INTRODUCCIÓN
Escribo
como evangélico y para evangélicos cristianos. Esto no quiere decir que los que
siguen la tradición liberal no tengan nada valioso que decir; sino que las
diferencias con ellos casi siempre se reducen a diferencias en cuanto a la
naturaleza de la Biblia y su autoridad. La cantidad de acuerdo doctrinal que se
puede lograr con personas que tienen bases ampliamente divergentes de autoridad
es muy limitada.
Este
estudio se puede utilizar para institutos bíblicos, facultades de teología,
escuelas dominicales, avances bíblicos y cualquier estudio que tenga que ver
con la escrituras, ya sean pastores y maestros o creyente que desee más
conocimiento de tal doctrina.
Espero que
disfruten este estudio y haya veracidad cada vez que se defienda la fe.
CONTENIDO:
CAPÍTULO 4: La
inerrancia de las Escrituras ¿Hay
algún error en la Biblia?
CAPÍTULO 5: (2) La Claridad de las escrituras. ¿Pueden sólo los eruditos entender
correctamente la Biblia?
CAPÍTULO 6: (3) Necesidad de las escrituras: ¿Para qué es necesaria la Biblia? ¿Cuánto
pueden las personas saber de
Dios sin la Biblia?
CAPÍTULO 7: (4) La Suficiencia de las escrituras: ¿Es la Biblia suficiente para saber lo que
Dios quiere que pensemos y hagamos?
INTRODUCCIÓN:
NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS DE LA BIBLIA
Todo
estudiante de las Sagradas Escrituras, antes de iniciar su labor, ha de tener
una idea clara de las características del texto que ha de interpretar, pues si
bien es cierto que hay unos principios básicos aplicables a la exégesis de toda
clase de escritos, no es menos cierto que la naturaleza y contenido de cada uno
de éstos impone un tratamiento especial. Al ocuparnos de la interpretación de
la Biblia, hemos de preguntarnos:
¿Qué
lugar ocupan sus libros en la literatura universal? ¿Son producciones comparables
a los libros sagrados de otras religiones? ¿Constituyen simplemente el
testimonio de la experiencia religiosa de un pueblo, engalanado por la agudeza
de sus legisladores, poetas, moralistas y profetas? ¿o forman, como sostiene la
sinagoga judía respecto a Antiguo Testamento y la Iglesia cristiana respecto a
la totalidad de la Escritura, un libro diferente y superior a todos los libros,
el Libro, cuya autoría, en último término, debe atribuirse a Dios? ¿Puede
establecerse una paridad entre Biblia y Palabra de Dios? Obviamente, la
respuesta a estas preguntas desempeña un papel decisivo en la interpretación de
las Escrituras judeo-cristianas. Pero ¿cómo obtener una respuesta válida?
EL TESTIMONIO DE LA PROPIA ESCRITURA
No
puede negarse seriamente que la Biblia, en su conjunto y en gran número de sus
textos, presupone su origen divino, la peculiaridad de que, esencialmente,
recoge el mensaje de Dios dirigido a los hombres de modos diversos y en
diferentes épocas.
Como
reconoce C. H. Dodd, «la Biblia se diferencia de las demás literaturas
religiosas en que se lo juega todo en la pretensión de que Dios se reveló
realmente en unos acontecimientos concretos, documentados, públicos. A menos
que tomemos esta pretensión en serio, la Biblia apenas si tiene sentido, por
grande que sea el estímulo espiritual que nos procuren sus pasajes selectos».
Lógicamente,
no podemos aducir este hecho como demostración de que hay un elemento divino en
la Escritura, pero es un dato importante que nadie debe despreciar. El
testimonio que una persona da de sí misma no es decisivo. Puede no ser
verdadero; pero puede serlo y, de acuerdo con un elemental principio de
procedimiento legal, tal testimonio no puede ser desechado a priori.
A
menos que pueda probarse fehacientemente su falsedad, la información que aporta
siempre es de valor irrenunciable. Este principio es de aplicación a la
Escritura. G. W. Bromiley lo expresa con gran luminosidad: «Cuando afirmamos la
autoridad sin par de la Biblia, ¿es legítimo apelar al propio testimonio de la
Biblia en apoyo de tal afirmación? ¿No es esto una forma abusiva de dar por cierto
lo que está bajo discusión, hacer de la Biblia misma el árbitro primero y final
de su propia causa? ¿No somos culpables de presuponer aquello que somos
requeridos a probar?
La
respuesta a esta pregunta es, por supuesto, que no acudimos a la Biblia en busca
de pruebas, sino de información.» Y esta información, examinada sin prejuicios,
hace difícil rechazar la plausibilidad de una intervención divina en la
formación de la Escritura y relegar sus libros a la categoría de literatura
histórico-religiosa de origen meramente humano. Lo que A. B. Davidson escribió
acerca del Antiguo Testamento podemos hacerlo extensivo a la totalidad de la
Biblia: «No vamos a él con la idea general de que es la palabra de Dios
dirigida a nosotros. No vamos a él con esa idea, pero nos alzamos con la idea
después de haber tenido contacto con él.»
Abundan
los textos de la Escritura en los que se atestigua una revelación especial de
Dios, quien de muy variadas maneras habla a sus siervos para comunicarles su
mensaje. Una de las frases más repetidas en el Antiguo Testamento es: "y
dijo Dios», o la equivalente: «Vino palabra de Yahvéh.»
Esta
«palabra» de Dios es creadora y normativa
desde el principio mismo ge la historia de Israel. (He aquí sólo algunas citas
del Pentateuco: Ex. 4: 28; 19: 6, 7; 20:1-17; 24: 3; Nm. 3: 16, 39, 51; 11: 24;
13: 3; Dt. 2: 2, 17; 5: 5-22; 29: 1-30: 20.) Israel adquiere plena conciencia
de su entidad histórica bajo la influencia de los grandes actos de Dios y de la
interpretación verbal que de esos actos da Dios mismo por medio de Moisés.
Negar
esta realidad nos obligaría a explicar el fenómeno del origen histórico de
Israel sobre la base de leyendas fantásticas, inverosímiles, poco acordes con
la objetividad del marco geográfico-histórico y de costumbres que hallamos en
los relatos bíblicos y con la seriedad del hagiógrafo.
Por
otro lado, mal cuadraría una base plagada de falsedades con la estructura
político-religiosa de un pueblo que, desde el primer momento, es instado a
condenar enérgicamente el engaño de todo falso profeta (Dt. 13).
Además,
la palabra de Dios se entrelaza con la historia del pueblo israelita no sólo en
sus inicios, sino a lo largo de los siglos, hasta que Malaquías cierra el
registro de la revelación veterotestamentaria.
Todos
los grandes acontecimientos en los anales de Israel están de algún modo
relacionados con mensajes divinos. Dios habla a los jueces, a los reyes, a los
profetas. Así, a lo largo de los siglos, se va acumulando un riquísimo caudal
de enseñanza, normas, promesas y admoniciones que guían al pueblo escogido
hasta los umbrales de la era mesiánica. Esto hace que la historia de Israel
sólo tenga sentido a la luz de la relación única entre el pueblo y Yahvéh sobre
la base de la revelación y del pacto que Él mismo ha establecido.
Pero
no es únicamente la riqueza de contenido del Antiguo Testamento lo que
sorprende. Llama la atención su coherencia y armonía. No se nos presenta como
una simple acumulación de hechos, ideas y experiencias religiosas, sino como un
proceso regido por una finalidad, como un conjunto en el que las partes encajan
entre sí y que responde a esa finalidad.
La
historia de Israel, tal como aparece en la Escritura, es un todo orgánico, no
una agrupación de historias. No es fácil explicar esta característica del
Antiguo Testamento, y de la Biblia en general, si no admitimos la realidad de
la acción de Dios, tanto en la revelación como en la preservación y
ordenamiento de ésta en la Escritura.
Al
pasar al Nuevo Testamento, se observa igualmente el lugar preponderante de la
palabra de Dios. Los evangelistas, testigos de cuanto Jesús hizo y dijo (l Jn.
1:1-3), ven en Ella culminación de la revelación de Dios. Era la palabra de
Dios encarnada, el gran intérprete de Dios (Jn. 1:14, 18). Ponen en sus labios
palabras que muestran la autoridad y el origen divino de sus enseñanzas (Mt.
5:21-48; 7:28,29; Jn. 7:16; 13:2,26; 8:28; 12:49; 14:10,24 y pasajes paralelos
de Marcos y Lucas).
La
comunicación divina no se extingue con el ministerio público de Jesús. Se
completaría, según palabras de Jesús mismo, con el testimonio y el magisterio
de los apóstoles bajo la guía del espíritu
Santo (Jn. 14:26; 16:13). Así lo entendieron los propios apóstoles, persuadidos de
que sus palabras.
,eran ciertamente «la palabra de Dios» (1 Ts.
2: 13; véase también Hch. 4: 31; 6: 2, 7; 8:14,25; 11: 1; 12: 24; 17: 13; 18:
11; 19: 10; Col. 1: 25,26; 1 Ts. 4: 15; 2 Ti. 2: 9; Ap. 1:2, 9).
La
convicción generalizada en profetas y apóstoles campeones de probidad de que
eran instrumentos
para comunicar
el mensaje recibido de DIOS, ¿puede atribuirse a una ilusión
SI no a superchería?
Si
nos libramos de prejuicios filosóficos, ¿no es más honesto dar crédito al
testimonio de aquellos hombres? Si Dios existe, ¿no era de esperar su
revelación? La Escritura se atribuye la función de ser testimonio y registro de
esa revelación.
CREDIBILIDAD DE LA REVELACIÓN
Desde
un punto de vista lógico, cabía esperar que Dios se comunicara con los hombres
de modo tal que éstos pudieran tener un conocimiento adecuado de El, de su
naturaleza, de sus propósitos y de sus obras. Tal conocimiento no podía ser
alcanzado por la llamada revelación general o natural. Es verdad que «los
cielos cuentan la gloria de Dios» (Sal. 19: 1).
Las
obras de la creación nos hablan de la sabiduría y el poder de Dios. Incluso nos
muestran evidencias de su bondad; pero nada nos dicen de su justicia, de su
misericordia o de los principios morales que rigen su relación con el universo,
en especial con el hombre, hecho a imagen de Dios.
Tampoco
arroja luz la revelación general sobre el actual estado de la humanidad en su
grandeza y en su miseria, sobre el sentido de la vida humana o sobre el
significado de la historia. Aunque el pecado no hubiera oscurecido la mente
humana -hecho que limita su capacidad de discernimiento e, la luz de la
naturaleza habría sido insuficiente para tener un conocimiento adecuado de Dios
y de su voluntad.
Si
creemos en la bondad de Dios, es presumible que Dios no dejara al hombre en la
oscuridad de su ignorancia con todos los riesgos que ésta conlleva. Para
librarnos de ella, la razón humana es del todo ineficaz. Los más grandes
pensadores de todos los tiempos no han hecho otra cosa que construir un
laberinto entrecruzado por mil y una contradicciones en las que la mente se
pierde víctima de la incertidumbre. Las conclusiones derivadas de reflexiones
sobre
la naturaleza o sobre la historia son poco fiables; tanto pueden conducirnos a
formas más o menos arbitrarias de religiosidad como al agnosticismo o al
ateísmo.
En
lo que se refiere al orden moral, ningún examen empírico del universo o de la
propia naturaleza humana puede guiarnos con certeza en lo que concierne a
normas éticas. Lo recto y lo justo vendrá determinado por múltiples factores
culturales y sociales, pero siempre será algo relativo, coyuntural, variable.
Lo que en un lugar y época determinados se consideraba normal, en lugares
distintos y en tiempos posteriores ha sido visto como abominación.
Los
sacrificios humanos, el infanticidio, la esclavitud, la prostitución sagrada,
etc. no escandalizaban en la antigüedad.
Hoy
nos parecen monstruosidades. Pero todavía en nuestros días, cuando la ética, la
psicología y la sociología tratan de sugerir normas de comportamiento, las
divergencias subsisten. y a
menudo, en muchos aspectos se observa un retroceso a aberraciones análogas a
las de .antaño: legalización del aborto, de la eutanasia, de la homosexualidad,
etc.
Sólo
una intervención de Dios mismo puede guiarnos a su conocimiento y al de las
grandes verdades que conciernen decisivamente a nuestra existencia. Como afirma
Bernard Ramm: «El conocimiento acerca
de Dios debe ser un conocimiento que proceda de Dios, y
su búsqueda debe dejarse gobernar por la naturaleza de Dios y de su
autorrevelación.» Muy sugerente es la ilustración que el mismo autor usa a
continuación cuando compara la revelación especial a una autobiografía de Dios,
la cual, obviamente, ha de ser infinitamente superior a cualquier biografía de
Dios que pudiera proponerse.
Únicamente
Dios podía dar al hombre el conocimiento que éste necesitaba. Pero ¿se lo ha
dado? La necesidad de una revelación no es una prueba de que tal revelación
haya tenido lugar. ¿Se ha comunicado Dios con los hombres de modo que puedan
comprenderle y vivir en comunión con El? El autor de la carta a los Hebreos nos
da una respuesta categórica: «Dios ha hablado» (He. 1:1-3). Pero afirmación tan
rotunda ¿tiene suficiente base de credibilidad?
La
respuesta es positiva, aunque no simple. La base de credibilidad no radica
tanto en argumentos lógicos como en hechos que se extienden a lo largo de la
historia, en una trama compleja de acontecimientos humanos entrelazados con los
hilos de la urdimbre divina. Como subraya Geerhardus Vos, «el proceso de la
revelación no es sólo concomitante con la historia, sino que se encarna en la
historia».
Debe
tenerse presente, sin embargo, y contrariamente a lo que algunos sostienen, que
la revelación no consiste sólo en eventos históricos, actos de Dios. Incluye
manifestaciones verbales de Dios que interpretan los actos. Sin esta parte de
la revelación, llamada «proposicional», los hechos históricos quedarían sumidos
en la ambigüedad. Pongamos como ejemplo el éxodo, acontecimiento cumbre en la
historia de Israel. Despojado de la interpretación oral dada por Dios mismo
a Moisés (Éx. 3),
fácilmente
perdería la riqueza de su hondo significado.
La
historia
registra otros casos
de movimientos migratorios y episodios de: emancipación colectiva sin ninguna significación especial. La salida de Israel de Egipto pudo haber sido uno más.
Pero)a revelación bíblica no Se limita
a consignar el hecho escueto; añade lo declarado por Dios respecto a sus propósitos
para con. aquel pueblo. y las especiales
relaciones que a el le unirían
con miras a convertIrlo en un testigo del Dios verdadero y de su justicia.
Lo
mismo podríamos decir del
evento supremo
de la historia: la muerte de Jesús. Sin una explicación
divina, este hecho podría
interpretarse de los modos más
diversos y con toda seguridad
ninguna interpretación expresaría el glorioso significado de lo acaecido en el
Gólgota. Sólo la palabra de Dios, a través del Hijo, podía desentrañar el
misterio de la cruz: «Esto es mi sangre del nuevo pacto que va a ser derramada
por muchos para remisión de pecados » (Mt. 26:28). .
Los
grandes actos de Dios son interpretados por Dios mismo, no por hombres. Así la
interpretación divina completa
la revelación a fin de que ésta cumpla su finalidad y libre
a los hombres de equívocos, ambigüedades y errores. Como hace notar Oscar
Cullmann «la revelación consiste de ambos: del acontecimiento como tal y de
su interpretación. Esta inclusión del mensaje salvador de los acontecimientos
salvadores es del todo esencial en el Nuevo Testamento»: Podríamos añadir que
es esencial en toda la Biblia.
La
credibilidad de la revelación bíblica es avalada por su unidad esencial en la
diversidad de sus formas y en su carácter progresivo.
Sus
variados elementos teológicos, éticos, rituales o ceremoniales constituyen un
todo armónico, con unas constantes que se mantienen tanto en cuanto se refiere
a los atributos y las obras de Dios como en lo relativo a la condición moral
del hombre, a su relación con Dios, al culto, a la conducta, etc. En el centro
está Dios mismo. Paulatinamente, de este centro va emergiendo con claridad creciente
la figura del Mesías redentor, en quien culminará todo el proceso de la
revelación.
En
el período anterior a Cristo, la revelación
es en gr?? Parte preparatoria. Es anuncio, promesa. En
Cristo, la revelación es el mensaje del cumplimiento, con el que se abren las perspectivas
finales de la humanidad. En El se cumplen multitud de predicciones del Antiguo
Testamento; se hacen realidad sus símbolos y sus esperanzas.
Todas
las líneas del Antiguo Testamento convergen en Aquel que es el profeta por excelencia,
el máximo sumo sacerdote y el gran rey cuyo imperio perdurará eternamente. Su
persona, sus palabras y su obra constituyen el cenit de la revelación. Las
teofanías o cualquier otra forma anterior de comunicación divina habían sido,
en palabras de René Pache, «un relámpago en la noche, en comparación con la
encarnación del que es la luz del mundo.
Los
profetas recogían y transmitían los fragmentos de los misterios que el Señor
tuvo a bien comunicarles. Pero el Padre no tiene secretos para con el Hijo.
Este es en sí mismo "el misterio de Dios en quien están escondidos todos
los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Col. 2:2, 3).
A
todo lo expuesto, podemos añadir la majestuosidad de la revelación bíblica en
su conjunto, la profundidad de sus conceptos, la perennidad de sus principios,
así como la incomparable influencia que ha ejercido -y sigue ejerciendo- en el
mundo.
Atribuir
estas cualidades al genio religioso de unos hombres, enormemente separados
entre sí en el tiempo y diversamente influenciados por el diferente entorno de
cada uno de ellos, es apretarse sobre los ojos la venda de los prejuicios en un
empeño obstinado de negar toda posibilidad de revelación.
REVELACIÓN Y ESCRITURA
Cuanto
hemos señalado sobre la revelación tiene su base en el contenido de la Biblia.
Sin ésta nada sabríamos de aquélla. Existe, pues, una correlación entre ambas.
No es accidental esa correlación, sino que responde a un propósito y a una
necesidad. No se produce porque algunos de los hombres a quienes Dios hizo
objeto de su revelación se sintieran movidos por sus propias reflexiones a
registrar en textos escritos el contenido de lo revelado.
Según
el testimonio bíblico, es Dios mismo quien, directa o indirectamente, ordena la
«inscripturación» (Ex. 17: 14; 24: 4; 34: 27; Dt. 17: 18, 19; 27: 3; Is. 8: 1;
Jer. 30: 2; 36: 2-4; Dn. 12: 4; Hab. 2:2; Ap. 1:11, 19). No es preciso un gran
esfuerzo mental para comprender que tanto los profetas del Antiguo Testamento
como los apóstoles vieron en la escritura el único medio de preservar fielmente
la revelación y lo utilizaron.
La
gran reverencia con que el pueblo judío miró siempre sus Escrituras y la
autoridad divina que les atribuían se debían, sin duda, al convencimiento de
que eran depósito de la revelación de Yahvéh. Lo mismo puede decirse en cuanto
al significado que para la Iglesia cristiana tenían tanto los libros del
Antiguo Testamento como los del Nuevo.
Los
textos del primero son considerados como santos (Ro. 1: 2) o sagrados (2 Ti. 3:
15); como palabra de Dios (Jn. 10: 35, Ro. 3: 2). A los del Nuevo Testamento,
desde el primer momento, se les atribuye un rango tan elevado que los equipara
a «las demás Escrituras» (2 P. 3: 16)
Lo
sabio de preservar la revelación mediante la escritura no admite dudas. Por más
que antiguamente, especialmente en Israel la transmisión oral de las
tradiciones alcanzara elevadas cuotas de fiabilidad, era inevitable que el
contenido de la comunicación
original sufriera desfiguraciones en el transcurso del tiempo.
La
revelación no habría escapado a los efectos de este fenómeno natural. Su
deformación habría. sido probablemente mas rápida y grave a. causa de las
fuertes influías del paganismo
que siempre se ejercieron sobre Israel. Solo la escritura podía
fijar
la revelación de modo permanente. Y así lo entendió también a Iglesia
cristiana.
Por
supuesto, no se pretende que la Escritura
haya escogido
todo lo que Dios había revelado. Parte de los escrito
proféticos no llegaron
a ser incorporados al canon veterotestamentario (2ª Cron 9:29). Jesús hizo
«otras muchas cosas» que no aparecen en los evangelios
(Jn. 21 :25) y los apóstoles escribieron cartas que no aparecen
en el Nuevo Testamento (1ª Co
5:9; Col. 4: 6). Pero
el material recogido
en los libros de la Escritura
es suficiente para que se
cumpliera el propósito de la
revelación. Nada esencial ha sido omitido.
El
contenido de la Biblia es determinado para la finalidad de la
misma: guiar a los hombres al conocimiento de Dios
y a
la fe. A partir de ese conocimiento y de esa fe, la Escritura capacita al
creyente para vivir en conformidad con la voluntad de Dios
una comprensión clara del objeto de la Escritura nos l1ibrraarráa de los
problemas que a menudo se han planteado
alegando, deficiencias
de la Biblia desde el punto de Vista científico o histórico.
La
revelación, y por ende la Escritura, no nos ha sido dada para llegar a aprender
lo que podemos llegar a conocer por otros medios, sino con el único propósito
de que alcancemos a saber lo que sin ella nos permanecería velado: la verdadera
naturaleza de Dios y su obra de salvación a favor del hombre. Este hecho
adquiere importancia capital cuando hemos de interpretar la
Biblia, pues no pocas dificultades se desvanecen cuando se tiene en cuenta lo
que es y lo que no es finalidad de la revelación.
INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA
Es
éste uno de los puntos más controvertidos de la teología cristiana. Aun dando
por cierto que la revelación dio origen a la Escritura, queda por determinar
hasta qué punto y con qué grado de fidedignidad lo escrito expresa lo revelado.
¿Cabe atribuir la
acción de escribir los libros de la Biblia una intervención divina, paralela
complementaria a la de la revelación, que garantice la fiabilidad de los
textos? ¿Puede decirse que la Escritura fue inspirada por Dios de modo tal que
nos transmite sin error lo que Dios tuvo a bien comunicarnos?
Existe
en la teología contemporánea una tendencia a reconocer una revelación
sobrenatural sin admitir una sobrenatural inspiración de la Biblia. Se acepta
que Dios se manifestó y «habló» desde los días de los profetas hasta
Jesucristo, pero no que la Escritura en sí sea revelación. Sólo puede
concederse que la Biblia contiene el testimonio humano de la revelación. Lo
revelado llevaba el sello de la autoridad de Dios; pero el testimonio escrito
de profetas y apóstoles estaba expuesto a todos los defectos propios del
lenguaje humano, incluidos la desfiguración y el error.
Esta
concepción de la Escritura tiene su base en la filosofía existencialista y en
la teología dialéctica. Para la neo-ortodoxia, representada principalmente por
Karl Barth y Emil Brunner, el texto bíblico no puede ser considerado
revelación, por cuanto está expuesto al control del hombre. Equiparado a la
revelación sería aprisionar al Espíritu de Dios -usando frase de Brunner-
«entre las cubiertas de la palabra escrita».
La
Biblia es digna del máximo respeto y debe ser objeto de lectura reverente, ya
que Dios ha tenido a bien hablarnos a través de ella. La Biblia no es palabra
de Dios, pero se convierte en palabra de Dios cuando, mediante su lectura, Dios
nos hace oír su voz. Esto sucede independientemente de los errores que, según
los teólogos neo-ortodoxos, contiene la Biblia.
Otras
escuelas teológicas mantienen posturas semejantes. En el fondo, a pesar de sus
alegatos en defensa de su distanciamiento del liberalismo racionalista, siguen
imbuidos de su espíritu y comparten una actitud crítica respecto a la autoridad
de la Escritura.
La
razón, el rigor científico y el pragmatismo existencial deben imponerse a
cualquier dogma relativo a la letra de los textos bíblicos.
Liberado
el protestantismo del papa de Roma, no debe caer en la sujeción a un «papa de
papel».
Pero
esta postura ni expresa la opinión tradicional de la Iglesia cristiana,
continuadora del pensamiento judío, ni hace justicia al propio contenido de la
Escritura o a los principios de una sana lógica. Como veremos más adelante, las
declaraciones de los profetas, las de Jesús y posteriormente las de sus
apóstoles no dejan lugar
a dudas en cuanto al concepto que la Escritura les merecía.
Sin
formular de modo muy elaborado una doctrina de la inspiración, aceptan de modo
implícito lo que explícitamente afirmó Pablo: «Toda Escritura es inspirada
divinamente» (2 Ti. 3:16). Es la única conclusión plausible, a menos que
descartemos por completo el propósito de la revelación. Si Dios tuvo a bien
revelarse a lo hombres y si la Escritura era el medio más adecuado para que El
contenido de tal revelación se preservara y difundiera, era de esperar
que Dios asistiera a los hagiógrafos a fin de que lo que escribían
expresara realmente lo que Dios había hecho, dicho o enseñado.
¿De
qué utilidad sería un testimonio de la revelación deteriorado por errores,
tergiversaciones, exageraciones y desfiguraciones diversas? Aun admitiendo la
buena fe de los escritores sagrados, resultaría difícil una transmisión de la
revelación sin cae en alguna forma de corrupción, propia de los defectos y
limitaciones de todo ser humano. Sólo la acción inspiradora de Dios podía
evitar tal corrupción. Como afirma Bernard Ramm, «la inspiración, es, por así
decirlo, el antídoto contra la debilidad del hombre y sus intenciones
pecaminosas. Es la garantía de que la palabra de la revelación especial
continúa con la misma autenticidad»."
CONCEPTO DE LA INSPIRACIÓN
En
opinión de muchos, aun de los más racionalistas, la Biblia constituye una obra
magna y a sus autores puede atribuírseles el don de la inspiración, pero sin
reconocer en ésta nada de sobrenatural.
La
inspiración bajo la cual escribieron los autores del Antiguo y del Nuevo
Testamento es análoga a la que mueve al poeta, al pintor o al escultor a
realizar sus obras maestras. Es la inspiración de los genios. La Biblia, según
esta opinión, es la monumental producción del genio religioso de Israel.
Pero
el concepto cristiano de la inspiración de la Escritura es diferente y
superior. Tal concepto podía resultar mucho más claro en los días apostólicos
que en nuestro tiempo. El antiguo mundo helénico estaba familiarizado con los
oráculos paganos. Éstos eran tenidos por inspirados en el sentido de que
procedían de personas sobrenaturalmente poseídas según se creía- por un poder
divino, que hablaban bajo el impulso de un aflato misterioso.
Lo
que de fraudulento o demoníaco pudiera haber en aquellos oráculos no modifica
el concepto de inspiración existente en la mente popular cuando Pablo declaró:
que «toda Escritura es inspirada divinamente». Sus lectores, tanto judíos como
griegos, entenderían perfectamente lo que quería decir: que la Escritura era la
obra de hombres especialmente asistidos por el Espíritu de Dios para comunicar
el mensaje de Dios.
A
partir del concepto expuesto, podemos definir la inspiración de la Biblia como
la acción sobrenatural de Dios en los hagiógrafos que tuvo por objeto guiarlos
en sus pensamientos y en sus escritos de modo tal que éstos expresaran,
verazmente y concordes con la revelación, los pensamientos, los actos y la
voluntad de Dios.
Por
esta razón, puede decirse que la Biblia es Palabra de Dios y, por consiguiente,
suprema norma de fe y conducta. El texto de 2 Ti. 3:16, al que ya nos hemos
referido, es fundamental para comprender el significado de la inspiración. El
término griego usado por Pablo, theopneustos,
indica literalmente que fueron producidas por el «soplo de Dios». Con
ello se da a entender no sólo que los escritores fueron controlados o guiados,
sino que, de alguna manera, Dios infundía a sus escritos una cualidad especial,
de la que se derivaba la autoridad y la finalidad de la Escritura (e útil para
enseñar, para convencer, para corregir», etc.).
Que
el texto mencionado se traduzca como algunos lo han traducido (e toda Escritura
divinamente inspirada es útil) no
modifica esencialmente el sentido de lo que Pablo quiso expresar, y esto no era
otra cosa que la convicción generalizada entre los judíos de su tiempo de que
el Antiguo Testamento, en su totalidad, había sido escrito bajo la acción
inspiradora de Dios. De modo gráfico y con gran acierto lo expresa G. W. H.
Lampe cuando escribe: «La palabra (theopneustos)
indica que Dios, de alguna manera, ha puesto en estos escritos el hálito
de su propio Espíritu creativo, al modo como lo hizo cuando sopló aliento de
vida en el hombre que había formado del polvo de la tierra (Gn. 2: 2).»
No
menos significativo es el texto de 2 Pedro 1:20, 21, en el que categóricamente
se señala la función profética del Antiguo Testamento en relación de
subordinación a la acción del Espíritu Santo. De modo tan correcto como
expresivo traduce la Nueva Biblia Inglesa (New English Bible) el
versículo 21: «Porque no fue por antojo humano que los hombres de antaño
profetizaron; hombres eran, pero, impelidos por el Espíritu Santo, hablaron las
palabras de Dios.» «Impelidos» o «movidos» son términos usados para traducir el
original [erámenoi, es decir
«llevados», como lo es un barco de vela impulsado por el viento.
La
acción divina sobre los hagiógrafos no debe entenderse en todos los casos como
un fenómeno de manifestaciones psíquicas extraordinarias, tales como la visión,
el trance, el sueño, audición de voces sobrenaturales, estados de éxtasis en
los que el hombre es
mentalmente transportado más allá de sí mismo. Podía consistir
simplemente en la influencia sobre el pensamiento o en la guía divina que
dirigiera la investigación y la reflexión del escritor (Comp. Lc. 1:1-3).
Tampoco
debe interpretarse la inspiración en sentido mecánica, como si Dios hubiese
dictado palabra por palabra cada uno de los libros de la Biblia. En este caso
no habría sido necesario que Dios se valiera de hombres especialmente dotados
para escribir y, como irónicamente sugería Abraham Kuyper, «cualquier alumno de
enseñanza primaria que supiera escribir al dictado podría haber escrito la
carta a los Romanos tan bien como el apóstol Pablo»."
La
inspiración no anula ni la personalidad, ni la formación, ni el estilo de los
escritos sagrados, sino que usa tales elementos como ropaje del contenido de la
revelación. Los hagiógrafos pueden ser considerados como órganos humanos que
Dios usa para producir la Escritura. Cada órgano conserva su particular
naturaleza, lo que da como resultado una mayor variedad, belleza y eficacia al
conjunto escriturístico. Este hecho ha sido ilustrado desde tiempos de los
Padres de la Iglesia mediante metáforas de instrumentos musicales que suenan
por el soplo del Espíritu Santo.
Lo
que se ha querido significar es que el origen de la Escritura es a la vez
divino y humano. «La Iglesia -escribe Bernard Rammestá obligada a confesar que
la grafé es a un tiempo palabra
de Dios y palabra de hombre, y debe evitar todo intento de explicar el misterio
de esta unión.»
Es
de suma importancia mantener equilibradamente el doble carácter de la
Escritura. La exaltación desmedida de cualquiera de sus aspectos conduce a
error. Pretender salvar la plena inspiración de la Biblia y lo que de divino
hay en su origen anulando prácticamente su componente humano sería introducir
en la bibliología una nueva forma de docetismo. La enseñanza doceta pugnaba por
salvaguardar la plena divinidad de Cristo negando lo real de su humanidad. Tan
equivocada como esta doctrina es la que sólo ve en la Biblia palabra de Dios y
no palabra de hombres.
Pero
igualmente errónea -y de consecuencias más graves- es la conclusión a que llega
la crítica radical de que los textos bíblicos son producción meramente humana a
la que no hay por qué atribuir elemento alguno de inspiración sobrenatural.
Según
algunos teólogos, Dios puede comunicarnos algo de su verdad a través de la
Biblia, pero ello no cambia el hecho
de que, a causa de sus inexactitudes y falsedades, la Biblia no sea
racionalmente fiable. Estos teólogos, como atinadamente observa T. Engelder,
«rehúsan creer que Dios ha hecho el milagro de darnos por inspiración una
Biblia infalible; pero están prestos a creer que El realiza diariamente el
milagro mucho mayor de hacer a los hombres capaces de descubrir la palabra
infalible de Dios en la palabra falible de los hombres».
En
los sectores evangélicos
conservadores se tiende al desequilibrio por el lado del
énfasis en el elemento divino de la Escritura por lo que debemos ponderar
objetivamente la dimensión humana de ésta. De lo contrario resultaría difícil
refutar la acusación de «bibliolatría» que se hace contra los que sostienen tal
énfasis.
Una
posición intermedia es la de quienes admiten la existencia de una revelación
especial, pero ven en la humanidad de la Escritura una causa de pérdida parcial
y alteración de aquélla dado que las características humanas condicionan lo
escrito de ta] manera .que la es posible discernir en su texto la verdad de
Dios.
B.
Warfield Ilustró y refutó este punto de vista con excepcional lucidez: «Como la
luz que pasa a través de los cristales coloreados de una catedral se nos dice, es
luz del cielo, pero resulta teñida por la coloración del cristal, así cualquier
palabra de Dios que pasa por la. mente y ~l alma
de un hombre queda descolorida por la personalidad mediante
la cual es dada, yen la medida en que esto sucede deja de ser la pura palabra
de Dios.
Pero
¿qué si esa personalidad
ha Sido
formada por Dios mismo con
el propósito concreto de impartir a la palabra comunicada a
través de ella el colorido que le da? ¿Qué si los colores de los ventanales han
sido ideados por el arquitecto con
el fin específico de dar a la luz que penetra en
la catedral precisamente la tonalidad y la calidad que recibía de
ellos?
Cuando
pensamos en Dios el Señor dando por su Espíritu unas Escrituras
autoritativas a su pueblo, hemos de recordar que El es el Dios
de la providencia y de la gracia como lo es de
la revelación y de la inspiración, y que Él tiene todos los hilos de la
preparación tan plenamente bajo su dirección como la operación específica que
técnicamente denominamos en el sentido
estricto, con el nombre de "inspiración»
Frecuentemente se
usa la analogía entre Cristo, en su doble naturaleza divina y humana, y la
Biblia. En la encarnación de Cristo, la Palabra se hizo carne; en la Biblia, la
Palabra se hizo escritura.
Pero
uno de los principales aspectos de la encarnación del Verbo de Dios es
precisamente el de la humillación con sus limitaciones.
El
Hijo realizaría su obra de revelación y redención en un plano de servidumbre.
Sin embargo, conviene proceder con cautela establecer
el paralelo
entre encarnación e «inscripturación », a fin de no racionalizar excesivamente
el misterio de la Escritura.
Las
reservas al respecto de teólogos como B. Warfield, J. Packer y G. C. Berkouwer
no Son injustificadas.
Reconocida
la concurrencia de ambos factores en la Escritura el divino y el humano, hemos
de admitir este último en su naturaleza
real, no idealizada. Los hagiógrafos no se expresaron en lenguaje divino o
angélico, sino en lenguaje de hombres, en el lenguaje propio
de cada lugar, época, costumbres y demás circunstancias que sus libros fueron
escritos, con todas las limitaciones
debilidades inherentes a toda forma de lenguaje: No obstante estas
debilidades Y
limitaciones no menguan la riqueza de la
revelación que la Escritura entraña en la cualidad de su Inspiración divina Que
la Escritura llegue a nosotros como sierva no quiere decir que sea una sierva
maniatada por la ambigüedad y, la certidumbre.
Por
el contrario, a pesar de su humana condición no deja de ser el instrumento
escogido para hacer llegar a nosotros con toda autoridad la palabra de Dios. La
Sierva es humilde,
sí; pero
cumple cabalmente el servicio que le ha sido asignado por su Señor. La
humanidad de la Biblia plantea problemas de
interpretación, pero no de credibilidad.
A
lo largo de sus páginas, se suceden
las más duras denuncias contra los falsos :profetas. Toda Invención o toda
tergiversación del mensaje divino es condena
enérgicamente (Dt. 13: 1-5; 18: 20; Jer. 14: 15; 28: 5-17; Zac. 10. 2,3, 13: 3;
Mt. 7: 22, 23; Gá. 1:6-9; 2 P. 2: 1-3;. Ap. 22:18, 19). Podernos, pues tener la
seguridad de que los escritores sagrados fueron fieles transmisores del
mensaje divino. Las dificultades
exegéticas con que a menudo tropezamos en los textos
bíblicos no
afectarán la integridad moral de los escritores ni a la fidedignidad de sus
escritos.
CRISTO Y LA ESCRITURA
Para
el cristiano, la opinión de Cristo sobre cualquier cuestión es,
lógicamente, decisiva. y es evidente.
que la autoridad de
la Escritura, derivada de su inspiración divina, fue reiteradamente reconocida
por Jesús.
Con
respecto al Antiguo Testamento, Jesús pone su sello e aprobación sobre todas sus partes
al reconocer su
normatividad, con vigencia en su propia Vida y en sus enseñanzas Con el
«Escrito está» rechaza las tentaciones del diablo. Con la misma frase
u otras análogas, refuta las objeciones de sus adversarios y ratifica
los principios éticos que han de regir la Vida rumana. Así mismo hace aflorar
el abundante testimonio que de
El mismo
dan. Los libros del Antiguo Testamento. Tanto un ministerio
de predicación
como sus obras milagrosas los rechazaba en cumplimiento de lo que estaba
escrito.
Si
en algún momento parece que Jesús no sigue lo preceptuado en el Antiguo Testamento (Comp.
Mt. 5: 21 :44), antes ha dejado bien sentado que el propósito de su venida al
mundo no es abrogar la ley o los profetas. No ha venido para anular, Sino para
cumplir (Mt. 5:17-19). Las aparentes modificaciones de las enseñanzas
veterotestamentarias eran más bien una elevación de las mismas a un plano
superior.
Jesús
superaba la letra de la ley para penetrar en la interioridad viva de los pensamientos,
los sentimientos y las intenciones del hombre. En algún caso (la cuestión del
divorcio, por ejemplo), la discrepancia de Jesús con lo prescrito en el Antiguo
Testamento no hace sino poner de relieve la firmeza de los fundamentos morales
revelados desde el principio, así como las vicisitudes de la revelación en el
seno de una sociedad caracterizada por la dureza de corazón.
Las
normas Mosaicas que regulaban el divorcio (lo mismo podría decirse de las
relativas a la esclavitud) no significaban que Dios lo aprobaba. Reflejan
simplemente la intervención divina para mitigar en lo posible los males
causados por el pecado humano. Pero el advenimiento de Jesús abre plenamente
las perspectivas del Reino de Dios; yen este Reino ya no caben concesiones de desorden
moral. Sus principios éticos son absolutos.
Esto
es lo que Jesús quería decir, y de este modo, lejos de vulnerar la autoridad
del Antiguo Testamento, la confirmaba a la par que depuraba su interpretación.
Esa confirmación se apoyaba en el reconocimiento del elemento divino de la
Escritura. Si para El «la ley y los profetas» han de permanecer esencialmente
inalterables «hasta que pasen el cielo y la
tierra» (Mt. 5:18) es porque equipara la Escritura con la Palabra de Dios que
«permanece para siempre» (Is. 40:8).
Lo
incuestionable de esta postura de Jesús es reconocido aun por críticos poco
conservadores. Según indicación de Kenneth Kantzer, el profesor H. J. Cadbury,
de la universidad de Harvard, declaró en cierta ocasión que estaba mucho más
seguro de que Jesús compartía la idea judía de una Biblia infalible que de la
creencia de Jesús en su propia mesianidad; Adolf Harnack, el más destacado
historiador de la iglesia en tiempos modernos, insiste en que Cristo, con sus
apóstoles, con los judíos y con toda la Iglesia primitiva, expresa su completa
adhesión a la autoridad infalible de la Biblia; y Bultmann reconoce que Jesús
aceptó enteramente el punto de vista de su tiempo respecto a la plena
inspiración y autoridad de la Escritura."
Más
recientemente Peter Stuhlmacher ha escrito: «La enseñanza de la inspiración de
la Escritura no es aportada a la Biblia por la Iglesia en tiempos posteriores,
sino que se halla en la Biblia misma y en su correspondiente visión».
No
faltan quienes objetan que Jesús, en sus declaraciones relativas a la
Escritura, como en otras cuestiones, se adaptaba a las ideas de su tiempo,
aunque éstas no se ajustaran a la realidad ni a lo que Él pensaba íntimamente.
Pero esta hipótesis, como asevera
Lean Morris, «no puede mantenerse tras un examen seno.
No
explica por qué Jesús apeló a la Biblia cuando fue personalmente tentado. No
explica por qué citó la Escritura cuando moría en la cruz. En aquellos
momentos, su empleo de las palabras familiares de la Biblia sólo podía deberse
a que significaban mucho para Él, y no para causar una impresión favorable en los creyentes.
Se
da el caso, además, de que Jesús no se distinguió nunca por adaptarse a
creencias con las cuales no establece
acuerdo Sus ataques contra los fariseos lo demuestran. Asimismo,
Jesús repudiaba las ideas mesiánicas, nacionalistas tan
populares en su tiempo. La realidad es que seria difícil hallar un
solo caso claro en que Jesús se hubiera acomodado a las Ideas normalmente
aceptadas en cualquier esfera».
Hemos
de añadir que Jesús no sólo corrobora la autoridad del Antiguo Testamento.
Implícitamente sitúa en el mismo plano el testimonio apostólico, esencia de los
libros del Nuevo Testamento.
Era
consciente de que su magisterio habría de ser completado por la acción del
Espíritu Santo a través de los apóstoles (Jn. 15: 12-15; 14: 25,26). Ellos
serían, además de sus testigos, los intérpretes de su palabra. Por eso fueron
considerados desde el
principio «fundamento» de la Iglesia (Ef. 2:20). Sus palabras, inspiradas
por el Espíritu Santo, eran consideradas como palabra de Dios
(l CA. 2: 13; 1 Ts. 2: 13). Y si esto podía decirse de sus
mensajes orales, no hay motivo por el que no se hubiera de reconocer el
mismo hecho en sus escritos.
Las
razones que existieron para plasmar por escrito la revelación anterior a Cristo
subsistían para fijar, también mediante escritura inspirada, el testimonio y
las
enseñanzas de los apóstoles y sus colaboradores. Solo así la tradición original
permanecería libre de corrupción en el correr de los siglos.
Es
interesante notar que dos de los más grandes apóstoles, con toda
naturalidad, colocan escritos del Nuevo Testamento en pie de
igualdad con los del Antiguo. Pablo cita como texto d~ la
Escritura palabras
de Jesús registradas por Lucas (Lc. 10: 7) Junto a un
texto de Deuteronomio (1 Ti. 5: 18), mientras que Pedro como vimos-
equipara «todas» las epístolas de Pablo con «las demás Escrituras»
(2 P. 3: 16). Al
comparar el Nuevo Testamento con el Antiguo, se observa cómo
ambos se complementan admirablemente en tomo a su centro: Cristo.
Y en ambos se percibe. a través del lenguaje humano, el
hálito del Espíritu de Dios.
INFALIBILIDAD E «INERRANCÍA»
Ambos
conceptos, aplicados a la Escritura, son ampliamente aceptados con las debidas
matizaciones. Ambos se desprenden lógicamente de la inspiración de la
Escritura. Sin embargo, los términos son teológicos más que bíblicos. Por este
motivo, hemos de ser cautos en toda formulación dogmática respecto a estas
características de la Biblia.
La
etimología de «infalibilidad» nos ayuda a precisar su significado. Falibilidad
se deriva del latín fallere, que
quiere decir engañar, inducir a error, o bien ser infiel, no cumplir,
traicionar.
En
este sentido, puede decirse que la Biblia es infalible, que no induce a error y
que no traiciona el propósito con el cual Dios la inspiró. Si así no fuese, la
Escritura, como instrumento de comunicación de la revelación de Dios, carecería
de valor.
LA INERRANCIA NEOLOGISMO TEOLÓGICO INDICA LA AUSENCIA DE ERROR EN LOS
LIBROS DE LA BIBLIA.
Pero
¿qué amplitud debe darse a estos conceptos? La tendencia más generalizada en
credos y declaraciones de fe ha sido la de aceptar la infalibilidad de la
Escritura en todo lo concerniente a cuestiones de fe y conducta, mientras que
la inerrancia se ha aplicado especialmente a los hechos históricos en su
relación con la obra redentora.
Más
allá de estas posiciones, ha habido quienes han defendido la inerrancia
llevándola a extremos innecesarios, afirmando con vehemencia que en la Biblia
no existe ninguna clase de error, ni siquiera los derivados de equivocaciones
de los copistas, y soslayando cualquier problema que el texto pudiera plantear
o sugiriendo soluciones poco convincentes.
En
sentido opuesto, tampoco han faltado quienes sólo han reconocido fidedignidad a
la Escritura en lo tocante a materias doctrinales y éticas, a la par que han
negado la inerrancia en lo tocante a relatos históricos. Huelga decir que ambas
posturas adolecen de inconvenientes. La primera, de una falta de objetividad;
la segunda, de un exceso de subjetividad.
Al
hablar de infalibilidad e inerrancia, no podemos perder de vista que la
finalidad de la Escritura no es proveemos de una enciclopedia a la cual
recurrir en busca de información sobre cualquier tema. Ninguno de sus libros fue
escrito para ser usado como texto para aprender cosmología, biología,
antropología o incluso historia en un sentido científico. Lo que Agustín de
Hipona dijo acerca del Espíritu Santo podría aplicarse a la Escritura: no nos
ha sido dada para instruimos acerca del sol y de la luna; el Señor quería
cristianos, no matemáticos ni científicos.
La
revelación, y por consiguiente la Escritura, tiene por objeto dar al hombre el
conocimiento que necesita de Dios, de sí mismo y de su salvación entendida ésta
en sus dimensiones individual y social, temporal y eterna, la gran preocupación
del Espíritu Santo valga la expresión al inspirar a los escritores sagrados no era controlar su
firma de escribir a fin de no escandalizar a los científicos e historiadores
de épocas posteriores, sino guiarlos en su testimonio de los grandes hechos
salvíficos y en la fiel expresión de lo que se les había revelado.
En
cuanto al modo de ~scri.bir,
sería absurdo. Pensar que lo hubieran hecho en lenguaje diferente
del propio de su tiempo. Como subraya Ramm, «al Juzgar la inerrancia de la
Escritura, hemos de hacerlo de acuerdo .con.las costumbres,. Reglas y pautas de
las épocas en que los vanos libros fueron escritos
y no según una noción un tanto abstracta o artificial de la inerrancia».
Cuando
aplicamos este principio, muchos problemas que pudieran comprometer la
inerrancia desaparecen. Se desvanecen, por ejemplo, las supuestas divergencias
entre la
Biblia, y la Ciencia.
El
escritor describe los fenómenos del universo según las apariencias sensoriales,
sin pretender jamás impartir una enseñanza científica, Y siguiendo -como se
hace aún hoy popularmente en los modos de expresión comunes en su
tiempo. Decir que el sol «sale» o «se pone» no es darle la razón a Ptolomeo y
quitársela a Copérnico Son frases del lenguaje
común que
los propios científicos usan fuera de su ámbito profesional.
Atribuir
funciones psicológicas a determinados órganos o partes del cuerpo (riñones,
corazón, huesos, entrañas, etc.) es frecuente en el Antiguo Testamento. Desde el
punto. de Vista
científico, esto sería un dislate. Pero los hagiógrafos se limitaban a usar las
formas de expresión usuales en sus días para referirse al asiento de las
emociones y de la conciencia.
Esta
peculiaridad del lenguaje fenoménico -popular, no científico- debe ser tenida
muy en cuenta por el exegeta. Es un servicio muy pobre el que se presta a la
doctrina de. la inspiración de la Escritura cuando en algunos textos del
Antiguo Testamento, aislados de su contexto, se ven sensacionales declaraciones concedentes
con descubrimientos o logros posteriores de la Ciencia.
Citando
una vez más a Ramm, «el intérprete esmerado no tratará de hallar el automóvil
en Nahúm 1, el avión en Isaías 60, la teoría atómica en Hebreos 11:3 o
la energía atómica en 2 Pedro 3. Todos esos esfuerzos por extraer de la
Escritura teorías científicas modernas hacen más daño que bien»."
Asimismo
conviene tomar en consideración que el concepto antiguo de narración histórica
no correspondía al de nuestro tiempo ni implicaba el mismo rigor científico.
Ello nos ayuda a entender la presencia en el texto bíblico de algunas posibles
«inexactitudes» de poca monta que en modo alguno comprometen la veracidad
esencial del relato y menos aún el valor de su enseñanza.
No
podemos olvidar que los hagiógrafos, cuando escribían historia, no lo hacían
como simples cronistas, sino con una finalidad eminentemente didáctica. Sus
escritos son, más que un tratado de historia, una teología de la historia. Es
de destacar, sin embargo, que la libertad con que los escritores de la Biblia
especialmente del Antiguo Testamento trataban los hechos históricos se mantenía
dentro de los límites de la veracidad básica, como lo han demostrado
repetidamente los descubrimientos arqueológicos.
Tampoco
los textos que pudiéramos considerar documentales, como las genealogías,
revisten la exactitud que cabría esperar de un documento notarial o de una
certificación del registro civil en nuestros días. La lista genealógica de
Mateo 1 contiene «errores» si como tales interpretamos la omisión de algunos
nombres. Pero la estructura de la mencionada genealogía, dividida en tres
grupos de catorce generaciones cada uno (Mt. 1: 17), evidencia un propósito que
no era precisamente el de reproducir meticulosamente una línea genealógica
completa.
Un
ejemplo más, entre otros que podríamos citar. Marcos empieza su evangelio (Mr.
1:2) con una doble cita. La primera es tomada del libro de Malaquías; la
segunda, de Isaías. Pero Marcos atribuye ambas a Isaías. Aquí el «error» parece
clarísimo; pero se desvanece si tenemos presente la práctica normal entre los
judíos de citar textos de varios profetas bajo el nombre del principal de
ellos.
Por
supuesto, no todos los problemas relativos a la inerrancia de la Escritura son
tan fáciles de resolver. Algunos siguen esperando soluciones realmente
satisfactorias. Pero las dificultades que subsisten en torno a determinados
textos no afectan a la fidedignidad de que se ha hecho acreedora la Escritura
en su conjunto.
No
son suficientes, ni en número ni en naturaleza, para devaluar la veracidad de
la Biblia hasta el punto de reducirla a una colección de escritos humanos
plagados de errores, mitos, leyendas y contradicciones.
LO PERMANENTE Y LO TEMPORAL DE LA ESCRITURA
Una
cuestión importante al interpretar la Biblia es la determinación de aquello que
tiene un carácter invariable y general
y lo que sólo fue transitorio o particular. Atribuir a todos los textos
indiscriminadamente una vigencia perenne nos llevaría a grandes errores, a
veces graves por sus derivaciones ético-sociales e incluso espirituales.
Puede
servimos de ilustración lo prescrito en el Antiguo Testamento sobre la
esclavitud. En su día, la legislación mosaica podía considerarse de las más
avanzadas, pues no sólo suavizaba aquella lacra social, sino que tendía a
eliminarla. Pero pretender una prolongación indefinida de aquella normativa
sería una aberración, ya que las disposiciones legales del Pentateuco
respondían a la necesidad de una situación en una época concreta de la
historia, no a la voluntad de Dios. Modificada aquella situación, podían
variarse las leyes y suprimir la esclavitud, de acuerdo con los principios
morales de la revelación, los cuales ensalzan la dignidad de todo ser humano
como portador de la imagen de Dios.
Tristemente,
la falta de discernimiento entre lo temporal y lo permanente llevó a algunos
cristianos a defender la esclavitud hasta el siglo XIX apoyándose en la Biblia.
Algo
análogo acontece aún hoy en lo concerniente a la discriminación racial. No
faltan quienes opinan que los negros están condenados a un estado de
inferioridad y servidumbre perpetuas, basándose en una interpretación tan
forzada como inhumana de la maldición recaída sobre Cam, hijo de Noé (Gn.
9:22-25).
En
todo cuanto se refiere a materia legislativa, debe tenerse en cuenta que las
normas dadas a Israel en el Pentateuco estaban enmarcadas en un tipo concreto
de sociedad civil, condicionada en parte por los usos y costumbres de los
pueblos vecinos. Sólo así aquilataremos adecuadamente la elevación moral y los
acendrados principios de justicia que informaron las leyes civiles israelitas
muy superiores a los códigos de otros pueblos de aquella época relativas a la
propiedad, los préstamos, las relaciones sexuales y el matrimonio, el trabajo,
la opresión, el hurto, la administración de justicia, la violencia, el
infanticidio (asociado a prácticas idolátricas), la esclavitud, la higiene,
etc.
Pero
sería absurdo pensar que todas aquellas leyes han de seguir vigentes hoy en la
sociedad de nuestro mundo occidental. John Bright se pregunta: «¿Cómo podríamos
obedecerlas? En casos de supuesto adulterio, ¿exigiríamos a una mujer que
demostrase su inocencia ingiriendo una pócima malsana, como se preceptúa en Nm.
5: 11-31? ¿Habríamos de establecer ciudades de refugio para que los homicidas
involuntarios pudieran hallar asilo en ellas, como se ordena en Nm. 35, Dt.
19:1-13, etc.? Hacer la pregunta ya es contestarla. ¡Evidentemente no! Esas
leyes corresponden a una sociedad antigua completamente distinta de la nuestra;
aceptarlas y tratar de aplicarlas en nuestra sociedad compleja sería totalmente
ridiculous”
Aun
el lector superficial de la Biblia advierte que prácticamente todo el ritual
prescrito en el Pentateuco y ratificado en otros libros del Antiguo Testamento
había de ser abolido. Sus elementos (tabernáculo, sacerdocio y sacrificios)
tenían un carácter simbólico.
Prefiguraban
la persona y la obra de Cristo. Lógicamente, al llegar la realidad prefigurada
por aquellos símbolos, no había razón para su permanencia, como enfáticamente
asevera el autor de la carta a los Hebreos (véase especialmente He. 8:3-7, 13;
10:1-9).
Pero
los símbolos son testimonio expresivo de las verdades perennes de la santidad
de Dios, la pecaminosidad del hombre, la expiación del pecado por el sacrificio
para la reconciliación y la comunión con Dios y la rectitud de vida para
mantener esa comunión.
En
el Nuevo Testamento también hallamos textos a los que no puede atribuirse un
carácter general. Hagamos uso de un ejemplo.
La
orden dada por Jesús al joven rico (Mr. 10:17-22), extendida a todos los
seguidores de Cristo y literalmente cumplida, acarrearía a la iglesia grandes
dificultades y resolvería muy pocos problemas, aunque, por supuesto, la esencia
de aquel mandato de Jesús, es decir, la necesidad de renunciar a cuanto pueda
impedirnos seguirle, sí tiene un alcance general y permanente.
Otro
ejemplo nos lo ofrece el decreto apostólico de Hechos 15.
En
él se impone, junto a la prohibición de la fornicación -de carácter perenne- la
abstención de comer sangre o animales no degollados y carne sacrificada a los
ídolos, lo que escandalizaba a los judíos. Se comprende que esto se incluyera
en unas normas cuyo objeto era salvar a la Iglesia cristiana de la escisión en
los días apostólicos. Pero sería caer en un literalismo desmesurado aplicar lo
decidido en el concilio de Jerusalén para seguir manteniendo la prohibición de
comer sangre cuando el problema que originó ta medida había dejado de existir.
Sin
embargo, detrás de lo temporal, en el decreto de aquel primer concilio
cristiano descubrimos el principio del amor, que implica comprensión,
tolerancia, abnegación, y que debe regir la vida de la Iglesia en todos los
tiempos.
Cómo
distinguir lo permanente de lo temporal es cuestión que sólo puede decidirse
aplicando las normas
hermenéuticas. Pero en líneas generales ya podemos adelantar que ha de
considerarse permanente cuanto tiene apoyo en la Biblia por encima de
circunstancias cambiantes, y temporal aquello que más que a los principios
básicos de la Escritura responde y corresponde a situaciones concretas,
particulares y pasajeras, dadas en un lugar y en un tiempo determinados.
En
e deslinde de estos dos elementos -lo perenne y lo transitorio es, por
supuesto, necesario extremar la precaución para no ceder a la influencia del relativismo y al enfoque
existencialista con que a menudo se pretende hoy interpretar los textos
bíblicos.
Lo
que en la Biblia aparece con toda claridad corno verdad o corno norma
perdurable no debe nunca ser anulado, desdibujado o debilitado bajo la presión
de prejuicios contemporáneos. Las voces de los tiempos jamás deben desfigurar
la Palabra eterna de Dios.
LO ESENCIAL Y LO SECUNDARIO
Corno
hemos visto, tenernos razones para creer que «toda Escritura es inspirada
divinamente» y que, por consiguiente, toda Escritura es «útil». Pero esto no
significa que todos sus textos sean igualmente importantes. El pacto de Abraham
con Abimelec, por ejemplo, no puede compararse en trascendencia con el
pacto de Dios con Abraham. El rescate de Lot no tiene la misma magnitud que la
liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto.
Las
leyes ceremoniales del Pentateuco no alcanzan la altura incomparable del
decálogo, como el salmo 150 no puede parangonarse con el 23, el 51 o el 103. No
tiene la misma riqueza de significado la lista de los valientes de David que la
de los doce apóstoles, ni puede equipararse en significación la muerte de Jacob
con la muerte y resurrección de Jesús.
Lo
que Pablo enseña sobre las ofrendas en sus cartas a los corintios es bello y
provechoso, pero no reviste la importancia del monumental capítulo 15 de la
primera de esas cartas. Los saludos del capítulo 16 de la epístola a los
Romanos llenan una página rebosante de delicadeza cristiana, pero carecen de la
riqueza doctrinal y práctica de los capítulos precedentes. La parusía de Cristo, la resurrección,
el juicio, los cielos nuevos y la tierra nueva son de más entidad que los
detalles escatológicos. Por eso podernos hablar de lo esencial y lo
secundario, de lo central y lo
periférico en la Escritura.
No
sólo podemos, sino que debernos tornar en consideración los diferentes grados
de importancia de los textos bíblicos, destacando lo esencial corno básico para
una visión global adecuada de la Escritura y para
su correcta interpretación. A ningún pasaje se le ruede atribuir un significado
contrario al contenido fundamenta de la Biblia. Puede haber un margen de
libertad lo que no quiere decir arbitrariedad en la interpretación de textos
relativos a puntos periféricos de la revelación. Pero el núcleo esencial de la
Escritura, por su claridad, por su solidez, por ser el fundamento de nuestra
fe, debe ser expuesto y mantenido con el relieve y la integridad que le
corresponden.
Ese
núcleo de la Escritura es el que aparece a lo largo de toda la historia de la
salvación. En él hallarnos unas constantes que surgen ya en los primeros
capítulos del Génesis y se prolongan hasta el Apocalipsis: la soberanía del
Dios .creador en la grandiosidad de sus atributos, el hombre creado a Imagen de
Dios, la ruina acarreada al hombre y su entorno a causa de la caída en el
pecado, la providencia amorosa de Dios a pesar de la rebeldía humana, la acción
reveladora y redentora de Dios que tiene su cima en Jesucristo con quien
irrumpe el Reino de Dios en el mundo la expiación del pecado mediante el
sacrificio de la cruz, el progreso de la historia hacia la vitoria final
de Cri.sto sobre todas las fuerzas demoniacas que dominan
a la humanidad, la consumación del Reino y de una nueva creación.
Hemos
de insistir en que la superior entidad de estos puntos de la revelación no
merman el valor que tienen los restantes. Menos podernos pensar que sólo lo
esencial es inspirado y que carece de inspiración lo secundario. Esto
fácilmente nos conduciría a la tendría del «canon dentro
del canon»,
tan distante del concepto que Cristo y los apóstoles teman de la totalidad de
la Escritura. No podernos acercarnos a la Biblia en busca de un núcleo de
verdad divina como quien busca grano entre la paja con la idea de que el grano
debe ser retenido mientras que la paja puede ser excluida e incluso quemada.
Como
vimos, la Escritura es un organismo vivo, ninguna parte del cual puede ser
mutilada. Y así corno en el cuerpo hay unos órganos más importantes que otros y
unas partes más indispensables que otras, pero todos desempeñan una función
útil, del mismo modo todas las porciones de la Escritura responden al propósito
divino que determinó su inspiración. A través de todas y cada una de ellas
llega a nosotros la Palabra de Dios, ante la cual sólo cabe una actitud de
reverencia y sumisión.
PUNTOS CLAROS Y PUNTOS OSCUROS
Paralelamente
a lo dicho sobre lo esencial y lo secundario en la Escritura, podernos
referirnos al hecho innegable de que no todas las partes de la Biblia presentan
idéntica diafanidad. Tanto los eventos más sobresalientes en la historia de la
salvación corno las verdades básicas relativas a Dios y a su obra redentora
aparecen en la revelación con claridad, aunque no con simplicidad y a pesar de
que exijan --corno vimos en el capítulo anterior una exégesis esmerada de los
textos.
En
el estudio de la Escritura llegarnos a ver con transparencia los atributos de
Dios que presiden las obras de Dios, así corno los principios morales y
religiosos que deben regir la conducta humana.
Resulta
claro el significado de la muerte de Cristo y la
salvación del pecador por la gracia de Dios en virtud de la obra expiatoria
consumada en el Calvario y mediante
la fe. Claro es asimismo lo que concierne a la naturaleza y misión de la
Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, o lo relativo a la segunda venida de
Cristo en majestad gloriosa. Podríamos citar otros puntos importantes
igualmente caracterizados por la perspicuidad con que aparecen ante nosotros.
El material bíblico sobre el que descansan es tan abundante e iluminador que, a
pesar de las dificultades naturales para comprender algunos de ellos, resultan
realmente diáfanos. Cualquier oscuridad procederá no del testimonio de la
Escritura, sino de prejuicios filosóficos.
PERO NO PUEDE DECIRSE LO MISMO DE TODO EL CONTENIDO DE LA BIBLIA.
El
principio de 01. 29:29 (e Las cosas secretas pertenecen a Yahvéh nuestro Dios,
mas las reveladas son para nosotros») no zanja de modo simplista todos los
problemas epistemológicos. No sitúa automáticamente todas las cuestiones
relativas a conocimiento en dos zonas: la secreta, reservada exclusivamente a
Dios, y la de la revelación, en la que todo se nos muestra con claridad
radiante. En esta segunda zona hay puntos menos iluminados que otros; están
envueltos en la penumbra y en ella permanecerán.
Mencionamos
unos pocos ejemplos en forma de preguntas: ¿Cómo se produjo la caída de Satanás
y sus huestes? ¿En qué consistió el «descenso de Cristo a los infiernos»?
¿Existe una distinción esencial entre alma y espíritu? ¿Cómo armonizar las
limitaciones de la encarnación de Cristo con la conservación de sus atributos
divinos? ¿Es posible ordenar la escatología en sus detalles de modo que podamos
llegar a determinar minuciosamente todos los hechos relacionados con la parusía
del Señor?
Obsérvese
que ninguno de los puntos más o menos oscuros de la revelación bíblica es
fundamental. Y aunque el estudiante de la Biblia hará bien en esforzarse por tener la mayor luz posible sobre
todos los textos difíciles, obrará mejor si a lo largo de su investigación y
aun al final de ella mantiene una sana reserva en cuanto a sus conclusiones,
una reserva emparejada con el respeto a las opiniones diferentes de otros
cristianos igualmente amantes de la Palabra de Dios.
Un
reconocimiento sincero de la realidad respecto a los problemas planteados en
las regiones sombrías de la revelación libraría a la Iglesia cristiana de
controversias tan acaloradas como estériles, en las que suele primar el
prejuicio teológico por encima de una exégesis objetiva e imparcial.
La
teología tiene un lugar en la interpretación bíblica, pero como veremos más
adelante- un abuso en la sistematización teológica puede bloquear fatalmente el
camino hermenéutico. El exegeta no tiene por qué divorciarse del teólogo, pero
tampoco debe hacerse su esclavo. Donde halle claridad, dará gracias a Dios por
la luz. Pero cuando llegue a lugares
oscuros, se guardará de encender su propia linterna a fin de
iluminar lo que Dios, en su soberanía sabia, decidió dejar en la nebulosidad.
Aun
el más erudito en cuestiones bíblicas reconocerá que la Escritura no nos ha
sido dada para tratarla como si fuese un gigantesco crucigrama en el que aun
los detalles más insignificantes encajarán perfectamente en una solución a la
medida de nuestra curiosidad. Es cierto, del todo cierto, que el conjunto de la
Escritura muestra en la interrelación de todas sus partes una coherencia, una
unidad y una fuerza comunicativa del mensaje de Dios realmente maravillosas.
Pero
no es menos cierto que respecto a determinadas cuestiones secundarias presenta
algunos cabos sin atar. A este hecho no siempre se conforma el teólogo, tan
dado a ligarlo todo sólidamente en su afán sistematizador. El intérprete de la
Biblia ha de recordar a menudo, y con humildad, que sólo «en parte conocemos y
en parte profetizamos» (l Co.
13:9).
La
vastedad del tema de la Escritura nos impide entrar en otras consideraciones
acerca del mismo; pero lo expuesto puede ayudarnos a entender la especial
naturaleza de la Biblia, requisito preliminar e indispensable para su
interpretación.
CUESTIONARIO
1. ¿Qué valor tiene el testimonio de la propia
Escritura acerca de su origen divino?
2. ¿Por qué ha sido necesaria una revelación especial
de Dios?
3. ¿Cómo debemos entender el concepto de «inspiración»
aplicado a la Biblia?
4. ¿Cuáles son los errores más frecuentes relativos a
la inspiración?
5. ¿En qué sentido debe interpretarse la «humanidad»
de la Escritura y qué extremos deben evitarse?
6. Cítense dos ejemplos que no aparezcan en el
capitulo estudiado- de pasajes bíblicos con carácter permanente y otros dos de
textos cuyo contenido sea de carácter temporal.
¿CUÁLES SON LAS DIFERELTTES FORMAS DE LA PALABRA DE DIOS?
CAPITULO 1
EXPLICACIÓN Y BASE
BÍBLICA
¿Qué
se quiere decir con la frase «la Palabra de Dios»? En realidad, hay diferentes
significados que esa frase toma en la Biblia. Es útil distinguir estos
diferentes sentidos desde el principio de este estudio.
A. «EL VERBO DE DIOS» COMO
PERSONA: JESUCRISTO.
A
veces la Biblia se refiere al Hijo de Dios corno «el Verbo de Dios». En
Apocalipsis 19:13 Juan ve al Señor Jesús resucitado en 1::1 cielo y dice: «y su
nombre es "el Verbo de Dios"». De modo similar, al principio el
Evangelio de Juan leemos: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo
estaba con Dios, y el Verbo era Dios) (Gen 1: 1).
Es
claro que Juan aquí está hablando del Hijo de Dios, porque en el versículo 14
dice: «y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado
su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre)). Estos
versículos (y tal vez 1ª Jn 1: 1) son los únicos casos en que la Biblia se
refiere al Hijo de Dios como «el Verbo) o «el Verbo de Dios)), así que este uso
no es común.
Pero
sí indica que entre los miembros de la Trinidad es especialmente Dios Hijo
quién en su persona tanto como en sus palabras tiene el papel de comunicarnos
el carácter de Dios y expresarnos la voluntad de Dios.
B. (LA PALABRA DE DIOS) COMO
DISCURSO DE DIOS.
1. DECRETOS DE DIOS.
A
veces las palabras de Dios toman forma de poderosos decretos que hacen que
sucedan eventos o incluso hacen que las cosas lleguen a existir.
«Y
dijo Dios: "¡Que exista la luz!" Y la luz llegó a existir) (Gen 1:3).
Dios incluso creó el mundo animal mediante su poderosa palabra: «y dijo Dios:
«¡Que produzca la tierra seres vivientes: animales domésticos, animales
salvajes, y reptiles, según su especie!) (Gen 1:24). Así, el salmista puede
decir: «Por la palabra del Señor fueron
creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estrellas) (Sal 33:6).
A
estas palabras poderosas y creativas de Dios a menudo se les llama los decretos
de Dios. Un decreto de Dios es
una palabra de Dios que hace que algo suceda.
Estos
decretos de Dios incluyen no sólo los eventos de la creación
original sino también la existencia continuada de las cosas, porque Hebreos 1:
3 nos dice que Cristo continuamente es «el que sostiene todas las cosas con su
palabra poderosa).
2. PALABRAS DE DIOS DE COMUNICACIÓN
PERSONAL.
A
veces Dios se comunica con personas en la tierra hablándoles directamente. A
estas se les puede llamar palabras de Dios de comunicación personal. Se hallan ejemplos en toda la Biblia.
Al
mismo principio de la creación Dios habla con Adán: «y le dio este mandato:
"Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del
conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas,
ciertamente morirás"» (Gen 2: 16-17).
Después
del pecado de Adán y Eva, Dios todavía viene y habla directa y personalmente
con ellos en las palabras de la maldición (Gen 3: 16-19). Otro ejemplo
prominente de la comunicación directa personal de Dios con las personas en la
tierra se halla en el otorgamiento de los Diez Mandamientos: «Dios habló, y dio a conocer todos
estos mandamientos: «Yo soy el Señor tu Dios.
Yo te
saqué de Egipto, del país donde eras esclavo. No tengas otros dioses además de
mi» (Ex 20: 1-3).
En el
Nuevo Testamento, en el bautismo de Jesús, Dios Padre habló con una voz del
cielo, diciendo: «Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él» (Mt 3:
17).
En
estas y otras varias ocasiones en donde Dios pronunció palabras de comunicación
personal a individuos fue claro para los que las oyeron que eran de veras
palabras de Dios: estaban oyendo la misma voz de Dios, y por consiguiente
estaban oyendo palabras que tenían autoridad divina absoluta y eran
absolutamente dignas de confianza. No creer o desobedecer alguna de esas
palabras habría sido no creer o desobedecer a Dios, y por consiguiente había
sido pecado.
Aunque
las palabras de Dios de comunicación personal siempre se ven en la Biblia como
palabras reales de Dios, también son
palabras «humanas» porque son pronunciadas en un lenguaje humano
ordinario que es entendible de inmediato. El hecho de que estas palabras se
digan en lenguaje humano no limita su carácter o autoridad divinos de ninguna
manera; siguen siendo enteramente las palabras de Dios, dichas por la voz de
Dios mismo.
Algunos
teólogos han aducido que puesto que el lenguaje humano siempre es en cierto
sentido «imperfecto», cualquier mensaje que Dios nos dirige en lenguaje humano
también debe ser limitado en su autoridad o veracidad. Pero estos pasajes y
muchos otros que registran casos de palabras de Dios de comunicación personal a
individuos no dan indicación de ninguna limitación de autoridad o veracidad de
las palabras de Dios porque fueran dichas en lenguaje humano.
La
verdad es muy al contrario, porque las palabras siempre ponen una obligación
absoluta sobre los oyentes para creerlas y obedecerlas completamente. No creer
o desobedecer alguna parte de ellas es no creer o desobedecer a Dios mismo.
3. PALABRAS DE DIOS COMO DISCURSO
PRONUNCIADAS POR LABIOS HUMANOS.
Frecuentemente
en la Biblia Dios levanta profetas por medio de los cuales habla. De nuevo, es
evidente que aunque son palabras humanas, dichas en lenguaje humano ordinario
por seres humanos ordinarios, la autoridad y veracidad de estas palabras de
ninguna manera queda disminuida; siguen siendo también palabras de Dios.
En
Deuteronomio 18 Dios le dijo a Moisés: Por eso levantaré entre sus hermanos un
profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le
mande. Si alguien no Presta oído a las palabras que el profeta proclame en mi
nombre, yo mismo le pediré cuentas. Pero el profeta que se atreva a hablar en
mi nombre y diga algo que yo no le haya mandado decir, morirá. La misma suerte
correrá el profeta que hable en nombre de otros dioses (Dt. 18: 18-20).
Dios
hizo una afirmación similar a Jeremías: «He
puesto en tu boca mis palabras» (Jer 1: 9). Dios le dice a Jeremías:
«Vas a decir todo lo que yo te ordene» Jer 1: 7; véanse también Ex 4: 12; Nm 22: 38; 1ª S 15:3, 18, 23; 1ª R 20:36; 2ª
Cr 20: 20; 25: 15-16; Is 30:
12-14; Jer 6: 10-12; 36: 29-31;).
A
cualquiera que aducía hablar por el Señor
pero no había recibido un mensaje de él se le castigaba severamente (Ez
13:1-7; Dt 18: 20-22).
Así
que las palabras de Dios habladas por labios humanos se consideraban tan
autoritativas y tan verdad como las palabras de Dios de comunicación personal.
No
había disminución de autoridad de estas palabras cuando eran dichas mediante
labios humanos. No creer o desobedecer alguna de ellas era no creer o
desobedecer a Dios mismo.
4. PALABRAS DE DIOS EN FORMA ESCRITA
(LA BIBLIA).
Además
de las palabras de Dios de decreto, palabras de Dios de comunicación personal y
palabras de Dios dichas por labios de seres humanos, también hallamos en las
Escrituras varios casos en los que las palabras de Dios fueron puestas en forma escrita.
El primer caso de esto se halla en la narración del
otorgamiento de las dos tablas de piedra en las que estaban escritos los Diez
Mandamientos: «y cuando terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio
las dos tablas de la ley, que eran dos lajas escritas por el dedo mismo de Dios» (Ex 31:18). «Tanto las tablas como la escritura grabada en ellas eran obra
de Dios» (Ex 32:16; 34:1, 28).
Moisés
escribió adicionalmente: Moisés
escribió esta ley y se la entregó a los sacerdotes levitas que
transportaban el arca del pacto del Señor, y a todos los ancianos de Israel.
Luego les ordenó: «Cada siete años, en el año de la cancelación de deudas,
durante la fiesta de las Enramadas, cuando tú, Israel, te presentes ante el
Señor tu Dios en el lugar que él habrá de elegir, leerás en voz alta esta ley
en presencia de todo Israel. Reunirás a todos los hombres, mujeres y niños de
tu pueblo, y a los extranjeros que vivan en tus ciudades, para que escuchen y
aprendan a temer al Señor tu Dios, ... (Dt 31 :9-13).
Este
libro que Moisés escribió fue luego depositado junto al arca del pacto: «Moisés
terminó de escribir en un libro todas
las palabras de esta ley. Luego dio esta orden a los levitas que
transportaban el arca del pacto del Señor: "Tomen este libro de la ley, y
pónganlo junto al arca del pacto del Señor su Dios. Allí permanecerá como
testigo contra ustedes los israelitas"» (Dt 31: 24-26).
Más
adelante se hizo otras adicciones a este libro de las palabras de Dios. Josué
«los registró en el libro de la ley de Dios» Gas 24: 26). Dios le ordenó a
Isaías: «Anda, pues, delante de ellos, y grábalo
en una tablilla. Escríbelo en un rollo de cuero, para que en los días
venideros quede como un testimonio eterno» (Is 30: 8). De nuevo, Dios le dijo a
Jeremías: «"Escribe en un libro todas
las palabras que te he dicho» Jer 30: 2; Jer 36: 2-4,27-31; 51: 60).
En el
Nuevo Testamento, Jesús les promete a sus discípulos que el Espíritu Santo les
hará recordar las palabras que él, Jesús, había dicho Gen 14:26; cf. 16:12-13).
Pablo puede decir que las mismas palabras que escribe a los Corintios «es
mandato del Señor» (1 Co 14: 37; d. 2ª P 3:2).
Claramente
se debe notar que estas palabras se consideran con todo ser palabras del mismo
Dios, aunque son escritas en su mayoría por seres humanos y siempre en lenguaje
humano. Con todo, son absolutamente autoritativas y absolutamente verdad;
desobedecerlas o no creerlas es un pecado serio y acarrea castigo de Dios (1ª
Co 14: 37; Jer 36: 29-31).
Varios
beneficios resultan de poner por escrito las palabras de Dios. Primero, hay una
preservación mucho más precisa de
las palabras de Dios para generaciones subsiguientes. Depender de la memoria y
la repetición de la tradición oral es un método menos confiable de preservar
las palabras a través de la historia que lo que es ponerlas por escrito (d. Dt
31: 12-13).
Segundo, la oportunidad
de inspeccionar repetidamente las palabras que constan por escrito
permite estudio y debate cuidadoso, lo que conduce a una mejor comprensión y
obediencia más completa.
Tercero, las palabras de Dios por escrito están accesibles a muchas más personas que
cuando se preservan meramente mediante la memoria y repetición oral. Puede
inspeccionarlas en cualquier momento cualquier persona y no están limitadas en
accesibilidad a los que las han
memorizado y los que pueden
estar presentes cuando se repiten oralmente.
De
este modo, la confiabilidad, permanencia y accesibilidad de la forma en que se
preservan las palabras de Dios se mejoran grandemente cuando se ponen por
escrito. Sin embargo, no hay ninguna indicación de que se disminuya su
autoridad o veracidad.
C. EL ENFOQUE DE NUESTRO ESTUDIO
De
todas las formas de la palabra de Dios, el enfoque de nuestro estudio en la
teología sistemática es la Palabra de Dios en forma escrita, es decir, la
Biblia. Esta es la forma de la Palabra de Dios que está disponible para
estudio, para inspección pública, para examen repetido y como base de diálogo
mutuo. Nos habla acerca del Verbo de Dios y nos lo señala como persona, es
decir Jesucristo, a quien no tenemos al presente en forma corporal en la
tierra. Por eso ya no podemos observar de primera mano e imitar su vida y
enseñanzas.
Las
otras formas de la palabra de Dios no son apropiadas como base primaria para el
estudio de teología. Nosotros no oímos palabras de Dios de decreto, y por
consiguiente no podemos estudiarlas directamente sino sólo mediante observación
de sus efectos. Las palabras de Dios de comunicación personal son raras,
incluso en la Biblia. Es más, incluso aunque oyéramos algunas palabras de
comunicación.
1Además
de las formas de la palabra de Dios mencionadas arriba, Dios se comunica a las
personas por diferentes tipos de "revelación genera!»; es decir,
revelación que la da no sólo a ciertas personas sino a todas las personas en
general. La revelación general incluye tanto la revelación de Dios que viene
mediante la naturaleza (vea Sal 19: 1-6; Hch 14: 17) y la revelación de Dios
que viene mediante el sentido interno de bien y mal en el corazón de la persona
(Ro 2:15).
Estas
clases de revelaciones son en forma no verbal, y no de las he incluido en la
lista de las varias formas de la palabra de Dios que se considera en este
capítulo. (Vea en capítulo 7, más consideración de la revelación general).
De la
forma personal de Dios nosotros mismos hoy, no tendríamos certeza de que
nuestra comprensión de ellas, nuestra memoria de ellas, y nuestro subsiguiente
informe de ellas fuera totalmente exacto. Tampoco podríamos fácilmente
comunicar a otros la certeza de que la comunicación fue de Dios, incluso si lo
era. Las palabras de Dios dichas por labios humanos cesaron de recibirse cuando
el canon del Nuevo Testamento quedó completo.' Así que estas otras formas de
las palabras de Dios son inadecuadas como base primaria para el estudio de
teología.
Es más
provechoso para nosotros estudiar las palabras de Dios como están escritas en
la Biblia. Es la palabra de Dios escrita la que él nos ordena estudiar. Es
«dichoso» el que «medita» en la ley de Dios «día y noche» (Sal 1:1-2).
Las
palabras de Dios también son aplicables a nosotros: «Recita siempre el libro de
la ley y medita en él de día y de noche; cumple con
cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito» (Jos
1:8). Es la palabra de Dios en forma de Escrituras que es «inspirada por Dios y
útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la
justicia» (2 Ti 3: 16).
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Piensa usted que prestaría más atención si Dios le hablara desde el
cielo o por medio de la voz de un profeta vivo que si le hablara desde las
palabras escritas de la Biblia? ¿Creería usted u obedecería tales palabras más
prontamente que a la Biblia? ¿Piensa usted que su nivel presente de respuesta a
las palabras escritas de la Biblia es apropiado? ¿Qué pasos positivos puede dar
para hacer que su actitud hacia la Biblia sea más como la actitud que Dios
quiere que usted tenga?
2. Cuando piensa en las muchas maneras en que Dios habla y la frecuencia
con que Dios se comunica con sus criaturas por estos medios, ¿qué conclusiones
puede derivar respecto a la naturaleza de Dios y las cosas que le deleitan?
TÉRMINOS ESPECIALES
Decreto,
Palabra de Dios, comunicación personal
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Sal 1: 1-2: Dichoso El Hombre Que No Sigue El Consejo De Los Malvados, Ni Se
Detiene En La Senda De Los Pecadores Ni Cultiva La Amistad De Los Blasfemos,
Sino Que En La Ley Del Señor Se Deleita, Y Día Y Noche Medita En Ella.
CAPÍTULO 2
EL
CANON DE LAS ESCRITURAS
¿QUÉ PERTENECE A LA BIBLIA Y QUÉ NO PERTENECE A ELLA?
EXPLICACIÓN Y BASE
BÍBLICA
El
estudio previo concluyó que es especialmente a las palabras escritas de Dios en
la Biblia a las que dedicaremos nuestra atención. Antes de hacerlo, sin
embargo, debemos saber cuáles escritos pertenecen a la Biblia y cuáles no.
Esto
se refiere al canon de la Biblia, que se puede definir como sigue: El canon de la Biblia es la lista de todos los libros que pertenecen a la Biblia.
No se
debe subestimar la importancia de este asunto. Las palabras de las Escrituras
son las palabras por las cuales nutrimos nuestra vida espiritual. Así que
podemos reafirmar el comentario de Moisés al pueblo de Israel en referencia a
las palabras de la ley de Dios: «Porque no son palabras vanas para ustedes,
sino que de ellas depende su vida; por ellas
vivirán mucho tiempo en el territorio que van a poseer al otro lado del Jordán»
(Dt 32: 47).
Añadir
o sustraer de las palabras de Dios sería impedir que el pueblo de Dios le
obedezca plenamente, porque los mandamientos que se sustrajeran no los
conocería el pueblo, y las palabras que se añadieran tal vez exigirían del
pueblo cosas adicionales que Dios no ha ordenado. Así Moisés lo advirtió al
pueblo de Israel: «No añadan ni quiten
palabra alguna a esto que yo les ordeno. Más bien, cumplan los
mandamientos del Señor su Dios» (Dt 4: 2).
La
determinación precisa del alcance del canon de la Biblia es por consiguiente de
suprema importancia. Para confiar y obedecer a Dios absolutamente debemos tener
una colección de palabras de la que estemos seguros que son las propias
palabras de Dios para nosotros. Si hubiera alguna sección de la Biblia respecto
a la cual tendríamos duda de si son palabras de Dios o no, no consideraríamos
que tienen autoridad divina absoluta y no confiaremos en ellas tanto como
confiaremos en Dios mismo.
A. EL CANON DEL ANTIGUO
TESTAMENTO
¿Donde
empezó la idea de un canon, es decir, la idea de que el pueblo de Israel debía
preservar una colección de las palabras escritas de Dios? La misma Biblia da
testimonio del desarrollo histórico del canon. La colección más temprana de
palabras de Dios escritas fueron los Diez Mandamientos.
Los
Diez Mandamientos, de este modo, forman el principio del canon bíblico. Dios
mismo escribió en dos tablas de piedra las palabras que ordenó a su pueblo: «y
cuando terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas de
la ley, que eran dos lajas escritas
por el dedo mismo de Dios» (Ex
31: 18). Después leemos: «Tanto las tablas como la escritura grabada en ellas eran obra de Dios» (Ex 32: 16; cf.
Dt 4: 13; 10:4). Las tablas de la ley fueron depositadas en el arca del pacto
(Dt 10: 5) y constituían los términos del pacto entre Dios y el pueblo!
Esta
colección de palabras absolutamente autoritativas de Dios creció en tamaño en
todo el tiempo de la historia de Israel. Moisés mismo escribió palabras
adicionales que se debían depositar junto al arca del pacto (Dt 31: 24-26).
La
referencia inmediata es evidentemente al libro de Deuteronomio, pero otras
referencias a escritos de Moisés indican que los primeros cuatro libros del
Antiguo Testamento también los escribió él (vea Ex 17: 14; 24: 4; 34: 27; Nm
33: 2; Dt 31: 22).
Después
de la muerte de Moisés, Josué también añadió a la colección de palabras de Dios
escritas: «y los registró en el libro de la ley de Dios» (Jos 24:26). Esto es
especialmente sorprendente a la luz del mandamiento de no añadir ni quitar de
las palabras que Dios le dio al pueblo por medio de Moisés: «No añadan ni
quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno» (Dt. 12: 32).
Para
desobedecer un mandamiento tan específico Josué debe haber estado convencido de
que no estaba arrogándose el derecho de añadir a las palabras escritas de Dios,
sino que Dios mismo le había autorizado tales escritos adicionales.
Más
tarde otros en Israel, por lo general los que ejercían el oficio de profeta,
escribieron palabras adicionales de Dios: A continuación, Samuel explicó al
pueblo las leyes del reino y las escribió en un libro que depositó ante el
Señor (1ª S 10: 25).
Todos los hechos del rey David, desde el primero hasta el último, están
escritos en las crónicas del vidente Samue1, del profeta Natán y del vidente
Gad. (1ª Cr 29:29-30).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Josafat, Desde El Primero Hasta
El Último, Están Escritos En Las Crónicas De Jehú Hijo De Jananí, Que Forman
Parte Del Libro De Los Reyes De Israel (2ª Cr 20:34; 1ª R 16:7 En Donde A Jehú,
Hijo De Hanani, Se Le Llama Profeta).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Uzías, Desde El Primero Hasta
El Último, Los Escribió El Profeta Isaías Hijo De Amoz (2ª Cr 26: 22).
Los Demás Acontecimientos Del Reinado De Ezequías, Incluyendo Sus
Hazañas, Están Escritos En La Visión Del Profeta Isaías Hijo De Amoz Y En El
Libro De Los Reyes De Judá E Israel (2ª Cr 32: 32).
«Así dice el Señor, el Dios de Israel: "Escribe en un libro todas
las palabras que te he dicho Jer 30: 2).
Para
ver otros pasajes que ilustran el crecimiento de la colección de las palabras
de Dios escritas vea 2ª Cr 9: 29; 12: 15; 13: 22; Is 30:8; Jer 29: 1; 36: 1-32;
45: 1; 51: 60; Ez 43: 11; Dan 7: 1; Hab 2:2. Las adiciones surgieron parlo
general mediante la agencia de un profeta.
El
contenido del canon del Antiguo Testamento continuó creciendo hasta el tiempo
del fin del proceso de escribir. Si fechamos a Hageo en 520 a. C, Zacarías en
el 520-518 a.C. (tal vez con más material añadido después de 480 a.C.), y
Malaquías alrededor de 435 a. C., tenemos una idea de las fechas aproximadas de
los últimos profetas del Antiguo Testamento. Aproximadamente coinciden con este
período los últimos libros de la historia del Antiguo Testamento: Esdras,
Nehemías y Ester.
Esdras
fue a Jerusalén el 458 a.C., y Nehemías estuvo en Jerusalén de 445-423 a.C.3
Ester fue escrito en algún momento después de la muerte de Jerjes I (Asuero) en
465 a.C. y es probable una fecha durante el reinado de Artajerjes (464-423
a.C.).
Así
que aproximadamente después de 435 a. C. no hubo más adiciones al canon del
Antiguo Testamento. La historia posterior del pueblo judío se anotó en otros
escritos, tales como los libros de Macabeos, pero se pensó que esos escritos no
ameritaban que se les incluyera con las colecciones de las palabras de Dios de
años anteriores.
Cuando
pasamos a la literatura judía fuera del Antiguo Testamento, vemos que la
creencia de que las palabras debidamente autoritativas de Dios habían cesado
queda atestiguada claramente en varios diferentes trozos de literatura judía
extrabíblica.
En 1ª
Macabeos (alrededor de 100 a.C.) el autor escribe del altar profanado: «Así
pues, demolieron el altar y colocaron las piedras en la colina del templo, en
lugar apropiado, hasta que viniera un profeta que les indicara lo que debían
hacer con ellas» (1ª Mac 4: 45-46,). Al parecer sabían que nadie podía hablar
con la autoridad de Dios como lo habían hecho los profetas del Antiguo
Testamento.
El
recuerdo de un profeta autoritativo entre el pueblo era algo que pertenecía al
pasado distante, porque el autor podía hablar de una gran aflicción «como no se
había visto desde que desaparecieron los profetas» (1 Mac 9: 27; cf. 14: 41).
Josefa
(nació c. 37 ó 38 d.C.) explicó: «Desde Artajerjes hasta nuestros propios
tiempos se ha escrito una historia completa, pero no se la ha considerado digna
de igual crédito como los registros anteriores, debido a la interrupción de la
sucesión exacta de los profetas» (Contra
Apio 1.41).
Esta
afirmación de parte del más grande historiador judío del primer siglo d.C.
muestra que sabía de los escritos ahora considerados parte de la «apócrifa»,
pero que él (y muchos de sus contemporáneos) consideraban estos otros escritos
«no ... dignos de igual crédito» con lo que ahora conocemos como Escrituras del
Antiguo Testamento. Según el punto de vista de Josefa, no había habido «palabra
de Dios» añadidas a las Escrituras después de alrededor de 435 a.C.
La
literatura rabínica refleja una convicción similar en su afirmación repetida de
que el Espíritu Santo (en la función del Espíritu de inspirar la profecía)
partió de Israel. «Después de que los últimos profetas Hageo, Zacarías y
Malaquías murieron, el Espíritu Santo se separó de Israel, pero ellos todavía
tenían a su disposición la bat kol (Talmud
Babilónico Yomah, repetido en Sota 48 b, Sanedrín 11a y Midrash Rabbah on
Cantar de Cantares 8. 9.3).
La
comunidad del Qurram (secta judía que dejó los Rollos del Mar Muerto) también
esperaba un profeta cuyas palabras tendrían autoridad para invalidar cualquier
regulación existente en otras partes en
la antigua literatura judía (vea 2 Baruc 85: 3 y Oración de Azarías 15). Así
que el pueblo judío no aceptó en general escritos posteriores a alrededor de
435 a.C. como que tuvieran igual autoridad con el resto de las Escrituras.
En el
Nuevo Testamento no tenemos ningún registro de disputa entre Jesús y los judíos
sobre la extensión del canon. Evidentemente había pleno acuerdo entre Jesús y
sus discípulos, por un lado, y los dirigentes judíos y el pueblo judío, por
otro, de que las adiciones al canon del Antiguo Testamento habían cesado
después del tiempo de Esdras, Nehemías, Ester, Hageo, Zacarías y Malaquías.
Este
hecho queda confirmado por las citas del Antiguo Testamento que hacen Jesús y
los autores del Nuevo Testamento. Según un conteo, Jesús y los autores del
Nuevo Testamento citan varias partes de las Escrituras del Antiguo Testamento
como divinamente autoritativas más de 295 veces, pero ni una sola vez citan
como divinamente autoritativa alguna afirmación de los libros apócrifos ni de
ningún otro escrito.
La
ausencia de tales referencias a otra literatura como divinamente autoritativa,
y la extremadamente frecuente referencia a cientos de lugares del Antiguo
Testamento como divinamente autoritativos, da fuerte confirmación al hecho de
que los autores del Nuevo Testamento concordaban en que se tomaba el canon
establecido del Antiguo Testamento, ni más ni menos, como las mismas palabras
de Dios.
¿Qué
diremos entonces en cuanto a la Apócrifa, la colección de libros incluida en el
canon por la iglesia católica romana pero excluida del canon por el
protestantismo.
Los
judíos nunca aceptaron estos libros como Escrituras, pero en toda la historia
temprana de la iglesia hubo una opinión dividida en cuanto a si deberían ser
parte de las Escrituras o no. Ciertamente, la evidencia cristiana más temprana
va decididamente en contra de considerar a la apócrifa como Escrituras, pero el
uso de los apócrifos gradualmente aumentó en algunas partes de la iglesia hasta
el tiempo de la Reforma.
El
hecho de que Jerónimo incluyó estos libros en la Vulgata latina (terminada en
el4ü4 d.C.) dio respaldo a su inclusión, aunque el mismo Jerónimo dijo que no
eran «libros del canon» sino meramente «libros de la iglesia» que Hch 17: 28; Tít.
1: 12), pero estas citas son más con propósitos de ilustración que de prueba.
Nunca
se presenta esas obras con una frase como «Dios dice», o «Las Escrituras
dicen», o «Está escrito», frases que implican la atribución de autoridad divina
a las palabras que se citan. (Se debe notar que ni Enoc ni los autores que
Pablo cita son parte de la apócrifa). El Nuevo Testamento no cita ningún libro
de la Apócrifa.
La
apócrifa incluye los siguientes escritos: 1 y 2 Esdras, Tobías, Judit,
adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, Baruc (incluyendo la
Epístola de jeremías), El Cántico de los tres jóvenes santos, Susana, Bel y el
dragón, la Oración de Manasés, y 1 Y2 Macabeos.
Estos
escritos no se hallan en la Biblia hebrea, pero se incluyeron en la Septuaginta
(traducción del Antiguo Testamento al griego, que usaban muchos judíos que
hablaban griego en el tiempo de Cristo. En inglés existe una buena traducción
moderna, eran útiles y provechosos para los creyentes.
El
amplio uso de la Vulgata latina en siglos
subsiguientes garantizó su continua disponibilidad, pero el hecho de que no tuvieron original hebreo que los
respaldara, y su exclusión del canon judío, así como la falta de citas de ellos en el Nuevo Testamento, llevó a
muchos a verlos con suspicacia
o a rechazar su autoridad. Por ejemplo, la lista cristiana más antigua de libros del Antiguo Testamento que
existe hoyes la compilada por Melitón, obispo de Sardis, quien escribió alrededor de 170 d.C.
Cuando Vine Al Este Y Llegué Al Lugar En Donde Estas Cosas Se Predicaban
Y Hacían, Y Aprendí Con Precisión Los Libros Del Antiguo Testamento, Anoté Los
Hechos Y Se Los Envíe. Estos Son Sus Nombres: Cinco Libros De Moisés: Génesis,
Éxodo, Números, Levítico, Deuteronomio, Josué Hijo De Nun, Jueces, Rut, Cuatro
Libros De Reinos, ID Dos Libros De Crónicas, Los Salmos De David, Los
Proverbios De Salomón Y Su Sabiduría, Ll Eclesiastés, El Cantar De Los
Cantares, Job, Los Profetas Isaías, Jeremías, Los Doce En Un Solo Libro,
Daniel, Ezequiel, Esdras.
Es
digno de notarse aquí que Melitón no menciona ninguno de los libros apócrifos,
pero sí incluye todos los libros de nuestros libros del Antiguo Testamento
actual excepto Ester. Eusebio también cita a Orígenes respaldando la mayoría de
los libros de nuestro presente canon del Antiguo Testamento (incluyendo Ester),
pero no presenta ningún libro de los apócrifos como canónico, y de los libros
de los Macabeos explícitamente se dice que están «fuera de estos [libros
canónicos]».
En
forma similar, en el 367 d.C., cuando el gran líder de la iglesia Atanasia,
obispo de Alejandría, escribió su Carta Pascual, hizo una lista de todos los
libros de nuestro canon presente del Nuevo Testamento y de todos los libros de
nuestro canon presente del Antiguo Testamento excepto Ester.
También
mencionó algunos libros de la apócrifa tales como la Sabiduría de Salomón, la
Sabiduría de Sirac, Judit y Tobías, y dijo que estos «en verdad no estaban
incluidos en el canon, pero los padres manera en acuerdo o en el periodo más
temprano, sino que ocurrió en el cristianismo gentil, después de que la iglesia
rompió con la sinagoga, entre aquellos cuyo conocimiento del canon cristiano
primitivo se estaba volviendo nebuloso». Luego concluye: «Sobre la cuestión de
la canonicidad de la apócrifa y pseudepígrafe la evidencia verdaderamente
cristiana primitiva es negativa».
Los
señalaban para que los leyeran los que se unían recientemente a nosotros, y que
desean instrucción en la palabra de santidad». Sin embargo, otros dirigentes de
la iglesia primitiva en efecto citaron varios de estos libros como Escrituras.
Hay
incongruencias doctrinales históricas en varios de estos libros. E. J. y oung
anota:
No Hay Marcas En Estos Libros Que Atestigüen Un Origen Divino.... Judit
Y Tobías Contienen Errores Históricos, Cronológicos Y Geográficos. Estos Libros
Justifican La Falsedad Y El Engaño, Y Hacen Que La Salvación Dependa De Obras
De Mérito. '" Eclesiástico Y Sabiduría De Salomón Inculcan Una Moralidad
Basada En La Conveniencia. Sabiduría Enseña La Creación Del Mundo Con Materia
Preexistente (Sab. 11. 17). Eclesiástico Enseña Que Dar Limosnas Hace Expiación
Por El Pecado (Eclesiástico 3. 30). En Baruc Se Dice Que Dios Oye Las Oraciones
De Los Muertos (Baruc 3. 4), Y En 1ª Macabeos Hay Errores Históricos Y
Geográficos.
No fue
sino hasta 1546, en el concilio de Trento, que la Iglesia Católica Romana
oficialmente declaró que los apócrifos eran parte del canon (con excepción de 1
y 2 Esdras, y la Oración de Manasés). Es significativo que el concilio de
Trento fue la respuesta de la Iglesia Católica Romana a las enseñanzas de
Martín Lutero y la Reforma Protestante que se extendía rápidamente, y los
libros de la Apócrifa contenían respaldo para la enseñanza católica de las
oraciones por los muertos y la justificación por fe más obras, y no por fe
sola.
Al
ratificar a los apócrifos como dentro del canon, los católicos romanos podían
sostener que la iglesia tiene la autoridad de declarar una obra literaria como
«Escrituras», en tanto que los protestantes habían sostenido que la iglesia no
puede hacer que algo se considere Escrituras, sino que sólo puede reconocer lo
que Dios ya ha hecho que se escriba como sus propias palabras.
(Una
analogía aquí sería decir que un investigador policial puede reconocer dinero
falsificado como falsificado y puede reconocer el dinero genuino como genuino,
pero no puede hacer que el dinero falsificado sea genuino, ni puede ninguna
declaración de ningún número de policías hacer que el dinero falsificado sea
algo que no es. Sólo la tesorería oficial de una nación puede hacer dinero que
sea dinero de verdad; de manera similar, solo Dios puede hacer que las palabras
sean palabras suyas y dignas de incluirse en las Escrituras).
Así
que los escritos de los apócrifos no se deben considerar como parte de las
Escrituras:
(1) Ninguno de ellos afirma tener la misma clase de
autoridad que tenían los escritos del Antiguo Testamento;
(2) Los judíos, de quienes ellos se originaron, no los
consideraban palabras de Dios;
(3) Ni Jesús ni los autores del Nuevo Testamento los consideraban
Escrituras; y
(4) Contienen enseñanzas incongruentes con el resto de
la Biblia.
Debemos
concluir que son solo palabras humanas, y no palabras inspiradas por Dios como
las palabras de las Escrituras. Tienen valor para la investigación histórica y
lingüística, y contienen una cantidad de relatos útiles en cuanto al valor y la
fe de muchos judíos durante el período posterior a la conclusión del Antiguo
Testamento, pero nunca han sido parte del canon del Antiguo Testamento, y no se
les debe considerar parte de la Biblia.
Por
consiguiente, no tienen ninguna autoridad obligatoria para el pensamiento o
vida de los cristianos hoy.
En
conclusión, con respecto al canon del Antiguo Testamento, los cristianos de hoy
no tienen por qué preocuparse que algo se haya dejado fuera, ni de que se haya
incluido algo que no sea palabra de Dios.
NOTA: Vea Roger
Nicole, «New Testament Use of the Old Testament», en Revelation and the Bible, ed. Cad F. H. Henry (Tyndale Press,
Londres, 1959), pp. 137-141.
Judas 14-15 en efecto cita 1 Enoc 60.8
y 1.9, Y Pablo por lo menos dos veces cita autores griegos paganos (vea Hch
17:28; Tít. 1: 12), pero estas citas son más con propósitos de ilustración que
de prueba. Nunca se presenta esas obras con una frase como «Dios dice», o «Las
Escrituras dicen», o «Está escrito», frases que implican la atribución de
autoridad divina a las palabras que se citan. (Se debe notar que ni 1 Enoc ni
los autores que Pablo cita son parte de la apócrifa). El Nuevo Testamento no cita
ningún libro de la Apócrifa.
La apócrifa incluye los siguientes
escritos: 1 y 2 Esdras, Tobías, Judit, adiciones a Ester, Sabiduría de Salomón,
Eclesiástico, Baruc (incluyendo la Epístola de jeremías), El Cántico de los
tres jóvenes santos, Susana, Bel y el dragón,
La Oración de Manasés, y 1 Y2 Macabeos.
Estos escritos no se hallan en la Biblia hebrea, pero se incluyeron en la
Septuaginta (traducción del Antiguo Testamento al griego, que usaban muchos
judíos que hablaban griego en el tiempo de Cristo. En inglés existe una buena
traducción moderna, The O: xford
Annotated Apocrypha (RVS), ed. Bruce M. Metzger (Nueva York: Oxford
University Press, 1965). Metzger incluye breves introducciones y útiles
anotaciones a los libros.
La palabra griega apócrifa quiere decir «cosas
ocultas», pero Metzger nota (p. IX) que los eruditos no están seguros de por qué esta palabra se
aplicó a estos escritos.
Una encuesta detallada de los
diferentes puntos de vista de los cristianos respecto a la Apócrifa se halla en
F. F.
Bruce, The Canonof Scripture (Inter Varsity
Press, Downers Grave, m., 1988), pp.
68-97. Un estudio incluso más detallado se halla en Roger Beckwith, The Old Testament Canon ofthe New Testament
Church and Its Background in Early
Judaism (SPCK, Londres, 1985, y Eerdmans,
Grand Rapids, 1986), esp. pp. 338-433. El libro de Beckwith ya se ha
establecido como la obra definitiva sobre el canon del Antiguo Testamento. A la
conclusión de su estudio Beckwith dice: «La inclusión de varias apócrifa y
pseudopígrafa en el canon de los primeros cristianos no se hizo de una manera
en acuerdo o en el periodo más temprano, sino que ocurrió en el cristianismo
gentil, después de que la iglesia rompió con la sinagoga, entre aquellos cuyo
conocimiento del canon cristiano primitivo se estaba volviendo nebuloso». Luego
concluye: e «Sobre la cuestión de la canonicidad de la apócrifa y pseudepígrafe
la evidencia verdaderamente cristiana primitiva es negativa» (pp. 436-437).
De Eusebio, Historia Eclesiástica 4.26.14. Eusebio, quien escribió en1325 d.
C., fue el primer gran historiador de la iglesia. Esta cita es traducida de la
traducción al inglés Kersopp Lake, Eusebius:
The Ecclesiastical History, dos vals. (Heinamann, Londres; y Harvard,
Cambridge, Ma., 1975), 1:393. Es decir, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes y 2 Reyes.
Esto no se refiere al libro apócrifo
llamado Sabiduría de Salomón, sino que es simplemente una descripción más
completa de Proverbios. Eusebio anota en 4.22.9 que los escritores antiguos
comúnmente llamaban Sabiduría a Proverbios.
Esdras incluía a Esdras y Nehemías,
según la manera hebrea común de referirse a libros combinados. Upar alguna
razón había duda en cuanto a la canonicidad de este en algunas partes de la
iglesia primitiva (en el Oriente pero no en Occidente), pero a la larga las
dudas quedaron resueltas, y el uso cristiano a la larga se hizo uniforme con el
concepto judío, que siempre había contado a Ester como parte del canon, aunque
algunos rabinos se habían opuesto por sus propias razones. (DEA la explicación
del concepto judío en Beckwith, Canon,
Pp. 288-297).
Eusebio, Ecclesiastical History 6.15.2. Orígenes murió alrededor del 254
d.C. Orígenes menciona todos los libros del canon presente del Antiguo
Testamento excepto los doce profetas menores (que se contarían como un solo
libro), pero esto deja su lista de «veintidós libros» incompleta en veintiuno,
así que evidentemente la cita de Eusebio es incompleta, por lo menos en la
forma que la tenemos hoy. Eusebio mismo en otras partes repite la afirmación
del historiador judío Josefo de que las Escrituras contenían veintidós libros,
pero nada desde tiempo de Artajerjes (3.10.1-5), y esto excluiría toda la
apócrifa.
B. EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO
El
desarrollo del canon del Nuevo Testamento empieza con los escritos de los Apóstoles.
Hay que recordar que la escritura de las Escrituras primordialmente ocurre en
conexión con los grandes actos de Dios en la historia de la redención.
El
Antiguo Testamento registra e interpreta para nosotros el llamamiento de
Abraham y la vida de sus descendientes, el éxodo de Egipto y el peregrinaje por
el desierto, el establecimiento del pueblo de Dios en la tierra de Canaán, el
establecimiento de la monarquía, y la deportación y el regreso del cautiverio.
Cada uno de estos grandes actos de Dios en la historia se interpreta para
nosotros en las propias palabras de Dios en las Escrituras.
El
Antiguo Testamento cierra con la expectativa del Mesías que vendría (Mal 3:1-4;
4:1-6). La siguiente etapa en la historia de la redención es la venida del Mesías,
y no es sorpresa que no hubieran Escrituras adicionales mientras no tuviera
lugar el siguiente y más grandioso suceso en la historia de la redención.
Por
eso el Nuevo Testamento consiste de los escritos de los apóstoles. Es
primordialmente a los apóstoles a quienes el Espíritu Santo les da la capacidad
de recordar con precisión las palabras y obras de Jesucristo, e interpretarlas
correctamente para las generaciones subsiguientes.
En
Juan 14: 26, Jesús les prometió a sus discípulos este poder (a los que se les
llamó apóstoles después de la resurrección): «Pero el Consolador, el Espíritu
Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y
les hará recordar todo lo que les he dicho». De modo similar, Jesús prometió
más revelación de verdad de parte del Espíritu Santo cuando les dijo a sus
discípulos: «Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda
la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que
oiga y les anunciará las cosas por venir.
Él me
glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes» Gen 16:
13-14). En estos versículos a los discípulos se les promete dones asombrosos
que los capacitarán para escribir las Escrituras: el Espíritu Santo les
enseñaría «toda la verdad», les haría recordar «todo» lo que Jesús había dicho
y los guiaría a «toda la verdad».
Además,
a los que tenían el oficio de apóstol en la iglesia primitiva se les ve
afirmando que tenían una autoridad igual a la de los profetas del Antiguo
Testamento, autoridad para hablar y escribir palabras que eran palabras del
mismo Dios. Pedro anima a sus lectores a recordar «el mandamiento que dio
nuestro Señor y Salvador por medio de los apóstoles» (2ª P 3:2). Mentir a los
apóstoles (Hch 5:2) equivale a mentir al Espíritu Santo (Hch 5: 3) y mentir a
Dios (Hch 5: 4).
Esta
afirmación de ser capaces de hablar palabras que eran palabras de Dios mismo es
especialmente frecuente en los escritos del apóstol Pablo. Él afirma no sólo
que el Espíritu Santo le ha revelado lo que «ningún ojo ha visto, ningún oído
ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para
quienes lo aman» (1ª Co 2: 9), sino que también cuando declara esta revelación
la habla «no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino enseñadas por el
Espíritu, interpretando las cosas espirituales con palabras espirituales» (1ª
Co 2: 13, traducción del autor).
De
modo similar, Pablo les dice a los corintios: «Si alguno se cree profeta o
espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor» (1ª Co
14:37). La palabra que se traduce «esto que» en este versículo es un pronombre
relativo plural en griego (ja) que
se podría traducir más literalmente «las
cosas que les escribo».
De
este modo Pablo afirma que sus directivas a la iglesia de Corinto no son
meramente de su propia cosecha sino un mandamiento del Señor. Más adelante, al
defender su oficio apostólico Pablo dice que les dará a los corintios «una
prueba de que Cristo habla por medio de mí» (2ª Co 13: 3). Otros versículos
similares se podrían mencionar (por ejemplo, Ro 2: 16; Gá 1: 8-9; 1ª Ts 2: 13;
4: 8, 15; 5: 27; 2ª Ts 3:6,14).
Los
apóstoles, entonces, tienen autoridad para escribir palabras que son palabras
del mismo Dios, igual en estatus de verdad y autoridad a las palabras de las
Escrituras del Antiguo Testamento. Hacen esto para escribir, interpretar y
aplicar a la vida de los creyentes las grandes verdades en cuanto a la vida,
muerte y resurrección de Cristo.
No
debería sorprendernos, por consiguiente, hallar algunos de los escritos del
Nuevo Testamento siendo colocados con las Escrituras del Antiguo Testamento
como parte del canon de las Escrituras. De hecho, esto es lo que hallamos en
por lo menos dos casos.
En 2ª
Pedro 3: 16, Pedro muestra no sólo que está consciente de la existencia de los
escritos de Pablo, sino que también está claramente dispuesto a clasificar
«todas sus cartas [de Pablo]» con «las demás Escrituras»; Pedro dice: «Tal como
les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios
le dio.
En
todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos
difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás
Escrituras, para su propia perdición» (2ª P 3:15-16).
La
palabra que se traduce «Escrituras» aquí es grajé, palabra que ocurre cincuenta y una veces en el Nuevo
Testamento y en cada una de esas ocasiones se refiere a las Escrituras del
Antiguo Testamento. Así que la palabra Escrituras
era un término técnico para los autores del Nuevo Testamento, y la
aplicaban sólo a los escritos que pensaban que eran palabras de Dios y por
consiguiente parte del canon de las Escrituras. Pero en este versículo Pedro
clasifica los escritos de Pablo como «las demás Escrituras» (refiriéndose a las
Escrituras del Antiguo Testamento).
Por
consiguiente, Pedro consideraba los escritos de Pablo también como dignos del
título de «Escrituras», y por consiguiente dignos de que se incluyeran en el
canon.
Una
segunda instancia se halla en 1ª Timoteo 5: 17-18. Pablo dice: «Los ancianos
que dirigen bien los asuntos de la iglesia son dignos de doble honor,
especialmente los que dedican sus esfuerzos a la predicación y a la enseñanza. Pues la Escritura dice: "No le
pongas bozal al buey mientras esté trillando", y "El trabajador
merece que se le pague su salario"».
La
primera cita de las «Escrituras» se halla en Deuteronomio 25: 4, pero la
segunda cita, «El trabajador merece que se le pague su salario» no se halla en
ninguna parte del Antiguo Testamento. Aparece eso sí, no obstante, en Lucas
10:7 (con exactamente las mismas palabras en el texto griego). Así que aquí
tenemos a Pablo aparentemente citando una porción del Evangelio de Lucas y
llamándola «Escritura», es decir, algo que se debe considerar como parte del
canon.
En
estos dos pasajes (2ª P 3: 16 y 1ª Ti 5: 17-18) vemos evidencia de que muy
temprano en la historia de la iglesia se empezó a aceptar los escritos del
Nuevo Testamento como parte del canon.
Debido
a que los apóstoles, en virtud de su oficio apostólico, tuvieron autoridad para
escribir palabras de las Escrituras, la iglesia primitiva aceptó como parte del
canon de las Escrituras las auténticas enseñanzas escritas de los apóstoles. Si
aceptamos los argumentos para las nociones tradicionales de autoría de los
escritos del Nuevo Testamento, tenemos la mayor parte del Nuevo Testamento en
el canon debido a la autoría directa de los apóstoles.
Esto
incluiría Mateo, Juan, Romanos a Filemón (todas las Epístolas paulinas),
Santiago; 1 y 2 Pedro; 1, 2 Y 3 Juan, y Apocalipsis. Eso deja cinco libros:
Marcos, Lucas, Hechos, Hebreos y Judas, que no fueron escritos por apóstoles.
Los detalles del proceso histórico por el cual la iglesia primitiva llegó a
contar estos libros como parte de las Escrituras son escasos, pero Marcos,
Lucas y Hechos se reconocieron muy temprano, probablemente debido a la íntima
asociación de Marcos con el apóstol Pedro, y de Lucas (el autor de Lucas y
Hechos) con el apóstol Pablo.
De
modo similar, se aceptó Judas evidentemente en Alguien podría objetar que Pablo
podría estar citando una tradición oral de las palabras de Jesús antes que del
Evangelio de Lucas, pero es dudoso que Pablo llamara «Escrituras» a cualquier
tradición oral, puesto que la palabra (gr, grafé, «escritos») en el uso del Nuevo Testamento siempre se
aplica a textos escritos, y dada la íntima asociación de Pablo con Lucas hace
muy posible que estuviera citando el Evangelio escrito por Lucas.
Lucas
mismo no fue apóstol, pero aquí se le concede a su Evangelio autoridad igual a
la de los escritos apostólicos.
Evidentemente
esto se debió a su íntima asociación con los apóstoles, especialmente Pablo, y
el endoso de su Evangelio de parte de un apóstol.
La
aceptación de Hebreos como canónico la promovieron muchos en la iglesia en base
a que se daba por sentada su autoría paulina. Pero desde los primeros tiempos
hubo otros que rechazaron la autoría paulina a favor de una u otra de varias
sugerencias.
Orígenes,
que murió alrededor del 254 d.C., menciona varias teorías de autoría y
concluye: «Pero, quién en realidad escribió la epístola, sólo Dios lo sabe».
Así que la aceptación de Hebreos como canónico no se debió enteramente a una
creencia en la autoría paulina. Más bien, las cualidades intrínsecas del libro
en sí mismo deben haber convencido finalmente a los primeros lectores, tal como
continúan convenciendo a los creyentes hoy, de que quienquiera que haya sido su
autor humano, su autor en definitiva solo pudo haber sido Dios mismo.
La gloria
majestuosa de Cristo brilla de las páginas de la Epístola a los Hebreos tan
brillantemente que ningún creyente que la lee con seriedad jamás querrá
cuestionar su lugar en el canon.
Esto
nos lleva a la médula del asunto de canonicidad. Para que un libro pertenezca
al canon, es absolutamente necesario que el libro tenga autoría divina. Si las
palabras del libro son palabras de Dios (por medio de autores humanos), y si la
iglesia primitiva, bajo la dirección de los apóstoles, preservó el libro como
parte de las Escrituras, el libro pertenece al canon. Pero si las palabras del
libro no son palabras de Dios, este no pertenece al canon.
La
cuestión de autoría por un apóstol es importante, porque fue primariamente a
los apóstoles a quienes Dios les dio la capacidad de escribir palabras con
absoluta autoridad divina. Si se puede demostrar que un escrito es de un
apóstol, su autoridad divina absoluta queda establecida automáticamente.
Así
que la iglesia primitiva automáticamente aceptó como parte del canon las enseñanzas
escritas de los apóstoles que los apóstoles quisieron preservar como
Escrituras.
Pero
la existencia de algunos escritos del Nuevo Testamento que no fueron de autoría
directa de los apóstoles muestra que hubo otros en la iglesia primitiva a
quienes Dios también les dio la capacidad, por obra del Espíritu Santo, de
escribir palabras que eran palabras de Dios, y por consiguiente con el
propósito de que fueran parte del canon. En estos casos, la iglesia primitiva
tuvo la tarea de reconocer cuáles escritos tenían las características de ser
palabras de Dios (expresadas a través de autores humanos).
Es
también un probable que los mismos apóstoles en vida dieron alguna dirección a
las iglesias respecto a cuáles obras proponían que se preserva y se usen como
Escrituras en las iglesias (vea 1ª Co 14: 16; 2ª Ts 3: 14; 2ª P 3: 16).
Evidentemente
hubo algunos escritos que tuvieron autoridad divina absoluta pero que los
apóstoles decidieron no preservar como «Escrituras» para las iglesias (tales
como la «carta previa» a los Corintios; vea 1ª Co 5:9).
Es
más, los apóstoles dieron mucha enseñanza oral, que tenía autoridad divina (vea
2ª Ts 2: 15) pero que no se escribió ni preservó como Escrituras. De este modo,
además de la autoría apostólica, la preservación de parte de la iglesia bajo la
dirección de los apóstoles fue necesaria para que una obra se incluya en el
canon.
Para
algunos de los libros (por lo menos Marcos, Lucas y Hechos, y tal vez Hebreos y
Judas también), la iglesia tuvo, por lo menos en algunos aspectos, el
testimonio personal de algunos de los apóstoles que todavía vivían que
respaldaban la autoridad divina absoluta de estos libros. Por ejemplo, Pablo
habría respaldado la autenticidad de Lucas y Hechos, y Pedro habría respaldado
la autenticidad de Marcos como que contenía el evangelio que él mismo
predicaba.
En
otros casos, y en algunas regiones geográficas, la iglesia simplemente tuvo que
decidir si oía la voz de Dios mismo hablando en las palabras de esos escritos.
En estos casos, las palabras de los libros habrían sido autoatestiguadoras; es decir, las palabras habrían dado
testimonio de su propia autoría divina conforme los cristianos las leían.
Esto
parece haber sido el caso de Hebreos. No debe ser sorpresa para nosotros que la
iglesia primitiva pudiera reconocer Hebreos y otros escritos, no escritos por
los apóstoles, como palabras de Dios.
¿Acaso
Jesús no había dicho: «Mis ovejas oyen mi voz» Gn 10: 27)? Por consiguiente, No
se debe pensar que es imposible o improbable que la iglesia primitiva pudiera
haber usado una combinación de factores, incluyendo el endoso apostólico,
congruencia con el resto de las Escrituras, y la percepción de que un escrito
era «inspirado por Dios» de parte de una abrumadora mayoría de los creyentes,
para decidir que un escrito era en efecto palabras de Dios (expresadas a través
de un autor humano) y por consiguiente digno de que se incluya en el canon.
Tampoco
se debe tener como improbable que la iglesia pudiera haber usado este proceso a
lo largo de un período de tiempo -conforme los escritos circulaban por varias
partes de la iglesia primitiva- y finalmente llegara a una decisión
completamente correcta, sin excluir ningún escrito que fue en efecto «inspirado
por Dios» y sin incluir ninguno que no lo fue.
En el
367 d.C. la trigésima novena carta pascual de Atanasio contenía una lista
exacta de los veintisiete libros del Nuevo Testamento que tenemos hoy. Esta era
la lista de libros aceptados por las iglesias en la parte oriental del mundo
mediterráneo.
Treinta
años más tarde, en el 397 d.C., el concilio de Cartago, representando a las
iglesias en la parte occidental del mundo mediterráneo, concordó con las
iglesias orientales respecto a la misma lista. Estas son las listas finales más
tempranas de nuestro canon del día presente.
¿Deberíamos
esperar que se añada algún otro escrito al canon? La frase que abre Hebreos
pone esta cuestión en la perspectiva histórica apropiada, la perspectiva de la
historia de la redención: «Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros
antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales
nos ha hablado por medio de su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por
medio de él hizo el universo» (Heb 1: 1-2).
En
contraste entre el hablar anterior «en otras épocas» por los profetas y el
reciente hablar «en estos días finales» sugiere que el hablar de Dios a
nosotros por su Hijo es la culminación de su hablar a la humanidad y es la
revelación más grande y final a la humanidad en este período de la historia de
la redención.
La
grandeza En este punto no estoy considerando el asunto de variantes textuales
(es decir, las diferencias en palabras y frases individuales que se hallan
entre las muchas copias antiguas de las Escrituras que todavía existen). Este
asunto se trata en el capítulo 53 excepcional de la revelación que viene por el
Hijo excede con mucho cualquier revelación del antiguo pacto, y se recalca vez
tras vez en los capítulos 1 y 2 de Hebreos.
Estos
hechos indican que hay una finalidad en la revelación de Dios en Cristo, y que
una vez que esa revelación ha quedado completa, no se debe esperar más.
Pero,
¿dónde aprendemos en cuanto a esta revelación por medio de Cristo? Los escritos
del Nuevo Testamento contienen la interpretación final, autoritativa y suficiente
de la obra de Cristo en la redención. Los apóstoles y sus compañeros más
íntimos informan las palabras y obras de Cristo y las interpretan con autoridad
divina absoluta. Cuando terminaron sus escritos, nada más hay que añadir con la
misma autoridad divina absoluta.
Así
que una vez que los escritos de los apóstoles del Nuevo Testamento y sus
compañeros autorizados quedaron completos, tenemos en forma escrita el registro
final de todo lo que Dios quiere que sepamos en cuanto a la vida, muerte y resurrección
de Cristo, y su significado para la vida de los creyentes de todos los tiempos.
Puesto que ésta es la más grande revelación de Dios para la humanidad, no se
debe esperar más una vez que esto quedó completo.
De
esta manera, entonces, Hebreos 1: 1-2 nos muestra por qué no se deben añadir
más escritos a la Biblia después de los tiempos del Nuevo Testamento. El canon
ya está cerrado.
Una
consideración de tipo similar se puede derivar de Apocalipsis 22: 18-19: A todo
el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto
esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en
este libro. Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le
quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este
libro.
La
referencia primaria de estos versículos es claramente al mismo libro de
Apocalipsis, porque Juan se refiere a su escrito como «palabras de este libro
de profecía» en el versículo 7 y 10 de este capítulo (y al libro entero se le
llama profecía en Ap 1: 3). Es más, la referencia al «árbol de la vida y, la
ciudad santa, descritos en este libro» indica que se refiere al mismo libro de
Apocalipsis.
No es
accidente, sin embargo, que esta afirmación venga al final del último capítulo
de Apocalipsis, y que Apocalipsis sea el último libro en el Nuevo Testamento.
De
hecho, Apocalipsis tuvo que ser colocado en último lugar en el canon. El orden
en que muchos libros se colocaron en el canon es de poca consecuencia. Pero así
como Génesis se debe colocar primero (porque nos habla de la creación), así
Apocalipsis se debe colocar último (porque su enfoque es decirnos el futuro y
de la nueva creación divina).
Los
eventos descritos en Apocalipsis son históricamente subsiguientes a los eventos
descritos en el resto del Nuevo Testamento y exige que Apocalipsis se coloque
donde está. De este modo, no es inapropiado que entendamos esta
excepcionalmente fuerte advertencia al final de Apocalipsis como aplicándose de
una manera secundaria a todas las Escrituras. Colocada allí, donde debe estar
colocada, la advertencia forma una conclusión apropiada a todo el canon de las
Escrituras. Junto con Hebreos 1: 1-2 y la perspectiva de la historia de la
redención implícita en estos versículos, esta aplicación más amplia de
Apocalipsis 22:18-19 también nos sugiere que no debemos esperar más Escrituras
que se añadan más allá de las que ya tenemos.
¿CÓMO SABEMOS, ENTONCES, QUE TENEMOS LOS LIBROS QUE DEBEMOS TENER EN EL
CANON DE LAS ESCRITURAS?
La
pregunta se puede contestar de dos maneras diferentes.
Primero, si preguntamos en qué debemos basar nuestra
confianza, la respuesta en última instancia debe ser que nuestra confianza se
basa en la fidelidad de Dios. Sabemos que Dios ama a su pueblo, y es de suprema
importancia que el pueblo de Dios tenga
las propias palabras de Dios, porque son nuestra vida (Dt 32: 47; Mt 4: 4).
Son
más preciosas, y más importantes para nosotros que todo lo demás del mundo.
También
sabemos que Dios nuestro Padre tiene las riendas de la historia, y no es la
clase de Padre que nos hará trampas o no nos será fiel, o que nos privará de
algo que absolutamente necesitamos.
La
severidad de los castigos que menciona Apocalipsis 22: 18-19 que les vendrán a
los que añadan o quiten de las palabras de Dios también confirma la importancia
de que el pueblo de Dios tenga un canon correcto. No puede haber castigos más
grandes que éstos, porque son castigos de castigo eterno.
Esto
muestra que Dios mismo asigna valor supremo a que tengamos una colección
correcta de los escritos inspirados por Dios, ni más ni menos. A la luz de este
hecho, ¿podría ser correcto que creamos que Dios nuestro Padre, que controla
toda la historia, permitiría que toda su iglesia esté por casi 2000 años
privada de algo que él mismo valora tan altamente y que es tan necesario para
nuestras vidas espirituales?
La
preservación y compilación correcta del canon de las Escrituras en última
instancia deben verla los creyentes, entonces, no como parte de la historia de
la iglesia subsecuente a los grandes actos centrales de Dios de la redención de
su pueblo, sino como una parte integral de la historia de la redención misma.
Así
como Dios obró en la creación, en el llamado del pueblo de Israel, en la vida,
muerte y resurrección de Cristo, y en la obra inicial y escritos de los
apóstoles, Dios obró en la preservación y compilación de los libros de las
Escrituras para beneficio de su pueblo por toda la edad de la iglesia. En
definitiva, entonces, basamos nuestra confianza en la corrección de nuestro
canon presente en la fidelidad de Dios.
La
pregunta de cómo sabemos que tenemos los libros que debemos tener puede, en
segundo lugar, contestarse de una manera algo diferente. Podemos querer
enfocamos en el proceso por el cual nos hemos persuadido de que los libros que
tenemos ahora en el canon son los precisos. En este proceso dos factores
intervienen: la actividad del Espíritu Santo que nos convence al leer las
Escrituras por nosotros mismos, y la información histórica que tenemos
disponible para nuestra consideración.
Al
leer la Biblia. el Espíritu Santo obra para convencemos de que los libros que
tenemos en las Escrituras son todos de Dios y que son palabras suyas para
nosotros. Ha sido el testimonio de los cristianos por todas las edades que al
leer los libros de la Biblia, las palabras de las Escrituras les hablan al
corazón como ningún otro libro. Día tras día, año tras año, los creyentes
hallan que las palabras de la Biblia son en verdad palabras de Dios que les
hablan con una autoridad, poder y persuasión que ningún otro escrito posee.
Verdaderamente
la Palabra de Dios es «viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de
dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la
médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (
Heb 4: 12).
Sin
embargo el proceso por el cual nos persuadimos de que el canon presente es
correcto también recibe ayuda de la información histórica. Por supuesto, si la
compilación del canon fue una parte de los actos centrales de Dios en la
historia de la redención (como indicamos arriba), los cristianos de hoy no
deben tener el atrevimiento de añadir o sustraer de los libros del canon.
El
proceso quedó completo hace mucho tiempo. No obstante, una investigación cabal
de las circunstancias históricas que rodearon la compilación del canon es útil
para confirmar nuestra convicción de que las decisiones tomadas por la iglesia
primitiva fueron decisiones correctas.
Algo
de esta información histórica ya se ha mencionado en las páginas precedentes.
Otra información, más detallada, está disponible para los que desean emprender
investigaciones más especializadas.
Sin
embargo se debe mencionar otro hecho histórico adicional. Hoy no existe ningún
candidato fuerte para añadirse al canon ni ninguna objeción fuerte contra algún
libro que ya está en el canon. De los escritos que algunos de la iglesia
primitiva quisieron incluir en el canon, es seguro decir que ninguno de los evangélicos
del día presente lo querrían incluir. Algunos de los escritores más tempranos
se distinguieron muy claramente de los apóstoles, y sus escritos de los
escritos de los apóstoles.
Ignacio,
por ejemplo, alrededor del 110 d.C., dijo: «No les ordeno como les ordenó Pedro
y Pablo; ellos fueron apóstoles y
yo soy un convicto; ellos eran libres, y yo hasta ahora soy esclavo» (Ignacio, A los romanos 4.3; compare la actitud
hacia los apóstoles en 1ª Clemente 42. 1, 2; 44: 1-2 [95 d.C.]; Ignacio, A los magnesianos 7: 1; 13: 1-2; et
al.).
Incluso
los escritos que por un tiempo algunos pensaban que merecían que se los
incluyera en el canon contienen enseñanza doctrinal contradictoria al resto de
las Escrituras. «El Pastor» de Hermas, por ejemplo, enseña «la necesidad de la
penitencia» y «la posibilidad de perdón de pecados por lo menos una vez después
del bautismo.
El
autor parece identificar al Espíritu Santo con el Hijo de Dios antes de la
encarnación, y sostener que la Trinidad surgió sólo después de que la humanidad
de Cristo había sido llevada al cielo» El Evangelio de Tomás, que algunos por un tiempo sostuvieron que
pertenecía al canon, termina con la siguiente afirmación absurda,.
Simón
Pedro les dijo: «Dejen que María se vaya de nosotros, porque las mujeres no
merecen vivir». Jesús dijo: «He aquí, yo la guiaré, para poder hacerla varón,
para que ella también pueda llegar a ser un espíritu viviente, parecido a
ustedes varones. Porque toda mujer que se hace a sí misma varón entrará en el
reino de los cielos».
Todos
los otros documentos existentes que en la iglesia primitiva tuvieron alguna
posibilidad de que se los incluyera en el canon son similares a éstos en que
bien contienen renuncias explícitas de status canónico o incluyen alguna
aberración doctrinal que claramente los hace indignos de que se los incluya en
la Biblia.
Por
otro lado, no hay ninguna objeción fuerte contra ningún libro que al presente
consta en el canon. En el caso de varios libros del Nuevo Testamento que se
demoraron en obtener la aprobación de la iglesia entera (libros tales como 2ª
Pedro o 2 y 3 Juan), mucha de la vacilación inicial en cuanto a incluirlos se
puede atribuir al hecho de que al principio no circularon ampliamente, y que el
conocimiento total del contenido de todos los escritos del Nuevo Testamento se
esparció por la iglesia más bien lentamente.
(La
vacilación de Martín Lutero en cuanto a Santiago es muy entendible en vista de
la controversia doctrinal en que estaba involucrado, pero tal vacilación no fue
ciertamente necesaria. Lo que parece ser conflicto doctrinal con la enseñanza
de Pablo se resuelve fácilmente una vez que se reconoce que Santiago está
usando tres términos clave, justificación,
fe y obras en sentidos
diferentes a los que Pablo los usa).
Hay,
por consiguiente, confirmación histórica de la corrección del canon presente.
Sin embargo se debe recordar en conexión con cualquier investigación histórica
que el propósito de la iglesia primitiva no era otorgar autoridad divina o
incluso autoridad eclesiástica a escritos meramente humanos, sino más bien
reconocer la característica de autoría divina de escritos que ya tenían tal
calidad.
Esto
se debe a que el criterio supremo de la canonicidad es la autoría divina, no la
aprobación humana o eclesiástica.
En
este punto alguien pudiera hacer una pregunta hipotética en cuanto a qué
haríamos si se descubriera, por ejemplo, alguna epístola de Pablo. ¿Se añadiría
a las Escrituras? Esta es una pregunta dificil, porque intervienen dos
consideraciones conflictivas. Por un lado, si una gran mayoría de los creyentes
se convencieran de que en verdad fue una epístola paulina auténtica, escrita
por Pablo en el curso de su oficio apostólico, la naturaleza de la autoridad
apostólica de Pablo garantizaría que el escrito es palabra de Dios (tanto como
las de Pablo), y que su enseñanza es congruente con el resto de las Escrituras.
Pero
el hecho de que no fue preservada como parte del canon indicaría que no estuvo
entre los escritos que los apóstoles querían que la iglesia preservara como parte
de las Escrituras. Es más, se debe decir de inmediato que tal pregunta
hipotética es simplemente eso: hipotética.
Es
excepcionalmente dificil imaginar qué clase de información histórica se podría
descubrir que pudiera demostrar convincentemente a la iglesia como un todo que
una carta perdida por más de 1900 años fue de la autoría genuina de Pablo, y
todavía más dificil entender cómo nuestro Dios soberano pudo haber cuidado
fielmente a su pueblo por más de 1900 años y con todo permitir que estuvieran privados
continuamente de algo que él propuso que tuvieran como parte de su revelación
final de sí mismo en Jesucristo.
Estas
consideraciones hacen altamente improbable que un manuscrito así se descubra en
algún momento en el futuro, y que una pregunta hipotética como esa en realidad
no merece ninguna otra consideración seria.
En
conclusión, ¿hay algún libro en nuestro canon actual que no debería estar allí?
No. Podemos apoyar nuestra confianza respecto a este hecho en la fidelidad de
Dios nuestro Padre, que no guiaría a todo su pueblo por casi 2000 años a tener
como palabra suya algo que no lo es. Y hallamos nuestra confianza repetidamente
confirmada tanto por la investigación histórica y por la obra del Espíritu
Santo al capacitarnos para oír la voz de Dios de una manera única al leer de
cada uno de los sesenta y seis libros en el canon presente de las Escrituras.
Pero,
¿hay algún libro que falta, libro que se debería haber incluido en las
Escrituras pero que no se lo incluyó? La respuesta debe ser no. En toda la
literatura conocida no hay ningún candidato que siquiera se acerque a las
Escrituras cuando seda consideración a su congruencia doctrinal con el resto de
las Escrituras y al tipo de autoridad que afirma tener (tanto como la manera en
que esas afirmaciones de autoridad han sido recibidas por otros creyentes).
De
nuevo, la fidelidad de Dios a su pueblo nos convence de que nada falta en las
Escrituras que Dios piense que necesitamos saber para obedecerle y confiar en
él plenamente. El canon de las Escrituras hoyes exactamente lo que Dios quería
que fuera, y se quedará de esa manera hasta que Cristo vuelva.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN
PERSONAL
1. ¿Por qué es importante para su vida cristiana saber cuáles escritos son
palabras de Dios y cuáles no lo son? ¿Cómo sería diferente su relación con Dios
si tuviera que buscar sus palabras esparcidas entre todos los escritos de los
cristianos a través de toda la historia de la iglesia? ¿Cómo sería diferente su
vida cristiana si las palabras de Dios estuvieran contenidas no sólo en la
Biblia, sino también en las declaraciones oficiales de la iglesia a través de
la historia?
2. ¿Ha tenido usted alguna duda o preguntas en cuanto a la canonicidad de
algún libro de la Biblia? ¿Qué motivó esas preguntas? ¿Qué debe hacer uno para
resolverlas?
3. Mormones, Testigos de Jehová y miembros de otras sectas han aducido
revelaciones de Dios en el día presente que ellos consideran iguales a la
Biblia en autoridad. ¿Qué razones puede dar usted para indicar la falsedad de
esas afirmaciones? En la práctica, ¿tratan esas personas a la Biblia como con
igual autoridad igual a la de esas otras «revelaciones»?
4. Si usted nunca ha leído alguna parte de los apócrifos del Antiguo
Testamento, tal vez quiera leer algunas secciones. ¿Piensa usted que puede
confiar en esos escritos de la misma manera en que confía en la Biblia? Compare
los efectos de estos escritos sobre usted y el efecto de la Biblia sobre usted.
Tal vez usted quiera hacer una comparación similar con algunos escritos de una
colección de libros llamados los apócrifos del Nuevo Testamento, o tal vez del Libro de Mormón o el Corán. ¿Es el efecto espiritual de
estos escritos sobre su vida positivo o negativo? ¿Cómo se compara eso con el
efecto espiritual que la Biblia ejerce sobre su vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Apócrifa,
apóstol, auto-atestiguador, canon, canónico, historia de la redención,
inspirado por Dios pacto
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Hebreos 1: 1-2: Dios, Que Muchas Veces Y De Varias Maneras Habló A Nuestros Antepasados
En Otras Épocas Por Medio De Los Profetas, En Estos Días Finales Nos Ha Hablado
Por Medio De Su Hijo. A Éste Lo Designó Heredero De Todo, Y Por Medio De Él
Hizo El Universo.
CAPÍTULO 3
LAS
CUATRO CARACTERÍSTICAS DE LAS ESCRITURAS:
¿CÓMO SABEMOS QUE LA BIBLIA ES
LA PALABRA DE DIOS?
En el
capítulo previo nuestro objetivo fue determinar cuáles escritos pertenecen a la
Biblia y cuáles no. Pero una vez que hemos determinado qué es la Biblia,
nuestro siguiente paso es preguntar cómo es ella. ¿Qué nos enseña toda la
Biblia respecto a sí misma?
Las
principales enseñanzas de la Biblia en cuanto a sí misma se pueden clasificar
en cuatro características (a veces llamadas atributos):
(1) LA AUTORIDAD DE LAS ESCRITURAS,
(2) LA CLARIDAD DE LAS ESCRITURAS,
(3) LA NECESIDAD DE LAS ESCRITURAS Y;
(4) LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS.
Con
respecto a la primera característica, la mayoría de los cristianos estaría de
acuerdo en que la Biblia es nuestra autoridad en algún sentido. Pero ¿en qué
sentido afirma la Biblia ser nuestra autoridad? Y¿ cómo nos persuadimos de que
las afirmaciones de la Biblia en cuanto a ser la Palabra de Dios son verdad? Estas
son las preguntas que se consideran en este capítulo.
La autoridad de las Escrituras quiere decir que
todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios de tal manera que no creer
o desobedecer alguna palabra de las Escrituras es no creer o desobedecer a
Dios.
ESTA DEFINICIÓN SE PUEDE
AHORA EXAMINAR EN SUS VARIAS PARTES.
A. TODAS LAS PALABRAS DE LAS
ESCRITURAS SON PALABRAS DE DIOS
1. ESTO ES LO QUE LA BIBLIA AFIRMA EN CUANTO A SÍ MISMA.
Hay
frecuentes afirmaciones en la Biblia de que todas las palabras de las
Escrituras son palabras de Dios (como también que fueron escritas por
hombres).1 En el Antiguo Testamento esto se ve frecuentemente en la frase
introductoria: «Así dice el Señor», que aparece cientos de veces. En el mundo
del Antiguo Testamento esta frase se habría reconocido como idéntica en forma a
la frase «Así dice el rey», que se usaba como prefacio en los edictos de un rey
a sus súbditos, edicto que no se podía cuestionar.
Por
supuesto, no quiero decir que toda palabra de las Escrituras fue dicha
audiblemente por Dios mismo, puesto que la Biblia registra las palabras de
cientos de diferentes personas, tales como el rey David y Pedro, e incluso el
mismo Satanás.
Pero
si quiero decir que incluso las citas de otros son informes de Dios de lo que dijeron, y,
correctamente interpretadas en sus contextos, vienen a nosotros con la
autoridad de Dios.
Poner
en tela de duda sino que simplemente había que obedecer. Así que cuando los
profetas dicen: «Así dice el Señor», están afirmando ser mensajeros del Rey soberano de Israel, es decir, Dios
mismo, y están afirmando que sus palabras son absolutamente palabras
autoritativas de Dios. Cuando el profeta hablaba en el nombre de Dios de esta
manera, toda palabra que decía tenía que ser de Dios, o sería un falso profeta,
(Nm 22: 38; Dt 18: 18-20; Jer 1: 9; 14: 14; 23: 16-22; 29: 31-32; Ez 2:7; 13:
1-16).
Es
más, se dice que Dios a menudo hablaba «a través» del profeta (1ª R 14: 18; 16:
12,34; 2ª R 9:36; 14:25;Jer 37: 2; Zac 7: 7, 12). Por tanto, lo que el profeta
decía en el nombre de Dios, Dios lo decía (1ª R 13: 26 con v. 21; 1ª R 21: 19
con 2ª R 9: 25-26; Hag 1: 12;. 1ª S 15: 3, 18).
En
estas y otras instancias en el Antiguo Testamento, a las palabras que los
profetas dijeron uno puede igualmente referirse como palabras que Dios mismo
dijo. Así que no creer o desobedecer algo que el profeta decía era no creer o
desobedecer a Dios mismo (Dt 18: 19; 1ª S 10: 8; 13: 13-14; 15: 3, 19, 23; 1ª R
20: 35, 36).
Estos
versículos, por supuesto, no aducen que todas
las palabras del Antiguo Testamento son palabras de Dios, porque estos
versículos mismos se refieren sólo a secciones específicas de palabras dichas o
escritas en el Antiguo Testamento.
Pero
la fuerza acumulativa de estos pasajes, incluyendo los cientos de pasajes que
empiezan con «Así dice el Señor», es demostrar que dentro del Antiguo
Testamento tenemos registros escritos de palabras que se dicen ser las propias
palabras de Dios. Estas palabras al ser escritas constituyen grandes secciones
del Antiguo Testamento.
En el
Nuevo Testamento varios pasajes indican que se pensaba que todos los escritos
del Antiguo Testamento eran palabras de Dios. 2ª Timoteo 3:16 dice: «Toda la
Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para
corregir y para instruir en la justicia.
Aquí
«Escritura» (grafé) se debe
referir a las palabras escritas del Antiguo Testamento, porque eso es a lo que
la palabra grafé se refiere en cada una de sus cincuenta y una ocasiones en que
aparece en el Nuevo Testamento. Es más, las «Sagradas Escrituras» del Antiguo
Testamento es a lo que Pablo acaba de referirse en el versículo 15.
Pablo
afirma aquí que todos los escritos del Antiguo Testamento son teopneustós, «inspirados por Dios».
Puesto que son escritos de los que se dice que son «inspirados», esta
inspiración se debe entender como una metáfora de pronunciar las palabras de las Escrituras. Este
versículo, pues, indica en forma breve lo que es evidente en muchos pasajes del Antiguo Testamento: se
consideran los escritos del Antiguo
Testamento como palabras de Dios en forma escrita. Para toda palabra del Antiguo Testamento, Dios es el
que la habló (y todavía habla), aunque Dios usó agentes humanos para escribir estas palabras.
Una
indicación similar del carácter de todos los escritos del Antiguo Testamento
como palabras de Dios se halla en 2ª Pedro 1:21. Hablando de las profecías de
las Escrituras (v. 20), lo que quiere decir por lo menos las Escrituras del
Antiguo Testamento a las cuales Pedro anima a sus lectores a prestar atención
cuidadosa (v. 19), Pedro dice que ninguna de estas profecías jamás «ha tenido
su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo».
No es
la intención de Pedro negar completamente la voluntad o personalidad humanas en
el hecho de escribir las Escrituras (dice que los hombres «hablaron»), sino más
bien decir que la fuente suprema de toda profecía nunca fue decisión del hombre
respecto a lo que quería escribir, sino más la acción del Espíritu Santo en la
vida del profeta, puesta en práctica de maneras no especificadas aquí (o, para
el caso, en ninguna parte de la Biblia).
Esto
indica una creencia de que todas las profecías del Antiguo Testamento (y, a la
luz de los vv. 19-20, esto probablemente incluye todas las Escrituras del
Antiguo Testamento) son dichas «por Dios»; es decir, son las palabras de Dios
mismo.
Muchos
otros pasajes del Nuevo Testamento hablan de manera similar en cuanto a secciones
del Antiguo Testamento. En Mateo 1: 22 se citan las palabras de Isaías 7:14
como: (lo que el Señor había dicho por
medio del profeta».
En
Mateo 4:4 Jesús le dice al diablo: «"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». En el
contexto de las repetidas citas de Deuteronomio que Jesús utiliza para
responder a toda tentación, las palabras que proceden «de la boca de Dios» son
las Escrituras del Antiguo Testamento.
En
Mateo 19: 5 Jesús cita las palabras del autor de Génesis 2:24, no atribuidas a
Dios en el relato de Génesis, como palabras que Dios «dijo».
En
Marcos 7: 9-13 al mismo pasaje del Antiguo Testamento se le puede llamar
intercambiablemente «el mandamiento de Dios», o 10 que «Moisés dijo», o «la
palabra de Dios».
En
Hechos 1: 16 se dice que las palabras de los salmos 69 y 109 son palabras que
«por boca de David, había predicho el
Espíritu Santo». Así que se dice que las palabras de las Escrituras son
palabras del Espíritu Santo. En Hechos 2:16-17, al citar «lo que anunció el
profeta Joel de Joel 2: 28-32, Pedro inserta «dice Dios», atribuyendo de este
modo a Dios las palabras escritas por Joel, y afirmando que Dios está
diciéndolas al presente.
Se
podría citar muchos otros pasajes (vea Lc 1: 70; 24: 25; Jn 5: 45-47; Hch 3:
18, 21; 4: 25; 13: 47; 28: 25; Ro 1: 2; 3: 2; 9:17; 1ª Co 9: 8-10; Heb 1:
1-2,6-7), pero el patrón Teología sistemáticas más viejas usan las palabras inspirada e inspiración para hablar del hecho de que las palabras de las
Escrituras fueron dichas por Dios.
Esta
terminología se basa especialmente en una antigua traducción de 2ª Ti 3: 2 16,
que dice: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (RVR). Sin embargo, la
palabra inspiración tiene un
sentido tan débil en el uso ordinario hoy (todo poeta o compositor aduce estar
«inspirado» para escribir, e incluso de los atletas se dice que rindieron un
desempeño «inspirado») que no la he usado en este texto.
He
preferido la traducción de la NVI de 2ª Timoteo 3: 16: «Toda la Escritura es
inspirada por Dios», y he usado otras expresiones para decir que las palabras
de las Escrituras son las mismas palabras de Dios. La antigua frase
«inspiración plenaria» quería
decir que todas las palabras de las Escrituras son palabras de Dios (la palabra
plenaria quiere decir
«completa»), hecho que afirmo en este capítulo sin usar la frase.
De
atribuir a Dios las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento debe ser
muy claro. Es más, en varios lugares se dice que todas las palabras de los profetas o las palabras de las
Escrituras del Antiguo Testamento son para que las creamos o que proceden de
Dios (vea Lc 24: 25, 27, 44; Hch 3: 18; 24: 14; Ro 15: 4).
Pero
si Pablo quería decir sólo los escritos del Antiguo Testamento cuando se
refirió a «Escrituras» en 2ª Timoteo 3: 16, ¿cómo se puede aplicar eso a los
escritos del Nuevo Testamento por igual? ¿Dice ese pasaje algo en cuanto al
carácter de los escritos del Nuevo Testamento? Para responder esa pregunta
debemos darnos cuenta de que la palabra griega
grafé (Escrituras) era un término técnico para los escritos del Nuevo
Testamento y tenía un significado muy especializado.
Aunque
se usa cincuenta y una veces en el Nuevo Testamento, cada una de esas instancias
se refiere a escritos del Antiguo Testamento, no a ninguna otra palabra o
escritos fuera del canon de las Escrituras. Por tanto, todo lo que pertenecía a
la categoría de «Escrituras» tenía el carácter de ser «inspirado por Dios»; sus
palabras eran palabras de Dios mismo.
Pero
en dos lugares del Nuevo Testamento vemos también que se llama «Escrituras» al
Nuevo Testamento a la par de los escritos del Antiguo Testamento. Como notamos
en el capítulo 3, en 2ª Pedro 3: 16 Pedro muestra no sólo tener conocimiento de
la existencia de Epístolas escritas por Pablo, sino también una clara
disposición a clasificar «todas sus epístolas [de Pablo)» con «las otras
Escrituras».
Esta
es una indicación de que muy temprano en la historia de la iglesia cristiana se
consideraban todas las Epístolas de Pablo como palabras de Dios escritas en el
mismo sentido que se consideraban los textos del Antiguo Testamento. En forma
similar, en 1ª Timoteo 5: 18 Pablo cita las palabras de Jesús según se halla en
Lucas 10: 7 y las llama «Escrituras».
Estos
dos pasajes tomados juntos indican que durante el tiempo en que se estaban
escribiendo los documentos del Nuevo Testamento se tenía conciencia de que se
estaban haciendo adiciones a
esta categoría especial de escritos llamados «Escrituras», que eran escritos
que tenían el carácter de ser palabras de Dios mismo. Así que una vez que
establecemos que un escrito del Nuevo Testamento pertenece a la categoría
especial de «Escrituras», tenemos razón para aplicar también 2ª Timoteo 3: 16 a
esos escritos, y decir que esos escritos también tienen la característica que
Pablo atribuye a «todas las Escrituras»: es «inspirada por Dios», y todas sus
palabras son palabras de Dios mismo.
Hay
alguna evidencia adicional de que los escritores del Nuevo Testamento pensaban
que sus propios escritos (no simplemente los del Antiguo Testamento eran
palabras de Dios? En algunos casos, los hay. En 1ª Corintios 14:37 Pablo dice:
«Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor». Pablo aquí ha instituido una serie de reglas para el
culto en la iglesia de Corinto y ha afirmado que son «mandatos del Señor»,
porque la frase que se traduce «esto que les escribo» contiene un pronombre
griego plural relativo (já) y
se traduce más literalmente: «las
cosas que les escribo son mandatos del Señor».
Una
objeción en cuanto a ver las palabras de los escritores del Nuevo Testamento
como palabras de Dios se toma a veces de 1 Corintios 7:12, en donde Pablo hace
distinción entre sus palabras y las palabras del Señor: «A los demás les digo
yo (no es mandamiento del Señor)». Sin embargo, una interpretación apropiada de
este pasaje se obtiene de los versículos 25 y 40. En el versículo 25 Pablo dice
que no tiene mandamiento del Señor respecto a los solteros sino que está dando
su propia opinión. Esto debe querer indicar que él no tenía conocimiento de nada que Jesús hubiera dicho sobre este tema y
probablemente también que no había recibido ninguna revelación subsecuente de
Jesús al respecto.
Esto
es diferente de la situación del versículo 10, en donde simplemente podría
repetir el contenido de la enseñanza terrenal de Jesús: «que la mujer no se
separe de su esposo». Por tanto, el versículo 12 debe querer decir que Pablo no tenía ningún registro de ninguna
enseñanza terrenal de Jesús sobre
el tema del creyente casado con una esposa que no era creyente.
Por
consiguiente, Pablo da sus propias instrucciones: «A los demás les digo yo (no es mandamiento del Señor): Si algún
hermano tiene una esposa que no es creyente, y ella consiente en vivir con él,
que no se divorcie de ella» (1ª Co 7: 12).
Es
impresionante, por consiguiente, que Pablo puede seguir en los versículos 12-15
a dar varias normas éticas específicas a los corintios. ¿Qué le dio el derecho
de hacer tales mandamientos morales? Él dice que habla «como quien por la
misericordia del Señor es digno de confianza» (1ª Co 7:25). Parece implicar
aquí que sus opiniones podían colocarse en el mismo nivel autoritativo de las
palabras de Jesús.
Por tanto,
1 Corintios 7:12, «a los demás les digo yo (no es mandamiento del Señor) es una
afirmación asombrosamente fuerte de la propia autoridad de Pablo; si él no
tenía ninguna palabra de Jesús que se aplicara a alguna situación, usaba las
propias, porque sus propias palabras ¡tenían igual autoridad que las palabras
de Jesús!
Indicaciones
de una noción similar respecto a los escritos del Nuevo Testamento se hallan en
Juan 14: 26 y 16: 13, en donde Jesús prometió que el Espíritu Santo les haría
recordar a los discípulos todo lo que él les había dicho y les guiaría a toda
la verdad. Esto indica una obra especial de superintendencia del Espíritu Santo
por la cual los discípulos podrían recordar y anotar sin error todo lo que
Jesús les había dicho.
Indicaciones
similares se hallan también en 2ª Pedro 3:2; 1ª Corintios 2: 13; 1ª
Tesalonicenses 4: 15, y Apocalipsis 22: 18-19.
2. ESTAMOS CONVENCIDOS DE LAS AFIRMACIONES DE LA BIBLIA DE QUE ES LA
PALABRA DE DIOS AL LEER LA BIBLIA.
Una
cosa es afirmar que la Biblia afirma ser
la Palabra de Dios; es otra cosa estar convencido de que esas afirmaciones son
ciertas. Nuestra convicción suprema de que las palabras de la Biblia son
Palabra de Dios viene sólo cuando el Espíritu Santo habla en la Biblia y mediante las palabras de la Biblia a
nuestros corazones y nos da una seguridad interna de que esas son palabras de
nuestro Creador hablándonos.
Poco
después de que Pablo ha explicado que su discurso apostólico consiste de
palabras enseñadas por el Espíritu Santo (1ª Co 2: 13), dice: «El que no tiene
el Espíritu no acepta las cosas que proceden del Espíritu de Dios, pues para él
es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente» (1ª
Co 2: 14). Sin la obra del Espíritu de Dios, una persona no recibirá verdades
espirituales y en particular no recibirá ni aceptará la verdad de que las
palabras de las Escrituras son en realidad palabras de Dios.
Pero
en las personas en quienes el Espíritu de Dios está obrando hay un
reconocimiento de que las palabras de la Biblia son palabras de Dios. Este
proceso es estrechamente análogo a aquel por el cual los que creen en Jesús
saben que sus palabras son verdad. Él dijo: «Mis ovejas oyen mi voz; yo las
conozco y ellas me siguen» (Jn 10: 27). Los que son ovejas de Cristo oyen la
voz de su gran Pastor al leer las palabras de la Biblia, y se convencen de que
estas palabras son en realidad palabras de su Señor.
Es
importante recordar que esta convicción de que las palabras de la Biblia son
palabras de Dios no resulta aparte de las palabras de la Biblia
ni en adición a las palabras de
la Biblia. No es como si el Espíritu Santo un día susurrara a nuestro oído:
«¿Ves esa Biblia sobre tu escritorio? Quiero que sepas que las palabras de esa
Biblia son palabras de Dios». Es más bien que conforme los individuos leen la
Biblia oyen la voz de su Creador hablándoles en las palabras de la Biblia y se
dan cuenta de que el libro que están leyendo es diferente a cualquier otro, que
es en verdad un libro palabras de Dios que hablan a su corazón.
3. OTRA EVIDENCIA ES ÚTIL PERO NO DEFINITIVAMENTE CONVINCENTE.
La
sección previa no tiene el propósito de negar la validez de otra clase de
argumentos que se puedan usar para respaldar la afirmación de que la Biblia es
la Palabra de Dios. Es útil que aprendamos que la Biblia es históricamente
exacta, que es internamente congruente, que contiene profecías que se han
cumplido cientos de años más tarde, que ha influido en el curso de la historia
humana más que cualquier otro libro, que continuamente ha cambiado la vida de
millones de individuos en toda su historia, que por ella las personas hallan la
salvación, que tiene una belleza majestuosa y profundidad de enseñanza que
ningún otro libro iguala, y que afirma cientos de veces que son palabras del
mismo Dios.
Todos
estos argumentos, y otros, son útiles para nosotros y eliminan los obstáculos
que pudieran interponerse para que creamos la Biblia. Pero todos estos
argumentos, tomados individualmente o en conjunto, no pueden ser
definitivamente convincentes. Como dice la Confesión Westminster de fe en
1643-46:
El Testimonio De La Iglesia Puede Impulsarnos E Inducirnos A Una
Estimación Más Alta Y Reverente De Las Sagradas Escrituras. Lo Celestial Del
Asunto, La Eficacia De La Doctrina, La Majestad Del Estilo, El Consentimiento
De Todas Partes, El Alcance Del Todo (Que Es, Dar Toda Gloria A Dios), La Plena
Revelación Que Hace Del Único Camino De Salvación Para El Hombre, Las Muchas
Otras Excelencias Incomparables, Y La Perfección Entera Consiguiente, Son
Argumentos Por Los Que En Efecto Da Evidencia De Ser La Palabra De Dios; Sin
Embargo, Nuestra Persuasión Completa Y Seguridad De La Verdad Infalible Y
Consiguiente Autoridad Divina, Brota De La Obra Interna Del RSV [En Inglés]
«Los Dones Del Espíritu De
Dios» Es Más Restrictivo En Materia De Asunto Que Lo Que Las Palabras Reales
Justificarían, Y Por Cierto Que El Contexto No Lo Exige.
Espíritu Santo Que Da Testimonio A Nuestros Corazones Por La Palabra De
Dios Y Con La Palabra De Dios (Cap. 1, Para. 5).
4. LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON AUTOATESTIGUADORAS.
ASÍ QUE LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON
«AUTOATESTIGUADORAS.
No se
puede «probar) que son palabras de Dios apelando a una autoridad más alta.
Porque si se apelara a una autoridad más alta (digamos, precisión histórica o
congruencia lógica) para probar que la Biblia es la Palabra de Dios, la Biblia
en sí misma no sería nuestra autoridad más alta o absoluta; estaría subordinada
en autoridad a aquello a lo que apelamos para probar que es la Palabra de Dios.
Si en
última instancia apelamos a la razón humana, o a la lógica, o a la exactitud
histórica, o a la verdad científica, como la autoridad por la cual se demuestra
que la Biblia es la Palabra de Dios, damos por sentado que aquello a lo que
apelamos es una autoridad más alta que la Palabra de Dios, y más verdadera y
más confiable.
5. OBJECIÓN: ESTO ES UN ARGUMENTO CIRCULAR.
Alguien
podría objetar que decir que la Biblia demuestra por sí misma que es la Palabra
de Dios es usar un argumento circular: creemos que la Biblia es la Palabra de
Dios porque ella misma afirma serlo; y creemos sus afirmaciones porque es la
Palabra de Dios; y creemos que es la Palabra de Dios porque afirma serlo, y así
por el estilo.
Hay
que reconocer que este es una especie de argumento circular. Sin embargo, eso
no invalida su uso, porque todos los argumentos a favor de una autoridad
absoluta deben en última instancia apelar a esa autoridad como prueba; de otra
manera su autoridad no sería absoluta ni sería la autoridad más alta.
Este
problema no es exclusivo del creyente que afirma la autoridad de la Biblia.
Todos, bien sea implícita o explícitamente, usan algún tipo de argumento
circular al defender su autoridad suprema en cuestiones de fe.
Aunque
estos argumentos circulares no siempre se hacen explícitamente y a veces se
ocultan detrás de prolongados debates, o simplemente se dan por sentado sin
prueba, los argumentos a favor de una autoridad suprema en su forma más básica
hacen una apelación circular semejante a la autoridad en sí misma, como muestran
los siguientes ejemplos:
«Mi Razón Es Mi Suprema Autoridad Porque Me Parece
Razonable Que Sea Ash.
«La Congruencia Lógica Es Mi Autoridad Suprema Porque Es Lógico Que Lo
Sea.
«Lo Que Descubren Las Experiencias Sensoriales Humanas Son La Autoridad
Suprema Para Descubrir Lo Que Es Real Y Lo Que No Lo Es, Porque Nuestros
Sentidos Humanos Jamás Han Descubierto Ninguna Otra Cosa; Así Que La
Experiencia Sensorial Humana Me Dice Que Mi Principio Es Verdad.
«Sé Que No Puede Haber Una Autoridad Suprema Porque No Sé De Ninguna
Autoridad Suprema Que Lo Sea» Lógico.
En Todos Estos Argumentos Por Una Norma Suprema De Verdad, Una Autoridad
Absoluta Para Lo Que Se Cree, Interviene Un Elemento Circular.
¿Cómo
escoge el creyente, o cualquier otra persona, entre las varias afirmaciones de
autoridad absoluta? Al fin y al cabo la veracidad de la Biblia se recomienda a
sí misma como mucho más persuasiva que otros libros religiosos (tales como el
Libro de Mormón o el Corán), o
que cualquier otra construcción intelectual de la mente humana (tal como la
lógica, la razón humana, la experiencia sensorial, la metodología científica,
etc.).
Será
más persuasiva porque en la experiencia real de la vida todos los otros
candidatos a autoridad suprema parecen incongruentes o tienen limitaciones que
los descalifican, en tanto que se ve que la Biblia está en pleno acuerdo con
todo lo que sabemos respecto al mundo que nos rodea, nosotros mismos y Dios.
La
Biblia sería persuasiva en esta manera: si pensamos como es debido en cuanto a
la naturaleza de la realidad, nuestra percepción de ella y de nosotros mismos,
y nuestra percepción de Dios. El problema es que debido al pecado, nuestra
percepción y análisis de Dios y la creación es defectuosa. El pecado en última
instancia es irracional, y el pecado nos hace pensar incorrectamente en cuanto
a Dios y en cuanto a la creación.
Por
consiguiente, en un mundo libre de pecado la Biblia convencería a todos de que
es la Palabra de Dios; pero debido a que el pecado distorsiona la percepción
que las personas tienen de la realidad, no reconocen a la Biblia por lo que es
en realidad. Por consiguiente, se requiere de la obra del Espíritu Santo, que
este supere los efectos del pecado y nos permita persuadimos de que la Biblia
en verdad es la Palabra de Dios, y que lo que afirma respecto a sí misma es
verdad.
Así
que en otro sentido, el argumento en cuanto a la Biblia como Palabra de Dios y
como nuestra autoridad suprema no es
un argumento circular típico. El proceso de persuasión tal vez es mejor verlo
como una espiral, en la cual el conocimiento creciente de la Biblia y una
creciente comprensión correcta de Dios y la creación tienden a suplementarse
una a otra de una manera armoniosa, y cada una tiende a confirmar la exactitud
de la otra.
Esto
no es decir que nuestro conocimiento del mundo que nos rodea es una autoridad
más alta que la Biblia, sino más bien que tal conocimiento, si es un
conocimiento correcto, continúa dando una seguridad cada vez mayor y una
convicción más profunda de que la Biblia es la única verdadera autoridad
suprema, y que todas las demás afirmaciones que compiten por la autoridad
suprema son falsas.
6. ESTO NO IMPLICA QUE EL DICTADO DE DIOS HAYA SIDO EL ÚNICO MEDIO DE
COMUNICACIÓN.
Toda
la parte previa de este capítulo ha sostenido que todas las palabras de la
Biblia son palabras de Dios. En este punto es necesaria una palabra de
precaución.
El
hecho de que todas las palabras de la Biblia sean palabras de Dios no debe
llevamos a pensar que Dios dictó a los autores humanos toda las palabras de las
Escrituras.
Cuando
decimos que todas las palabras de la Biblia son palabras de Dios, estamos
hablando del resultado del
proceso de hacer que la Biblia llegue a existir. Levantar la cuestión del
dictado es preguntar en cuanto al proceso
que condujo a ese resultado, o a la manera en que Dios actuó a fin de
asegurar el resultado que él se proponía.
Hay
que recalcar que la Biblia no habla de sólo un tipo de proceso ni sólo de una
manera por la que Dios comunicó a los autores bíblicos lo que quería que se
dijera. Es más, hay indicación de una
amplia variedad de procesos que Dios usó para producir el resultado
deseado.
Unos
pocos casos esporádicos de dictado se mencionan explícitamente en la Biblia.
Cuando el apóstol Juan vio en una visión en la isla de Patmos al Señor
resucitado, Jesús le dijo: «Escribe al
ángel de la iglesia de Éfeso» (Ap 2: 1); «Escribe
al ángel de la iglesia de Esmirna» (Ap 2:8); «Escribe al ángel de la iglesia de Pérgamo» (Ap 2: 12). Estos
son ejemplos de dictado puro y directo. El Señor resucitado le dice a Juan que
escriba, y Juan escribe las palabras que oyó de Jesús.
Algo a
fin a este proceso se ve probablemente en forma ocasional en los profetas del
Antiguo Testamento. Leemos en Isaías: «Entonces la palabra del Señor vino a Isaías:
«Ve y dile a Ezequías que así dice el Señor, Dios de su antepasado David: He
escuchado tu oración y he visto tus lágrimas; vaya darte quince años más de
vida. Ya ti ya esta ciudad los libraré de caer en manos del rey de Asiria. Yo
defenderé esta ciudad» (Is 38: 4-6).
El
cuadro que se nos da en este relato es que Isaías oyó (es dificil decir si fue
con su oído fisico o mediante una impresión muy contundente en su mente) las
palabras que Dios quiso que le dijera a Ezequías; e Isaías, actuando como mensajero
de Dios, tomó esas palabras y las dijo
tal como se le instruyó.
Pero
en muchas otras secciones de la Biblia tal dictado directo de Dios ciertamente
no fue la manera en que las palabras de la Biblia llegaron a existir. El autor
de Hebreos dice que Dios les habló a nuestros padres por los profetas «muchas
veces y de varias maneras» (Heb 1: 1).
En el
extremo opuesto del espectro del dictado tenemos, por ejemplo, la investigación
histórica ordinaria de Lucas para escribir su Evangelio. Él dice:
Muchos Han Intentado Hacer Un Relato De Las Cosas Que Se Han Cumplido
Entre Nosotros, Tal Y Como Nos Las Transmitieron Los Que Desde El Principio
Fueron Testigos Presenciales Y Servidores De La Palabra. Por Lo Tanto, Yo
También, Excelentísimo Teófilo, Habiendo Investigado Todo Esto Con Esmero Desde
Su Origen, He Decidido Escribírtelo Ordenadamente. (Lc 1: 1-3).
Claramente
esto no es un proceso de dictado. Lucas usó procesos ordinarios de conversar
con testigos oculares y reunir información histórica a fin de poder escribir un
relato preciso de la vida y enseñanzas de Jesús. Hizo su investigación
histórica a cabalidad, escuchando los informes de muchos testigos oculares y
evaluando.
En
algunas teologías sistemáticas a este proceso por el cual Dios usó autores
humanos para escribir sus propias palabras se le llama «modo de inspiración».
Yo no he usado esa terminología en este libro, puesto que no parece ser una
frase fácilmente entendible hoy.
Con
todo cuidado la evidencia. El evangelio que escribió martilla lo que él pensó
importante recalcar y refleja su estilo característico al escribir.
Entre
estos dos extremos de dictado puro y sencillo por un lado, y la investigación
histórica ordinaria por el otro, tenemos muchas indicaciones de varias maneras
por las que Dios se comunicó con los autores humanos de la Biblia.
En
algunos casos la Biblia nos da indicios de estos varios procesos: habla de
sueños, visiones, de oír la voz de Dios, de estar en el concilio del Señor;
también habla de hombres que estuvieron con Jesús y observaron su vida y oyeron
su enseñanza, hombres cuyo recuerdo de estas palabras y obras fue hecho
acertado por completo por la obra del Espíritu Santo al recordarles todas estas
cosas Jn 14: 26). Sin embargo, en muchos otros casos simplemente no se nos dice
la manera que Dios usó para producir el resultado de que las palabras de la
Biblia fueran sus propias palabras. Evidentemente se usaron muchos métodos
diferentes, pero no es importante que descubramos precisamente cuáles fueron en
cada caso.
En
casos en que intervino la personalidad humana ordinaria y el estilo de
redacción del autor en forma prominente, como parece ser el caso con la mayor
parte de la Biblia, todo lo que podemos decir es que la providencial
supervisión y dirección de Dios en la vida de cada autor fue tal que sus
personalidades, su trasfondo y educación, su capacidad de evaluar los
acontecimiento del mundo que los rodeaba, su acceso a información histórica, su
juicio respecto a la exactitud de la información, y sus circunstancias
individuales cuando escribieron, fueron exactamente lo que Dios quería que
fueran, de modo que cuando llegaron al momento preciso de poner la pluma sobre
el papel, las palabras fueron plenamente sus palabras pero también plenamente
las palabras que Dios quería que escribieran, palabras que Dios afirmaría que
eran las suyas propias.
B. POR CONSIGUIENTE, NO CREER O
DESOBEDECER ALGUNA PALABRA DE LA BIBLIA ES NO CREER O DESOBEDECER A DIOS.
La
sección precedente afirma que todas las palabras de la Biblia son palabras de
Dios. Consecuentemente, no creer o desobedecer alguna palabra de la Biblia es
no creer o desobedecer a Dios mismo. Así, Jesús puede reprender a sus
discípulos por no creer las Escrituras del Antiguo Testamento (Lc 24: 25).
Los
creyentes deben guardar y obedecer las palabras de los discípulos Gn 15:20: «Si
han obedecido mis enseñanzas, también obedecerán las de ustedes»). A los
creyentes se les anima a recordar «el mandamiento que dio nuestro Señor y
Salvador por medio de los apóstoles » (2ª P 3: 2).
Desobedecer
lo que Pablo escribe era acarrearse la disciplina eclesiástica, tal como la
excomunión (2ª Ts 3: 14) y el castigo espiritual (2ª Co 13: 2-3), incluyendo
castigo de Dios (este es el sentido evidente del verbo pasivo «será reconocido»
en 1ª Co 14: 38). En contraste, Dios se deleita en todo el que «tiembla» a su
palabra (ls 66: 2).
En
toda la historia de la iglesia, los grandes predicadores han sido los que han
reconocido que no tienen autoridad en sí mismos y han visto su tarea como la de
explicar las palabras de la Biblia y aplicarlas claramente a la vida de sus
oyentes. Su predicación ha derivado su poder no de la proclamación de sus
propias experiencias cristianas ni de las experiencias de otros, ni tampoco de
sus propias opiniones, ideas creativas o habilidad retórica, sino de las
palabras poderosas de Dios.
Esencialmente
se pararon en el púlpito, señalaron el texto bíblico, y en efecto le dijeron a
la congregación: «Esto es lo que significa este versículo. ¿Ven ustedes también
ese
significado aquí? Entonces deben creerlo y obedecerlo de todo corazón, porque
Dios mismo, su Creador y Señor, ¡se lo está diciendo hoy mismo!» Sólo las
palabras escritas de la Biblia pueden dar esta clase de autoridad a la
predicación.
C. LA VERACIDAD DE LAS ESCRITURAS
1. DIOS NO PUEDE MENTIR NI HABLAR FALSEDADES.
La
esencia de la autoridad de la Biblia es que puede obligarnos a creerla y a
obedecerla y a hacer que tal creencia y obediencia sean equivalentes a creer y
obedecer a Dios mismo. Debido a que esto es así, es necesario considerar la
veracidad de la Biblia, puesto que creer todas las palabras de la Biblia
implica confianza en la completa veracidad de las Escrituras en que creemos.
Aunque
se considerará este asunto más completamente cuando consideremos la inerrancia
de la Biblia (vea capítulo 5), aquí daremos una breve consideración.
Puesto
que los escritores bíblicos repetidamente afirman que las palabras de la
Biblia, aunque humanas, son palabras de Dios, es apropiado buscar versículos
bíblicos que hablen del carácter de
las palabras de Dios y aplicarlos al carácter de las palabras de la
Biblia. Específicamente, hay una serie de pasajes bíblicos que hablan de la
veracidad de lo que Dios dice. Tito 1: 2 habla de «Dios, que no miente», o
(traducido más literalmente) «el Dios sin mentira».
Debido
a que Dios es un Dios que no puede decir «mentira», siempre se puede confiar en
sus palabras. Puesto que todas las Escrituras son dichas por Dios, todas las
Escrituras deben ser «sin mentira», tal como Dios mismo lo es; no puede haber
falsedad en las Escrituras.
Hebreos
6: 8 menciona dos cosas inmutables (el juramento de Dios y su promesa) «en las
cuales es imposible que Dios mienta». Aquí
el autor no dice solo que Dios no miente, sino que no es posible que mienta.
Aunque la referencia inmediata es sólo a juramento y promesas, si es imposible
que Dios mienta en estos pronunciamientos, ciertamente es imposible que él
mienta jamás (porque Jesús con rigor reprende a los que dicen la verdad sólo
cuando están bajo juramento: Mt 5: 33-37; 23: 16-22). De modo similar, David
dice de Dios: «Tú eres Dios, y tus
promesas son fieles!» (2ª
S 7:28).
No
estoy negando que la buena capacidad para hablar o creatividad, o la narración
de experiencias personales, tengan lugar en la predicación, porque la buena
predicación incluirá todo esto (vea Pr 16: 21, 23). Lo que estoy diciendo es
que el poder de cambiar vidas debe venir de la palabra de Dios mismo, y eso
será evidente a los oyentes cuando el predicador realmente lo cree.
Algunos
eruditos objetan que es «demasiado simplista» argumentar como sigue: «La Biblia
es la palabra de Dios. Dios nunca miente. Por consiguiente la Biblia nunca
miente». Sin embargo es precisamente esa clase de argumento lo que Pablo usa en
Tito 1: 2. Se refiere a la promesa de vida eterna hechas «antes de la creación»
en las Escrituras y dice que las promesas fueron hechas por Dios «que nunca
miente».
De
este modo apela a la veracidad de las propias palabras de Dios para probar la
veracidad de las palabras de las Escrituras. Este argumento puede ser «simple»,
pero es bíblico, y es verdad. Por consiguiente no debemos titubear para
aceptarlo y usarlo.
NOTA: No estoy negando que la buena
capacidad para hablar o creatividad, o la narración de experiencias personales,
tengan lugar en la predicación, porque la buena predicación incluirá todo esto
(vea Pr 16:21, 23). Lo que estoy diciendo es que el poder de cambiar vidas debe
venir de la palabra de Dios mismo, y eso será evidente a los oyentes cuando el
predicador realmente lo cree.
Algunos eruditos objetan que es
«demasiado simplista» argumentar como sigue: «La Biblia es la palabra de Dios.
Dios nunca miente. Por consiguiente la Biblia nunca miente». Sin embargo es
precisamente esa clase de argumento lo que Pablo usa en Tito 1:2. Se refiere a
la promesa de vida eterna hechas «antes de la creación» en las Escrituras y
dice que las promesas fueron hechas por Dios «que nunca miente».
De este modo apela a la veracidad de
las propias palabras de Dios para probar la veracidad de las palabras de las
Escrituras. Este argumento puede ser «simple», pero es bíblico, y es verdad.
Por consiguiente no debemos titubear para aceptarlo y usarlo.
2. POR CONSIGUIENTE, TODAS LAS PALABRAS DE LA BIBLIA SON COMPLETAMENTE
VERDAD Y SIN ERROR EN PARTE ALGUNA.
Puesto
que las palabras de la Biblia son palabras de Dios, y puesto que Dios no puede
mentir ni decir falsedades, es correcto concluir que no hay falsedad ni error
en parte alguna de las Escrituras. Hallamos esto afirmado en varios lugares de
la Biblia. «Las palabras del Señor son
puras, plata refinada en un horno en el suelo, purificada siete veces»
(Sal 12: 6, traducción del autor).
Aquí
el salmista usa imágenes vivas para hablar de la pureza no diluida de las
palabras de Dios; no hay imperfección en ellas. También en Proverbios 30: 5
leemos: «Toda palabra de Dios es digna
de crédito; Dios protege a los que en él buscan refugio». No es que
algunas de las palabras de las Escrituras son verdad, sino que toda palabra es
verdad.
De
hecho, la palabra de Dios está fija en el cielo por toda la eternidad: «Tu
palabra, Señor, es eterna, y está
firme en los cielos» (Sal 119: 89).Jesús puede hablar de la naturaleza
eterna de sus propias palabras: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras jamás pasarán» (Mt 24: 35).
Lo que
Dios habla se coloca en marcado contraste con todo lo que dicen los humanos,
porque «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer» (Nm 23:
19). Estos versículos afirman explícitamente lo que estaba implícito en el
requisito de que creamos todas las palabras de la Biblia, es decir, que no hay
falsedad en ninguna de las afirmaciones de la Biblia.
3. LAS PALABRAS DE DIOS SON LA NORMA ÚLTIMA DE VERDAD.
En
Juan 17 Jesús ora al Padre: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad»
Gn 17: 17). Este versículo es interesante porque Jesús no usa los adjetivos aletzinos o aletzes (verdadero) que uno esperaría, para decir «tu palabra es
verdadera»; sino que más bien usa un sustantivo: aletzeía (verdad) para decir que la palabra de Dios no es
simplemente «verdadera» sino que es la verdad misma.
La
diferencia es significativa, porque esta afirmación nos anima a pensar no solo
que la Biblia es «verdadera» en el sentido de que se ajusta a alguna norma más
alta de verdad, sino más bien a pensar que la Biblia en sí misma es la norma
definitiva de la verdad. La Biblia es la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios
es la definición suprema de lo que es verdadero y lo que no es verdadero: la
palabra de Dios en sí misma es verdad.
Así que debemos pensar que la Biblia es la suprema norma de verdad, el
punto de referencia por el cual se debe medir toda otra afirmación de
veracidad.
Las
afirmaciones que se ajustan a las Escrituras son «verdaderas», en tanto que las
que no se ajustan a la Biblia no son verdaderas.
¿Qué
es, entonces, verdad? Verdad es lo que Dios dice, y tenemos lo que Dios dice
(exacta pero no exhaustivamente) en la Biblia.
4. ¿PODRÍA ALGUNA VEZ ALGÚN NUEVO HECHO CONTRADECIR
LA BIBLIA?
¿SE DESCUBRIRÁ ALGUNA
VEZ ALGÚN NUEVO HECHO CIENTÍFICO O HISTÓRICO QUE CONTRADIGA A LA BIBLIA?
Aquí
podemos decir con confianza que eso nunca sucederá; es más, es imposible.
Si se
descubriera algún supuesto «hecho» que se diga que contradice a la Biblia,
entonces (si hemos entendido correctamente la Biblia) ese «hecho» debe ser
falso, porque Dios, el autor de las Escrituras, conoce todos los hechos
verdaderos (pasados, presentes y futuros). Ningún hecho aparecerá jamás que
Dios no haya sabido desde antes de la creación y tomado en cuenta cuando hizo que
se escribieran las Escrituras.
Todo
hecho verdadero es algo que Dios ha conocido ya desde la eternidad y algo que
por consiguiente no puede contradecir lo que Dios dice en la Biblia.
No
obstante, se debe recordar que el estudio científico o histórico (tanto como
otras clases de estudios de la creación) puede llevarnos a volver a examinar la
Biblia para ver si en realidad enseña lo que se pensaba que enseña.
La
Biblia por cierto no enseña que la tierra fue creada en el año 4004 a.C., como
una vez se pensaba (porque las listas genealógicas de la Biblia tienen
lagunas).14 Sin embargo, fue en parte el estudio histórico, arqueológico,
astronómico y geológico lo que hizo que los cristianos volvieran a examinar la
Biblia para ver si en realidad enseñaba un origen tan reciente de la tierra.
El
análisis cuidadoso del texto bíblico mostró que en realidad no enseña eso.
De
forma similar, la Biblia no enseña que el sol gira alrededor de la tierra,
porque sólo usa descripciones de los fenómenos según los vemos a simple vista y
no pretende describir el teje y maneje del universo desde algún punto
arbitrario «fijo» en algún lugar del espacio.
Sin
embargo, antes de que el estudio de astronomía avanzara lo suficiente como para
demostrar la rotación de la tierra sobre su eje, la gente daba por sentado que la Biblia
enseñaba que el sol giraba alrededor de la tierra.
Después,
el estudio de la información científica motivó a un nuevo examen de los
apropiados textos bíblicos. Así que siempre que nos veamos frente a algo que se
diga que contradice a la Biblia, debemos no sólo examinar la información que se
aduce que demuestra el hecho en cuestión, sino también debemos volver a
examinar los textos bíblicos apropiados para ver si la Biblia de veras enseña
lo que se creía que enseñaba.
Nunca
debemos temer, sino más bien siempre recibir con beneplácito cualquier nuevo
hecho que se pueda descubrir en cualquier ámbito legítimo de investigación o
estudio humanos. Por ejemplo, los descubrimientos de los arqueólogos que
trabajaban en Siria han sacado a la luz las tablas.
Estos
registros extensos escritos del período alrededor de 2000 a.C. a la larga
arrojarán gran luz sobre nuestra comprensión del mundo de los patriarcas y los
hechos conectados con la vida de Abraham, Isaac y Jacob. ¿Deben los cristianos
albergar alguna aprehensión persistente de que la publicación de tal
información demostrará que algún hecho de Génesis es incorrecto?
¡Ciertamente
no! Debemos con anhelo esperar la publicación de toda esa información con la
confianza absoluta de que si se entiende correctamente
será
congruente con la Biblia, y confirmará totalmente la exactitud de las
Escrituras. Ningún hecho verdadero jamás contradecirá las palabras del Dios que
lo sabe todos y nunca miente.
D. LAS ESCRITURAS SON LA AUTORIDAD
DEFINITIVA
Es
importante darse cuenta de que la forma final en que las Escrituras siguen
siendo autoritativas es su forma escrita.
Fueron las palabras de Dios escritas
en las tablas de piedra que Moisés depositó en el arca del pacto. Más
adelante Dios ordenó a Moisés y a los profetas después de este que escribieran
sus palabras en un libro. Fue acerca de las Escrituras (grafé) que Pablo dijo que eran «inspirada por Dios» (2ª Ti 3:
16). De modo similar, los escritos de
Pablo son «mandato del Señor» (1ª Co 14: 37) y se podían incluir en «las otras
Escrituras» (2ª P 3: 16).
Esto
es importante porque algunos a veces (intencionalmente o no) intentan sustituir
alguna otra norma definida que no son las palabras de la Biblia. Por ejemplo,
algunos a veces se refieren a «lo que Jesús realmente dijo» y aducen que cuando
traducimos las palabras griegas de los Evangelios de nuevo al arameo que Jesús
habló, podemos obtener una mejor comprensión de las palabras de Jesús que las
que dan los escritores de los Evangelios.
De
hecho, a veces se dice que este trabajo de reconstruir las palabras de Jesús en
arameo nos permite corregir las traducciones erróneas que hicieron los autores
de los Evangelios.
En
otros casos hay quienes han aducido saber «lo que Pablo realmente pensaba» aun
cuando sea diferente del significado de las palabras que escribió; o han
hablado de «lo que Pablo debía haber dicho si hubiera sido congruente con el
resto de su teología».
De
modo similar, otros han hablado de «la situación de la iglesia a la cual Mateo
escribió» y han intentado dar fuerza normativa bien sea a esa situación o a la
solución que piensan que Mateo estaba intentando ofrecer en esa situación.
En
todos estos casos debemos reconocer que preguntar respecto a las palabras o
situaciones que están «en el trasfondo» del texto de las Escrituras puede a
veces ser útil para comprender lo que ese texto significa. Sin embargo,
nuestras reconstrucciones hipotéticas de todas esas palabras y situaciones
nunca pueden reemplazar ni competir con la Biblia misma como autoridad final,
ni debemos permitirles contradecir o poner en tela de duda la exactitud de alguna
de las palabras de la Biblia.
Debemos
continuamente recordar que tenemos en la Biblia las mismas palabras de Dios, y
no debemos tratar de «mejorarlas» de ninguna manera, porque eso no se puede
hacer. Más bien, debemos procurar entenderlas y entonces confiar en ellas y
obedecerlas de todo corazón.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. Si usted quiere persuadir a alguien de que la Biblia es la Palabra de
Dios, ¿qué querría usted que esa persona leyera más que cualquier otra pieza de
literatura?
2. ¿Quién intentaría hacer que las personas quieran no creer algo de la
Biblia, o desobedecer algo de la Biblia? ¿Hay algo en la Biblia que usted
quiere no creer u obedecer? Si sus respuestas a alguna de las dos preguntas
última son positivas, ¿cuál es el mejor método de lidiar y tratar con los
deseos que usted tiene en todo eso?
3. ¿Sabe usted de algún hecho demostrado en toda la historia que ha
mostrado que algo en la Biblia es falso? ¿Se puede decir eso respecto a otros
escritos religiosos tales como el Libro
de Mormón o el Corán? Si
usted ha leído otros libros como éstos, ¿puede describir el efecto espiritual
que ejercieron en usted? Compare eso con el efecto espiritual que surtió en
usted la lectura de la Biblia. ¿Puede decir que al leer la Biblia usted oye la
voz de su Creador hablándole de una manera que no es verdad en cuanto a ningún
otro libro?
4. ¿Alguna vez se halla creyendo algo no porque tiene evidencia externa
sino simplemente porque está escrito en la Biblia? ¿Es esa fe apropiada, según
Hebreos 11: 1? Si usted cree algo simplemente porque la Biblia lo dice, ¿qué
piensa que Cristo le dirá respecto a este hábito cuando usted esté frente a su
tribunal? ¿Piensa usted que confiar y obedecer todo lo que la Biblia afirma le
llevará a pecar o le alejará de la bendición de Dios en su vida?
TÉRMINOS ESPECIALES
Argumento
circular, auto atestiguadora, autoridad absoluta, autoridad de la Biblia.
Biblia, dictado, Escrituras, inspirada por Dios, inspiración, inspiración
plenaria
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
2 Timoteo 3: 16: Toda La
Escritura Es Inspirada Por Dios Y Útil Para Enseñar, Para Reprender, Para
Corregir Y Para Instruir En La Justicia.
CAPÍTULO 4
(1) LA
INERRANCIA DE LAS ESCRITURAS
¿HAY ALGÚN ERROR EN LA BIBLIA?
La
mayoría de los libros de teología sistemática no han incluido un capítulo
separado sobre la inerrancia de la Biblia. Por lo general se ha tratado el tema
bajo el encabezamiento de autoridad de la Biblia, o no se ha considerado
necesaria una explicación adicional.
Sin
embargo, la cuestión de la inerrancia es de tal pre ocupación en el mundo
evangélico de hoy que amerita un capítulo separado a continuación de nuestra
consideración de la autoridad de la Palabra de Dios.
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
A. SIGNIFICADO DE LA INERRANCIA
No
vamos a repetir aquí los argumentos respecto a la autoridad de la Biblia que se
dieron en el capítulo 4. Allí se indicó que todas las palabras de la Biblia son
palabras de Dios, y por consiguiente no creer o desobedecer alguna palabra de
la Biblia es no creer o desobedecer a Dios. Se explicó además que la Biblia
claramente enseña que Dios no puede mentir ni hablar falsedades (2ª S 7: 28;
Tit 1: 2; Heb 6: 18).
Por
consiguiente, se afirmó que todas las palabras de la Biblia son completamente
verdaderas y sin error en ninguna parte (Nm 23: 19; Sal 12: 6; 119: 89,96; Pr
30: 5; Mt 24: 35). Las palabras de Dios son, de hecho, la suprema norma de
verdad Gn 17: 17).
Especialmente
relevante en este punto son los pasajes bíblicos que indican la total veracidad
y confiabilidad de las palabras de Dios. «Las palabras del Señor son puras
plata refinada en un horno en el suelo, purificada siete veces» (Sal
12:6, traducción del autor), indican la absoluta confiabilidad y pureza de la
Biblia.
De
modo similar, «Toda palabra de Dios es
digna de crédito; Dios protege a los que en él buscan refugio» (Pr
30:5), indican la veracidad de toda palabra que Dios ha dicho. Aunque el error
o al menos falsedad parcial puede caracterizar el habla de todo ser humano, el
habla de Dios se caracteriza por jamás ser falsa y jamás comete errores, ni
siquiera cuando habla por medio de seres humanos pecadores: «Dios no es un
simple mortal para mentir y cambiar de parecer» (Nm 23: 19) fue dicho por el
pecador Balaam específicamente en cuanto a las palabras proféticas que Dios
había hablado mediante sus propios labios.
Con
evidencia como está ahora estamos en posición de definir la inerrancia bíblica:
La inerrancia de la Biblia significa que la Biblia
en los manuscritos originales no afirma nada que sea contrario a la verdad.
Esta
definición enfoca la cuestión de la veracidad y falsedad del lenguaje de la
Biblia. La definición en términos sencillos simplemente quiere decir que la Biblia siempre dice la verdad y que siempre dice la verdad respecto a todo de lo que habla.
Esta
definición no quiere decir que la Biblia nos dice todo lo que se pudiera saber
en cuanto a cualquier tema, pero sí afirma que lo que dice en cuanto a
cualquier tema es verdad.
Es
importante darse cuenta desde el principio de esta consideración que el enfoque
de esta controversia recae sobre la cuestión de veracidad al expresarse. Hay
que reconocer que la veracidad absoluta en lo que se dice es congruente con
otros tipos de afirmaciones, tales como los siguientes:
1. LA BIBLIA PUEDE SER INERRANTE Y CON TODO HABLAR EN EL LENGUAJE
ORDINARIO DEL HABLA DE TODOS LOS DÍAS.
Esto
es especialmente cierto en las descripciones «científicas» o «históricas» de
hechos o acontecimientos. La Biblia puede hablar de que el sol se levanta y la
lluvia cae porque desde la perspectiva del que habla eso es exactamente lo que
sucede.
Desde
el punto de vista de un observador parado en el sol (si eso fuera posible) o de
algún punto hipotético «fijo» en el espacio, la tierra gira y hace que el sol
entre en el campo visual, y la lluvia no cae hacia abajo sino hacia arriba u
horizontalmente, o en cualquier dirección necesaria para que la gravedad la
atraiga hacia la superficie de la tierra.
Pero
tales explicaciones son irremediablemente pedantes y harían imposible la
comunicación ordinaria. Desde el punto de vista del que habla, el sol en efecto se levanta y la lluvia en efecto cae, y estas son
descripciones perfectamente verdaderas de los fenómenos naturales que observa
el que habla.
Una
consideración similar se aplica a números cuando se usan para medidas o conteo.
Un reportero puede decir que unos 8.000 hombres murieron en cierta batalla sin
querer implicar con eso que los contó uno por uno y que no eran 7.999 ni 8.001
soldados muertos. Si murieron en números redondos unos 8.000, por supuesto que
sería falso decir que murieron 16.000, pero no sería falso en la mayoría de los
contextos que un reportero diga que murieron 8.000 hombres cuando en realidad
los que murieron fueron 7823 u 8242; los límites de veracidad dependerían del
grado de precisión que implica el que habla y que sus oyentes originales
esperan.
Esto
es también cierto en cuanto a medidas. Si digo: «No vivo lejos de mi oficina»,
o «Vivo como a dos kilómetros de mi oficina», o «Vivo a un poco más de dos
kilómetros de mi oficina», o «Vivo a 2,45 kilómetros de mi oficina», las cuatro
afirmaciones son aproximaciones con cierto grado de precisión.
Un
mayor grado de precisión se podría obtener con instrumentos científicos más
precisos, pero incluso eso sería aproximación a cierto grado de precisión. Así
que las medidas también, a fin de que sean verdad, deben conformarse al grado
de precisión que implica el que habla o que esperan los oyentes en el contexto
original.
No
debería ser problema para nosotros, entonces, afirmar a la vez que la Biblia es
absolutamente veraz en todo lo que dice y que usa lenguaje ordinario para
describir fenómenos naturales o dar aproximaciones o números redondos cuando es
apropiado en el contexto.
También
debemos notar que el lenguaje puede hacer afirmaciones vagas o imprecisas sin
ser falsedad. «Vivo a un poco más de dos kilómetros de mi oficina» es una
afirmación vaga e imprecisa, pero también es inerrante; no hay nada de falsedad
en ella. No afirma nada que sea contrario a los hechos.
De
modo similar, las afirmaciones bíblicas pueden ser imprecisas y sin embargo
totalmente ciertas. La inerrancia tiene que ver con la veracidad no con el grado de precisión con que se informan los
acontecimientos.
2. LA BIBLIA PUEDE SER INERRANTE Y CON TODO INCLUIR CITAS LIBRES O
APROXIMADAS.
El
método por el cual una persona cita las palabras de otro es un procedimiento
que en gran parte varía de cultura a cultura. En las culturas contemporáneas
estadounidense y británica estamos acostumbrados a citar las palabras exactas
de otros cuando encerramos la afirmación entre comillas (a esto se llama cita
directa).
Pero
cuando usamos citas indirectas (sin comillas) sólo esperamos un informe exacto
de la sustancia de la afirmación. Considere esta oración: «Elliot dijo que
vendría enseguida a casa para cenar». La oración no cita directamente a Elliot,
pero es un informe aceptable y veraz de la afirmación real de Elliot a su
padre: «Llegaré a casa para cenar en dos minutos», aunque la cita indirecta no incluyó
ninguna de las palabras originales del que habla.
El
griego escrito de tiempos del Nuevo Testamento no tenía comillas ni signos de
puntuación equivalentes, y una cita correcta de otro necesitaba incluir sólo
una idea correcta del contenido de
lo que la persona dijo (más bien como nuestras citas indirectas); no se
esperaba que se citara exactamente cada palabra. Entonces, la inerrancia es
compatible con citas libres y aproximadas del Antiguo Testamento o de las
palabras de Jesús, por ejemplo, en tanto y en cuanto el contenido no deje de expresar lo que se dijo originalmente. El
escritor original ordinariamente no implicaba que estaba usando las palabras
exactas del que citaba y sólo esas, ni tampoco los oyentes originales esperaban
al pie de la letra que así fuera.
3. NO ES FALTA A LA INERRANCIA TENER EN LA BIBLIA CONSTRUCCIONES
GRAMATICALES FUERA DE SERIE Y NADA COMUNES.
Algunas
expresiones de la Biblia son elegantes y excelentes en estilo. Otros escritos
bíblicos contienen el lenguaje menos pulido del pueblo común. A veces esto
incluye el no seguir las «reglas» comúnmente aceptadas de la gramática (tales
como el uso del verbo en plural en donde las reglas gramaticales exigirían un
verbo en singular, o el uso de un adjetivo femenino en donde se esperaría un
adjetivo masculino, o el deletreo de una palabra diferente al que se usa
comúnmente, ete.).
Estas
afirmaciones de estilo o gramática irregular (que se hallan especialmente en el
libro de Apocalipsis) no deben molestarnos, porque no afectan la veracidad de
las afirmaciones bajo consideración; una afirmación puede no tener corrección
gramatical y sin embargo ser enteramente veraz. Por ejemplo, un leñador
analfabeto en algún área rural puede ser el hombre de mayor confianza en el
condado aunque su gramática sea calamitosa, porque se ha ganado la reputación
de nunca decir una mentira.
De
modo similar, hay unas cuantas afirmaciones en la Biblia (en los idiomas
originales) que no son gramaticalmente correctas (según las normas corrientes
de gramática apropiadas en ese tiempo) y sin embargo son inerrantes porque son
completamente veraces. La cuestión es la
veracidad de lo que se dice.
B. ALGUNOS RETOS PRESENTES A LA INERRANCIA
En
esta sección examinaremos las principales objeciones que comúnmente se
presentan contra el concepto de la inerrancia.
1. LA BIBLIA ES SÓLO AUTORITATIVA EN CUANTO A «FE Y PRÁCTICA».
Una de
las objeciones más frecuentes la presentan los que dicen que el propósito de la
Biblia es enseñarnos cuestiones que tienen que ver solamente con «fe y
práctica»; es decir, en cuestiones que se relacionan directamente a nuestra fe
religiosa o a nuestra conducta ética.
Esta
posición permitiría la posibilidad de afirmaciones falsas en la Biblia, por
ejemplo, en otros aspectos
tales como detalles históricos menores o información científica; esos aspectos,
se dice, no tienen que ver con el propósito de la Biblia, que es instruirnos en
lo que debemos creer y cómo debemos vivir.
Los
que abogan por esta posición a menudo prefieren decir que la Biblia es infalible pero vacilan en usar la
palabra inerrante.
La
respuesta a esta objeción se puede indicar como sigue: la Biblia repetidamente
afirma que toda la Escritura es útil para nosotros (2ª Ti 3: 16) y que toda ella es «inspirada por Dios».
Por consiguiente es completamente pura (Sal 12: 6), perfecta (Sal 119: 96), y
verdadera (Pr 30: 5).
La
misma Biblia no hace ninguna restricción en cuanto a la clase de temas de los
cuales habla con veracidad.
El
Nuevo Testamento contiene afirmaciones adicionales de la confiabilidad de todas
las partes de las Escrituras; en Hechos 24: 14 Pablo dice que adora a Dios «de
acuerdo con todo lo que enseña la ley
y creo lo que está escrito en los profetas».
En
Lucas 24: 25 Jesús dice que los discípulos son «torpes» porque son «tardos de
corazón para creer todo lo que han dicho los profetas». En Romanos 15: 4 Pablo
dice que «todo lo que se
escribió» en el Antiguo Testamento «se
escribió para enseñarnos».
Estos
pasajes no dan indicación de que alguna parte de las Escrituras no sea
confiable por completo. De modo similar, en 1ª Corintios 10: 11, Pablo puede
referirse incluso a detalles históricos menores del Antiguo Testamento
(sentarse para comer y beber, levantarse para bailar) y puede decir que lo uno
y lo otro «sucedió» (por
consiguiente implicando confiabilidad histórica) y «quedó escrito para
advertencia nuestra».
Si
empezamos a examinar la manera en que los autores del Nuevo Testamento
confiaron en los detalles incluso más pequeños de la narrativa del Antiguo
Testamento, no vemos ninguna intención de separar nuestros asuntos de «fe y
práctica», ni de decir que esto de alguna manera es una categoría reconocible
de afirmaciones, ni que implica que las afirmaciones que no estén en esa
categoría no son confiables o no se debe pensar que son inerrantes. Más bien,
parece que los autores del Nuevo Testamento están dispuestos a citar y afirmar
como verdadero todo detalle del
Antiguo Testamento.
NOTA: Hasta alrededor de 1960 ó 1965 la palabra infalible se usaba
intercambiablemente con la palabra inerrable.
Pero en años recientes, por lo menos en los Estados Unidos, la palabra infalible se ha usado en el sentido
más débil que significa que la Biblia no nos hará descarriar en asuntos de fe y
práctica.
En la lista que sigue hay algunos ejemplos de estos
detalles históricos citados por autores del Nuevo Testamento. Si todos estos
son asuntos de «fe y práctica», entonces todo
detalle histórico del Antiguo Testamento es asunto de «fe y práctica »,
y esta objeción deja de ser objeción a la inerrancia.
Por otro lado, si se puede afirmar tantos detalles,
entonces parece que todos los detalles históricos del Antiguo Testamento se
pueden afirmar como verdaderos, y no debemos hablar de restringir la necesaria
veracidad de las Escrituras a alguna categoría de «fe y práctica» que excluiría
algunos detalles menores. No hay tipos de detalles que no se pudieran afirmar
como verdaderos.
El
Nuevo Testamento nos da la siguiente información: David comió del pan de la
proposición (Mt 12: 3-4), Jonás estuvo en un gran pez (Mt 12: 40), los hombres
de Nínive se arrepintieron (Mt 12: 41), la reina del sur vino para oír a
Salomón (Mt 12: 42), Elías fue enviado a la viuda de Sarepta (Lc 4: 25-26), el
sirio Naamán fue limpiado de su lepra (Lc 4: 27), el día en que Lot salió de
Sodoma fuego y azufre llovió del cielo (Lc 19: 29;. v. 32 con su referencia a
la esposa de Lot que se convirtió en sal), Moisés levantó la serpiente en el
desierto Nm 21: 8-14), Jacob le dio un terreno a José Gn 50: 5), muchos
detalles que ocurrieron en la historia de Israel (Hch 13: 17-23),
Abraham
creyó y recibió la promesa antes de ser circuncidado (Ro 4: 10), Abraham tenía
como cien años (Ro 4:19), Dios le dijo a Rebeca antes de que nacieran sus hijos
que el mayor serviría al menor (Ro 9: 10-12), Elías habló con Dios (Ro 11
:2-4), el pueblo de Israel pasó por el mar, comió y bebió alimento y bebida
espiritual, deseó el mal, se sentó a beber, se levantó a bailar, se entregó a
la inmoralidad, se quejó y fueron destruidos (1ª Co 10:11), Abraham le dio el
diezmo de todo a Melquisedec (Heb 7: 1-2), el tabernáculo del Antiguo
Testamento tenía un diseño específico y detallado (Heb 9: 1-5), Moisés roció al
pueblo y los enseres del tabernáculo con agua y sangre, usando lana escarlata e
hisopo (Heb 9: 19-21),
El
mundo fue creado por la palabra de Dios (Heb 11:3), muchos detalles de la vida
de Abel, Enoc, Noé, Abraham, Moisés, Rahab y otros en realidad sucedieron (Heb
11, pássim), Esaú vendió su primogenitura por una sola comida y después quiso
con lágrimas recuperarla (Heb 12:16-17), Rahab recibió a los espías y los envió
por otro camino (Stg 2: 25), ocho personas se salvaron en el arca (1ª P 3: 20;
2ª P 2:5), Dios convirtió a Sodoma y Gomarra en cenizas pero salvó a Lot (2ª P
2: 6-7), el asna de Balaam habló (2ª P 2: 16).
Esta
lista indica que los escritores del Nuevo Testamento estuvieron dispuestos a
descansar en la veracidad de cualquier parte de las narraciones históricas del
Antiguo Testamento. Ningún detalle fue demasiado insignificante para usarse
para la instrucción de los cristianos del Nuevo Testamento.
No hay
indicación alguna de que pensaran en alguna categoría de afirmaciones bíblicas
que no fueran confiables y fidedignas (tales como afirmaciones «históricas y
científicas» a diferencia de pasajes doctrinales o morales). Parece claro que
la Biblia misma no respalda ninguna restricción de algún tipo de temas de los
cuales habla con absoluta autoridad y verdad; ciertamente, muchos pasajes de la
Biblia en realidad anulan la validez de esta clase de restricción.
NOTA: Este no es un detalle menor, pero es útil
como ejemplo de un hecho «científico» que se afirma en el Antiguo Testamento y
uno respecto al cual el autor dice que tenemos conocimiento «por fe»; de este
modo, aquí explícitamente se dice que la fe incluye confianza en la veracidad
de un hecho científico e histórico registrado en el Antiguo Testamento.
Una
segunda respuesta a los que limitan la necesaria veracidad de la Biblia a
asuntos de «fe y práctica» es notar que esta posición confunde el propósito principal de la Biblia con el
propósito total de la Biblia.
Decir que el propósito principal de la Biblia es enseñamos asuntos de «fe y
práctica» es hacer un sumario útil y correcto del propósito de Dios al damos la
Biblia. Pero un sumario incluye
sólo el propósito más prominente de Dios al damos las Escrituras.
No es,
sin embargo, legítimo usar este sumario para negar que es parte del propósito de la Biblia
damos detalles históricos menores o hablamos acerca de algunos aspectos de
astronomía o geografía, y cosas por el estilo. Un sumario no se puede usar
apropiadamente para negar las cosas que está resumiendo. Usarlo de esta manera
simplemente mostraría que el sumario no es lo suficiente detallado para
especificar los asuntos en cuestión.
Es
mejor decir que todo el propósito de
la Biblia es decir todo lo que dice, sobre cualquier tema. Cada una de las
palabras de Dios en la Biblia él la consideró importante para nosotros. Por eso
Dios da severas advertencias a cualquiera que quita incluso una palabra de lo
que él nos ha dicho (Dt 4: 2; 12: 32; Ap 22: 18-19); no podemos ni añadir a las
palabras de Dios ni quitarles nada, porque todas son parte de su propósito más
amplio al hablamos.
Todo
lo que se dice en la Biblia está allí porque Dios quiso que estuviera allí;
¡Dios no dice nada sin propósito! Así que la primera objeción a la inerrancia
hace un uso errado de un sumario y por consiguiente incorrectamente intenta
imponer límites artificiales a la clase de cosas respecto a las cuales Dios
puede hablamos.
2. EL TÉRMINO INERRANCIA ES UN TÉRMINO POBRE.
Los
que hacen esta segunda objeción dicen que el término inerrancia es demasiado preciso y en el uso ordinario denota una
clase de precisión científica absoluta que no queremos afirmar en cuanto a la
Biblia. Es más, los que hacen esta objeción notan que el término inerrancia no se usa en la Biblia
misma. Por consiguiente, probablemente es un término inapropiado para que
nosotros insistamos en él.
La
respuesta a esta objeción se puede indicar como sigue: primero, los eruditos
que han usado el término inerrancia lo
han definido claramente por más de cien años, y siempre han dado campo a las
«limitaciones» que se añaden al habla en lenguaje ordinario.
No ha
habido un representante responsable de la posición de la inerrancia que haya
usado el término para denotar una clase de precisión científica absoluta. Por
consiguiente, los que presentan esta objeción al término no están dando
atención cuidadosa suficiente a la manera en que este se ha usado en el debate
teológico por más de un siglo.
Segundo,
se debe notar que a menudo usamos términos que no son bíblicos para resumir una
enseñanza bíblica. La palabra Trinidad
no aparece en la Biblia, ni tampoco la palabra encarnación. Sin embargo, estos términos son muy útiles porque
nos permiten resumir en una palabra un concepto bíblico verdadero, y son por
consiguiente útiles para permitimos debatir más fácilmente una enseñanza
bíblica.
También
se debe notar que no se ha propuesto ninguna otra palabra que diga tan
claramente lo que queremos afirmar cuando queremos hablar de la total veracidad
en el lenguaje. La palabra inerrancia lo
hace muy bien, y parece no haber razón para no continuar usándola con ese propósito.
Finalmente,
en la iglesia hoy parece que no podemos sostener un debate sobre este tema sin
usar este término. La gente puede objetar el uso de este término si lo desean,
pero, les guste no, este es un término en tomo al cual el debate ha girado y
casi ciertamente continuará así en las próximas décadas. Cuando el Concilio
Internacional sobre la Inerrancia Bíblica (ICBI, por sus siglas en inglés) en
1977 empezó una campaña de diez años para promover y defender la idea de la
inerrancia bíblica, se hizo inevitable que sería en tomo a esta palabra que
procedería el debate.
La
«Declaración de Chicago sobre la Inerrancia Bíblica», que se redactó y publicó
en 1978 bajo auspicios del ICBI (vea apéndice 1), definió lo que la mayoría de
los evangélicos quiere decir por inerrancia, tal vez no perfectamente, pero
bastante bien, y objeciones ulteriores a un término para ampliamente usado y
bien definido parece innecesaria e inútil para la iglesia.
3. NO TENEMOS MANUSCRITOS INERRANTES, POR CONSIGUIENTE, HABLAR DE UNA
BIBLIA INERRANTE CONFUNDE.
Los
que hacen esta objeción señalan el hecho de que la inerrancia siempre se ha
atribuido a las primeras copias
originales de los documentos bíblicos.
4 SIN EMBARGO NINGUNO DE ESTOS SOBREVIVIÓ; TENEMOS SÓLO COPIAS DE LO QUE MOISÉS,
PABLO O PEDRO ESCRIBIERON.
¿DE QUÉ SIRVE, ENTONCES,
ASIGNAR TANTA IMPORTANCIA A UNA DOCTRINA QUE SE APLICA SÓLO A MANUSCRITOS QUE
NADIE TIENE?
En
respuesta a esta objeción se puede indicar primero que para más de 99 por
ciento de las palabras de la Biblia, sabemos
lo que decían los manuscritos originales.
Incluso
para muchos de los versículos en donde hay variantes textuales (es decir,
diferentes palabras en diferentes copias antiguas del mismo versículo), la
decisión correcta a menudo es muy clara, y hay realmente muy pocos lugares en
donde la variante textual es dificil de evaluar y significativa para determinar
el significado.
En el
pequeño porcentaje de casos en donde hay una incertidumbre significativa en
cuanto a lo que decía el texto original, el sentido general de la oración por
lo general es muy claro partiendo del contexto. (Uno no tiene que ser erudito
en hebreo o griego para saber cuáles son esas variantes, porque todas las
traducciones modernas las indican en las notas marginales con palabras tales
como «Algunos manuscritos antiguos dicen» U «Otras autoridades antiguas
añaden»).
Esto
no es decir que el estudio de las variantes textuales no tenga importancia,
pero sí es decir que el estudio de las variantes textuales no nos ha dejado en
confusión respecto a lo que decían los manuscritos originales; más bien nos ha
llevado extremadamente cerca del contenido de esos manuscritos originales.
En
términos teológicos a estas copias originales se le llama lo «autógrafos»,
usando el prefijo auto-, que
quiere decir «mismo», y la raíz grafo,
que quiere decir «escrito», para referirse a una copia escrita por el
autor mismo.
Una
excelente revisión del trabajo de estudiar las variantes textuales en los
manuscritos existentes del Nuevo Testamento.
En la
práctica, entonces, los textos
presentes publicados con erudición del Antiguo Testamento hebreo y Nuevo
Testamento griego son los mismos de
los manuscritos originales. Así que cuando decimos que los manuscritos
originales eran inerrantes, también estamos implicando que más del 99 por
ciento de las palabras de nuestros manuscritos presentes también son
inerrantes, porque son copias exactas de los originales.
Todavía
más, sabemos en dónde están las
lecturas inciertas (porque donde no hay variantes textuales no tenemos razón
para esperar una copia defectuosa del original) Así que nuestros presentes
manuscritos son prácticamente iguales que los manuscritos originales, y la
doctrina de la inerrancia, por consiguiente, directamente tiene también que ver
con nuestros manuscritos presentes.
Además,
es extremadamente importante declarar la inerrancia de los documentos
originales, porque las copias subsiguientes fueron hechas por hombres que no
decían tener garantía de parte de Dios de que sus copias iban a ser perfectas.
Pero
es de los manuscritos originales de los que se afirma que son palabras de Dios.
Por eso, si tenemos errores en las copias (como las tenemos), son errores de hombres.
Pero
si tenemos errores en los manuscritos
originales, nos vemos obligados a decir no sólo que son errores de los hombres, sino que Dios mismo cometió un error y habló
falsamente. Y eso no puede ser.
4. LOS ESCRITORES BÍBLICOS «ACOMODARON» SU MENSAJE EN DETALLES MENORES A
IDEAS FALSAS CORRIENTES EN SU DÍA, Y AFIRMARON O ENSEÑARON ESAS IDEAS DE MODO
INCIDENTAL.
Esta
objeción a la inerrancia es ligeramente diferente de la que restringe la
inerrancia de la Biblia a asuntos de fe y práctica, pero se relaciona con ella.
Los que sostienen esta posición aducen que había sido muy dificil para los
escritores bíblicos comunicarse con la gente de su tiempo si hubieran tratado
de corregir toda información histórica y científica falsa en que creían sus contemporáneos.
Los
que sostienen esta posición no aducen que los lugares en que la Biblia ofrece
información falsa son numerosos, ni siquiera que esos lugares sean puntos
principales de alguna sección particular de la Biblia. Más bien dicen que
cuando los escritores bíblicos intentan hacer una declaración importante, a
veces presentan alguna falsedad incidental que la gente de ese tiempo creía.
A esta
objeción a la inerrancia se puede replicar, primero, que Dios es Señor del
lenguaje humano y que puede usar lenguaje humano para expresarse perfectamente
sin tener que presentar ideas falsas que pudieran haber sostenido las personas
del tiempo en que se escribió la Biblia. Esta objeción a la inerrancia
esencialmente niega el señorío efectivo de Dios sobre el lenguaje humano.
Segundo,
debemos responder que tal «acomodo» de parte de Dios a nuestra comprensión
implicaría que Dios hubiera actuado contrario a su carácter como un «Dios que
no miente» (Nm 23:19; Tit 1:2; Heb 6:18).
No es
útil distraer la atención Por supuesto, existe la posibilidad teórica de que
hubiera algún error de copia en la primera copia que se hizo de una de las
Epístolas de Pablo, por ejemplo, y que este error se ha reproducido en todas
copias restantes. Pero se debe pensar que esto es improbable porque;
(1) eso exigiría que se hizo sólo una copia del original, y que esa única
copia fue la base de todas las copias existentes, y;
(2) nuestro argumento anterior en cuanto a la fidelidad de Dios para
preservar el canon (vea capítulo;
(3) parecería indicar que si tal error ocurrió en efecto, no sería alguno
que materialmente afectaría nuestra comprensión de la Biblia.
La
existencia de tal error de copia no se puede ni probar ni desaprobar, pero
especulación adicional en cuanto a él aparte de evidencia contundente no parece
ser útil.
De
esta dificultad mediante énfasis repetido en la condescendencia de la gracia de
Dios al hablar a nuestro nivel. Sí, Dios en efecto condesciende para hablar
nuestro lenguaje, el lenguaje de los seres humanos. Pero ningún pasaje de la
Biblia enseña que él «condesciende» al punto de actuar contrario a su carácter
moral.
Nunca
se dice que él puede condescender tanto como para afirmar, aunque sea
incidentalmente, algo que sea falso. Si Dios se «acomodara» de esta manera,
dejaría de ser el «Dios que no miente». Dejaría de ser el Dios que la Biblia
dice que es. Tal actividad de ninguna manera hablaría de la grandeza de Dios,
porque Dios no manifestaría su grandeza actuando de una manera que contradice
su carácter. Esta objeción, pues, en su raíz, entiende malla pureza y unidad de
Dios en lo que afectan todas sus obras y acciones.
Es
más, tal proceso de acomodo, si en realidad hubiera ocurrido, hubiera creado un
problema moral serio para nosotros. Debemos ser imitadores del carácter moral
de Dios (Lv 11: 44; Lc 6: 36; Ef. 5: 1; 1ª P 5:1, et. Al.). Pablo dice que
puesto que en nuestra naturaleza estamos llegando a ser más semejantes a Dios
(Ef4.24), «dejando
la mentira» debemos hablar «con la verdad» unos con otros (v. 25).
Debemos
imitar la veracidad de Dios en lo que decimos. Sin embargo, si la teoría del
acomodo es correcta, entonces Dios intencionalmente
hizo afirmaciones incidentales de falsedad a fin de mejorar la
comunicación.
Por
consiguiente, ¿no sería correcto que nosotros también intencionalmente hagamos
afirmaciones incidentales de falsedad cada vez que eso mejorara la
comunicación? Sin embargo eso equivaldría a decir que una falsedad menor dicha
con un buen propósito (una «mentira blanca») no es mala. Tal posición, que
contradicen los pasajes bíblicos citados arriba en cuanto a la total veracidad
de Dios al hablar, y no puede considerarse válida.
5. LA INERRANCIA PONE DEMASIADO ÉNFASIS EN EL ASPECTO DIVINO DE LA BIBLIA
Y DESCUIDA EL ASPECTO HUMANO.
Esta
objeción más general la hacen los que aducen que los que abogan por la
inerrancia recalcan tanto el aspecto divino de la Biblia que minimizan su
aspecto humano.
Hemos
convenido en que la Biblia tiene un aspecto tanto divino como humano, y que
debemos dar atención adecuada a ambos. Sin embargo, los que hacen esta objeción
casi invariablemente pasan a insistir en que los aspectos verdaderamente
«humanos» de la Biblia seguramente implican
la presencia de algunos errores en la Biblia.
Podemos
responder que aunque la Biblia es plenamente humana porque fue escrita por
seres humanos usando su propio lenguaje, la actividad de Dios al supervisar la
redacción de la Biblia y hacer que fuera también sus palabras quiere decir que
es diferente de todos los demás libros humanos precisamente en este aspecto: no
contiene error. Ese es exactamente lo que afirmó incluso el pecador, codicioso
y desobediente Balaam en Números 23: 19; cuando Dios habla por medio de seres
humanos pecadores es diferente de cuando los hombres hablan porque «Dios no es
un simple mortal para mentir y cambiar de parecer».
Es
más, no es cierto que todas las expresiones verbales y los escritos humanos
contengan errores, porque todos los días hacemos docenas de declaraciones que
son completamente verdad. Por ejemplo: «Me llamo Wayne Grudem». «Tengo tres
hijos». «Desayuné esta mañana».
6. HAY ALGUNOS ERRORES EN LA BIBLIA QUE SON OBVIOS.
Esta
objeción final de que hay errores en la Biblia que son obvios la afirman o
implican la mayoría de los que niegan la inerrancia, y para muchos de ellos la
convicción de que hay ciertos errores en las Escrituras es un factor principal
para persuadidos a cuestionar la doctrina de la inerrancia.
Para
este caso la primera respuesta que debería hacerse a esta objeción es preguntar
dónde están tales errores. ¿En cuál versículo o versículos aparecen estos
errores? Es sorprendente la frecuencia que uno halla de que esta objeción la
hacen quienes tienen escasa o ninguna idea de dónde están los errores
específicos, pero que creen que hay errores porque les han dicho que los hay.
En
otros casos, sin embargo, habrá quienes mencionan uno o más pasajes en donde,
aducen, hay una afirmación falsa en la Biblia. En estos casos es importante que
veamos el mismo texto bíblico, y lo examinemos con detenimiento. Si creemos que
la Biblia en verdad es inerrante, debemos anhelar y por cierto no temer
inspeccionar estos pasajes con detalles minuciosos.
Es
más, nuestra expectación será que esa inspección detenida mostrará que no hay
ningún error después de todo. De nuevo, es sorprendente cómo resulta que una
lectura cuidadosa simplemente del texto en cuestión sacará a la luz una o más
posibles soluciones a la dificultad.
En
unos pocos pasajes no será inmediatamente evidente la solución a la dificultad
basándose en la lectura del texto en nuestro idioma. En ese punto es útil
consultar algunos comentarios sobre el pasaje. Tanto Agustín (354-430 d.C.) y
Juan Calvino (1509-64), junto con muchos otros comentaristas recientes, han
dedicado tiempo a estudiar bien la mayoría de los supuestos «textos problema» y
sugerir soluciones plausibles. Y algunos escritores han compilado la mayoría de
los textos difíciles y han sugerido respuestas.
Hay
unos pocos pasajes en donde tener conocimiento del hebreo o el griego puede ser
necesario para hallar una solución, y los que no tienen acceso de primera mano
a estos idiomas pueden tener que buscar respuestas bien sea en algún comentario
más técnico o preguntándole a alguien que tiene este entrenamiento.
Por
supuesto, nuestra comprensión de la Biblia nunca es perfecta, y esto quiere
decir que puede haber casos en donde seremos incapaces de hallar una solución a
un pasaje dificil al tiempo presente. Esto puede deberse a que al presente
desconocemos la evidencia lingüística, histórica o contextual que necesitamos
para entender correctamente el pasaje. Esto no debería ser problema para
nosotros en un número pequeño de pasajes en tanto y en cuanto el patrón global
de nuestra investigación de estos pasajes ha mostrado que, en verdad, no hay ningún
error en donde se ha aducido que hay alguno.
Pero
aunque debemos admitir que hay la posibilidad
de que no podamos resolver un problema en particular, también se debe
indicar que hay muchos eruditos bíblicos evangélicos hoy que dicen que al
presente no tienen conocimiento de ningún texto con problema para el cual no
haya una solución satisfactoria.
Es
posible, por supuesto, que se pueda llamar la atención a algunos de estos
pasajes en el futuro, pero durante los pasados quince años o algo así de controversia
sobre la inerrancia bíblica, ningún pasaje «no resuelto» ha sido llevado a su
atención.
Finalmente,
una perspectiva histórica de este asunto es útil. En realidad no hay ningún
problema «nuevo» en la Biblia. La Biblia en su totalidad tiene más de 1990
años, y los supuestos «textos problema» han estado allí todo el tiempo. Sin
embargo, en toda la historia de la iglesia ha habido una firme creencia en la
inerrancia de las Escrituras en el sentido en que se define en este capítulo.
Es
más, por cientos de años eruditos bíblicos altamente competentes han leído y
estudiado esos textos problema y con todo no han hallado dificultad en sostener
la inerrancia. Esto debe damos confianza de que hay disponibles soluciones a
estos problemas y que la creencia en la inerrancia es enteramente congruente
con toda una vida de atención detallada al texto de la Biblia.
C. PROBLEMAS AL NEGAR LA INERRANCIA
Los
problemas que surgen al negar la inerrancia bíblica no son insignificantes, y
entender la magnitud de estos problemas nos da estímulo adicional no sólo para
declarar la inerrancia, sino también para declarar su importancia para la
iglesia. A continuación se mencionan algunos de los problemas más serios.
1. SI NEGAMOS LA INERRANCIA NOS VEMOS FRENTE A UN SERIO PROBLEMA MORAL:
¿PODEMOS IMITAR A DIOS E
INTENCIONALMENTE TAMBIÉN MENTIR EN ASUNTOS MENORES?
Esto
es similar a lo que dijimos en respuesta a la objeción no 4, arriba;
pero aquí se aplica no sólo a los que sostienen la objeción no 4,
sino también más ampliamente a todos los que niegan la inerrancia. Efesios 5:1
nos dice que seamos imitadores de Dios; pero una negación de la inerrancia que
de todos modos afirma que las palabras
de las
Escrituras son palabras inspiradas por Dios necesariamente implica que Dios
intencionalmente habló falsedades en algunas de las afirmaciones menos
centrales de la Biblia. Y si está bien que Dios haga esto, ¿cómo puede estar
mal que nosotros lo hagamos? Semejante línea de razonamiento, si la creyéramos,
ejercería fuerte presión sobre nosotros para empezar a hablar falsedades en
situaciones en que pareciera ayudamos a expresarnos mejor, y cosas por el
estilo.
Esta
posición sería una bajada resbalosa con resultados cada vez más negativos en
nuestra vida.
El
presente escritor, por ejemplo, ha examinado durante veinte años docenas de
estos «textos problema» que han sido traídos a su atención en el contexto del
debate sobre la inerrabilidad. En cada uno de estos casos, al examinar de cerca
el texto se ha hecho evidente una solución plausible.
2. SI SE NIEGA LA INERRANCIA EMPEZAMOS A PREGUNTAMOS SI DE VERAS PODEMOS
CONFIAR EN DIOS EN ALGO QUE DIGA.
Una
vez que nos convencemos de que Dios nos ha dicho falsedades en algunos asuntos
menores de la Biblia, podemos concluir que Dios es capaz de decimos falsedades. Esto tendrá un efecto perjudicial
en nuestra disposición a creer en Dios y su Palabra y confiar en él
completamente y obedecerle totalmente en el resto de la Biblia.
Empezaremos
a desobedecer inicialmente esas secciones de la Biblia que menos queremos
obedecer, y a desconfiar inicialmente de las secciones en que menos nos
inclinamos a confiar.
Pero
tal procedimiento con el tiempo aumentará, para gran perjuicio de nuestra vida
espiritual.
Por
supuesto, tal declinación en confianza y obediencia a la Biblia tal vez no
ocurra necesariamente en la vida de todo el que niega la inerrancia, pero este
será por cierto el patrón general, y será el patrón que se exhibe en el curso
de una generación a la que se enseña a negar la inerrancia.
3. SI NO ACEPTAMOS LA INERRANCIA, ESENCIALMENTE CONVERTIMOS A NUESTRA
MENTE HUMANA EN UNA NORMA MÁS ALTA DE VERACIDAD QUE LA MISMA PALABRA DE DIOS.
Estaríamos
usando nuestra mente para poner en tela de juicio algunas secciones de la
Palabra de Dios y dictaminando que están erradas. Pero esto es en efecto decir
que sabemos la verdad con más certeza y más precisión que la Palabra de Dios (o
que Dios mismo), por 10 menos en esos asuntos. Tal procedimiento, hacer nuestra
mente una norma más alta que la verdad de la Palabra de Dios, es la raíz de
todo pecado intelectual.
4. SI NEGAMOS LA INERRANCIA TAMBIÉN DEBEMOS DECIR QUE LA BIBLIA ESTÁ
ERRADA NO SÓLO EN DETALLES MENORES SINO TAMBIÉN EN ALGUNAS DE SUS DOCTRINAS.
Una
negación de la inerrancia quiere decir que decimos que las enseñanzas de la
Biblia en cuanto a la naturaleza de la
Biblia y en cuanto a la veracidad
y confiabilidad de las palabras de
Dios también es falsa. Estos no son detalles menores sino preocupaciones
doctrinales importantes en la Biblia.
NOTA: Vea en el capítulo 3 una consideración de la
Biblia como nuestra norma absoluta de verdad.
Aunque las posiciones indeseables mencionadas
arriba lógicamente se relacionan con una negación de la inerrabilidad, está en
orden decir una palabra de precaución: No todos los que niegan la inerrabilidad
adoptarán también las conclusiones indeseables que se acaban de mencionar.
Algunos (probablemente en forma inconsistente) negarán la inerrabilidad pero no
darán estos siguientes pasos lógicos. En los debates sobre la inerrabilidad,
como en otros debates teológicos, es importante criticar a las personas en base
a las nociones que en realidad sostienen, y distinguir esas nociones claramente
de posiciones que pensamos que sostendrían si fueran consistentes con las
nociones que expresan.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN
PERSONAL
1. A su modo de pensar, ¿por qué el debate en cuanto a la inerrancia se ha
convertido en una cuestión tan grande en este siglo? ¿Por qué personas en ambos
lados del asunto piensan que es importante?
2. Si usted pensara que la Biblia enseña algunos errores pequeños, ¿cómo
pensaría que eso afectaría la manera en que usted lee la Biblia? ¿Afectaría su
cuidado en ser veraz en la conversación cotidiana?
3. ¿Sabe usted de algún pasaje bíblico que parezca contener errores?
¿Cuáles son? ¿Ha tratado de resolver las dificultades en estos pasajes? Si no
ha hallado una solución a algún pasaje, ¿qué otros pasos pudiera probar?
4. Conforme los creyentes avanzan por la vida aprendiendo a conocer mejor
su Biblia y creciendo en madurez cristiana, ¿tienden a confiar en la Biblia
más, o a confiar menos? A su modo de pensar, ¿creerá usted en el cielo que la
Biblia es inerrante? Si es así, ¿lo creerá usted más firmemente o menos
firmemente que lo cree ahora?
5. Si está convencido de que la Biblia enseña la doctrina de la
inerrancia, ¿cómo se siente al respecto? ¿Se alegra de que tal enseñanza esté
allí, o siente usted que es una carga tener que defenderla?
6. ¿Garantiza la creencia en la inerrancia que tengamos una doctrina sana
y una vida cristiana sana? ¿Cómo pueden los Testigos de Jehová decir que la
Biblia es inerrante y a la vez ellos mismos tener tantas enseñanzas falsas?
7. Si usted está de acuerdo con la inerrancia, ¿piensa que la inerrancia
debería ser un requisito para membrecía en la iglesia, para enseñar en una
clase de Escuela Dominical, para ser nombrado para un cargo en la iglesia (tal
como anciano o diácono), para ser ordenado como pastor y para enseñar en un
seminario teológico? ¿Por qué sí o por qué no?
8. Cuando hay controversias doctrinales en la iglesia, ¿cuáles son los
peligros personales que enfrentan quienes sostienen una posición más congruente
con la Biblia? En particular, ¿cómo puede el orgullo en la doctrina correcta
convertirse un problema? ¿Cuál es la solución? ¿Piensa usted que la inerrancia
es una cuestión importante para el futuro de la iglesia? ¿Por qué sí y por qué
no? A su modo de pensar, ¿cómo se resolverá?
TÉRMINOS ESPECIALES
Autógrafo, fe y práctica, ICBI, inerrante, infalible, variante
textual
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Salmo 12: 6: Las Palabras Del
Señor Son Puras, Son Como La Plata Refinada, Siete Veces Purificada En El
Crisol.
CAPÍTULO 5
(2)LA CLARIDAD DE LA ESCRITURA
¿PUEDEN SÓLO LOS ERUDITOS ENTENDER CORRECTAMENTE LA BIBLIA?
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
Cualquiera
que ha empezado a leer la Biblia en serio se dará cuenta de que algunas partes
se pueden entender muy fácilmente en tanto que otras partes parecen un
acertijo. A decir verdad, muy temprano en la historia de la iglesia Pedro les
recordó a sus lectores que algunas partes de las Epístolas de Pablo eran
difíciles de entender: «Tengan presente que la paciencia de nuestro Señor
significa salvación, tal como les escribió también nuestro querido hermano
Pablo, con la sabiduría que Dios le dio.
En
todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los
ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás
Escrituras, para su propia perdición» (2ª P 3: 15-16). Debemos reconocer, por
consiguiente, que no toda la Biblia es fácil de entender.
Pero
sería un error pensar que la mayoría de la Biblia o que la Biblia en general es
difícil de entender. De hecho, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento
frecuentemente afirman que la Biblia está escrita de tal manera que sus
enseñanzas puede entenderlas cualquier creyente regular. Incluso en la
afirmación de Pedro que acabamos de citar, el contexto es una apelación a las
enseñanzas de la carta de Pablo, que los lectores de Pedro habían leído y
entendido (2ª P 3: 15).
Es
más, Pedro asigna algo de la culpa moral a los que tergiversan estos pasajes
«para su propia perdición». Tampoco dice que haya cosas imposibles de entender,
sino sólo que son difíciles de entender.
A. LA BIBLIA FRECUENTEMENTE AFIRMA SU PROPIA CLARIDAD
La
claridad de la Biblia y la responsabilidad de los creyentes en general para
leerla y entenderla se recalca a menudo. En un pasaje muy familiar Moisés le
dice al pueblo de Israel:
Grábate En El Corazón Estas Palabras Que Hoy Te Mando. Incúlcaselas Continuamente A Tus Hijos. Háblales De Ellas Cuando
Estés En Tu Casa Y Cuando Vayas Por El Camino, Cuando Te Acuestes Y Cuando Te
Levantes (Dt 6: 6-7).
Se
esperaba que todo el pueblo de Israel fuera capaz de entender las palabras de
la Biblia lo suficiente para poder «inculcárselas continuamente» a sus hijos.
Esta enseñanza no consistía solo en la memorización sin entendimiento, porque
el pueblo de Israel debía hablar de
las palabras de la Biblia durante sus actividades de sentarse en la casa,
caminar, irse a la cama o levantarse por la mañana.
Dios
espera que todo su pueblo sepa
y pueda hablar de su Palabra, con la aplicación apropiada a la situación ordinaria
de la vida. De modo similar, el Salmo 1 nos dice que el «hombre dichoso», a
quien todos los justos de Israel debían emular, es el que medita en la ley de
Dios «día y noche» (Sal 1:2). Esta meditación diaria da por sentado una
capacidad para entender apropiadamente la Biblia los que la meditan.
El
carácter de la Biblia se dice que es tal que incluso el «sencillo» puede
entenderla apropiadamente y ser sabio por ella. «El mandato del Señor es digno
de confianza: da sabiduría al sencillo» (Sal 19: 7). Después leemos: «La
exposición de tus palabras nos da luz, y da entendimiento al sencillo» (Sal
119: 130). Aquí el «sencillo» (heb. peti)
no es meramente el que carece de capacidad intelectual, sino el que
carece de sano juicio, que es proclive a cometer errores, y que fácilmente
puede dejarse desviar!
La
Palabra de Dios es tan comprensible, tan clara, que incluso le da sabiduría a
este tipo de personas. Esto debería ser un gran estímulo para todos los
creyentes; ninguno debe pensar de sí mismo que es demasiado necio para leer la
Biblia y entenderla lo suficiente para que ella le dé sabiduría.
Hay un
énfasis similar en el Nuevo Testamento. Jesús mismo, en sus enseñanzas, sus
conversaciones y sus debates nunca responde a pregunta alguna dando indicio de
echarle la culpa a las Escrituras del Antiguo Testamento por no ser claras.
Incluso
al hablarles a personas del primer siglo que distaban como mil años de David,
de Moisés como mil quinientos años, o de Abraham como dos mil años, Jesús da
por sentado que tales personas pueden leer y entender correctamente las
Escrituras del Antiguo Testamento.
En
días cuando es común que algunos nos digan que es difícil interpretar
correctamente la Biblia, haremos bien en recordar que ni una sola vez en los
Evangelios oímos a Jesús diciendo: «Veo de dónde viene su problema; las
Escrituras no son claras en cuanto a ese tema». Más bien, sea que estuviera
hablando con eruditos o con personas comunes sin mayor educación, sus
respuestas siempre dan por sentado que la culpa de entender mal alguna
enseñanza de las Escrituras no se debe echar a las Escrituras mismas, sino a
los que entendieron malo no aceptaron lo que está escrito.
Vez
tras vez responde a preguntas con afirmaciones como «No han leído» (Mt 12:3, 5;
19:14; 22: 31), «No han leído en las Escrituras» (Mt 21: 41), o incluso:
«Ustedes andan equivocados porque desconocen las Escrituras y el poder de Dios»
(Mt 22: 29; cf. Mt 9: 13; 12: 7; 15: 3; 21:13; Jn 3:10; et. al.).
De
modo similar, la mayoría de las Epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas
no a dirigentes de la iglesia sino a congregaciones enteras. Pablo escribe: «A
la iglesia de Dios que está en Corinto» (1ª Co 1: 2), «A las iglesias de
Galacia» (Gá 1: 2), «A todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos,
junto con los obispos y diáconos» (Flp 1:1), y así por el estilo.
Pablo da por sentado que sus oyentes entenderán lo que les escribe, y los
anima a que hagan circular sus cartas en otras iglesias: «Una vez que se les
haya leído a ustedes esta carta, que se lea también en la iglesia de Laodicea,
y ustedes lean la carta dirigida a esa iglesia» (Col 4:16; compare el uso de la
misma palabra en Pr 1: 4; 7: 7; 9: 6; 14: 15, 18; 22: 3; 27: 12. 110 6 : Jn 20: 30-31; 2ª Co 1: 13; Ef
3: 4; 1 Ti 4: 13; Stg 1: 1, 22-25; 1ª P 1: 1; 2:2; 2ª P 1: 19; 1ª Jn 5: 13).
Se
podría presentar 2 Pedro 1:20 en contra del concepto de la claridad de la
Biblia que se explica en este capítulo. El versículo dice que «ninguna profecía
de la Escritura surge de la interpretación particular de nadie», y alguien
pudiera aducir que esto significa que los creyentes comunes no pueden
interpretar correctamente las Escrituras por sí mismos.
Es
improbable, sin embargo, que esta implicación se pueda derivar de 2ª Pedro
1:20, porque el versículo probablemente está hablando del origen y no de la interpretación de
la Biblia. De esta manera la NVI lo traduce: «ninguna profecía de la Escritura surge de la interpretación particular
de nadie».
Es
más, incluso si se entendiera el versículo como hablando de la interpretación
de la Biblia, estaría diciendo que la interpretación de la Biblia se debe hacer
dentro de la comunión de creyentes y no meramente como actividad personal. Ni
aun así implicaría que se necesitan intérpretes autoritativos para asegurar el
verdadero significado de la Biblia, sino simplemente que la lectura y
entendimiento de la Biblia no se debe realizar por entero en forma aislada de
otros creyentes.
Para
que no pensemos que comprender la Biblia de alguna manera era más fácil para
los creyentes del primer siglo que para nosotros, es importante darnos cuenta
de que en muchos casos las Epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas a
iglesias que tenían una proporción nutrida de creyentes gentiles. Eran
creyentes relativamente nuevos que no tenían ningún trasfondo previo en ninguna
clase de sociedad cristiana, y que tenían escaso o ningún entendimiento de la
historia y cultura de Israel.
No
obstante, los autores del Nuevo Testamento no vacilan en esperar que estos
creyentes gentiles puedan leer una traducción del Antiguo Testamento en su
propio idioma y entenderlo apropiadamente (Ro 4: 1-25; 15:4; 1ª Co 10: 1-11; 2ª
Ti 3: 16-17;).
B. LAS CUALIDADES MORALES Y ESPIRITUALES NECESARIAS PARA UNA
COMPRENSIÓN CORRECTA
Los
escritores del Nuevo Testamento con frecuencia afirman que la capacidad de
entender la Biblia correctamente es más capacidad moral y espiritual que
intelectual: «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu
de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que
discernirlo espiritualmente» (1ª Co 2: 14; 1: 18-3:4; 2ª Co 3: 14-16; 4: 3-4,
6; Heb 5: 14; Sta. 1: 5-6; 2ª P 3: 5; Mr 4: 11-12; Jn 7: 17; 8: 43).
Así
que aunque los autores del Nuevo Testamento afirman que la Biblia en sí misma está escrita con claridad,
también afirman que no la podrán entender correctamente los que no están
dispuestos a recibir sus enseñanzas. La Biblia la pueden entender todos los que
no son creyentes que la lean con sinceridad en busca de salvación, y todos los
creyentes que la lean buscando la ayuda de Dios para entenderla. Esto se debe a
que en ambos casos el Espíritu Santo obra para superar los efectos del pecado,
que de otra manera harían que la verdad pareciera tontería (1ª Co 2: 14; 1:
18-25; Stg 1: 5-6, 22-25).
NOTA: Pablo les dice a los corintios: «No estamos
escribiéndoles nada que no puedan leer ni entender», y luego añade «Espero que
comprenderán del todo, así como ya nos han comprendido en parte». La adición a
su primera afirmación no niega su afirmación de claridad de lo que les ha
escrito, sino que anima a los corintios a ser diligentes para escuchar con todo
cuidado las palabras de Pablo, a fin de que su comprensión parcial pueda ser
ahondada y enriquecida.
De hecho, la misma expresión de tal esperanza
muestra que Pablo da por sentado que se puede entender sus escritos (el piza, «espero», en el Nuevo
Testamento expresa una expectación mucho más confiada de un evento futuro que
la palabra en inglés esperanza).
C. DEFINICIÓN DE LA CLARIDAD DE LA BIBLIA
A fin
de resumir este material bíblico podemos afirmar que la Biblia está escrita de
tal manera que todas las cosas necesarias para nuestra salvación y para nuestra
vida y crecimientos cristianos están expresadas muy claramente en la Biblia.
Aunque los teólogos a veces han definido la claridad de la Biblia en forma más
estrecha (diciendo, por ejemplo, sólo que la Biblia es clara en su enseñanza
del camino de salvación), los muchos pasajes citados arriba se aplican a muchos
aspectos diferentes de la enseñanza bíblica y no parecen respaldar ninguna de
tales limitaciones en los aspectos respecto a los cuales se puede decir que la
Biblia habla claramente.
Parece
ser más fiel a estos pasajes bíblicos definir la claridad de la Biblia como
sigue: La claridad de la Biblia quiere
decir que la Biblia está escrita de tal manera que sus enseñanzas pueden entenderlas todos los que la leen
buscando la ayuda de Dios y estando dispuestos a seguirlas. Una vez que hemos declarado esto, sin embargo,
debemos también reconocer que muchos, incluso del pueblo de Dios, en efecto
entienden mal la Biblia.
D. ¿POR QUÉ ALGUNOS ENTIENDEN MALLA BIBLIA?
Durante
la vida de Jesús, sus propios discípulos a veces no entendían el Antiguo
Testamento y las propias enseñanzas de Jesús (vea Mt 15: 16; Mr 4: 10-13; 6:
52; 8: 14-21; 9: 32; Lc 18: 34; Jn 8:27; 10: 6).
Aunque
a veces esto se debió al hecho de que ellos simplemente necesitaban esperar
acontecimientos ulteriores en la historia de la redención, y especialmente en
la vida de Cristo mismo (vea jn 12:16; 13:7; Jn 2:22), también hubo ocasiones
cuando esto se debió a falta de fe y dureza de corazón (Lc 24:25).
Todavía
más, hubo ocasiones en la iglesia primitiva cuando los creyentes no entendieron
ni estuvieron de acuerdo respecto a alguna enseñanza del Antiguo Testamento, o
en cuanto a cartas escritas por los apóstoles; nótese el proceso de crecimiento
en la comprensión respecto a la inclusión de los gentiles en la iglesia (que
culminó en «mucho debate» [Hch 15: 17] en el concilio de Jerusalén, según
Hechos 15), o el malentendido de Pedro sobre este asunto en Gálatas 2: 11-15, o
los frecuentes asuntos doctrinales y éticos que tuvieron que ser corregidos por
las Epístolas del Nuevo Testamento. De hecho, en toda la historia de la iglesia
los desacuerdos doctrinales han sido muchos, y el progreso en resolver
diferencias doctrinales a menudo ha sido lento.
A fin
de ayudar a las personas a evitar cometer errores al interpretar la Biblia,
muchos profesores bíblicos han desarrollado «principios de interpretación», o
pautas para estimular el crecimiento en el arte de la interpretación apropiada.
El
antiguo término para la claridad de la Biblia era perspicuidad, términos que simplemente quiere decir «claridad ».
Ese término en sí mismo no es muy claro para la gente de hoy, y no lo he usado
en este libro.
La
palabra hermenéutica (de la
palabra griega Hermeneúo, «interpretar»)
es el término más técnico para este campo de estudio: la hermenéutica es el
estudio de los métodos correctos de interpretación (especialmente
interpretación de la Biblia).
Otro
término técnico que a menudo se usa al considerar la interpretación bíblica es
«exégesis», término que se refiere más a la práctica misma de interpretar la
Biblia, no a las teorías y principios respecto a cómo se debe hacer: exégesis
es el proceso de interpretar un pasaje de la Biblia. Consecuentemente, cuando
uno estudia principios de interpretación, eso es hermenéutica, pero cuando uno
aplica esos principios y empieza en realidad a explicar un pasaje bíblico, uno
está haciendo «exégesis.
La
existencia de muchos desacuerdos en cuanto al significado de la Biblia en toda
la historia nos recuerda que la doctrina de la claridad de la Biblia no implica
ni sugiere que todos los creyentes concordarán respecto a todas las enseñanzas
de la Biblia.
No
obstante, sí nos dice algo muy importante: que el problema siempre está en
nosotros, y no en la Biblia. La situación es, en verdad, similar a la de la
autoridad de la Biblia. En tanto que afirmamos que las palabras de la Biblia
tienen toda la autoridad de Dios mismo, también nos damos cuenta de que algunos
no reconocen esa autoridad o no se someten a ella.
Asimismo,
afirmamos que todas las enseñanzas de la Biblia son claras y se pueden
entender, pero también reconocemos que las personas a menudo (debido a sus
propias limitaciones) entienden mal lo que está escrito claramente en la
Biblia.
E. ESTÍMULO PRÁCTICO DE ESTA DOCTRINA.
La
doctrina de la claridad de la Biblia, por consiguiente, tiene una aplicación
muy importante, ya la larga muy estimulante. Nos dice que en donde hay aspectos
de desacuerdo doctrinal o ético (por ejemplo, sobre el bautismo, la
predestinación o el gobierno de la iglesia), hay sólo dos causas posibles:
(1) Por un lado, puede deberse a que estamos buscando hacer afirmaciones en
donde la Biblia misma guarda silencio. En tales casos debemos estar más
dispuestos a reconocer que Dios no nos ha dado la respuesta a nuestra búsqueda,
y dar lugar a los diferentes puntos de vista dentro de la iglesia. (Este es a
menudo el caso con cuestiones muy prácticas, como los métodos de evangelización
o estilos de enseñanza bíblica o el apropiado tamaño de una iglesia.).
(2) Por otro lado, es posible que hayamos cometido errores en nuestra
interpretación de la Biblia. Esto puede haberse debido a que la información que
usamos para decidir un asunto de interpretación fue inexacta o incompleta; o a
que hay alguna deficiencia personal de nuestra parte, como por ejemplo orgullo
personal, codicia, falta de fe, egoísmo e incluso el no dedicar suficiente
tiempo a leer y estudiar la Biblia en oración.
Pero
en ningún caso tenemos libertad para decir que la enseñanza de la Biblia sobre
algún tema es confusa o que no se puede entender correctamente. En ningún caso
debemos pensar que los desacuerdos persistentes sobre algún tema en toda la
historia de la iglesia quieren decir que no podemos llegar a una conclusión
correcta sobre ese tema por nosotros mismos.
Más
bien, si en nuestra vida surge una genuina inquietud respecto a algún tema,
debemos sinceramente pedir la ayuda de Dios y entonces acudir a la Biblia e
investigarla con toda nuestra capacidad, creyendo que Dios nos capacitará para
entenderla correctamente.
Esta
verdad debe dar gran estímulo a todos los creyentes a leer su Biblia diariamente
y con gran anhelo. Nunca debemos dar por sentado, por ejemplo, que sólo los que
saben griego o hebreo, o sólo los pastores o eruditos bíblicos, pueden entender
correctamente la Biblia; recuerde que el Antiguo Testamento fue escrito en
hebreo y que muchos de los creyentes para quienes se escribieron las cartas del
Nuevo Testamento no tenían conocimiento del hebreo para nada; tuvieron que leer
el Antiguo Testamento en una traducción al griego.
Sin
embargo los escritores del Nuevo Testamento dieron por sentado que estas
personas podían leerlo y entenderlo correctamente aun sin tener conocimiento
académico del idioma original.
Los
cristianos nunca deben dejar en las manos de los «expertos» académicos la tarea
de interpretar la Biblia; deben seguir haciéndolo todos los días por sí mismos.
Es
más, aunque reconocemos que ha habido muchos desacuerdos doctrinales en la
historia de la iglesia, no debemos olvidar que en toda la historia de la
iglesia ha habido una sorprendente cantidad de acuerdo doctrinal respecto a la
mayoría de las verdades centrales de la Biblia.
En
verdad, los que han tenido oportunidades para tener comunión con creyentes en
otras partes del mundo han descubierto el asombroso hecho de que dondequiera
que hallemos un grupo de creyentes con vitalidad, casi de inmediato se hace
aparente una amplia cantidad de acuerdo sobre todas las doctrinas centrales de
la fe cristiana. ¿Por qué es esto cierto, sin que importe cual sea la sociedad,
cultura o afiliación denominacional? Es que todos han estado leyendo y creyendo
la misma Biblia, y sus enseñanzas primarias han sido claras.
F. EL PAPEL DE LOS ERUDITOS
¿TIENEN ALGÚN PAPEL PARA
LOS ERUDITOS BÍBLICOS O LOS QUE TIENEN CONOCIMIENTO ESPECIALIZADO DEL HEBREO
(PARA EL ANTIGUO TESTAMENTO) Y DEL GRIEGO (PARA EL NUEVO TESTAMENTO)?
Ciertamente,
hay un papel para ellos por lo menos en cuatro cosas:
1. Pueden enseñar la Biblia con claridad y comunicar su contenido a otros,
cumpliendo así el oficio de «maestro» mencionado en el Nuevo Testamento (1ª Co
12: 28; Ef 4: 11).
2. Pueden explorar nuevas esferas de comprensión de las enseñanzas de la
Biblia.
Esta
exploración muy rara vez (si acaso) incluye negación de las principales
enseñanzas que la iglesia ha sostenido a través de los siglos, pero a menudo
incluirá la aplicación de la Biblia a nuevos aspectos de la vida, el responder
a preguntas difíciles que han levantado tanto creyentes como no creyentes en
cada nuevo período de la historia, y la continua actividad de refinar y hacer
más precisa la comprensión de la iglesia en cuanto a puntos detallados de
interpretación de versículos individuales o asuntos de doctrina o ética.
Aunque
la Biblia puede no parecer muy grande en comparación a la vasta cantidad de
literatura en el mundo, es un tesoro rico de sabiduría de Dios que supera en
valor a todos los demás libros que jamás se han escrito.
El
proceso de relacionar sus varias enseñanzas entre sí, sintetizarlas, y
aplicarlas a cada nueva generación, es una tarea grandemente satisfactoria que
jamás quedará completa en esta edad.
Todo
erudito que ama profundamente la palabra de Dios pronto se dará cuenta de que hay
en la Biblia mucho más de lo que se puede aprender en toda una vida.
NOTA: No es mi intención sugerir que la actividad
de interpretar la Biblia se debe hacer en forma individualista: Dios a menudo
usa los escritos de otros o el consejo personal de otros para capacitarnos para
entender correctamente su palabra.
El principal punto es que cualquiera que sea el
medio, y primordialmente mediante la lectura de la Biblia por sí mismos, los
creyentes deben esperar que Dios los capacitará para entender apropiadamente
las enseñanzas de la Biblia.
3. Pueden defender las enseñanzas de la Biblia contra ataques de parte de
otros eruditos o de los que tienen educación técnica especializada. El papel de
enseñar la Palabra de Dios a veces también incluye corregir falsas enseñanzas.
Uno
debe poder no sólo «exhortar a otros con la sana doctrina» sino también
«refutar a los que se opongan» (Tit 1: 9; 2ª Ti 2:25: «humildemente, debe
corregir a los adversarios»; y Tit 2: 7-8). A veces los que atacan las
enseñanzas bíblicas tienen educación especializada y conocimiento técnico en
cuestiones históricas, lingüísticas o filosóficas, y usan esa educación para
lanzar ataques bastante sofisticados contra las enseñanzas de la Biblia.
En
tales casos, creyentes con destrezas especializadas similares pueden usar su
educación para entender y responder a tales ataques. Tal capacitación también
es muy útil para responder a las falsas enseñanzas de sectas y religiones
falsas.
Esto
no es decir que los creyentes sin capacitación especializada no pueden
responder a la enseñanza falsa (porque la mayoría de la falsa enseñanza la
puede refutar claramente el creyente que ora y tiene un buen conocimiento de la
Biblia en su idioma), sino más bien que los puntos técnicos en la argumentación
los pueden contestar solamente los que tienen destreza en los aspectos técnicos
que se traen a colación.
4. Pueden suplementar el estudio de la Biblia para beneficio de la
iglesia. Los eruditos bíblicos a menudo tienen educación que los capacita para
relacionar las enseñanzas de la Biblia con la rica historia de la iglesia, y
hacer la interpretación de la Biblia más precisa y su significado más vívido
con mayor conocimiento de los idiomas y culturas en que fue.
Estas
cuatro funciones benefician a la iglesia como un todo, y todos los creyentes
deben estar agradecidos a los que las realizan. Sin embargo, estas funciones no
incluyen el derecho de decidir por la iglesia como un todo cuál es la doctrina
verdadera o falsa, o cuál es la conducta apropiada en una situación dificil. Si
tal derecho fuera privilegio de los eruditos bíblicos con educación formal,
estos se convertirían en una élite gobernante de la iglesia, y la función
ordinaria del gobierno de la iglesia según se describe en el Nuevo Testamento
cesaría.
El
proceso de toma de decisiones para la iglesia se debe dejar a los oficiales de
la iglesia, sean eruditos o no (y, en la forma congregacional de gobierno
eclesiástico, no sólo a los oficiales sino también a los miembros de la iglesia
como un todo).
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. Si la doctrina de la claridad de la Biblia es cierta, ¿por qué parece
haber tanto desacuerdo entre creyentes en cuanto a enseñanzas de la Biblia?
Observando la diversidad de interpretaciones de la Biblia, algunos concluyen:
«La gente puede hacer que la Biblia diga lo que quieren que diga». ¿Cómo piensa
usted que Jesús hubiera respondido a esta afirmación?
2. ¿Qué le sucedería a la iglesia si la mayoría de los creyentes dejarán
de leer la Biblia por sí mismos y sólo escucharan a sus maestros bíblicos o
leyeran libros en cuanto a la Biblia? Si usted pensara que sólo los eruditos
expertos pueden entender la Biblia apropiadamente, ¿qué sería de su lectura
personal de la Biblia? ¿Le ha sucedido esto en alguna medida en su vida o en la
vida de conocidos suyos?
3. ¿Piensa usted que hay interpretaciones correctas y erradas de la
mayoría de los pasajes de la Biblia? Si usted pensara que la Biblia es
generalmente confusa, ¿cómo cambiaría su respuesta? ¿Afectaría una convicción
en cuanto a la claridad de la Biblia el cuidado que usted pone al estudiar un
pasaje bíblico? ¿Afectaría eso la manera en que usted acude a la Biblia al
tratar de obtener una respuesta bíblica a algún problema dificil doctrinal o
moral?
4. Si incluso profesores de seminarios tienen desacuerdos en cuanto a
ciertas enseñanzas bíblicas, ¿pueden otros creyentes tener alguna esperanza de
arribar a alguna decisión correcta sobre esa enseñanza? (Explique su
respuesta). ¿Piensa usted que personas comunes entre los judíos en el tiempo De
Jesús tuvieron dificultades para decidir si creerle a Jesús o a los expertos
eruditos que discrepaban con él? ¿Esperaba Jesús que ellos pudieran decidir?
5. ¿Cómo puede un pastor predicar sermones basados en la Biblia cada
domingo sin dar la impresión de que sólo personas con educación de seminario
(como él mismo) pueden interpretar correctamente la Biblia? ¿Piensa usted que
sería bueno que alguna vez, en una controversia doctrinal o ética, un erudito
bíblico hablara en una iglesia y basara sus principales argumentos en
significados especiales de palabras griegas o hebreas que los mismos miembros
de la iglesia no pueden evaluar ni llegar a conclusiones propias? ¿Hay alguna
manera apropiada de que un erudito use tal conocimiento técnico en sus escritos
o conferencias populares?
6. Algunos dirigentes de la iglesia en tiempo de Martín Lutero decían que
querían mantener la Biblia en latín para evitar que el pueblo -común la leyera
y la interpretara mal. Evalúe este argumento. ¿Por qué piensa usted que Martín
Lutero tenía tanto anhelo de traducir la Biblia al alemán? ¿Por qué, a su
manera de ver, los dirigentes de la iglesia en siglos pasados habían perseguido
e incluso matado a hombres: como Guillermo Tyndale en Inglaterra, que estaban
traduciendo la Biblia al lenguaje del pueblo? ¿Por qué la tarea de traducir la
Biblia a otros idiomas es tan importante como parte de la obra misionera?
7. ¿Significa la doctrina de la claridad de la Biblia que el Nuevo
Testamento lo pueden entender plenamente personas que no tienen acceso al
Antiguo Testamento?
TÉRMINOS ESPECIALES
Claridad
de la Biblia, exégesis, hermenéutica, perspicuidad
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Deuteronomio 6:6-7: Grábate En El Corazón Estas Palabras Que Hoy Te
Mando. Incúlcaselas Continuamente A Tus Hijos. Háblales De Ellas Cuando Estés
En Tu Casa Y Cuando Vayas Por El Camino, Cuando Te Acuestes Y Cuando Te
Levantes.
CAPÍTULO 6
(3) LA NECESIDAD DE LA ESCRITURA
¿Para
qué es necesaria la Biblia? ¿Cuánto pueden las personas saber de Dios sin la
Biblia? ¿Necesitamos tener la Biblia, o tener alguien que nos diga lo que la
Biblia dice, a fin de saber que Dios existe? ¿La necesitamos para saber que
somos pecadores que necesitan salvación? ¿La necesitamos para saber cómo hallar
la salvación? ¿La necesitamos para conocer la voluntad de Dios en cuanto a
nuestra vida?
Preguntas
como estas son las que una investigación de la necesidad de la Biblia intenta
contestar.
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
La
necesidad de la Biblia se puede definir como sigue: Tener necesidad de la
Biblia quiere decir que necesitamos la Biblia para conocer el evangelio, para
mantener la vida espiritual y para conocer la voluntad de Dios, pero no la
necesitamos para saber que Dios existe ni para saber algo en cuanto al carácter
de Dios y sus leyes morales.
ESA DEFINICIÓN AHORA SE PUEDE EXPLICAR
EN SUS VARIAS PARTES.
A. LA BIBLIA ES NECESARIA PARA CONOCER EL EVANGELIO.
En
Romanos 10:13-17 Pablo dice:
Porque «Todo El Que Invoque El Nombre Del Señor Será Salvo». Ahora Bien,
¿Cómo Invocarán A Aquel En Quien No Han Creído? ¿Y Cómo Creerán En Aquel De
Quien No Han Oído? ¿Y Cómo Oirán Si No Hay Quien Les Predique?. Así Que La Fe Viene Como Resultado De Oír El
Mensaje, Y El Mensaje Que Se Oye Es La Palabra De Cristo.
Esta
afirmación sigue la siguiente línea de razonamiento:
(1) Primero, da por sentado que uno debe invocar el nombre del Señor para
ser salvo. (En el uso paulina generalmente y en este contexto específico [vea
v. 9], «el Señor» se refiere al Como indican secciones subsiguientes, cuando
esta definición dice que la Biblia es necesaria para ciertas cosas, no quiero
implicar que en realidad sea necesario un ejemplar impreso de la Biblia para
cada persona, porque algunos oyen la Biblia leída en voz alta u oyen a otros
que les dicen algo del contenido de la Biblia. Pero incluso estas
comunicaciones orales del contenido de la Biblia se basa en la existencia de
ejemplares escritos de la Biblia a los cuales otros tienen acceso.
(2) Una persona sólo puede invocar el nombre de Cristo si cree en él (es
decir, que él es un Salvador digno de invocar y que responderá a los que le
invocan).
(3) Nadie puede creer en Cristo a menos que haya oído de él.
(4) Nadie puede oír de Cristo a menos que alguien le hable de Cristo (un
«predicador»).
(5) La conclusión es que la fe que salva viene por el oír (es decir, por
oír el mensaje del evangelio), y este oír el mensaje del evangelio viene
mediante la predicación de Cristo.
La
implicación parece ser que sin oír la predicación del evangelio de Cristo nadie
puede ser salvo.
Este
pasaje es uno de los varios que muestran que la salvación eterna viene sólo
mediante la creencia en Cristo y no hay otro camino. Hablando de Cristo, Juan
3: 18 dice: «El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está
condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios». De
manera similar, en Juan 14: 6, Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la
vida. Nadie llega al Padre sino por mí».
Pedro,
cuando lo llevaron ante el sanedrín, dijo: «En ningún otro hay salvación,
porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual
podamos ser salvos» (Hch 4: 12). Por supuesto, la exclusividad de la salvación
por Cristo se debe a que Jesús es el único que murió por nuestros pecados y el
único que pudo haberlo hecho. Pablo dice: «Porque hay un solo Dios y un solo
mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como
rescate por todos» (1ª Ti 2:5-6).
No hay
otra manera, de reconciliarnos con Dios que por medio de Cristo, porque no hay
otra manera de lidiar con la culpa de nuestros pecados ante un Dios santo.
Pero
si las personas solo pueden salvarse por fe en Cristo, alguien pudiera
preguntar cómo los creyentes bajo el antiguo pacto podían salvarse. La
respuesta debe ser que los que se salvaron bajo el antiguo pacto también se
salvaron mediante la fe en Cristo, aunque su fe fue una fe que miraba hacia
adelante basada en la Palabra de Dios que prometía el advenimiento de un Mesías
o un Redentor.
Hablando
de creyentes del Antiguo Testamento como Abel, Enoc, Noé, Abraham y Sara, el
autor de Hebreos dice: «Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber
recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos»(Heb 11:
13).
El
mismo capítulo pasa a decir que Moisés «consideró que el oprobio por causa del
Mesías (o Cristo) era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía
la mirada puesta en la recompensa» (Heb 11: 26). Y Jesús puede decir de
Abraham:
«Abraham,
el padre de ustedes, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se
alegró» Gn 8:56). Esto, de nuevo, evidentemente se refiere a la alegría de
Abraham al mirar hacia adelante al día del Mesías prometido. De este modo,
incluso los creyentes del Antiguo Testamento tuvieron fe salvadora en Cristo, a
quien miraban por delante, no con el conocimiento exacto de los detalles
históricos de la vida de Cristo, sino con gran fe en la absoluta confiabilidad
de la promesa de Dios.
NOTA: Alguien podría objetar que el versículo que
sigue, Ro 10:18, al citar Sal 19: 4: «por toda la tierra resuena su eco, sus
palabras llegan hasta los confines del mundo», implica que toda persona en
todas panes ya ha oído el mensaje del evangelio el mensaje de Cristo.
Pero en el contexto del Salmo 19 el versículo 4
sólo habla del hecho de que la creación natural, especialmente los cielos,
proclaman la gloria de Dios y la grandeza de su actividad creadora. No hay
pensamiento aquí de la proclamación de salvación por medio de Cristo. La idea
de que toda persona en toda parte haya oído el evangelio de Cristo mediante la
revelación natural sería contraria a las actividades misioneras de Pablo.
Sobre la cuestión de si es justo que Dios condene a
los que nunca han oído de Cristo, vea la explicación en el capítulo 19.
La
Biblia es necesaria para la salvación, entonces, en este sentido: uno debe o
bien leer el mensaje del evangelio en la Biblia por uno mismo, u oírlo de otra
persona. Incluso los creyentes que llegaron a la salvación en el antiguo pacto
lo hicieron confiando en las palabras de Dios con que prometió un Salvador.
Es
más, estas repetidas instancias de personas que confiaron en las palabras de la
promesa de Dios, junto con los versículos mencionados arriba que afirman la
necesidad de oír de Cristo y creer en él, parecen indicar que los pecadores
necesitan más sobre qué apoyar su fe que simplemente una idea intuitiva de que
Dios tal vez pudiera proveer un medio de salvación.
Parece
que el único cimiento suficiente firme para apoyar uno la fe es la palabra
misma de Dios (sea hablaba o escrita).
Esto,
en los tiempos más antiguos vino en una forma muy breve, pero desde el mismo
principio tenemos evidencia de palabras de Dios que prometían la salvación que
vendría, palabras en las que confiaron los que Dios llamó a sí mismo.
Por
ejemplo, incluso en la vida de Adán y Eva hay palabras de Dios que señalan
hacia una salvación futura; en Génesis 3:15la maldición a la serpiente incluye
una promesa de que la simiente de la mujer (uno de sus descendientes)
aplastaría la cabeza de la serpiente pero él mismo caería herido en el proceso,
promesa que un día se cumplió en Cristo. El hecho de que los dos primeros hijos
de Adán y Eva, Caín y Abel, ofrecieron sacrificios al Señor (Gn 4: 3-4) indica
que tenían conciencia de la necesidad de hacer algún tipo de pago por sus
pecados y de la promesa de Dios de aceptar los sacrificios que ofrecieran de
manera apropiada. Génesis 4:7:
«Si
hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto» expresa de nuevo de
manera breve palabras de Dios en que ofrecía algún tipo de salvación al que
confiara en la promesa de Dios.
Conforme
progresaba la historia del Antiguo Testamento, las palabras de Dios que
expresaban promesas se iban haciendo cada vez más específicas, y la fe del
pueblo de Dios que miraba hacia delante se fue haciendo cada vez más definida.
Sin
embargo, siempre parece haber habido una fe apoyada-específicamente en las
palabras del mismo Dios. Así que, aunque más adelante se argumentará que aparte
de la Biblia las personas pueden saber que Dios existe y pueden saber algo de
sus leyes, parece que no hay posibilidad de llegar a tener una fe que salva
aparte del conocimiento específico de las palabras de la promesa de Dios.
B. LA BIBLIA ES NECESARIA PARA MANTENER LA VIDA ESPIRITUAL
Jesús
dijo en Mateo 4: 4 (citando Dt 8: 3): «No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios». Aquí Jesús indica que nuestra vida
espiritual se mantiene mediante la alimentación diaria con la Palabra de Dios,
tal como nuestra vida fisica se mantiene por la nutrición diaria con alimento
fisico.
Descuidar
la lectura regular de la palabra de Dios es perjudicial para la salud del alma,
así como descuidar el alimento fisico es perjudicial para la salud de nuestro
cuerpo.
De
modo similar, Moisés le dice al pueblo de Israel la importancia de las palabras
de Dios para la vida: «Porque no son palabras vanas para ustedes, sino que de
ellas depende su vida; por ellas vivirán mucho tiempo en el territorio que van
a poseer al otro lado del Jordán» (Dt 32: 47); y Pedro anima a los creyentes a
quienes les escribe diciéndoles: «Deseen con ansias la leche pura de la
palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su
salvación» (1ª P 2: 2).
La
«leche pura de la palabra» en este contexto se debe referir a la Palabra de
Dios de la cual Pedro ha estado hablando (vea 1ª P 1: 23-25). La Biblia,
entonces, es necesaria para mantener la vida espiritual y para el crecimiento
en la vida cristiana.
C. LA BIBLIA ES NECESARIA PARA EL CONOCIMIENTO CERTERO DE LA VOLUNTAD
DE DIOS
Más
adelante se explicará que toda persona que jamás ha nacido tiene algún
conocimiento de la voluntad de Dios mediante su conciencia. Pero este
conocimiento a menudo es indistinto y no puede dar certeza.
A
decir verdad, si no hubiera palabra de Dios escrita, no podríamos tener certeza
en cuanto a la voluntad de Dios por otros medios tales como la conciencia, el
consejo de otros, el testimonio interno del Espíritu Santo, circunstancias
cambiantes, y el uso de razonamiento santificado y sentido común.
Todo
esto puede darnos una aproximación a la voluntad de Dios en maneras más o menos
confiables, pero de estos medios por sí solos no se puede lograr ninguna
certeza en cuanto a la voluntad de Dios, por lo menos en un mundo caído en
donde el pecado distorsiona nuestra percepción del bien y el mal, inserta
razonamiento defectuoso en nuestro proceso de pensamiento, y nos hace suprimir
de tiempo en tiempo el testimonio de nuestra conciencia (Jer 17: 9; Ro 2: 14-15; 1ª Co 8: 10; Heb 5:
14; 10: 22; también 1ª Ti 4: 2; Tit 1: 15).
En la
Biblia, sin embargo, tenemos afirmaciones claras y definitivas en cuanto a la
voluntad de Dios. Dios no nos ha revelado todas las cosas, pero sí nos ha
revelado lo suficiente para que sepamos su voluntad: «Lo secreto le pertenece
al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros
hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley» (Dt
29:29).
Como
fue en el tiempo de Moisés, así lo mismo con nosotros ahora: Dios nos ha
revelado sus palabras para que podamos obedecer sus leyes y por consiguiente
hacer su voluntad.
Los
que son «intachables» ante Dios son «1os que andan conforme a la ley del Señor»
(Sal 119: 1). El hombre «dichoso» es el que no sigue la voluntad de los malos
(Sal
1: 1), sino que se deleita «en la ley del Señor», y medita en la ley de Dios
«día y noche» (Sal 1:2). Amar a Dios (y por lo tanto actuar de una manera que
le agrade a él) es «guardar sus mandamientos» (1ª Jn 5:3).
Para
tener conocimiento cierto de la voluntad de Dios, entonces, debemos procurarlo
mediante el estudio de la Biblia. De hecho, en cierto sentido se puede afirmar
que la Biblia es necesaria para conocimiento cierto de cualquier cosa. El
filósofo pudiera argumentar como sigue:
El
hecho de que no lo sepamos todo requiere que no tengamos certeza en cuanto a
todo lo que afirmamos saber. Esto es porque cualquier dato que nos es ahora
desconocido pudiera aflorar y demostrar que lo que habíamos pensado que era
verdad en realidad es falso. Por ejemplo, pensamos que sabemos nuestra fecha de
nacimiento, nuestro nombre, nuestra edad, etcétera.
Pero
debemos reconocer que es posible que algún día pudiéramos hallar que nuestros
padres nos dieron información falsa y nuestro conocimiento «cierto» es
incorrecto. Respecto a los acontecimientos que personalmente hemos
experimentado, todos nos damos cuenta cómo es posible que «recordemos» palabras
o acontecimientos incorrectamente y que más tarde nos veamos corregidos por
información más precisa.
Podemos
por lo general tener más certeza en cuanto a acontecimientos de nuestra
experiencia presente, en tanto y en cuanto siga siendo presente (pero incluso
eso, alguien pudiera aducir, pudiera ser un sueño, Y descubriremos eso sólo
cuando nos despertemos). En cualquier caso, es dificil responder a la pregunta
del mósofa:
Si no
tenemos todos los datos sobre el universo, pasados, presentes y futuros, ¿cómo
podemos vamos a tener la certeza de que tenemos la información correcta acerca
de algún dato?
En
última instancia hay sólo dos soluciones posibles a este problema:
(1) Debemos adquirir todos los datos del universo a fin de estar seguros de
que ningún dato que se pudiera descubrir subsiguientemente demuestre que
nuestras ideas presentes son falsas; o.
(2) Alguien que en efecto tiene todos los datos del universo, y que nunca
miente, pudiera ofrecemos algunos datos verdaderos para que podamos tener la
seguridad que jamás serán contradichos.
Esta
segunda solución es, en verdad, lo que tenemos en las palabras de Dios en la
Biblia. Dios sabe todos los datos que siempre han existido y los que van a
existir; y este Dios que es omnisciente (todo lo sabe) tiene conocimiento
absoluto; no puede haber ningún dato que él no conozca ya; y por eso, nunca
podrá haber nada que demuestre que algo que Dios piensa es falso.
Es de
esta infinita bodega de conocimientos ciertos de lo que Dios, que nunca miente,
nos ha hablado en la Biblia, en la cual nos ha dicho muchas cosas verdaderas en
cuanto a sí mismo, en cuanto a nosotros mismos y en cuanto al universo que él
hizo. Jamás podrá aparecer ningún dato que contradiga la verdad que haya dicho
este Ser omnisciente.
Por
tanto, es apropiado que tengamos más certeza en cuanto a las verdades que
leemos en la Biblia que en cuanto a cualquier otro conocimiento que tengamos.
Si vamos a hablar de grados de certeza del conocimiento que tenemos, el
conocimiento que obtenemos de la Biblia tendría el grado más alto de certeza;
si la palabra «cierto» se puede aplicar a alguna clase de conocimiento humano,
se puede aplicar a este conocimiento.
NOTA. Esta afirmación da por sentado que nos hemos
convencido de que la Biblia es en verdad las mismas palabras de Dios, y que
hemos entendido correctamente por lo menos algunas porciones de la Biblia. Sin
embargo, en este punto, la doctrina de la claridad de la Biblia que se
consideró en el capítulo previos nos asegura que podemos entender correctamente
las enseñanzas de la Biblia, y el testimonio abrumador de la Biblia de su
propia autoría divina (que se consideran en los capítulos arriba respecto a las
diferentes formas de la palabra de Dios y en cuanto a la autoridad de la
Biblia), hecha persuasiva en nosotros por la obra del Espíritu Santo, nos
convence de la autoría divina de la Biblia.
En este sentido el argumento se convierte no tanto
en circular como algo como una espiral en el que cada sección de la doctrina de
la Biblia refuerza a la otra y ahonda nuestra persuasión de la veracidad de
otras secciones de la doctrina de la Biblia. Por este proceso nuestra
persuasión de que la Biblia es la palabra de Dios, que es verdad, que es clara,
y que el conocimiento cierto que obtenemos de ella es cierto, se vuelve más y
más fuerte mientras más estudiamos y reflexionamos en ella.
Podemos, por supuesto, hablar de grados de certeza
que podríamos obtener respecto al hecho de que la Biblia es la palabra de Dios,
y grados de certeza de que nuestra interpretación de alguna de sus enseñanzas
de la Biblia es correcta. Luego, desde el punto de vista de la experiencia
personal del individuo, podríamos decir que nuestra certeza de la corrección
del conocimiento que tenemos de la Biblia crece en proporción a nuestra certeza
en cuanto al carácter exhalado por Dios y claridad de la Biblia.
Este
concepto de la certeza del conocimiento que obtenemos de la Biblia entonces nos
da una base razonable para afirmar la corrección de mucho del resto del
conocimiento que tengamos. Leemos la Biblia y hallamos que su concepto del
mundo que nos rodea, de la naturaleza humana y de nosotros mismos corresponde
estrechamente con la información que hemos obtenido de nuestras propias
experiencias sensoriales en el mundo que nos rodea.
Así
que nos sentimos animados a confiar en nuestras experiencias sensoriales del
mundo que nos rodea; nuestras observaciones corresponden con la verdad absoluta
de la Biblia; por consiguiente, nuestras observaciones también son ciertas y,
en general, confiables. Tal confianza en la confiabilidad general de las
observaciones hechas con nuestros ojos y oídos queda confirmada adicionalmente
por el hecho de que es Dios quien hizo estas facultades y que en la Biblia
frecuentemente nos anima a usarlas (compare también Pr 20: 12: «Los oídos para oír
y los ojos para ver: ¡hermosa pareja que el Señor ha creado!»).
De
esta manera el creyente que toma la Biblia como Palabra de Dios escapa del
escepticismo filosófico en cuanto a la posibilidad de obtener conocimiento
cierto con nuestras mentes finitas. En este sentido, entonces, es correcto
decir que para las personas que no son omniscientes, la Biblia es necesaria
para tener conocimiento cierto de cualquier cosa.
Este
hecho es importante para la explicación que sigue, en donde afirmamos que los
que no creen pueden saber algo en cuanto a Dios partiendo de la revelación
general que se ve en el mundo que los rodea. Aunque esto es verdad, debemos
reconocer que en un mundo caído el conocimiento que se obtiene por observación
del mundo siempre es imperfecto y siempre proclive a error o interpretación
errada.
Por
consiguiente, el conocimiento de Dios y la creación que se obtiene de la Biblia
se debe usar para interpretar correctamente la creación que nos rodea. Usando
los términos teológicos que definiremos más abajo, podemos decir que
necesitamos revelación especial para interpretar correctamente la revelación
general.
D. PERO LA BIBLIA NO ES NECESARIA PARA SABER QUE DIOS EXISTE
¿QUÉ DE LOS QUE NO LEEN
LA BIBLIA? ¿PUEDEN ELLOS OBTENER ALGÚN CONOCIMIENTO DE DIOS? ¿PUEDEN SABER ALGO
EN CUANTO A LAS LEYES DE DIOS?
Sí;
sin la Biblia algún conocimiento de Dios es posible, aun si no es conocimiento
absolutamente cierto.
Los
seres humanos pueden obtener cierto conocimiento de que Dios existe y cierto
conocimiento de algunos de sus atributos simplemente observándose a sí mismos y
el mundo que los rodea. David dice: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el
firmamento proclama la obra de sus manos» (Sal 19: 1). Mirar el firmamento es
ver evidencia del poder infinito, sabiduría e incluso belleza de Dios; es observar un testigo majestuoso de la
gloria de Dios.
De
manera similar, Bernabé y Pablo les hablaron a los habitantes griegos de Listra
en cuanto al Dios viviente que hizo los cielos y la tierra: «En épocas pasadas
él permitió que todas las naciones siguieran su Dios y que en efecto entendemos
sus enseñanzas (por lo menos sus enseñanzas principales) correctamente,
entonces es apropiado decir que el conocimiento que obtenemos de la Biblia es
más cierto que cualquier otro conocimiento que tengamos.
Sin
embargo, no ha dejado de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoles
lluvias del cielo y estaciones fructíferas, proporcionándoles comida y alegría
de corazón» (Hch 14: 16-17).
Las
lluvias y las estaciones fructíferas, la comida que produce la tierra, y la
alegría de corazón de las personas dan testimonio todas, del hecho de que su
Creador es un Dios de misericordia, de amor e incluso de alegría. Estas
evidencias de Dios están en toda la creación que nos rodea para que las vean
los que están dispuestos a verlas.
Incluso
aquellos que en su maldad suprimen la verdad no pueden evadir las evidencias de
la existencia y naturaleza de Dios en el orden creado:
Lo Que Se Puede Conocer Acerca De Dios Es Evidente Para Ellos, Pues Él
Mismo Se Lo Ha Revelado. Porque Desde La Creación Del Mundo Las Cualidades
Invisibles De Dios, Es Decir, Su Eterno Poder Y Su Naturaleza Divina, Se
Perciben Claramente A Través De Lo Que Él Creó, De Modo Que Nadie Tiene Excusa.
A Pesar De Haber Conocido A Dios, No Lo Glorificaron Como A Dios Ni Le Dieron
Gracias, Sino Que Se Extraviaron En Sus Inútiles Razonamientos, Y Se Les
Oscureció Su Insensato Corazón (Ro 1: 19-21).
Aquí
Pablo dice no sólo que la creación da evidencia de la existencia y carácter de
Dios, sino que también incluso los perversos reconocen esa evidencia. Lo que se
puede saber de Dios «es evidente para ellos» y en verdad «a pesar de haber
conocido a Dios» (evidentemente, sabían quién era Dios), «no lo glorificaron
como a Dios ni le dieron gracias».
Este
pasaje nos permite decir que toda persona, incluso la más perversa, tiene algún
conocimiento interno o percepción de que Dios existe y de que es un Creador
poderoso. Este conocimiento se ve «a través de lo que él creó», frase que se
refiere a toda la creación.
Sin
embargo es probable que al ver a los seres humanos creados a imagen de Dios -es
decir, al verse a sí mismos y a otras personas que incluso los perversos ven la
grandiosa evidencia de la existencia y naturaleza de Dios.
Así
que, incluso sin la Biblia, todas las personas que han existido han tenido
evidencia en la creación de que Dios existe, que es el Creador y ellas son sus
criaturas, y también han tenido alguna evidencia del carácter de Dios. Como
resultado, ellas mismos han sabido algo en cuanto a Dios partiendo de esta
evidencia (aunque nunca se dice que este sea un conocimiento que pueda
llevarlos a la salvación).
NOTA: El teólogo suizo Karl Barth (1886-1968)
negaba que el hombre natural pueda saber algo de Dios mediante la revelación
general que se halla en la naturaleza, pero insistía en que el conocimiento de
Dios puede venir sólo mediante un conocimiento de la gracia de Dios en Cristo.
Su rechazo radical de la revelación natural no ha ganado aceptación general;
descansa en una noción improbable de de Ro 1: 21 se refiere a un conocimiento
de Dios en teoría pero no de hecho.
E. ES MÁS, LA BIBLIA NO ES NECESARIA PARA SABER ALGO EN CUANTO AL CARÁCTER
DE DIOS Y SUS LEYES MORALES.
En
Romanos 1 Pablo pasa a mostrar que incluso los que no creen que no tienen
registro escrito de las leyes de Dios tienen en la conciencia algún
entendimiento de las demandas morales de Dios. Hablando de una larga lista de
pecados (envidia, homicidios, contiendas, engaños»), Pablo dice que los malos
que las practican, «Saben bien que, según el justo decreto de Dios, quienes
practican tales cosas merecen la muerte; sin embargo, no sólo siguen
practicándolas sino que incluso aprueban a quienes las practican» (Ro 1: 32).
Los malos saben que su pecado es un mal, por lo menos en gran medida.
Pablo
entonces habla de la actividad de la conciencia en los gentiles que no tienen
la ley escrita:
De Hecho, Cuando Los Gentiles, Que No Tienen La Ley, Cumplen Por
Naturaleza Lo Que La Ley Exige, Ellos Son Ley Para Sí Mismos, Aunque No Tengan
La Ley. Éstos Muestran Que Llevan Escrito En El Corazón Lo Que La Ley Exige,
Como Lo Atestigua Su Conciencia, Pues Sus Propios Pensamientos Algunas Veces
Los Acusan Y Otras Veces Los Excusan (Ro 2: 14-15).
La
conciencia de los que no creen les da testimonio de las normas morales de Dios,
pero a veces esta evidencia de la ley de Dios en el corazón de los que no creen
es distorsionar o se suprime. Algunos de sus pensamientos los «acusan» ya veces
sus pensamientos los «excusan», dice Pablo.
El
conocimiento de las leyes de Dios derivado de tales fuentes nunca es perfecto,
pero es suficiente para dar conciencia de las demandas morales de Dios a toda
la humanidad. (Es sobre esta base que Pablo afirma que todo ser humano es
culpable ante Dios por el pecado, incluso los que no tienen las leyes de Dios
escritas en la Biblia.).
El
conocimiento de la existencia, carácter y ley moral de Dios, que viene por
creación a toda la humanidad, a menudo se llama «revelación general» (porque
viene a toda persona en general).
La
revelación general viene al observar la naturaleza, al ver a Dios influyendo
directamente en la historia, y mediante el sentido interno de la existencia de
Dios y sus leyes que él ha colocado dentro de todo ser humano.
La
revelación general es distinta de la «revelación especial» que se refiere a las
palabras de Dios dirigidas a personas específicas, tales como las palabras de
la Biblia, las palabras de los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles
del Nuevo Testamento, y las palabras de Dios dichas en discurso personal, tales
como en el monte Sinaí o el bautismo de Jesús.
La
revelación especial incluye todas las palabras de la Biblia, pero no se limita
a las palabras de la Biblia, porque también incluye, por ejemplo, muchas
palabras de Jesús que no están registradas en la Biblia, y probablemente hubo
muchas palabras dichas por los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles
del Nuevo Testamento que tampoco están anotadas en la Biblia.
NOTA: La conciencia de los no creyentes es
suprimida o se endurece en varios aspectos de moralidad, dependiendo de las
influencias culturales y circunstancias personales. Una sociedad caníbal, por
ejemplo, tendrá muchos miembros cuya conciencia está endurecida y es insensible
respecto al mal del homicidio, en tanto que la sociedad estadounidense, por
ejemplo, exhibe muy poca sensibilidad de conciencia respecto al mal de falsedad
en el habla, o falta de respeto por la autoridad de los padres, o por la
inmoralidad sexual.
Es más, individuos que cometen repetidamente un
cierto pecado a menudo hallan que los aguijonazos de la conciencia disminuyen
con el tiempo; un ladrón puede sentirse muy culpable después de su primer o
segundo robo, pero sentir escasa culpa después de haber robado veinte veces. El
testimonio de la conciencia todavía está allí en cada caso, pero lo suprime la
maldad repetida.
Vea en el capítulo 2, una consideración de las
palabras de Dios en habla personal, las palabras de Dios dichas por labios
humanos, y las palabras de Dios en la Biblia, todo lo cual cae en la categoría
de revelación especial.
La
verdad de que toda persona sabe algo de las leyes morales de Dios es una gran
bendición para la sociedad, porque si no las supieran no habría ningún freno
social para el mal que las personas harían y ningún freno de parte de su
conciencia.
Pero
debido a que hay algún conocimiento común del bien y del mal, los creyentes a
menudo pueden hallar mucho consenso con los que no son cristianos en cuestiones
de ley civil, normas de la comunidad, ética comercial básica y actividad
profesional, y patrones aceptables de conducta en la vida ordinaria.
Es
más, podemos apelar al sentido de bien dentro del corazón de las personas (Ro
2: 14) al intentar lograr que se emitan mejores leyes o que se descarten leyes
malas, o enderezar algunas de las injusticias en la sociedad que nos rodea.
El
conocimiento de la existencia y carácter de Dios también provee una base de
información que permite que el evangelio tenga sentido en el corazón y la mente
del que no es creyente; los que no creen saben que Dios existe y que han roto
sus normas, así que las noticias de que Cristo murió para pagar por sus pecados
deben ser verdaderamente buenas noticias para ellos.
Sin
embargo, se debe martillar que la Biblia en ninguna parte indica que alguien
pueda conocer el evangelio, o saber el camino de salvación, mediante la
revelación general. Las personas pueden saber que Dios existe, que es su Creador,
que le deben obediencia, y que han pecado contra él. La existencia de sistema
de sacrificios en religiones primitivas en toda la historia atestigua el hecho
de que las personas pueden saber estas cosas claramente aparte de la Biblia.
Las
repetidas «lluvias y temporadas fructíferas» mencionadas en Hechos 14: 17
pueden incluso guiar a algunos a razonar que Dios no sólo es santo y justo sino
también de un Dios amoroso y perdonador. Pero cómo la santidad y la justicia de
Dios se pueden jamás reconciliar con su disposición para perdonar pecados es un
misterio que jamás ha sido resuelto por ninguna religión aparte de la Biblia.
Tampoco
la Biblia nos da ninguna esperanza de que de alguna manera se le pueda
descubrir aparte de la revelación específica de Dios. Es la gran maravilla de
nuestra redención que Dios mismo ha provisto el camino de salvación al enviar a
su propio Hijo, que es a la vez Dios y hombre, para que sea nuestro
representante y lleve la pena de nuestro pecado, combinando así la justicia y
el amor de Dios en un acto infinitamente sabio y de gracia asombrosa.
Este
hecho, que parece tan común al oído cristiano, no debe perder su asombro para
nosotros; jamás podría haberlo concebido el hombre aparte de la revelación
especial y verbal de Dios.
Es más,
incluso si alguno que sigue una religión primitiva pudiera pensar que Dios de
alguna manera debe haber pagado él mismo la pena de nuestros pecados, tal
pensamiento sería solamente una especulación extraordinaria. Jamás podría
sostenerse con suficiente certeza como para que fuera base en la cual apoyar fe
que salva, a menos que Dios mismo confirmara con sus propias palabras tal
especulación, es decir, las palabras del evangelio proclamando bien que eso en
verdad iba a suceder (si la revelación vino en el tiempo antes de Cristo) o que
ya ha sucedido (si la revelación vino en tiempo después de Cristo).
La
Biblia nunca considera la especulación humana aparte de la Palabra de Dios como
suficiente base en la cual decir que esa es fe que salva. La fe que salva,
según la Biblia, siempre es la confianza en Dios que se apoya en la veracidad
de las propias palabras de Dios.
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. Cuando usted le está testificando a uno que no es creyente, ¿qué es lo
que usted querría por sobre todo lo demás que esa persona lea? ¿Conoce usted a
alguien que alguna vez llegó a ser creyente sin haber leído la Biblia o haber
oído que alguien le decía lo que la Biblia dice? ¿Cuál es, entonces la tarea
primordial del misionero evangelizador? ¿Cómo debe la necesidad de la Biblia
afectar nuestra orientación misionera?
2. ¿Alimenta usted su alma con el alimento espiritual de la Palabra tan
cuidadosa y diligentemente como alimenta su cuerpo con alimento físico? ¿Qué
nos hace tan insensibles espiritualmente que sentimos el hambre física más
intensa? ¿Ente que el hambre espiritual? ¿Cuál es el remedio?
3. Al buscar activamente la voluntad de Dios, ¿en dónde deberíamos pasar
la mayor parte de nuestro tiempo y esfuerzo? En la práctica, ¿en dónde pasa
usted la mayor parte de su tiempo y esfuerzo al buscar la voluntad de Dios? ¿Le
parece alguna vez que los principios de Dios en la Biblia están en conflicto
con lo que parece ser la dirección que recibimos de sentimientos, conciencia,
consejo, circunstancias, razonamiento humano o la sociedad? ¿Cómo debemos
tratar de resolver el conflicto?
4. ¿Es tarea inútil esforzarnos por legislación civil basada en normas que
estén de acuerdo con los principios morales de Dios que señala la Biblia? ¿Por
qué hay buena razón para esperar que a la larga pudiéramos persuadir a una gran
mayoría de nuestra sociedad que adopte leyes congruentes con las normas
bíblicas? ¿Qué podría estorbar este esfuerzo?
TÉRMINOS ESPECIALES
Necesidad
de la Biblia, revelación especial, revelación general, revelación natural
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Mateo 4:4: Jesús Le Respondió: «Escrito Está: "No Sólo De Pan Vive
El Hombre, Sino De Toda Palabra Que Sale De La Boca De Dios"».
CAPÍTULO 7
(4) LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS
¿ES LA BIBLIA SUFICIENTE
PARA SABER LO QUE DIOS QUIERE QUE PENSEMOS Y HAGAMOS?
EXPLICACIÓN Y BASE BÍBLICA
¿DEBEMOS BUSCAR OTRAS
PALABRAS DE DIOS ADEMÁS DE LAS QUE TENEMOS EN LA BIBLIA?
LA DOCTRINA DE LA
SUFICIENCIA DE LA BIBLIA CONSIDERA ESTE ASUNTO.
A. DEFINICIÓN DE LA SUFICIENCIA DE LA BIBLIA
Podemos
definir la suficiencia de la Biblia como sigue: La suficiencia de la Biblia
quiere decir que la Biblia contiene todas las palabras de Dios que él quería
que su pueblo tuviera en cada etapa de la historia de la redención, y que ahora
contiene todo lo que necesitamos que Dios nos diga para salvación, para confiar
en él perfectamente y para obedecerle perfectamente.
Esta
definición hace énfasis en que es solo en la Biblia donde debemos buscar las
palabras de Dios para nosotros. También nos recuerda que Dios considera que lo
que nos ha dicho en la Biblia es suficiente para nosotros, y que debemos
regocijarnos en la estupenda revelación que nos ha dado y estar contentos con
ella.
Significativo
respaldo bíblico y explicación de esta doctrina se halla en las palabras de
Pablo a Timoteo: «Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden
darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús»
(2ª Ti 3: 15).
El
contexto muestra que «las Sagradas Escrituras» aquí significan las palabras
escritas de la Biblia (2ª Ti 3:16). Esto es una indicación de que las palabras
de Dios que tenemos en la Biblia son todas las palabras de Dios que necesitamos
a fin de ser salvos; estas palabras pueden hacemos sabios «para la salvación».
Esto
lo confirman otros pasajes que hablan de las palabras de la Biblia como los
medios que Dios usa para llevarnos a la salvación (Stg 1: 18; 1ª P 1: 23).
Otros
pasajes indican que la Biblia es suficiente para equipamos para vivir la vida
cristiana. Pablo de nuevo le escribe a Timoteo: «Toda la Escritura es inspirada
por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en
la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para
toda buena obra» (2ª Ti 3: 16-17).
Aquí
Pablo indica que un propósito por el cual Dios hizo que se escribiera la Biblia
fue capacitamos para que podamos estar «enteramente capacitado para toda buena
obra». Si hay alguna «buena obra» que Dios quiere que el creyente haga, este
pasaje indica que Dios ha hecho provisión en su palabra para capacitar al
creyente para eso. Así que no hay ninguna «buena obra» que Dios quiera que hagamos
aparte de las que se enseñan en alguna parte en la Biblia; ella puede
capacitamos para toda buena obra.
Una
enseñanza similar se halla en el Salmo 119: «Dichosos los que van por caminos
perfectos, los que andan conforme a la ley del Señor» (v. 1). Este versículo
muestra un equivalente entre ser «perfectos» y «andar conforme a la ley del
Señor»; los que son perfectos son los que andan en la ley del Señor.
Aquí
de nuevo tenemos una indicación de que todo lo que Dios requiere de nosotros
consta en su palabra escrita; simplemente hacer todo lo que la Biblia nos
ordena es ser intachables a los ojos de Dios.
Para
ser moralmente perfectos a los ojos de Dios, entonces, ¿qué debemos hacer
además de lo que Dios nos ordena en la Biblia? ¡Nada! ¡Nada en absoluto! Si
guardamos las palabras de la Biblia seremos «perfectos» y estaremos haciendo
«toda buena obra» que Dios espera de nosotros.
B. PODEMOS BUSCAR TODO LO QUE DIOS HA DICHO SOBRE TEMAS EN PARTICULAR,
Y PODEMOS HALLAR RESPUESTAS A NUESTRAS PREGUNTAS.
Por
supuesto, nos damos cuenta de que nunca obedeceremos perfectamente toda la
Biblia en esta vida (vea Stg 3: 2; Jn 1: 8-10; y el cap. 24, más adelante). Así
que al principio pudiera parecer que no es muy significativo decir que todo lo
que tenemos que hacer es lo que Dios nos ordena en la Biblia, puesto que nunca
podremos obedecerla en su totalidad en esta vida.
Pero
la verdad de la suficiencia de la Biblia es de gran significación para nuestra
vida cristiana, porque nos capacita para enfocar nuestra búsqueda de las
palabras de Dios para nosotros sólo en la Biblia y nos ahorra la interminable
tarea de buscarlas en todos los escritos de los cristianos en toda la historia,
o en toda las enseñanzas de la iglesia, o en todos los sentimientos e
impresiones subjetivas que vienen a nuestra mente día tras día, a fin de
hallar lo que Dios requiere de
nosotros.
En un
sentido muy práctico quiere decir que podemos arribar a conclusiones claras
sobre muchas enseñanzas de la Biblia. Por ejemplo, aunque requiere algo de
trabajo, es posible hallar todos los pasajes bíblicos que son directamente
pertinentes al tema del matrimonio y divorcio, o las responsabilidades de los
padres para con los hijos, o las relaciones entre el creyente y el gobierno
civil.
NOTA: Esto no tiene la intención de implicar que
las impresiones subjetivas de la voluntad de Dios son inútiles o que se deban
ignorar. Eso sugeriría una noción casi deísta de que Dios (no) interviene en
las vidas de sus hijos y una noción más bien mecánica o impersonal de su
dirección.
Dios puede usar, y en efecto usa, impresiones
subjetivas de su voluntad para recordarnos y animarnos, y a menudo para
impulsar nuestros pensamientos en la dirección apropiada en muchas decisiones
rápidas que tomamos todo el día; y es la Biblia en sí misma la que nos dice en
cuanto a estos factores subjetivos en la dirección (vea Hch 16: 6-7; Ro 8: 9,
14, 16; Gá 5: 16-18,25).
Sin embargo estos versículos sobre la suficiencia
de la Biblia nos enseñan que tales impresiones subjetivas pueden tan sólo
recordarnos normas morales que ya están en la Biblia, o traer a la mente hechos
que nosotros (por lo menos en teoría) podríamos haber sabido o sabíamos de otra
manera; nunca pueden añadir a los mandamientos de la Biblia, o reemplazar la
Biblia para definir cuál es la voluntad de Dios, o ser igual a la Biblia en
autoridad en nuestras vidas.
Debido a que personas de toda clase de tradiciones
cristianas han cometido serios errores cuando se han sentido confiados de que
Dios les estaba «guiando los» a tomar una decisión en particular, es importante
recordar que, excepto en donde un pasaje explícito de la Biblia se aplica
directamente a una situación, nunca podemos tener el ciento por ciento de
certeza en esta vida de que sabemos cuál es la voluntad de Dios en una
situación.
Podemos tener sólo grados variados de confianza en
diferentes situaciones. Aunque nuestra capacidad para discernir la voluntad de
Dios debe aumentar conforme crecemos en la madurez cristiana, inevitablemente
cometeremos algunos errores.
Respecto a esto he hallado útil una frase de Edmund
Clowney: «El grado de certeza que tenemos respecto a la voluntad de Dios en una
situación es directamente proporcional al grado de claridad que tenemos en
cuanto a cómo la palabra de Dios se aplica a la situación» (de una conversación
personal, noviembre 1992).
Esta
doctrina significa, aún más, que es posible compilar todos los pasajes que se
relacionan directamente con asuntos doctrinales como la expiación, o la persona
de Cristo, o la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente hoy. En estas y
cientos de otras cuestiones morales y doctrinales, la enseñanza bíblica en
cuanto a la suficiencia de la Biblia nos da confianza de que podremos hallar lo
que Dios nos exige que pensemos y hagamos en estas cuestiones.
En
muchas de estas cuestiones podemos lograr confianza de que nosotros, junto con
la vasta mayoría de la iglesia a través de la historia, hemos hallado y
formulado correctamente lo que Dios quiere que pensemos o hagamos. Dicho en
forma sencilla, la doctrina de la suficiencia de la Biblia nos dice que es
posible estudiar teología sistemática y ética, y hallar respuestas a nuestras
preguntas.
En
este punto diferimos de los teólogos católicos romanos, que dirían que no hemos
hallado todo lo que Dios nos dice en cuanto a un tema en particular mientras no
hayamos escuchado la enseñanza oficial de la iglesia en toda su historia.
Nosotros
responderíamos que aunque la historia de la iglesia puede ayudamos a entender
lo que Dios nos dice en la Biblia, jamás en la historia de la iglesia Dios ha
añadido a las enseñanzas o mandamientos de la Biblia; en ninguna parte en la
historia de la iglesia fuera de la Biblia Dios ha añadido algo que nos exija
que creamos o hagamos. La Biblia es suficiente para equiparnos para «toda buena
obra», y andar en sus caminos es ser «perfectos» a los ojos de Dios.
En
este punto también diferimos de los teólogos no evangélicos que no están
convencidos de que la Biblia es la Palabra de Dios en un sentido único y absolutamente
autoritativo, y que por consiguiente buscarían no sólo en la Biblia sino
también en muchos otros de los primeros escritos cristianos en un esfuerzo por
hallar no tanto lo que Dios le dijo a la humanidad sino más bien lo que muchos
cristianos iníciales experimentaron en su relación con Dios.
Ellos
no esperarían llegar a una sola conclusión unificada en cuanto a lo que Dios
quiere que pensemos o hagamos respecto a un asunto en particular, sino
descubrir una variedad de opiniones y puntos de vista compilados alrededor de
ideas principales unificadoras.
Todos
los puntos de vista sostenidos por los primeros cristianos en alguna de las
primeras iglesias serían potencialmente puntos de vista válidos para que los
cristianos los sostengan hoy también. A esto replicaríamos que nuestra búsqueda
de respuestas a cuestiones teológicas y éticas no es una búsqueda para saber lo
que varios creyentes han pensado en la historia de la iglesia, sino una
búsqueda para hallar y entender lo que Dios mismo nos dice en sus propias
palabras, que se hallan en la Biblia y sólo en la Biblia.
C. LA CANTIDAD DE ESCRITURAS DADAS FUE SUFICIENTE EN CADA ETAPA DE LA
HISTORIA DE LA REDENCIÓN.
La
doctrina de la suficiencia de la Biblia no implica que Dios no pueda añadir
otras palabras a las que ya le ha dicho a su pueblo. Más bien implica que el
hombre no puede añadir por iniciativa propia otras palabras a las que Dios ya
ha dicho.
Todavía
más, implica que de hecho Dios no le ha dicho a los seres humanos ninguna otra
palabra que nos exija que creamos u obedezcamos aparte de las que ya tenemos
ahora en la Biblia.
Este
punto es importante, porque nos ayuda a entender cómo Dios pudo decirle a su
pueblo que sus palabras para ellos eran suficientes en muchos puntos diferentes
en la historia de la redención, y cómo él pudo no obstante añadir otras
palabras más adelante. Por ejemplo, en Deuteronomio 29: 29 Moisés dice: «Lo
secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a
nosotros ya nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las
palabras de esta ley».
Este
versículo nos recuerda que Dios siempre ha tomado la iniciativa para revelamos
cosas. Él ha decidido qué revelar y qué no revelar. En cada etapa de la
historia de la redención, lo que Dios había revelado era para su pueblo en ese
tiempo, y ellos debían estudiar, creer y obedecer esas cosas. Con progreso
ulterior en la historia de la redención, se añadieron más palabras de Dios que
registraban e interpretaban esa historia (vea el capítulo 3 respecto al desarrollo
del canon).
De
este modo, al tiempo de la muerte de Moisés los primeros cinco libros de
nuestro Antiguo Testamento fueron suficientes para el pueblo de Dios en ese
tiempo. Pero Dios dirigió a autores posteriores para añadir más de modo que las
Escrituras fueran suficientes para los creyentes en tiempos subsiguientes.
Para
los cristianos de hoy, las palabras de Dios que tenemos en el Antiguo y Nuevo
Testamentos juntos son suficientes para nosotros durante la edad de la iglesia.
Después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, y la fundación de la
iglesia primitiva según se registra en el Nuevo Testamento, y la compilación de
los libros del canon del Nuevo Testamento, no ha tenido lugar ningún otro acto
central redentor de Dios en la historia (actos que tienen pertinencia directa
para todo el pueblo de Dios en el futuro), y por consiguiente no nos ha sido
dada ninguna otra palabra de Dios para registrar esos actos e
interpretárnoslos.
Esto
quiere decir que podemos citar pasajes bíblicos de todo el canon para mostrar
que el principio de la suficiencia de la revelación de Dios a su pueblo en cada
momento en particular ha seguido siendo el mismo. En este sentido, estos
versículos que hablan en cuanto a la suficiencia de la Biblia en periodos anteriores
también se aplican directamente a nosotros, aunque el tamaño de la Biblia ahora
es mayor que el tamaño de las Escrituras a que se referían en su escenario
original.
Los
siguientes pasajes bíblicos, pues, se aplican a nosotros también en ese sentido:
No
añadan ni quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno. Más bien, cumplan los
mandamientos del Señor su Dios (Dt 4: 2).
Cuídate De Poner En Práctica Todo Lo Que Te Ordeno, Sin Añadir Ni Quitar
Nada (Dt 12: 32).
Toda Palabra De Dios Es Digna De Crédito; Dios Protege A Los Que En Él
Buscan Refugio.
No Añadas Nada A Sus Palabras, No Sea Que Te Reprenda Y Te Exponga Como
A Un Mentiroso (Pr 30: 5-6).
A Todo El Que Escuche Las Palabras Del Mensaje Profético De Este Libro
Le Advierto Esto: Si Alguno Le Añade Algo, Dios Le Añadirá A Él Las Plagas
Descritas En Este Libro. Y Si Alguno Quita Palabras De Este Libro De Profecía,
Dios Le Quitará Su Parte Del Árbol De La Vida Y De La Ciudad Santa, Descritos
En Este Libro (Ap 22: 18-19).
D. APLICACIONES PRÁCTICAS DE LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS
La
doctrina de la suficiencia de Escrituras tiene varias aplicaciones prácticas a
nuestra vida cristiana. La siguiente lista tiene el propósito de ser útil pero
no exhaustiva.
1. La suficiencia de la Biblia debe animamos al tratar de descubrir lo que
Dios quisiera que pensemos (en cuanto a algún asunto doctrinal en particular) o
que hagamos (en una situación en particular).
Debemos
sentirnos animados porque todo lo que Dios quiere decimos respecto a ese asunto
se halla en la Biblia. Esto no quiere decir que la Biblia responda a todas las
preguntas que podamos concebir, porque «Lo secreto le pertenece al Señor
nuestro Dios» (Dt 29: 29); pero sí significa que cuando nos vemos frente a un
problema de importancia genuina en nuestra vida cristiana, podemos acercarnos a
la Biblia con la confianza de que en ella Dios nos proveerá dirección en ese
problema.
Habrá,
por supuesto, ocasiones cuando la respuesta que hallamos es que la Biblia no
dice nada directamente sobre nuestra pregunta. (Este sería el caso, por
ejemplo, si tratamos de hallar en la Biblia cuál es el «orden del culto» que
debemos seguir los domingos por la mañana, o si es mejor arrodillarse o tal vez
ponerse de pie cuando oramos, o a qué hora debemos servirnos nuestras comidas
durante el día, etc.).
En
esos casos, podemos concluir que Dios no nos exige que pensemos o que actuemos
de cierta manera respecto a ese asunto (excepto, tal vez, en términos de
principios más generales respecto a nuestras actitudes y metas). Pero en muchos
otros casos hallaremos dirección directa y clara del Señor para capacitarnos
para «toda buena obra» (2ª Ti 3:17).
Conforme
avanzamos en la vida, la práctica frecuente de buscar en la Biblia dirección resultará
en una capacidad creciente de hallar respuestas precisas, formuladas
cuidadosamente, a nuestros problemas y preguntas. El crecimiento a lo largo de
la vida en la comprensión de la Biblia incluirá, pues, crecimiento en la
habilidad de entender apropiadamente las enseñanzas de la Biblia y aplicarlas a
cuestiones específicas.
2. La suficiencia de la Biblia nos recuerda que no debemos añadirle nada a
la Biblia y que no debemos darle a otro escrito igual valor que a la Biblia.
Casi toda religión falsa o secta viola este principio. Los mormones, por
ejemplo, aducen creer en la Biblia, pero también conceden autoridad divina a El
Libro de Mormón.
Los
que siguen la Ciencia Cristiana similarmente aducen creer en la Biblia, pero en
la práctica consideran que el libro Ciencia y salud con clave a la Biblia por
Mary Baker Eddy, está a la par de la Biblia y por encima de ella en autoridad.
Puesto que estas afirmaciones violan los mandamientos de Dios de no añadir a
sus palabras, no debemos pensar que en estos escritos se pueda hallar alguna
palabra adicional de Dios para nosotros.
NOTA: La referencia primaria de este versículo es
por supuesto al libro de Apocalipsis mismo, pero su colocación aquí al mismo
final del único libro que podría venir como último en el canon del Nuevo
Testamento difícilmente puede ser accidental. De este modo, una aplicación
secundaria de este versículo al canon por entero no parece inapropiada (vea la
explicación en el capítulo 3,).
Incluso en iglesias cristianas a veces se comete un
error similar cuando hay quienes van más allá de lo que la Biblia dice y
afirman con gran confianza ideas nuevas en cuanto a Dios, o el cielo, basando
su enseñanza no en la Biblia sino en su propia especulación o incluso en
experiencias que aducen de haber muerto y haber regresado a la vida.
3. La Suficiencia De La Biblia También Nos
Dice Que Dios No Nos Exige Que Creamos Nada En Cuanto A Sí Mismo O Su Obra
Redentora Que No Se Halla En La Biblia.
Entre
los escritos de la época de la iglesia primitiva hay algunas colecciones de
dichos que supuestamente dijo Jesús y que no fueron preservados en los
Evangelios. Es probable que por lo menos algunos de estos «dichos de Jesús» que
se halla en esos escritos sean en realidad registros precisos de cosas que
Jesús en efecto dijo (aunque ahora para nosotros es imposible determinar con
algún alto grado de probabilidad cuáles serían esos dichos).
Pero
en realidad no importa para nada en nuestra vida cristiana que jamás leamos
alguno de esos dichos, porque Dios ha hecho que se anote en la Biblia todo lo
que necesitamos saber de las palabras y obras de Jesús a fin de confiar en él y
obedecerle perfectamente. Aunque estas colecciones de dichos tienen algún valor
limitado en la investigación lingüística y tal vez para el estudio de la
historia de la iglesia cristiana, no tienen ningún valor directo para nosotros
para aprender lo que debemos creer en cuanto a la vida y enseñanzas de Cristo,
o para formular nuestras convicciones doctrinales y éticas.
4. La Suficiencia De La Biblia Nos Muestra Que
No Debemos Colocar Ninguna Revelación Moderna De Dios En Nivel Igual De
Autoridad Al De La Biblia.
En
varias ocasiones en toda la historia de la iglesia, y particularmente en el
movimiento carismático moderno, ha habido quienes han aducido que Dios ha dado
revelaciones por medio de ellos para beneficio de la iglesia. Sin embargo, como
quiera que evaluemos tales afirmaciones debemos tener cuidado de nunca permitir
(ni en teoría ni en la práctica) que se coloquen tales revelaciones a igual nivel
que la Biblia.
Debemos
insistir en que Dios no nos exige que creamos nada en cuanto a sí mismo o su
obra en el mundo que esté contenido en esas revelaciones pero no en la Biblia;
y debemos insistir que Dios no nos exige que creamos u obedezcamos ninguna
directiva moral que nos venga mediante tales medios pero que la Biblia no
confirma.
La
Biblia contiene todo lo que necesitamos que Dios nos diga para confiar en él y
obedecerle perfectamente. También se debe notar en este punto que siempre que
han surgido desafíos a la suficiencia de la Biblia en forma de otros documentos
que se pretende colocar junto a la Biblia (sea de literatura cristiana
extrabíblica del primer siglo o de las enseñanzas acumuladas de la Iglesia
Católica Romana, o de libros de sectas como el Libro de Mormón), el resultado
siempre ha sido:
(1) Restarle énfasis a las enseñanzas de la Biblia misma y;
(2) Empezar a enseñar algunas cosas que son contrarias a la Biblia.
NOTA: Vea capítulo 52, sobre la posibilidad de
alguna clase de revelación de Dios continuando hoy cuando el canon ya está
cerrado, y especialmente el capítulo 53, sobre el don de profecía. De hecho,
los portavoces más responsables del movimiento carismático moderno parecen
concordar en general con esta precaución:
No quiero implicar en este punto que estoy
adoptando una noción «cesacionista» de los dones espirituales (es decir, la
noción que sostiene que ciertos dones, tales como la profecía y hablar en lenguas,
cesaron cuando los apóstoles murieron). Sólo quiero en este punto afirmar que
hay un peligro al concederles, explícita o incluso implícitamente, a estos
dones un status que efectivamente cuestiona la autoridad o la suficiencia de la
Biblia en las vidas de los creyentes. Una explicación más detallada de estos
dones se da en el capítulo 53, abajo,
Este es un peligro respecto al cual la iglesia
siempre debe estar consciente.
5. Con Respecto A Vivir La Vida Cristiana, La
Suficiencia De La Biblia Nos Recuerda Que Nada Es Pecado Si No Está Prohibido
Por La Biblia Bien Sea Explícitamente O Por Implicación.
Andar
en la ley de Dios es ser «perfecto» (Sal 111: 1). Por consiguiente no debemos
añadir prohibiciones a las que ya se indican en la Biblia. De tiempo en tiempo
puede haber situaciones en las que podría estar mal, por ejemplo, que el
creyente tome café o Coca-Cola, o que vaya al cine, o que coma carne ofrecida a
los ídolos (vea 1ª Co 8-10), pero a menos que se pueda mostrar alguna enseñanza
específica o algún principio general de la Biblia que prohíba estas cosas (o
cualquier otra actividad) para todos los creyentes, de todos los tiempos,
debemos insistir que estas actividades no son pecado en sí mismas y que Dios no
prohíbe esas cosas en toda situación para su pueblo.
Este
es también un principio importante porque siempre hay en los creyentes una
tendencia a empezar a descuidar la búsqueda diaria regular en la Biblia de
dirección y empezar a vivir según un conjunto de reglas escritas o tácitas (o
tradiciones denominacionales) respecto a lo que uno hace o no hace en la vida
cristiana.
Es
más, siempre que añadimos algo a la lista de pecados que prohíbe la Biblia
misma, se le hace daño a la iglesia y a la vida de los creyentes como
individuos. El Espíritu Santo no dará poder para la obediencia a reglas que no
tienen aprobación de Dios en la Biblia, ni tampoco los creyentes en general
hallarán deleite en la obediencia a mandamientos que no están de acuerdo con
las leyes de Dios escritas en sus corazones.
En
algunos casos los creyentes pueden repetida y fervientemente suplicarle a Dios
«victoria» sobre supuestos pecados que en realidad no son pecados de ninguna
manera, y sin embargo no se les dará ninguna «victoria», porque la actitud o
acción en cuestión no es un pecado y no desagrada a Ojos. Gran desaliento en la
oración y frustración en la vida cristiana puede ser generalmente el resultado.
En
otros casos lo que resulta es la desobediencia continuada o incluso creciente a
estos nuevos «pecados», junto con un falso sentido de culpa y alejamiento de
Dios. A menudo surge una creciente insistencia rígida y legalista a estas
nuevas reglas de parte de los que en efecto las siguen, y la comunión genuina
entre los creyentes en la iglesia disminuye.
A
menudo la evangelización queda sofocada, porque la proclamación silenciosa del
evangelio que resulta de la vida de los creyentes por lo menos parecerá (a los
de afuera) que incluye el requisito adicional de que uno debe encajar en este
patrón uniforme de vida a fin de llegar a ser miembro del cuerpo de Cristo.
NOTA: Por supuesto, sociedades humanas tales como
naciones, iglesias, familias, etc., pueden formular reglas de conducta en
cuanto sus propios asuntos (tales como «Los niños en esta familia no pueden ver
televisión por la noche los días de clases»).
En la Biblia no se puede hallar ninguna regla así,
ni tampoco es probable que tal regla se pudiera demostrar por implicación
partiendo de los principios bíblicos. Sin embargo Dios exige la obediencia a
estas reglas porque la Biblia nos dice que debemos estar sujetos a las
autoridades gobernantes (Ro 13: 1-7; 1ª P 2:1 3-3:6;).
Una negación de la suficiencia de la Biblia
ocurrirá sólo si alguien intenta dar a la regla una aplicación generalizada
fuera de la situación en la que debe funcionar apropiadamente (Ningún miembro
de nuestra iglesia debe ver televisión por la noche en los días laborales» o
«Ningún creyente debe ver televisión las noches de los días de trabajo»).
En tales casos ya no sería una regla de conducta en
una situación específica sino un mandamiento moral que evidentemente se
pretende aplicar a todo creyente cualquiera que sea su situación. No estamos en
libertad de añadir tales reglas a la Biblia o intentar imponerlas a todos los
creyentes sobre los que tenemos influencia, ni tampoco la iglesia como un todo
puede intentar hacer esto. (Aquí, de nuevo, la Iglesia Católica Romana
diferiría y diría que Dios le da a la iglesia la autoridad para imponer reglas
morales además de la Biblia, sobre todos los miembros de la iglesia).
Un
claro ejemplo de tales adiciones a los mandamientos de la Biblia se halla en la
oposición de la Iglesia Católica Romana a los métodos «artificiales» del
control de nacimientos, oposición que no tiene ningún respaldo válido en la
Biblia. El resultado ha sido una desobediencia ampliamente extendida,
alejamiento y culpa falsa.
Sin
embargo es talla propensión de la naturaleza humana a hacer tales reglas que
probablemente se podría hallar otros ejemplos en tradiciones escritas o tácitas
de casi cualquier denominación.
6. La Suficiencia De La Biblia También Nos Dice
Que Dios No Nos Exige Nada Que No Esté Ordenado En La Biblia Explícitamente O
Por Implicación.
Esto
nos recuerda que el enfoque de nuestra búsqueda de la voluntad de Dios debe
estar en la Biblia, antes que en buscar dirección mediante oración por
circunstancias cambiadas o sentimientos alterados, o dirección directa del
Espíritu Santo aparte de la Biblia. También quiere decir que si alguien aduce
tener un mensaje de Dios diciéndonos lo que debemos hacer, nunca debemos dar
por sentado que es pecado desobedecer tal mensaje a menos que pueda quedar
confirmado por la aplicación de la misma Biblia a nuestra situación.
El
descubrimiento de esta gran verdad podría dar tremenda alegría y paz a la vida
de miles de creyentes que, gastando incontables horas procurando hallar la
voluntad de Dios fuera de la Biblia, a menudo no tienen certeza de si la han
hallado.
Es
más, muchos creyentes hoy tienen escasa confianza en su capacidad para
descubrir la voluntad de Dios con algún grado de certeza. Así que hay escaso
esfuerzo por hacer la voluntad de Dios (porque, ¿quién puede saberla?) y poco
crecimiento en santidad delante de Dios.
Lo
opuesto debería ser la verdad. Los creyentes que están convencidos de la
suficiencia de la Biblia deberían empezar anhelantemente a buscar y hallar la
voluntad de Dios en la Biblia. Deberían con anhelo y regularmente crecer en
obediencia a Dios, y experimentar gran libertad y paz en la vida cristiana.
Entonces
podrían decir con el salmista: Por toda la eternidad obedeceré fielmente tu
ley. Viviré con toda libertad, porque he buscado tus preceptos. Los que aman tu
ley disfrutan de gran bienestar, y nada los hace tropezar (Sal 119: 44-45,
165).
7. La Suficiencia De La Biblia Nos Recuerda Que
En Nuestra Enseñanza Doctrinal Y Ética Debemos Hacer Énfasis En Lo Que La
Biblia Hace Énfasis Y Estar Contentos Con Lo Que Dios Nos Ha Dicho En La
Biblia.
Hay
algunos temas respecto a los cuales Dios nos ha dicho muy poco o nada en la
Biblia. Debemos recordar que «lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios»
(Dt 29:29) y que Dios nos ha revelado en la Biblia exactamente lo que consideró
apropiado para nosotros.
Debemos
aceptar esto y no pensar que la Biblia es algo menos de lo que debería ser, ni
empezar a desear que Dios nos hubiera dado mucha más información en cuanto a
temas sobre los cuales hay muy pocas referencias bíblicas. Por supuesto, habrá
algunas situaciones en las que nos vemos confrontados con un problema en
particular que requiere gran atención, mucho más que el énfasis que recibe en
la enseñanza de la Biblia.
Pero
esas situaciones deben ser relativamente infrecuentes y no deberían ser
representativas del curso general de nuestras vidas o ministerios.
Es
característica de muchas sectas martillar porciones o enseñanzas oscuras de la
Biblia (uno piensa en el énfasis mormón en el bautismo por los muertos, tema
que se menciona sólo en un versículo de la Biblia [1ª Co 15: 21], en una frase
cuyo significado exacto ahora es evidentemente imposible de determinar con
certeza).
Pero
un error similar lo cometió toda una generación de eruditos liberales del Nuevo
Testamento en la primera parte del siglo pasado, que dedicaron la mayor parte
de su vida académica a una búsqueda inútil de las fuentes «detrás» de nuestras
narraciones presentes de los Evangelios o la búsqueda de los «auténticos»
dichos de Jesús.
Desdichadamente,
un patrón similar ha tenido lugar demasiado a menudo entre evangélicos dentro
de varias denominaciones. Los asuntos doctrinales que han dividido a las
denominaciones protestantes evangélicas entre sí casi uniformemente han sido
asuntos sobre los cuales la Biblia pone relativamente poco énfasis, y asuntos
en los cuales nuestras conclusiones se deben derivar de inferencia hábil mucho
más que de afirmaciones bíblicas directas.
Por
ejemplo, ha habido o se han mantenido diferencias denominacionales respecto a
la forma «apropiada» de gobierno de la iglesia, la exacta naturaleza de la
presencia de Cristo en la Cena del Señor, la secuencia exacta de los eventos
que rodearán el retomo de Cristo, el tipo de personas que se deben admitir en
la cena del Señor, la manera en que Dios planeó que los méritos de la muerte de
Cristo se apliquen a los creyentes y no a los que no creen, los candidatos
apropiados para el bautismo, la correcta comprensión del «bautismo en el
Espíritu Santo», etcétera.
No
debemos decir que estos asuntos no tienen ninguna importancia, ni tampoco
debemos decir que la Biblia no dé solución a ninguno de ellos (en verdad, con
respecto a muchos de ellos se defenderá una solución específica en otros
capítulos de este libro).
Sin
embargo, puesto que todos estos temas reciben relativamente escaso énfasis
directo en la Biblia es irónico y trágico que dirigentes denominacionales a
menudo dediquen gran parte de su vida a defender precisamente puntos
doctrinales menores que hacen a sus denominaciones diferentes de otras. ¿Está
realmente tal esfuerzo motivado por el deseo de lograr unidad de comprensión en
la iglesia, o acaso pudiera brotar en alguna medida del orgullo humano, de un
deseo de retener poder sobre otros, o de un intento de auto justificación, lo
cual desagrada a Dios y a la larga no edifica para nada a la iglesia?
PREGUNTAS PARA APLICACIÓN PERSONAL
1. En el proceso de crecer en la vida cristiana y ahondar su relación con
Dios, ¿aproximadamente cuanto énfasis ha puesto usted en la lectura de la
Biblia misma y cuanto a leer otros libros cristianos? Al procurar saber la
voluntad de Dios para su vida diaria, ¿cuál es el énfasis relativo que usted
asigna a leer la Biblia misma o a leer otros libros cristianos? ¿Piensa usted
que la doctrina de la suficiencia de la Biblia le hará poner más énfasis en
leer la Biblia misma?
2. ¿Cuáles son algunos asuntos doctrinales o morales respecto a los cuales
usted tiene preguntas? ¿Ha aumentado este capítulo su confianza en la capacidad
de la Biblia para dar una respuesta clara a alguna de esas preguntas?
3. ¿Alguna vez ha querido que la Biblia dijera más de lo que dice respecto
a algún tema? ¿ü menos? ¿Qué piensa que motivó ese deseo? Después de leer este
capítulo, ¿qué le diría usted a alguien que expresara tal deseo hoy? ¿Cómo se
muestra la sabiduría de Dios en el hecho de que él escogió no hacer la Biblia
ni mucho más larga ni mucho más corta de lo que es?
4. Si la Biblia contiene todo lo que necesitamos que Dios nos diga para
obedecerle perfectamente, ¿cuál es el papel de lo siguiente para ayudarnos a
hallar la voluntad de Dios por nosotros mismos: consejo de otros, sermones o
clases bíblicas, nuestra conciencia, nuestros sentimientos, la dirección del
Espíritu Santo al percibirle impulsando nuestros deseos internos e impresiones
subjetivas, los cambios de circunstancias, el don de profecía (si usted piensa
que puede existir hoy)?
5. A la luz de este capítulo, ¿cómo podría usted hallar la voluntad
«perfecta» de Dios para su vida? ¿Es posible que podría haber más de una
alternativa «perfecta » en muchas decisiones que tomamos? (Considere Sal 1:3 y
1ª Co 7:39 al buscar la respuesta).
6. ¿Han habido ocasiones cuando usted ha entendido los principios de la
Biblia lo suficiente respecto a una situación específica pero no ha sabido los
hechos de la situación lo suficiente para saber cómo aplicar correctamente esos
principios bíblicos? Al procurar saber la voluntad de Dios, ¿puede haber otras
cosas que necesitamos saber excepto (a)
la enseñanza de la Biblia y (b) los
hechos de la situación en cuestión, junto con (c) habilidad para aplicar (a)
a (b) correctamente? ¿Cuál es,
entonces, el papel de la oración al buscar dirección? ¿Por qué cosas debemos
orar?
TÉRMINOS ESPECIALES
Perfecto
suficiencia de la Biblia
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Salmo 119:1: Dichosos Los Que Van Por Caminos Perfectos, Los Que Andan
Conforme A La Ley Del Señor.