionalmente habló falsedades en algunas de las afirmaciones menos centrales de la Biblia. Y si está bien que Dios haga esto, ¿cómo puede estar mal que nosotros lo hagamos? Semejante línea de razonamiento, si la creyéramos, ejercería fuerte presión sobre nosotros para empezar a hablar falsedades en situaciones en que pareciera ayudamos a expresarnos mejor, y cosas por el estilo.
Esta posición sería una bajada resbalosa con resultados cada vez más negativos en nuestra vida.
El presente escritor, por ejemplo, ha examinado durante veinte años docenas de estos «textos problema» que han sido traídos a su atención en el contexto del debate sobre la inerrabilidad. En cada uno de estos casos, al examinar de cerca el texto se ha hecho evidente una solución plausible.
2. SI SE NIEGA LA INERRANCIA EMPEZAMOS A PREGUNTAMOS SI DE VERAS PODEMOS CONFIAR EN DIOS EN ALGO QUE DIGA.
Una vez que nos convencemos de que Dios nos ha dicho falsedades en algunos asuntos menores de la Biblia, podemos concluir que Dios es capaz de decimos falsedades. Esto tendrá un efecto perjudicial en nuestra disposición a creer en Dios y su Palabra y confiar en él completamente y obedecerle totalmente en el resto de la Biblia.
Empezaremos a desobedecer inicialmente esas secciones de la Biblia que menos queremos obedecer, y a desconfiar inicialmente de las secciones en que menos nos inclinamos a confiar.
Pero tal procedimiento con el tiempo aumentará, para gran perjuicio de nuestra vida espiritual.
Por supuesto, tal declinación en confianza y obediencia a la Biblia tal vez no ocurra necesariamente en la vida de todo el que niega la inerrancia, pero este será por cierto el patrón general, y será el patrón que se exhibe en el curso de una generación a la que se enseña a negar la inerrancia.
3. SI NO ACEPTAMOS LA INERRANCIA, ESENCIALMENTE CONVERTIMOS A NUESTRA MENTE HUMANA EN UNA NORMA MÁS ALTA DE VERACIDAD QUE LA MISMA PALABRA DE DIOS.
Estaríamos usando nuestra mente para poner en tela de juicio algunas secciones de la Palabra de Dios y dictaminando que están erradas. Pero esto es en efecto decir que sabemos la verdad con más certeza y más precisión que la Palabra de Dios (o que Dios mismo), por 10 menos en esos asuntos. Tal procedimiento, hacer nuestra mente una norma más alta que la verdad de la Palabra de Dios, es la raíz de todo pecado intelectual.
4. SI NEGAMOS LA INERRANCIA TAMBIÉN DEBEMOS DECIR QUE LA BIBLIA ESTÁ ERRADA NO SÓLO EN DETALLES MENORES SINO TAMBIÉN EN ALGUNAS DE SUS DOCTRINAS.
Una negación de la inerrancia quiere decir que decimos que las enseñanzas de la Biblia en cuanto a la naturaleza de la Biblia y en cuanto a la veracidad y confiabilidad de las palabras de Dios también es falsa. Estos no son detalles menores sino preocupaciones doctrinales importantes en la Biblia.
NOTA: Vea en el capítulo 3 una consideración de la Biblia como nuestra norma absoluta de verdad.
Aunque las posiciones indeseables mencionadas arriba lógicamente se relacionan con una negación de la inerrabilidad, está en orden decir una palabra de precaución: No todos los que niegan la inerrabilidad adoptarán también las conclusiones indeseables que se acaban de mencionar. Algunos (probablemente en forma inconsistente) negarán la inerrabilidad pero no darán estos siguientes pasos lógicos. En los debates sobre la inerrabilidad, como en otros debates teológicos, es importante criticar a las personas en base a las nociones que en realidad sostienen, y distinguir esas nociones claramente de posiciones que pensamos que sostendrían si fueran consistentes con las nociones que expresan.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. A su modo de pensar, ¿por qué el debate en cuanto a la inerrancia se ha convertido en una cuestión tan grande en este siglo? ¿Por qué personas en ambos lados del asunto piensan que es importante?
2. Si usted pensara que la Biblia enseña algunos errores pequeños, ¿cómo pensaría que eso afectaría la manera en que usted lee la Biblia? ¿Afectaría su cuidado en ser veraz en la conversación cotidiana?
3. ¿Sabe usted de algún pasaje bíblico que parezca contener errores? ¿Cuáles son? ¿Ha tratado de resolver las dificultades en estos pasajes? Si no ha hallado una solución a algún pasaje, ¿qué otros pasos pudiera probar?
4. Conforme los creyentes avanzan por la vida aprendiendo a conocer mejor su Biblia y creciendo en madurez cristiana, ¿tienden a confiar en la Biblia más, o a confiar menos? A su modo de pensar, ¿creerá usted en el cielo que la Biblia es inerrante? Si es así, ¿lo creerá usted más firmemente o menos firmemente que lo cree ahora?
5. Si está convencido de que la Biblia enseña la doctrina de la inerrancia, ¿cómo se siente al respecto? ¿Se alegra de que tal enseñanza esté allí, o siente usted que es una carga tener que defenderla?
6. ¿Garantiza la creencia en la inerrancia que tengamos una doctrina sana y una vida cristiana sana? ¿Cómo pueden los Testigos de Jehová decir que la Biblia es inerrante y a la vez ellos mismos tener tantas enseñanzas falsas?
7. Si usted está de acuerdo con la inerrancia, ¿piensa que la inerrancia debería ser un requisito para membrecía en la iglesia, para enseñar en una clase de Escuela Dominical, para ser nombrado para un cargo en la iglesia (tal como anciano o diácono), para ser ordenado como pastor y para enseñar en un seminario teológico? ¿Por qué sí o por qué no?
8. Cuando hay controversias doctrinales en la iglesia, ¿cuáles son los peligros personales que enfrentan quienes sostienen una posición más congruente con la Biblia? En particular, ¿cómo puede el orgullo en la doctrina correcta convertirse un problema? ¿Cuál es la solución? ¿Piensa usted que la inerrancia es una cuestión importante para el futuro de la iglesia? ¿Por qué sí y por qué no? A su modo de pensar, ¿cómo se resolverá?
TÉRMINOS ESPECIALES
Autógrafo, fe y práctica, ICBI, inerrante, infalible, variante textual
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Salmo 12: 6: Las Palabras Del Señor Son Puras, Son Como La Plata Refinada, Siete Veces Purificada En El Crisol.

CAPÍTULO 5

(2)LA CLARIDAD DE LA ESCRITURA

¿PUEDEN SÓLO LOS ERUDITOS ENTENDER CORRECTAMENTE LA BIBLIA?
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
Cualquiera que ha empezado a leer la Biblia en serio se dará cuenta de que algunas partes se pueden entender muy fácilmente en tanto que otras partes parecen un acertijo. A decir verdad, muy temprano en la historia de la iglesia Pedro les recordó a sus lectores que algunas partes de las Epístolas de Pablo eran difíciles de entender: «Tengan presente que la paciencia de nuestro Señor significa salvación, tal como les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le dio.
En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición» (2ª P 3: 15-16). Debemos reconocer, por consiguiente, que no toda la Biblia es fácil de entender.
Pero sería un error pensar que la mayoría de la Biblia o que la Biblia en general es difícil de entender. De hecho, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento frecuentemente afirman que la Biblia está escrita de tal manera que sus enseñanzas puede entenderlas cualquier creyente regular. Incluso en la afirmación de Pedro que acabamos de citar, el contexto es una apelación a las enseñanzas de la carta de Pablo, que los lectores de Pedro habían leído y entendido (2ª P 3: 15).
Es más, Pedro asigna algo de la culpa moral a los que tergiversan estos pasajes «para su propia perdición». Tampoco dice que haya cosas imposibles de entender, sino sólo que son difíciles de entender.

A. LA BIBLIA FRECUENTEMENTE AFIRMA SU PROPIA CLARIDAD

La claridad de la Biblia y la responsabilidad de los creyentes en general para leerla y entenderla se recalca a menudo. En un pasaje muy familiar Moisés le dice al pueblo de Israel:
Grábate En El Corazón Estas Palabras Que Hoy Te Mando. Incúlcaselas Continuamente A Tus Hijos. Háblales De Ellas Cuando Estés En Tu Casa Y Cuando Vayas Por El Camino, Cuando Te Acuestes Y Cuando Te Levantes (Dt 6: 6-7).
Se esperaba que todo el pueblo de Israel fuera capaz de entender las palabras de la Biblia lo suficiente para poder «inculcárselas continuamente» a sus hijos. Esta enseñanza no consistía solo en la memorización sin entendimiento, porque el pueblo de Israel debía hablar de las palabras de la Biblia durante sus actividades de sentarse en la casa, caminar, irse a la cama o levantarse por la mañana.
Dios espera que todo su pueblo sepa y pueda hablar de su Palabra, con la aplicación apropiada a la situación ordinaria de la vida. De modo similar, el Salmo 1 nos dice que el «hombre dichoso», a quien todos los justos de Israel debían emular, es el que medita en la ley de Dios «día y noche» (Sal 1:2). Esta meditación diaria da por sentado una capacidad para entender apropiadamente la Biblia los que la meditan.
El carácter de la Biblia se dice que es tal que incluso el «sencillo» puede entenderla apropiadamente y ser sabio por ella. «El mandato del Señor es digno de confianza: da sabiduría al sencillo» (Sal 19: 7). Después leemos: «La exposición de tus palabras nos da luz, y da entendimiento al sencillo» (Sal 119: 130). Aquí el «sencillo» (heb. peti) no es meramente el que carece de capacidad intelectual, sino el que carece de sano juicio, que es proclive a cometer errores, y que fácilmente puede dejarse desviar!
La Palabra de Dios es tan comprensible, tan clara, que incluso le da sabiduría a este tipo de personas. Esto debería ser un gran estímulo para todos los creyentes; ninguno debe pensar de sí mismo que es demasiado necio para leer la Biblia y entenderla lo suficiente para que ella le dé sabiduría.
Hay un énfasis similar en el Nuevo Testamento. Jesús mismo, en sus enseñanzas, sus conversaciones y sus debates nunca responde a pregunta alguna dando indicio de echarle la culpa a las Escrituras del Antiguo Testamento por no ser claras.
Incluso al hablarles a personas del primer siglo que distaban como mil años de David, de Moisés como mil quinientos años, o de Abraham como dos mil años, Jesús da por sentado que tales personas pueden leer y entender correctamente las Escrituras del Antiguo Testamento.
En días cuando es común que algunos nos digan que es difícil interpretar correctamente la Biblia, haremos bien en recordar que ni una sola vez en los Evangelios oímos a Jesús diciendo: «Veo de dónde viene su problema; las Escrituras no son claras en cuanto a ese tema». Más bien, sea que estuviera hablando con eruditos o con personas comunes sin mayor educación, sus respuestas siempre dan por sentado que la culpa de entender mal alguna enseñanza de las Escrituras no se debe echar a las Escrituras mismas, sino a los que entendieron malo no aceptaron lo que está escrito.
Vez tras vez responde a preguntas con afirmaciones como «No han leído» (Mt 12:3, 5; 19:14; 22: 31), «No han leído en las Escrituras» (Mt 21: 41), o incluso: «Ustedes andan equivocados porque desconocen las Escrituras y el poder de Dios» (Mt 22: 29; cf. Mt 9: 13; 12: 7; 15: 3; 21:13; Jn 3:10; et. al.).
De modo similar, la mayoría de las Epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas no a dirigentes de la iglesia sino a congregaciones enteras. Pablo escribe: «A la iglesia de Dios que está en Corinto» (1ª Co 1: 2), «A las iglesias de Galacia» (Gá 1: 2), «A todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, junto con los obispos y diáconos» (Flp 1:1), y así por el estilo.
Pablo da por sentado que sus oyentes entenderán lo que les escribe, y los anima a que hagan circular sus cartas en otras iglesias: «Una vez que se les haya leído a ustedes esta carta, que se lea también en la iglesia de Laodicea, y ustedes lean la carta dirigida a esa iglesia» (Col 4:16; compare el uso de la misma palabra en Pr 1: 4; 7: 7; 9: 6; 14: 15, 18; 22: 3; 27: 12. 110 6 : Jn 20: 30-31; 2ª Co 1: 13; Ef 3: 4; 1 Ti 4: 13; Stg 1: 1, 22-25; 1ª P 1: 1; 2:2; 2ª P 1: 19; 1ª Jn 5: 13).
Se podría presentar 2 Pedro 1:20 en contra del concepto de la claridad de la Biblia que se explica en este capítulo. El versículo dice que «ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular de nadie», y alguien pudiera aducir que esto significa que los creyentes comunes no pueden interpretar correctamente las Escrituras por sí mismos.
Es improbable, sin embargo, que esta implicación se pueda derivar de 2ª Pedro 1:20, porque el versículo probablemente está hablando del origen y no de la interpretación de la Biblia. De esta manera la NVI lo traduce: «ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular de nadie».
Es más, incluso si se entendiera el versículo como hablando de la interpretación de la Biblia, estaría diciendo que la interpretación de la Biblia se debe hacer dentro de la comunión de creyentes y no meramente como actividad personal. Ni aun así implicaría que se necesitan intérpretes autoritativos para asegurar el verdadero significado de la Biblia, sino simplemente que la lectura y entendimiento de la Biblia no se debe realizar por entero en forma aislada de otros creyentes.
Para que no pensemos que comprender la Biblia de alguna manera era más fácil para los creyentes del primer siglo que para nosotros, es importante darnos cuenta de que en muchos casos las Epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas a iglesias que tenían una proporción nutrida de creyentes gentiles. Eran creyentes relativamente nuevos que no tenían ningún trasfondo previo en ninguna clase de sociedad cristiana, y que tenían escaso o ningún entendimiento de la historia y cultura de Israel.
No obstante, los autores del Nuevo Testamento no vacilan en esperar que estos creyentes gentiles puedan leer una traducción del Antiguo Testamento en su propio idioma y entenderlo apropiadamente (Ro 4: 1-25; 15:4; 1ª Co 10: 1-11; 2ª Ti 3: 16-17;).

B. LAS CUALIDADES MORALES Y ESPIRITUALES NECESARIAS PARA UNA COMPRENSIÓN CORRECTA

Los escritores del Nuevo Testamento con frecuencia afirman que la capacidad de entender la Biblia correctamente es más capacidad moral y espiritual que intelectual: «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente» (1ª Co 2: 14; 1: 18-3:4; 2ª Co 3: 14-16; 4: 3-4, 6; Heb 5: 14; Sta. 1: 5-6; 2ª P 3: 5; Mr 4: 11-12; Jn 7: 17; 8: 43).
Así que aunque los autores del Nuevo Testamento afirman que la Biblia en sí misma está escrita con claridad, también afirman que no la podrán entender correctamente los que no están dispuestos a recibir sus enseñanzas. La Biblia la pueden entender todos los que no son creyentes que la lean con sinceridad en busca de salvación, y todos los creyentes que la lean buscando la ayuda de Dios para entenderla. Esto se debe a que en ambos casos el Espíritu Santo obra para superar los efectos del pecado, que de otra manera harían que la verdad pareciera tontería (1ª Co 2: 14; 1: 18-25; Stg 1: 5-6, 22-25).
NOTA: Pablo les dice a los corintios: «No estamos escribiéndoles nada que no puedan leer ni entender», y luego añade «Espero que comprenderán del todo, así como ya nos han comprendido en parte». La adición a su primera afirmación no niega su afirmación de claridad de lo que les ha escrito, sino que anima a los corintios a ser diligentes para escuchar con todo cuidado las palabras de Pablo, a fin de que su comprensión parcial pueda ser ahondada y enriquecida.
De hecho, la misma expresión de tal esperanza muestra que Pablo da por sentado que se puede entender sus escritos (el piza, «espero», en el Nuevo Testamento expresa una expectación mucho más confiada de un evento futuro que la palabra en inglés esperanza).

C. DEFINICIÓN DE LA CLARIDAD DE LA BIBLIA

A fin de resumir este material bíblico podemos afirmar que la Biblia está escrita de tal manera que todas las cosas necesarias para nuestra salvación y para nuestra vida y crecimientos cristianos están expresadas muy claramente en la Biblia. Aunque los teólogos a veces han definido la claridad de la Biblia en forma más estrecha (diciendo, por ejemplo, sólo que la Biblia es clara en su enseñanza del camino de salvación), los muchos pasajes citados arriba se aplican a muchos aspectos diferentes de la enseñanza bíblica y no parecen respaldar ninguna de tales limitaciones en los aspectos respecto a los cuales se puede decir que la Biblia habla claramente.
Parece ser más fiel a estos pasajes bíblicos definir la claridad de la Biblia como sigue: La claridad de la Biblia quiere decir que la Biblia está escrita de tal manera que sus enseñanzas pueden entenderlas todos los que la leen buscando la ayuda de Dios y estando dispuestos a seguirlas. Una vez que hemos declarado esto, sin embargo, debemos también reconocer que muchos, incluso del pueblo de Dios, en efecto entienden mal la Biblia.

D. ¿POR QUÉ ALGUNOS ENTIENDEN MALLA BIBLIA?

Durante la vida de Jesús, sus propios discípulos a veces no entendían el Antiguo Testamento y las propias enseñanzas de Jesús (vea Mt 15: 16; Mr 4: 10-13; 6: 52; 8: 14-21; 9: 32; Lc 18: 34; Jn 8:27; 10: 6).
Aunque a veces esto se debió al hecho de que ellos simplemente necesitaban esperar acontecimientos ulteriores en la historia de la redención, y especialmente en la vida de Cristo mismo (vea jn 12:16; 13:7; Jn 2:22), también hubo ocasiones cuando esto se debió a falta de fe y dureza de corazón (Lc 24:25).
Todavía más, hubo ocasiones en la iglesia primitiva cuando los creyentes no entendieron ni estuvieron de acuerdo respecto a alguna enseñanza del Antiguo Testamento, o en cuanto a cartas escritas por los apóstoles; nótese el proceso de crecimiento en la comprensión respecto a la inclusión de los gentiles en la iglesia (que culminó en «mucho debate» [Hch 15: 17] en el concilio de Jerusalén, según Hechos 15), o el malentendido de Pedro sobre este asunto en Gálatas 2: 11-15, o los frecuentes asuntos doctrinales y éticos que tuvieron que ser corregidos por las Epístolas del Nuevo Testamento. De hecho, en toda la historia de la iglesia los desacuerdos doctrinales han sido muchos, y el progreso en resolver diferencias doctrinales a menudo ha sido lento.
A fin de ayudar a las personas a evitar cometer errores al interpretar la Biblia, muchos profesores bíblicos han desarrollado «principios de interpretación», o pautas para estimular el crecimiento en el arte de la interpretación apropiada.
El antiguo término para la claridad de la Biblia era perspicuidad, términos que simplemente quiere decir «claridad ». Ese término en sí mismo no es muy claro para la gente de hoy, y no lo he usado en este libro.
La palabra hermenéutica (de la palabra griega Hermeneúo, «interpretar») es el término más técnico para este campo de estudio: la hermenéutica es el estudio de los métodos correctos de interpretación (especialmente interpretación de la Biblia).
Otro término técnico que a menudo se usa al considerar la interpretación bíblica es «exégesis», término que se refiere más a la práctica misma de interpretar la Biblia, no a las teorías y principios respecto a cómo se debe hacer: exégesis es el proceso de interpretar un pasaje de la Biblia. Consecuentemente, cuando uno estudia principios de interpretación, eso es hermenéutica, pero cuando uno aplica esos principios y empieza en realidad a explicar un pasaje bíblico, uno está haciendo «exégesis.
La existencia de muchos desacuerdos en cuanto al significado de la Biblia en toda la historia nos recuerda que la doctrina de la claridad de la Biblia no implica ni sugiere que todos los creyentes concordarán respecto a todas las enseñanzas de la Biblia.
No obstante, sí nos dice algo muy importante: que el problema siempre está en nosotros, y no en la Biblia. La situación es, en verdad, similar a la de la autoridad de la Biblia. En tanto que afirmamos que las palabras de la Biblia tienen toda la autoridad de Dios mismo, también nos damos cuenta de que algunos no reconocen esa autoridad o no se someten a ella.
Asimismo, afirmamos que todas las enseñanzas de la Biblia son claras y se pueden entender, pero también reconocemos que las personas a menudo (debido a sus propias limitaciones) entienden mal lo que está escrito claramente en la Biblia.

E. ESTÍMULO PRÁCTICO DE ESTA DOCTRINA.

La doctrina de la claridad de la Biblia, por consiguiente, tiene una aplicación muy importante, ya la larga muy estimulante. Nos dice que en donde hay aspectos de desacuerdo doctrinal o ético (por ejemplo, sobre el bautismo, la predestinación o el gobierno de la iglesia), hay sólo dos causas posibles:
(1) Por un lado, puede deberse a que estamos buscando hacer afirmaciones en donde la Biblia misma guarda silencio. En tales casos debemos estar más dispuestos a reconocer que Dios no nos ha dado la respuesta a nuestra búsqueda, y dar lugar a los diferentes puntos de vista dentro de la iglesia. (Este es a menudo el caso con cuestiones muy prácticas, como los métodos de evangelización o estilos de enseñanza bíblica o el apropiado tamaño de una iglesia.).
(2) Por otro lado, es posible que hayamos cometido errores en nuestra interpretación de la Biblia. Esto puede haberse debido a que la información que usamos para decidir un asunto de interpretación fue inexacta o incompleta; o a que hay alguna deficiencia personal de nuestra parte, como por ejemplo orgullo personal, codicia, falta de fe, egoísmo e incluso el no dedicar suficiente tiempo a leer y estudiar la Biblia en oración.
Pero en ningún caso tenemos libertad para decir que la enseñanza de la Biblia sobre algún tema es confusa o que no se puede entender correctamente. En ningún caso debemos pensar que los desacuerdos persistentes sobre algún tema en toda la historia de la iglesia quieren decir que no podemos llegar a una conclusión correcta sobre ese tema por nosotros mismos.
Más bien, si en nuestra vida surge una genuina inquietud respecto a algún tema, debemos sinceramente pedir la ayuda de Dios y entonces acudir a la Biblia e investigarla con toda nuestra capacidad, creyendo que Dios nos capacitará para entenderla correctamente.
Esta verdad debe dar gran estímulo a todos los creyentes a leer su Biblia diariamente y con gran anhelo. Nunca debemos dar por sentado, por ejemplo, que sólo los que saben griego o hebreo, o sólo los pastores o eruditos bíblicos, pueden entender correctamente la Biblia; recuerde que el Antiguo Testamento fue escrito en hebreo y que muchos de los creyentes para quienes se escribieron las cartas del Nuevo Testamento no tenían conocimiento del hebreo para nada; tuvieron que leer el Antiguo Testamento en una traducción al griego.
Sin embargo los escritores del Nuevo Testamento dieron por sentado que estas personas podían leerlo y entenderlo correctamente aun sin tener conocimiento académico del idioma original.
Los cristianos nunca deben dejar en las manos de los «expertos» académicos la tarea de interpretar la Biblia; deben seguir haciéndolo todos los días por sí mismos.
Es más, aunque reconocemos que ha habido muchos desacuerdos doctrinales en la historia de la iglesia, no debemos olvidar que en toda la historia de la iglesia ha habido una sorprendente cantidad de acuerdo doctrinal respecto a la mayoría de las verdades centrales de la Biblia.
En verdad, los que han tenido oportunidades para tener comunión con creyentes en otras partes del mundo han descubierto el asombroso hecho de que dondequiera que hallemos un grupo de creyentes con vitalidad, casi de inmediato se hace aparente una amplia cantidad de acuerdo sobre todas las doctrinas centrales de la fe cristiana. ¿Por qué es esto cierto, sin que importe cual sea la sociedad, cultura o afiliación denominacional? Es que todos han estado leyendo y creyendo la misma Biblia, y sus enseñanzas primarias han sido claras.

F. EL PAPEL DE LOS ERUDITOS

¿TIENEN ALGÚN PAPEL PARA LOS ERUDITOS BÍBLICOS O LOS QUE TIENEN CONOCIMIENTO ESPECIALIZADO DEL HEBREO (PARA EL ANTIGUO TESTAMENTO) Y DEL GRIEGO (PARA EL NUEVO TESTAMENTO)?
Ciertamente, hay un papel para ellos por lo menos en cuatro cosas:
1. Pueden enseñar la Biblia con claridad y comunicar su contenido a otros, cumpliendo así el oficio de «maestro» mencionado en el Nuevo Testamento (1ª Co 12: 28; Ef 4: 11).
2. Pueden explorar nuevas esferas de comprensión de las enseñanzas de la Biblia.
Esta exploración muy rara vez (si acaso) incluye negación de las principales enseñanzas que la iglesia ha sostenido a través de los siglos, pero a menudo incluirá la aplicación de la Biblia a nuevos aspectos de la vida, el responder a preguntas difíciles que han levantado tanto creyentes como no creyentes en cada nuevo período de la historia, y la continua actividad de refinar y hacer más precisa la comprensión de la iglesia en cuanto a puntos detallados de interpretación de versículos individuales o asuntos de doctrina o ética.
Aunque la Biblia puede no parecer muy grande en comparación a la vasta cantidad de literatura en el mundo, es un tesoro rico de sabiduría de Dios que supera en valor a todos los demás libros que jamás se han escrito.
El proceso de relacionar sus varias enseñanzas entre sí, sintetizarlas, y aplicarlas a cada nueva generación, es una tarea grandemente satisfactoria que jamás quedará completa en esta edad.
Todo erudito que ama profundamente la palabra de Dios pronto se dará cuenta de que hay en la Biblia mucho más de lo que se puede aprender en toda una vida.
NOTA: No es mi intención sugerir que la actividad de interpretar la Biblia se debe hacer en forma individualista: Dios a menudo usa los escritos de otros o el consejo personal de otros para capacitarnos para entender correctamente su palabra.
El principal punto es que cualquiera que sea el medio, y primordialmente mediante la lectura de la Biblia por sí mismos, los creyentes deben esperar que Dios los capacitará para entender apropiadamente las enseñanzas de la Biblia.
3. Pueden defender las enseñanzas de la Biblia contra ataques de parte de otros eruditos o de los que tienen educación técnica especializada. El papel de enseñar la Palabra de Dios a veces también incluye corregir falsas enseñanzas.
Uno debe poder no sólo «exhortar a otros con la sana doctrina» sino también «refutar a los que se opongan» (Tit 1: 9; 2ª Ti 2:25: «humildemente, debe corregir a los adversarios»; y Tit 2: 7-8). A veces los que atacan las enseñanzas bíblicas tienen educación especializada y conocimiento técnico en cuestiones históricas, lingüísticas o filosóficas, y usan esa educación para lanzar ataques bastante sofisticados contra las enseñanzas de la Biblia.
En tales casos, creyentes con destrezas especializadas similares pueden usar su educación para entender y responder a tales ataques. Tal capacitación también es muy útil para responder a las falsas enseñanzas de sectas y religiones falsas.
Esto no es decir que los creyentes sin capacitación especializada no pueden responder a la enseñanza falsa (porque la mayoría de la falsa enseñanza la puede refutar claramente el creyente que ora y tiene un buen conocimiento de la Biblia en su idioma), sino más bien que los puntos técnicos en la argumentación los pueden contestar solamente los que tienen destreza en los aspectos técnicos que se traen a colación.
4. Pueden suplementar el estudio de la Biblia para beneficio de la iglesia. Los eruditos bíblicos a menudo tienen educación que los capacita para relacionar las enseñanzas de la Biblia con la rica historia de la iglesia, y hacer la interpretación de la Biblia más precisa y su significado más vívido con mayor conocimiento de los idiomas y culturas en que fue.
Estas cuatro funciones benefician a la iglesia como un todo, y todos los creyentes deben estar agradecidos a los que las realizan. Sin embargo, estas funciones no incluyen el derecho de decidir por la iglesia como un todo cuál es la doctrina verdadera o falsa, o cuál es la conducta apropiada en una situación dificil. Si tal derecho fuera privilegio de los eruditos bíblicos con educación formal, estos se convertirían en una élite gobernante de la iglesia, y la función ordinaria del gobierno de la iglesia según se describe en el Nuevo Testamento cesaría.
El proceso de toma de decisiones para la iglesia se debe dejar a los oficiales de la iglesia, sean eruditos o no (y, en la forma congregacional de gobierno eclesiástico, no sólo a los oficiales sino también a los miembros de la iglesia como un todo).
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. Si la doctrina de la claridad de la Biblia es cierta, ¿por qué parece haber tanto desacuerdo entre creyentes en cuanto a enseñanzas de la Biblia? Observando la diversidad de interpretaciones de la Biblia, algunos concluyen: «La gente puede hacer que la Biblia diga lo que quieren que diga». ¿Cómo piensa usted que Jesús hubiera respondido a esta afirmación?
2. ¿Qué le sucedería a la iglesia si la mayoría de los creyentes dejarán de leer la Biblia por sí mismos y sólo escucharan a sus maestros bíblicos o leyeran libros en cuanto a la Biblia? Si usted pensara que sólo los eruditos expertos pueden entender la Biblia apropiadamente, ¿qué sería de su lectura personal de la Biblia? ¿Le ha sucedido esto en alguna medida en su vida o en la vida de conocidos suyos?
3. ¿Piensa usted que hay interpretaciones correctas y erradas de la mayoría de los pasajes de la Biblia? Si usted pensara que la Biblia es generalmente confusa, ¿cómo cambiaría su respuesta? ¿Afectaría una convicción en cuanto a la claridad de la Biblia el cuidado que usted pone al estudiar un pasaje bíblico? ¿Afectaría eso la manera en que usted acude a la Biblia al tratar de obtener una respuesta bíblica a algún problema dificil doctrinal o moral?
4. Si incluso profesores de seminarios tienen desacuerdos en cuanto a ciertas enseñanzas bíblicas, ¿pueden otros creyentes tener alguna esperanza de arribar a alguna decisión correcta sobre esa enseñanza? (Explique su respuesta). ¿Piensa usted que personas comunes entre los judíos en el tiempo De Jesús tuvieron dificultades para decidir si creerle a Jesús o a los expertos eruditos que discrepaban con él? ¿Esperaba Jesús que ellos pudieran decidir?
5. ¿Cómo puede un pastor predicar sermones basados en la Biblia cada domingo sin dar la impresión de que sólo personas con educación de seminario (como él mismo) pueden interpretar correctamente la Biblia? ¿Piensa usted que sería bueno que alguna vez, en una controversia doctrinal o ética, un erudito bíblico hablara en una iglesia y basara sus principales argumentos en significados especiales de palabras griegas o hebreas que los mismos miembros de la iglesia no pueden evaluar ni llegar a conclusiones propias? ¿Hay alguna manera apropiada de que un erudito use tal conocimiento técnico en sus escritos o conferencias populares?
6. Algunos dirigentes de la iglesia en tiempo de Martín Lutero decían que querían mantener la Biblia en latín para evitar que el pueblo -común la leyera y la interpretara mal. Evalúe este argumento. ¿Por qué piensa usted que Martín Lutero tenía tanto anhelo de traducir la Biblia al alemán? ¿Por qué, a su manera de ver, los dirigentes de la iglesia en siglos pasados habían perseguido e incluso matado a hombres: como Guillermo Tyndale en Inglaterra, que estaban traduciendo la Biblia al lenguaje del pueblo? ¿Por qué la tarea de traducir la Biblia a otros idiomas es tan importante como parte de la obra misionera?
7. ¿Significa la doctrina de la claridad de la Biblia que el Nuevo Testamento lo pueden entender plenamente personas que no tienen acceso al Antiguo Testamento?
TÉRMINOS ESPECIALES
Claridad de la Biblia, exégesis, hermenéutica, perspicuidad
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Deuteronomio 6:6-7: Grábate En El Corazón Estas Palabras Que Hoy Te Mando. Incúlcaselas Continuamente A Tus Hijos. Háblales De Ellas Cuando Estés En Tu Casa Y Cuando Vayas Por El Camino, Cuando Te Acuestes Y Cuando Te Levantes.

CAPÍTULO 6

(3) LA NECESIDAD DE LA ESCRITURA

¿Para qué es necesaria la Biblia? ¿Cuánto pueden las personas saber de Dios sin la Biblia? ¿Necesitamos tener la Biblia, o tener alguien que nos diga lo que la Biblia dice, a fin de saber que Dios existe? ¿La necesitamos para saber que somos pecadores que necesitan salvación? ¿La necesitamos para saber cómo hallar la salvación? ¿La necesitamos para conocer la voluntad de Dios en cuanto a nuestra vida?
Preguntas como estas son las que una investigación de la necesidad de la Biblia intenta contestar.
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
La necesidad de la Biblia se puede definir como sigue: Tener necesidad de la Biblia quiere decir que necesitamos la Biblia para conocer el evangelio, para mantener la vida espiritual y para conocer la voluntad de Dios, pero no la necesitamos para saber que Dios existe ni para saber algo en cuanto al carácter de Dios y sus leyes morales.
ESA DEFINICIÓN AHORA SE PUEDE EXPLICAR EN SUS VARIAS PARTES.

A. LA BIBLIA ES NECESARIA PARA CONOCER EL EVANGELIO.

En Romanos 10:13-17 Pablo dice:
Porque «Todo El Que Invoque El Nombre Del Señor Será Salvo». Ahora Bien, ¿Cómo Invocarán A Aquel En Quien No Han Creído? ¿Y Cómo Creerán En Aquel De Quien No Han Oído? ¿Y Cómo Oirán Si No Hay Quien Les Predique?.  Así Que La Fe Viene Como Resultado De Oír El Mensaje, Y El Mensaje Que Se Oye Es La Palabra De Cristo.
Esta afirmación sigue la siguiente línea de razonamiento:
(1) Primero, da por sentado que uno debe invocar el nombre del Señor para ser salvo. (En el uso paulina generalmente y en este contexto específico [vea v. 9], «el Señor» se refiere al Como indican secciones subsiguientes, cuando esta definición dice que la Biblia es necesaria para ciertas cosas, no quiero implicar que en realidad sea necesario un ejemplar impreso de la Biblia para cada persona, porque algunos oyen la Biblia leída en voz alta u oyen a otros que les dicen algo del contenido de la Biblia. Pero incluso estas comunicaciones orales del contenido de la Biblia se basa en la existencia de ejemplares escritos de la Biblia a los cuales otros tienen acceso.
(2) Una persona sólo puede invocar el nombre de Cristo si cree en él (es decir, que él es un Salvador digno de invocar y que responderá a los que le invocan).
(3) Nadie puede creer en Cristo a menos que haya oído de él.
(4) Nadie puede oír de Cristo a menos que alguien le hable de Cristo (un «predicador»).
(5) La conclusión es que la fe que salva viene por el oír (es decir, por oír el mensaje del evangelio), y este oír el mensaje del evangelio viene mediante la predicación de Cristo.
La implicación parece ser que sin oír la predicación del evangelio de Cristo nadie puede ser salvo.
Este pasaje es uno de los varios que muestran que la salvación eterna viene sólo mediante la creencia en Cristo y no hay otro camino. Hablando de Cristo, Juan 3: 18 dice: «El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios». De manera similar, en Juan 14: 6, Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí».
Pedro, cuando lo llevaron ante el sanedrín, dijo: «En ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos» (Hch 4: 12). Por supuesto, la exclusividad de la salvación por Cristo se debe a que Jesús es el único que murió por nuestros pecados y el único que pudo haberlo hecho. Pablo dice: «Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos» (1ª Ti 2:5-6).
No hay otra manera, de reconciliarnos con Dios que por medio de Cristo, porque no hay otra manera de lidiar con la culpa de nuestros pecados ante un Dios santo.
Pero si las personas solo pueden salvarse por fe en Cristo, alguien pudiera preguntar cómo los creyentes bajo el antiguo pacto podían salvarse. La respuesta debe ser que los que se salvaron bajo el antiguo pacto también se salvaron mediante la fe en Cristo, aunque su fe fue una fe que miraba hacia adelante basada en la Palabra de Dios que prometía el advenimiento de un Mesías o un Redentor.
Hablando de creyentes del Antiguo Testamento como Abel, Enoc, Noé, Abraham y Sara, el autor de Hebreos dice: «Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos»(Heb 11: 13).
El mismo capítulo pasa a decir que Moisés «consideró que el oprobio por causa del Mesías (o Cristo) era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa» (Heb 11: 26). Y Jesús puede decir de Abraham:
«Abraham, el padre de ustedes, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se alegró» Gn 8:56). Esto, de nuevo, evidentemente se refiere a la alegría de Abraham al mirar hacia adelante al día del Mesías prometido. De este modo, incluso los creyentes del Antiguo Testamento tuvieron fe salvadora en Cristo, a quien miraban por delante, no con el conocimiento exacto de los detalles históricos de la vida de Cristo, sino con gran fe en la absoluta confiabilidad de la promesa de Dios.
NOTA: Alguien podría objetar que el versículo que sigue, Ro 10:18, al citar Sal 19: 4: «por toda la tierra resuena su eco, sus palabras llegan hasta los confines del mundo», implica que toda persona en todas panes ya ha oído el mensaje del evangelio el mensaje de Cristo.
Pero en el contexto del Salmo 19 el versículo 4 sólo habla del hecho de que la creación natural, especialmente los cielos, proclaman la gloria de Dios y la grandeza de su actividad creadora. No hay pensamiento aquí de la proclamación de salvación por medio de Cristo. La idea de que toda persona en toda parte haya oído el evangelio de Cristo mediante la revelación natural sería contraria a las actividades misioneras de Pablo.
Sobre la cuestión de si es justo que Dios condene a los que nunca han oído de Cristo, vea la explicación en el capítulo 19.
La Biblia es necesaria para la salvación, entonces, en este sentido: uno debe o bien leer el mensaje del evangelio en la Biblia por uno mismo, u oírlo de otra persona. Incluso los creyentes que llegaron a la salvación en el antiguo pacto lo hicieron confiando en las palabras de Dios con que prometió un Salvador.
Es más, estas repetidas instancias de personas que confiaron en las palabras de la promesa de Dios, junto con los versículos mencionados arriba que afirman la necesidad de oír de Cristo y creer en él, parecen indicar que los pecadores necesitan más sobre qué apoyar su fe que simplemente una idea intuitiva de que Dios tal vez pudiera proveer un medio de salvación.
Parece que el único cimiento suficiente firme para apoyar uno la fe es la palabra misma de Dios (sea hablaba o escrita).
Esto, en los tiempos más antiguos vino en una forma muy breve, pero desde el mismo principio tenemos evidencia de palabras de Dios que prometían la salvación que vendría, palabras en las que confiaron los que Dios llamó a sí mismo.
Por ejemplo, incluso en la vida de Adán y Eva hay palabras de Dios que señalan hacia una salvación futura; en Génesis 3:15la maldición a la serpiente incluye una promesa de que la simiente de la mujer (uno de sus descendientes) aplastaría la cabeza de la serpiente pero él mismo caería herido en el proceso, promesa que un día se cumplió en Cristo. El hecho de que los dos primeros hijos de Adán y Eva, Caín y Abel, ofrecieron sacrificios al Señor (Gn 4: 3-4) indica que tenían conciencia de la necesidad de hacer algún tipo de pago por sus pecados y de la promesa de Dios de aceptar los sacrificios que ofrecieran de manera apropiada. Génesis 4:7:
«Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto» expresa de nuevo de manera breve palabras de Dios en que ofrecía algún tipo de salvación al que confiara en la promesa de Dios.
Conforme progresaba la historia del Antiguo Testamento, las palabras de Dios que expresaban promesas se iban haciendo cada vez más específicas, y la fe del pueblo de Dios que miraba hacia delante se fue haciendo cada vez más definida.
Sin embargo, siempre parece haber habido una fe apoyada-específicamente en las palabras del mismo Dios. Así que, aunque más adelante se argumentará que aparte de la Biblia las personas pueden saber que Dios existe y pueden saber algo de sus leyes, parece que no hay posibilidad de llegar a tener una fe que salva aparte del conocimiento específico de las palabras de la promesa de Dios.

B. LA BIBLIA ES NECESARIA PARA MANTENER LA VIDA ESPIRITUAL

Jesús dijo en Mateo 4: 4 (citando Dt 8: 3): «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Aquí Jesús indica que nuestra vida espiritual se mantiene mediante la alimentación diaria con la Palabra de Dios, tal como nuestra vida fisica se mantiene por la nutrición diaria con alimento fisico.
Descuidar la lectura regular de la palabra de Dios es perjudicial para la salud del alma, así como descuidar el alimento fisico es perjudicial para la salud de nuestro cuerpo.
De modo similar, Moisés le dice al pueblo de Israel la importancia de las palabras de Dios para la vida: «Porque no son palabras vanas para ustedes, sino que de ellas depende su vida; por ellas vivirán mucho tiempo en el territorio que van a poseer al otro lado del Jordán» (Dt 32: 47); y Pedro anima a los creyentes a quienes les escribe diciéndoles: «Deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación» (1ª P 2: 2).
La «leche pura de la palabra» en este contexto se debe referir a la Palabra de Dios de la cual Pedro ha estado hablando (vea 1ª P 1: 23-25). La Biblia, entonces, es necesaria para mantener la vida espiritual y para el crecimiento en la vida cristiana.

C. LA BIBLIA ES NECESARIA PARA EL CONOCIMIENTO CERTERO DE LA VOLUNTAD DE DIOS

Más adelante se explicará que toda persona que jamás ha nacido tiene algún conocimiento de la voluntad de Dios mediante su conciencia. Pero este conocimiento a menudo es indistinto y no puede dar certeza.
A decir verdad, si no hubiera palabra de Dios escrita, no podríamos tener certeza en cuanto a la voluntad de Dios por otros medios tales como la conciencia, el consejo de otros, el testimonio interno del Espíritu Santo, circunstancias cambiantes, y el uso de razonamiento santificado y sentido común.
Todo esto puede darnos una aproximación a la voluntad de Dios en maneras más o menos confiables, pero de estos medios por sí solos no se puede lograr ninguna certeza en cuanto a la voluntad de Dios, por lo menos en un mundo caído en donde el pecado distorsiona nuestra percepción del bien y el mal, inserta razonamiento defectuoso en nuestro proceso de pensamiento, y nos hace suprimir de tiempo en tiempo el testimonio de nuestra conciencia  (Jer 17: 9; Ro 2: 14-15; 1ª Co 8: 10; Heb 5: 14; 10: 22; también 1ª Ti 4: 2; Tit 1: 15).
En la Biblia, sin embargo, tenemos afirmaciones claras y definitivas en cuanto a la voluntad de Dios. Dios no nos ha revelado todas las cosas, pero sí nos ha revelado lo suficiente para que sepamos su voluntad: «Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley» (Dt 29:29).
Como fue en el tiempo de Moisés, así lo mismo con nosotros ahora: Dios nos ha revelado sus palabras para que podamos obedecer sus leyes y por consiguiente hacer su voluntad.
Los que son «intachables» ante Dios son «1os que andan conforme a la ley del Señor» (Sal 119: 1). El hombre «dichoso» es el que no sigue la voluntad de los malos
(Sal 1: 1), sino que se deleita «en la ley del Señor», y medita en la ley de Dios «día y noche» (Sal 1:2). Amar a Dios (y por lo tanto actuar de una manera que le agrade a él) es «guardar sus mandamientos» (1ª Jn 5:3).
Para tener conocimiento cierto de la voluntad de Dios, entonces, debemos procurarlo mediante el estudio de la Biblia. De hecho, en cierto sentido se puede afirmar que la Biblia es necesaria para conocimiento cierto de cualquier cosa. El filósofo pudiera argumentar como sigue:
El hecho de que no lo sepamos todo requiere que no tengamos certeza en cuanto a todo lo que afirmamos saber. Esto es porque cualquier dato que nos es ahora desconocido pudiera aflorar y demostrar que lo que habíamos pensado que era verdad en realidad es falso. Por ejemplo, pensamos que sabemos nuestra fecha de nacimiento, nuestro nombre, nuestra edad, etcétera.
Pero debemos reconocer que es posible que algún día pudiéramos hallar que nuestros padres nos dieron información falsa y nuestro conocimiento «cierto» es incorrecto. Respecto a los acontecimientos que personalmente hemos experimentado, todos nos damos cuenta cómo es posible que «recordemos» palabras o acontecimientos incorrectamente y que más tarde nos veamos corregidos por información más precisa.
Podemos por lo general tener más certeza en cuanto a acontecimientos de nuestra experiencia presente, en tanto y en cuanto siga siendo presente (pero incluso eso, alguien pudiera aducir, pudiera ser un sueño, Y descubriremos eso sólo cuando nos despertemos). En cualquier caso, es dificil responder a la pregunta del mósofa:
Si no tenemos todos los datos sobre el universo, pasados, presentes y futuros, ¿cómo podemos vamos a tener la certeza de que tenemos la información correcta acerca de algún dato?
En última instancia hay sólo dos soluciones posibles a este problema:
(1) Debemos adquirir todos los datos del universo a fin de estar seguros de que ningún dato que se pudiera descubrir subsiguientemente demuestre que nuestras ideas presentes son falsas; o.
(2) Alguien que en efecto tiene todos los datos del universo, y que nunca miente, pudiera ofrecemos algunos datos verdaderos para que podamos tener la seguridad que jamás serán contradichos.
Esta segunda solución es, en verdad, lo que tenemos en las palabras de Dios en la Biblia. Dios sabe todos los datos que siempre han existido y los que van a existir; y este Dios que es omnisciente (todo lo sabe) tiene conocimiento absoluto; no puede haber ningún dato que él no conozca ya; y por eso, nunca podrá haber nada que demuestre que algo que Dios piensa es falso.
Es de esta infinita bodega de conocimientos ciertos de lo que Dios, que nunca miente, nos ha hablado en la Biblia, en la cual nos ha dicho muchas cosas verdaderas en cuanto a sí mismo, en cuanto a nosotros mismos y en cuanto al universo que él hizo. Jamás podrá aparecer ningún dato que contradiga la verdad que haya dicho este Ser omnisciente.
Por tanto, es apropiado que tengamos más certeza en cuanto a las verdades que leemos en la Biblia que en cuanto a cualquier otro conocimiento que tengamos. Si vamos a hablar de grados de certeza del conocimiento que tenemos, el conocimiento que obtenemos de la Biblia tendría el grado más alto de certeza; si la palabra «cierto» se puede aplicar a alguna clase de conocimiento humano, se puede aplicar a este conocimiento.
NOTA. Esta afirmación da por sentado que nos hemos convencido de que la Biblia es en verdad las mismas palabras de Dios, y que hemos entendido correctamente por lo menos algunas porciones de la Biblia. Sin embargo, en este punto, la doctrina de la claridad de la Biblia que se consideró en el capítulo previos nos asegura que podemos entender correctamente las enseñanzas de la Biblia, y el testimonio abrumador de la Biblia de su propia autoría divina (que se consideran en los capítulos arriba respecto a las diferentes formas de la palabra de Dios y en cuanto a la autoridad de la Biblia), hecha persuasiva en nosotros por la obra del Espíritu Santo, nos convence de la autoría divina de la Biblia.
En este sentido el argumento se convierte no tanto en circular como algo como una espiral en el que cada sección de la doctrina de la Biblia refuerza a la otra y ahonda nuestra persuasión de la veracidad de otras secciones de la doctrina de la Biblia. Por este proceso nuestra persuasión de que la Biblia es la palabra de Dios, que es verdad, que es clara, y que el conocimiento cierto que obtenemos de ella es cierto, se vuelve más y más fuerte mientras más estudiamos y reflexionamos en ella.
Podemos, por supuesto, hablar de grados de certeza que podríamos obtener respecto al hecho de que la Biblia es la palabra de Dios, y grados de certeza de que nuestra interpretación de alguna de sus enseñanzas de la Biblia es correcta. Luego, desde el punto de vista de la experiencia personal del individuo, podríamos decir que nuestra certeza de la corrección del conocimiento que tenemos de la Biblia crece en proporción a nuestra certeza en cuanto al carácter exhalado por Dios y claridad de la Biblia.
Este concepto de la certeza del conocimiento que obtenemos de la Biblia entonces nos da una base razonable para afirmar la corrección de mucho del resto del conocimiento que tengamos. Leemos la Biblia y hallamos que su concepto del mundo que nos rodea, de la naturaleza humana y de nosotros mismos corresponde estrechamente con la información que hemos obtenido de nuestras propias experiencias sensoriales en el mundo que nos rodea.
Así que nos sentimos animados a confiar en nuestras experiencias sensoriales del mundo que nos rodea; nuestras observaciones corresponden con la verdad absoluta de la Biblia; por consiguiente, nuestras observaciones también son ciertas y, en general, confiables. Tal confianza en la confiabilidad general de las observaciones hechas con nuestros ojos y oídos queda confirmada adicionalmente por el hecho de que es Dios quien hizo estas facultades y que en la Biblia frecuentemente nos anima a usarlas (compare también Pr 20: 12: «Los oídos para oír y los ojos para ver: ¡hermosa pareja que el Señor ha creado!»).
De esta manera el creyente que toma la Biblia como Palabra de Dios escapa del escepticismo filosófico en cuanto a la posibilidad de obtener conocimiento cierto con nuestras mentes finitas. En este sentido, entonces, es correcto decir que para las personas que no son omniscientes, la Biblia es necesaria para tener conocimiento cierto de cualquier cosa.
Este hecho es importante para la explicación que sigue, en donde afirmamos que los que no creen pueden saber algo en cuanto a Dios partiendo de la revelación general que se ve en el mundo que los rodea. Aunque esto es verdad, debemos reconocer que en un mundo caído el conocimiento que se obtiene por observación del mundo siempre es imperfecto y siempre proclive a error o interpretación errada.
Por consiguiente, el conocimiento de Dios y la creación que se obtiene de la Biblia se debe usar para interpretar correctamente la creación que nos rodea. Usando los términos teológicos que definiremos más abajo, podemos decir que necesitamos revelación especial para interpretar correctamente la revelación general.

D. PERO LA BIBLIA NO ES NECESARIA PARA SABER QUE DIOS EXISTE

¿QUÉ DE LOS QUE NO LEEN LA BIBLIA? ¿PUEDEN ELLOS OBTENER ALGÚN CONOCIMIENTO DE DIOS? ¿PUEDEN SABER ALGO EN CUANTO A LAS LEYES DE DIOS?
Sí; sin la Biblia algún conocimiento de Dios es posible, aun si no es conocimiento absolutamente cierto.
Los seres humanos pueden obtener cierto conocimiento de que Dios existe y cierto conocimiento de algunos de sus atributos simplemente observándose a sí mismos y el mundo que los rodea. David dice: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos» (Sal 19: 1). Mirar el firmamento es ver evidencia del poder infinito, sabiduría e incluso belleza de  Dios; es observar un testigo majestuoso de la gloria de Dios.
De manera similar, Bernabé y Pablo les hablaron a los habitantes griegos de Listra en cuanto al Dios viviente que hizo los cielos y la tierra: «En épocas pasadas él permitió que todas las naciones siguieran su Dios y que en efecto entendemos sus enseñanzas (por lo menos sus enseñanzas principales) correctamente, entonces es apropiado decir que el conocimiento que obtenemos de la Biblia es más cierto que cualquier otro conocimiento que tengamos.
Sin embargo, no ha dejado de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoles lluvias del cielo y estaciones fructíferas, proporcionándoles comida y alegría de corazón» (Hch 14: 16-17).
Las lluvias y las estaciones fructíferas, la comida que produce la tierra, y la alegría de corazón de las personas dan testimonio todas, del hecho de que su Creador es un Dios de misericordia, de amor e incluso de alegría. Estas evidencias de Dios están en toda la creación que nos rodea para que las vean los que están dispuestos a verlas.
Incluso aquellos que en su maldad suprimen la verdad no pueden evadir las evidencias de la existencia y naturaleza de Dios en el orden creado:
Lo Que Se Puede Conocer Acerca De Dios Es Evidente Para Ellos, Pues Él Mismo Se Lo Ha Revelado. Porque Desde La Creación Del Mundo Las Cualidades Invisibles De Dios, Es Decir, Su Eterno Poder Y Su Naturaleza Divina, Se Perciben Claramente A Través De Lo Que Él Creó, De Modo Que Nadie Tiene Excusa. A Pesar De Haber Conocido A Dios, No Lo Glorificaron Como A Dios Ni Le Dieron Gracias, Sino Que Se Extraviaron En Sus Inútiles Razonamientos, Y Se Les Oscureció Su Insensato Corazón (Ro 1: 19-21).
Aquí Pablo dice no sólo que la creación da evidencia de la existencia y carácter de Dios, sino que también incluso los perversos reconocen esa evidencia. Lo que se puede saber de Dios «es evidente para ellos» y en verdad «a pesar de haber conocido a Dios» (evidentemente, sabían quién era Dios), «no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias».
Este pasaje nos permite decir que toda persona, incluso la más perversa, tiene algún conocimiento interno o percepción de que Dios existe y de que es un Creador poderoso. Este conocimiento se ve «a través de lo que él creó», frase que se refiere a toda la creación.
Sin embargo es probable que al ver a los seres humanos creados a imagen de Dios -es decir, al verse a sí mismos y a otras personas que incluso los perversos ven la grandiosa evidencia de la existencia y naturaleza de Dios.
Así que, incluso sin la Biblia, todas las personas que han existido han tenido evidencia en la creación de que Dios existe, que es el Creador y ellas son sus criaturas, y también han tenido alguna evidencia del carácter de Dios. Como resultado, ellas mismos han sabido algo en cuanto a Dios partiendo de esta evidencia (aunque nunca se dice que este sea un conocimiento que pueda llevarlos a la salvación).
NOTA: El teólogo suizo Karl Barth (1886-1968) negaba que el hombre natural pueda saber algo de Dios mediante la revelación general que se halla en la naturaleza, pero insistía en que el conocimiento de Dios puede venir sólo mediante un conocimiento de la gracia de Dios en Cristo. Su rechazo radical de la revelación natural no ha ganado aceptación general; descansa en una noción improbable de de Ro 1: 21 se refiere a un conocimiento de Dios en teoría pero no de hecho.

E. ES MÁS, LA BIBLIA NO ES NECESARIA PARA SABER ALGO EN CUANTO AL CARÁCTER DE DIOS Y SUS LEYES MORALES.

En Romanos 1 Pablo pasa a mostrar que incluso los que no creen que no tienen registro escrito de las leyes de Dios tienen en la conciencia algún entendimiento de las demandas morales de Dios. Hablando de una larga lista de pecados (envidia, homicidios, contiendas, engaños»), Pablo dice que los malos que las practican, «Saben bien que, según el justo decreto de Dios, quienes practican tales cosas merecen la muerte; sin embargo, no sólo siguen practicándolas sino que incluso aprueban a quienes las practican» (Ro 1: 32). Los malos saben que su pecado es un mal, por lo menos en gran medida.
Pablo entonces habla de la actividad de la conciencia en los gentiles que no tienen la ley escrita:
De Hecho, Cuando Los Gentiles, Que No Tienen La Ley, Cumplen Por Naturaleza Lo Que La Ley Exige, Ellos Son Ley Para Sí Mismos, Aunque No Tengan La Ley. Éstos Muestran Que Llevan Escrito En El Corazón Lo Que La Ley Exige, Como Lo Atestigua Su Conciencia, Pues Sus Propios Pensamientos Algunas Veces Los Acusan Y Otras Veces Los Excusan (Ro 2: 14-15).
La conciencia de los que no creen les da testimonio de las normas morales de Dios, pero a veces esta evidencia de la ley de Dios en el corazón de los que no creen es distorsionar o se suprime. Algunos de sus pensamientos los «acusan» ya veces sus pensamientos los «excusan», dice Pablo.
El conocimiento de las leyes de Dios derivado de tales fuentes nunca es perfecto, pero es suficiente para dar conciencia de las demandas morales de Dios a toda la humanidad. (Es sobre esta base que Pablo afirma que todo ser humano es culpable ante Dios por el pecado, incluso los que no tienen las leyes de Dios escritas en la Biblia.).
El conocimiento de la existencia, carácter y ley moral de Dios, que viene por creación a toda la humanidad, a menudo se llama «revelación general» (porque viene a toda persona en general).
La revelación general viene al observar la naturaleza, al ver a Dios influyendo directamente en la historia, y mediante el sentido interno de la existencia de Dios y sus leyes que él ha colocado dentro de todo ser humano.
La revelación general es distinta de la «revelación especial» que se refiere a las palabras de Dios dirigidas a personas específicas, tales como las palabras de la Biblia, las palabras de los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles del Nuevo Testamento, y las palabras de Dios dichas en discurso personal, tales como en el monte Sinaí o el bautismo de Jesús.
La revelación especial incluye todas las palabras de la Biblia, pero no se limita a las palabras de la Biblia, porque también incluye, por ejemplo, muchas palabras de Jesús que no están registradas en la Biblia, y probablemente hubo muchas palabras dichas por los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles del Nuevo Testamento que tampoco están anotadas en la Biblia.
NOTA: La conciencia de los no creyentes es suprimida o se endurece en varios aspectos de moralidad, dependiendo de las influencias culturales y circunstancias personales. Una sociedad caníbal, por ejemplo, tendrá muchos miembros cuya conciencia está endurecida y es insensible respecto al mal del homicidio, en tanto que la sociedad estadounidense, por ejemplo, exhibe muy poca sensibilidad de conciencia respecto al mal de falsedad en el habla, o falta de respeto por la autoridad de los padres, o por la inmoralidad sexual.
Es más, individuos que cometen repetidamente un cierto pecado a menudo hallan que los aguijonazos de la conciencia disminuyen con el tiempo; un ladrón puede sentirse muy culpable después de su primer o segundo robo, pero sentir escasa culpa después de haber robado veinte veces. El testimonio de la conciencia todavía está allí en cada caso, pero lo suprime la maldad repetida.
Vea en el capítulo 2, una consideración de las palabras de Dios en habla personal, las palabras de Dios dichas por labios humanos, y las palabras de Dios en la Biblia, todo lo cual cae en la categoría de revelación especial.
La verdad de que toda persona sabe algo de las leyes morales de Dios es una gran bendición para la sociedad, porque si no las supieran no habría ningún freno social para el mal que las personas harían y ningún freno de parte de su conciencia.
Pero debido a que hay algún conocimiento común del bien y del mal, los creyentes a menudo pueden hallar mucho consenso con los que no son cristianos en cuestiones de ley civil, normas de la comunidad, ética comercial básica y actividad profesional, y patrones aceptables de conducta en la vida ordinaria.
Es más, podemos apelar al sentido de bien dentro del corazón de las personas (Ro 2: 14) al intentar lograr que se emitan mejores leyes o que se descarten leyes malas, o enderezar algunas de las injusticias en la sociedad que nos rodea.
El conocimiento de la existencia y carácter de Dios también provee una base de información que permite que el evangelio tenga sentido en el corazón y la mente del que no es creyente; los que no creen saben que Dios existe y que han roto sus normas, así que las noticias de que Cristo murió para pagar por sus pecados deben ser verdaderamente buenas noticias para ellos.
Sin embargo, se debe martillar que la Biblia en ninguna parte indica que alguien pueda conocer el evangelio, o saber el camino de salvación, mediante la revelación general. Las personas pueden saber que Dios existe, que es su Creador, que le deben obediencia, y que han pecado contra él. La existencia de sistema de sacrificios en religiones primitivas en toda la historia atestigua el hecho de que las personas pueden saber estas cosas claramente aparte de la Biblia.
Las repetidas «lluvias y temporadas fructíferas» mencionadas en Hechos 14: 17 pueden incluso guiar a algunos a razonar que Dios no sólo es santo y justo sino también de un Dios amoroso y perdonador. Pero cómo la santidad y la justicia de Dios se pueden jamás reconciliar con su disposición para perdonar pecados es un misterio que jamás ha sido resuelto por ninguna religión aparte de la Biblia.
Tampoco la Biblia nos da ninguna esperanza de que de alguna manera se le pueda descubrir aparte de la revelación específica de Dios. Es la gran maravilla de nuestra redención que Dios mismo ha provisto el camino de salvación al enviar a su propio Hijo, que es a la vez Dios y hombre, para que sea nuestro representante y lleve la pena de nuestro pecado, combinando así la justicia y el amor de Dios en un acto infinitamente sabio y de gracia asombrosa.
Este hecho, que parece tan común al oído cristiano, no debe perder su asombro para nosotros; jamás podría haberlo concebido el hombre aparte de la revelación especial y verbal de Dios.
Es más, incluso si alguno que sigue una religión primitiva pudiera pensar que Dios de alguna manera debe haber pagado él mismo la pena de nuestros pecados, tal pensamiento sería solamente una especulación extraordinaria. Jamás podría sostenerse con suficiente certeza como para que fuera base en la cual apoyar fe que salva, a menos que Dios mismo confirmara con sus propias palabras tal especulación, es decir, las palabras del evangelio proclamando bien que eso en verdad iba a suceder (si la revelación vino en el tiempo antes de Cristo) o que ya ha sucedido (si la revelación vino en tiempo después de Cristo).
La Biblia nunca considera la especulación humana aparte de la Palabra de Dios como suficiente base en la cual decir que esa es fe que salva. La fe que salva, según la Biblia, siempre es la confianza en Dios que se apoya en la veracidad de las propias palabras de Dios.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. Cuando usted le está testificando a uno que no es creyente, ¿qué es lo que usted querría por sobre todo lo demás que esa persona lea? ¿Conoce usted a alguien que alguna vez llegó a ser creyente sin haber leído la Biblia o haber oído que alguien le decía lo que la Biblia dice? ¿Cuál es, entonces la tarea primordial del misionero evangelizador? ¿Cómo debe la necesidad de la Biblia afectar nuestra orientación misionera?
2. ¿Alimenta usted su alma con el alimento espiritual de la Palabra tan cuidadosa y diligentemente como alimenta su cuerpo con alimento físico? ¿Qué nos hace tan insensibles espiritualmente que sentimos el hambre física más intensa? ¿Ente que el hambre espiritual? ¿Cuál es el remedio?
3. Al buscar activamente la voluntad de Dios, ¿en dónde deberíamos pasar la mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzo? En la práctica, ¿en dónde pasa usted la mayor parte de su tiempo y esfuerzo al buscar la voluntad de Dios? ¿Le parece alguna vez que los principios de Dios en la Biblia están en conflicto con lo que parece ser la dirección que recibimos de sentimientos, conciencia, consejo, circunstancias, razonamiento humano o la sociedad? ¿Cómo debemos tratar de resolver el conflicto?
4. ¿Es tarea inútil esforzarnos por legislación civil basada en normas que estén de acuerdo con los principios morales de Dios que señala la Biblia? ¿Por qué hay buena razón para esperar que a la larga pudiéramos persuadir a una gran mayoría de nuestra sociedad que adopte leyes congruentes con las normas bíblicas? ¿Qué podría estorbar este esfuerzo?
TÉRMINOS ESPECIALES
Necesidad de la Biblia, revelación especial, revelación general, revelación natural
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Mateo 4:4: Jesús Le Respondió: «Escrito Está: "No Sólo De Pan Vive El Hombre, Sino De Toda Palabra Que Sale De La Boca De Dios"».

CAPÍTULO 7

 (4) LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS

¿ES LA BIBLIA SUFICIENTE PARA SABER LO QUE DIOS QUIERE QUE PENSEMOS Y HAGAMOS?
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
¿DEBEMOS BUSCAR OTRAS PALABRAS DE DIOS ADEMÁS DE LAS QUE TENEMOS EN LA BIBLIA?
LA DOCTRINA DE LA SUFICIENCIA DE LA BIBLIA CONSIDERA ESTE ASUNTO.

A. DEFINICIÓN DE LA SUFICIENCIA DE LA BIBLIA

Podemos definir la suficiencia de la Biblia como sigue: La suficiencia de la Biblia quiere decir que la Biblia contiene todas las palabras de Dios que él quería que su pueblo tuviera en cada etapa de la historia de la redención, y que ahora contiene todo lo que necesitamos que Dios nos diga para salvación, para confiar en él perfectamente y para obedecerle perfectamente.
Esta definición hace énfasis en que es solo en la Biblia donde debemos buscar las palabras de Dios para nosotros. También nos recuerda que Dios considera que lo que nos ha dicho en la Biblia es suficiente para nosotros, y que debemos regocijarnos en la estupenda revelación que nos ha dado y estar contentos con ella.
Significativo respaldo bíblico y explicación de esta doctrina se halla en las palabras de Pablo a Timoteo: «Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (2ª Ti 3: 15).
El contexto muestra que «las Sagradas Escrituras» aquí significan las palabras escritas de la Biblia (2ª Ti 3:16). Esto es una indicación de que las palabras de Dios que tenemos en la Biblia son todas las palabras de Dios que necesitamos a fin de ser salvos; estas palabras pueden hacemos sabios «para la salvación».
Esto lo confirman otros pasajes que hablan de las palabras de la Biblia como los medios que Dios usa para llevarnos a la salvación (Stg 1: 18; 1ª P 1: 23).
Otros pasajes indican que la Biblia es suficiente para equipamos para vivir la vida cristiana. Pablo de nuevo le escribe a Timoteo: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra» (2ª Ti 3: 16-17).
Aquí Pablo indica que un propósito por el cual Dios hizo que se escribiera la Biblia fue capacitamos para que podamos estar «enteramente capacitado para toda buena obra». Si hay alguna «buena obra» que Dios quiere que el creyente haga, este pasaje indica que Dios ha hecho provisión en su palabra para capacitar al creyente para eso. Así que no hay ninguna «buena obra» que Dios quiera que hagamos aparte de las que se enseñan en alguna parte en la Biblia; ella puede capacitamos para toda buena obra.
Una enseñanza similar se halla en el Salmo 119: «Dichosos los que van por caminos perfectos, los que andan conforme a la ley del Señor» (v. 1). Este versículo muestra un equivalente entre ser «perfectos» y «andar conforme a la ley del Señor»; los que son perfectos son los que andan en la ley del Señor.
Aquí de nuevo tenemos una indicación de que todo lo que Dios requiere de nosotros consta en su palabra escrita; simplemente hacer todo lo que la Biblia nos ordena es ser intachables a los ojos de Dios.
Para ser moralmente perfectos a los ojos de Dios, entonces, ¿qué debemos hacer además de lo que Dios nos ordena en la Biblia? ¡Nada! ¡Nada en absoluto! Si guardamos las palabras de la Biblia seremos «perfectos» y estaremos haciendo «toda buena obra» que Dios espera de nosotros.

B. PODEMOS BUSCAR TODO LO QUE DIOS HA DICHO SOBRE TEMAS EN PARTICULAR, Y PODEMOS HALLAR RESPUESTAS A NUESTRAS PREGUNTAS.

Por supuesto, nos damos cuenta de que nunca obedeceremos perfectamente toda la Biblia en esta vida (vea Stg 3: 2; Jn 1: 8-10; y el cap. 24, más adelante). Así que al principio pudiera parecer que no es muy significativo decir que todo lo que tenemos que hacer es lo que Dios nos ordena en la Biblia, puesto que nunca podremos obedecerla en su totalidad en esta vida.
Pero la verdad de la suficiencia de la Biblia es de gran significación para nuestra vida cristiana, porque nos capacita para enfocar nuestra búsqueda de las palabras de Dios para nosotros sólo en la Biblia y nos ahorra la interminable tarea de buscarlas en todos los escritos de los cristianos en toda la historia, o en toda las enseñanzas de la iglesia, o en todos los sentimientos e impresiones subjetivas que vienen a nuestra mente día tras día, a fin de hallar   lo que Dios requiere de nosotros.
En un sentido muy práctico quiere decir que podemos arribar a conclusiones claras sobre muchas enseñanzas de la Biblia. Por ejemplo, aunque requiere algo de trabajo, es posible hallar todos los pasajes bíblicos que son directamente pertinentes al tema del matrimonio y divorcio, o las responsabilidades de los padres para con los hijos, o las relaciones entre el creyente y el gobierno civil.
NOTA: Esto no tiene la intención de implicar que las impresiones subjetivas de la voluntad de Dios son inútiles o que se deban ignorar. Eso sugeriría una noción casi deísta de que Dios (no) interviene en las vidas de sus hijos y una noción más bien mecánica o impersonal de su dirección.
Dios puede usar, y en efecto usa, impresiones subjetivas de su voluntad para recordarnos y animarnos, y a menudo para impulsar nuestros pensamientos en la dirección apropiada en muchas decisiones rápidas que tomamos todo el día; y es la Biblia en sí misma la que nos dice en cuanto a estos factores subjetivos en la dirección (vea Hch 16: 6-7; Ro 8: 9, 14, 16; Gá 5: 16-18,25).
Sin embargo estos versículos sobre la suficiencia de la Biblia nos enseñan que tales impresiones subjetivas pueden tan sólo recordarnos normas morales que ya están en la Biblia, o traer a la mente hechos que nosotros (por lo menos en teoría) podríamos haber sabido o sabíamos de otra manera; nunca pueden añadir a los mandamientos de la Biblia, o reemplazar la Biblia para definir cuál es la voluntad de Dios, o ser igual a la Biblia en autoridad en nuestras vidas.
Debido a que personas de toda clase de tradiciones cristianas han cometido serios errores cuando se han sentido confiados de que Dios les estaba «guiando los» a tomar una decisión en particular, es importante recordar que, excepto en donde un pasaje explícito de la Biblia se aplica directamente a una situación, nunca podemos tener el ciento por ciento de certeza en esta vida de que sabemos cuál es la voluntad de Dios en una situación.
Podemos tener sólo grados variados de confianza en diferentes situaciones. Aunque nuestra capacidad para discernir la voluntad de Dios debe aumentar conforme crecemos en la madurez cristiana, inevitablemente cometeremos algunos errores.
Respecto a esto he hallado útil una frase de Edmund Clowney: «El grado de certeza que tenemos respecto a la voluntad de Dios en una situación es directamente proporcional al grado de claridad que tenemos en cuanto a cómo la palabra de Dios se aplica a la situación» (de una conversación personal, noviembre 1992).
Esta doctrina significa, aún más, que es posible compilar todos los pasajes que se relacionan directamente con asuntos doctrinales como la expiación, o la persona de Cristo, o la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente hoy. En estas y cientos de otras cuestiones morales y doctrinales, la enseñanza bíblica en cuanto a la suficiencia de la Biblia nos da confianza de que podremos hallar lo que Dios nos exige que pensemos y hagamos en estas cuestiones.
En muchas de estas cuestiones podemos lograr confianza de que nosotros, junto con la vasta mayoría de la iglesia a través de la historia, hemos hallado y formulado correctamente lo que Dios quiere que pensemos o hagamos. Dicho en forma sencilla, la doctrina de la suficiencia de la Biblia nos dice que es posible estudiar teología sistemática y ética, y hallar respuestas a nuestras preguntas.
En este punto diferimos de los teólogos católicos romanos, que dirían que no hemos hallado todo lo que Dios nos dice en cuanto a un tema en particular mientras no hayamos escuchado la enseñanza oficial de la iglesia en toda su historia.
Nosotros responderíamos que aunque la historia de la iglesia puede ayudamos a entender lo que Dios nos dice en la Biblia, jamás en la historia de la iglesia Dios ha añadido a las enseñanzas o mandamientos de la Biblia; en ninguna parte en la historia de la iglesia fuera de la Biblia Dios ha añadido algo que nos exija que creamos o hagamos. La Biblia es suficiente para equiparnos para «toda buena obra», y andar en sus caminos es ser «perfectos» a los ojos de Dios.
En este punto también diferimos de los teólogos no evangélicos que no están convencidos de que la Biblia es la Palabra de Dios en un sentido único y absolutamente autoritativo, y que por consiguiente buscarían no sólo en la Biblia sino también en muchos otros de los primeros escritos cristianos en un esfuerzo por hallar no tanto lo que Dios le dijo a la humanidad sino más bien lo que muchos cristianos iníciales experimentaron en su relación con Dios.
Ellos no esperarían llegar a una sola conclusión unificada en cuanto a lo que Dios quiere que pensemos o hagamos respecto a un asunto en particular, sino descubrir una variedad de opiniones y puntos de vista compilados alrededor de ideas principales unificadoras.
Todos los puntos de vista sostenidos por los primeros cristianos en alguna de las primeras iglesias serían potencialmente puntos de vista válidos para que los cristianos los sostengan hoy también. A esto replicaríamos que nuestra búsqueda de respuestas a cuestiones teológicas y éticas no es una búsqueda para saber lo que varios creyentes han pensado en la historia de la iglesia, sino una búsqueda para hallar y entender lo que Dios mismo nos dice en sus propias palabras, que se hallan en la Biblia y sólo en la Biblia.

C. LA CANTIDAD DE ESCRITURAS DADAS FUE SUFICIENTE EN CADA ETAPA DE LA HISTORIA DE LA REDENCIÓN.

La doctrina de la suficiencia de la Biblia no implica que Dios no pueda añadir otras palabras a las que ya le ha dicho a su pueblo. Más bien implica que el hombre no puede añadir por iniciativa propia otras palabras a las que Dios ya ha dicho.
Todavía más, implica que de hecho Dios no le ha dicho a los seres humanos ninguna otra palabra que nos exija que creamos u obedezcamos aparte de las que ya tenemos ahora en la Biblia.
Este punto es importante, porque nos ayuda a entender cómo Dios pudo decirle a su pueblo que sus palabras para ellos eran suficientes en muchos puntos diferentes en la historia de la redención, y cómo él pudo no obstante añadir otras palabras más adelante. Por ejemplo, en Deuteronomio 29: 29 Moisés dice: «Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros ya nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley».
Este versículo nos recuerda que Dios siempre ha tomado la iniciativa para revelamos cosas. Él ha decidido qué revelar y qué no revelar. En cada etapa de la historia de la redención, lo que Dios había revelado era para su pueblo en ese tiempo, y ellos debían estudiar, creer y obedecer esas cosas. Con progreso ulterior en la historia de la redención, se añadieron más palabras de Dios que registraban e interpretaban esa historia (vea el capítulo 3 respecto al desarrollo del canon).
De este modo, al tiempo de la muerte de Moisés los primeros cinco libros de nuestro Antiguo Testamento fueron suficientes para el pueblo de Dios en ese tiempo. Pero Dios dirigió a autores posteriores para añadir más de modo que las Escrituras fueran suficientes para los creyentes en tiempos subsiguientes.
Para los cristianos de hoy, las palabras de Dios que tenemos en el Antiguo y Nuevo Testamentos juntos son suficientes para nosotros durante la edad de la iglesia. Después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, y la fundación de la iglesia primitiva según se registra en el Nuevo Testamento, y la compilación de los libros del canon del Nuevo Testamento, no ha tenido lugar ningún otro acto central redentor de Dios en la historia (actos que tienen pertinencia directa para todo el pueblo de Dios en el futuro), y por consiguiente no nos ha sido dada ninguna otra palabra de Dios para registrar esos actos e interpretárnoslos.
Esto quiere decir que podemos citar pasajes bíblicos de todo el canon para mostrar que el principio de la suficiencia de la revelación de Dios a su pueblo en cada momento en particular ha seguido siendo el mismo. En este sentido, estos versículos que hablan en cuanto a la suficiencia de la Biblia en periodos anteriores también se aplican directamente a nosotros, aunque el tamaño de la Biblia ahora es mayor que el tamaño de las Escrituras a que se referían en su escenario original.
Los siguientes pasajes bíblicos, pues, se aplican a nosotros también en ese sentido:
No añadan ni quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno. Más bien, cumplan los mandamientos del Señor su Dios (Dt 4: 2).
Cuídate De Poner En Práctica Todo Lo Que Te Ordeno, Sin Añadir Ni Quitar Nada (Dt 12: 32).
Toda Palabra De Dios Es Digna De Crédito; Dios Protege A Los Que En Él Buscan Refugio.
No Añadas Nada A Sus Palabras, No Sea Que Te Reprenda Y Te Exponga Como A Un Mentiroso (Pr 30: 5-6).
A Todo El Que Escuche Las Palabras Del Mensaje Profético De Este Libro Le Advierto Esto: Si Alguno Le Añade Algo, Dios Le Añadirá A Él Las Plagas Descritas En Este Libro. Y Si Alguno Quita Palabras De Este Libro De Profecía, Dios Le Quitará Su Parte Del Árbol De La Vida Y De La Ciudad Santa, Descritos En Este Libro (Ap 22: 18-19).

D. APLICACIONES PRÁCTICAS DE LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS

La doctrina de la suficiencia de Escrituras tiene varias aplicaciones prácticas a nuestra vida cristiana. La siguiente lista tiene el propósito de ser útil pero no exhaustiva.
1. La suficiencia de la Biblia debe animamos al tratar de descubrir lo que Dios quisiera que pensemos (en cuanto a algún asunto doctrinal en particular) o que hagamos (en una situación en particular).
Debemos sentirnos animados porque todo lo que Dios quiere decimos respecto a ese asunto se halla en la Biblia. Esto no quiere decir que la Biblia responda a todas las preguntas que podamos concebir, porque «Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios» (Dt 29: 29); pero sí significa que cuando nos vemos frente a un problema de importancia genuina en nuestra vida cristiana, podemos acercarnos a la Biblia con la confianza de que en ella Dios nos proveerá dirección en ese problema.
Habrá, por supuesto, ocasiones cuando la respuesta que hallamos es que la Biblia no dice nada directamente sobre nuestra pregunta. (Este sería el caso, por ejemplo, si tratamos de hallar en la Biblia cuál es el «orden del culto» que debemos seguir los domingos por la mañana, o si es mejor arrodillarse o tal vez ponerse de pie cuando oramos, o a qué hora debemos servirnos nuestras comidas durante el día, etc.).
En esos casos, podemos concluir que Dios no nos exige que pensemos o que actuemos de cierta manera respecto a ese asunto (excepto, tal vez, en términos de principios más generales respecto a nuestras actitudes y metas). Pero en muchos otros casos hallaremos dirección directa y clara del Señor para capacitarnos para «toda buena obra» (2ª Ti 3:17).
Conforme avanzamos en la vida, la práctica frecuente de buscar en la Biblia dirección resultará en una capacidad creciente de hallar respuestas precisas, formuladas cuidadosamente, a nuestros problemas y preguntas. El crecimiento a lo largo de la vida en la comprensión de la Biblia incluirá, pues, crecimiento en la habilidad de entender apropiadamente las enseñanzas de la Biblia y aplicarlas a cuestiones específicas.
2. La suficiencia de la Biblia nos recuerda que no debemos añadirle nada a la Biblia y que no debemos darle a otro escrito igual valor que a la Biblia. Casi toda religión falsa o secta viola este principio. Los mormones, por ejemplo, aducen creer en la Biblia, pero también conceden autoridad divina a El Libro de Mormón.
Los que siguen la Ciencia Cristiana similarmente aducen creer en la Biblia, pero en la práctica consideran que el libro Ciencia y salud con clave a la Biblia por Mary Baker Eddy, está a la par de la Biblia y por encima de ella en autoridad. Puesto que estas afirmaciones violan los mandamientos de Dios de no añadir a sus palabras, no debemos pensar que en estos escritos se pueda hallar alguna palabra adicional de Dios para nosotros.
NOTA: La referencia primaria de este versículo es por supuesto al libro de Apocalipsis mismo, pero su colocación aquí al mismo final del único libro que podría venir como último en el canon del Nuevo Testamento difícilmente puede ser accidental. De este modo, una aplicación secundaria de este versículo al canon por entero no parece inapropiada (vea la explicación en el capítulo 3,).
Incluso en iglesias cristianas a veces se comete un error similar cuando hay quienes van más allá de lo que la Biblia dice y afirman con gran confianza ideas nuevas en cuanto a Dios, o el cielo, basando su enseñanza no en la Biblia sino en su propia especulación o incluso en experiencias que aducen de haber muerto y haber regresado a la vida.
3. La Suficiencia De La Biblia También Nos Dice Que Dios No Nos Exige Que Creamos Nada En Cuanto A Sí Mismo O Su Obra Redentora Que No Se Halla En La Biblia.
Entre los escritos de la época de la iglesia primitiva hay algunas colecciones de dichos que supuestamente dijo Jesús y que no fueron preservados en los Evangelios. Es probable que por lo menos algunos de estos «dichos de Jesús» que se halla en esos escritos sean en realidad registros precisos de cosas que Jesús en efecto dijo (aunque ahora para nosotros es imposible determinar con algún alto grado de probabilidad cuáles serían esos dichos).
Pero en realidad no importa para nada en nuestra vida cristiana que jamás leamos alguno de esos dichos, porque Dios ha hecho que se anote en la Biblia todo lo que necesitamos saber de las palabras y obras de Jesús a fin de confiar en él y obedecerle perfectamente. Aunque estas colecciones de dichos tienen algún valor limitado en la investigación lingüística y tal vez para el estudio de la historia de la iglesia cristiana, no tienen ningún valor directo para nosotros para aprender lo que debemos creer en cuanto a la vida y enseñanzas de Cristo, o para formular nuestras convicciones doctrinales y éticas.
4. La Suficiencia De La Biblia Nos Muestra Que No Debemos Colocar Ninguna Revelación Moderna De Dios En Nivel Igual De Autoridad Al De La Biblia.
En varias ocasiones en toda la historia de la iglesia, y particularmente en el movimiento carismático moderno, ha habido quienes han aducido que Dios ha dado revelaciones por medio de ellos para beneficio de la iglesia. Sin embargo, como quiera que evaluemos tales afirmaciones debemos tener cuidado de nunca permitir (ni en teoría ni en la práctica) que se coloquen tales revelaciones a igual nivel que la Biblia.
Debemos insistir en que Dios no nos exige que creamos nada en cuanto a sí mismo o su obra en el mundo que esté contenido en esas revelaciones pero no en la Biblia; y debemos insistir que Dios no nos exige que creamos u obedezcamos ninguna directiva moral que nos venga mediante tales medios pero que la Biblia no confirma.
La Biblia contiene todo lo que necesitamos que Dios nos diga para confiar en él y obedecerle perfectamente. También se debe notar en este punto que siempre que han surgido desafíos a la suficiencia de la Biblia en forma de otros documentos que se pretende colocar junto a la Biblia (sea de literatura cristiana extrabíblica del primer siglo o de las enseñanzas acumuladas de la Iglesia Católica Romana, o de libros de sectas como el Libro de Mormón), el resultado siempre ha sido:
(1) Restarle énfasis a las enseñanzas de la Biblia misma y;
(2) Empezar a enseñar algunas cosas que son contrarias a la Biblia.
NOTA: Vea capítulo 52, sobre la posibilidad de alguna clase de revelación de Dios continuando hoy cuando el canon ya está cerrado, y especialmente el capítulo 53, sobre el don de profecía. De hecho, los portavoces más responsables del movimiento carismático moderno parecen concordar en general con esta precaución:
No quiero implicar en este punto que estoy adoptando una noción «cesacionista» de los dones espirituales (es decir, la noción que sostiene que ciertos dones, tales como la profecía y hablar en lenguas, cesaron cuando los apóstoles murieron). Sólo quiero en este punto afirmar que hay un peligro al concederles, explícita o incluso implícitamente, a estos dones un status que efectivamente cuestiona la autoridad o la suficiencia de la Biblia en las vidas de los creyentes. Una explicación más detallada de estos dones se da en el capítulo 53, abajo,
Este es un peligro respecto al cual la iglesia siempre debe estar consciente.
5. Con Respecto A Vivir La Vida Cristiana, La Suficiencia De La Biblia Nos Recuerda Que Nada Es Pecado Si No Está Prohibido Por La Biblia Bien Sea Explícitamente O Por Implicación.
Andar en la ley de Dios es ser «perfecto» (Sal 111: 1). Por consiguiente no debemos añadir prohibiciones a las que ya se indican en la Biblia. De tiempo en tiempo puede haber situaciones en las que podría estar mal, por ejemplo, que el creyente tome café o Coca-Cola, o que vaya al cine, o que coma carne ofrecida a los ídolos (vea 1ª Co 8-10), pero a menos que se pueda mostrar alguna enseñanza específica o algún principio general de la Biblia que prohíba estas cosas (o cualquier otra actividad) para todos los creyentes, de todos los tiempos, debemos insistir que estas actividades no son pecado en sí mismas y que Dios no prohíbe esas cosas en toda situación para su pueblo.
Este es también un principio importante porque siempre hay en los creyentes una tendencia a empezar a descuidar la búsqueda diaria regular en la Biblia de dirección y empezar a vivir según un conjunto de reglas escritas o tácitas (o tradiciones denominacionales) respecto a lo que uno hace o no hace en la vida cristiana.
Es más, siempre que añadimos algo a la lista de pecados que prohíbe la Biblia misma, se le hace daño a la iglesia y a la vida de los creyentes como individuos. El Espíritu Santo no dará poder para la obediencia a reglas que no tienen aprobación de Dios en la Biblia, ni tampoco los creyentes en general hallarán deleite en la obediencia a mandamientos que no están de acuerdo con las leyes de Dios escritas en sus corazones.
En algunos casos los creyentes pueden repetida y fervientemente suplicarle a Dios «victoria» sobre supuestos pecados que en realidad no son pecados de ninguna manera, y sin embargo no se les dará ninguna «victoria», porque la actitud o acción en cuestión no es un pecado y no desagrada a Ojos. Gran desaliento en la oración y frustración en la vida cristiana puede ser generalmente el resultado.
En otros casos lo que resulta es la desobediencia continuada o incluso creciente a estos nuevos «pecados», junto con un falso sentido de culpa y alejamiento de Dios. A menudo surge una creciente insistencia rígida y legalista a estas nuevas reglas de parte de los que en efecto las siguen, y la comunión genuina entre los creyentes en la iglesia disminuye.
A menudo la evangelización queda sofocada, porque la proclamación silenciosa del evangelio que resulta de la vida de los creyentes por lo menos parecerá (a los de afuera) que incluye el requisito adicional de que uno debe encajar en este patrón uniforme de vida a fin de llegar a ser miembro del cuerpo de Cristo.
NOTA: Por supuesto, sociedades humanas tales como naciones, iglesias, familias, etc., pueden formular reglas de conducta en cuanto sus propios asuntos (tales como «Los niños en esta familia no pueden ver televisión por la noche los días de clases»).
En la Biblia no se puede hallar ninguna regla así, ni tampoco es probable que tal regla se pudiera demostrar por implicación partiendo de los principios bíblicos. Sin embargo Dios exige la obediencia a estas reglas porque la Biblia nos dice que debemos estar sujetos a las autoridades gobernantes (Ro 13: 1-7; 1ª P 2:1 3-3:6;).
Una negación de la suficiencia de la Biblia ocurrirá sólo si alguien intenta dar a la regla una aplicación generalizada fuera de la situación en la que debe funcionar apropiadamente (Ningún miembro de nuestra iglesia debe ver televisión por la noche en los días laborales» o «Ningún creyente debe ver televisión las noches de los días de trabajo»).
En tales casos ya no sería una regla de conducta en una situación específica sino un mandamiento moral que evidentemente se pretende aplicar a todo creyente cualquiera que sea su situación. No estamos en libertad de añadir tales reglas a la Biblia o intentar imponerlas a todos los creyentes sobre los que tenemos influencia, ni tampoco la iglesia como un todo puede intentar hacer esto. (Aquí, de nuevo, la Iglesia Católica Romana diferiría y diría que Dios le da a la iglesia la autoridad para imponer reglas morales además de la Biblia, sobre todos los miembros de la iglesia).
Un claro ejemplo de tales adiciones a los mandamientos de la Biblia se halla en la oposición de la Iglesia Católica Romana a los métodos «artificiales» del control de nacimientos, oposición que no tiene ningún respaldo válido en la Biblia. El resultado ha sido una desobediencia ampliamente extendida, alejamiento y culpa falsa.
Sin embargo es talla propensión de la naturaleza humana a hacer tales reglas que probablemente se podría hallar otros ejemplos en tradiciones escritas o tácitas de casi cualquier denominación.
6. La Suficiencia De La Biblia También Nos Dice Que Dios No Nos Exige Nada Que No Esté Ordenado En La Biblia Explícitamente O Por Implicación.
Esto nos recuerda que el enfoque de nuestra búsqueda de la voluntad de Dios debe estar en la Biblia, antes que en buscar dirección mediante oración por circunstancias cambiadas o sentimientos alterados, o dirección directa del Espíritu Santo aparte de la Biblia. También quiere decir que si alguien aduce tener un mensaje de Dios diciéndonos lo que debemos hacer, nunca debemos dar por sentado que es pecado desobedecer tal mensaje a menos que pueda quedar confirmado por la aplicación de la misma Biblia a nuestra situación.
El descubrimiento de esta gran verdad podría dar tremenda alegría y paz a la vida de miles de creyentes que, gastando incontables horas procurando hallar la voluntad de Dios fuera de la Biblia, a menudo no tienen certeza de si la han hallado.
Es más, muchos creyentes hoy tienen escasa confianza en su capacidad para descubrir la voluntad de Dios con algún grado de certeza. Así que hay escaso esfuerzo por hacer la voluntad de Dios (porque, ¿quién puede saberla?) y poco crecimiento en santidad delante de Dios.
Lo opuesto debería ser la verdad. Los creyentes que están convencidos de la suficiencia de la Biblia deberían empezar anhelantemente a buscar y hallar la voluntad de Dios en la Biblia. Deberían con anhelo y regularmente crecer en obediencia a Dios, y experimentar gran libertad y paz en la vida cristiana.
Entonces podrían decir con el salmista: Por toda la eternidad obedeceré fielmente tu ley. Viviré con toda libertad, porque he buscado tus preceptos. Los que aman tu ley disfrutan de gran bienestar, y nada los hace tropezar (Sal 119: 44-45, 165).
7. La Suficiencia De La Biblia Nos Recuerda Que En Nuestra Enseñanza Doctrinal Y Ética Debemos Hacer Énfasis En Lo Que La Biblia Hace Énfasis Y Estar Contentos Con Lo Que Dios Nos Ha Dicho En La Biblia.
Hay algunos temas respecto a los cuales Dios nos ha dicho muy poco o nada en la Biblia. Debemos recordar que «lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios» (Dt 29:29) y que Dios nos ha revelado en la Biblia exactamente lo que consideró apropiado para nosotros.
Debemos aceptar esto y no pensar que la Biblia es algo menos de lo que debería ser, ni empezar a desear que Dios nos hubiera dado mucha más información en cuanto a temas sobre los cuales hay muy pocas referencias bíblicas. Por supuesto, habrá algunas situaciones en las que nos vemos confrontados con un problema en particular que requiere gran atención, mucho más que el énfasis que recibe en la enseñanza de la Biblia.
Pero esas situaciones deben ser relativamente infrecuentes y no deberían ser representativas del curso general de nuestras vidas o ministerios.
Es característica de muchas sectas martillar porciones o enseñanzas oscuras de la Biblia (uno piensa en el énfasis mormón en el bautismo por los muertos, tema que se menciona sólo en un versículo de la Biblia [1ª Co 15: 21], en una frase cuyo significado exacto ahora es evidentemente imposible de determinar con certeza).
Pero un error similar lo cometió toda una generación de eruditos liberales del Nuevo Testamento en la primera parte del siglo pasado, que dedicaron la mayor parte de su vida académica a una búsqueda inútil de las fuentes «detrás» de nuestras narraciones presentes de los Evangelios o la búsqueda de los «auténticos» dichos de Jesús.
Desdichadamente, un patrón similar ha tenido lugar demasiado a menudo entre evangélicos dentro de varias denominaciones. Los asuntos doctrinales que han dividido a las denominaciones protestantes evangélicas entre sí casi uniformemente han sido asuntos sobre los cuales la Biblia pone relativamente poco énfasis, y asuntos en los cuales nuestras conclusiones se deben derivar de inferencia hábil mucho más que de afirmaciones bíblicas directas.
Por ejemplo, ha habido o se han mantenido diferencias denominacionales respecto a la forma «apropiada» de gobierno de la iglesia, la exacta naturaleza de la presencia de Cristo en la Cena del Señor, la secuencia exacta de los eventos que rodearán el retomo de Cristo, el tipo de personas que se deben admitir en la cena del Señor, la manera en que Dios planeó que los méritos de la muerte de Cristo se apliquen a los creyentes y no a los que no creen, los candidatos apropiados para el bautismo, la correcta comprensión del «bautismo en el Espíritu Santo», etcétera.
No debemos decir que estos asuntos no tienen ninguna importancia, ni tampoco debemos decir que la Biblia no dé solución a ninguno de ellos (en verdad, con respecto a muchos de ellos se defenderá una solución específica en otros capítulos de este libro).
Sin embargo, puesto que todos estos temas reciben relativamente escaso énfasis directo en la Biblia es irónico y trágico que dirigentes denominacionales a menudo dediquen gran parte de su vida a defender precisamente puntos doctrinales menores que hacen a sus denominaciones diferentes de otras. ¿Está realmente tal esfuerzo motivado por el deseo de lograr unidad de comprensión en la iglesia, o acaso pudiera brotar en alguna medida del orgullo humano, de un deseo de retener poder sobre otros, o de un intento de auto justificación, lo cual desagrada a Dios y a la larga no edifica para nada a la iglesia?
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. En el proceso de crecer en la vida cristiana y ahondar su relación con Dios, ¿aproximadamente cuanto énfasis ha puesto usted en la lectura de la Biblia misma y cuanto a leer otros libros cristianos? Al procurar saber la voluntad de Dios para su vida diaria, ¿cuál es el énfasis relativo que usted asigna a leer la Biblia misma o a leer otros libros cristianos? ¿Piensa usted que la doctrina de la suficiencia de la Biblia le hará poner más énfasis en leer la Biblia misma?
2. ¿Cuáles son algunos asuntos doctrinales o morales respecto a los cuales usted tiene preguntas? ¿Ha aumentado este capítulo su confianza en la capacidad de la Biblia para dar una respuesta clara a alguna de esas preguntas?
3. ¿Alguna vez ha querido que la Biblia dijera más de lo que dice respecto a algún tema? ¿ü menos? ¿Qué piensa que motivó ese deseo? Después de leer este capítulo, ¿qué le diría usted a alguien que expresara tal deseo hoy? ¿Cómo se muestra la sabiduría de Dios en el hecho de que él escogió no hacer la Biblia ni mucho más larga ni mucho más corta de lo que es?
4. Si la Biblia contiene todo lo que necesitamos que Dios nos diga para obedecerle perfectamente, ¿cuál es el papel de lo siguiente para ayudarnos a hallar la voluntad de Dios por nosotros mismos: consejo de otros, sermones o clases bíblicas, nuestra conciencia, nuestros sentimientos, la dirección del Espíritu Santo al percibirle impulsando nuestros deseos internos e impresiones subjetivas, los cambios de circunstancias, el don de profecía (si usted piensa que puede existir hoy)?
5. A la luz de este capítulo, ¿cómo podría usted hallar la voluntad «perfecta» de Dios para su vida? ¿Es posible que podría haber más de una alternativa «perfecta » en muchas decisiones que tomamos? (Considere Sal 1:3 y 1ª Co 7:39 al buscar la respuesta).
6. ¿Han habido ocasiones cuando usted ha entendido los principios de la Biblia lo suficiente respecto a una situación específica pero no ha sabido los hechos de la situación lo suficiente para saber cómo aplicar correctamente esos principios bíblicos? Al procurar saber la voluntad de Dios, ¿puede haber otras cosas que necesitamos saber excepto (a) la enseñanza de la Biblia y (b) los hechos de la situación en cuestión, junto con (c) habilidad para aplicar (a) a (b) correctamente? ¿Cuál es, entonces, el papel de la oración al buscar dirección? ¿Por qué cosas debemos orar?
TÉRMINOS ESPECIALES
Perfecto suficiencia de la Biblia
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR

Salmo 119:1: Dichosos Los Que Van Por Caminos Perfectos, Los Que Andan Conforme A La Ley Del Señor.