1ª PARTE: LA DOCTRINA DE LA SALVACIÓN Y APLICACIÓN DE LA REDENCIÓN

INTRODUCCIÓN

No pienso que un verdadero sistema de teología se pueda construir desde lo que podríamos llamar la tradición teológica «liberal», es decir, de personas que niegan la absoluta veracidad de la Biblia, o que piensan que las palabras de la Biblia no son exactamente palabras de Dios.
Por esta razón, los otros escritores con quienes dialogo en este estudio están en su mayoría dentro de lo que hoy se llama la tradición «evangélica conservadora» más amplia; desde los grandes reformadores Juan Calvino y Martín Lutero, hasta los escritos de los eruditos evangélicos de hoy.
Escribo como evangélico y para evangélicos. Esto no quiere decir que los que siguen la tradición liberal no tengan nada valioso que decir; sino que las diferencias con ellos casi siempre se reducen a diferencias en cuanto a la naturaleza de la Biblia y su autoridad. La cantidad de acuerdo doctrinal que se puede lograr con personas que tienen bases ampliamente divergentes de autoridad es muy limitada.
Claro, los profesores pueden siempre asignar lecturas adicionales de teólogos liberales de interés actual, y estoy agradecido por mis amigos evangélicos que escriben críticas extensas de la teología liberal. Pero no pienso que todos están llamados a hacer eso, ni que un análisis extenso de nociones liberales sea la manera más útil de edificar un sistema positivo de teología basado en la total veracidad de toda la Biblia. Al final se encuentra un diccionario de términos usados en este estudio.
Este estudio lo hemos escrito con el propósito de edificar la iglesia y esta adecuado para el más mínimo principiante hasta el pastor, el maestro, o cualquier líder de seminarios, u institutos bíblicos y facultades de teología.
A Dios sea la gloria y gracias por lo que permite que seamos útiles para su obra.
CONTENIDO
CAPÍTULO 1: Gracia común: ¿Cuáles son las bendiciones no merecidas que Dios da a todas las personas, creyentes e incrédulos?
CAPÍTULO 2: Elección y reprobación: ¿Cuándo y por qué Dios nos ha elegido? ¿Son algunos no elegidos?
CAPÍTULO 3: El llamamiento del evangelio y el llamamiento eficaz: ¿Cuál es el mensaje del evangelio? ¿Cómo llega a ser eficaz?
CAPÍTULO 4: La regeneración: ¿Qué significa nacer de nuevo?
CAPÍTULO 5: La conversión (Fe y arrepentimiento) ¿Qué es el verdadero arrepentimiento? ¿Qué es fe salvadora?¿Pueden las personas aceptar a Jesús como Salvador y no como Señor?
CAPÍTULO 6: La justificación (La situación legal correcta delante de Dios) ¿Cómo y cuándo obtenemos una situación legal correcta delante de Dios?
CAPÍTULO 7: La adopción (La membrecía en la familia de Dios) ¿Cuáles son los beneficios de ser un miembro de la familia de Dios?
CAPÍTULO 8: La santificación (El crecimiento en la semejanza de Cristo) ¿Cómo crece usted en madurez cristiana? ¿Cuáles son las bendiciones del crecimiento cristiano?
CAPÍTULO 9: El bautismo y la llenura del Espíritu ¿Debiéramos buscar el «bautismo en el Espíritu Santo después de la conversión? ¿Qué significa ser llenos con el Espíritu Santo?
CAPÍTULO 10: La perseverancia de los santos (Cómo permanecer como creyente) ¿Pueden los verdaderos creyentes perder su salvación? ¿Cómo podemos saber si en realidad hemos nacido de nuevo?
CAPÍTULO 11: La muerte y el estado intermedio: ¿Cuál es el propósito de la muerte en la vida cristiana? ¿Qué les sucede a nuestros cuerpos y almas cuando morimos?
CAPÍTULO 12: Glorificación (Recepción de un cuerpo de resurrección) ¿Cuándo recibiremos cuerpos de resurrección? ¿Cómo serán?
CAPÍTULO 13: Unión con Cristo: ¿Qué significa estar «en Cristo» o «unido a Cristo»?

CAPÍTULO 1

GRACIA COMÚN

¿CUÁLES SON LAS BENDICIONES NO MERECIDAS QUE DIOS DA A TODAS LAS PERSONAS, CREYENTES E INCRÉDULOS?
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS

A. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN

Cuando Adán y Eva pecaron, se hicieron dignos de castigo eterno y de separación de Dios (Gn 2: 17). De la misma manera, cuando los seres humanos pecan hoy se hacen merecedores de la ira de Dios y del castigo eterno: «La paga del pecado es muerte» (Ro 6: 23). Esto quiere decir que una vez que las personas pecan, la justicia de Dios requiere solo una cosa: Que queden eternamente separados de Dios, alejados de la posibilidad de experimentar sus cosas buenas y que vivan para siempre en el infierno, recibiendo solo la ira divina para siempre.
De hecho, esto es lo que les sucedió a los ángeles que pecaron, y nos podría haber sucedido a nosotros también: «Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al abismo, metiéndolos en tenebrosas cavernas y reservándolos para el juicio» (2 P 2: 4).
Pero en realidad Adán y Eva no murieron de inmediato (aunque la sentencia de muerte empezó a cumplirse en sus vidas a partir del día que pecaron). La plena ejecución de la sentencia de muerte quedó demorada por muchos años. Además, millones de sus descendientes aun hasta el día de hoy no mueren y van al infierno tan pronto como pecan, sino que continúan viviendo por muchos años, disfrutando de innumerables bendiciones en este mundo.
 ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede continuar Dios dando bendiciones a pecadores que merecen la muerte, no solo a aquellos que al final serán salvos, sino también a millones que nunca lo serán, cuyos pecados nunca serán perdonados?
La respuesta a estas preguntas es que Dios otorga gracia común. Podemos definir la gracia común de la siguiente manera: La gracia común es la gracia de Dios mediante la cual él da a las personas innumerables bendiciones que no son parte de la salvación. Se le llama común porque es común a todas las personas y no está restringido a los creyentes ni a los elegidos.
Para distinguirla de la gracia común, la gracia de Dios que trae salvación a las personas la identificamos con frecuencia como «gracia salvadora». Por supuesto, cuando hablamos de «gracia común» y «gracia salvadora» no estamos indicando que haya dos clases de gracia en Dios, sino es solo la gracia de Dios que se manifiesta a sí misma en el mundo en dos formas diferentes.
La gracia común es diferente de la gracia salvadora en sus resultados (no produce salvación), en sus receptores (la reciben por igual los creyentes y los incrédulos), y en su fuente (no fluye directamente de la obra expiatoria de Cristo, puesto que la muerte de Cristo no gana ninguna medida de perdón para los incrédulos y, por tanto, tampoco hace que tengan mérito las bendiciones de la gracia común para ellos).
Sin embargo, sobre este último punto debiéramos decir que la gracia común fluye indirectamente de la obra redentora de Cristo, debido al hecho de que Dios no juzgó al mundo de una vez cuando entró el pecado debido primaria y quizá exclusivamente a que planeaba salvar al final a algunos pecadores a través de la muerte de su Hijo.

B. EJEMPLOS DE GRACIA COMÚN

Si miramos al mundo a nuestro alrededor y lo contrastamos con el fuego del infierno que el mundo se merece, podemos ver inmediatamente la evidencia abundante de la gracia común de Dios en miles de ejemplos de la vida diaria. Podemos distinguir varias categorías específicas en las que vemos esa gracia común.
1. EN LA ESFERA FISICA.
Los incrédulos continúan viviendo en este mundo únicamente a causa de la gracia común de Dios. Cada vez que las personas respiran es por la gracia de Dios, porque la paga del pecado es muerte, no vida. Además, la tierra no solo produce cardos y espinos (Gn 3: 18) ni permanece como un desierto calcinado, sino que por la gracia de Dios produce alimentos y materiales para hacer vestidos y albergues, con frecuencia con gran abundancia y diversidad. Jesús dijo:
«Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos» (Mt 5: 44-45). Aquí Jesús está apelando a la abundante gracia común de Dios como un estímulo para que sus discípulos también concedan amor y oraciones por bendiciones para los incrédulos (Le 6: 35-36).
Del mismo modo, Pablo les dice a las personas en Listra: «En épocas pasadas él permitió que todas las naciones siguieran su propio camino. Sin embargo, no ha dejado de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoles lluvias del cielo y estaciones fructíferas, proporcionándoles comida y alegría de corazón» (Hch 14: 16-17).
El Antiguo Testamento también habla de la gracia común de Dios que viene sobre los incrédulos así como también sobre los creyentes. Un ejemplo específico es Potifar, el capitán egipcio de la guardia del faraón que compró a José como esclavo:
«El Señor bendijo la casa del egipcio Potifar a partir del momento en que puso a José a cargo de su casa y de todos sus bienes. La bendición del Señor se extendió sobre todo lo que tenía el egipcio, tanto en la casa como en el campo» (Gn 39: 5).
David habla de una forma mucho más general acerca de todas las criaturas que Dios ha hecho: «El Señor es bueno con todos; él se compadece de toda su creación.
Los ojos de todos se posan en ti, y a su tiempo les das su alimento. Abres la mano y sacias con tus favores a todo ser viviente» (Sal 145: 9, 15-16).
NOTA: Debiéramos notar que he puesto este capítulo sobre la gracia común en la parte 5 de este libro, «La doctrina de la aplicación de la redención'), no porque la gracia común fluya directamente de la obra redentora de Cristo (no lo hace), sino porque tiene un papel en la preparación y en asistir a la obra de Dios de la aplicación de la redención a los creyentes.
Estos versículos son otro recordatorio de que el bien que encontramos en toda la creación es a causa de la bondad y de la compasión de Dios.
Vemos incluso evidencias de la gracia común de Dios en la belleza del mundo natural. A pesar de que la naturaleza misma Está sometida a la «esclavitud de corrupción» y «fue sujetada a vanidad» (Ro 8: 21, 20) debido a la maldición de la Caída (Gn 3: 17-19), todavía queda mucha belleza en el mundo natural.
La belleza multicolor de las flores, de los campos y de los bosques, de los ríos, lagos, montañas y mares, todavía nos recuerdan como un testimonio diario de la continua gracia común de Dios. Los incrédulos no merecen disfrutar de nada de esta belleza, pero por la gracia de Dios pueden disfrutar mucho de ella a lo largo de toda su vida.
2. EN LA ESFERA INTELECTUAL.
Satanás es «el padre de la mentira» Gn 8: 44), porque él está completamente entregado a la maldad y a la irracionalidad y comprometido con la falsedad que acompaña al mal radical. Pero los seres humanos en el mundo de hoy, incluso los incrédulos, no están totalmente entregados a la mentira, la irracionalidad y la ignorancia. Todas las personas pueden tener alguna percepción de la verdad; y en verdad algunos tienen gran inteligencia y entendimiento.
Esto también debe verse como un resultado de la gracia de Dios. Juan se refiere a Jesús y dice «Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo» Gn 1: 9), porque en su papel como creador y sustentador del universo (no particularmente en su papel como redentor) el Hijo de Dios permite que la iluminación y el entendimiento vengan a todas las personas en el mundo:
La gracia común de Dios en la esfera intelectual la vemos en el hecho de que todas las personas tienen un cierto conocimiento de Dios: «A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Ro 1: 21). Esto quiere decir que hay un sentido de la existencia de Dios y con frecuencia hambre por conocer a Dios que él permite que permanezca en el corazón de las personas, aun cuando eso con frecuencia resulta en muchas religiones de creación humana.
Por tanto, Pablo, aun cuando estaba hablando a personas que sostenían ideas religiosas falsas, podía encontrar un punto de contacto en cuanto al conocimiento de la existencia de Dios, como cuando lo hizo al dirigir la palabra a los filósofos atenienses: «¡Ciudadanos atenienses! Observo que ustedes son sumamente religiosos en todo lo que hacen. Pues bien, eso que ustedes adoran como algo desconocido es lo que yo les anuncio» (Hch 17: 22-23).
NOTA: Puesto que el contexto de Juan 1 es el de hablar acerca de la venida de Cristo al mundo, es mejor tomar la frase «venía a este mundo» como modificadora de la luz verdadera, Cristo, más bien que «todo ser humano», aunque ambas son gramaticalmente posibles. En cualquier caso, el versículo todavía dice que Cristo alumbra a todo hombre.
Aunque algunos han argumentado que este alumbramiento es solo el brillo de la luz de la presencia encamada de Cristo en el mundo (como dice O. A. Carson, The Gospel Accordingto John, pp. 123-24), es más probable que esta iluminación es la luz de la revelación general que todas las personas reciben, la habilidad para observar y entender muchos hechos verdaderos acerca de Dios y del universo (así piensa Lean Mortis, The Gospel According to John, pp. 94-95).
Esto es porque:
(1) Cuando Juan especifica que Cristo «alumbra a todo ser humano» está sugiriendo que esta iluminación tiene lugar para cada individuo, lo que sería cierto de un conocimiento general, pero no del conocimiento de Cristo.
(2) Este sentido permite que la palabra «alumbran, hable de un alumbramiento real, no simplemente de un alumbramiento potencial de Cristo.
(3) Este sentido señala en contraste irónico de los vv. 9-10 de que aunque Cristo da conocimiento a todos los hombres, y aunque ha creado a todos los hombres, pero no obstante no le conocen ni le reciben.
La gracia común de Dios en la esfera intelectual resulta también en la capacidad de percibir la verdad y distinguirla del error, y experimentar crecimiento en un conocimiento que puede ser usado en la investigación del universo y en la tarea de sojuzgar la tierra.
Esto significa que toda la ciencia y tecnología que desarrollan todos los que no son cristianos es un resultado de la gracia común, lo que les permite hacer descubrimientos e invenciones increíbles para desarrollar los recursos de la tierra en muchos bienes materiales, para producir y distribuir esos recursos y tener habilidad en su trabajo productivo.
En un sentido práctico esto significa que cada vez que entramos en un supermercado o manejamos un automóvil, o entramos en una casa debiéramos recordar que estamos experimentando los resultados de la abundante gracia común de Dios derramada para el enriquecimiento de la humanidad.
3. LA ESFERA MORAL.
También mediante la gracia común, Dios refrena a las personas para que no sean todo lo malas que podían ser.
Una vez más la esfera demoníaca, dedicada totalmente a la maldad y a la destrucción, nos provee de un contraste claro con la sociedad humana en la que el mal está claramente restringido. Si las personas persisten en entregarse al mal y siguen continuamente pecando a lo largo del tiempo, Dios al final dejará que se hundan cada vez más en el pecado (Sal 81: 12; Ro 1: 24, 26, 28), pero en el caso de la mayoría de los seres humanos no caen en esas profundidades a las que el pecado las llevaría si se lo permitieran, porque Dios interviene y pone limitaciones en su conducta.
Una de las restricciones más eficaces es la fuerza de la conciencia. Pablo dice: «De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan» (Ro 2: 14-15).
Ese sentido interno de 10 que es bueno y malo que Dios da a todas las personas significa que ellos frecuentemente van a aprobar las normas morales que reflejan muchos de los principios morales de las Escrituras. Pablo dice que aun aquellos que se han entregado al pecado «saben bien que, según el justo decreto de Dios, quienes practican tales cosas merecen la muerte» (Ro 1:32).
Y en otros muchos casos este sentido interno de la conciencia lleva a las personas a establecer leyes y costumbres en la sociedad que son, en términos de comportamiento externo que ellos aprueban o prohíben, bastante semejantes a las leyes morales de las Escrituras:
Las personas a menudo establecen leyes o tienen costumbres que respetan la santidad del matrimonio y de la familia, protegen la vida humana, y prohíben el robo y la falsedad al hablar.' A causa de esto, las personas con frecuencia viven en formas que están directa y exteriormente en conformidad con los principios morales de las Escrituras.
Aunque su comportamiento moral no puede ganar méritos con Dios (puesto que las Escrituras dicen claramente «que por la ley nadie es justificado delante de Dios», Gá 3:11, y «todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!» Ro 3: 12), no obstante, en algún sentido, menos el de ganar méritos o la aprobación eterna de Dios, los incrédulos hacen «el bien».
NOTA: Por supuesto, el funcionamiento de la conciencia nunca es perfecto en las personas pecadoras en esta vida (como Pablo nos indica en Ro. 2: 15), de modo que las sociedades van a variar en el grado en el que ellos aprueban diferentes aspectos de las leyes morales de Dios. No obstante, encontramos una importante semejanza en las leyes y costumbre de cada sociedad con las leyes morales de las Escrituras.
Jesús nos lo indica cuando dice: «¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer bien a quienes les hacen bien? Aun los pecadores actúan así» (Lc 6: 33; 2ª R 12: 2 y 2ª Cr 24: 2, donde se dice que Joás hizo cosas buenas durante su gobierno como rey, con 2ª Cr 24: 17-25, donde se dice que hizo tales cosas malas que daba la apariencia de no tener fe salvadora en su vida).
Por supuesto, en regiones donde el evangelio ha tenido gran influencia y la iglesia es fuerte, habrá una influencia moral más fuerte que en lugares donde el evangelio nunca ha llegado, o donde hay poca influencia restrictiva (por ejemplo, en sociedades caníbales, o incluso en sociedades modernas occidentales donde la creencia en el evangelio y los principios morales absolutos han sido abandonados por la cultura dominante).
Dios también demuestra su gracia común dando advertencias del juicio final en el funcionamiento del mundo natural. Dios ha ordenado de tal manera el mundo que vivir conforme a sus principios morales muy a menudo trae recompensas en la esfera natural, y violar las normas morales de Dios con frecuencia trae destrucción para las personas, lo que indica en ambos casos la dirección última del juicio final.
La honradez, la diligencia en el trabajo, mostrar amor y bondad hacia otros, la fidelidad en el matrimonio y la familia traerá (excepto en las sociedades más corrompidas) traerá muchas más recompensas materiales y emocionales en esta vida que la deshonestidad, la pereza, la crueldad, la infidelidad marital, y otras conductas erróneas como la embriaguez, el abuso de drogas, el robo y cosas semejantes. Estas consecuencias normales del pecado o de la rectitud debieran servimos de advertencia del juicio que viene, y, en este sentido, son también ejemplos de la gracia común de Dios.
4. LA ESFERA DE LA CREATIVIDAD.
Dios ha permitido una buena medida de habilidad en esferas artísticas y musicales, así como también en otros campos en las que se pueden expresar la creatividad y la destreza, tales como el atletismo, el arte culinario, la escritura y cosas similares. Además, Dios no da la capacidad de apreciar la belleza en muchas esferas de la vida.
En esto como también en el campo fisico e intelectual, las bendiciones de la gracia común son a veces derramadas sobre los incrédulos con más abundancia aun que sobre los creyentes. Pero en todos los casos es un resultado de la gracia de Dios.
5. LA ESFERA DE LAS RELACIONES SOCIALES.
La gracia de Dios es también evidente en la existencia de varias organizaciones y estructuras de la sociedad humana. Lo vemos primeramente en la familia humana, evidenciado en el hecho de que Adán y Eva permanecieron como marido y mujer después de la Caída y entonces tuvieron hijos, tanto hijos como hijas (Gn 5:4).
Los hijos de Adán y Eva también se casaron y formaron sus propias familias (Gn 4: 17, 19, 26). La familia humana persiste hoy, no simplemente como una institución para los creyentes, sino para todas las personas.
El gobierno humano es también un resultado de la gracia común. Fue instituido en principio por Dios después del diluvio (vea Gn 9:6), yen Romanos 13:1 se dice claramente que fue dado por Dios: «No hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él».
Es evidente que el gobierno es un don de Dios para la humanidad en general, porque Pablo dice que el gobernante «está al servicio de Dios para tu bien» y que «si haces lo malo debes temer, entonces debes tener miedo pues está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al malhechor (Ro 13: 4).
Uno de los recursos primarios que Dios usa para restringir el mal en el mundo es el gobierno humano. Las leyes humanas, la fuerza de la policía y el sistema judicial proveen de elementos disuasorios poderosos para las acciones malas, y estos son necesarios, porque hay mucho mal en el mundo que es irracional y que solo puede contenerse mediante la fuerza, porque no se logra detener mediante la razón y la educación.
Por supuesto, la pecaminosidad del hombre también puede afectar a los gobernantes mismos, de forma que llegan a corromperse y estimular en realidad el mal en vez de alentar el bien. Esto es solo para decir que el gobierno humano, como todas las otras bendiciones de la gracia común que Dios da, se pueden usar 10 mismo para propósitos buenos o malos.
Otras organizaciones en la sociedad humana incluyen las instituciones educativas, las empresas y corporaciones, las asociaciones voluntarias (tales como las dedicadas a la beneficencia o grupos de servicios públicos), e innumerables ejemplos de fraternidades humanas comunes. Todas estas funcionan con el propósito de producir bienestar a los seres humanos, y todas son expresiones de la gracia común de Dios.
6. LA ESFERA RELIGIOSA.
Aun en la esfera de la religión humana, la gracia común de Dios trae algunas bendiciones a las personas incrédulas. Jesús dijo: «Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen» (Mt 5: 44), y puesto que no hay limitación en el contexto de orar por su salvación, y puesto que el mandamiento de orar por los que nos persiguen va unido al mandamiento de amarlos, parece razonable concluir que Dios tiene la intención de responder a las oraciones que hacemos aun por los que nos persiguen en relación a muchas cuestiones de la vida.
De hecho, Pablo manda específicamente que oremos por «los gobernantes y por todas las autoridades» (1ª Ti 2: 1-2). Cuando procuramos el bien de los incrédulos eso es coherente con la práctica de Dios de hacer «que salga el sol sobre malos y buenos. Y que llueva sobre justos e injustos» (Mt 5: 45) y es también coherente con la práctica de Jesús durante su ministerio terrenal cuando sanaba a todas las personas que acudían a él (Lc 4: 40). No hay ninguna indicación de que requiriera de ellos que creyeran en él o que estuvieran de acuerdo en que era el Mesías antes de concederles salud fisica.
¿Responde Dios a las oraciones de los incrédulos? Aunque Dios no ha prometido responder a las oraciones de los incrédulos como lo ha hecho en cuanto a las oraciones de los que acuden en el nombre de Jesús, y aunque no tiene obligación de responder a las oraciones de los incrédulos, Dios puede en razón de su gracia común escuchar y conceder las peticiones de los incrédulos, demostrando de ese modo su misericordia y su bondad en otra manera (Sal 145: 9, 15; Mt 7: 22; Lc 6: 35-36).
Este es al parecer el sentido de 1ª Timoteo 4: 10, que dice que «el Dios viviente, [es] el Salvador de todos, especialmente de los que creen». Aquí «Salvador » no puede ser restringido a significar «aquel que perdona pecados y da vida eterna», porque esas cosas no las reciben los que no creen; «Salvador» debe tener aquí un sentido más general, es decir, «aquel que nos rescata de la aflicción, aquel que libera».
En situaciones de dificultad o aflicción, Dios con frecuencia escucha las oraciones de los incrédulos y en su compasión los libera de la dificultad. Además, aun los incrédulos tienen con frecuencia cierto sentido de gratitud hacia Dios por los bienes de la creación, por la liberación del peligro y por las bendiciones de la familia, el hogar, las amistades y el país.
Además, los incrédulos que llegan a estar en estrecho contacto con la iglesia y quizá se asocian con ella por un tiempo pueden tener algunas experiencias religiosas que parecen estar muy cerca de las experiencias de los que son salvos (vea He 6:4-6; Mt 7:22-23).
Por último, incluso la proclamación del evangelio a aquellos que al final no lo aceptan es una prueba evidente de la misericordia y de la gracia de Dios, que da testimonio claro del hecho de que Dios no se complace en la muerte o condenación de ninguna de sus criaturas (Ez 33: 11; 1ª Ti 2:4).
7. LA GRACIA COMÚN Y LA GRACIA ESPECIAL SE INFLUENCIAN LA UNA A LA OTRA.
La gracia común, por supuesto, influencia y enriquece a la iglesia, puesto que aparte de la gracia común de Dios dada a los albañiles, carpinteros y otros artesanos no habría templos; aparte de la gracia común dada a los impresores y encuadernadores (e incluso a los que trabajan en las empresas que fabrican el papel y los leñadores que cortan los árboles en el bosque para hacer el papel), no tendríamos Biblias.
La iglesia se beneficia de la gracia común de muchas maneras en las actividades diarias.
Por otro lado, la gracia especial que Dios da a los que son salvos trae más bendiciones de gracia común a los incrédulos que viven en la esfera de influencia de la iglesia. Los incrédulos se benefician de los ejemplos de vida cristiana que ven en la sociedad, desde las oraciones y acciones de misericordia que los cristianos hacen por la comunidad, desde el conocimiento de las enseñanzas de las Escrituras y su sabiduría en las que ellos encuentran beneficios morales e intelectuales, y por la influencia de las leyes, costumbres y creencias de una sociedad que vienen por medio de las actividades sociales y políticas de los cristianos.
Históricamente la presencia poderosa de aquellos cuyas vidas fueron cambiadas por el evangelio ha sido con frecuencia lo que ha resultado en la liberación de los esclavos (en las colonias británicas y en los Estados Unidos), los derechos de las mujeres, la extensión de la educación pública, el progreso científico y tecnológico, el aumento de la productividad en la economía, el alto valor que tiene el trabajo, el ahorro y la honradez, y otras cosas así.
8. LA GRACIA COMÚN NO SALVA A LAS PERSONAS.
A pesar de todo esto, debemos entender que la gracia común es diferente de la gracia salvadora. La gracia común no cambia el corazón humano ni lleva a las personas al arrepentimiento genuino y a la fe, y, por tanto, no puede salvar a las personas (aunque en la esfera intelectual y moral puede proporcionar algo de preparación para hacer que las personas estén más dispuestas a aceptar el evangelio).
La gracia común restringe el pecado, pero no cambia la disposición fundamental de nadie hacia el pecado, ni en ninguna medida significativa purifica la naturaleza humana caída: Debemos reconocer también que las acciones de los incrédulos llevadas a cabo en virtud de la gracia común no tienen en sí mismas ningún mérito para conseguir la aprobación o favor de Dios. Estas acciones no son fruto de la fe (y todo lo que no proviene de fe, es pecado», Ro 14: 23, RVR 1960), ni tampoco están motivadas por el amor a Dios (Mt 22: 37), sino más bien por el amor a sí mismo en alguna forma u otra.
Por tanto, aunque podemos tener la inclinación a decir que las obras de los incrédulos que se conforman externamente a las leyes de Dios son «buenas» en algún sentido, ellos, no obstante, no son buenos en términos de tener méritos para ganar la aprobación divina o hacer que Dios esté obligado hacia el pecador en algún sentido.
Por último, debiéramos reconocer que los incrédulos reciben con frecuencia más gracia común que los creyentes, pues pudieran ser más hábiles, más diligentes, más inteligentes, más creativos o tener más de los beneficios materiales que esta vida puede proporcionar. Esto no indica en lo absoluto que Dios los favorece más ni que van a ganar alguna participación en la salvación eterna, sino solo que Dios distribuye las bendiciones de la gracia común en varias maneras, y concede a menudo bendiciones muy importantes a los incrédulos.
En todo esto, ellos debieran, por supuesto, reconocerla bondad de Dios (Hch 14: 17), y debieran reconocer que la voluntad revelada de Dios es que la «bondad» de Dios los lleve al arrepentimiento (Ro 2: 4).

C. EL PORQUÉ DE LA GRACIA COMÚN

¿Por qué confiere Dios gracia común a pecadores que no se lo merecen y que nunca buscarán la salvación? Podemos sugerir al menos cuatro razones.
1. PARA REDIMIR A LOS QUE SERÁN SALVOS.
Pedro dice que el día del juicio y la ejecución final del castigo se está demorando porque todavía quedan personas que se salvarán: «El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan.
Pero el día del Señor vendrá como un ladrón» (2ª P 3: 9-10). En realidad, esta razón es cierta desde el comienzo de la historia humana, porque si Dios quería rescatar a alguna gente de entre toda la humanidad pecadora, no podía destruir a todos los pecadores inmediatamente (porque entonces no hubiera quedado raza humana). Decidió por tanto permitir que vivieran por un tiempo los humanos pecadores y que tuvieran hijos, para permitir que las subsiguientes generaciones vivieran y pudieran escuchar el evangelio y arrepentirse.
NOTA: El punto de vista de la gracia común presentado en el capitulo es coherente con la perspectiva reformada y calvinista del libro como un todo, una perspectiva que ha sido argumentada más específicamente durante el estudio de la soberanía de Dios) capitulo 13), la providencia de Dios (capitulo 16, el pecado (capitulo 24), y la elección, el llamamiento del evangelio y la regeneración (capítulos 32-34).
Debiéramos notar, sin embargo, que el entendimiento arminiano de la gracia común es diferente en cuanto a este punto; debiéramos decir que la gracia común da a cada persona la capacidad de volverse a Dios en fe y arrepentimiento, y de hecho influencia al pecador para hacerlo a menos que él o ella se resistan específicamente a hacerlo.
Por tanto, desde el entendimiento arminiano, la gracia común tiene una función que se relaciona más claramente con la gracia salvadora; en realidad, la gracia común es simplemente una expresión temprana de la totalidad de la gracia salvadora. Esta posición (que la capacidad de arrepentirse y creer se da a todas las personas) se considera en el capítulo 32 sobre la elección y en los capítulos 33 y 34 sobre el llamamiento de evangelio y la regeneración.
2. PARA DEMOSTRAR LA BONDAD Y LA MISERICORDIA DE DIOS.
La bondad y la misericordia de Dios no solo se ven en la salvación de los creyentes, sino también en las bendiciones que él da a los pecadores que no se las merecen. Cuando Dios «es bondadoso con los ingratos y malvados» (Lc 6: 35), su bondad se revela en el universo, para su gloria. David dice: «El Señor es bueno con todos; él se compadece de toda su creación» (Sal 145: 9). En el relato de la conversación de Jesús con el joven rico, leemos: (Jesús lo miró con amor) (Mr 10:21), a pesar de que el hombre era un incrédulo Y en un momento le daría la espalda a causa de sus grandes posesiones.
Berkhof dice que «Dios derrama innumerables bendiciones sobre todos los hombres y también indica claramente que son expresiones de la disposición favorable de Dios, que, sin embargo, no llega a la volición positiva de personar sus pecados, levantar su sentencia y concederles salvación»"
No es injusto que Dios demore la ejecución del castigo sobre el pecado y derrame bendiciones temporales sobre los seres humanos, porque no olvida el castigo, sino que s o lo aplace. Al demorar el castigo, Dios muestra claramente que no se complace en ejecutar el castigo definitivo, sino que más bien se deleita en la salvación de hombres y mujeres. «Tan cierto como que yo vivo, afirma el Señor omnipotente, [es] que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva» (Ez 33: 11); «pues él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad» (1ª Ti 2: 4).
En todo esto la demora del castigo nos da una clara evidencia de la misericordia, el amor y la bondad de Dios.
3. PARA DEMOSTRAR LA JUSTICIA DE DIOS.
Cuando Dios invita repetidas veces a los pecadores a que acudan con fe y cuando estos rechazan continuamente su invitación, se ve más claramente la justicia de Dios al condenarlos. Pablo advierte a los que persisten en la incredulidad que lo que están haciendo es acumulando ira en contra de ellos: «Por tu obstinación y por tu corazón empedernido sigues acumulando castigo contra ti mismo para el día de la ira, cuando Dios revelará su justo juicio» (Ro 2: 5).
En el día del juicio todo el mundo callará y quedará convicto delante de Dios (Ro 3:19) y nadie tendrá derecho a objetar que Dios ha sido injusto.
4. PARA DEMOSTRAR LA GLORIA DE DIOS.
Por último, la gloria de Dios aparece en muchas maneras por medio de las actividades de los seres humanos en todas las esferas en las que la gracia común se manifiesta. Al desarrollar y ejercer dominio sobre la tierra, los hombres y las mujeres demuestran y reflejan la sabiduría de su Creador, demuestran cualidades semejantes a las de Dios y virtud y autoridad moral sobre el universo, y cosas por el estilo.
Aunque todas estas actividades están empañadas por motivos pecaminosos, reflejan, no obstante, la excelencia de nuestro Creador y, por tanto, glorifican a Dios, no de una manera completa y perfecta, pero sí en forma significativa.

D. NUESTRA RESPUESTA A LA DOCTRINA DE LA GRACIA COMÚN

Al pensar en las varias clases de bondad que vemos en la vida de los incrédulos a causa de la abundante gracia común de Dios, debiéramos tener en mente tres cosas:
1. LA GRACIA COMÚN NO SIGNIFICA QUE LOS QUE LAS RECIBEN SE SALVARÁN.
Ni siquiera excepcionalmente grandes cantidades de gracia común implica que los que la reciben se salvarán. Aun las personas más inteligentes, más acaudaladas e influyentes del mundo necesitan el evangelio de Jesucristo o se condenarán por toda la eternidad.
Aun los vecinos más amables y decentes necesitan el evangelio de Cristo Jesús o se condenarán por toda la eternidad. Puede parecemos mirándolos desde fuera que no tienen necesidades, pero las Escrituras nos dicen que los incrédulos son «enemigos de Dios» (Ro 5: 10; Col 1: 21; Stg 4: 4) y están en «contra» de Cristo (Mt 12: 30). «Se comportan como enemigos de la cruz de Cristo», «solo piensan en lo terrenal» (Fil 3: 18-19) y son «por naturaleza objetos de la ira de Dios» (Ef. 2: 3).
2. DEBEMOS SER CUIDADOSOS EN NO RECHAZAR COMO TOTALMENTE MALAS LAS COSAS QUE LOS INCRÉDULOS HACEN.
Mediante la gracia común, los incrédulos hacen algún bien, y debiéramos ver la mano de Dios en ello y estar agradecidos por la gracia común al verla funcionar en cada amistad, en cada amabilidad, en cada forma de proporcionar bendiciones a otros. Todo esto aunque el incrédulo no lo sabe, viene en última instancia de parte de Dios y él merece la honra y la gloria por ello.
3. LA DOCTRINA DE LA GRACIA COMÚN DEBIERA ESTIMULARNOS A SER MUCHO MÁS AGRADECIDOS A DIOS.
Cuando vamos caminando por una calle y vemos casas, jardines y familias que viven con seguridad, o cuando negociamos en el mercado y vemos los resultados abundantes del progreso tecnológico, o cuando caminamos.por-l9s-bosques y las praderas y contemplamos la belleza de la naturaleza, o cuando vivimos protegidos por el gobierno,? o cuando somos educados con los amplios conocimientos humanos, debiéramos damos cuenta no solo de que Dios en su soberanía es en última instancia el que concede todas estas bendiciones, sino también que Dios las concede a pecadores que no las merecen en lo absoluto.
Estas bendiciones que vemos en el mundo no son solo la evidencia del poder y la sabiduría de Dios, sino también una manifestación continua de su gracia abundante. Damos cuenta de esta realidad debiera llenar de gratitud nuestros corazones hacia Dios en cada actividad de la vida.
NOTA: pablo nos dice explícitamente que elevemos a Dios «acciones de gracias... por los gobernantes y por todas la autoridades» (1ª Ti. 2: 1-12).
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. Antes de leer este capítulo, ¿tenía usted un punto de vista diferente sobre sí los incrédulos se merecen los beneficios comunes del mundo que los rodea? ¿En qué sentido ha cambiado su perspectiva, si es que lo ha hecho?
2. ¿Conoce usted ejemplos en los que Dios ha respondido a las oraciones de los incrédulos que estaban en dificultades, o a sus oraciones por las necesidades de un amigo incrédulo? ¿Ha provisto eso de una oportunidad para hablar del evangelio? ¿Llegó el incrédulo al final a una experiencia de salvación en Cristo? ¿Cree usted que Dios usa a menudo las bendiciones de la gracia común como un medio para preparar a las personas para recibir el evangelio?
3. ¿En qué formas esta doctrina cambiará su manera de relacionarse con sus vecinos o amigos incrédulos? ¿Le hará eso más agradecido por el bien que ve en sus vidas? ¿Cree usted que eso afectará sus relaciones con esas personas en un sentido general?
4. Al mirar usted a su alrededor en el lugar donde está en este momento, ¿puede mencionar al menos veinte diferentes ejemplos de gracia común que puede ver? ¿Cómo lo hace sentirse eso?
5. ¿Ha cambiado este capítulo la manera en que ve las actividades creativas como la música, el arte, la arquitectura o la poesía o (algo que es muy similar) la creatividad expresada en las actividades atléticas?
6. Si usted es amable con un incrédulo y este nunca llega a aceptar a Cristo, ¿ha hecho eso algún bien a los ojos de Dios (vea Mt 5:44-45; Lc 6:32-36)? ¿Qué bien ha hecho? ¿Por qué piensa usted que Dios es bueno con aquellos que nunca se salvarán, y en qué sentido sirve eso a sus propósitos en el universo? ¿Piensa usted que tenemos una obligación de hacer mejores esfuerzos para hacer el bien a los creyentes que a los incrédulos? ¿Puede usted mencionar algunos pasajes de las Escrituras que ayudan a responder esta pregunta?
TÉRMINOS ESPECIALES
Gracia común, gracia especia.
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Lucas 6: 35-36: Ustedes, Por El Contrario, Amen A Sus Enemigos, Háganles Bien Y Denles Prestado Sin Esperar Nada A Cambio. Así Tendrán Una Gran Recompensa Y Serán Hijos Del Altísimo, Porque Él Es Bondadoso Con Los Ingratos Y Malvados. Sean Compasivos, Así Como Su Padre Es Compasivo.

CAPÍTULO 2

ELECCIÓN Y REPROBACIÓN

¿CUÁNDO Y POR QUÉ DIOS NOS HA ELEGIDOS? ¿SON ALGUNOS NO ELEGIDOS?
En capítulos anteriores hablamos de la realidad de que todos hemos pecado y merecemos el castigo eterno de parte de Dios, y del hecho de que Cristo murió y ganó nuestra salvación. Pero ahora en esta unidad (capítulos 32-43) vamos a examinar la manera en que Dios aplica esa salvación a nuestra vida. Empezamos en este capítulo con la obra de Dios en la elección, es decir, su decisión de elegimos para ser salvos desde antes de la fundación del mundo.
Esta acción de elegir no es, por supuesto (hablando estrictamente) parte de la aplicación de la salvación a nosotros, puesto que sucedió antes de que Cristo ganara nuestra salvación cuando murió en la cruz. Pero tratamos la elección en este momento porque es cronológicamente el comienzo de los tratos de Dios con nosotros en una forma bondadosa. Por tanto, es correcto pensar en ello como el primer paso en el proceso de recibir la salvación de Dios individualmente.
Otros pasos en la obra de Dios de aplicar la salvación a nuestra vida incluye el oír el llamamiento del evangelio, el ser regenerados por el Espíritu Santo, nuestra respuesta en fe y arrepentimiento, el perdón de Dios de nuestros pecados y que él nos haga miembros de su familia, como también el concedemos crecimiento en la vida cristiana y mantenemos fieles a él a lo largo de toda la vida.
Al final de nuestra vida morimos y vamos a su presencia, y luego, cuando Cristo regrese, recibiremos cuerpos de resurrección, y así se completará el proceso de adquirir la salvación.
Varios teólogos han dado nombres específicos a varios de estos eventos, y los han mencionado en un orden específico en el cual creen que han ocurrido en nuestra vida. Esa lista de los sucesos en la cual Dios nos aplica la salvación es conocida como el orden de la salvación, y nos referimos a ella en ocasiones mediante la frase latina, ordo salutis, que significa «orden de la salvación».
Antes de empezar a examinar estos elementos en la aplicación de la salvación en nuestra vida, podemos mencionar aquí una lista completa de los elementos que trataremos en los siguientes capítulos:
NOTA: Este capítulo se podría haber puesto en alguna otra parte en la secuencia de los temas tratados. Lo podía haber puesto inmediatamente después del capítulo 16, sobre la providencia de Dios, puesto que la elección es otro aspecto más del control providencial de Dios de este mundo. O podía haberlo puesto en el capítulo 25, como parte del tratamiento del pacto de gracia entre Dios y el hombre.
O podía haberlo puesto en otro tema como parte del estudio de la perseverancia, especialmente relacionado con la cuestión de la seguridad de la salvación, puesto que la decisión de Dios de elegimos para ser salvos nos da gran seguridad de que Él cumplirá sus propósitos. Pero he preferido ponerlo aquí al principio de los capítulos que estudian el trato de Dios con nosotros en gracia. (Note la organización similar de los temas por Pablo en Romanos 8: 29-30.)
«EL ORDEN DE LA SALVACIÓN»
1. Elección (Dios escoge a personas para que sean salvas)
2. El llamamiento del evangelio (proclamación del mensaje del evangelio)
3. Regeneración (nacer de nuevo)
4. Conversión (fe y arrepentimiento)
5. Justificación (posición legal correcta)
6. Adopción (llegar a ser miembros de la familia de Dios)
7. Santificación (conducta correcta en la vida)
8. Perseverancia (permanecer como cristianos)
9. Muerte (ir a vivir con el Señor)
10. Glorificación (recibir un cuerpo resucitado)
Debemos notar aquí que los pasos 2-6 y parte del 7 están todos incluidos en el proceso de «llegar a ser cristiano». Los números 7 y 8 tienen lugar en esta vida, el número 9 sucede al final de esta vida, y el número lo ocurre cuando Cristo regrese.
EMPEZAMOS NUESTRO ESTUDIO DEL ORDEN DE LA SALVACIÓN CON EL PRIMER ELEMENTO:
LA ELECCIÓN. En relación con esto examinaremos al final de este capítulo la cuestión de la «reprobación», la decisión de Dios de pasar por alto a los que no serán salvos, y castigarlos por sus pecados. Como explicaré más abajo, la elección y la condenación son diferentes en varios aspectos importantes, y es importante distinguirlos a fin de que no pensemos de manera equivocada acerca de Dios o lo que hace.
El término predestinación aparece también con frecuencia en este estudio. En este libro de texto, y en la teología reformada en general, predestinación es un término amplio e incluye los dos aspectos de la elección (de los creyentes) y la reprobación (de los incrédulos). Sin embargo, el término doble predestinación no ayuda mucho porque da la impresión que la elección y la reprobación Dios las realiza en la misma forma y que no hay diferencias esenciales entre ellas, lo que absolutamente no es cierto.
Por tanto, los teólogos reformados no usan generalmente la expresión doble predestinación, aunque se usa a veces para referirse a la enseñanza reformada aquellos que la critican. No usaremos, pues, en este libro la expresión doble predestinación para referimos a la elección y la condenación, puesto que oscurece las distinciones entre ellas y no aporta una indicación exacta de lo que en realidad se está enseñando.

EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS

Podemos definir la elección de la siguiente manera: La elección es un acto de Dios antes de la creación mediante el cual él elige a algunas personas para ser salvas, no en base de méritos previsibles en ellos, sino porque ese es su soberano deseo.
Ha habido mucha controversia en la iglesia y mucho malentendido acerca de esta doctrina. Muchas de las cuestiones controversiales relacionadas con la voluntad y la responsabilidad del hombre y en lo concerniente a la justicia de Dios con respecto a las decisiones humanas ya las hemos considerado con cierta amplitud en relación con la providencia de Dios (capítulo 16). Nos enfocaremos ahora aquí solo en aquellas cuestiones adicionales que se aplican específicamente al asunto de la elección.
Nuestro plan en este capítulo será antes que nada citar una serie de pasajes del Nuevo Testamento que tienen que ver con la elección. Luego intentaremos entender el propósito de Dios que los autores del Nuevo Testamento ven en la doctrina de la elección. Por último, intentaremos clarificar lo que entendemos de esta doctrina y responder a algunas objeciones, y también considerar la doctrina de la reprobación.

A ¿ENSEÑA EL NUEVO TESTAMENTO LA PREDESTINACIÓN?

Varios pasajes en el Nuevo Testamento parecen afirmar con bastante claridad que Dios ordenó de antemano los que serían salvos. Por ejemplo, cuando Pablo y Bernabé empezaron a predicar a los gentiles en Antioquía de Pisidia, Lucas escribe: «Al oír esto, los gentiles se alegraron y celebraron la palabra del Señor; y creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna» (Hch 13:48).
Es significativo que Lucas menciona el hecho de la elección casi de pasada. Es como si eso fuera algo muy normal cuando se predicaba el evangelio. ¿Cuántos creyeron? «Todos los que estaban destinados a la vida eterna».
En Romanos 8: 28-30, leemos:
Sabemos Que Dios Dispone Todas Las Cosas Para El Bien De Quienes Lo Aman, Los Que Han Sido Llamados De Acuerdo Con Su Propósito. Porque A Los Que Dios Conoció De Antemano, También Los Predestinó A Ser Transformados Según La Imagen De Su Hijo, Para Que Él Sea El Primogénito Entre Muchos Hermanos. A Los Que Predestinó, También Los Llamó; A Los Que Llamó, También Los Justificó; Y A Los Que Justificó, También Los Glorificó.'
En el siguiente capítulo, cuando Pablo habla acerca de que Dios eligió a Jacob en vez de Esaú, dice que no fue por alguna cosa que Jacob hubiera hecho y Esaú no, sino solo para que pudiera continuar el propósito de la elección divina.
Antes De Que Los Mellizos Nacieran, O Hicieran Algo Bueno O Malo, Y Para Confirmar El Propósito De La Elección Divina, No En Base A Las Obras Sino Al Llamado De Dios, Se Le Dijo A Ella: «El Mayor Servirá Al Menor.» Y Así Está Escrito: «Amé A Jacob, Pero Aborrecí A Esaú» (Ro 9: 11-13)
NOTA: Clark Pinnock dice que este texto no habla de predestinación para salvación, sino más bien de un cierto privilegio, el de ser conformado a la imagen de Cristo Jesús. «No hay predestinación para la salvación o condenación en la Biblia. Hay solo una predestinación para los que ya son hijos de Dios con respecto a ciertos privilegios que tienen por delante» (p. 18).
Pero esa opinión no hace justicia con Ro. 8: 29-30, porque los que se dice que están predestinados en este versículo no son todavía hijos de Dios, porque Pablo está aquí hablando de la predestinación antes del llamamiento o justificación. Además, el privilegio de ser conformados a la imagen de Cristo no es solo para algunos cristianos, sino para todos.
En cuanto al hecho de que algunos del pueblo de Israel fueron salvos, pero otros no, Pablo dice: «¿Qué concluiremos? Pues que Israel no consiguió lo que tanto deseaba, pero sí lo consiguieron los elegidos. Los demás fueron endurecidos» (Ro 11: 7). Pablo indica aquí de nuevo que había dos grupos distintos dentro del pueblo de Israel. Los «elegidos» obtenían la salvación que habían buscado, mientras que los no elegidos habían sido «endurecidos».
Pablo habla explícitamente sobre la elección divina de creyentes desde antes de la creación del mundo al comienzo de Efesios.
«Dios Nos Escogió En Él Antes De La Creación Del Mundo, Para Que Seamos Santos Y Sin Mancha Delante De Él. En Amor Nos Predestinó Para Ser Adoptados Como Hijos Suyos Por Medio De Jesucristo, Según El Buen Propósito De Su Voluntad, Para Alabanza De Su Gloriosa Gracia, Que Nos Concedió En Su Amado» (Ef 1: 4-6)
Pablo Está Escribiendo Aquí A Creyentes Y Dice Específicamente Que Dios «Nos Escogió» En Cristo, Refiriéndose A Los Creyentes En General. En Una Forma Similar, Varios Versículos Más Tarde, Dice: «A Fin De Que Nosotros, Que Ya Hemos Puesto Nuestra Esperanza En Cristo, Seamos Para Alabanza De Su Gloria» (Ef 1: 12).
Al escribir a los tesalonicenses, dice: «Hermanos amados de Dios, sabemos que él los ha escogido, porque nuestro evangelio les llegó no sólo con palabras sino también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y con profunda convicción» (1ª Ts 1: 4-5).
Pablo está diciendo que el hecho de que los tesalonicenses creyeran al evangelio cuando él se lo predicó (porque nuestro evangelio les llegó no sólo con palabras sino también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y con profunda convicción) es la razón por la que él conoce que ellos fueron escogidos.
Cuando abrazaron la fe Pablo concluyó que Dios los había escogido hacía mucho según y, por tanto, ellos habían creído cuando él les predicó. Más tarde escribe a esa misma iglesia: «Nosotros, en cambio, siempre debemos dar gracias a Dios por ustedes, hermanos amados por el Señor, porque desde el principio Dios los escogió para ser salvos, mediante la obra santificadora del Espíritu y la fe que tienen en la verdad» (2ª Ts 2: 13).
Aunque el siguiente versículo no menciona específicamente la elección de seres humanos, es interesante notar también en este punto lo que Pablo dice acerca de los ángeles. Cuando él da un mandamiento solemne a Timoteo, escribe: «Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad» (1ª Ti 5: 21, RVR 1960).
Pablo está consciente de que hay ángeles buenos que son testigos de su mandamiento y también de la respuesta de Timoteo, y está tan seguro que es un acto de elección de Dios que ha afectado a cada uno de esos ángeles buenos que puede llamarlos «ángeles escogidos».
Cuando el apóstol habla acerca de la razón por la que Dios nos ha salvado y nos ha llamado, niega explícitamente que sea debido a nuestras obras, sino que señala más bien al propósito mismo de Dios y a su gracia inmerecida en la eternidad pasada.
Dice: «Dios Nos Salvó Y Nos Llamó A Una Vida Santa, No Por Nuestras Propias Obras, Sino Por Su Propia Determinación Y Gracia. Nos Concedió Este Favor En Cristo Jesús Antes Del Comienzo Del Tiempo» (2ª Ti 1: 9).
Cuando Pedro escribe una epístola a cientos de creyentes en muchas iglesias en Asia Menor, les dice: «Pedro, apóstol de Jesucristo, a los elegidos, extranjeros dispersos por el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia» (1ª P 1: 1). Más tarde dice que ellos «son linaje escogido» (1ª P 2: 9).
En la visión de Juan en Apocalipsis, los que no se rinden a la persecución y empiezan a adorar a la bestia son personas cuyos nombres están escritos en el libro de la vida desde el comienzo de la creación del mundo: «Se le concedió hacer guerra contra los santos y vencerlos; y se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación.
Y la adorarán todos los que moran en la tierra, cuyos nombres no han sido escritos, desde la fundación del mundo, en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado» (Ap 13: 7-8, LBLA): En una forma similar, leemos acerca de la bestia en el fondo del abismo en Apocalipsis 17: «La bestia que has visto es la que antes era pero ya no es, y está a punto de subir del abismo, pero va rumbo a la destrucción.
Los habitantes de la tierra, cuyos nombres, desde la creación del mundo, no han sido escritos en el libro de la vida, se asombrarán al ver a la bestia, porque antes era pero ya no es, y sin embargo reaparecerá» (Ap 17: 8).

B. ¿CÓMO PRESENTA EL NUEVO TESTAMENTO LA ENSEÑANZA DE LA ELECCIÓN?

Después de leer esta lista de versículos sobre la elección, es importante que veamos esta doctrina en la manera en que el mismo Nuevo Testamento la ve.
1. COMO UN CONSUELO.
Los autores del Nuevo Testamento presentan a menudo la doctrina de la elección como un consuelo para los creyentes.
Cuando Pablo asegura a los creyentes en Roma que «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito» (Ro 8: 28), menciona la obra de Dios de la predestinación como algo por lo que podemos estar seguros de esta verdad. Lo explica en el siguiente versículo:
«Porque A Los Que Dios Conoció De Antemano, También Los Predestinó A Ser Transformados Según La Imagen De Su Hijo. A Los Que Predestinó, También Los Llamó; A Los Que Llamó, También Los Justificó; Y A Los Que Justificó, También Los Glorificó» (Ro 8:29-30).
Lo que Pablo está diciendo es que Dios siempre ha actuado para el bien de aquellos que ha llamado. Si Pablo extiende su mirada al pasado distante de antes de la creación del mundo, ve que Dios conoció de antemano y predestinó a sus hijos para que fueran transformados conforme a la imagen de su Hijo.' Si mira hacia el pasado reciente encuentra que Dios llamó y justificó a sus hijos que había predestinado. y si entonces mira hacia el futuro a cuando Cristo regrese, ve que Dios ha determinado dar a los que creen en Cristo cuerpos perfectos y glorificados.
Desde la eternidad a la eternidad Dios ha actuado teniendo en mente el bien de sus hijos. Pero si Dios ha actuado siempre pensando en nuestro bien, Pablo razona, ¿no obrará también en nuestras presentes circunstancias para que redunden en nuestro bien? En este sentido se ve la predestinación como un consuelo para los creyentes en los sucesos diarios de la vida.
NOTA: Gramaticalmente la frase «desde la creación del mundo» puede modificar tanto a «cuyos nombres no han sido escritos» o «Cordero que fue sacrificado». Pero la expresión paralela en Ap. 17: 8, «cuyos nombres, desde la creación del mundo, no han sido escritos en el libro de la vida».
Parece decisiva, y allí solo es posible un sentido (el paralelismo entre las palabras en el texto griego es asombroso, puesto que los dos versículos comparten las mismas once palabras acerca de las personas cuyos nombres están escritos en el libro de la vida).
Además, la traducción de la RVR-60 y otras no tiene mucho sentido aquí cuando habla del «Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo», una declaración que sencillamente no es correcta en ningún sentido literal, pues en ninguna parte las Escrituras hablan de que Cristo fue inmolado desde el principio de la creación, porque Cristo no fue inmolado hasta que no murió en la cruz.
Por tanto la lectura de este versículo debe ser interpretado como queriendo decir algo como: «Dios planeó desde el comienzo de la creación que Cristo fuera inmolado", pero eso no es lo que el texto traducido dice en ninguna de las versiones.
2. COMO MOTIVO PARA ALABAR A DIOS.
Pablo Dice: «Nos Predestinó Para Ser Adoptados Como Hijos Suyos Por Medio De Jesucristo, Según El Buen Propósito De Su Voluntad, Para Alabanza De Su Gloriosa Gracia, Que Nos Concedió En Su Amado» (Ef 1: 5-6).
Del Mismo Modo, Dice: «A Fin De Que Nosotros, Que Ya Hemos Puesto Nuestra Esperanza En Cristo, Seamos Para Alabanza De Su Gloria» (Ef 1: 12).
Pablo les dice a los cristianos de Tesalónica: «Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes cuando los mencionamos en nuestras oraciones. '" Hermanos amados de Dios, sabemos que él los ha escogido» (1ª Ts 1: 2,4). Pablo da gracias a Dios por los cristianos tesalonicenses porque sabe que Dios es en última instancia el que da ¿la salvación y los ha escogido para que sean salvos.
Esto queda aún más claro en 2 Tesalonicenses 2: 13: «Nosotros, en cambio, siempre debemos dar gracias a Dios por ustedes, hermanos amados por el Señor, porque desde el principio Dios los escogió para ser salvos~~. Pablo se sentía obligado a dar gracias a Dios por los cristianos en Tesalónica porque sabía que en definitiva la salvación de estos se debía a que Dios los había escogido. Por tanto, era apropiado que Pablo diera gracias a Dios por ellos en vez de alabarlos a ellos por la propia fe salvadora que tenían.
Entendida de esta manera, la doctrina de la elección hace que aumente nuestra alabanza a Dios por nuestra salvación y disminuya de veras cualquier orgullo que podamos sentir si pensamos que nuestra salvación se debe a algo bueno que hay en nosotros o a algo que se nos debe reconocer.
3. COMO UN ESTÍMULO PARA LA EVANGELIZACIÓN:
Pablo dice: «Todo lo soporto por el bien de los elegidos, para que también ellos alcancen la gloriosa y eterna salvación que tenemos en Cristo Jesús» (2ª Ti 2: 10). Sabe que Dios ha elegido a algunas personas para que sean salvas, y ve esto como un estímulo para predicar el evangelio, incluso si eso significa soportar grandes sufrimientos.
La elección es la garantía de Pablo de que habrá éxito en la evangelización, porque sabe que algunas de las personas con las que habla serán elegidas, y creerán en el evangelio y serán salvas. Es como si alguien nos invitara a ir de pesca con él y nos dijera: «Le garantizo que pescará algunos peces, pues estos están hambrientos y esperando».

C. MALENTENDIDOS EN CUANTO A LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN

1. LA ELECCIÓN NO ES FATALISTA NI MECÁNICA.
A veces los que objetan la doctrina de la elección dicen que es «fatalismo» o que presenta un «sistema mecanicista» del universo. Tenemos aquí dos objeciones que son de alguna forma diferentes. «Fatalismo » es un sistema en el que las elecciones y decisiones humanas no sirven prácticamente para nada. En el fatalismo, no importa lo que nosotros hagamos, las cosas van a terminar sucediendo como han sido previamente ordenadas.
Por tanto, es inútil intentar influenciar el resultado de los acontecimientos de nuestra vida haciendo algunos esfuerzos o haciendo elecciones significativas, porque no van a servir para nada a fin de cuentas. Por supuesto, en un sistema fatalista auténtico, que nuestra humanidad quede destruida no significa en realidad nada, y queda eliminada la motivación para la responsabilidad moral.
En un sistema mecanicista la imagen es la de un universo impersonal en el que todas las cosas que suceden han sido determinadas inflexiblemente hace mucho tiempo por una fuerza impersonal, y el universo funciona en una forma mecánica de manera que los seres humanos son más máquinas o robots que persona genuinas.
Aquí también la personalidad humana genuina quedaría reducida al nivel de una máquina que solo funciona de acuerdo a planes predeterminados y en respuesta a causa e influencias predeterminadas.
Contrario a la imagen mecanicista, el Nuevo Testamento presenta todo el proceso de nuestra salvación como algo que nos trae un Dios personal en relación con criaturas personales. Dios «nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad» (Ef. 1:4-5, RVR 1960).
El acto de elección de Dios no fue impersonal ni mecánico, sino que estuvo impregnado de amor personal hacia aquellos a quienes escogió. Además, el cuidado personal de Dios por sus criaturas, aun incluso por las que se rebelan en contra suya, lo vemos claramente en la petición de Dios por medio de Ezequiel: «Diles: Tan cierto como que yo vivo afirma el Señor omnipotente, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva. ¡Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta perversa! ¿Por qué habrás de morir?» (Ez 33: 11).
Cuando habla acerca de nuestra respuesta a la oferta del evangelio, la Biblia siempre nos ve no como criaturas mecánicas o robots, sino como personas genuinas, criaturas personales que toman decisiones por voluntad propia para aceptar o rechazar el evangelio.' Jesús invita a cada uno: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mt 11: 28). Y leemos la invitación al final de Apocalipsis: «El Espíritu y la novia dicen: "¡Ven!"; y el que escuche diga:
"¡Ven!" El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Ap 22: 17). Esta invitación y muchas otras como esta son dirigidas a personas auténticas que son capaces de oír la invitación y responder a ella mediante una decisión voluntaria. En cuanto a aquellos que no aceptarán a Jesús, él enfatiza claramente el endurecimiento de su corazón y su rechazo obstinado de no acudir a él: «Sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida» Gn 5:40).
Y Jesús exclama con dolor y tristeza en cuanto a la ciudad que lo había rechazado: «Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!» (Mt 23:37).
En contraste con la acusación de fatalismo, vemos también un cuadro muy diferente en el Nuevo Testamento. No solo que hacemos elecciones por propia voluntad como personas que somos, sino que también esas elecciones son auténticas elecciones porque afectan el curso de los acontecimientos en el mundo.
Afectan nuestras vidas y también la vida y destino de otros. De modo que «el que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios» Jn 3:18). La decisión que hacemos de creer o no creer en Cristo tiene consecuencias eternas en nuestra vida, y las Escrituras están muy dispuestas a hablar acerca de nuestra decisión de creer o no creer como el factor que determina nuestro destino eterno.
La implicación de todo esto es que debemos ciertamente predicar el evangelio, y el destino eterno de las personas depende de si nosotros lo proclamamos o no.
Por tanto, cuando el Señor le habló a Pablo una noche y le dijo en una visión: «No tengas miedo; sigue hablando y no te calles, pues estoy contigo. Aunque te ataquen, no vaya dejar que nadie te haga daño, porque tengo mucha gente en esta ciudad» (Hch 18: 9-10), el apóstol no sacó la conclusión de que esa «mucha gente» que pertenecía a Dios se salvaría independientemente de si él se quedaba allí o no.
Más bien «se quedó allí un año y medio, enseñando entre el pueblo la palabra de Dios» (Hch 18: 11), esta fue la estadía más larga de Pablo en una ciudad, excepto en Éfeso durante sus tres viajes misioneros. Cuando Pablo escuchó que Dios tenía mucho pueblo escogido en Corinto, él se quedó más tiempo y se dedicó a predicar a fin de que aquellas personas elegidas pudieran ser salvas. Pablo nos dice con mucha claridad que a menos que los creyentes proclamen las buenas noticias del evangelio otros no se salvarán:
Ahora Bien, ¿Cómo Invocarán A Aquel En Quien No Han Creído? ¿Y Cómo Creerán En Aquel De Quien No Han Oído? ¿Y Cómo Oirán Si No Hay Quien Les Predique?. Así Que La Fe Viene Como Resultado De Oír El Mensaje, Y El Mensaje Que Se Oye Es La Palabra De Cristo. (Ro 10: 14, 17)
¿Sabía Pablo antes de ir a una ciudad a quiénes había elegido Dios para salvación y a quiénes no? No, no lo sabía. Eso es algo que Dios nunca nos lo muestra por adelantado. Pero una vez que las personas aceptan a Cristo por la fe, podemos estar seguros de que Dios los había escogido con antelación para la salvación.
Esa es exactamente la conclusión de Pablo en cuanto a los tesalonicenses: dice que sabía que Dios los había elegido a ellos porque cuando les predicó, el evangelio les llegó con poder y gran convicción: «Hermanos amados de Dios, sabemos que él los ha escogido, porque nuestro evangelio les llegó no sólo con palabras sino también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y con profunda convicción» (1ª Ts 1: 4-5).
Lejos de decir que no importaba lo que él hiciera, y que los elegidos de Dios serían salvos ya fuera que él predicara o no, Pablo soportó una vida llena de dificultades a fin de llevar el evangelio a aquellos que Dios había escogido. Al final de una vida llena de sufrimiento, dijo: «Así que todo lo soporto por el bien de los elegidos, para que también ellos alcancen la gloriosa y eterna salvación que tenemos en Cristo Jesús» (2ª Ti 2: 10).
2. LA ELECCIÓN NO ESTÁ BASADA EN EL CONOCIMIENTO ANTICIPADO DE DIOS DE NUESTRA FE.
Con bastante frecuencia las personas están de acuerdo en que Dios predestina a algunos para que sean salvos, pero luego dicen que Dios hace esto mirando al futuro y viendo quién creerá en Cristo y quién no. Si él ve que una persona llegará a la experiencia de la fe salvadora, la predestinará para que sea salva, basado en el conocimiento anticipado que tiene de la fe de esa persona. Pero si ve que una persona no  llegará a la fe salvadora, no la predestina para que sea salva.
De esa manera, se piensa, la razón definitiva por la que algunos se salvan y otros no, está dentro de las personas mismas, no con Dios. Todo lo que Dios hace en su trabajo de predestinación es confirmar la decisión que él sabe las personas van a hacer por sí mismas. El versículo que comúnmente se usa para apoyar este punto de vista es Romanos 8: 29: «A los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo».?
A. CONOCIMIENTO ANTICIPADO DE PERSONAS, NO DE HECHOS:
Pero este versículo difícilmente lo podemos usar para demostrar que Dios basó su predestinación en el conocimiento anticipado del hecho de que una persona creería. Más bien habla de personas que Dios conoció de antemano (a los que Dios conoció de antemano), no que él conoció algunas cosas acerca de ellas, como el hecho de que creerían.
De lo que se habla aquí es de un conocimiento personal, relacional: Dios, mirando al futuro, vio a ciertas personas en una relación salvadora con él, y en ese sentido él los «conoció de antemano» desde hacía mucho tiempo. Ese es el sentido en el cual Pablo puede hablar de que Dios «conoce» a alguien, por ejemplo, en 1ª Corintios 8: 3: «Pero el que ama a Dios es conocido por él». De igual manera, dice: «Pero ahora que conocen a Dios, o más bien que Dios los conoce a ustedes» (Gá 4:9).
Cuando en las Escrituras se dice que las personas conocen a Dios, o que Dios los conoce a ellos, se está refiriendo a un conocimiento personal que implica una relación salvadora.
Por tanto, en Romanos 8:29, «a los que Dios conoció de antemano», se entiende mejor en el sentido de que «desde hacía tiempo los veía en una relación salvadora con él».
El texto no dice nada acerca de que Dios conociera de antemano ni que previera que ciertas personas creerían, ni tampoco se menciona esa idea en ningún otro texto de las Escrituras.'
A veces las personas dicen que Dios elige grupos de personas para la salvación, pero no a individuos. En algunos puntos de vista arminianos, Dios eligió a la iglesia como un grupo, mientras que el teólogo suizo Karl Barth (1886-1968) dijo que Dios eligió a Cristo, y a todas las personas en Cristo. Pero Romanos 8: 29 habla de ciertas personas que Dios conoció de antemano (a los que Dios conoció de antemano), no a grupos indefinidos.
Y en Efesios Pablo habla de ciertas personas que Dios eligió, y entre ellas él mismo: «Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo» (Ef 1: 4). Hablar de que Dios elige a un grupo sin personas no es una elección bíblica. Pero hablar de que Dios elige a un grupo de personas significa que él elige a determinados individuos que constituyen ese grupo:
NOTA: Jack W. Cottrell argumenta la idea de que la predestinación está basada en el conocimiento anticipado de Dios de los que creerían en «Condicional Elección» en Grace Unlimited. Cottrell dice: «Por medio de su conocimientos anticipado Dios ve a los que creerán en Cristo Jesús como Salvador y Señor, y se unirán a Él en el bautismo cristiano; entonces aun desde antes de la creación del mundo Él predestina a esos creyentes para participar en la gloria del Cristo resucitado» (p. 62).
Romanos 11:2 habla también del conocimiento anticipado que Dios tiene de las personas, no de hechos acerca de personas o del hecho de que ellos creerían: «Dios no rechazó a su pueblo, al que de antemano conoció».
B. LAS ESCRITURAS NUNCA HABLAN DE NUESTRA FE COMO LA RAZÓN DE LA ELECCIÓN DIVINA:
Además, cuando miramos más allá de estos pasajes específicos que hablan del conocimiento anticipado y examinamos versículos que hablan de la razón por la que Dios nos escoge, encontramos que las Escrituras nunca hablan de nuestra fe ni del hecho de que llegaríamos a creer en Cristo como la razón por la que Dios nos escoge.
En realidad, Pablo parece excluir explícitamente la consideración de lo que las personas harían en la vida de su comprensión de la elección que Dios hizo de Jacob en vez de Esaú, a este respecto dice: «Sin embargo, antes de que los mellizos nacieran, o hicieran algo bueno o malo, y para confirmar el propósito de la elección divina, no en base a las obras sino al llamado de Dios, se le dijo a ella: "El mayor servirá al menor." Y así está escrito: "Amé a Jacob, pero aborrecí a Esaú"» (Ro 9: 11-13).
Nada que Jacob o Esaú hicieran en la vida influenció la decisión de Dios; fue todo a fin de que pudiera continuar su propósito de la elección.
Cuando habla acerca de los judíos que habían llegado a la fe en Cristo, Pablo dice: «Así también hay en la actualidad un remanente escogido por gracia. Y si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia» (Ro 11: 5-6). Aquí de nuevo Pablo enfatiza la gracia de Dios y la ausencia completa del mérito humano en el proceso de la elección.
Alguien podría objetar que la fe no se ve como «obras» en las Escrituras y, por tanto, debiera ser excluida de la cita arriba (ya no es por obras). Basados en esta objeción, Pablo podría en realidad querer decir: «Pero si es por gracia, no es en base de obras, sino sobre la base de si alguien creería». Sin embargo, esto es improbable en este contexto.
Pablo no está contrastando la fe humana y las obras humanas; está contrastando la elección soberana de Dios de las personas con cualquier actividad humana, y señala que la soberanía divina será en última instancia la base para la elección de Dios de que los judíos acudan a Cristo.
Del mismo modo, cuando Pablo habla acerca de la elección en Efesios, no se menciona para nada ningún conocimiento de antemano del hecho de que nosotros creeríamos, ni que hubiera algo digno o meritorio en nosotros (tal como una tendencia a creer) que fuera la razón por la que Dios nos haya elegido. Más bien, Pablo dice: «Nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado» (Ef 1: 5-6).
Si la gracia de Dios es la razón de la elección, y no ninguna disposición humana a creer o decisión de creer, una vez más encaja más con Pablo no mencionar nada de la fe humana, sino solo mencionar la actividad de predestinación de Dios, su propósito y su voluntad, y la gracia que otorga libre y gratuitamente.
NOTA: En respuesta a la opinión de Barth de que todos son elegidos en Cristo, vea el estudio abajo sobre la condenación (el hecho de que algunos no son escogidos), y el capitulo 7, Y capitulo 56, 16, sobre el hecho de que los que no crean en Cristo no serán salvos.
En 2ª Timoteo Pablo dice de nuevo que «Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo» (2ª Ti 1: 9). Una vez más se ve el propósito soberano de Dios como la razón primordial de nuestra salvación, y Pablo relaciona esto con el hecho de que Dios nos da su gracia en Cristo Jesús desde antes del comienzo del tiempo, lo que es otra forma de expresar la verdad de que Dios concede su favor de escoger sin ninguna referencia a ningún mérito o valor previsto en nosotros.
C. LA ELECCIÓN BASADA EN ALGO BUENO EN NOSOTROS (NUESTRA FE) SERÍA EL COMIENZO DE LA SALVACIÓN POR MÉRITOS.
Otra clase de objeción que puede plantearse en contra de la idea de que Dios nos escoge porque él sabía de antemano que creeríamos en Cristo. Si el factor determinante y decisivo en si seremos salvos o no es nuestra decisión de aceptar a Cristo, estaremos más inclinados a pensar que merecemos algo de crédito por el hecho de que fuimos salvos.
A diferencia de otras personas que continuaron rechazando a Cristo, fuimos suficientemente sabios en nuestro juicio o suficientemente buenos en nuestras tendencias morales o suficientemente perspicaces en nuestras capacidades espirituales para decidirnos a creer en Cristo.
Pero una vez que empezamos a pensar de esa manera disminuimos seriamente la gloria que merece Dios por nuestra salvación. Nos sentimos incómodos hablando como Pablo que dice que Dios «nos predestinó Según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia» (Ef 1: 5-6), y empezamos a pensar que «Dios nos predestinó porque sabía que nosotros tendríamos suficientes buenas tendencias hacia la bondad y la fe dentro de nosotros que llegaríamos a creer».
Cuando pensamos de esa manera no empezamos a sonar muy diferente de cuando el Nuevo Testamento habla de elección o predestinación. Por el contrario, si la elección está solo basada en la complacencia de Dios y en su decisión soberana de amar a pesar de la falta de bondad o mérito, tenemos sin duda un sentido de aprecio hacia una salvación que no la merecemos en absoluto y estaremos dispuestos para siempre a alabarle por «su gloriosa gracia» (Ef 1: 6).
En última instancia, la diferencia entre estas dos perspectivas de la elección la podemos ver en la manera en que responden a una sencilla pregunta. Dado el hecho de que a la postre algunas personas elegirán aceptar a Cristo y otras personas no lo harán, la pregunta es «¿qué hace a las personas diferir?» Es decir, ¿qué es lo que al final marca la diferencia entre los que creen y los que no creen?
Si nuestra respuesta es que está en definitiva basada en algo que Dios hace (esto es, su decisión soberana de los que serán salvos), vemos que la salvación en su nivel más fundamental está basada solo en la gracia. Por otro lado, si respondemos que la diferencia determinante entre los que son salvos y los que no la establece algo en el hombre (una tendencia o disposición a creer o no creer), la salvación depende en última instancia de una combinación de la gracia y de la habilidad humana.
NOTA: El hecho de que la posición arminiana hace que en última instancia sea algo de! hombre e! factor determinante en si las personas se salvan o no lo vemos claramente en la declaración de I. Howard Marshall: «El efecto de! llamamiento de Dios es colocar al hombre es una posición donde él puede decir «sí o «no" (lo cual no podía hacer antes de que Dios le llamara; hasta ese momento estaba en una actitud continua de «no") ("Predestination in the New Testament", en Grace Unlimited, p. 140).
En esta declaración de Marshall vemos que la determinación final de si las personas son salvas o no está en si ellos dice sí o no al llamamiento de Dios y, por tanto, la salvación depende en última instancia de algo que hay en el hombre, una habilidad o tendencia dentro de él que le persuade a decir sí en vez de no.
D. LA PREDESTINACIÓN BASADA EN EL CONOCIMIENTO ANTICIPADO NO LE DA A LAS PERSONAS DECISIÓN LIBRE.
La idea de que la predestinación de Dios de que algunos crean está basada en el conocimiento anticipado que tiene de su fe se enfrenta todavía a otro problema: si lo analizamos, este sistema resulta en que tampoco le da al hombre verdadera libertad. Porque si Dios puede mirar al futuro y ver que la persona llegará a la fe en Cristo, y que la persona no llegará a la fe en Cristo, entonces esos hechos están ya fijados, ya están determinados.
Si damos por sentado que el conocimiento de Dios del futuro es cierto (que debe serlo), entonces es absolutamente seguro que la persona A, va a creer y la persona B, no va a creer. No hay forma de que sus vidas sean diferentes de eso. Por tanto, es correcto decir que el destino de estas está determinado, porque no puede ser de otra forma. ¿Pero qué es lo que determina ese destino? Si está determinado por Dios mismo, ya no tenemos la elección basada en última instancia en el conocimiento anticipado de la fe, sino más bien en la voluntad soberana de Dios.
Pero si ese destino no lo determina Dios, ¿quién o que los determina? Sin duda ningún cristiano va a decir que hay otro ser poderoso, aparte de Dios, que pueda controlar el destino de las personas. Por tanto, parece que la otra única posible solución es que está determinado por alguna fuerza impersonal, alguna clase de suerte o hado, que funciona en el universo, y que hace que las cosas resulten como las vemos.
¿Pero qué ganamos con eso? Hemos entonces sacrificado la elección por amor de un Dios personal por cierto determinismo de una fuerza impersonal y Dios no recibe reconocimiento por nuestra salvación.
E. CONCLUSIÓN: LA ELECCIÓN ES INCONDICIONAL:
Parece mejor, por las cuatro razones anteriores, rechazar la idea de que la elección está basada en el conocimiento anticipado de Dios de nuestra fe. En su lugar concluimos que la elección se debe simplemente a una determinación soberana de Dios: «nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos» (Ef 1: 5). Dios nos eligió simplemente porque decidió derramar su amor sobre nosotros. No fue porque viera de antemano alguna fe o mérito en nosotros.
Este concepto de la elección ha sido llamado tradicionalmente «elección incondicional». Es «incondicional» porque no está condicionada por nada que Dios vea en nosotros que nos haga dignos de su elección.
NOTA: La elección incondicional es la "U" en las siglas TULIP, que representan «los cinco puntos del calvinismo». Las otras letras representan Total Depravity (vea capítulo 24,), Limited atonement, Irresistible grace, Y Perseverance ofthe saints (vea capítulo 40,).
[En cuanto a la doctrina de la elección ha habido una controversia en los circulas reformados (los que sostienen la elección como la presentamos aquí) entre dos posiciones conocidas como supralapsarianism e infralapsarianism.
La diferencia tiene que ver con lo que ocurrió en la mente de Dios antes de la creación del mundo. No tiene que ver con algo que sucedió en el tiempo, sino con el orden lógico de los pensamientos de Dios. La cuestión es si, en orden lógico:
(A) Dios decidió primero que salvaría a algunas personas y segundo que Él permitiría el pecado en el mundo de manera que pudiera salvar a las personas del pecado (la posición supralapsarian), o si sucedió de la otra manera, de modo que:
(B) Dios primero decidió permitir que el pecado entrara en el mundo y segundo decidió que salvaría a algunas personas del pecado (la posición infralapsarian). La palabra supralapsarian significa «antes de la caída» y la palabra infralapsarian significa «después de la caída». La polémica es compleja y muy especulativa

D. OBJECIONES A LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN

Debemos decir que la doctrina de la elección como la presentamos aquí no está bajo ningún concepto aceptada universalmente en la iglesia cristiana, ni dentro del catolicismo ni del protestantismo. Hay una larga historia de aceptación de la doctrina como aparece aquí presentada, pero muchos otros también la han rechazado.
Entre los actuales evangélicos, los que pertenecen a la mayoría de los círculos reformados o calvinistas (denominaciones presbiterianas conservadoras, por ejemplo) aceptarán esta perspectiva, como también muchos luteranos y anglicanos (episcopales) y un buen número de bautistas y creyentes de iglesias independientes.
Por otro lado, será rechazada completamente por casi todos los metodistas, así como otros muchos bautistas, anglicanos e iglesias independientes. Si bien algunas de las objeciones a la elección son formas más específicas de objeción a la doctrina de la providencia presentada en el capítulo 16, y que ya han sido respondidas allí más en detalle, unas pocas objeciones debemos mencionar aquí.
1. LA ELECCIÓN SIGNIFICA QUE NO TENEMOS UNA OPCIÓN PARA ESCOGER SI ACEPTAMOS A CRISTO O NO.
Según esta objeción, la doctrina de la elección niega todas las invitaciones del evangelio que apelan a la voluntad del hombre y piden a las personas tomar decisiones en cuanto a responder a la invitación de Cristo o no.
En respuesta a esto, debemos afirmar que la doctrina de la elección puede muy bien acomodarse a la idea de que tenemos la posibilidad de escoger y tomar decisiones en cuanto a aceptar o rechazar a Cristo. Nuestras decisiones son voluntarias porque son lo que queremos hacer y lo que decidimos hacer. [Esto no quiere decir que nuestras decisiones son totalmente libres, porque (como expliqué en el capítulo 16, sobre la providencia),
Dios puede trabajar soberanamente a través de nuestros deseos de porque hay muy poca información bíblica directa que nos ayude en esto. Se han aportado buenos argumentos a favor de ambas posiciones, y hay probablemente algo de verdad en cada parte. Pero en el último análisis parece más sabio que las Escrituras no nos den suficiente información para sondear en este sistema, y, además, no parece que sea muy edificante hacerlo.
De hecho he decidido mencionar la polémica en este libro de texto en este punto solo porque las palabras «supralapsarian» y «infralapsarian» se usan a veces en los círculos teológicos como símbolos de las discusiones teológicas más abstractas y oscuras, y a mí me parece apropiado informar solo a los lectores de la naturaleza de esta polémica y del significado de estos términos. Para los que estén interesados, encontrarán un estudio más amplio en la obra de Berkhof, Systematic Theology, pp. 118-25.
Garantizar que nuestras decisiones terminan resultando lo que él ha ordenado, pero esto todavía puede entenderse como una verdadera elección porque Dios nos ha creado y ha ordenado que esa elección sea real.
En resumen, podemos decir que Dios hace que nosotros elijamos a Cristo voluntariamente. La suposición equivocada subyacente en esta objeción es que una decisión debe ser absolutamente libre (esto es, en ningún sentido causada por Dios) a fin de que sea una elección humana genuina.
NOTA: Para un estudio amplio de las objeciones sobre la elección, el lector puede referirse a dos recientes colecciones de ensayos sobre lo que es conocido como la perspectiva «arminiana», una perspectiva que rechaza la interpretación de la elección que defendemos en este libro, vea Clark H. Pinnock, ed. Grace Unlimited (Mnneapolis: Bethany Fellowship, 1975).
Grant R. Osborne, señala varias veces en «Exegetical Notes on Calvinist Texts» en Grace Unlimited, pp. 167-89, la evidencia de la voluntad humana o de la elección humana involucrada en el contexto inmediato de los textos que hablan acerca de la elección o predestinación. Un ejemplo representativo lo tenemos en la p. 175, donde Osborne analiza Hechos 13:48: «y creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna». Osborne responde:
«Si bien estamos de acuerdo en que la dirección divina básica es la elección, esto no niega la presencia de la voluntad humana, como vemos en el contexto» (p. 175). Una respuesta así parece dar por supuesto que el punto de vista reformado niega la voluntad o decisión humana. Pero debemos responder que la posición reformada como se argumenta tradicionalmente permite ciertamente la voluntad humana o libre albedrio en las decisiones que se toman, y decimos simplemente que Dios es tan sabio que Él ordena que nosotros respondamos voluntariamente.
Osborne no se identifica directamente con esta posición.
2. BASADOS EN ESTA DEFINICIÓN DE LA ELECCIÓN, NUESTRAS OPCIONES NO SON REALES.
Continuando con el estudio del párrafo anterior, alguien podría objetar que si una decisión está causada por Dios, puede parecernos a nosotros que es algo voluntario y que queremos hacer, pero no es una elección genuina o real, porque no es absolutamente libre.
De nuevo debemos responder negando la suposición de que una decisión debe ser absolutamente libre a fin de que sea genuina o válida. Si Dios nos hace a nosotros en una cierta manera y nos dice que nuestras decisiones voluntarias son reales y genuinas, entonces debemos estar de acuerdo en que lo son.
Dios es la definición de lo que es real y genuino en el universo. Por el contrario, podríamos preguntar dónde dicen las Escrituras que nuestras decisiones tienen que ser libres de la influencia o control de Dios a fin de que sean reales o genuinas. No parece que las Escrituras hablen alguna vez de ello.
3. LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN NOS CONVIERTE EN MARIONETAS O ROBOTS, NO EN PERSONAS VERDADERAS.
Según esta objeción, Si Dios de verdad causa todo lo que nosotros elegimos en relación con la salvación, no somos personas auténticas.
De nuevo debemos responder que Dios nos ha creado y debemos dejar que sea él el que defina lo que es de verdad ser persona. La analogía de una «marioneta» o «robot» nos reduce a la categoría infrahumana de cosas creadas por el hombre. Pero los seres humanos genuinos son muy superiores a las marionetas o robots, porque tenemos una voluntad genuina y tomamos decisiones voluntarias basadas en nuestras propias preferencias y deseos.
De hecho, esta habilidad de tomar decisiones voluntarias es una de las cosas que nos distinguen de muchos de los seres inferiores de la creación. Somos personas verdaderas creadas a la imagen de Dios, y Dios nos ha permitido hacer elecciones genuinas que tienen efectos reales en nuestra vida.
4. LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN SIGNIFICA QUE LOS INCRÉDULOS NUNCA TUVIERON LA OPORTUNIDAD DE CREER.
Esta objeción a la elección dice que si Dios había decretado desde la eternidad que algunas personas no creerían, no hay para ellos una posibilidad verdadera de creer, y todo el sistema funciona injustamente. Podemos dar dos respuestas a esta objeción.
Primera, debemos notar que la Biblia no nos permite decir que los incrédulos no tengan la posibilidad de creer. Cuando las personas rechazan a Jesús, él siempre puso la responsabilidad en la propia decisión de ellos de hacerlo, no en algún decreto de Dios el Padre. «¿Por qué no entienden mi modo de hablar? Porque no pueden aceptar mi palabra. Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren cumplir» Gn 8: 43-44).
Y a Jerusalén le dice: «Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!» (Mt 23: 37). Les dijo a los Judios que le rechazaron: «Ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida» (Jn 5:40). Romanos 1 deja bien en claro que todas las personas se enfrentan a una revelación de parte de Dios con tanta claridad «de modo que nadie tiene excusa» (Ro 1:20). Esta es la pauta coherente de las Escrituras:
Las personas que permanecen en la incredulidad lo hacen porque no están dispuestas a acudir a Dios, y la culpa de esa incredulidad siempre la tienen los incrédulos mismos, nunca Dios.
En un segundo nivel, la respuesta a esta pregunta debe ser sencillamente la de Pablo a una objeción similar: «Respondo: ¿Quién eres tú para pedirle cuentas a Dios? ¿Acaso le dirá la olla de barro al que la modeló: "¿Por qué me hiciste así?"» (Ro 9: 20).
5. LA ELECCIÓN ES INJUSTA.
En ocasiones las personas consideran la doctrina de la elección como injusta, puesto que enseña que Dios elige a algunos para ser salvos y pasa por alto a otros, a quienes decide no salvar. ¿Cómo puede ser eso justo?
A esto podemos darle dos respuestas. Primera, debemos recordar que sería perfectamente justo que Dios no salvara a nadie, de la misma manera que hizo con los ángeles:
«Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al abismo, metiéndolos en tenebrosas cavernas y reservándolos para el juicio» (2ª P 2: 4).15 Lo que sería perfectamente justo para Dios sería hacer con los seres humanos lo que hizo con los ángeles, esto es, no salvar a ninguno de los que pecaron y se rebelaron en contra de él. Pero decidir salvar a algunos de ellos, es una demostración de gracia que va más allá de los requerimientos de la equidad y de la justicia.
Pero en un nivel más profundo esta objeción diría que no es justo que Dios creara a algunas personas que sabía que pecarían y serían eternamente condenadas, y a quienes él no redimiría. Pablo plantea esta objeción en Romanos 9.
Después de decir que «Dios tiene misericordia de quien él quiere tenerla, y endurece a quien él quiere endurecer» (Ro 9:18),16 el apóstol entonces plantea esta precisa objeción: «Pero tú me dirás: "Entonces, ¿por qué todavía nos echa la culpa Dios? ¿Quién puede oponerse a su voluntad?» (Ro 9: 19).
 Aquí encontramos la esencia de la «injusticia» de esta objeción en contra de la doctrina de la elección. Si el destino último de cada persona lo determina Dios, no la persona misma (esto es, aun cuando las personas toman decisiones que determinan si serán salvas o no, si Dios está en realidad detrás de esas decisiones haciendo que de alguna manera ocurran), ¿cómo puede ser eso justo?
NOTA: Para un estudio del hecho de que sería justo para Dios no salvar a ninguno.
16Jack Cottrell da una interpretación arminiana de este versículo. Él argumenta que Romanos 9:18, «Días tiene misericordia de quien él quiere tenerla, y endurece a quien él quiere endurecer», no se refiere a la elección de Días de personas para salvación, sino a la elección de Dios de personas para ciertas clases de servicios: «Él elige a quien quiere para servir, no para salvación» (The Nature of Divíne Sovereignry», en TIte Graa of God, the Wil/ of Man), p. 114).
Sí o embargo, esta no es una interpretación convincente, porque todo el contexto se refiere claramente a la salvación.
Pablo dice: «Me invade una gran tristeza y me embarga un continuo dolor. Desearla yo mismo ser maldecido y separado de Cristo por el bien de mis hermanos, los de mi propia raza,» (Ro. 9:2-3), no porque los Judíos no estuvieran elegidos para alguna clase de servicio, sino porque no eran salvos.
En el versículo 8 no habla de los que fueron escogidos para algún servicio y de los que no fueron escogidos, sino de los que son «hijos de Dios» y de los que no lo son. Y en el versículo 22 habla de los que pierden una oportunidad para servir, sino de los «que eran objeto de su castigo y estaban destinados a la destrucción». De salvación es de lo que se habla en todo este contexto.
La respuesta de Pablo no es una que apela a nuestro orgullo, ni tampoco intenta damos una explicación filosófica de por qué es esto justo. Pablo simplemente invoca los derechos de Dios como el Creador omnipotente:
¿Quién Eres Tú Para Pedirle Cuentas A Dios? ¿Acaso Le Dirá La Olla De Barro Al Que La Modeló: "¿Por Qué Me Hiciste Así?"¿No Tiene Derecho El Alfarero De Hacer Del Mismo Barro Unas Vasijas Para Usos Especiales Y Otras Para Fines Ordinarios? ¿Y Qué Si Dios, Queriendo Mostrar Su Ira Y Dar A Conocer Su Poder, Soportó Con Mucha Paciencia A Los Que Eran Objeto De Su Castigo Y Estaban Destinados A La Destrucción? ¿Qué Si Lo Hizo Para Dar A Conocer Sus Gloriosas Riquezas A Los Que Eran Objeto De Su Misericordia, Y A Quienes De Antemano Preparó Para Esa Gloria? Ésos Somos Nosotros, A Quienes Dios Llamó No Sólo De Entre Los Judíos Sino También De Entre Los Gentiles. (Ro 9:20-24).
Lo que Pablo dice es que hay un punto más allá del cual no le podemos responder a Dios ni cuestionar su justicia. Él ha hecho lo que ha hecho conforme a su voluntad soberana. Él es el Creador; nosotros somos sus criaturas, y no tenemos a fin de cuentas ninguna base para acusarle de imparcialidad o injusticia.
Cuando leemos estas palabras de Pablo nos enfrentamos a la decisión de si aceptamos o no lo que Dios dice aquí, y lo que él hace, solo en base a que él es Dios y nosotros no lo somos.
Es una cuestión que va profundamente al concepto que tenemos de nosotros mismos como criaturas y de nuestra relación con Dios como Creador.
Esta objeción de injusticia toma una forma ligeramente diferente cuando las personas dicen que es injusto que Dios salve a algunas personas y no salve a otras. Esta objeción está basada en una idea de justicia entre los seres humanos que nosotros sentimos intuitivamente.
Nosotros reconocemos en los asuntos humanos que es correcto tratar a personas iguales en una forma igual. Por tanto, nos parece intuitivamente apropiado decir que si Dios va a salvar a algunos pecadores debiera hacerlo con todos los pecadores. Pero en respuesta a esta objeción debemos decir que no tenemos ningún derecho de imponer sobre Dios nuestro sentido intuitivo de lo que es apropiado entre los seres humanos.
Siempre que las Escrituras empiezan a considerar esta cuestión vuelven a la soberanía de Dios como Creador y dicen que él tiene el derecho de hacer lo que place con su creación (vea Ro 9:19-20, citado arriba). [Si en definitiva Dios decide crear algunas criaturas para que sean salvas y otras para que no lo sean, esa fue su decisión soberana, y no tenemos ninguna base moral ni bíblica sobre la que podamos insistir que no sea justo.
NOTA: James D. Strauss, «God's Promise and Universal History: The Theology of Romans 9», en Grace Unlimited, argumenta que en Romanos 9 «a los que eran objeto de su castigo y estaban destinados a la destrucción» debiera leer se como «se hicieron a sí mismos para la ira» (p. 200). Pero él no da ningún ejemplo de un auténtico uso reflexivo del verbo katartizo, que sería necesario aquí. BAGO, pp. 417·18, note que el pasivo se puede usar en la forma intransitiva (como aquí traducimos «destinados a la destrucción», pero no dan ejemplos de este verbo en voz activa o media que se use sin un complemento directo.
La sugerencia de Strauss, «se hicieron a sí mismos para la ira», no encajaría realmente en la imagen de un alfarero creando vasijas de varias clases, porque las vasijas no se hacen a sí mismas, sino que son creación del alfarero.
Otra objeción planteada por Strauss es que la imagen del alfarero y el barro en Romanos 9:20·23 se deriva de pasajes del Antiguo Testamento que enfatizan el llamamiento de Dios a las personas para que elijan libremente el arrepentimiento y la fe. Él dice que eso niega la idea de la predestinación soberana de parte de Dios (p. 199). Pero en este caso Strauss malentiende sencillamente la posición reformada, que nunca niega la responsabilidad huma· na o la disposición humana para tomar decisiones.
Para más estudio Del tema, vea John Piper, The Justification of God: An Exegetical and Theological Study of Romans 9:1-23 (Baker, Grand Rapids, 1983).
6. LA BIBLIA DICE QUE DIOS QUIERE QUE TODOS SEAN SALVOS.
Otra objeción a la doctrina de la elección es que contradice ciertos pasajes de las Escrituras que dicen que Dios quiere que todos se salven. Pablo escribe acerca de Dios nuestro Salvador que «quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad» (1ª Ti 2:4). Y Pedro dice: «El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan» (2ª P 3: 9). ¿No contradicen estos pasajes la idea de que Dios ha escogido solo a ciertas personas para ser salvas?
Una solución común a esta cuestión (desde la perspectiva reformada que defendemos en este libro) es decir que estos versículos hablan de la voluntad revelada de Dios (que nos dice lo que debemos hacer), no de su voluntad oculta (su plan eterno para lo que ocurrirá). Estos versículos solo nos están diciendo que Dios invita y manda a cada persona que se arrepienta y acuda a Cristo para obtener salvación, pero no dicen nada acerca de los decretos secretos de Dios sobre quiénes serán salvos.
El teólogo arminiano Clark Pinnock no acepta la idea de que Dios tenga una voluntad secreta y otra revelada, y dice que es «una idea excesivamente paradójica la de dos voluntades divinas en cuanto a la salvación». Pero Pinnoc knunca en realidad responde a la pregunta de por qué no son todos salvos (desde una perspectiva Arminiana).
En definitiva los arminianos también deben decir que Dios quiere algo con más fuerza que la salvación de todas las personas, porque en realidad no todos son salvos. La afirmación arminiana de que no todos son salvos porque Dios quiere preservar el libre albedrío humano más de lo que quiere que todos se salven. ¿Pero no es esto también hacer una distinción en dos aspectos de la voluntad de Dios?
Por un lado Dios quiere que todos sean salvos (1ª Ti 2: 5-6; 2ª P 3:9). Pero por el otro lado quiere preservar el total libre albedrío del hombre. De hecho, él quiere lo segundo más que lo primero. Pero esto significa que los arminianos también deben decir que 1ª Timoteo 2: 5-6 y 2 Pedro 3:9 no dice que Dios quiere la salvación de todos en una forma absoluta o incondicional: también tienen que decir que estos versículos solo se refieren a un tipo o a un aspecto de la voluntad de Dios.
Aquí podemos ver con claridad la diferencia entre la concepción reformada y arminiana de la voluntad de Dios. Tanto calvinistas como arminianos concuerdan en que los mandamientos de Dios en las Escrituras revelan lo que Dios quiere que hagamos, y ambos están de acuerdo en que los mandamientos en las Escrituras nos invitan a que nos arrepintamos y confiemos en Cristo en cuanto a la salvación.
NOTA: 1. Howard Marshall, «Predestination in the New Testament», (en Grace Unlimited, p. 136), dice específicamente: «No puedo ver cómo se puede salvar arbitrariamente a un pecador culpable y no a otro». Pero ese parece ser precisamente la enseñanza de Pablo en Ro. 9: 18-20: Dios salva a algunos y decide no salvar a otros, y nosotros no tenemos derecho, como criaturas, a decir que eso es injusto.
Para un estudio de las diferencias entre la voluntad revelada de Dios y su voluntad secreta, vea capítulo 13, también el capítulo 16,
Por tanto, en un sentido ambos están de acuerdo en que Dios quiere que seamos salvos. Esa es la voluntad que él nos revela explícitamente en la invitación del evangelio.
Pero ambas partes deben también decir que hay algo más que Dios considera más importante que salvar a todos. Los teólogos reformados dicen que Dios considera su gloria más importante que salvarnos a todos, y que (según Ro 9) la gloria de Dios es también promovida por el hecho de que algunos no son salvos.
Los teólogos arminianos también dicen que hay algo que es más importante para Dios que la salvación de todas las personas: la preservación del libre albedrío del hombre. De modo que en el sistema reformado el valor supremo de Dios es su gloria, y en el sistema arminiano el valor supremo de Dios es el libre albedrío del hombre.
Estas son dos concepciones distintivamente diferentes de la naturaleza de Dios, y parece ser que la posición reformada tiene un apoyo bíblico mucho más explicito que el que tiene la posición arminiana en este asunto.

E. LA DOCTRINA DE LA REPROBACIÓN

Cuando entendemos la elección como la decisión soberana de Dios de que algunas personas sean salvas, hay necesariamente otro aspecto de esa decisión: la decisión soberana de Dios de pasar por alto a otros y no salvarlos. Esta decisión de Dios en la eternidad pasada es lo que llamamos reprobación. La reprobación es la decisión soberana de Dios desde antes de la creación de pasar por alto a algunas personas, decidiendo con tristeza no salvarlos, y castigarlos por sus pecados, y de esa manera manifestar su justicia.
En muchos sentidos la doctrina de la condenación es la más dificil de todas las enseñanzas de las Escrituras para pensar en ella y aceptarla, porque tiene que ver con consecuencias tan horribles y eternas para los seres humanos creados a la imagen de Dios. El amor que Dios nos da por nuestros semejantes y el amor que él nos manda tener hacia nuestro prójimo nos lleva al rechazo de esta doctrina, y está bien que sintamos de esa forma al pensar en ella.23 Es algo en lo que no quisiéramos creer, y no creeríamos, a menos que las Escrituras lo enseñen claramente.
Pero ¿hay pasajes de las Escrituras que hablan de una decisión de Dios como esa? Ciertamente hay algunos. Judas habla de algunas personas «que desde hace mucho tiempo han estado señalados para condenación. Son impíos que cambian en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y Señor» Jud 4).
NOTA: Sobre el hecho de que Dios nos creó y a todo el universo para su propia gloria. Un arminiano puede objetar a que pongamos la diferencia de esta manera, y puede decir que Dios es más glorificado cuando nosotros le elegimos a Él como fruto de nuestro libre albedrío, pero esa es simplemente un suposición dudosa basada en la intuición o la analogía humana, pero que no tiene apoyo específico de parte de las Escrituras.
Además, para ser coherentes parece que los arminianos debieran tener en cuenta a los millones que no eligen a Dios, y tendrían que decir que Dios es también más glorificado por las decisiones libre de millones que se deciden libremente en contra de Dios, o si no, ¿por qué les permite Dios persistir en esa decisión libre de rebelión?
Juan Calvino mismo dice de la condenación: «Confiesa que el decreto es desde luego espantoso». Institución de la religión cristiana, 2.23.7 (2:955); pero debiera notarse que su palabra latina honibilis no significa «odioso)" sino más bien «aterrador».
Además, Pablo, en el pasaje arriba referido, habla de la misma manera del faraón y de otros: Porque la Escritura le dice al faraón: «Te levanté precisamente para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra»
Así Que Dios Tiene Misericordia De Quien Él Quiere Tenerla, Y Endurece A Quien Él Quiere Endurecer. ¿Y Qué Si Dios, Queriendo Mostrar Su Ira Y Dar A Conocer Su Poder, Soportó Con Mucha Paciencia A Los Que Eran Objeto De Su Castigo Y Estaban Destinados A La Destrucción? (Ro 9: 17-22).
En cuanto a los resultados del hecho de que Dios no va a escoger a todos para salvación, Pablo dice: «Israel no consiguió lo que tanto deseaba, pero sí lo consiguieron los elegidos. Los demás fueron endurecidos» (Ro 11: 7). Y Pedro dice de los que rechazan el evangelio: «Tropiezan al desobedecer la palabra, para lo cual estaban destinados» (1ª P 2: 8).
A pesar del hecho de que no nos gusta esta doctrina, debemos ser cuidadosos en cuanto a nuestra actitud hacia Dios y hacia estos pasajes de las Escrituras. Nunca debemos empezar a desear que la Biblia se hubiera escrito de otra manera, o que no contuviera esos versículos.
Además, si estamos convencidos de que estos versículos enseñan condenación, estamos obligados a creerlos y a aceptar que es justo de parte de Dios, aunque nos hace temblar de horror pensar en ello. En este contexto puede sorprendernos ver que Jesús da gracias a Dios por ocultar el conocimiento de la salvación de algunos y por revelarlo a otros. Jesús declaró: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad» (Mt 11: 25-26).
Además, debemos reconocer que de alguna manera, en la sabiduría de Dios, el hecho de la condenación y la eterna condenación de algunos mostrarán la justicia de Dios y también redundará en gloria suya. Pablo dice: «¿Y qué si Dios, queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia a los que eran objeto de su castigo y estaban destinados a la destrucción?» (Ro 9: 22).
Pablo también nota que el hecho de tal castigo de los «destinados a la destrucción» sirve para mostrar la grandeza de la misericordia de Dios hacia nosotros: Dios hace esto «para dar a conocer sus gloriosas riquezas a los que eran objeto de su misericordia, y a quienes de antemano preparó para esa gloria?» (Ro 9: 23).
También debemos recordar que hay diferencias importantes entre la elección y la condenación tal como aparecen en la Biblia. La elección para salvación se ve como una causa para regocijarse y alabar a Dios, quien es digno de alabanza y de recibir todo el crédito por nuestra salvación (vea Ef. 1: 3-6; 1ª P 1: 1-3).
A Dios se le ve escogiéndonos activamente para salvación, y haciéndolo con amor y deleite. Pero la reprobación se ve como algo que le causa tristeza a Dios, no deleite (vea Ez 33:11), y la causa de la reprobación se atribuye siempre a las personas o ángeles que se rebelan, nunca sobre Dios (vea Jn 3: 18-19; 5: 40).
NOTA: Vea el estudio de este versículo en la obra de Wayne Grudem, 1 Peter, pp. 107-10. Este versículo no dice solo que Dios destinó el hecho de que aquellos que desobedecen tropezarán, sino que habla más bien de Dios destinando a ciertas personas a desobedecer y tropezar: «para lo cual estaban destinados». (El verbo griego etethesan, «estaban destinados» requiere un sujeto plural.
De modo que en la presentación que las Escrituras hacen Dios es el origen de la elección, pero el hombre es la causa de la reprobación. Otra diferencia importante es que la base para la elección es la gracia de Dios, mientras que la base de la reprobación es la justicia de Dios. Por consiguiente, la «doble predestinación» no es una frase útil o exacta, porque no tiene en cuenta estas diferencias entre la elección y la reprobación.
La tristeza de Dios por la muerte de los pecadores (no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva», Ez 33: 11) nos ayuda a entender cuán apropiado era que Pablo mismo sintiera gran tristeza cuando pensaba en la suerte de los judíos incrédulos que habían rechazado a Cristo.
Pablo dice:
Digo La Verdad En Cristo; No Miento. Mi Conciencia Me Lo Confirma En El Espíritu Santo. Me Invade Una Gran Tristeza Y Me Embarga Un Continuo Dolor. Desearía Yo Mismo Ser Maldecido Y Separado De Cristo Por El Bien De Mis Hermanos, Los De Mi Propia Raza, El Pueblo De Israel. (Ro 9: 1-4)
Nosotros también debemos sentir esta gran tristeza cuando pensamos en la suerte de los incrédulos.
Pero se podría objetar en este momento que si Dios siente genuinamente tristeza por el castigo de los malvados, ¿por qué lo permite e incluso decreta que eso suceda? La respuesta debe ser que Dios sabe que esto al final resultará en una mayor gloria para él. Mostrará su poder, su ira, su justicia y misericordia en una manera que de otra forma no podría ser demostrado.
Ciertamente en nuestra experiencia humana es posible hacer algo que nos causa mucha tristeza, pero que sabemos que a la larga causará un mayor bien. Por tanto, después de esta apagada analogía humana, podemos quizá entender que Dios puede decretar algo que le causa tristeza pero que a la postre resultará para gloria suya.

F. APLICACIÓN PRÁCTICA DE LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN

En términos de nuestra relación con Dios, la doctrina de la elección tiene aplicaciones prácticas importantes. Cuando pensamos en la doctrina bíblica sobre la elección y la reprobación, es apropiado que lo apliquemos a nuestra vida individualmente.
Es correcto que cada cristiano se pregunte: «¿Por qué soy cristiano? ¿Por qué en definitiva Dios habrá decidido salvarme?»
La doctrina de la elección nos dice que soy cristiano porque Dios en la eternidad pasada decidió derramar su amor sobre mí. ¿Pero por qué decidió hacerlo? No por algo bueno que hubiera en mí, sino simplemente porque quiso amarme a mí.
No hay ninguna otra razón para ello.
Pensar de esa manera nos ayuda a ser humildes delante de Dios. Nos permite damos cuenta que no tenemos ningún derecho a la gracia divina. Nuestra salvación se debe solo y totalmente a la gracia de Dios. Nuestra única y apropiada respuesta es darle a él eterna alabanza.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Piensa que Dios le eligió a usted individualmente para ser salvo desde antes de la creación del mundo? ¿Piensa que lo hizo basado en el hecho de que él sabía que usted iba a creer en Cristo, o fue una «elección incondicional», no basada en nada que él viera de antemano que le hiciera a usted digno de su amor? No importa cómo responda a la anterior pregunta, explique cómo le hace sentirse su respuesta cuando piensa de sí mismo en relación con Dios.
2. ¿Le da la doctrina de la elección consuelo o seguridad acerca del futuro?
3. Después de leer este capítulo, ¿siente usted sinceramente que le gustaría darle gracias a Dios o alabarle por haberle elegido para ser salvo? ¿Siente usted algún tipo de injusticia en que Dios no decidió salvar a todos?
4. Si usted está de acuerdo con la doctrina de la elección tal como aparece en este capítulo, ¿le disminuye eso su sentido de persona individual o le hace sentirse de alguna manera como un robot o una marioneta en las manos de Dios? ¿Cree que debiera hacerle sentir de esa manera?
5. ¿Qué efecto piensa usted que va a tener este capítulo en su motivación para la evangelización? ¿Es este un efecto positivo o negativo? ¿Puede usted pensar en formas en las que la doctrina de la elección puede ser un estímulo positivo para la evangelización (vea 1ª Ts 1: 4-5; 2ª Ti 2: 10)?
6. Ya sea que usted adopte una perspectiva reformada o arminiana de la doctrina de la elección, ¿puede usted pensar en algunos beneficios positivos en la vida cristiana que aquellos que sostienen la posición opuesta a la suya parecen experimentar y usted no? Aunque usted no esté de acuerdo con la otra posición, ¿puede mencionar algunas cosas útiles o verdades prácticas acerca de la vida cristiana que usted podría aprender de esa posición? ¿Hay algo que los calvinistas y los arminianos podrían hacer para generar un mayor entendimiento y menos división sobre esta cuestión?
TÉRMINOS ESPECIALES
Condenación, Conocimiento previo, determinismo, elección, predestinación, reprobación
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Efesios 1:3-6: Alabado Sea Dios, Padre De Nuestro Señor Jesucristo, Que Nos Ha Bendecido En Las Regiones Celestiales Con Toda Bendición Espiritual En Cristo. Dios Nos Escogió En Él Antes De La Creación Del Mundo, Para Que Seamos Santos Y Sin Mancha Delante De Él. En Amor Nos Predestinó Para Ser Adoptados Como Hijos Suyos Por Medio De Jesucristo, Según El Buen Propósito De Su Voluntad, Para Alabanza De Su Gloriosa Gracia, Que Nos Concedió En Su Amado.

CAPÍTULO 3

EL LLAMAMIENTO DEL EVANGELIO Y EL LLAMAMIENTO EFICAZ

¿CUÁL ES EL MENSAJE DEL EVANGELIO? ¿CÓMO LLEGA A SER EFICAZ?
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
Cuando Pablo habla acerca de la manera en que Dios trae la salvación a nuestra vida, dice: «A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó» (Ro 8: 30). Aquí Pablo nos indica un orden definido en el cual nos vienen las bendiciones de la salvación.
Aunque hace mucho tiempo, antes de la creación del mundo, Dios nos «predestinó» para ser sus hijos y para ser transformados conforme a la imagen de su Hijo, Pablo señala el hecho que en el momento de la realización de su propósito en nuestra vida Dios nos «llamó» (aquí en este contexto, es Dios el Padre el que está claramente a la vista).
Luego Pablo inmediatamente menciona la justificación y la glorificación, mostrando que estas vienen después del llamamiento. Pablo nos dice que hay un orden definido en el propósito salvador de Dios (aunque no se menciona aquí cada aspecto de nuestra salvación). De modo que empezaremos nuestro estudio de las diferentes partes de nuestra experiencia de la salvación con el tema del llamamiento.
Cuando Pablo dice: «A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó» (Ro 8:30), está indicando que ese llamamiento es un acto de Dios. Es específicamente un acto de Dios el Padre, porque él es el que predestina a las personas para «ser transformados según la imagen de su Hijo» (Ro 8: 29).
Otros versículos describen de forma más completa lo que es este llamamiento. Cuando Dios llama a las personas en esta forma poderosa, las llama «de las tinieblas a luz admirable» (1ª P 2: 9); los llama a «tener comunión con su Hijo Jesucristo» (1ª Co 1:9; Hch 2: 39) y a «su reino y a su gloria» (1ª Ts 2: 12; 1ª P 5:10; 2ª P 1: 3).
Las personas que Dios ha llamado son «llamados a ser de Jesucristo» (Ro 1:6, RVR 1960). Han sido «llamados a ser santos» (Ro 1:7; 1ª Co 1:2), y han entrado en un reino de paz (1ª Co 7: 15; Col 3: 15), libertad (Gá 5:13), esperanza (Ef. 1:18; 4:4), santidad (1ª Ts 4: 7), sufrimiento paciente (1ª P 2: 20-21; 3: 9), y vida eterna (1ª T. 6: 12).
Estos versículos indican que este no es un simple llamamiento humano desprovisto de poder. Este llamamiento es más bien una especie de «convocatoria» de parte del Rey del universo y tiene tanto poder que puede obtener la respuesta que está pidiendo en el corazón de las personas. Es un acto de Dios que garantiza una respuesta, porque Pablo especifica en Romanos 8:30 que los que fueron «llamados» fueron también «justificados».
Este llamamiento tiene la capacidad de sacarnos del reino de las tinieblas y llevamos al reino de Dios de forma que podamos estar unidos en completa comunión con él: «Fiel es Dios, quien los ha llamado a tener comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor» (1 Ca 1:9).
Nos referimos con frecuencia a este acto poderoso de Dios como llamamiento eficaz, para distinguirlo de la invitación general del evangelio que es para todas las personas y que algunas personas rechazan. Con esto no queremos decir que la proclamación humana del evangelio no participa. De hecho, el llamamiento eficaz de Dios viene por medio de la predicación humana del evangelio, porque Pablo dice: «Para esto Dios los llamó por nuestro evangelio, a fin de que tengan parte en la gloria de nuestro Señor Jesucristo» (2ª Ts 2: 14).
Por supuesto, hay muchos que oyen el llamamiento general del mensaje del evangelio y no responden. Pero en muchos casos el llamamiento del evangelio se hace tan eficazmente mediante la obra del Espíritu Santo en el corazón de las personas que estas responden, y podemos decir que han recibido un «llamamiento eficaz»:
Podemos definir el llamamiento eficaz de la siguiente manera: El llamamiento eficaz es un acto de Dios el Padre, por medio de la proclamación humana del evangelio, en el que convoca a las personas a que acudan a él de manera tal que responden en fe salvadora.
Es importante que no demos la impresión de que las personas serán salvas por el poder de este llamamiento aparte de una respuesta voluntaria de ellas al evangelio (vea el capítulo 35 sobre la fe personal y el arrepentimiento que son necesarios para la conversión). Aunque es cierto que el llamamiento eficaz despierta y genera una respuesta en nosotros, debemos insistir siempre en que esta respuesta tiene que ser una respuesta voluntaria, espontánea, en la que la persona individualmente pone su confianza en Cristo.
Por eso es tan importante la oración para una evangelización eficaz. A menos que Dios obre en el corazón de las personas para hacer eficaz la proclamación del evangelio, no habrá una respuesta salvadora genuina. Jesús dijo: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final» (Jn 6: 44).
Un ejemplo del llamamiento del evangelio eficaz lo vemos en la primera visita de Pablo a Filipos. Mientras Lidia escuchaba el mensaje del evangelio «el Señor le abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo» (Hch 16: 14).
A diferencia del llamamiento eficaz, que es por completo un acto de Dios, podemos hablar en general del llamamiento del evangelio el cual viene por medio de la comunicación humana. Este llamamiento del evangelio se ofrece a todas las personas, incluso a aquellos que no lo aceptan. A veces nos referimos a este llamamiento del evangelio como el llamamiento externo o el llamamiento general. Por el contrario, el llamamiento eficaz de Dios que es el que en realidad genera una respuesta espontánea en la persona que lo oye se le llama a veces llamamiento interno.
El llamamiento del evangelio es general y externo y con frecuencia lo rechazan, mientras que el llamamiento eficaz es particular, interno y siempre es eficaz. Sin embargo, esto no disminuye la importancia del llamamiento del evangelio, porque es el medio que Dios ha establecido a través del cual vendrá el llamamiento eficaz. Sin el llamamiento del evangelio, nadie podría responder y ser salvo.
«¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?» (Ro 10:14). Por tanto, es importante que entendamos exactamente lo que es el llamamiento del evangelio.

B. LOS ELEMENTOS DEL LLAMAMIENTO DEL EVANGELIO

En la predicación humana del evangelio deben aparecer tres elementos importantes:
1. UNA EXPLICACIÓN DE LOS HECHOS CONCERNIENTES A LA SALVACIÓN.
Todo el que acude a Cristo para obtener salvación debe tener al menos un entendimiento básico de quién es Cristo y de cómo satisface nuestras necesidades de Salvación. Por tanto, una explicación de los hechos concernientes a la salvación debe incluir al menos lo siguiente:
1. Todas los seres humanos son pecadores (Ro 3: 23).
2. La paga por el pecado es la muerte (Ro 6: 23).
3. Jesucristo murió para pagar el castigo por nuestros pecados (Ro 5: 8)
Pero entender estos hechos e incluso estar de acuerdo en que son ciertos no es suficiente para que la persona sea salva. Debe haber una invitación para una respuesta de parte del individuo a fin de que se arrepienta de sus pecados y confié personalmente en Cristo.
2. UNA INVITACIÓN PARA RESPONDER A CRISTO DE FORMA PERSONAL EN ARREPENTIMIENTO Y FE.
Cuando el Nuevo Testamento habla de personas que alcanzan la salvación lo hace en términos de una respuesta personal a una invitación de Cristo mismo.
Esta invitación está bellamente expresada, por ejemplo, en las palabras de Jesús:
Vengan A Mí Todos Ustedes Que Están Cansados Y Agobiados, Y Yo Les Daré Descanso. Carguen Con Mi Yugo Y Aprendan De Mí, Pues Yo Soy Apacible Y Humilde De Corazón, Y Encontrarán Descanso Para Su Alma. Porque Mi Yugo Es Suave Y Mi Carga Es Liviana (Mt 11: 28-30).
Es importante dejar bien en claro que estas no son solo palabras pronunciadas hace mucho tiempo por un líder religioso del pasado. Se debe animar a cada oyente que no es cristiano que escucha estas palabras a tomar esas palabras como palabras de Cristo Jesús que él está pronunciando en ese mismo momento, y que lo está haciendo individualmente. Cristo Jesús es un Salvador que está ahora vivo en el cielo, y cada persona que no es cristiana debiera pensar que Jesús le está hablando, y diciéndole: «Vengan a mí todos ustedes  y yo les daré descanso» (Mt 11: 28).
Esta es una invitación personal genuina que busca una respuesta personal de cada uno que la escucha.
Juan también habla acerca de la necesidad de una respuesta personal cuando dice: «Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios»
(Jn 1: 11-12). Al enfatizada necesidad de «recibir» a Cristo, Juan también apunta a la necesidad de una respuesta individual. A los que se encuentran dentro de una iglesia tibia que no se dan cuenta de su ceguera espiritual el Señor Jesús vuelve a extender su invitación que requiere una respuesta personal: «Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo» (Ap 3: 20).
Por último, solo a cinco versículos de donde termina toda la Biblia, hay otra invitación de parte del Espíritu Santo y de la iglesia a acudir a Cristo: «El Espíritu y la novia dicen: "¡Ven!"; y el que escuche diga: "¡Ven!" El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Ap 22: 17).
¿Pero qué es lo que está involucrado en la respuesta de acudir a Cristo? Aunque eso lo explicaremos de forma más completa en el capítulo 35, es suficiente que notemos aquí que si nosotros vamos a Cristo y confiamos en él para salvamos de nuestros pecados, no podemos seguir aferrándonos al pecado, sino que debemos estar dispuestos a renunciar al pecado en sincero arrepentimiento.
En algunos casos en las Escrituras se menciona juntos el arrepentimiento y la fe cuando se están refiriendo a la conversión inicial de un individuo. (Pablo dijo que él dedicaba su tiempo a «A judíos y a griego les he instando a convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesucristo» Hch 20: 21). Pero en otras ocasiones solo se habla de arrepentimiento de pecados y se da por supuesta la fe salvadora como el factor acompañante (en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones [Lc 24: 47; Hch 2: 37-38; 3: 19; 5: 31; 17: 30; Ro 2: 4; 2ª Co 7:10]).
Por tanto, toda proclamación genuina del evangelio debe incluir una invitación a tomar la decisión consciente de renunciar a los pecados personales y acudir a Cristo con fe en busca de perdón por los pecados. Si se descuida cualquiera de ellas la necesidad de arrepentirse de los pecados o la necesidad de confiar en Cristo en cuanto al perdón-, no hay una verdadera y completa proclamación del evangelio.
¿Pero qué es lo que se les promete a los que acuden a Cristo? Este es el tercer elemento del llamamiento del evangelio.
NOTA: Para un estudio más completo de la necesidad de tener tanto un arrepentimiento genuino como una fe genuina. Y un estudio de la cuestión de si alguien puede ser salvo si «acepta a Jesús como Salvador. ¿Pero no como Señor?
3. UNA PROMESA DE PERDÓN Y DE VIDA ETERNA.
Aunque las palabras de invitación personal que pronunció Cristo contienen una promesa de descanso y de poder para llegar a ser hijos de Dios, y de participación en el agua de la vida, es bueno hacer bien claro lo que Jesús promete a los que acuden a él en arrepentimiento y fe.
Lo primero que encontramos prometido en el mensaje del evangelio es la promesa de perdón de pecados y de vida eterna con Dios: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» Gn 3: 16). Y en la predicación que Pedro hace del evangelio, dice: «Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios» (Hch 3: 19; 2: 38).
Junto con la promesa del perdón y de la vida eterna está la seguridad de que Cristo aceptará a todos los que acuden a él en arrepentimiento y fe sinceras buscando salvación: «Al que a mí viene, no lo rechazo» Gn 6: 37).

C. LA IMPORTANCIA DEL LLAMAMIENTO DEL EVANGELIO

La doctrina del llamamiento del evangelio es importante porque si no hubiera ese llamamiento del evangelio nadie podría ser salvo: «¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?» (Ro 10: 14).
El llamamiento del evangelio es importante también porque por medio de él Dios se dirige a nosotros en la plenitud de nuestra humanidad. Él no nos salva «automáticamente» sin buscar una respuesta de todo nuestro ser. Más bien, dirige el llamamiento del evangelio a nuestro intelecto, nuestras emociones y nuestra voluntad.
Habla a nuestro intelecto explicando los hechos de la salvación en su Palabra.
Habla a nuestras emociones dirigiéndonos una sentida invitación personal para que respondamos. Habla a nuestra voluntad pidiéndonos que oigamos su invitación y respondamos voluntaria y espontáneamente en arrepentimiento y fe, a que nos decidamos a volvemos de nuestros pecados y recibir a Cristo como Salvador y descansar nuestros corazones en él para salvación.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Puede usted recordar la primera vez que oyó el evangelio y respondió a él? ¿Puede describir lo que sintió en el corazón? ¿Piensa usted que el Espíritu Santo estaba obrando para hacer eficaz el llamamiento del evangelio en su vida? ¿Lo resistió en esa ocasión?
2. En su explicación a las personas del llamamiento del evangelio, ¿han estado ausentes algunos elementos? Si es así, ¿en qué ayudarán el que usted añada esos elementos a su explicación del evangelio? ¿Piensa usted que esos elementos son importantes para añadirlos? ¿Qué es lo que más necesita para hacer que su proclamación del evangelio sea más eficaz?
3. Antes de leer este capítulo, ¿se imaginaba a Jesús en el cielo pronunciando personalmente las palabras de invitación del evangelio a las personas incluso hoy? Si los que no son cristianos empezaran a pensar que es Jesús el que les está hablando de esta manera, ¿cómo piensa usted que afectaría eso su respuesta al evangelio?
4. ¿Entiende usted estos elementos del evangelio con suficiente claridad para presentarlos a otros? ¿Podría usted abrir la Biblia y encontrar con facilidad cuatro o cinco versículos apropiados que explicarían el llamamiento del evangelio claramente a las personas? (Memorizar los elementos del llamamiento del evangelio y estos versículos que lo explican debiera ser una de las primeras disciplinas en la vida de cada cristiano.)
TÉRMINOS ESPECIALES
Llamamiento eficaz, llamamiento externo, llamamiento interno, llamamiento del evangelio
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Mateo 11: 28-30: ((Vengan A Mí Todos Ustedes Que Están Cansados Y Agobiados, Y Yo Les Daré Descanso. Carguen Con Mí Yugo Y Aprendan De Mí, Pues Yo Soy Apacible Y Humilde De Corazón, Y Encontrarán Descanso Para Su Alma. Porque Mí Yugo Es Suave Y Mí Carga Es Liviana»).

CAPÍTULO 4

LA REGENERACIÓN

¿QUÉ SIGNIFICA NACER DE NUEVO?
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
Podemos definir la regeneración de la siguiente manera: La regeneración es el acto secreto de Dios mediante el cual nos imparte una vida espiritual nueva. Esto es lo que también se conoce como «nacer de nuevo» (usando el lenguaje de Juan 3: 3-8).

A. LA REGENERACIÓN ES OBRA DE DIOS DE PRINCIPIO A FIN.

En algunos de los elementos de la aplicación de la redención que estudiaremos en los capítulos subsiguientes, tenemos una parte activa (esto es cierto, por ejemplo, de la conversión, la santificación y la perseverancia). Pero en la obra de la regeneración no tenemos una participación activa. Es por completo la obra de Dios.
Vemos esto, por ejemplo, cuando Juan habla acerca de aquellos a quienes Dios les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios: «Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios» Gn 1: 13).Juan especifica aquí que los hijos de Dios son aquellos que «nacen de Dios» y nuestra «voluntad humana» no tiene parte ni arte en esta clase de nacimiento.
El hecho de que seamos pasivos en la regeneración es también evidente cuando las Escrituras se refieren a ello con expresiones como «nos hizo nacer» o «nacer de nuevo» (Stg 1: 18; 1ª P 1: 3;Jn 3: 3-8). Nosotros no escogimos que nos hicieran vivir físicamente y no escogimos nacer: es algo que nos sucedió. Del mismo modo, estas analogías en las Escrituras sugieren que somos enteramente pasivos en la regeneración.
La soberanía de Dios obrando en la regeneración estaba también predicha en la profecía de Ezequiel. Dios nos prometió por medio del profeta que habría un tiempo en el futuro en el que daría nueva vida espiritual a su pueblo:
Les Daré Un Nuevo Corazón, Y Les Infundiré Un Espíritu Nuevo; Les Quitaré Ese Corazón De Piedra Que Ahora Tienen, Y Les Pondré Un Corazón De Carne. Infundiré Mi Espíritu En Ustedes, Y Haré Que Sigan Mis Preceptos Y Obedezcan Mis Leyes. (Ez 36: 26-27)
¿QUÉ MIEMBRO DE LA TRINIDAD ESTÁ ENCARGADO DE PRODUCIR LA REGENERACIÓN?
Cuando Jesús habla de «nacer del Espíritu» Gn 3: 8), está indicando que es especialmente Dios el Espíritu Santo el que produce la regeneración. Pero otros versículos también indican la participación de Dios el Padre en la regeneración. Pablo especifica que es Dios quien «nos dio vida con Cristo» (Ef. 2: 5; Col 2: 13).
Y Santiago dice que es el «Padre de las luces» el que nos hace nacer: «Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros y mejores frutos de su creación» (Stg 1: 17-18).
Por último, Pedro dice que Dios «por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo» (1ª P 1:3). Podemos concluir que tanto Dios el Padre como el Espíritu Santo producen la regeneración.
¿CUÁL ES LA RELACIÓN ENTRE EL LLAMAMIENTO EFICAZ Y LA REGENERACIÓN?
Como veremos más tarde en este capítulo, las Escrituras indican que la regeneración debe venir antes de que podamos responder al llamamiento eficaz con fe salvadora. Por tanto, podemos decir que la regeneración viene antes del resultado de un llamamiento eficaz (nuestra fe). Pero es más dificil especificar las relaciones exactas en el tiempo entre la regeneración y la proclamación humana del evangelio por medio de la cual Dios lleva a cabo su llamamiento eficaz.
Al menos dos pasajes sugieren que Dios nos regenera al mismo tiempo que nos habla en el llamamiento eficaz.
Pedro dice: «Pues ustedes han nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y permanece y esta es la palabra del evangelio que se les ha anunciado a ustedes» (1ª P 1: 23, 25). Y Santiago dice: «Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros y mejores frutos de su creación» (Stg 1: 18).
Al tiempo que el evangelio llega a nosotros, Dios nos habla por medio de este para convocamos a su presencia (llamamiento eficaz) y damos una nueva vida espiritual (regeneración) de manera que estemos capacitados para responder en fe. El llamamiento eficaz es la acción del Padre hablándonos con poder, y la regeneración es la obra de Dios el Padre y Dios el Espíritu Santo obrando poderosamente en nosotros, para damos vida nueva.
Estas dos cosas debieron haber sucedido simultáneamente cuando Pedro estaba predicando el evangelio en el hogar de Cornelio, porque mientras que él estaba predicando «el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje» (Hch 10: 44).
En ocasiones la expresión gracia irresistible' se usa en relación con esto. Se refiere al hecho de que Dios llama eficazmente a las personas y les da también la regeneración, y ambas acciones garantizan que nosotros responderemos en fe salvadora. Sin embargo, la expresión gracia irresistible está sujeta a ser mal entendida, puesto que parece implicar que las personas no toman una decisión voluntaria y espontánea al responder al evangelio, lo cual es una idea y un entendimiento equivocados de la expresión gracia irresistible. Esa expresión nos preserva, sin embargo, algo valioso, porque indica que la obra de Dios penetra en nuestros corazones para
¡Cuando Santiago dice (nos hizo nacer) está usando un lenguaje que se aplica en general al nacimiento fisico (nos hacen nacer sacándonos del vientre de la madre y trayéndonos al mundo) y se aplica también al nacimiento espiritual; producir una respuesta que es absolutamente cierta. aunque respondemos voluntariamente:

B. LA EXACTA NATURALEZA DE LA REGENERACIÓN ES UN MISTERIO PARA NOSOTROS

Lo que sucede exactamente en la regeneración es algo misterioso para nosotros.
Sabemos que de alguna manera a nosotros, que estábamos espiritualmente muertos (Ef. 2: 1), Dios nos hizo renacer y en un sentido muy real hemos «nacido de nuevo» Gn 3: 3,7; Ef. 2: 5; Col 2: 13). Pero no entendemos cómo sucede esto ni qué hace Dios exactamente para damos esta nueva vida espiritual. Jesús dice: «El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene ya dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu» Gn 3: 8).
Las Escrituras ven la regeneración como algo que nos afecta en todo nuestro ser. Por supuesto, «el espíritu vive» para Dios después de la regeneración (Ro 8: 10), pero eso es sencillamente porque nosotros como personas completas quedamos afectados por la regeneración. No es que solo nuestro espíritu estuviera antes muerto, sino que nosotros estábamos muertos para Dios en nuestros delitos y pecados (vea Ef. 2:1).
Y no es correcto decir que lo único que sucede en la regeneración es que nuestro espíritu vuelve a vivir (como algunos enseñan),' porque cada parte de nosotros queda afectada por la regeneración: «Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!» (2ª Co 5: 17).
Debido a que la regeneración es una obra de Dios dentro de nosotros en la cual nos da vida nueva, es correcto concluir que es un suceso instantáneo. Ocurre solo una vez. En un momento estamos espiritualmente muertos, y al momento siguiente tenemos nueva vida espiritual en Dios.
No obstante, no sabemos siempre con exactitud cuándo ocurre este cambio instantáneo. Especialmente los niños que crecen en un hogar cristiano, o las personas que asisten a los cultos de una iglesia o a un grupo de estudio bíblico durante un tiempo y van creciendo gradualmente en su comprensión del evangelio, puede que no haya una situación de crisis dramática con un cambio radical de comportamiento que convierte a un «pecador endurecido» en un «cristiano santo», pero, no obstante, en algún momento tiene lugar ese cambio instantáneo, cuando Dios por medio del Espíritu Santo, en una manera invisible, despierta la vida espiritual dentro de nosotros.
El cambio se hará evidente a lo largo del tiempo en las formas de comportamiento y deseos que ahora son gratos a Dios.
NOTA: Algunas personas objetarán aquí que Dios no puede garantizar una respuesta que es todavía voluntaria y espontánea por parte nuestra. Pero esta objeción está insertando dentro del estudio una definición de «voluntaria» y «espontánea» que no están apoyadas por las Escrituras; sobre la providencia de Dios en relación con nuestra decisión voluntaria.
Esta forma de ver la regeneración depende en general de que veamos al hombre como una tricotomía o que consiste de tres partes (cuerpo, alma y espíritu), una posición que estudiamos arriba. Pero si rechazamos la tricotomía y vemos el «alma» y el «espíritu» como sinónimos en la Biblia cuando habla de la parte inmaterial de nuestra naturaleza, entonces esa explicación no es persuasiva.
Aun los que aceptar la tricotomía, las Escrituras que hablan de nosotros como una nueva creación y dicen que «nacimos de nuevo» (no solo nuestro espíritu), esa debiera ser una buena razón para ver en la regeneración algo más que solo hacer que renazca nuestro espíritu.
En otros casos (en realidad, probablemente en la mayoría de ellos cuando los adultos se hacen cristianos) la regeneración tiene lugar en un momento claramente reconocible en el que la persona se da cuenta de que antes se encontraba separada de Dios y espiritualmente muerta, pero que inmediatamente después tenía clara conciencia de una nueva vida espiritual dentro de ella.
Los resultados pueden verse de una vez: Una auténtica confianza en Cristo en cuanto a su salvación, una seguridad del perdón de sus pecados, un deseo de leer la Biblia y de orar (y un sentido de que estas son actividades espirituales significativas), se deleita en la adoración, siente el deseo de la comunión cristiana, un deseo sincero de ser obediente a la Palabra de Dios según la encuentra en las Escrituras, y un deseo de hablarles a otros acerca de Cristo.
Las personas pueden decir algo así: «No sé exactamente qué ha ocurrido, pero antes de este momento yo no confiaba en Cristo en cuanto a mi salvación. Todavía cuestionaba las cosas y tenía preguntas en mi mente. Pero después de ese momento me di cuenta de que confiaba en Cristo y que él era mi Señor.
Algo ha sucedido en mi corazón»: No obstante, aun en estos casos no estamos del todo seguros de lo que exactamente ha ocurrido. Es como Jesús dijo acerca del viento: escuchamos su sonido y vemos los resultados, pero en realidad no podemos ver el viento en sí. Así sucede con la obra del Espíritu Santo en nuestro corazón.

C. EN ESTE SENTIDO DE «REGENERACIÓN», ÉSTA TIENE LUGAR ANTES DE LA FE SALVADORA

Usando los versículos que hemos citado arriba, hemos definido la regeneración como el acto de Dios que despierta vida espiritual dentro de nosotros, y nos lleva de la muerte espiritual a la vida espiritual. En base de esta definición es natural entender que la regeneración viene antes de la fe salvadora.
Es en realidad esta obra de Dios la que nos capacita para responder a Dios en fe. Sin embargo, cuando decimos que viene «antes» que la fe salvadora, es importante recordar que generalmente vienen tan cerca una de la otra que por lo común las vemos como que están sucediendo al mismo tiempo. En el momento que Dios nos dirige su llamamiento eficaz del evangelio, nos regenera y nosotros respondemos en fe y arrepentimiento a ese llamamiento.
De manera que desde nuestra perspectiva resulta dificil decir que haya alguna diferencia en cuanto al tiempo, especialmente porque la regeneración es una obra espiritual que nosotros no podemos percibir con nuestros ojos y tampoco entender con nuestras mentes.
Con todo, hay varios pasajes que nos dicen que esta obra de Dios secreta y oculta en nuestro espíritu viene en realidad antes de que nosotros respondamos a Dios en fe salvadora (aunque con frecuencia puede venir solo unos segundos después de que nosotros respondemos). Cuando hablaba acerca de la regeneración con Nicodemo, Jesús dijo: «Quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» Gn 3: 5).
Ahora bien, nosotros entramos en el reino de Dios cuando nos hacemos cristianos en la conversión. Pero Jesús dice que tenemos que «nacer del Espíritu» antes de que podamos hacer eso? Nuestra incapacidad para acudir a Cristo por nosotros mismos, sin la obra inicial de Dios dentro de nosotros, queda también enfatizada cuando Jesús dice: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió» Jn 6: 44), y «Por eso les dije que nadie puede venir a mí, a menos que se lo haya concedido el Padre» Jn 6: 65).
NOTA: C. S. Lewis cuenta la experiencia de su propia conversión: "Sé muy bien cuándo, pero apenas cómo, tuvo lugar el último paso. Iba manejando hacia Whipsnade una mañana soleada. Cuando me puse en marcha yo no creía que Jesucristo era el Hijo de Dios, y cuando llegamos al Zoológico yo lo creía.
No obstante, no me había pasado el camino pensando. Tampoco en gran emoción» (Surprised by oy [Nueva York: Harcourt, Brace and World, 1955], p.237).
Esta acción interna de regeneración queda bellamente descrita cuando Lucas dice de Lidia: «Mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo« (Hch 16: 14).
Primero el Señor abrió su corazón, luego ella estuvo en condiciones de prestar atención a la predicación de Pablo y responder en fe.
Por el contrario, Pablo nos dice: «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente» (1ª Co 2: 14). También dice acerca de las personas alejadas de Cristo: «No hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios» (Ro 3: 11).
La solución para esta muerte espiritual e incapacidad para responder solo viene cuando Dios nos da la nueva vida interior: «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados» (Ef. 2:4-5).
Pablo también dice: «Antes de recibir esa circuncisión, ustedes estaban muertos en sus pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonamos todos los pecados» (Col 2: 13).
NOTA: Cuando Jesús habla aquí acerca de «nacer de agua», la interpretación más probable es que se está refiriendo a la purificación espiritual del pecado, que Ezequiel profetizó cuando dijo: «Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados.
Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne» (Ez 36: 25-26). Aquí el agua simboliza limpieza espiritual del pecado. así como el nuevo corazón y espíritu hablan de la nueva vida espiritual que Dios nos dará.
Ezequiel está profetizando que Dios nos dará una purificación interna de la contaminación del pecado en el corazón al mismo tiempo que despierta la nueva vida espiritual dentro de las personas.
El hecho de que estas dos ideas están relacionadas tan estrechamente en esta bien conocida profecía de Ezequiel, y el hecho de que Jesús da por supuesto que Nicodemo debe entender esta verdad (Eres tú maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas?) (Jn 3: 10), junto con el hecho de que a lo largo de la conversación Jesús está hablando intensamente acerca de preocupaciones espirituales, todo sugiere que esta es probablemente la comprensión correcta de este pasaje.
Otra sugerencia ha sido que «nacer de agua» se refiere al nacimiento físico y al «agua» (o liquido amniótico) que lo acompaña, pero es difícil pensar que a Jesús le fuera necesario especificar que uno tiene que haber nacido de esa manera cuando él está hablando de nacimiento espiritual, y es cuestionable que los Judíos del primer siglo hubieran entendido la frase de esa manera.
Otra interpretación es que Jesús se está refiriendo aquí al agua del bautismo, pero el bautismo no aparece aquí para nada o ninguna otra ceremonia similar (y hubiera sido un poco anacrónico que Jesús hablara del bautismo cristiano en este momento, puesto que eso no empezó hasta Pentecostés); además, esto hubiera significado hacer que Jesús hablara del acto físico del bautismo como necesario para la salvación, algo que estaría contradiciendo el énfasis del Nuevo Testamento de la salvación solo por fe como necesario para la salvación, y algo que, si fuera cierto, esperaríamos encontrarlo enseñado de una forma más explícita en otros pasajes del Nuevo Testamento que tratan claramente con el bautismo.
A1gunas versiones de la Biblia traducen Col 2:13 con una cláusula de relativo: «y ustedes, que estaban muertos en pecados y en la circuncisión de la carne, Dios les dio vida en unión con Cristo», pero el texto griego no tiene pronombre de relativo (hous), que Pablo podía haber usado con facilidad, sino que tiene una frase de participio con el presente de participio ontas, «ser», dando un matiz de actividad continua que ocurre al mismo tiempo que la acción del verbo principal (dar vida) tiene lugar.
De modo que la NVI expresa el sentido apropiado: En el tiempo cuando estábamos en un estado continuo de muerte en nuestros pecados, Dios no dio vida. No importa si traducimos el participio como causativo, o expresando una circunstancia que acompaña, o con cualquier otro sentido posible de participio, el matiz temporal del tiempo simultáneo con el verbo principal estaría también presente. No obstante, al traducirlo la NVI como un participio temporal explícito (estaban muertos en sus pecados) parece que ofrece la mejor traducción del sentido de ese versículo.
La idea de que la regeneración viene antes de la fe salvadora no es algo que los evangélicos de hoy siempre entienden. A veces las personas llegan incluso a decir algo como: «Si usted cree en Cristo como su Salvador, entonces (después que usted cree) nace de nuevo». Pero las Escrituras mismas nunca dicen eso. Las Escrituras ven el nuevo nacimiento como algo que Dios hace dentro de nosotros con el fin de capacitamos para creer.
La razón por la que los evangélicos piensan con frecuencia que la regeneración viene después de la fe salvadora es que ven los resultados (amor por Dios y por su Palabra, y apartarse del pecado) después que las personas llegan a la fe, y piensan que la regeneración debe, por tanto, venir después de la fe salvadora. No obstante, aquí debemos decidir en base de lo que las Escrituras nos dicen, porque la regeneración misma no es algo que nosotros veamos o sepamos de ella directamente: «El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu» (Jn 3: 8).
Debido a que los cristianos tienden con frecuencia a enfocarse en los resultados de la regeneración, más bien que en la misma acción espiritual oculta de Dios, algunas declaraciones de fe evangélicas han contenido redacciones que sugieren que la regeneración viene después de la fe salvadora. Por ejemplo, la declaración de fe de la Iglesia Evangélica Libre de los Estados Unidos (la cual ha sido adoptada por algunas otras organizaciones evangélicas) dice:
Creemos Que La Iglesia Verdadera Está Compuesta De Todas Aquellas Personas Que Por Medio De La Fe Salvadora En Cristo Jesús Han Sido Regenerados Por El Espíritu Santo Y Están Unidos Juntos En El Cuerpo De Cristo Del Cual Él Es La Cabeza.
Aquí la palabra «regeneración» se refiere aparentemente a la evidencia externa de la regeneración que se ve en una vida cambiada, evidencia que ciertamente viene después de la fe salvadora. De manera que «nacer de nuevo» no se ve en términos de la recepción inicial de una vida nueva, sino en términos del cambio total de la vida que resulta de ello. Si el término «regeneración se entiende de esa forma, sería cierto que la regeneración viene después de la fe salvadora.
Sin embargo, si es que vamos a usar un lenguaje que se conforme al máximo con la redacción real de las Escrituras, sería mejor limitar el sentido de la palabra «regeneración» a la obra inicial e instantánea de Dios en la que él nos imparte la vida espiritual. Entonces podemos enfatizar que nosotros no vemos la regeneración en sí, sino solo los resultados de ella en nuestra vida, y que la fe en Cristo para la salvación es el primer resultado que vemos.
De hecho, nunca podemos saber que hemos sido regenerados hasta que vamos en fe a Cristo, porque esa es una evidencia exterior de esa obra interior y oculta de Dios en nosotros. Una vez que acudimos a Cristo con fe salvadora, sabemos que hemos nacido de nuevo.
Con propósito de aplicación, debiéramos comprender que la explicación del mensaje del evangelio en las Escrituras no toma la forma de un mandamiento:
«Nace de nuevo y serás salvo», sino más bien, «cree en el Señor Jesucristo y serás salvo». Esto es el modelo coherente en la predicación del evangelio que encontramos en el libro de Hechos, y también en la descripción del evangelio que aparece en las epístolas.

D. LA REGENERACIÓN GENUINA DEBE TRAER RESULTADOS EN LA VIDA

En una sección anterior vimos un bello ejemplo del primer resultado de la regeneración en la vida de una persona cuando Pablo le comunicó el mensaje del evangelio a Lidia y, «mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo» (Hch 16: 14; Jn 6: 44, 65; 1ª P 1:3). Del mismo modo, Juan dice: «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios» (1ª Jn 5: 1).
Pero hay también otros resultados de la regeneración, muchos de los cuales aparecen especificados en la primera epístola de Juan. Por ejemplo, Juan dice: «Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios» (1ª Jun. 3: 9). Juan nos está explicando aquí que una persona que ha nacido de nuevo tiene una «semilla» espiritual (ese poder que genera vida y la hace crecer) dentro de ella, y que eso lleva a la persona a vivir una vida libre de continuar pecando.
Eso no significa, por supuesto, que el creyente va a tener una vida perfecta, sino solo que su estilo de vida no va a ser el de estar viviendo continuamente en el pecado. Cuando se les pregunta a las personas que caractericen la vida de una persona regenerada, el adjetivo que viene a la mente no debiera ser el de «pecador», sino más bien el de «obediente a Cristo» u «obediente a las Escrituras».
Debiéramos notar que Juan dice esto es cierto de todo el que es nacido de nuevo: «Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado». Otra manera de verlo es diciendo que «todo el que practica la justicia ha nacido de él» (1 Jn 2: 29).
Un amor genuino como el de Cristo dará un resultado específico en la vida: «El amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y 10 conoce» (1ª Jn 4: 7). Otro efecto del nuevo nacimiento es que el creyente vence al mundo: «En esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos. Y éstos no son difíciles de cumplir, porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo» (1ª Jn 5: 3-4).
Juan nos explica aquí que la regeneración nos da la capacidad de vencer las presiones y tentaciones del mundo que de otra manera nos van a impedir obedecer los mandamientos de Dios y seguir sus pisadas. Juan dice que podemos vencer estas presiones y que los mandamientos de Dios no «son difíciles de cumplir», sino que, él implica, será más bien una experiencia gozosa. Sigue explicando que el proceso mediante el cual obtenemos la victoria sobre el mundo en continuar en la fe: «Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe» (1 Jn 5:4).
NOTA: Es cierto que Jesús le dijo a Timoteo que necesitaba nacer de nuevo (Jn 3: 7: «No te sorprendas de que te haya dicho: "Tienes que nacer de nuevo"), pero esto no es un mandamiento para que Nicodemo haga algo que nadie puede hacer (esto es, darse a si mismo nueva vida espiritual). Es una oración de indicativo, no de imperativo.
Es la declaración de un hecho designado para indicarle a Nicodemo que tiene una necesidad espiritual y que carece de la capacidad por sí mismo para entrar en el reino de Dios. Un poco después, cuando Jesús empieza a hablar de la respuesta que se esperaba de Nicodemo, Él habla acerca de la respuesta personal de fe que es lo que se necesita: «Así también tiene que ser levantado el Hijo de Dios, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (Jun. 3:14-15).
El participio perfecto que se traduce aquí como «ha nacido» podría ser traducido de forma más explícita como «ha nacido y continúa en la nueva vida que es el resultado de ese suceso».
Por último, Juan nos indica que otro resultado de la regeneración es que nos protege de Satanás mismo: «Sabemos que el que ha nacido de Dios no está en pecado: Jesucristo, que nació de Dios, lo protege, y el maligno no llega a tocarlo» (1 Jn 5: 18). Aunque pueden venir ataques de Satanás, Juan les asegura a sus lectores que «el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo» (1ª Jn 4: 4), que el poder superior del Espíritu Santo dentro de nosotros nos mantendrá a salvo del daño espiritual que el maligno se proponga hacemos.
Debemos damos cuenta que Juan enfatiza que estos son resultados necesarios en la vida de quienes han nacido de nuevo. Si hay una regeneración genuina en la vida de una persona creyente, creerá que Jesús es el Cristo y se abstendrá de una vida de continuación en el pecado, y amará a su hermano, vencerá las tentaciones del mundo y será conservado a salvo de daño espiritual definitivo del maligno. Estos pasajes muestran que es imposible que una persona sea regenerada y no esté verdaderamente convertida.
Otros resultados de la regeneración los encontramos mencionados cuando Pablo habla del <fruto del Espíritu», que es el resultado que viene a la vida cuando el poder del Espíritu Santo está presente y obrando dentro de cada creyente. «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio» (Gá 5: 22-23). Si hay una verdadera regeneración, estos elementos del fruto del Espíritu serán cada vez más evidentes en la vida de la persona.
Por el contrario, los que son incrédulos, incluyendo a los que dicen ser creyentes, pero no lo son, carecerán claramente de estos rasgos de carácter en sus vidas. Jesús les dijo a sus discípulos:
Cuídense De Los Falsos Profetas. Vienen A Ustedes Disfrazados De Ovejas, Pero Por Dentro Son Lobos Feroces. Por Sus Frutos Los Conocerán. ¿Acaso Se Recogen Uvas De Los Espinos, O Higos De Los Cardos? Del Mismo Modo, Todo Árbol Bueno Da Fruto Bueno, Pero El Árbol Malo Da Fruto Malo. Un Árbol Bueno No Puede Dar Fruto Malo, Y Un Árbol Malo No Puede Dar Fruto Bueno. Todo Árbol Que No Da Buen Fruto Se Corta Y Se Arroja Al Fuego. Así Que Por Sus Frutos Los Conocerán. (Mt 7: 15-20)
Ni Jesús ni Pablo ni Juan señalan que la actividad de la iglesia o los milagros sean evidencias de regeneración. Más bien señalan a los rasgos de carácter en la vida. De hecho, inmediatamente después de los versículos citados arriba Jesús advierte que en el día del juicio muchos le dirán: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?»
Entonces les diría claramente: (jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad) (Mt 7: 22-23). La profecía, el exorcismo, muchos milagros y señales extraordinarias en el nombre de Jesús (para no mencionar otras muchas clases de intensa actividad de iglesia en el poder y habilidad de la carne a lo largo quizá de varias décadas de vida personal) no proporcionan evidencia convincente de que una persona haya de veras nacido de nuevo. Al parecer todo esto se puede producir en el hombre natural mediante sus propias fuerzas, o incluso con la ayuda del maligno.
Pero el amor genuino por Dios y por su pueblo, la obediencia sincera a sus mandamientos, y los rasgos de carácter semejantes a los de Cristo que Pablo llama el fruto del Espíritu, demostrado coherentemente a lo largo de la vida de la persona, no pueden producirlos Satanás ni ningún hombre o mujer natural por sus propias fuerzas. Eso solo viene mediante la obra del Espíritu Santo dentro de la persona y la nueva vida que le da.
NOTA: Puesto que indicamos arriba que una persona es primero regenerada, y luego a continuación viene a la fe salvadora, habrá un tiempo breve en el cual alguien es regenerado y los resultados (fe, amor, etc.) no se ven todavía.
Pero Juan está diciendo que los resultados seguirán; son inevitables una vez que la persona ha nacido de nuevo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Ha nacido usted de nuevo? ¿Hay evidencias del nuevo nacimiento en su vida? ¿Recuerda usted un momento específico cuando la regeneración ocurrió en su vida? ¿Puede usted describir cómo supo usted que algo había ocurrido?
2. Si usted (o el amigo que le acompaña) no está seguro de haber nacido de nuevo, ¿qué es lo que la Biblia le anima a hacer a fin de obtener una mayor seguridad (o verdaderamente nacer de nuevo por primera vez)? (Nota: Encontrará un estudio más completo sobre el arrepentimiento y la fe salvadora en el capítulo siguiente.)
3. ¿Había pensando usted antes que la regeneración antecede a la fe salvadora? ¿Está convencido ahora de ello o hay todavía algunas preguntas en su mente?
4. ¿Qué piensa usted acerca del hecho que su regeneración fue totalmente la obra de Dios, y que usted no contribuyó para nada a que sucediera? ¿Cómo le hace eso sentirse en cuanto a usted mismo? ¿Cómo le hace sentirse en cuanto a Dios? Por analogía, ¿cómo se siente acerca del hecho de que cuando usted nació usted no tuvo ni parte ni arte en la decisión?
5. ¿Hay facetas de su vida donde los resultados de la regeneración no se ven con claridad? ¿Piensa usted que es posible que un creyente sea regenerado y luego se estanque espiritualmente de forma que muestra muy poco crecimiento? ¿Qué circunstancias puede vivir una persona que le llevarían al estancamiento y falta de crecimiento (si eso es posible) aun incluso si la persona de verdad nació de nuevo? ¿Hasta qué punto la clase de iglesia a la que asiste, la enseñanza que recibe, el compañerismo cristiano que tiene, y la regularidad de su propia vida de lectura de la Biblia y oración afectan la vida y el crecimiento del creyente?
6. Si la regeneración es por completo la obra de Dios y el ser humano no puede hacer nada para que se produzca, ¿de qué sirve la predicación del evangelio? ¿Es de alguna manera absurdo o aun cruel predicar el evangelio y pedir a una persona que responda cuando sabemos que no puede responder porque está espiritualmente muerta? ¿Cómo resuelve usted esta cuestión?
TÉRMINOS ESPECIALES
Gracia irresistible, nacido de nuevo, nacido del agua, nacido del Espíritu, regeneración
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Juan 3: 3-8 Yo Te Aseguro Que Quien No Nazca De Agua Y Del Espíritu, No Puede Entrar En El Reino De Dios Respondió Jesús. Lo Que Nace Del Cuerpo Es Cuerpo; Lo Que Nace Del Espíritu Es Espíritu. No Te Sorprendas De Que Te Haya Dicho: «Tienen Que Nacer De Nuevo» El Viento Sopla Por Donde Quiere, Y Lo Oyes Silbar, Aunque Ignoras De Dónde Viene Y A Dónde Va. Lo Mismo Pasa Con Todo El Que Nace Del Espíritu.

CAPÍTULO 5

LA CONVERSIÓN (FE Y ARREPENTIMIENTO)

¿QUÉ ES EL VERDADERO ARREPENTIMIENTO? ¿QUÉ ES FE SALVADORA? ¿PUEDEN LAS PERSONAS ACEPTAR A JESÚS COMO SALVADOR Y NO COMO SEÑOR?
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
Los últimos dos capítulos han explicado cómo Dios mismo (por medio de la predicación de la Palabra) nos extiende el llamamiento del evangelio, y mediante la obra del Espíritu Santo nos regenera impartiendo nueva vida espiritual dentro de nosotros.
En este capítulo vamos a examinar nuestra respuesta al llamamiento del evangelio. Podemos definir la conversión de la siguiente manera: La conversión es nuestra respuesta voluntaria al llamamiento del evangelio, mediante la cual nos arrepentimos sinceramente de nuestros pecados y ponemos nuestra confianza en Cristo para salvación.
La palabra conversión significa «volverse», y aquí denota volverse espiritualmente, volverse del pecado a Cristo. Podemos examinar cada uno de estos elementos de la conversión, y en cierto sentido no importa cuál de ellos estudiamos primero, porque ninguno de ellos puede suceder sin el otro, y tienen que suceder juntos cuando tiene lugar la verdadera conversión. Conforme al propósito de este capítulo, examinaremos primero la fe y luego el arrepentimiento.

A. LA FE SALVADORA VERDADERA INCLUYE CONOCIMIENTO, APROBACIÓN Y CONFIANZA PERSONAL

1. EL CONOCIMIENTO SOLO NO ES SUFICIENTE.
La fe salvadora personal, en la forma en que las Escrituras lo entienden, involucra más que el simple conocimiento. Por supuesto, es necesario que tengamos cierto conocimiento de quién es Cristo y de lo que él ha hecho, porque «¿cómo creerán en aquel de quien no han oído?» (Ro 10: 14).
Pero el conocimiento acerca de los hechos de la vida, muerte y resurrección de Cristo por nosotros no es suficiente, porque las personas pueden conocer los hechos, pero rebelarse en contra de ellos o no gustarles.
Por Ejemplo, Pablo Nos Dice Que Muchas Personas Conocen Las Leyes De Dios, Pero No Las Quieren: «Saben Bien Que, Según El Justo Decreto De Dios, Quienes Practican Tales Cosas Merecen La Muerte; Sin Embargo, No Sólo Siguen Practicándolas Sino Que Incluso Aprueban A Quienes Las Practican» (Ro 1: 32).
Incluso los demonios saben quién es Dios y conocen los hechos acerca de la vida de Jesús y de su obra salvadora, porque Santiago dice: «¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen y tiemblan» (Stg 2: 19). Pero ciertamente ese conocimiento no quiere decir que los demonios se vayan a salvar.
2. EL CONOCIMIENTO Y LA APROBACIÓN NO SON SUFICIENTES.
Además, conocer simplemente los hechos y aprobarlos o estar de acuerdo en que son verdaderos no es suficiente.
Nicodemo sabía que Jesús había venido de Dios, porque él dijo: «Rabí, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él» (Jn 3: 2).
Nicodemo había evaluado la situación, incluyendo las enseñanzas de Jesús y sus extraordinarios milagros, y había sacado una conclusión correcta de esos hechos: Jesús era un maestro que había venido de Dios. Pero eso solo no significaba que Nicodemo tuviera una fe salvadora, porque todavía tenía que poner su confianza en Cristo como salvador; todavía tenía que «creer en él». El rey Agripa nos es otro ejemplo de conocimiento y aprobación sin tener fe salvadora.
Pablo se dio cuenta de que Agripa conocía y que al parecer veía con aprobación las Escrituras judías (lo que hoy conocemos como el Antiguo Testamento). Cuando Pablo estaba compareciendo en juicio delante de él, le dijo a Agripa: «Rey Agripa, ¿cree usted en los profetas? A mí me consta que sí!» (Hch 26: 27). Pero no tenía fe salvadora, porque le respondió a Pablo: «Un poco más y me convences a hacerme cristiano» (Hch 26: 28).
3. YO DEBO DECIDIR Y DEPENDER DE JESÚS PARA SALVARME PERSONALMENTE.
Además del conocimiento de los hechos del evangelio y de la aprobación de esos hechos, a fin de ser salvo, yo debo decidir depender de Jesús para salvarme. Al hacerlo paso de ser un observador interesado de los hechos de la salvación y de las enseñanzas de la Biblia a ser alguien que entra en una nueva relación con Cristo Jesús como una persona viviente.
Podemos, por tanto, definir, la gracia salvadora de la siguiente manera: La fe salvadora es confianza en Cristo Jesús como una persona viviente para el perdón de los pecados y la vida eterna con Dios.
Esta definición hace hincapié en que la fe salvadora no es solo una creencia en ciertos datos, sino la confianza personal en Jesús como salvador. Como explicaremos en los capítulos siguientes, la salvación es mucho más que solo el perdón de los pecados y la vida eterna, pero cuando alguien inicialmente acude a Cristo rara vez se da cuenta de la amplitud de las bendiciones de salvación que vienen.
Además, podríamos resumir correctamente las dos preocupaciones principales de la persona que confía en Cristo como el «perdón de los pecados» y la «vida eterna con Dios».
Por supuesto, la vida eterna con Dios incluye asuntos como la declaración de justicia delante de Dios (parte de la justificación, como se explica en el capítulo siguiente), la adopción, la santificación y la glorificación, pero estas cosas pueden ser entendidas en detalle más tarde. Lo que más le preocupa a un incrédulo que acude a Cristo es el hecho de que el pecado le ha separado de la comunión con Dios para la que fuimos creados. El incrédulo acude a Cristo buscando que el pecado y la culpa sean eliminados y entre en una relación genuina con Dios que perdure para siempre.
La definición recalca la confianza personal en Cristo, no solo creer los hechos acerca de Cristo. Debido a que la fe salvadora en las Escrituras involucra esta confianza personal, la palabra «confianza» es un término mejor para usarlo en la cultura contemporánea que la palabra «fe» o «creencia».
La razón es que nosotros podemos «creer» que algo es verdad sin que haya un compromiso personal o dependencia involucrado en ello. Yo puedo creer que Canberra es la capital de Australia, o 7 que multiplicado por 6 da 42, pero sin que haya un compromiso personal o dependencia de nadie por el solo hecho de creerlo.
La palabra fe, por otro lado, se usa en ocasiones hoy para referirse a un compromiso casi irracional a algo a pesar de la fuerte evidencia que existe en contra, una clase de decisión irracional a creer algo que estamos bastante seguros que no es verdad. (Si su equipo de futbol favorito sigue perdiendo partidos, alguien puede intentar animarlo a usted a «tener fe» a pesar de que todos los hechos apuntan en la dirección opuesta). En estos dos sentidos populares, las palabras «creer» y «fe» tienen un sentido contrario al sentido bíblico.
La palabra confianza está más cerca del concepto bíblico, puesto que estamos familiarizados con confiar en personas cada día. Mientras más llegamos a conocer a una persona, y más vemos en esa persona un estilo de vida que justifica confianza, más nos sentimos animados a poner nuestra confianza en que esa persona cumplirá lo que promete, o actuará en formas en las que podamos confiar.
El sentido pleno de la confianza personal lo encontramos en varios pasajes de las Escrituras en los cuales la fe salvadora inicial se expresa en términos muy personales, usando con frecuencia analogías sacadas de las relaciones personales. Juan dice: «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios» Gn 1: 12).
Juan habla de recibir a Cristo de la misma manera que recibimos a un invitado en nuestro hogar. Juan 3: 16 dice: «o para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna». Juan usa aquí una frase sorprendente cuando no simplemente dice: «todo el que le cree» (esto es, creer que lo que dice es verdad y es digno de confianza), sino que más bien dice, «todo el que cree en él». La frase griega pisteuo eis auton podría traducirse como «creer dentro de él» con el sentido de confianza que va dentro y descansa en Jesús como persona. León Morris puede decir:
«La fe, para Juan, es una actividad que saca a los hombres de sí mismos y hace de ellos uno con Cristo». Entiende la frase griega pisteuo eis como una indicación significativa de que la fe del Nuevo Testamento no es solo un asentimiento intelectual sino que incluye un «elemento moral de confianza personal»: Una expresión así era rara o quizá inexistente en el mundo secular griego fuera del Nuevo Testamento, pero era muy apropiada para expresar la confianza personal en Cristo que está involucrada en la fe salvadora.
NOTA: Por supuesto, las palabras creencia, creer y fe aparecen con frecuencia en la Biblia, y no debemos abandonar por completo su uso en un sentido bíblico apropiado solo porque nuestra cultura les da a veces un sentido incorrecto.
Lo que quiero decir es solo que cuando le expliquemos el evangelio a un incrédulo, la palabra confiar parece que transmite hoy mejor el sentido bíblico.
(Cambridge: Cambridge University Press, 1953), pp. 179-86, Y note que Dodd no encuentra paralelismo en el griego secular para usar pisteuo seguido de la preposición eis, para referirse a confiar en una persona. La expresión es más bien la traducción literal de la expresión «creer en» del hebreo del Antiguo Testamento.
Jesús habla de «ir a él» en varios lugares. Él dice: «Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no le rechazo» Jn 6: 37).
También dice: «Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba» Jn 7: 37). De un modo semejante, dice: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana» (Mt 11: 28-30).
En estos pasajes tenemos la idea de ir a Cristo en busca de aceptación, agua de vida para beber, y descanso e instrucción. Todo esto nos facilita una imagen intensamente personal de lo que encierra la fe salvadora.
El autor de Hebreos nos pide que recordemos que Jesús está vivo en el cielo y listo para recibirnos: «Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (He 7:25). Jesús aparece aquí (como muchas veces en el Nuevo Testamento) como alguien que está ahora vivo en el cielo, siempre capaz de ayudar a los que acuden a él.
El teólogo reformado J. 1. Packer cita los siguientes párrafos del escrito puritano Británico John Owen que describen la invitación de Cristo a que respondamos en fe personal.
Esto es algo de la palabra que él os habla a vosotros: ¿Por qué morir? ¿Por qué perecer? ¿Por qué no tienes compasión de tu propia alma? ¿Podrá tu corazón aguantar, o podrán tus manos ser fuertes, en el día de la ira que se acerca?
Ven A Mí Y Sé Salvo; Ven A Mí Y Te Aliviaré De Todos Tus Pecados, Tristezas, Temores, Cargas Y Daré Descanso A Tu Alma. Ven, Te Suplico, Deja Toda La Indecisión, Toda La Demora; No Lo Dejes Más Para Otro Día; La Eternidad Está A Tu Puerta. No Me Odies Hasta El Punto De Que Quieras Perecer Antes Que Aceptar Mi Liberación.
Estas Cosas Y Otras Semejantes Son Las Que El Señor Jesucristo Declara Continuamente, Proclama, Ruega E Insta A Las Almas De Los Pecadores. Lo Hace Mediante La Predicación De La Palabra, Como Si Estuviera Presente Contigo, Como Si Estuviera Entre Nosotros, Y Habla Personalmente A Cada Uno.
Él Ha Nombrado A Los Ministros Del Evangelio Para Que Aparezcan Delante De Ti Y Se Relacionen Contigo En Su Nombre, Y Te Extiendan La Invitación Que Ellos Dan En Su Nombre. (2ª Co 5: 19-20)'
Con este concepto de la fe verdadera del Nuevo Testamento en mente, podemos ahora apreciar que cuando una persona acude a Cristo confiando en él, los tres elementos deben estar presentes. Debe haber algo de conocimiento básico o entendimiento de las verdades del evangelio. Debe haber también aprobación de esas verdades, o estar de acuerdo con ellas.
Ese acuerdo incluye la convicción de que lo que dice el evangelio es verdadero, especialmente el hecho de que soy un pecador en necesidad de salvación y que Cristo es el único que ha pagado el castigo por mi pecado y me ofrece salvación. También incluye la conciencia de que necesito confiar en Cristo para la salvación y que él es el único camino a Dios y el único medio provisto para mi salvación.
Esta aprobación de las verdades del evangelio involucrará también el deseo de ser salvo por medio de Cristo. Pero todo esto todavía no llega a la fe salvadora. Eso viene solo cuando uno toma la decisión por voluntad propia de depender de Cristo y poner su confianza en él como Salvador. Esta decisión personal de poner la confianza en Cristo es algo que uno hace con el corazón, la facultad central de todo el ser que hace los compromisos de uno como persona.
4. LA FE DEBIERA AUMENTAR A MEDIDA QUE AUMENTA NUESTRO CONOCIMIENTO.
Contrario al actual concepto secular de la «fe», la fe verdadera del Nuevo Testamento no es algo que se hace más fuerte mediante la ignorancia ni por creer en contra de la evidencia.
Más Bien, La Fe Salvadora Es Coherente Con El Conocimiento Y Con El Verdadero Entendimiento De Los Hechos. Pablo Dice: «Así Que La Fe Viene Como Resultado De Oír El Mensaje, Y El Mensaje Que Se Oye Es La Palabra De Cristo» (Ro 10: 17).
Cuando las personas cuentan con verdadera información acerca de Cristo, están en mejores condiciones de poner su confianza en él. Además, cuanto más sabemos acerca de él y acerca del carácter de Dios que encontramos revelado en Cristo, tanto más somos capaces de poner nuestra confianza en él. De modo que la fe no se debilita con el conocimiento, sino que debe aumentar con el verdadero conocimiento.
En el caso de la fe salvadora en Cristo, nuestro conocimiento de él viene por creer en un testimonio confiable sobre él. Aquí, el testimonio confiable que creemos son las palabras de las Escrituras. Puesto que están formadas con las mismas palabras de Dios, son completamente confiables, y obtenemos un verdadero conocimiento de Cristo por medio de ellas.
Por esto es por lo que «la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo» (Ro 10:17). En nuestra vida diaria llegamos a creer muchas cosas cuando oímos el testimonio de una persona confiable o digna de confianza. Esta clase de decisión está aun más justificada aquí, cuando las palabras de Dios nos dan ese testimonio y nosotros lo creemos.

B. LA FE Y EL ARREPENTIMIENTO DEBEN APARECER JUNTOS

Podemos definir el arrepentimiento de la siguiente manera: El arrepentimiento es una tristeza sentida de corazón por causa del pecado, una renuncia al pecado, y un propósito sincero de olvidarlo y caminar en obediencia a Cristo.
Esta definición indica que el arrepentimiento es algo que sucede en un momento específico en el tiempo, y no es equivalente a una demostración de cambio en el estilo de vida de la persona, El arrepentimiento, lo mismo que la fe, es un entendimiento intelectual (que el pecado es malo), una aprobación emocional de las enseñanzas de las Escrituras en cuanto al pecado (una tristeza por el pecado y un aborrecimiento del pecado), y una decisión personal de alejarse de él (una renuncia al pecado y la decisión de que se olvidará de ello y que en su lugar llevará una vida de obediencia a Cristo).
No podemos decir que uno tiene que vivir ese cambio de vida por un tiempo antes de que el arrepentimiento pueda ser genuino porque de lo contrario el arrepentimiento se convertiría en una clase de obediencia que podríamos cultivar para merecer la salvación por nosotros mismos.
Por supuesto, el arrepentimiento genuino resultará en una vida cambiada. Una persona de verdad arrepentida empezará de una vez a vivir una vida cambiada, y nosotros podemos llamar ese cambio de vida el fruto del arrepentimiento. Pero no debiéramos nunca tratar de requerir que haya un período de tiempo en el cual una persona vive una vida cambiada antes de que podamos asegurarle el perdón. El arrepentimiento es algo que ocurre en el corazón e involucra a toda la persona en una decisión de alejarse del pecado.
Es importante darse cuenta que la simple tristeza por nuestras acciones, o aun el remordimiento profundo por nuestras acciones, no constituye un arrepentimiento genuino a menos que vaya acompañado por una decisión sincera de olvidarse del pecado que se ha estado cometiendo contra Dios.
Pablo nos dice: «A judíos y a griegos les he instado a convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesús» (Hch 20:21). Dice que se regocijaba por la experiencia de los corintios « no porque se hayan entristecido sino porque su tristeza los llevó al arrepentimiento.
La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte» (2ª Co 7: 9-10). Una tristeza mundana puede involucrar gran dolor por las acciones cometidas y probablemente también temor por el castigo, pero no una renuncia genuina por el pecado ni un propósito firme de olvidarse de él en la vida.
Hebreos 12: 17 dice que Esaú lloró a consecuencia de sus acciones, pero no se arrepintió de verdad de lo hecho. Además, como indica 2ª Corintios 7: 9-10, aun la tristeza verdadera es solo un factor que lleva al arrepentimiento genuino, pero esa tristeza no es en sí misma una decisión sincera del corazón en la presencia de Dios que habla de un arrepentimiento genuino.
Las Escrituras ponen el arrepentimiento y la fe juntos como aspectos diferentes del acto de acudir a Cristo en busca de salvación. No es que una persona primero se vuelve del pecado y a continuación confía en Cristo, ni que primero confía en Cristo y luego se aleja del pecado, sino que ambas cosas suceden al mismo tiempo.
Cuando acudimos a Cristo en busca de salvación de nuestros pecados, simultáneamente nos estamos alejando de esos pecados de los cuales le estamos pidiendo a Cristo que nos salve. Si no es así, el acudir a Cristo en busca de salvación de nuestros pecados es improbable que seamos sinceros al acudir a él o confiar en Él.
El hecho de que el arrepentimiento y la fe son dos lados diferentes de la misma moneda, o dos aspectos diferentes del mismo suceso de la conversión,  la persona que genuinamente acude a Cristo en busca de salvación debe al mismo tiempo soltarse del pecado al cual ha estado aferrándose y alejarse de ese pecado a fin de acercarse a Cristo. De modo que ni el arrepentimiento ni la fe vienen primero; tienen que aparecer juntos. John Murray habla de la «fe penitente» y del «arrepentimiento creyente»:
Por tanto, es claramente contrario a la evidencia del Nuevo Testamento hablar acerca de la posibilidad de tener verdadera fe salvadora sin haber tenido ningún arrepentimiento del pecado. Es también contrario al Nuevo Testamento hablar de la posibilidad de que alguien acepte a Cristo «como Salvador», pero no «como Señor», si eso simplemente significa depender de él para salvación pero no proponerse alejarse del pecado y ser obediente a Cristo a partir de ese momento.
Algunas voces prominentes dentro del cristianismo evangélico difieren de este punto de vista, y argumentan que una presentación del evangelio que requiere el arrepentimiento y fe es en realidad una predicación de salvación por obras. Argumentan que la perspectiva que defendemos en este capítulo, que el arrepentimiento y la fe deben ir juntas, es un evangelio falso de «salvación de señorío».
Dice que la fe salvadora solo demanda confiar en Cristo como Salvador, y que someterse a él como Señor es un paso opcional que se da después pero que no es necesario para la salvación. Para muchos que enseñan este punto de vista, la fe salvadora solo requiere estar intelectualmente de acuerdo con las verdades del evangelio.'
NOTA: John Murray, Redemption Accomplished and Applied, p. 113.
Lewis Sperry Chafer es aparentemente la fuente de esta perspectiva del evangelio, especialmente en su Systematic Theology, vol. 3, donde dice: «El Nuevo Testamento no impone el arrepentimiento sobre las personas no salvas como una condición para la salvación» (p. 376). Chafer reconoce que hay muchos versículos que invitan a las personas al arrepentimiento, pero él simplemente define el arrepentimiento como un "cambio de mente» que no incluye tristeza por el pecado o alejarse del pecado (pp. 372-375).
De modo que él puede decir: «El arrepentimiento, que es un cambio de mente, está incluido en el creen) (p. 375). Argumenta que (da demanda añadida de que la persona no salva debe dedicarse a sí misma a hacer la voluntad de Dios en su vida diaria, as! como creer en Cristo» es una intromisión confusa en la doctrina de que la salvación depende de creer» (p. 384). Chafer provee una base para la perspectiva de que la persona primero debe aceptar a Cristo como Salvador, y más tarde como Señor, cuando dice que el predicador tiene la obligación de "predicar el señorío de Cristo a los cristianos exclusivamente, y la salvación en Cristo a los que no son salvos» (p. 387). El defensor contemporáneo más conocido de esta perspectiva ha sido Zabe C. Hodges, profesor en el Seminario Teológico de Dalias. Vea su libro The Gospel Under Siege (Dalias: Redención Viva, 1981).
Pero no todos en el Seminario Teológico de Dalias o dentro de la teología dispensacionalista sostienen este punto de vista. Surgió una controversia dentro del movimiento evangélico en los Estados Unidos cuando John MacArthur, que él mismo es un dispensacionalista, publicó su libro El evangelio según Jesucristo (El Paso: CBP, 1991). Este excelente libro (que incluye comentarios entusiastas de parte de].
I. Packery James Montgomery Boice) criticaba fuertemente los puntos de vista de escritores como Chafer y Hodges sobre la evangelización y la naturaleza de la fe salvadora. MacArthur argumenta muy convincentemente que, basado en muchos pasajes del Nuevo Testamento, uno no puede aceptar de verdad a Cristo como Salvador sin aceptarle también como Señor o, en otras palabras, no puede haber verdadera fe salvadora si no hay también genuino arrepentimiento.
Dice también que cualquier otra interpretación presenta un evangelio muy barato que les ofrece a personas no convertidas una falsa seguridad, diciéndoles que están salvos solo porque están de acuerdo con los hechos del evangelio o hacen una oración, pero no se han arrepentido de verdad y hay cambio real en su vida.
MacArthur argumenta que ese tipo de evangelización tan poco bíblico nunca ha sido la enseñanza de la iglesia a lo largo de la historia, y que ese evangelio tan debilitado que se escucha tanto hoy ha resultado en toda una generación de cristianos que dicen que creen pero que sus vidas no se diferencian de la cultura que los rodea y que no están salvados para nada.
Hodges respondió rápidamente a MacArthur con otro libro, Absolutely Free! A Biblical Reply to Lordship Salvation (Dalias: Redención Viva, y Grand Rapids: Zondervan, 1989).
Cuando Jesús dice a los pecadores: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso», inmediatamente agrega: «Carguen con mi yugo y aprendan de mí» (Mt 11:28-29). Acudir a él incluye tomar su yugo sobre nosotros, sometemos a su dirección, aprender de él y sede obediente. Si no estamos dispuestos a hacer ese tipo de compromiso, no hemos puesto de verdad nuestra confianza en él.
Cuando las Escrituras hablan de confiar en Dios o en Cristo, frecuentemente relacionan esa confianza con el arrepentimiento genuino. Por ejemplo, Isaías da un testimonio elocuente que es típico del mensaje de muchos de los profetas del Antiguo Testamento:
Busquen Al Señor Mientras Se Deje Encontrar, Llámenlo Mientras Esté Cercano. Que Abandone El Malvado Su Camino, Y El Perverso Sus Pensamientos. Que Se Vuelva Al Señor, A Nuestro Dios, Que Es Generoso Para Perdonar, Y De Él Recibirá Misericordia. (Is 55: 6-7)
Aquí encontramos mencionados tanto el arrepentimiento del pecado como el volverse a Dios para recibir perdón. En el Nuevo Testamento, Pablo resume así su ministerio de proclamación del evangelio: «A judíos y a griegos les he instado a convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesús» (Hch 20: 21). El autor de Hebreos incluye como los dos primeros elementos en una lista de doctrina básica «el arrepentimiento de las obras que conducen a la muerte, la fe en Dios» (He 6:1).
Por supuesto, a veces se menciona solo la fe como lo que es necesario para ir a Cristo en busca de salvación (vea Jn 3: 16; Hch 16: 31; Ro 10: 9; Ef. 2: 8-9, et al.). Estos son pasajes conocidos y hacemos hincapié en ellos a menudo cuando explicamos el evangelio a otras personas.
Pero de lo que no nos damos cuenta con frecuencia es del hecho de que hay otros muchos pasajes donde se menciona solo el arrepentimiento, porque se da por supuesto que el verdadero arrepentimiento involucra también la fe para el perdón de los pecados. Los autores del Nuevo Testamento entendieron tan bien que el arrepentimiento y la fe genuinas tienen que ir juntos  que a menudo mencionan solo el arrepentimiento sabiendo que la fe va también incluida, porque apartarse del pecado en una forma genuina es imposible sin volverse genuinamente a Dios.
NOTA: Como he argumentado en este estudio, para mi es evidente que MarArthur está en lo correcto al mantener que la verdadera fe salvadora en términos del Nuevo Testamento es mucho más que un simple asentimiento intelectual a los hechos; debe incluir acudir sinceramente a Cristo en dependencia personal de Él para la salvación, combinado con un sincero arrepentimiento del pecado. Crea confusión llamar a esta enseñanza «Lordship salvación» (salvación señorío) como si fuera una nueva doctrina, o como si hubiera alguna forma de salvación.
MacArthur está enseñando lo que ha sido la posición histórica del cristianismo ortodoxo en este asunto, como lo demuestra en un apéndice a su libro (pp. 221-27). Esta posición no es salvación por obras, sino sencillamente declara el evangelio de la gracia gratuita, y de la salvación por gracia por medio de la fe en toda su plenitud bíblica. El cambio de vida que resultará de una conversión genuina no nos salva, pero ciertamente será el resultado si nuestra fe es genuina, (así también por sí sola, si no tiene obras, es muerta), (Stg. 2: 17).
Los Sandemanians fueron un pequeño grupo de iglesias evangélicas que enseñaron una interpretación similar a la Zane Hodges en Inglaterra y Estados Unidos desde 1725 hasta que desaparecieron alrededor del 1900; vea R. E. D. Clarl, "Sandemanians», en NIDCC, p. 877.
Por tanto, poco antes de que Jesús ascendiera al cielo, les dijo a sus discípulos: «Esto es lo que está escrito: que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día, y en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones» (Lc 24: 46-47). La fe salvadora está implícita en «el perdón de pecados», aunque no aparece mencionada explícitamente.
La predicación que encontramos recogida en el libro de Hechos muestra esta misma pauta. Después del sermón de Pedro en Pentecostés, los oyentes preguntaron «a Pedro y a los otros apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?" [A lo que Pedro respondió:] "Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados"» (Hch2: 37-38).'
En su segundo sermón Pedro habló a sus oyentes de una forma similar: «Para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor» (Hch 3: 19). Más tarde cuando los apóstoles estaban siendo enjuiciados delante del Sanedrín, Pedro habló de Cristo, diciendo: «Por su poder, Dios lo exaltó como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hch 5: 31).
Y cuando Pablo estaba predicando en el Areópago de Atenas a una asamblea de mósofos griegos, les dijo: «Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan» (Hch 17: 30).
También dice en sus epístolas: «¿No ves que desprecias las riquezas de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, al no reconocer que su bondad quiere llevarte al arrepentimiento?» (Ro 2:4), y habla del «arrepentimiento que lleva a la salvación» (2ª Co 7: 10).
Vemos también que cuando Jesús se entrevista con hombres y mujeres les requiere que se vuelvan de sus pecados antes de seguirle a él. Ya sea que hable con un hombre joven y rico y le pida que deje sus posesiones (Lc 18: 18-30), o que entre a la casa de Zaqueo y le hable de la salvación que había llegado a su casa en aquel día porque Zaqueo había tomado la decisión de dar la mitad de sus bienes a los pobres y devolver todo lo que había robado (Lc 19: 1-10), o hable con la mujer en el pozo de Jacob y pidiéndole que llamara a su esposo Gn 4: 16), o con Nicodemo y le reprendiera por su incredulidad rabínica y orgullo en su propio conocimiento Gn 3: 1-21),Jesús siempre pone el dedo en la cuestión de pecado que es más notorio en la vida de esa persona. De hecho, podemos preguntar si alguien en los evangelios llegó alguna vez a la fe sincera en Cristo sin arrepentirse de sus pecados.
Cuando nos damos cuenta de que la fe salvadora genuina debe ir acompañada del sincero arrepentimiento del pecado, eso nos ayuda a comprender por qué algunos predicadores del evangelio tienen hoy resultados tan inadecuados. Si no se menciona la necesidad de arrepentirse de los pecados, en ocasiones el mensaje del evangelio se reduce a «cree en Cristo Jesús y serás salvo» sin ninguna mención del arrepentimiento para nada.' Pero esta versión aguada del evangelio no demanda un compromiso firme y sincero con Cristo; y un compromiso con Cristo, si es genuino, debe incluir la decisión a renunciar al pecado.
NOTA: Vea la doctrina del espíritu santo, sobre la cuestión de si el bautismo es necesario para la salvación.
Es cierto que Pablo le dice al carcelero filipenses en Hechos 16:31: «Cree en el Señor Jesús; así tú Y tu familia serán salvos». Sin embargo, aun esa frase incluye un reconocimiento de que Jesús es «Señor» y, además, la frase siguiente deja bien en claro que Pablo le dijo mucho más a aquel hombre de esta frase breve, porque leemos: «Luego les expusieron la palabra de Dios a él ya todos los demás que estaban en su casa,) (Hch 16: 32).
Predicar la necesidad de fe sin arrepentimiento es predicar solo la mitad del evangelio. Puede resultar en que muchas personas queden confundidas y engañadas, pensando que han escuchado el evangelio cristiano y lo han probado, pero no ha sucedido nada.
Puede que incluso digan algo como: «He aceptado a Cristo como Salvador muchas veces, pero no me ha servido de nada». Sin embargo, nunca recibieron de verdad a Cristo como su Salvador, porque él viene a nosotros en majestad y nos invita a que le recibamos tal como él es, el que merece ser, y demanda que le reconozcamos también como el Señor absoluto de nuestra vida.
Por último, ¿qué diremos acerca de la práctica común de pedir a las personas que oren para recibir a Cristo como su Salvador personal y Señor? Dado que la fe en Cristo de una persona debe incluir una auténtica decisión de la voluntad, es con frecuencia de mucha ayuda expresar esa decisión en voz alta, y eso puede tomar de manera muy natural la forma de una oración a Cristo mediante la cual le hablamos de nuestro pesar por el pecado, nuestro propósito de renunciar al pecado y nuestra decisión firme de poner nuestra confianza en él.
Una oración de esa clase expresada en voz alta no tiene poder para salvarnos en sí misma, pero la actitud del corazón que representa constituye una verdadera conversión, y la decisión de expresar esa oración puede con frecuencia ser el momento en que la persona llega a la experiencia de la fe en Cristo.

C. TANTO LA FE COMO EL ARREPENTIMIENTO CONTINÚAN A LO LARGO DE LA VIDA

Aunque hemos estado considerando la fe inicial y el arrepentimiento como dos de los aspectos de la conversión que aparecen al principio de la vida cristiana, es importante darnos cuenta que la fe y el arrepentimiento no están limitados al comienzo de la vida cristiana. S
on más bien actitudes del corazón que continúan a lo largo de nuestra vida como cristianos. Jesús les dijo a sus discípulos que oraran a diario diciendo: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6: 12), una oración que, si es sincera, implicará tristeza diaria por el pecado y genuino arrepentimiento. Y el Cristo resucitado le dice a la iglesia en Laodicea: «Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete» (Ap 3: 19; 2ª Co 7:10).
En relación con la fe, Pablo nos dice: «Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor» (1ª Co 13: 13). Sin duda se está refiriendo a que estas tres permanecen ala largo de esta vida, y probablemente también quiere decir que continúan por toda la eternidad.
Si fe es confiar en Dios para todas nuestras necesidades, esta actitud nunca cesará, ni siquiera en la vida venidera. Pero de todos modos, se indica claramente que la fe continúa a lo largo de esta vida. Pablo también dice: «Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí» (Ga 2: 20).
Por tanto, aunque es cierto que la fe salvadora inicial y el arrepentimiento inicial ocurren una sola vez en nuestra vida, y que cuando tienen lugar constituyen la conversión verdadera, las actitudes del corazón de arrepentimiento y fe solo comienza en la conversión.
Estas mismas actitudes deben continuar a lo largo del curso de nuestra vida cristiana. Cada día debiera haber un arrepentimiento sincero de todos los pecados que hemos cometido, y la fe en Cristo de que él suplirá nuestras necesidades y nos fortalecerá para vivir la vida cristiana.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Ha llegado usted a confiar personalmente en Cristo, o está usted todavía en el paso del conocimiento intelectual y de la aprobación emocional de la realidad de la salvación sin haber puesto personalmente su confianza en Cristo? ¿Si usted todavía no ha puesto su confianza en Cristo, ¿qué es lo que piensa que le está haciendo vacilar?
2. ¿Le ayudó este capítulo a pensar en la fe en Cristo en unos términos más personales? Si es así, ¿cómo podría incrementar su nivel de fe? ¿Piensa usted que es más fácil para los niños que para los adultos confiar en Jesús que confiar en una persona de carne y hueso que está viva hoy? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Qué le dice esto acerca de la manera en que los padres cristianos debieran enseñar a sus hijos acerca de Jesús?
3. Si su conocimiento acerca de Dios ha aumentado por medio de la lectura de este libro, ¿ha aumentado también su fe junto con ese conocimiento? ¿Por qué sí o por qué no? Si su fe no ha aumentado junto con su conocimiento, ¿qué puede hacer para estimular su fe a que crezca más de lo que lo ha hecho?
4. En términos de relaciones humanas, ¿confía usted en una persona más cuando usted no conoce a esa persona muy bien o después de haberla llegado a conocer bastante bien (suponiendo que esa persona es digna de confianza)? ¿Qué le dice a usted ese hecho acerca de cómo su confianza en Dios podría aumentar? ¿Qué cosas podría usted hacer durante el día para llegar a conocer a Dios mejor, y llegar a conocer a Jesús y al Espíritu Santo?
5. ¿Sintió usted una tristeza sincera por sus pecados cuando acudió a Cristo por primera vez? ¿Puede usted describir cómo se sintió? ¿Le llevó eso a un propósito auténtico de renunciar al pecado? ¿Cuánto tiempo pasó antes de darse cuenta de que había habido un cambio en su estilo de vida?
6. ¿Se ha arrepentido verdaderamente alguna vez del pecado, o piensa usted que le han enseñado un evangelio aguado que no incluye el arrepentimiento? ¿Piensa que es posible confiar en Cristo en cuanto al perdón de sus pecados sin haberse arrepentido genuinamente de ellos? ¿Piensa que el arrepentimiento genuino involucra por lo general solo un sentimiento sincero de pesar por el pecado en general, o involucra un pesar genuino por pecados específicos, y apartarse de esos pecados?
7. ¿Permanecen la fe y el arrepentimiento como una parte continua de su vida cristiana, o se han debilitado esas actitudes en su vida? ¿Cuál ha sido el resultado en su vida cristiana?
TÉRMINOS ESPECIALES
Arrepentimiento, confianza, fe
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Juan 3:16: Porque Tanto Amó Dios Al Mundo, Que Dio A Su Hijo Unigénito, Para Que Todo El Que Cree En Él No Se Pierda, Sino Que Tenga Vida Eterna.

CAPÍTULO 6

LA JUSTIFICACIÓN (LA SITUACIÓN LEGAL CORRECTA DELANTE DE DIOS)

¿CÓMO Y CUÁNDO OBTENEMOS UNA SITUACIÓN LEGAL CORRECTA DELANTE DE DIOS?
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
En los capítulos anteriores hablamos del llamamiento del evangelio (mediante el cual Dios nos llama a confiar en Cristo para salvación), la regeneración (mediante la cual Dios nos imparte nueva vida espiritual), y la conversión (mediante la cual nosotros respondemos al evangelio con arrepentimiento de pecado y fe en Cristo para salvación).
Pero, ¿qué de la culpa de nuestro pecador El evangelio nos invita a confiar en Cristo en cuanto al perdón de nuestros pecados. La regeneración hace posible que respondamos a esa invitación. En la conversión respondimos, confiando en Cristo para el perdón de los pecados.
El siguiente paso ahora en el proceso de aplicación de la redención es que Dios debe responder a nuestra fe y hacer lo que prometió, esto es, declarar que nuestros pecados quedan perdonados. Esta debe ser una declaración legal concerniente a nuestra relación con las leyes de Dios, estableciendo que estamos completamente perdonados y que ya no estamos sujetos a ningún castigo.
Una comprensión correcta de la justificación es absolutamente esencial para toda la fe cristiana. Una vez que Martín Lutero se dio cuenta cabal de la verdad de la justificación solo por la fe, se convirtió en cristiano y se sintió rebosar con el gozo recién encontrado del evangelio. El asunto primario de la reforma protestante fue la controversia con la Iglesia Católica Romana sobre la justificación.
Si vamos a salvaguardar la verdad del evangelio para futuras generaciones, debemos entender la verdad de la justificación. Incluso hoy, un entendimiento correcto de la justificación es la línea que divide el evangelio bíblico de la salvación de solo por la fe y todos los evangelios falsos de salvación basados en las buenas obras.
Cuando Pablo nos da una perspectiva general del proceso mediante el cual Dios nos aplica la salvación, menciona explícitamente la justificación: «A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también glorificó» (Ro 8: 30). Como explicamos en el capítulo anterior, la palabra llamó aquí se refiere al llamamiento eficaz del evangelio, que incluye la regeneración y produce de nuestra parte la respuesta de arrepentimiento y fe (o conversión).
Después del llamamiento eficaz y de la respuesta que inicia de nuestra parte, el paso siguiente en la aplicación de la redención es la «justificación». Pablo menciona aquí que esto es algo que Dios mismo hace: «A los que llamó, a éstos también justificó».
Además, Pablo enseña con bastante claridad que esta justificación viene después de nuestra fe y es la respuesta de Dios a nuestra fe. Él dice que Dios es «el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3: 26), y que «todos somos justificados por fe, y no por las obras que la ley exige» (Ro 3:28). Él dice: <<Justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5:1).
Además, «nadie es justificado por las obras que demanda la ley, sino por la fe en Jesucristo» (Gá 2: 16).
¿Qué Es, Pues, La Justificación? La Podemos Definir De La Manera Siguiente: La Justificación Es Un Acto Legal Instantáneo De Parte De Dios Mediante El Cual Él:
(1) Declara Que Nuestros Pecados Están Perdonados Y Que La Justicia De Cristo Nos Pertenece, Y:
(2) Nos Declara Justos Ante Sus Ojos.
AL explicar los elementos de esta definición, consideraremos primero la segunda parte de la misma, el aspecto de la justificación mediante el cual Dios «nos declara justos ante sus ojos». Tratamos estos elementos en orden inverso porque el énfasis del Nuevo Testamento en el uso de la palabra justificación y los términos relacionados está en la segunda parte de la definición: la declaración legal de Dios.
Pero también hay pasajes que muestran que esta declaración está basada en el hecho de que Dios primero declara la justicia que nos pertenece. De modo que ambos aspectos deben ser considerados, aun cuando los términos del Nuevo Testamento que denotan justificación se enfocan en la declaración legal de Dios.

A. LA JUSTIFICACIÓN INCLUYE UNA DECLARACIÓN LEGAL DE PARTE DE DIOS

El uso de la palabra justificar en la Biblia indica que la justificación es una declaración legal de Dios. El verbo justificar en el Nuevo Testamento (gr. dikaioo) tiene una gama de significados, pero el sentido más común es el de «declarar justo». Por ejemplo, leemos: «y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan» (Lc 7: 29, RVR 1960).
Por supuesto, el pueblo y los recaudadores de impuestos no hicieron a Dios justo: sería imposible que alguno de nosotros pudiera hacerlo. Más bien ellos declararon que Dios era justo.
Este es también el sentido del término en pasajes donde el Nuevo Testamento habla acerca de que nosotros hemos sido declarados justos por Dios (Ro 3: 20, 26, 28; 5:1; 8: 30; 10: 4; Gá 2:16; 3: 24). Este sentido es particularmente evidente, por ejemplo, en Romanos 4:5: «Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia (RVR 1960).
Pablo no puede estar diciendo que Dios «hace que los impíos sean justos» (al cambiarlos en su interior y hacerlos moralmente perfectos), porque entonces ellos tendrían méritos u obras propias de las que depender. Más bien, él quiere decir que Dios declara que los impíos son justos ante sus ojos, no en base de sus buenas obras, sino en respuesta a su fe.
La idea de que la justificación es una declaración legal es también bastante evidente cuando se contrasta la justificación con la condenación. Pablo dice: «¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?» (Ro 8: 33-34). «Condenar» a alguien es declarar que esa persona es culpable.
Lo opuesto a la condenación es la justificación, que, en este contexto, debe significar «declarar que alguien no es culpable». Esto es también evidente en el hecho de que el acto de Dios de justificar se da al responder Pablo a la posibilidad de que alguien presente acusaciones o cargos en contra del pueblo de Dios. Una declaración así de culpabilidad no puede sostenerse ante la realidad de la declaración de Dios de justicia.
Algunos ejemplos en el Antiguo Testamento de la palabra justificar (gr. Dikaoo en la Septuaginta, cuando se traduce tsadak, (justificar) da apoyo a este entendimiento.
Por ejemplo, leemos de jueces que deciden un caso «absolviendo [justificando] al inocente y condenando al culpable» (Dt 25: 1). De manera que en este caso (justificar) debe significar «declarar que es justo o no culpable», del mismo modo que «condenar» significar «declarar culpable».
No tendría sentido decir que (justificar) aquí significa «hacer que alguien sea interiormente bueno», porque los jueces no hacen, ni pueden hacerlo, que alguien sea bueno dentro de su ser. Como tampoco la acción del juez de condenar al impío hace que esa persona sea mala en su interior; simplemente está declarando que esa persona es culpable con respecto a un delito en particular que ha sido presentado ante el tribunal (Éx 23: 7; 1ª R 8: 32; 2ª Co 6: 23).
Del mismo modo, a Job rehúsa decir que sus amigos que le consolaban tuvieran razón en lo que le decían: «Jamás podré admitir que ustedes tengan razón» Job 27: 5, usando los mismos términos en hebreo y griego que se traduce (justificar). La misma idea la encontramos en Proverbios: «Absolver al culpable y condenar al inocente son dos cosas que el Señor aborrece» (Pr 17: 15).
Aquí la idea de la declaración legal es especialmente fuerte. Desde luego no sería una abominación para el Señor si (justificar) significara «hacer a alguien bueno o justo en su ser interior». En ese caso, (justificar al impío) sería algo muy bueno a los ojos del Señor. Pero si (justificar) significara «declarar justo», está perfectamente claro por qué el que <<justifica al impío» es una abominación para el Señor.
Del mismo modo, Isaías condena «a los que justifican al impío mediante cohecho» (Is 5: 23); de nuevo, (justificar) significar «declarar que es justo» (usado aquí en el contexto de una declaración legal).
Pablo usa con frecuencia la palabra en este sentido de «declarar ser justo» o «declarar no ser culpable» cuando habla de que Dios nos justifica, su declaración de que nosotros, aunque pecadores convictos, somos, no obstante, justos ante sus ojos. Es importante enfatizar que esta declaración legal no cambia por sí misma para nada nuestra naturaleza o carácter interior. En este sentido de (justificar),
Dios hace una declaración legal acerca de nosotros. Esta es la razón por la que los teólogos han dicho también que la justificación es forense, y esta palabra denota lo que «tiene que ver con procedimientos legales».
John Murray hace una distinción importante entre regeneración y justificación:
La Regeneración Es Algo Que Dios Hace En Nosotros; La Justificación Es Un Juicio De Dios Con Respecto A Nosotros. Esa Diferencia Es Semejante A La Diferencia Entre Lo Que Hace Un Cirujano Y Lo Que Hace Un Juez. Cuando El Cirujano Nos Extirpa Un Cáncer Interno Hace Algo Dentro De Nosotros. Eso No Es Lo Que Hace El Juez: El Juez Da Un Veredicto En Cuanto A Nuestra Posición Judicial. Si Somos Inocentes, Así Lo Declara.
La pureza del evangelio está ligada al reconocimiento de esta diferencia. Si se confunde la justificación con la regeneración o santificación, queda abierta la puerta para la perversión del evangelio en su esencia. La justificación es todavía el artículo sobre el cual se mantiene o cae la iglesia.

B. DIOS DECLARA QUE SOMOS JUSTOS ANTE SUS OJOS

En la declaración legal de Dios de la justificación, declara específicamente que somos justos ante sus ojos. Esta declaración abarca dos aspectos. Primero, significa que declara que no tenemos que pagar un castigo por el pecado, incluyendo los pecados pasados, presentes y futuros. Después de una larga reflexión sobre la justificación solo por la fe (Ro 4: 1-5: 21), y una reflexión parentética sobre la permanencia del pecado en la vida cristiana, Pablo regresa a su argumento principal en el libro de Romanos y dice 10 que es cierto de los que han sido justificados por la fe:
«Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1). En este sentido los que están justificados ya no tienen ningún castigo que pagar por el pecado. Esto quiere decir que no estamos sujetos a ninguna acusación de culpabilidad o condenación: «¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará?» (Ro 8: 33-34).
La idea de un perdón completo de los pecados es prominente cuando Pablo habla de la justificación solo por la fe en Romanos 4. Cita a David cuando pronuncia una bendición sobre «aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la mediación de las obras». Después recuerda cuando David dice: «¡Dichosos aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones y se les cubren los pecados! ¡Dichoso aquel cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta!» (Ro 4: 6-8).
Tal justificación, por tanto, incluye claramente el perdón de los pecados. David habla de la misma forma en el Salmo 103: 12: «Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente» (cf v. 3).
Pero si Dios solo declarara que estamos perdonados de nuestros pecados, no resolvería nuestros problemas del todo, porque eso solo nos haría moralmente neutros delante de Dios. Estaríamos en el estado en que Adán se encontraba antes de que hubiera hecho algo bueno o malo ante los ojos de Dios: no era culpable ante Dios, pero tampoco tenía un historial de justicia ante Dios.
Este primer aspecto de la justificación, en el cual Dios declara que nuestros pecados están perdonados, lo podemos representar mediante en la que los signos de menos representan pecados en nuestra cuenta que han sido completamente perdonados en la justificación.
Sin embargo, ese movimiento no es suficiente para que obtengamos el favor de Dios. Debemos movernos más bien desde un punto de neutralidad moral a otro punto en el que tengamos una justicia positiva delante de Dios, la justicia de una vida de perfecta obediencia a él. Nuestra necesidad la podemos representar, por tanto, en la que el signo de más indica un registro de justicia delante de Dios.
LA ADJUDICACIÓN DE LA JUSTICIA DE CRISTO A NUESTRO FAVOR ES LA OTRA PARTE DE LA JUSTIFICACIÓN
Por tanto, el segundo aspecto de la justificación es que Dios debe declarar que no somos solo neutrales ante sus ojos, sino que somos justos ante sus ojos. De hecho, él debe declarar que tenemos los méritos de la perfecta justicia ante él. El Antiguo Testamento a veces presenta a Dios como dando esa justicia a su pueblo aun cuando este no la ha ganado por sí mismo: «Me deleito mucho en el Señor; me regocijo en mi Dios.
Porque él me vistió con ropas de salvación y me cubrió con el manto de la justicia» (Is 61: 10). Pero Pablo habla más específicamente acerca de esto en el Nuevo Testamento. Como solución para nuestra necesidad de justicia, el apóstol nos dice que «ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, de la que dan testimonio la ley y los profetas.
Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen» (Ro 3: 21-22). Él dice: «Creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia» (Ro 4: 3, citando Gen 15: 6). Esto sucedió gracias a la obediencia de Cristo, porque Pablo dice al final de esta amplia reflexión sobre la justificación por la fe que «por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos» (Ro 5: 19). Entonces, el segundo aspecto de la declaración de Dios en la justificación es que tenemos los méritos de la perfecta justicia delante de él.
Pero surge la pregunta: ¿Cómo puede Dios declarar que no tenemos castigo que pagar por el pecado, y que tenemos los méritos de la perfecta justicia, si en realidad somos pecadores culpables? ¿Cómo puede Dios declarar que no somos culpables sino justos cuando en realidad somos injustos? Estas preguntas nos llevan al siguiente punto.

C. DIOS PUEDE DECLARAR QUE SOMOS JUSTOS PORQUE NOS ATRIBUYE LA JUSTICIA DE CRISTO

Cuando decimos que Dios nos atribuye la justicia de Cristo queremos decir que Dios ve la justicia de Cristo como nuestra, o considera que nos pertenece a nosotros.
Él lo acredita en nuestra cuenta. Leemos: «Creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia» (Ro 4:3, citando Gn 15:6). Pablo explica: «Al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia. David dice lo mismo cuando habla de la dicha de aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la mediación de las obras» (Ro 4: 5-6). De esta manera la justicia de Cristo viene a ser nuestra. Pablo dice que nosotros somos «los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia» (Ro 5: 17).
Esta es la tercera vez al estudiar las doctrinas de las escrituras que nos hemos encontrado con la idea de atribuir culpa o justicia a alguien.
Primero, cuando Adán pecó, su culpa nos fue imputada a nosotros; Dios el Padre lo vio como que nos pertenecía y, por tanto, lo hizo.
Segundo, cuando Cristo sufrió y murió por nuestros pecados, nuestro pecado le fue imputado a Cristo; Dios lo vio como que le pertenecía, Y Jesús pagó el castigo correspondiente.
Ahora vemos en la doctrina de la justificación algo similar por tercera vez. La justicia de Cristo es adjudicada a nosotros, y, por tanto, Dios considera que nos pertenece. No es nuestra propia justicia sino la justicia de Cristo la que nos acreditan. Por eso Pablo puede decir que Dios hizo que Cristo fuera hecho «nuestra sabiduría, es decir, nuestra justificación, santificación y redención» (1ª Co 1: 30).
Y Pablo dice que su meta es ser encontrado en Cristo, pues no quiere su «propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe» (Fil 3: 9). El apóstol sabe que la justicia que tiene delante de Dios no está basada en algo que él haya hecho; es la justicia de Dios que nos viene por la fe en Cristo Jesús (ef. Ro 3:21-22).
Es fundamental para la esencia del evangelio insistir en que Dios nos declara justos no en base a nuestra condición real de justicia o santidad, sino más bien sobre la base de la justicia perfecta de Cristo, que según él nos pertenece. Esta fue la esencia de la diferencia entre el protestantismo y el catolicismo romano en el tiempo de la Reforma.
El protestantismo desde el tiempo de Martín Lucero ha insistido en que la justificación no nos cambia interiormente y no es una declaración basada en ninguna manera en bondad alguna que tengamos en nosotros. Si la justificación nos cambiara en nuestro ser interno y entonces nos declarara justos basado en cuán buenos éramos.
(1) Nunca podríamos ser declarados perfectamente justos en esta vida, porque el pecado permanece siempre en nuestra vida, y:
(2) No habría provisión para el perdón de los pecados pasados (que cometimos antes de haber sido cambiados interiormente), y, por tanto, nunca podríamos tener seguridad de estar en una situación correcta con Dios. Perderíamos la seguridad que Pablo tiene cuando dice: «Ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5: 1).
NOTA: Vea la doctrina del hombre, sobre la idea del pecado de Adán que es imputado a nosotros.
Vea la doctrina de Cristo, sobre el hecho de que nuestra culpa le fue imputada a Cristo. Pablo dice: «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2ª Co 5: 21).
A veces oímos la explicación popular de que justificado significa «como si yo nunca hubiera pecado. Esa definición es un hábil juego de palabras y contiene un elemento de verdad (porque la persona justificada, como la persona que nunca ha pecado, no tiene castigo que pagar por el pecado). Pero la definición es engañosa en otras dos formas porque:
(1) No menciona nada acerca del hecho de que la justicia de Cristo es imputada a mi favor cuando soy justificado; para hacer esto tendría que decir también «así como he vivido una vida de perfecta obediencia.
(2) Pero lo que es más importante, no puede representar adecuadamente el hecho de que nunca estaré en un estado de «así como nunca he pecado., porque yo estaré siempre consciente del hecho de que he pecado y que no soy una persona inocente sino una persona culpable que ha sido perdonada. Esto es muy diferente de «así como yo nunca había pecado». Además, es diferente de «así como yo había vivido una vida de perfecta justicia., porque siempre conoceré que no he vivido una vida de perfecta justicia, sino que he recibido la justicia de Cristo como un don de la gracia de Dios.
Si pensamos que la justificación está basada en lo que somos interiormente, nunca tendríamos la confianza de decir con Pablo: «Ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8:1). No tendríamos seguridad de perdón con Dios, ni confianza de poder acercamos a él «con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe» (He 10: 22).
No podríamos hablar de la abundante «gracia y el don de la justicia» (Ro 5:17), o decir que «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Ro 6:23).
La interpretación tradicional católica romana de la justificación es muy diferente.
La Iglesia Católica Romana entiende la justificación como algo que nos cambia en nuestro interior y nos hace más santos por dentro. «Según la enseñanza del Concilio de Trento, la justificación es "santificación y renovación del hombre interior».” Con el fin de que la justificación empiece, uno debe empezar siendo bautizado y luego (como un adulto) continuar teniendo fe: «La causa instrumental de la primera justificación es el sacramento del bautismo».? Pero «la justificación del adulto no es posible sin fe.
En cuanto a lo que tiene que ver con el contenido de la fe que justifica, la llamada fe fiduciaria no es suficiente. Lo que se demanda es una fe dogmática o teológica (fe confesional) que consiste de la aceptación firme de las verdades divinas de la revelación».' De manera que el bautismo es el medio a través del cual se obtiene primero la justificación, y entonces la fe es necesaria si el adulto va a recibir la justificación o continuar en el estado de justificación.
Ott explica que «la llamada fe fiduciaria» no es suficiente, lo que quiere decir que la fe que simplemente confía en Cristo para el perdón de los pecados no es suficiente. Debe ser una fe que acepta el contenido de la enseñanza de la Iglesia Católica, «una fe dogmática o teológica».
Podemos decir que según el concepto católico la justificación no está basada en la justicia adjudicada sino en la justicia infundida, esto es, la justicia que Dios en realidad pone en nosotros y que nos cambia en nuestro ser interior y en términos de nuestro carácter moral real. Entonces nos da varias medidas de justificación conforme a la medida de la justicia que él ha infundido o puesto en nosotros.
El resultado de esta interpretación católica romana de la justificación es que las personas no pueden estar seguras de sí están en un «estado de gracia» donde experimentan la completa aceptación y favor de de Dios. La Iglesia Católica enseña que las personas no pueden estar seguras de que están en un «estado de gracia» a menos que reciban a este efecto una revelación especial de parte de Dios. El Concilio de Trento declaró:
NOTA: El participio pasivo aoristo dikaothentes puesto delante del verbo principal transmite el sentido de un suceso completado antes del tiempo presente del verbo principal, «tenemos paz», dando el sentido de que «puesto que hemos sido justificados por la ft, tenemos paz».
Ludwig Ott, Fundamentals of Catholic Dogma, p. 257, también citado con permiso en la p. 250. Debemos indicar que Ott representa un catolicismo más tradicional, anterior al Concilio Vaticano 11, y que muchos católicos romanos contemporáneos han buscado un entendimiento de la justificación que está más cerca de la perspectiva protestante.
Si Uno Considera Su Propia Debilidad Y Su Disposición Defectuosa, Bien Puede Que Esté Temeroso O Ansioso En Cuanto A Su Estado De Gracia, Pues Nadie Conoce Con Seguridad De Fe, Que No Permite Error, Que Haya Alcanzado La Gracia De Dios.
Ott Comenta En Cuanto A Esta Declaración:
Esta Incertidumbre Del Estado De Gracia Se Debe A Esto, Que Sin Una Revelación Especial Nadie Puede Con Certeza De Fe Saber Si Ha Cumplido O No Todas Las Condiciones Que Son Necesarias Para Alcanzar La Justificación. La Imposibilidad De De La Certidumbre De Fe, Sin Embargo, No Excluye Bajo Ningún Concepto Una Elevada Certidumbre Moral Respaldada Por El Testimonio De La Conciencia.
Además, puesto que la Iglesia Católica Romana ve la justificación como incluyendo algo que Dios hace dentro de nosotros, le sigue que las personas pueden experimentar varios grados de justificación. Leemos: «El grado de gracia justificadora no es idéntico en todos los justos» y «la gracia puede aumentarse mediante las buenas obras».
Ott explica cómo este punto de vista católico difiere del de los reformadores protestantes: «Como los reformadores consideraron erróneamente la justificación como solo la adjudicación externa de la justicia de Cristo, se vieron también obligados a sostener que la justificación es idéntica en todos los hombres.
El Concilio de Trento, sin embargo, declaró que la medida de la gracia de la justificación recibida varía en la persona que es justificada, conforme a la medida de la libre distribución de Dios y de la disposición y de la cooperación del recipiente mismo».
Por último, la consecuencia lógica de esta perspectiva de la justificación es que nuestra vida eterna con Dios no está basada solo en la gracia de Dios, sino también parcialmente en nuestros propios méritos: «Para el justificado la vida eterna es tanto un don de gracia prometido por Dios como una recompensa por sus propias buenas obras y méritos. Las obras beneficiosas son, al mismo tiempo, dones de Dios y acciones meritorias del hombre».
Para apoyar esta perspectiva de la justificación con las Escrituras, Ott combina repetidas veces pasajes del Nuevo Testamento que hablan no solo de la justificación, sino también de otros muchos aspectos de la vida cristiana, como la regeneración (que Dios obra en nosotros), la santificación (que es un proceso en la vida cristiana y que, por supuesto, varía de un individuo a otro), la posesión y uso de varios dones espirituales en la vida cristiana (lo cual difiere de individuo a individuo) y la recompensa eterna (que también varía según cada individuo).
Clasificar todos estos pasajes bajo la categoría de (justificación) solo hace borroso el asunto y al final hace el perdón de los pecados y nuestra posición legal delante de Dios un asunto de mérito propio, no de un regalo de Dios. Por tanto, este emborronamiento de distinciones al final destruye lo central del evangelio.
Esto es lo que Martín Lutero vio con tanta claridad y es lo que dio una motivación tan grande a la Reforma. Cuando las buenas noticias del evangelio se convirtieron de verdad en buenas noticias de salvación gratuita y total en Cristo Jesús, se extendió como un incendio imparable por todo el mundo civilizado.
Pero esto fue solo una recuperación del evangelio original, el cual declara: «La paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor) (Ro 6:23), e insiste: «Ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1).

D. LA JUSTIFICACIÓN NOS VIENE ÚNICAMENTE POR LA GRACIA DE DIOS, NO EN BASE DE MÉRITO ALGUNO QUE TENGAMOS

Después de que Pablo explica en Romanos 1:18-3:20 que nadie podrá jamás hacerse justo ante los ojos de Dios (Nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley), Ro 3: 20), el apóstol continúa explicando que «todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó» (Ro 3: 23-24).
La «gracia» de Dios significa «favor inmerecido». Como definitivamente no podemos ganar el favor de Dios, la única manera en que podemos ser declarados justos es que Dios gratuitamente nos provea de la salvación por gracia, totalmente aparte de nuestras obras. Pablo explica: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Ef. 2: 8-9, Tit 3: 7).
La gracia aparece claramente contrastada con las obras o méritos como la razón por la que Dios está dispuesto a justificamos.
Dios no tenía ninguna obligación de imputar nuestro pecado a Cristo ni de adjudicamos a nosotros la justicia de Cristo; fue solo por su gracia inmerecida que lo hizo.
A diferencia de la enseñanza de la Iglesia Católica Romana de que somos justificados por la gracia de Dios además de algunos méritos propios nuestros al hacemos idóneos de recibir la gracia de la justificación y crecer nosotros en este estado de gracia por medio de nuestras buenas obras, Lutero y los otros reformadores insistieron en que la justificación viene solo por gracia, no por la gracia y algunos otros méritos de nuestra parte.

E. DIOS NOS JUSTIFICA POR MEDIO DE NUESTRA FE EN CRISTO

Cuando empezamos este capítulo notamos que la justificación viene después de la fe salvadora. Pablo deja en claro esta secuencia cuando dice: «Nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y no por las obras de la ley; porque por éstas nadie será justificado» (Gá 2: 16). Pablo nos indica aquí que la fe viene primero y que es con el propósito de ser justificado.
También dice que a Cristo se le «recibe por la fe» y que Dios es «el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3:25, 26). Todo el capítulo 4 de Romanos es una defensa del hecho de que somos justificados por la fe, no por obras, del mismo modo que lo fueron Abraham y David. Pablo dice que somos <0ustificados mediante la fe» (Ro 5:1).
Las Escrituras nunca dicen que somos justificados por la bondad inherente de nuestra fe, como si nuestra fe tuviera méritos delante de Dios. Nunca nos permiten pensar que nuestra fe nos ganará por sí misma el favor de Dios. Más bien, las Escrituras dicen que somos justificados «por medio de la fe», entendiéndose fe como el instrumento por medio del cual nos es dada la justificación, pero no es para nada una actividad que nos gane méritos o el favor de Dios, sino que somos justificados solo por los méritos de la obra de Cristo (Ro 5:17-19).
Pero podemos preguntamos por qué escoge Dios la fe para que sea la actitud de corazón mediante la cual obtenemos la justificación. ¿Por qué Dios no ha decidido dar la justificación a todos los que muestran amor? ¿ü que muestran gozo? ¿o contentamiento? ¿o humildad? ¿o sabiduría? ¿Por qué Dios escogió la fe como el medio de recibir la justificación?
Es al parecer porque la fe es la actitud del corazón que es exactamente lo opuesto a depender de nosotros mismos. Cuando vamos a Cristo en fe estamos diciendo esencialmente: «¡Me rindo! Ya no vaya depender de mí mismo ni de mis buenas obras. Sé que no vaya poder arreglar las cosas con Dios por mí mismo.
Por tanto, Señor Jesús, confío en ti y dependo por completo de ti para que me des una posición de justo delante de Dios». De esta manera, la fe es exactamente lo opuesto de confiar en nosotros mismos, y, por tanto, es la actitud que lleva a la salvación porque no depende para nada de los méritos propios sino de la dádiva de la gracia de Dios. Pablo lo explica bien cuando dice: «Por eso la promesa viene por la fe, a fin de que por la gracia quede garantizada a toda la descendencia de Abraham» (Ro 4: 16).
Por eso todos los reformadores desde Martín Lutero en adelante fueron tan firmes en su insistencia de que la justificación no viene por medio de la fe más algunos méritos o buenas obras de nuestra parte, sino solo por la fe. «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Ef2:8-9).
Pablo dice repetidas veces que «nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley» (Ro 3: 20); la misma idea la encontramos repetida en Gálatas 2: 16; 3: 11; 5: 4.
¿Pero encaja esto bien con la epístola de Santiago? ¿Qué puede querer decir Santiago cuando dice: «Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe» (Stg2:24, RVR 1960).
Debemos darnos cuenta que Santiago está usando aquí la palabra justificar en un sentido diferente del que Pablo la usa. En el comienzo de este capítulo notamos que la palabra justificar tiene varios significados, y que uno de ellos es «declarar que alguien es justo», pero también debiéramos notar que la palabra griega dikaioo también puede significar «demostrar o mostrar ser justo».
NOTA: Un ejemplo de la vida ordinaria lo podemos ver cuando se recibe un cheque de salario por trabajo que se le ha hecho a un empleador. El «medio» o «instrumento>, que uso para conseguir este cheque de pago es la acción de extender mi mano y recoger el sobre del buzón de correos, y luego abrirlo y sacar el cheque. Pero mi empleador no me paga por hacer ninguna de estas acciones. El cheque es todo completo por trabajo que hice antes de eso.
En realidad recoger el cheque no me llevó a ganar ni un centavo del dinero recibido, fue solo el instrumento O medio que usé para tomar posesión de mi dinero. Del mismo modo, la fe es el instrumento que usamos para recibir la justificación de parte de Dios, pero no gana en si misma ningún mérito para con Dios.
(La analogía es útil aunque no es perfecta, porque yo había trabajado previamente para ganar el dinero, mientras que la justificación está basada en la obra de Cristo. La analogía sería más útil si yo hubiera trabajo y entonces hubiera muerto, y mi esposa entonces hubiera recogido el cheque del buzón de correos.)
La palabra que traducimos «esto" es el pronombre neutro touto, que se refiere no a la «fe» o a la «gracia» específicamente en la cláusula anterior (porque ambas son nombres femeninos en el griego, y hubiera requerido pronombres femeninos), sino que toda la idea queda expresada en la frase precedente, la idea de que usted ha sido salvado por gracia por medio de la fe.
Por ejemplo, Jesús dijo de los fariseos: «Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones» (Lc 16:15, RVR 1960). Lo que se quiere decir aquí no es que los fariseos iban por ahí haciendo declaraciones de que ellos «no eran culpables) delante de Dios, sino más bien que ellos estaban siempre intentando mostrara otros que eran justos por sus obras externas. Jesús sabía que la verdad era otra: «Mas Dios conoce vuestros corazones» (Lc 16: 15).
Del mismo modo, el abogado que quiso probar a Jesús preguntándole quién heredaría la vida eterna, respondió bien a la primera pregunta de Jesús; pero cuando el Señor le dijo: «Haz eso y vivirás)}, no se sintió satisfecho.
Lucas nos dice: «Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10: 28-29). Él no estaba deseando dar una declaración legal acerca de sí mismo de que no era culpable ante los ojos de Dios; sino que más bien estaba deseando mostrar que «él era justo» delante de los demás que estaban escuchando.
Otros ejemplos de la palabra justificar significando «mostrar que se es justo» los podemos encontrar en Mateo 11:19; Lc 7:35; Romanos 3: 4.
Nuestra interpretación de Santiago 2 depende no solo del hecho de que «mostrar ser justo» es un sentido aceptable de la palabra justificado, sino también de que este sentido encaja bien en el contexto de Santiago 2. Cuando Santiago dice: «¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?» (v. 21, RVR 1960) se está refiriendo a algo que ocurrió después en la vida de Abraham, la historia del sacrificio de Isaac, que sucedió en Génesis 22.
Esto fue mucho después del tiempo registrado en Génesis 15: 6 donde Abraham creyó a Dios «y le fue contado por justicia». No obstante, este incidente temprano al comienzo de las relaciones de pacto de Abraham con Dios es la que Pablo cita y se refiere a ella repetidas veces en Romanos 4. Pablo está hablando del tiempo cuando Dios justificó a Abraham de una vez y para siempre, considerándole justo como resultado de su fe en Dios.
Pero Santiago está hablando acerca de algo que vino mucho más tarde, después de que Abraham esperó muchos años el nacimiento de Isaac, y aun después de que Isaac hubiera crecido lo suficiente para cargar con leña para el sacrificio hasta lo alto de la montaña. En ese momento Abraham «mostró que era justo» por sus obras, y en ese sentido Santiago dice que Abraham «fue justificado por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar» (Stg2:21).
Lo que más le interesa a Santiago en esta sección también encaja con este entendimiento.
Santiago está interesado en mostrar que solo estar de acuerdo intelectualmente con el evangelio es una «fe» que en realidad no lo es. Está interesado en argumentar en Contra de los que dicen que tienen fe, pero no muestran cambios en sus vidas. Dice: «Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras» (Stg 2: 18).
«Porque como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Stg 2: 26). Santiago está diciendo sencillamente aquí que la «fe» que no tiene resultados u «obras» no es una fe verdadera para nada: es significados, y que uno de ellos es «declarar que alguien es justo», pero también debiéramos notar que la palabra griega dikaioo también puede significar «demostrar o mostrar ser justo».
NOTA: Santiago cita el texto, «Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia» en el v. 23, pero dice que «se cumplió la Escritura» cuando Abraham ofreció a su hijo, queriendo decir al parecer que la anterior declaración de justicia fue realizada y sus resultados se pudieron ver como verdaderos en la vida de Abraham cuando ofreció a Isaac sobre el altar.
Por ejemplo, Jesús dijo de los fariseos: «Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones» (Lc 16: 15, RVR 1960). Lo que se quiere decir aquí no es que los fariseos iban por ahí haciendo declaraciones de que ellos (no eran culpables) delante de Dios, sino más bien que ellos estaban siempre intentando mostrara otros que eran justos por sus obras externas. Jesús sabía que la verdad era otra: «Mas Dios conoce vuestros corazones» (Lc 16:15).
Del mismo modo, el abogado que quiso probar a Jesús preguntándole quién heredaría la vida eterna, respondió bien a la primera pregunta de Jesús; pero cuando el Señor le dijo: «Haz eso y vivirás), no se sintió satisfecho.
Lucas nos dice: «Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10: 28-29). Él no estaba deseando dar una declaración legal acerca de sí mismo de que no era culpable ante los ojos de Dios; sino que más bien estaba deseando mostrar que «él era justo» delante de los demás que estaban escuchando. Otros ejemplos de la palabra justificar significando «mostrar que se es justo» los podemos encontrar en Mateo 11:19; Lc 7:35; Romanos 3:4.
Nuestra interpretación de Santiago 2 depende no solo del hecho de que «mostrar ser justo» es un sentido aceptable de la palabra justificado, sino también de que este sentido encaja bien en el contexto de Santiago 2. Cuando Santiago dice: «¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?» (v. 21, RVR 1960) se está refiriendo a algo que ocurrió después en la vida de Abraham, la historia del sacrificio de Isaac, que sucedió en Génesis 22.
Esto fue mucho después del tiempo registrado en Génesis 15: 6 donde Abraham creyó a Dios «y le fue contado por justicia». No obstante, este incidente temprano al comienzo de las relaciones de pacto de Abraham con Dios es la que Pablo cita y se refiere a ella repetidas veces en Romanos 4. Pablo está hablando del tiempo cuando Dios justificó a Abraham de una vez y para siempre, considerándole justo como resultado de su fe en Dios.
Pero Santiago está hablando acerca de algo que vino mucho más tarde, después de que Abraham esperó muchos años el nacimiento de Isaac, y aun después de que Isaac hubiera crecido lo suficiente para cargar con leña para el sacrificio hasta lo alto de la montaña. En ese momento Abraham «mostró que era justo» por sus obras, y en ese sentido Santiago dice que Abraham «fue justificado por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar» (Stg2: 21).
Lo que más le interesa a Santiago en esta sección también encaja con este entendimiento. Santiago está interesado en mostrar que solo estar de acuerdo intelectualmente con el evangelio es una «fe» que en realidad no lo es. Está interesado en argumentar en Contra de los que dicen que tienen fe, pero no muestran cambios en sus vidas. Dice: «Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras» (Stg 2: 18). «Porque como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Stg 2: 26).
Santiago está diciendo sencillamente aquí que la «fe» que no tiene resultados u «obras» no es una fe verdadera para nada: es una fe (muerta). El no está negando la enseñanza clara de Pablo que la justificación (en el sentido de la declaración de una situación legal correcta ante Dios) es solo por fe aparte de las obras de la ley; él está sencillamente afirmando una verdad diferente: que la (justificación) en la sentido de una muestra exterior de que uno es justo solo ocurre cuando se ven sus evidencias en la vida de la persona.
Para parafrasear, Santiago está diciendo que es justa con sus obras, y no solo por su fe. Esto es algo con lo que sin duda Pablo estaba de acuerdo (2ª Co 13: 5; Gá 5: 19-24).
Las implicaciones prácticas de la doctrina de la justificación solo por la fe son muy importantes. Primero esta doctrina nos permite ofrecer genuina esperanza a los incrédulos que saben que nunca podrán hacerse a sí mismos justos ante los ojos de Dios. Sí la salvación es regalo que se recibe solo por medio de la fe, cualquiera que oye el evangelio puede tener la esperanza de que la vida eterna se ofrece gratis y puede obtenerse.
Segunda. Esta doctrina nos da confianza en que Dios nunca nos va a hacer pagar por los pecados que han sido perdonados en base de los meritos de Cristo. Por supuesto, podemos continuar sufriendo las consecuencias ordinarias del pecado (como un alcohólico que deja de tomar puede todavía tener debilidad física por el resto de su vida, y un ladrón que es justificado puede que todavía que ir a la cárcel para pagar por su delito).
Además, Dios puede disciplinarnos si seguimos actuando en caminos que son de desobediencia para Él (vea He 12: 5-12), y lo hace por amor y para nuestro bien. Pero Dios no puede ni nunca lo hará, vengarse de nosotros por pecados pasados ni hacernos pagar el castigo que corresponde por ellos ni castigarnos por causa de su ira y con el propósito de dañarnos. (Por tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos con Cristo Jesús) (Ro 8:1).
Este hecho debiera proporcionarnos un gran sentido de gozo y confianza delante de Dios porque Él nos ha aceptado y estamos en su presencia como (no culpables) y (justos) para siempre.
NOTA: Santiago cita el texto, «Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia» en el v. 23, pero dice que «se cumplió la Escritura» cuando Abraham ofreció a su hijo, queriendo decir al parecer que la anterior declaración de justicia fue realizada y sus resultados se pudieron ver como verdaderos en la vida de Abraham cuando ofreció a Isaac sobre el altar.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Está seguro de que Dios lo ha declarado a usted (no culpable para siempre ante sus ojos? ¿Sabe que lo que ha ocurrido en su propia vida? ¿Hizo usted o pensó algo que resultó en que Dios lo justificará? ¿Hizo usted algo para merecer la justificación? Sí usted no estad seguro de que Dios lo ha justificado completamente y para siempre, ¿Hay algo que necesita usted hacer antes de que eso suceda? ¿Qué le persuadirá a usted de que Dios ciertamente le ha justificado?
2: Si usted estuviera en el dia del juicio en la presencia de Dios. ¿Pensaría usted que es suficiente con solo tener todos sus pecados perdonados, o sentiría usted la necesidad de tener la justicia de Cristo adjudica a su favor?
3. ¿Piensa usted que la diferencia entre el concepto Católico romano y el protestante de la justificación es importante? Describa como se sentiría usted acerca de sus relaciones con Dios si sostuviera la perspectiva católico romano sobre la justificación. ¿Cree que los católicos modernos que usted conoce sostienen esa perspectiva tradicional de la justificación o tienen otra opinión?
4. ¿Se ha preguntado usted alguna vez si Dios continúa castigándole de vez en cuando por los pecados que cometió en el pasado, incluso hace mucho tiempo? ¿En qué forma la doctrina de la justificación le ayuda a lidiar con estos sentimientos?
TÉRMINOS ESPECIALES
Forense, imputada, justicia infundida, justificación
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Romanos 3:27-28: ¿Dónde, Pues, Está La Jactancia? Queda Excluida. ¿Por Cuál Principio? ¿Por El De La Observancia De La Ley? No, Sino Por El De La Fe. Porque Sostenemos Que Todos Somos Justificados Por La Fe, Y No Por Las Obras Que La Ley Exige.

CAPÍTULO 7

LA ADOPCIÓN (LA MEMBRESÍA EN LA FAMILIA DE DIOS)

¿CUÁLES SON LOS BENEFICIOS DE SER UN MIEMBRO DE LA FAMILIA DE DIOS?
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
En la regeneración Dios nos da vida espiritual nueva en nuestro ser interior. En la justificación Dios nos da una posición legal correcta delante de él. Pero en la adopción él nos hace miembros de su familia. Por tanto, la enseñanza bíblica sobre la adopción se enfoca mucho más sobre las relaciones personales que la salvación nos da con Dios y con sus hijos.

A. EVIDENCIAS BÍBLICAS DE LA ADOPCIÓN

Podemos definir la adopción como sigue: La adopción es una acción de Dios mediante la cual él nos hace miembros de su familia.
Juan menciona la adopción al comienzo de su evangelio, donde dice: «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios» Gn 1: 12). En consecuencia, los que no creen en Cristo no son hijos de Dios o adoptados en su familia, sino que son «hijos de ira» (Ef2:3, RVR 1960) e «hijos de desobediencia» (Ef. 2: 2; 5:6, RVR 1960).
Aunque los judíos que rechazaron a Cristo trataban de afirmar que Dios era su Padre Gn 8: 41), Jesús les dijo: «Si Dios fuera su Padre les contestó Jesús-, ustedes me amarían... Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren cumplir» Gn 8: 42-44).
Las epístolas del Nuevo Testamento también dan testimonio repetidas veces del hecho que nosotros somos hijos de Dios en un sentido especial, miembros de su familia. Pablo dice:
Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre¡" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. (Ro 8: 14-17)
Pero si somos hijos de Dios, ¿estamos entonces relacionados unos con otros como miembros de su familia? Sin duda que sí. De hecho, esta adopción en el seno de la familia de Dios nos hace a todos participantes de una familia incluso con los judíos creyentes del Antiguo Testamento, porque Pablo nos dice que nosotros somos también hijos de Abraham: «Tampoco por ser descendientes de Abraham son todos hijos suyos.
Al contrario: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac". En otras palabras, los hijos de Dios no son los descendientes naturales; más bien, se considera descendencia de Abraham a los hijos de la promesa» (Ro 9:7-8).
Él lo explica más en Gálatas: «Ustedes, hermanos, al igual que Isaac, son hijos por la promesa... Así que, hermanos, no somos hijos de la esclava sino de la libre» (Gá 4: 28, 31; 1ª P 3: 6, donde Pedro ve a las mujeres creyentes como hijas de Sara en el nuevo pacto).
Pablo explica que esta situación de adopción como hijos de Dios no fue realizada por completo en el antiguo pacto. Dice que «antes de venir esta fe, la ley nos tenía presos. Así que la ley vino a ser nuestro guía encargado de conducimos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos sujetos al guía.
Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús» (Gá 3: 23-26). Esto no quiere decir que el Antiguo Testamento omitiera por
completo el hablar de Dios como nuestro Padre, porque Dios se llamó a sí mismo el Padre de los hijos de Israel y los llamó a ellos hijos en varias ocasiones (Sal 103: 13; Is 43: 6-7; Mal 1: 6; 2:10). Pero aunque había una conciencia de Dios como Padre del pueblo de Israel, los beneficios y privilegios plenos de la membrecía en la familia de Dios, y la completa realización de esa membrecía, no tuvo lugar hasta que Cristo vino y el Espíritu del Hijo de Dios se derramó en nuestros corazones, y dio testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
¿Qué evidencias vemos en nuestra vida de que somos hijos de Dios? Pablo ve clara evidencia de ello en el hecho de que el Espíritu Santo da testimonio en nuestros corazones de que somos hijos de Dios: «Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos. Ustedes ya son hijos.
Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "¡Abba! ¡Padre!" Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero» (Gá 4: 4-7).
La primera epístola de Juan también hace mucho hincapié en nuestra condición de hijos de Dios: «¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!. Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios) (1ª Jn 3: 1-2; Juan llama con frecuencia a sus lectores «hijos) o (hijitos).
Aunque Jesús habla de nosotros como «mis hermanos)) (He 2:12) y él es, por tanto, en un sentido nuestro hermano mayor en la familia de Dios (He 2: 1-14), y se puede ser reconocido como «el primogénito entre muchos hermanos), él es, no obstante, cuidadoso en hacer una distinción clara entre la manera en la que Dios es nuestro Padre celestial y la manera en la que él se relaciona con Dios el Padre. Él le dijo a María Magdalena: «Vuelvo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes) (Gn 20: 17), haciendo de ese modo una distinción clara entre el sentido mucho mayor y eterno en el que Dios es su Padre, y el sentido en el que Dios es nuestro Padre.
Aunque el Nuevo Testamento dice que nosotros somos ahora hijos de Dios (1ª Jn 3: 2), debiéramos también notar que hay otro sentido en el cual nuestra adopción es todavía futura porque no vamos a recibir todos los beneficios y privilegios de la adopción hasta que Cristo regrese y tengamos cuerpos resucitados.
Pablo habla de ese sentido completo y futuro de la adopción cuando dice: «y no sólo ella [la creación], sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo» (Ro 8: 23).
Pablo ve aquí el recibimiento de los nuevos cuerpos de resurrección como el cumplimiento de nuestros privilegios de la adopción, hasta el punto de que se refiere a ello como «aguardamos nuestra adopción como hijos».
NOTA: Hay otros varios pasajes que hablan acerca de nuestra posición como hijos de Dios o de nuestra membrecía en su familia (vea Mt 5: 48; 7: 11; 2ª Co 6: 18; Ef 5: 1; Fil2: 15; He. 2: 13-14; 12: 5-11; 1ª P 1: 14; 1ª Jn 3: 10).

B. LA ADOPCIÓN SIGUE A LA CONVERSIÓN Y ES UN RESULTADO DE LA FE SALVADORA

Podríamos pensar inicialmente que llegamos a ser hijos de Dios por la regeneración, puesto que la imagen de «nacer de nuevo» en la regeneración nos lleva a pensar de hijos que nacen en el seno de una familia humana. Pero el Nuevo Testamento nunca conecta la adopción con la regeneración. En realidad, la idea de la adopción es lo opuesto a la idea de nacer en una familia.
Más bien, el Nuevo Testamento relaciona la adopción con la fe salvadora, y dice que en respuesta a poner nuestra confianza en Cristo, Dios nos ha adoptado en su familia. Pablo dice: «Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús» (Gá 3: 23-26).
Y Juan escribe: «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios» (In 1:12). Estos dos versículos dejan bien en claro que la adopción sigue a la conversión y que es la respuesta de Dios a nuestra fe.
Se puede presentar una objeción que surge de la declaración de Pablo: «Ustedes ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "¡Abba! ¡Padre!» (Gá 4: 6).
Alguien podría entender este versículo como queriendo decir que Dios primero nos adopta como hijos y después nos da el Espíritu Santo para producir la regeneración en nuestros corazones. Pero unos pocos versículos antes Pablo había dicho que llegamos a ser «hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús» (Gá 3: 26).
Por tanto, la declaración de Pablo en Gálatas 4:6 se entiende mejor no como una referencia a dar el Espíritu Santo en la regeneración, sino más bien como una actividad adicional del Espíritu Santo en la cual él empieza a dar testimonio con nuestro espíritu y a asegurarnos que somos miembros de la familia de Dios.
Esta obra del Espíritu Santo nos da seguridad de nuestra adopción, y es en este sentido que Pablo dice que, después de ser nosotros hijos, Dios hace que su Espíritu Santo dentro de nosotros nos lleve a exclamar: «¡Abba! ¡Padre!» (Ro 8: 15-16).
NOTA: Es cierto que en Juan 1: 13 él especifica que estas personas habían nacido «de Dios», pero eso solo da una información adicional acerca de ellos (es decir, que ellos habían sido regenerados por Dios). Eso no niega el hecho de que aquellos que «creen en su nombre» Cristo les dio el derecho de ser «hijos de Dios».

C. LA ADOPCIÓN Y LA JUSTIFICACIÓN SON DOS COSAS DISTINTAS

Aunque la adopción es un privilegio que nos viene en el momento en que nos hacemos cristianos (Jn 1:12; Gá 3:26; 1ª Jn3:1-2), no obstante, es un privilegio que es distinto de la justificación y distinto de la regeneración.
En la regeneración somos vivificados espiritualmente, capaces de relacionamos con Dios mediante la oración y la adoración y capaces de oír su Palabra con corazones receptivos. Pero es posible que Dios pudiera tener criaturas que están vivas y, no obstante, no ser miembros de su familia y que no participan en los privilegios especiales de los miembros de la familia; por ejemplo, los ángeles al parecer caen dentro de esta categoría.
Por tanto, habría sido posible para Dios decidir damos la regeneración sin los grandes privilegios de la adopción en su familia.
Además, Dios podía habernos dado la justificación sin los privilegios de la adopción en su familia, porque él podía haber perdonado nuestros pecados y darnos una posición legal correcta delante de él sin habernos hecho sus hijos. Es importante que nos demos cuenta de esto porque nos ayuda a reconocer cuán grandes son nuestros privilegios en la adopción.
La regeneración tiene que ver con nuestra vida espiritual interior. La justificación tiene que ver con nuestra posición delante de la ley de Dios. Pero la adopción tiene que ver con nuestra relación con Dios como nuestro Padre, y en la adopción recibimos muchas de las grandes bendiciones que conoceremos por toda la eternidad.
Cuando empezamos a damos cuenta de la excelencia de estas bendiciones, y cuando apreciamos que Dios no tiene ninguna obligación de dárnoslas, entonces seremos capaces de exclamar con el apóstol Juan: «¡Fíjense qué gran amarnos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios!» (1ª Jn 3:1).
NOTA: Aunque los ángeles buenos y malos son llamados «hijos de Dios» (Job 1: 6) en un lugar de las Escrituras, esto es al parecer una referencia a la condición de hijos que viene por el hecho de que Dios los creó. No parece indicar que los ángeles generalmente (en especial los ángeles malos) participen en ninguno de los privilegios que nosotros recibimos como hijos de Dios.
De hecho, He. 2: 14-16 establece una clara distinción entre nuestra posición como hijos de Dios y la posición de los ángeles. Además, en ninguna parte se habla de los ángeles como miembros de la familia de Dios o se dice que tengan los privilegios familiares que nos corresponden a nosotros como hijos de Dios. (No es probable que Gn 6:2-4 se refiera a los ángeles. Vea Wayne Grudem, The First Epistle of Peter, pp. 211-15).

D. LOS PRIVILEGIOS DE LA ADOPCIÓN

Los beneficios o privilegios que acompañan a la adopción los podemos ver, primero, en la manera en que Dios se relaciona con nosotros, y entonces también en la forma en que nosotros nos relacionamos unos con otros como hermanos en la familia de Dios.
Uno de los más grandes privilegios de nuestra adopción es ser capaces de hablar con Dios y relacionarnos con él como un Padre bueno y amoroso. Se nos invita a orar diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mt 6: 9), y tenemos que damos cuenta que «ya no eres esclavo sino hijo» (Gá 4: 7).
Por tanto, no tenemos ahora que relacionamos con Dios como un esclavo se relacionaba con su amo, sino como un hijo se relaciona con su Padre. En realidad, Dios nos da un testimonio interno del Espíritu Santo que nos lleva instintivamente a llamarle a Dios Padre. «y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios» (Ro 8: 15-16).
Esta relación con Dios como nuestro Padre es el fundamento de otras muchas bendiciones de la vida cristiana, y se convierte en la forma primaria en la que nos relacionamos con Dios.
Es cierto que Dios es nuestro Creador, nuestro Juez, nuestro Señor, nuestro Maestro, nuestro Proveedor, Sustentador y Protector, y el que con su cuidado providencial sostiene nuestra existencia. Pero el papel que es más íntimo, y que transmite los más altos privilegios del compañerismo con Dios por toda la eternidad, es su papel como nuestro buen Padre celestial.
El hecho que Dios se relaciona con nosotros como Padre nos demuestra claramente que él nos ama (1a Jn 3: 1), que él nos comprende (Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro» [Sal 103: 13-14]), y que él cuida de nuestras necesidades.
(Porque los paganos andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan», Mt 6:32). Además, en su papel como nuestro Padre, Dios nos da muchos dones: «Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!» (Mt 7: 11). Nos da especialmente el don del Espíritu Santo para consolamos y para capacitamos para el ministerio y para vivir la vida cristiana (Lc 11: 13): De hecho, no son solo los dones que Dios nos da en esta vida, sino que también nos da una gran herencia en los cielos, porque nos hemos convertido en coherederos con Cristo.
Pablo dice: «Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero» (Gá 4:7); somos en realidad «herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Ro 8: 17). Como sus herederos tenemos derecho a «una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para ustedes» (1a P 1: 4).
Todos los grandes privilegios y bendiciones del cielo están preparados para nosotros y puestos a nuestra disposición porque somos hijos del Rey, miembros de la familia real, príncipes y princesas que reinarán con Cristo sobre los nuevos cielos y nueva tierra (Ap 2:26-27; 3:21). Como un anticipo de este gran privilegio, los ángeles son incluso enviados ahora para ministrarnos y servimos (He 1: 14).
Es en este contexto de las relaciones con Dios como nuestro Padre celestial que entendemos la oración que Jesús les dijo a sus discípulos que hicieran a diario: «Padre nuestro que estás en el cielo. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6: 9-12). En esta oración diaria pidiendo el perdón de nuestros pecados no es una oración para que Dios nos dé la justificación una y otra vez a lo largo de nuestra vida, porque la justificación es un suceso que tiene lugar de una vez, y que ocurre inmediatamente después de que nosotros hemos puesto nuestra confianza en Cristo con fe salvadora.
Más bien, la oración diaria de perdón de pecados es una oración en que pedimos que las relaciones paternales de Dios con nosotros, que se han visto interrumpidas por algún pecado, sean restauradas, y que él se relacione una vez más con nosotros como un Padre que se deleita en los hijos que ama. La oración de «perdónanos nuestras deudas» es, por tanto, una oración en la que no nos relacionamos con Dios como el juez eterno del universo, sino con Dios nuestro Padre. En una oración en la que buscamos restaurar nuestra comunión con nuestro Padre que había quedado interrumpido por causa del pecado (vea 1A Jn 1: 9; 3: 19-22).
NOTA: En este versículo Jesús dice: «Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espírito Santo a quienes se lo pidan!» Aquí parece que Él no se está refiriendo al Espíritu Santo morando dentro de nosotros como cuando viene en la regeneración, sino al don de habilitarnos para el ministerio, a los dones que usamos para el ministerio o para la vida cristiana.
Otro beneficio de la adopción es también el privilegio de ser dirigido por el Espíritu Santo. Pablo indica que este es un beneficio moral pues de ese modo el Espíritu Santo pone en nosotros el deseo de obedecer a Dios y vivir conforme a su voluntad.
Él dice: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Ro 8: 14), y nos da esto como una razón por la que los cristianos debieran dar «muerte a los malos hábitos del cuerpo» por medio de la obra del Espíritu Santo obrando dentro de ellos (v. 13; note el «porque» al comienzo del v. 14). Él ve al Espíritu Santo como dirigiendo y guiando a los hijos de Dios en los caminos de la obediencia a Dios
Otro privilegio de la adopción en el seno de la familia de Dios, aunque nosotros no siempre 10 reconocemos como un privilegio, es el hecho que Dios nos disciplina como sus hijos. «y ya han olvidado por completo las palabras de aliento que como a hijos se les dirige: "Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo» (He 12: 5-6, citando Pr 3: 11-12).
El autor de Hebreos explica: «Dios los está tratando como a hijos. ¿Qué hijo haya quien el padre no disciplina? Pero Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad» (He 12: 7, 10). Así como los hijos terrenales crecen en obediencia y rectitud cuando son disciplinados debidamente por sus padres terrenales, nosotros también crecemos en justicia y santidad cuando somos disciplinados por nuestro Padre celestial.
Relacionado con la disciplina paternal de Dios está el hecho que, como hijos de Dios y coherederos con Cristo, tenemos el privilegio de participar tanto en sus sufrimientos como en su subsiguiente gloria. Como nos dice Lucas: «¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria?» (Lc 24:26), así también Dios nos concede el privilegio de caminar por la misma senda que Cristo anduvo, soportando el sufrimiento en esta vida a fin de que podamos recibir gran gloria en la vida venidera: «y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria (Ro 8: 17).
Además de estos grandes privilegios que tienen que ver con nuestra relación con Dios y nuestra comunión con él, tenemos también privilegios de adopción que afectan la manera en que nos relacionamos unos con otros y afectan nuestra propia conducta personal. Porque somos hijos de Dios, nuestra relación unos con otros es mucho más profunda y más íntima que las relaciones que tienen los ángeles, por ejemplo, porque todos nosotros somos miembros de una familia.
El Nuevo Testamento se refiere muchas veces a los cristianos como «hermanos y (hermanas) en Cristo (Ro 1:13; 8:12; 1 Ca 1:10; 6:8; Stg 1:2; Mt 12: 50; Ro 16:1; 1a Co 7:15; Flm. 1:2; Stg2:15). Además de esto, en los muchos versículos en los que se habla de toda la iglesia como (hermanos) no debieran entenderse como refiriéndose solo a los hombres en la congregación, sino que son referencias generales a toda la iglesia, y, excepto donde el contexto indica explícitamente otra cosa, debieran tomarse como queriendo decir «hermanos y hermanas en el Señor.
La designación «hermanos es tan común en las epístolas que es la forma predominante en la que los autores del Nuevo Testamento se refieren a los otros cristianos a los que están escribiendo. Eso indica la fuerte conciencia que tenían de la naturaleza de la iglesia como la familia de Dios. De hecho, Pablo le dice a Timoteo que se relacione con la iglesia en Éfeso, y con los individuos dentro de la iglesia, como si se relacionara con los miembros de una familia amplia. «No reprendas con dureza al anciano, sino aconséjalo como si fuera tu padre.
Trata a los jóvenes como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza» (1a Ti 5:1-2).
Este concepto de la iglesia como la familia de Dios debiera damos una nueva perspectiva sobre el trabajo de la iglesia; es un «trabajo de familia», y los varios miembros de la familia nunca debieran competir unos con otros u obstaculizarse unos a otros en sus esfuerzos, sino que debieran alentarse unos a otros y estar agradecidos por cualquier bien o progreso que tenga cualquier miembro de la familia, porque todos contribuyen al bien de la familia y a la honra de Dios nuestro Padre.
De hecho, así como los miembros de una familia terrenal tienen a menudo momentos de gozo y compañerismo cuando trabajan juntos en algún proyecto, del mismo modo nuestros momentos de trabajar juntos en la edificación de la iglesia debieran ser oportunidades de gran gozo y compañerismo unos con otros.
Además, así como los miembros de una familia terrenal honran a sus padres y cumplen el propósito de una familia, sobre todo cuando dan la bienvenida a nuevos hermanos o hermanas recientemente adoptados en el seno de esa familia, nosotros también debiéramos dar la bienvenida a los nuevos miembros de la familia de Cristo con gozo y amor.
Otro aspecto de nuestra membrecía en la familia de Dios es que nosotros, como hijos de Dios, debemos imitar a nuestro Padre que está en el cielo en toda nuestra conducta.
Pablo dice: «Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados» (Ef 5:1).
Pedro se hace eco de este mismo tema cuando dice: «Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: "Sean santos, porque yo soy santo» (1a P 1: 14-16).
Tanto Pedro como Pablo se dan cuenta de que es natural para los hijos el imitar a sus padres terrenales. Ellos apelan a este sentido natural que tienen los hijos con el fin de recordamos que debemos imitar a nuestro Padre celestial, y en verdad esto debiera ser algo que nosotros quisiéramos hacer y deleitamos en ello. Si Dios nuestro Padre en el cielo es santo, nosotros debiéramos ser santos como hijos obedientes.
Cuando caminamos por sendas de conducta recta honramos a nuestro Padre celestial y le glorificamos. Cuando actuamos en formas que son gratas a Dios, debemos hacer con el fin de que otros «puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo» (Mt 5: 16). Pablo anima a los filipenses a mantener una conducta pura delante de los incrédulos «para que sean intachables y puros, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada.
En ella ustedes brillan como estrellas en el firmamento» (Fil 2:15). En verdad, un modelo coherente de conducta moral es también una evidencia de que somos de verdad hijos de Dios. Juan dice: «Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano» (1a Jn 3:10).
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. Vuelva a revisar la lista de privilegios que vienen con nuestra adopción como hijos de Dios. ¿Había usted pensado en ellos como algo que es automáticamente suyo por haber nacido de nuevo? ¿Puede usted describir cómo sería nuestra vida eterna si hubiéramos tenido la regeneración y la justificación y los otros privilegios que vienen con la salvación, pero no adopción en la familia de Dios? Ahora, ¿cómo se siente acerca del hecho de que Dios le ha adoptado en su familia cuando lo compara con la manera en que se sentía antes de leer este capítulo?
2. Sus relaciones con su propia familia humana, ¿se ha hecho mejor o más difícil desde que usted se hizo cristiano? Si sus relaciones con su familia humana se ha hecho más dificil, ¿en qué forma lo que se dice en Marcos 10: 29-20 se ha hecho realidad en su vida como cristiano?
3. Algunas personas que han tenido padres terrenales poco amorosos o crueles han encontrado que su trasfondo les crea dificultades en su pensamiento acerca de Dios y para relacionarse con él como un Padre celestial. ¿Cómo pueden Hebreos 12: 10, Mateo 7: 11 y Lucas 11: 13, que contrastan padres terrenales pecadores con nuestro perfecto Padre celestial, sede de ayuda en esta situación? ¿Podría 1a Pedro 1:18 sede de ayuda también en esta situación? ¿Cómo puede una persona que ha tenido una relación dificil con un padre terrenal obtener una mejor visión y aprecio de quién es Dios y de la clase de Padre que él es? ¿Piensa usted que algunas de las personas que se hicieron cristianas en el primer siglo tuvieron padres crueles o poco amorosos o quizá eran huérfanas de padre? ¿Qué enseñanza del Antiguo Testamento les hubiera ayudado en esa situación? ¿Piensa usted que personas que han tenido padres terrenales malos tienen un cierto sentido dado por Dios de cómo debiera ser un buen padre?
4. Piense en las personas que son miembros de su iglesia. ¿Le ha ayudado este capítulo a pensar en ellos más como sus hermanos y hermanas (o si ellos son mayores en edad, como si fueran «padres» o «madres» suyos)? ¿Cómo piensa usted que un aprecio mayor de esta idea de la iglesia como una familia ayudaría a su iglesia? ¿Cómo podría usted animar un mayor aprecio por esta idea?
5. ¿Tiene su iglesia algún sentido de competición con otras iglesias que podría ser superado mediante un mayor aprecio de la doctrina de la adopción?
6. En la familia humana, cuando uno de los hijos comete un delito y es castigado públicamente por ello, toda la familia sufre la vergüenza. Por otro lado, cuando un miembro de la familia es honrado por un logro sobresaliente toda la familia se siente orgullosa y se regocija. ¿Cómo le hace sentirse esta analogía de sucesos en la familia humana acerca de su nivel de santidad en su vida personal, y la manera en que eso se refleja en los otros miembros de su familia espiritual? ¿Cómo le hace sentirse la necesidad de la santidad personal entre los hermanos en la iglesia? ¿Tiene usted un fuerte deseo interno de imitar a su Padre celestial en su conducta (Ef 5: 1; 1a P 1: 14-16)?
7. ¿Siente usted la obra del Espíritu Santo dentro de usted dando testimonio a su espíritu de que usted es un hijo de Dios (Ro 8: 15-16; Gá 4:6)? ¿Puede usted describir cómo es ese sentido?
8. ¿Siente usted alguna discriminación en contra de cristianos de otras razas o de otra posición social o económica? ¿Puede usted entender cómo la doctrina de la adopción debiera eliminar esas distinciones en la iglesia (vea Ge 3: 26-28)? ¿Puede usted también ver cómo la doctrina de la adopción significa que ninguna mujer u hombre debiera pensar del otro sexo como más o menos importante en la iglesia (vea Gá 3: 28)?
TÉRMINOS ESPECIALES
Adopción
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR

Romanos 8:14-17: Porque Todos Los Que Son Guiados Por El Espíritu De Dios Son Hijos De Dios. Y Ustedes No Recibieron Un Espíritu Que De Nuevo Los Esclavice Al Miedo, Sino El Espíritu Que Los Adopta Como Hijos Y Les Permite Clamar: «¡Abba! ¡Padre!» El Espíritu Mismo Le Asegura A Nuestro Espíritu Que Somos Hijos De Dios. Y Si Somos Hijos, Somos Herederos; Herederos De Dios Y Coherederos Con Cristo, Pues Si Ahora Sufrimos Con Él, También Tendremos Parte Con Él En Su Gloria.