INTRODUCCIÓN
No
pienso que un verdadero sistema de teología se pueda construir desde lo que
podríamos llamar la tradición teológica «liberal», es decir, de personas que
niegan la absoluta veracidad de la Biblia, o que piensan que las palabras de la
Biblia no son exactamente palabras de Dios.
Por
esta razón, los otros escritores con quienes dialogo en este estudio están en
su mayoría dentro de lo que hoy se llama la tradición «evangélica conservadora»
más amplia; desde los grandes reformadores Juan Calvino y Martín Lutero, hasta
los escritos de los eruditos evangélicos de hoy.
Escribo
como evangélico y para evangélicos. Esto no quiere decir que los que siguen la
tradición liberal no tengan nada valioso que decir; sino que las diferencias
con ellos casi siempre se reducen a diferencias en cuanto a la naturaleza de la
Biblia y su autoridad. La cantidad de acuerdo doctrinal que se puede lograr con
personas que tienen bases ampliamente divergentes de autoridad es muy limitada.
Claro,
los profesores pueden siempre asignar lecturas adicionales de teólogos
liberales de interés actual, y estoy agradecido por mis amigos evangélicos que
escriben críticas extensas de la teología liberal. Pero no pienso que todos
están llamados a hacer eso, ni que un análisis extenso de nociones liberales
sea la manera más útil de edificar un sistema positivo de teología basado en la
total veracidad de toda la Biblia. Al final se encuentra un diccionario de
términos usados en este estudio.
Este
estudio lo hemos escrito con el propósito de edificar la iglesia y esta
adecuado para el más mínimo principiante hasta el pastor, el maestro, o
cualquier líder de seminarios, u institutos bíblicos y facultades de teología.
A Dios
sea la gloria y gracias por lo que permite que seamos útiles para su obra.
CONTENIDO
CAPÍTULO 1:
Gracia común: ¿Cuáles son las
bendiciones no merecidas que Dios da a todas las personas, creyentes e incrédulos?
CAPÍTULO 2:
Elección y reprobación: ¿Cuándo y por
qué Dios nos ha elegido? ¿Son algunos no elegidos?
CAPÍTULO 3: El
llamamiento del evangelio y el llamamiento eficaz: ¿Cuál es el mensaje del evangelio? ¿Cómo llega a ser eficaz?
CAPÍTULO 4: La
regeneración: ¿Qué significa nacer de
nuevo?
CAPÍTULO 5: La
conversión (Fe y arrepentimiento) ¿Qué
es el verdadero arrepentimiento? ¿Qué es fe salvadora?¿Pueden las personas
aceptar a Jesús como Salvador y no como Señor?
CAPÍTULO 6: La
justificación (La situación legal correcta delante de Dios) ¿Cómo y cuándo obtenemos una situación legal
correcta delante de Dios?
CAPÍTULO 7: La
adopción (La membrecía en la familia de Dios) ¿Cuáles son los beneficios de ser un miembro de la familia de Dios?
CAPÍTULO 8: La
santificación (El crecimiento en la semejanza de Cristo) ¿Cómo crece usted en madurez cristiana?
¿Cuáles son las bendiciones del crecimiento cristiano?
CAPÍTULO 9: El
bautismo y la llenura del Espíritu ¿Debiéramos
buscar el «bautismo en el Espíritu Santo después de la conversión? ¿Qué
significa ser llenos con el Espíritu Santo?
CAPÍTULO 10: La
perseverancia de los santos (Cómo permanecer como creyente) ¿Pueden los verdaderos creyentes perder su
salvación? ¿Cómo podemos saber si en realidad hemos nacido de nuevo?
CAPÍTULO 11: La
muerte y el estado intermedio: ¿Cuál
es el propósito de la muerte en la vida cristiana? ¿Qué les sucede a nuestros
cuerpos y almas cuando morimos?
CAPÍTULO 12: Glorificación
(Recepción de un cuerpo de resurrección) ¿Cuándo
recibiremos cuerpos de resurrección? ¿Cómo serán?
CAPÍTULO 1
GRACIA COMÚN
¿CUÁLES SON LAS
BENDICIONES NO MERECIDAS QUE DIOS DA A TODAS LAS PERSONAS, CREYENTES E
INCRÉDULOS?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
A. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN
Cuando
Adán y Eva pecaron, se hicieron dignos de castigo eterno y de separación de
Dios (Gn 2: 17). De la misma manera, cuando los seres humanos pecan hoy se
hacen merecedores de la ira de Dios y del castigo eterno: «La paga del pecado
es muerte» (Ro 6: 23). Esto quiere decir que una vez que las personas pecan, la
justicia de Dios requiere solo una cosa: Que queden eternamente separados de
Dios, alejados de la posibilidad de experimentar sus cosas buenas y que vivan
para siempre en el infierno, recibiendo solo la ira divina para siempre.
De
hecho, esto es lo que les sucedió a los ángeles que pecaron, y nos podría haber
sucedido a nosotros también: «Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron,
sino que los arrojó al abismo, metiéndolos en tenebrosas cavernas y
reservándolos para el juicio» (2 P 2: 4).
Pero
en realidad Adán y Eva no murieron de inmediato (aunque la sentencia de muerte
empezó a cumplirse en sus vidas a partir del día que pecaron). La plena
ejecución de la sentencia de muerte quedó demorada por muchos años. Además,
millones de sus descendientes aun hasta el día de hoy no mueren y van al
infierno tan pronto como pecan, sino que continúan viviendo por muchos años,
disfrutando de innumerables bendiciones en este mundo.
¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede continuar
Dios dando bendiciones a pecadores que merecen la muerte, no solo a aquellos
que al final serán salvos, sino también a millones que nunca lo serán, cuyos
pecados nunca serán perdonados?
La
respuesta a estas preguntas es que Dios otorga gracia común. Podemos definir la
gracia común de la siguiente manera: La gracia común es la gracia de Dios
mediante la cual él da a las personas innumerables bendiciones que no son parte
de la salvación. Se le llama común porque es común a todas las personas y no
está restringido a los creyentes ni a los elegidos.
Para
distinguirla de la gracia común, la gracia de Dios que trae salvación a las
personas la identificamos con frecuencia como «gracia salvadora». Por supuesto,
cuando hablamos de «gracia común» y «gracia salvadora» no estamos indicando que
haya dos clases de gracia en Dios, sino es solo la gracia de Dios que se
manifiesta a sí misma en el mundo en dos formas diferentes.
La
gracia común es diferente de la gracia salvadora en sus resultados (no produce
salvación), en sus receptores (la reciben por igual los creyentes y los
incrédulos), y en su fuente (no fluye directamente de la obra expiatoria de
Cristo, puesto que la muerte de Cristo no gana ninguna medida de perdón para los
incrédulos y, por tanto, tampoco hace que tengan mérito las bendiciones de la
gracia común para ellos).
Sin
embargo, sobre este último punto debiéramos decir que la gracia común fluye
indirectamente de la obra redentora de Cristo, debido al hecho de que Dios no
juzgó al mundo de una vez cuando entró el pecado debido primaria y quizá
exclusivamente a que planeaba salvar al final a algunos pecadores a través de
la muerte de su Hijo.
B. EJEMPLOS DE GRACIA COMÚN
Si
miramos al mundo a nuestro alrededor y lo contrastamos con el fuego del
infierno que el mundo se merece, podemos ver inmediatamente la evidencia
abundante de la gracia común de Dios en miles de ejemplos de la vida diaria.
Podemos distinguir varias categorías específicas en las que vemos esa gracia común.
1. EN LA ESFERA FISICA.
Los
incrédulos continúan viviendo en este mundo únicamente a causa de la gracia
común de Dios. Cada vez que las personas respiran es por la gracia de Dios,
porque la paga del pecado es muerte, no vida. Además, la tierra no solo produce
cardos y espinos (Gn 3: 18) ni permanece como un desierto calcinado, sino que
por la gracia de Dios produce alimentos y materiales para hacer vestidos y
albergues, con frecuencia con gran abundancia y diversidad. Jesús dijo:
«Amen
a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su
Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y
que llueva sobre justos e injustos» (Mt 5: 44-45). Aquí Jesús está apelando a
la abundante gracia común de Dios como un estímulo para que sus discípulos
también concedan amor y oraciones por bendiciones para los incrédulos (Le 6:
35-36).
Del
mismo modo, Pablo les dice a las personas en Listra: «En épocas pasadas él
permitió que todas las naciones siguieran su propio camino. Sin embargo, no ha
dejado de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoles lluvias del
cielo y estaciones fructíferas, proporcionándoles comida y alegría de corazón»
(Hch 14: 16-17).
El
Antiguo Testamento también habla de la gracia común de Dios que viene sobre los
incrédulos así como también sobre los creyentes. Un ejemplo específico es
Potifar, el capitán egipcio de la guardia del faraón que compró a José como
esclavo:
«El
Señor bendijo la casa del egipcio Potifar a partir del momento en que puso a
José a cargo de su casa y de todos sus bienes. La bendición del Señor se
extendió sobre todo lo que tenía el egipcio, tanto en la casa como en el campo»
(Gn 39: 5).
David
habla de una forma mucho más general acerca de todas las criaturas que Dios ha
hecho: «El Señor es bueno con todos; él se compadece de toda su creación.
Los
ojos de todos se posan en ti, y a su tiempo les das su alimento. Abres la mano
y sacias con tus favores a todo ser viviente» (Sal 145: 9, 15-16).
NOTA: Debiéramos notar que he puesto este capítulo
sobre la gracia común en la parte 5 de este libro, «La doctrina de la
aplicación de la redención'), no porque la gracia común fluya directamente de
la obra redentora de Cristo (no lo hace), sino porque tiene un papel en la
preparación y en asistir a la obra de Dios de la aplicación de la redención a
los creyentes.
Estos
versículos son otro recordatorio de que el bien que encontramos en toda la
creación es a causa de la bondad y de la compasión de Dios.
Vemos
incluso evidencias de la gracia común de Dios en la belleza del mundo natural.
A pesar de que la naturaleza misma Está sometida a la «esclavitud de
corrupción» y «fue sujetada a vanidad» (Ro 8: 21, 20) debido a la maldición de
la Caída (Gn 3: 17-19), todavía queda mucha belleza en el mundo natural.
La
belleza multicolor de las flores, de los campos y de los bosques, de los ríos,
lagos, montañas y mares, todavía nos recuerdan como un testimonio diario de la
continua gracia común de Dios. Los incrédulos no merecen disfrutar de nada de
esta belleza, pero por la gracia de Dios pueden disfrutar mucho de ella a lo
largo de toda su vida.
2. EN LA ESFERA INTELECTUAL.
Satanás
es «el padre de la mentira» Gn 8: 44), porque él está completamente entregado a
la maldad y a la irracionalidad y comprometido con la falsedad que acompaña al
mal radical. Pero los seres humanos en el mundo de hoy, incluso los incrédulos,
no están totalmente entregados a la mentira, la irracionalidad y la ignorancia.
Todas las personas pueden tener alguna percepción de la verdad; y en verdad
algunos tienen gran inteligencia y entendimiento.
Esto
también debe verse como un resultado de la gracia de Dios. Juan se refiere a
Jesús y dice «Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este
mundo» Gn 1: 9), porque en su papel como creador y sustentador del universo (no
particularmente en su papel como redentor) el Hijo de Dios permite que la
iluminación y el entendimiento vengan a todas las personas en el mundo:
La
gracia común de Dios en la esfera intelectual la vemos en el hecho de que todas
las personas tienen un cierto conocimiento de Dios: «A pesar de haber conocido
a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Ro 1: 21). Esto
quiere decir que hay un sentido de la existencia de Dios y con frecuencia
hambre por conocer a Dios que él permite que permanezca en el corazón de las
personas, aun cuando eso con frecuencia resulta en muchas religiones de
creación humana.
Por
tanto, Pablo, aun cuando estaba hablando a personas que sostenían ideas
religiosas falsas, podía encontrar un punto de contacto en cuanto al
conocimiento de la existencia de Dios, como cuando lo hizo al dirigir la
palabra a los filósofos atenienses: «¡Ciudadanos atenienses! Observo que
ustedes son sumamente religiosos en todo lo que hacen. Pues bien, eso que
ustedes adoran como algo desconocido es lo que yo les anuncio» (Hch 17: 22-23).
NOTA: Puesto que el contexto de Juan 1 es el de
hablar acerca de la venida de Cristo al mundo, es mejor tomar la frase «venía a
este mundo» como modificadora de la luz verdadera, Cristo, más bien que «todo
ser humano», aunque ambas son gramaticalmente posibles. En cualquier caso, el
versículo todavía dice que Cristo alumbra a todo hombre.
Aunque algunos han argumentado que este
alumbramiento es solo el brillo de la luz de la presencia encamada de Cristo en
el mundo (como dice O. A. Carson, The Gospel Accordingto John, pp. 123-24), es
más probable que esta iluminación es la luz de la revelación general que todas
las personas reciben, la habilidad para observar y entender muchos hechos
verdaderos acerca de Dios y del universo (así piensa Lean Mortis, The Gospel
According to John, pp. 94-95).
Esto es porque:
(1) Cuando Juan especifica que Cristo «alumbra a
todo ser humano» está sugiriendo que esta iluminación tiene lugar para cada
individuo, lo que sería cierto de un conocimiento general, pero no del
conocimiento de Cristo.
(2) Este sentido permite que la palabra «alumbran,
hable de un alumbramiento real, no simplemente de un alumbramiento potencial de
Cristo.
(3) Este sentido señala en contraste irónico de los
vv. 9-10 de que aunque Cristo da conocimiento a todos los hombres, y aunque ha
creado a todos los hombres, pero no obstante no le conocen ni le reciben.
La
gracia común de Dios en la esfera intelectual resulta también en la capacidad
de percibir la verdad y distinguirla del error, y experimentar crecimiento en
un conocimiento que puede ser usado en la investigación del universo y en la
tarea de sojuzgar la tierra.
Esto
significa que toda la ciencia y tecnología que desarrollan todos los que no son
cristianos es un resultado de la gracia común, lo que les permite hacer
descubrimientos e invenciones increíbles para desarrollar los recursos de la
tierra en muchos bienes materiales, para producir y distribuir esos recursos y
tener habilidad en su trabajo productivo.
En un
sentido práctico esto significa que cada vez que entramos en un supermercado o
manejamos un automóvil, o entramos en una casa debiéramos recordar que estamos
experimentando los resultados de la abundante gracia común de Dios derramada
para el enriquecimiento de la humanidad.
3. LA ESFERA MORAL.
También
mediante la gracia común, Dios refrena a las personas para que no sean todo lo
malas que podían ser.
Una
vez más la esfera demoníaca, dedicada totalmente a la maldad y a la
destrucción, nos provee de un contraste claro con la sociedad humana en la que
el mal está claramente restringido. Si las personas persisten en entregarse al
mal y siguen continuamente pecando a lo largo del tiempo, Dios al final dejará
que se hundan cada vez más en el pecado (Sal 81: 12; Ro 1: 24, 26, 28), pero en
el caso de la mayoría de los seres humanos no caen en esas profundidades a las
que el pecado las llevaría si se lo permitieran, porque Dios interviene y pone
limitaciones en su conducta.
Una de
las restricciones más eficaces es la fuerza de la conciencia. Pablo dice: «De
hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que
la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos
muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo
atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan
y otras veces los excusan» (Ro 2: 14-15).
Ese
sentido interno de 10 que es bueno y malo que Dios da a todas las personas
significa que ellos frecuentemente van a aprobar las normas morales que
reflejan muchos de los principios morales de las Escrituras. Pablo dice que aun
aquellos que se han entregado al pecado «saben bien que, según el justo decreto
de Dios, quienes practican tales cosas merecen la muerte» (Ro 1:32).
Y en
otros muchos casos este sentido interno de la conciencia lleva a las personas a
establecer leyes y costumbres en la sociedad que son, en términos de
comportamiento externo que ellos aprueban o prohíben, bastante semejantes a las
leyes morales de las Escrituras:
Las
personas a menudo establecen leyes o tienen costumbres que respetan la santidad
del matrimonio y de la familia, protegen la vida humana, y prohíben el robo y
la falsedad al hablar.' A causa de esto, las personas con frecuencia viven en
formas que están directa y exteriormente en conformidad con los principios
morales de las Escrituras.
Aunque
su comportamiento moral no puede ganar méritos con Dios (puesto que las
Escrituras dicen claramente «que por la ley nadie es justificado delante de
Dios», Gá 3:11, y «todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay
nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!» Ro 3: 12), no obstante, en algún
sentido, menos el de ganar méritos o la aprobación eterna de Dios, los
incrédulos hacen «el bien».
NOTA: Por supuesto, el funcionamiento de la
conciencia nunca es perfecto en las personas pecadoras en esta vida (como Pablo
nos indica en Ro. 2: 15), de modo que las sociedades van a variar en el grado
en el que ellos aprueban diferentes aspectos de las leyes morales de Dios. No
obstante, encontramos una importante semejanza en las leyes y costumbre de cada
sociedad con las leyes morales de las Escrituras.
Jesús
nos lo indica cuando dice: «¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer bien a
quienes les hacen bien? Aun los pecadores actúan así» (Lc 6: 33; 2ª R 12: 2 y
2ª Cr 24: 2, donde se dice que Joás hizo cosas buenas durante su gobierno como
rey, con 2ª Cr 24: 17-25, donde se dice que hizo tales cosas malas que daba la
apariencia de no tener fe salvadora en su vida).
Por
supuesto, en regiones donde el evangelio ha tenido gran influencia y la iglesia
es fuerte, habrá una influencia moral más fuerte que en lugares donde el
evangelio nunca ha llegado, o donde hay poca influencia restrictiva (por
ejemplo, en sociedades caníbales, o incluso en sociedades modernas occidentales
donde la creencia en el evangelio y los principios morales absolutos han sido
abandonados por la cultura dominante).
Dios
también demuestra su gracia común dando advertencias del juicio final en el
funcionamiento del mundo natural. Dios ha ordenado de tal manera el mundo que
vivir conforme a sus principios morales muy a menudo trae recompensas en la
esfera natural, y violar las normas morales de Dios con frecuencia trae
destrucción para las personas, lo que indica en ambos casos la dirección última
del juicio final.
La
honradez, la diligencia en el trabajo, mostrar amor y bondad hacia otros, la
fidelidad en el matrimonio y la familia traerá (excepto en las sociedades más
corrompidas) traerá muchas más recompensas materiales y emocionales en esta
vida que la deshonestidad, la pereza, la crueldad, la infidelidad marital, y
otras conductas erróneas como la embriaguez, el abuso de drogas, el robo y
cosas semejantes. Estas consecuencias normales del pecado o de la rectitud
debieran servimos de advertencia del juicio que viene, y, en este sentido, son
también ejemplos de la gracia común de Dios.
4. LA ESFERA DE LA CREATIVIDAD.
Dios
ha permitido una buena medida de habilidad en esferas artísticas y musicales,
así como también en otros campos en las que se pueden expresar la creatividad y
la destreza, tales como el atletismo, el arte culinario, la escritura y cosas
similares. Además, Dios no da la capacidad de apreciar la belleza en muchas
esferas de la vida.
En
esto como también en el campo fisico e intelectual, las bendiciones de la
gracia común son a veces derramadas sobre los incrédulos con más abundancia aun
que sobre los creyentes. Pero en todos los casos es un resultado de la gracia
de Dios.
5. LA ESFERA DE LAS RELACIONES SOCIALES.
La
gracia de Dios es también evidente en la existencia de varias organizaciones y
estructuras de la sociedad humana. Lo vemos primeramente en la familia humana,
evidenciado en el hecho de que Adán y Eva permanecieron como marido y mujer
después de la Caída y entonces tuvieron hijos, tanto hijos como hijas (Gn 5:4).
Los
hijos de Adán y Eva también se casaron y formaron sus propias familias (Gn 4: 17,
19, 26). La familia humana persiste hoy, no simplemente como una institución
para los creyentes, sino para todas las personas.
El
gobierno humano es también un resultado de la gracia común. Fue instituido en
principio por Dios después del diluvio (vea Gn 9:6), yen Romanos 13:1 se dice
claramente que fue dado por Dios: «No hay autoridad que Dios no haya dispuesto,
así que las que existen fueron establecidas por él».
Es
evidente que el gobierno es un don de Dios para la humanidad en general, porque
Pablo dice que el gobernante «está al servicio de Dios para tu bien» y que «si
haces lo malo debes temer, entonces debes tener miedo pues está al servicio de
Dios para impartir justicia y castigar al malhechor (Ro 13: 4).
Uno de
los recursos primarios que Dios usa para restringir el mal en el mundo es el
gobierno humano. Las leyes humanas, la fuerza de la policía y el sistema
judicial proveen de elementos disuasorios poderosos para las acciones malas, y
estos son necesarios, porque hay mucho mal en el mundo que es irracional y que
solo puede contenerse mediante la fuerza, porque no se logra detener mediante
la razón y la educación.
Por
supuesto, la pecaminosidad del hombre también puede afectar a los gobernantes
mismos, de forma que llegan a corromperse y estimular en realidad el mal en vez
de alentar el bien. Esto es solo para decir que el gobierno humano, como todas
las otras bendiciones de la gracia común que Dios da, se pueden usar 10 mismo
para propósitos buenos o malos.
Otras
organizaciones en la sociedad humana incluyen las instituciones educativas, las
empresas y corporaciones, las asociaciones voluntarias (tales como las
dedicadas a la beneficencia o grupos de servicios públicos), e innumerables
ejemplos de fraternidades humanas comunes. Todas estas funcionan con el
propósito de producir bienestar a los seres humanos, y todas son expresiones de
la gracia común de Dios.
6. LA ESFERA RELIGIOSA.
Aun en
la esfera de la religión humana, la gracia común de Dios trae algunas
bendiciones a las personas incrédulas. Jesús dijo: «Amen a sus enemigos y oren
por quienes los persiguen» (Mt 5: 44), y puesto que no hay limitación en el
contexto de orar por su salvación, y puesto que el mandamiento de orar por los
que nos persiguen va unido al mandamiento de amarlos, parece razonable concluir
que Dios tiene la intención de responder a las oraciones que hacemos aun por
los que nos persiguen en relación a muchas cuestiones de la vida.
De
hecho, Pablo manda específicamente que oremos por «los gobernantes y por todas
las autoridades» (1ª Ti 2: 1-2). Cuando procuramos el bien de los incrédulos
eso es coherente con la práctica de Dios de hacer «que salga el sol sobre malos
y buenos. Y que llueva sobre justos e injustos» (Mt 5: 45) y es también
coherente con la práctica de Jesús durante su ministerio terrenal cuando sanaba
a todas las personas que acudían a él (Lc 4: 40). No hay ninguna indicación de
que requiriera de ellos que creyeran en él o que estuvieran de acuerdo en que
era el Mesías antes de concederles salud fisica.
¿Responde
Dios a las oraciones de los incrédulos? Aunque Dios no ha prometido responder a
las oraciones de los incrédulos como lo ha hecho en cuanto a las oraciones de
los que acuden en el nombre de Jesús, y aunque no tiene obligación de responder
a las oraciones de los incrédulos, Dios puede en razón de su gracia común
escuchar y conceder las peticiones de los incrédulos, demostrando de ese modo
su misericordia y su bondad en otra manera (Sal 145: 9, 15; Mt 7: 22; Lc 6:
35-36).
Este
es al parecer el sentido de 1ª Timoteo 4: 10, que dice que «el Dios viviente,
[es] el Salvador de todos, especialmente de los que creen». Aquí «Salvador » no
puede ser restringido a significar «aquel que perdona pecados y da vida
eterna», porque esas cosas no las reciben los que no creen; «Salvador» debe
tener aquí un sentido más general, es decir, «aquel que nos rescata de la
aflicción, aquel que libera».
En
situaciones de dificultad o aflicción, Dios con frecuencia escucha las
oraciones de los incrédulos y en su compasión los libera de la dificultad.
Además, aun los incrédulos tienen con frecuencia cierto sentido de gratitud
hacia Dios por los bienes de la creación, por la liberación del peligro y por
las bendiciones de la familia, el hogar, las amistades y el país.
Además,
los incrédulos que llegan a estar en estrecho contacto con la iglesia y quizá
se asocian con ella por un tiempo pueden tener algunas experiencias religiosas
que parecen estar muy cerca de las experiencias de los que son salvos (vea He
6:4-6; Mt 7:22-23).
Por
último, incluso la proclamación del evangelio a aquellos que al final no lo
aceptan es una prueba evidente de la misericordia y de la gracia de Dios, que
da testimonio claro del hecho de que Dios no se complace en la muerte o
condenación de ninguna de sus criaturas (Ez 33: 11; 1ª Ti 2:4).
7. LA GRACIA COMÚN Y LA GRACIA ESPECIAL SE INFLUENCIAN LA UNA A LA OTRA.
La
gracia común, por supuesto, influencia y enriquece a la iglesia, puesto que
aparte de la gracia común de Dios dada a los albañiles, carpinteros y otros
artesanos no habría templos; aparte de la gracia común dada a los impresores y
encuadernadores (e incluso a los que trabajan en las empresas que fabrican el
papel y los leñadores que cortan los árboles en el bosque para hacer el papel),
no tendríamos Biblias.
La
iglesia se beneficia de la gracia común de muchas maneras en las actividades
diarias.
Por
otro lado, la gracia especial que Dios da a los que son salvos trae más
bendiciones de gracia común a los incrédulos que viven en la esfera de
influencia de la iglesia. Los incrédulos se benefician de los ejemplos de vida
cristiana que ven en la sociedad, desde las oraciones y acciones de
misericordia que los cristianos hacen por la comunidad, desde el conocimiento
de las enseñanzas de las Escrituras y su sabiduría en las que ellos encuentran
beneficios morales e intelectuales, y por la influencia de las leyes,
costumbres y creencias de una sociedad que vienen por medio de las actividades
sociales y políticas de los cristianos.
Históricamente
la presencia poderosa de aquellos cuyas vidas fueron cambiadas por el evangelio
ha sido con frecuencia lo que ha resultado en la liberación de los esclavos (en
las colonias británicas y en los Estados Unidos), los derechos de las mujeres,
la extensión de la educación pública, el progreso científico y tecnológico, el
aumento de la productividad en la economía, el alto valor que tiene el trabajo,
el ahorro y la honradez, y otras cosas así.
8. LA GRACIA COMÚN NO SALVA A LAS PERSONAS.
A
pesar de todo esto, debemos entender que la gracia común es diferente de la
gracia salvadora. La gracia común no cambia el corazón humano ni lleva a las
personas al arrepentimiento genuino y a la fe, y, por tanto, no puede salvar a
las personas (aunque en la esfera intelectual y moral puede proporcionar algo
de preparación para hacer que las personas estén más dispuestas a aceptar el
evangelio).
La
gracia común restringe el pecado, pero no cambia la disposición fundamental de
nadie hacia el pecado, ni en ninguna medida significativa purifica la
naturaleza humana caída: Debemos reconocer también que las acciones de los
incrédulos llevadas a cabo en virtud de la gracia común no tienen en sí mismas
ningún mérito para conseguir la aprobación o favor de Dios. Estas acciones no
son fruto de la fe (y todo lo que no proviene de fe, es pecado», Ro 14: 23, RVR
1960), ni tampoco están motivadas por el amor a Dios (Mt 22: 37), sino más bien
por el amor a sí mismo en alguna forma u otra.
Por
tanto, aunque podemos tener la inclinación a decir que las obras de los
incrédulos que se conforman externamente a las leyes de Dios son «buenas» en
algún sentido, ellos, no obstante, no son buenos en términos de tener méritos
para ganar la aprobación divina o hacer que Dios esté obligado hacia el pecador
en algún sentido.
Por
último, debiéramos reconocer que los incrédulos reciben con frecuencia más
gracia común que los creyentes, pues pudieran ser más hábiles, más diligentes,
más inteligentes, más creativos o tener más de los beneficios materiales que
esta vida puede proporcionar. Esto no indica en lo absoluto que Dios los
favorece más ni que van a ganar alguna participación en la salvación eterna,
sino solo que Dios distribuye las bendiciones de la gracia común en varias
maneras, y concede a menudo bendiciones muy importantes a los incrédulos.
En
todo esto, ellos debieran, por supuesto, reconocerla bondad de Dios (Hch 14: 17),
y debieran reconocer que la voluntad revelada de Dios es que la «bondad» de
Dios los lleve al arrepentimiento (Ro 2: 4).
C. EL PORQUÉ DE LA GRACIA COMÚN
¿Por
qué confiere Dios gracia común a pecadores que no se lo merecen y que nunca
buscarán la salvación? Podemos sugerir al menos cuatro razones.
1. PARA REDIMIR A LOS QUE SERÁN SALVOS.
Pedro
dice que el día del juicio y la ejecución final del castigo se está demorando
porque todavía quedan personas que se salvarán: «El Señor no tarda en cumplir
su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia
con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan.
Pero
el día del Señor vendrá como un ladrón» (2ª P 3: 9-10). En realidad, esta razón
es cierta desde el comienzo de la historia humana, porque si Dios quería
rescatar a alguna gente de entre toda la humanidad pecadora, no podía destruir
a todos los pecadores inmediatamente (porque entonces no hubiera quedado raza
humana). Decidió por tanto permitir que vivieran por un tiempo los humanos
pecadores y que tuvieran hijos, para permitir que las subsiguientes
generaciones vivieran y pudieran escuchar el evangelio y arrepentirse.
NOTA: El punto de vista de la gracia común
presentado en el capitulo es coherente con la perspectiva reformada y
calvinista del libro como un todo, una perspectiva que ha sido argumentada más
específicamente durante el estudio de la soberanía de Dios) capitulo 13), la
providencia de Dios (capitulo 16, el pecado (capitulo 24), y la elección, el
llamamiento del evangelio y la regeneración (capítulos 32-34).
Debiéramos notar, sin embargo, que el entendimiento
arminiano de la gracia común es diferente en cuanto a este punto; debiéramos
decir que la gracia común da a cada persona la capacidad de volverse a Dios en
fe y arrepentimiento, y de hecho influencia al pecador para hacerlo a menos que
él o ella se resistan específicamente a hacerlo.
Por tanto, desde el entendimiento arminiano, la
gracia común tiene una función que se relaciona más claramente con la gracia
salvadora; en realidad, la gracia común es simplemente una expresión temprana
de la totalidad de la gracia salvadora. Esta posición (que la capacidad de
arrepentirse y creer se da a todas las personas) se considera en el capítulo 32
sobre la elección y en los capítulos 33 y 34 sobre el llamamiento de evangelio
y la regeneración.
2. PARA DEMOSTRAR LA BONDAD Y LA MISERICORDIA DE DIOS.
La
bondad y la misericordia de Dios no solo se ven en la salvación de los
creyentes, sino también en las bendiciones que él da a los pecadores que no se
las merecen. Cuando Dios «es bondadoso con los ingratos y malvados» (Lc 6: 35),
su bondad se revela en el universo, para su gloria. David dice: «El Señor es
bueno con todos; él se compadece de toda su creación» (Sal 145: 9). En el
relato de la conversación de Jesús con el joven rico, leemos: (Jesús lo miró
con amor) (Mr 10:21), a pesar de que el hombre era un incrédulo Y en un momento
le daría la espalda a causa de sus grandes posesiones.
Berkhof
dice que «Dios derrama innumerables bendiciones sobre todos los hombres y
también indica claramente que son expresiones de la disposición favorable de
Dios, que, sin embargo, no llega a la volición positiva de personar sus
pecados, levantar su sentencia y concederles salvación»"
No es
injusto que Dios demore la ejecución del castigo sobre el pecado y derrame
bendiciones temporales sobre los seres humanos, porque no olvida el castigo,
sino que s o lo aplace. Al demorar el castigo, Dios muestra claramente que no
se complace en ejecutar el castigo definitivo, sino que más bien se deleita en
la salvación de hombres y mujeres. «Tan cierto como que yo vivo, afirma el
Señor omnipotente, [es] que no me alegro con la muerte del malvado, sino con
que se convierta de su mala conducta y viva» (Ez 33: 11); «pues él quiere que
todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad» (1ª Ti 2: 4).
En
todo esto la demora del castigo nos da una clara evidencia de la misericordia,
el amor y la bondad de Dios.
3. PARA DEMOSTRAR LA JUSTICIA DE DIOS.
Cuando
Dios invita repetidas veces a los pecadores a que acudan con fe y cuando estos
rechazan continuamente su invitación, se ve más claramente la justicia de Dios
al condenarlos. Pablo advierte a los que persisten en la incredulidad que lo
que están haciendo es acumulando ira en contra de ellos: «Por tu obstinación y
por tu corazón empedernido sigues acumulando castigo contra ti mismo para el
día de la ira, cuando Dios revelará su justo juicio» (Ro 2: 5).
En el
día del juicio todo el mundo callará y quedará convicto delante de Dios (Ro
3:19) y nadie tendrá derecho a objetar que Dios ha sido injusto.
4. PARA DEMOSTRAR LA GLORIA DE DIOS.
Por
último, la gloria de Dios aparece en muchas maneras por medio de las
actividades de los seres humanos en todas las esferas en las que la gracia
común se manifiesta. Al desarrollar y ejercer dominio sobre la tierra, los
hombres y las mujeres demuestran y reflejan la sabiduría de su Creador,
demuestran cualidades semejantes a las de Dios y virtud y autoridad moral sobre
el universo, y cosas por el estilo.
Aunque
todas estas actividades están empañadas por motivos pecaminosos, reflejan, no
obstante, la excelencia de nuestro Creador y, por tanto, glorifican a Dios, no
de una manera completa y perfecta, pero sí en forma significativa.
D. NUESTRA RESPUESTA A LA DOCTRINA DE LA GRACIA COMÚN
Al
pensar en las varias clases de bondad que vemos en la vida de los incrédulos a
causa de la abundante gracia común de Dios, debiéramos tener en mente tres
cosas:
1. LA GRACIA COMÚN NO SIGNIFICA QUE LOS QUE LAS RECIBEN SE SALVARÁN.
Ni
siquiera excepcionalmente grandes cantidades de gracia común implica que los
que la reciben se salvarán. Aun las personas más inteligentes, más acaudaladas
e influyentes del mundo necesitan el evangelio de Jesucristo o se condenarán
por toda la eternidad.
Aun
los vecinos más amables y decentes necesitan el evangelio de Cristo Jesús o se
condenarán por toda la eternidad. Puede parecemos mirándolos desde fuera que no
tienen necesidades, pero las Escrituras nos dicen que los incrédulos son
«enemigos de Dios» (Ro 5: 10; Col 1: 21; Stg 4: 4) y están en «contra» de
Cristo (Mt 12: 30). «Se comportan como enemigos de la cruz de Cristo», «solo
piensan en lo terrenal» (Fil 3: 18-19) y son «por naturaleza objetos de la ira
de Dios» (Ef. 2: 3).
2. DEBEMOS SER CUIDADOSOS EN NO RECHAZAR COMO TOTALMENTE MALAS LAS COSAS
QUE LOS INCRÉDULOS HACEN.
Mediante
la gracia común, los incrédulos hacen algún bien, y debiéramos ver la mano de
Dios en ello y estar agradecidos por la gracia común al verla funcionar en cada
amistad, en cada amabilidad, en cada forma de proporcionar bendiciones a otros.
Todo esto aunque el incrédulo no lo sabe, viene en última instancia de parte de
Dios y él merece la honra y la gloria por ello.
3. LA DOCTRINA DE LA GRACIA COMÚN DEBIERA ESTIMULARNOS A SER MUCHO MÁS
AGRADECIDOS A DIOS.
Cuando
vamos caminando por una calle y vemos casas, jardines y familias que viven con
seguridad, o cuando negociamos en el mercado y vemos los resultados abundantes
del progreso tecnológico, o cuando caminamos.por-l9s-bosques y las praderas y
contemplamos la belleza de la naturaleza, o cuando vivimos protegidos por el
gobierno,? o cuando somos educados con los amplios conocimientos humanos,
debiéramos damos cuenta no solo de que Dios en su soberanía es en última
instancia el que concede todas estas bendiciones, sino también que Dios las
concede a pecadores que no las merecen en lo absoluto.
Estas
bendiciones que vemos en el mundo no son solo la evidencia del poder y la
sabiduría de Dios, sino también una manifestación continua de su gracia
abundante. Damos cuenta de esta realidad debiera llenar de gratitud nuestros
corazones hacia Dios en cada actividad de la vida.
NOTA: pablo nos dice explícitamente que elevemos a
Dios «acciones de gracias... por los gobernantes y por todas la autoridades»
(1ª Ti. 2: 1-12).
PREGUNTAS DE APLICACIÓN
PERSONAL
1. Antes de leer este capítulo, ¿tenía usted un punto de vista diferente
sobre sí los incrédulos se merecen los beneficios comunes del mundo que los
rodea? ¿En qué sentido ha cambiado su perspectiva, si es que lo ha hecho?
2. ¿Conoce usted ejemplos en los que Dios ha respondido a las oraciones de
los incrédulos que estaban en dificultades, o a sus oraciones por las
necesidades de un amigo incrédulo? ¿Ha provisto eso de una oportunidad para
hablar del evangelio? ¿Llegó el incrédulo al final a una experiencia de
salvación en Cristo? ¿Cree usted que Dios usa a menudo las bendiciones de la
gracia común como un medio para preparar a las personas para recibir el
evangelio?
3. ¿En qué formas esta doctrina cambiará su manera de relacionarse con sus
vecinos o amigos incrédulos? ¿Le hará eso más agradecido por el bien que ve en
sus vidas? ¿Cree usted que eso afectará sus relaciones con esas personas en un
sentido general?
4. Al mirar usted a su alrededor en el lugar donde está en este momento,
¿puede mencionar al menos veinte diferentes ejemplos de gracia común que puede
ver? ¿Cómo lo hace sentirse eso?
5. ¿Ha cambiado este capítulo la manera en que ve las actividades
creativas como la música, el arte, la arquitectura o la poesía o (algo que es
muy similar) la creatividad expresada en las actividades atléticas?
6. Si usted es amable con un incrédulo y este nunca llega a aceptar a
Cristo, ¿ha hecho eso algún bien a los ojos de Dios (vea Mt 5:44-45; Lc
6:32-36)? ¿Qué bien ha hecho? ¿Por qué piensa usted que Dios es bueno con
aquellos que nunca se salvarán, y en qué sentido sirve eso a sus propósitos en
el universo? ¿Piensa usted que tenemos una obligación de hacer mejores
esfuerzos para hacer el bien a los creyentes que a los incrédulos? ¿Puede usted
mencionar algunos pasajes de las Escrituras que ayudan a responder esta
pregunta?
TÉRMINOS ESPECIALES
Gracia
común, gracia especia.
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Lucas 6: 35-36: Ustedes, Por El Contrario, Amen A Sus Enemigos, Háganles
Bien Y Denles Prestado Sin Esperar Nada A Cambio. Así Tendrán Una Gran
Recompensa Y Serán Hijos Del Altísimo, Porque Él Es Bondadoso Con Los Ingratos
Y Malvados. Sean Compasivos, Así Como Su Padre Es Compasivo.
CAPÍTULO 2
ELECCIÓN Y REPROBACIÓN
¿CUÁNDO Y POR QUÉ DIOS
NOS HA ELEGIDOS? ¿SON ALGUNOS NO ELEGIDOS?
En
capítulos anteriores hablamos de la realidad de que todos hemos pecado y
merecemos el castigo eterno de parte de Dios, y del hecho de que Cristo murió y
ganó nuestra salvación. Pero ahora en esta unidad (capítulos 32-43) vamos a
examinar la manera en que Dios aplica esa salvación a nuestra vida. Empezamos
en este capítulo con la obra de Dios en la elección, es decir, su decisión de
elegimos para ser salvos desde antes de la fundación del mundo.
Esta
acción de elegir no es, por supuesto (hablando estrictamente) parte de la
aplicación de la salvación a nosotros, puesto que sucedió antes de que Cristo
ganara nuestra salvación cuando murió en la cruz. Pero tratamos la elección en
este momento porque es cronológicamente el comienzo de los tratos de Dios con
nosotros en una forma bondadosa. Por tanto, es correcto pensar en ello como el
primer paso en el proceso de recibir la salvación de Dios individualmente.
Otros
pasos en la obra de Dios de aplicar la salvación a nuestra vida incluye el oír
el llamamiento del evangelio, el ser regenerados por el Espíritu Santo, nuestra
respuesta en fe y arrepentimiento, el perdón de Dios de nuestros pecados y que
él nos haga miembros de su familia, como también el concedemos crecimiento en
la vida cristiana y mantenemos fieles a él a lo largo de toda la vida.
Al
final de nuestra vida morimos y vamos a su presencia, y luego, cuando Cristo
regrese, recibiremos cuerpos de resurrección, y así se completará el proceso de
adquirir la salvación.
Varios
teólogos han dado nombres específicos a varios de estos eventos, y los han
mencionado en un orden específico en el cual creen que han ocurrido en nuestra
vida. Esa lista de los sucesos en la cual Dios nos aplica la salvación es
conocida como el orden de la salvación, y nos referimos a ella en ocasiones
mediante la frase latina, ordo salutis, que significa «orden de la salvación».
Antes
de empezar a examinar estos elementos en la aplicación de la salvación en
nuestra vida, podemos mencionar aquí una lista completa de los elementos que
trataremos en los siguientes capítulos:
NOTA: Este capítulo se podría haber puesto en
alguna otra parte en la secuencia de los temas tratados. Lo podía haber puesto
inmediatamente después del capítulo 16, sobre la providencia de Dios, puesto
que la elección es otro aspecto más del control providencial de Dios de este
mundo. O podía haberlo puesto en el capítulo 25, como parte del tratamiento del
pacto de gracia entre Dios y el hombre.
O podía haberlo puesto en otro tema como parte del
estudio de la perseverancia, especialmente relacionado con la cuestión de la
seguridad de la salvación, puesto que la decisión de Dios de elegimos para ser
salvos nos da gran seguridad de que Él cumplirá sus propósitos. Pero he
preferido ponerlo aquí al principio de los capítulos que estudian el trato de
Dios con nosotros en gracia. (Note la organización similar de los temas por
Pablo en Romanos 8: 29-30.)
«EL ORDEN DE LA
SALVACIÓN»
1. Elección (Dios escoge a personas para que sean salvas)
2. El llamamiento del evangelio (proclamación del mensaje del evangelio)
3. Regeneración (nacer de nuevo)
4. Conversión (fe y arrepentimiento)
5. Justificación (posición legal correcta)
6. Adopción (llegar a ser miembros de la familia de Dios)
7. Santificación (conducta correcta en la vida)
8. Perseverancia (permanecer como cristianos)
9. Muerte (ir a vivir con el Señor)
10. Glorificación (recibir un cuerpo resucitado)
Debemos
notar aquí que los pasos 2-6 y parte del 7 están todos incluidos en el proceso
de «llegar a ser cristiano». Los números 7 y 8 tienen lugar en esta vida, el
número 9 sucede al final de esta vida, y el número lo ocurre cuando Cristo
regrese.
EMPEZAMOS NUESTRO
ESTUDIO DEL ORDEN DE LA SALVACIÓN CON EL PRIMER ELEMENTO:
LA ELECCIÓN. En
relación con esto examinaremos al final de este capítulo la cuestión de la
«reprobación», la decisión de Dios de pasar por alto a los que no serán salvos,
y castigarlos por sus pecados. Como explicaré más abajo, la elección y la
condenación son diferentes en varios aspectos importantes, y es importante
distinguirlos a fin de que no pensemos de manera equivocada acerca de Dios o lo
que hace.
El
término predestinación aparece también con frecuencia en este estudio. En este libro de texto, y en la teología reformada en general,
predestinación es un término amplio
e incluye los dos aspectos de la elección (de los creyentes) y la reprobación (de los incrédulos). Sin embargo, el término doble predestinación no
ayuda mucho
porque da la impresión que la elección y la reprobación Dios las realiza en la misma forma y que no hay diferencias esenciales entre ellas, lo que
absolutamente no es
cierto.
Por
tanto, los teólogos reformados no usan generalmente la expresión doble predestinación, aunque se usa a veces para referirse a
la enseñanza reformada
aquellos que la critican. No usaremos, pues, en este libro la expresión doble predestinación para referimos a la elección y la condenación,
puesto que oscurece
las distinciones entre ellas y no aporta una indicación exacta de lo que en realidad se está enseñando.
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
Podemos
definir la elección de la siguiente manera: La elección es un acto de Dios
antes de la creación mediante el cual él elige a algunas personas para ser
salvas, no en base de méritos previsibles en ellos, sino porque ese es su
soberano deseo.
Ha
habido mucha controversia en la iglesia y mucho malentendido acerca de esta
doctrina. Muchas de las cuestiones controversiales relacionadas con la voluntad
y la responsabilidad del hombre y en lo concerniente a la justicia de Dios con
respecto a las decisiones humanas ya las hemos considerado con cierta amplitud
en relación con la providencia de Dios (capítulo 16). Nos enfocaremos ahora
aquí solo en aquellas cuestiones adicionales que se aplican específicamente al
asunto de la elección.
Nuestro
plan en este capítulo será antes que nada citar una serie de pasajes del Nuevo
Testamento que tienen que ver con la elección. Luego intentaremos entender el
propósito de Dios que los autores del Nuevo Testamento ven en la doctrina de la
elección. Por último, intentaremos clarificar lo que entendemos de esta
doctrina y responder a algunas objeciones, y también considerar la doctrina de
la reprobación.
A ¿ENSEÑA EL NUEVO TESTAMENTO LA PREDESTINACIÓN?
Varios
pasajes en el Nuevo Testamento parecen afirmar con bastante claridad que Dios
ordenó de antemano los que serían salvos. Por ejemplo, cuando Pablo y Bernabé
empezaron a predicar a los gentiles en Antioquía de Pisidia, Lucas escribe: «Al
oír esto, los gentiles se alegraron y celebraron la palabra del Señor; y
creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna» (Hch 13:48).
Es
significativo que Lucas menciona el hecho de la elección casi de pasada. Es
como si eso fuera algo muy normal cuando se predicaba el evangelio. ¿Cuántos
creyeron? «Todos los que estaban destinados a la vida eterna».
En
Romanos 8: 28-30, leemos:
Sabemos Que Dios Dispone Todas Las Cosas Para El Bien De Quienes Lo
Aman, Los Que Han Sido Llamados De Acuerdo Con Su Propósito. Porque A Los Que
Dios Conoció De Antemano, También Los Predestinó A Ser Transformados Según La
Imagen De Su Hijo, Para Que Él Sea El Primogénito Entre Muchos Hermanos. A Los
Que Predestinó, También Los Llamó; A Los Que Llamó, También Los Justificó; Y A
Los Que Justificó, También Los Glorificó.'
En el
siguiente capítulo, cuando Pablo habla acerca de que Dios eligió a Jacob en vez
de Esaú, dice que no fue por alguna cosa que Jacob hubiera hecho y Esaú no,
sino solo para que pudiera continuar el propósito de la elección divina.
Antes De Que Los Mellizos Nacieran, O Hicieran Algo Bueno O Malo, Y Para
Confirmar El Propósito De La Elección Divina, No En Base A Las Obras Sino Al
Llamado De Dios, Se Le Dijo A Ella: «El Mayor Servirá Al Menor.» Y Así Está
Escrito: «Amé A Jacob, Pero Aborrecí A Esaú» (Ro 9: 11-13)
NOTA: Clark Pinnock dice que este texto no habla de
predestinación para salvación, sino más bien de un cierto privilegio, el de ser
conformado a la imagen de Cristo Jesús. «No hay predestinación para la
salvación o condenación en la Biblia. Hay solo una predestinación para los que
ya son hijos de Dios con respecto a ciertos privilegios que tienen por delante»
(p. 18).
Pero esa opinión no hace justicia con Ro. 8: 29-30,
porque los que se dice que están predestinados en este versículo no son todavía
hijos de Dios, porque Pablo está aquí hablando de la predestinación antes del
llamamiento o justificación. Además, el privilegio de ser conformados a la
imagen de Cristo no es solo para algunos cristianos, sino para todos.
En
cuanto al hecho de que algunos del pueblo de Israel fueron salvos, pero otros
no, Pablo dice: «¿Qué concluiremos? Pues que Israel no consiguió lo que tanto
deseaba, pero sí lo consiguieron los elegidos. Los demás fueron endurecidos»
(Ro 11: 7). Pablo indica aquí de nuevo que había dos grupos distintos dentro
del pueblo de Israel. Los «elegidos» obtenían la salvación que habían buscado,
mientras que los no elegidos habían sido «endurecidos».
Pablo
habla explícitamente sobre la elección divina de creyentes desde antes de la
creación del mundo al comienzo de Efesios.
«Dios Nos Escogió En Él Antes De La Creación Del Mundo, Para Que Seamos
Santos Y Sin Mancha Delante De Él. En Amor Nos Predestinó Para Ser Adoptados
Como Hijos Suyos Por Medio De Jesucristo, Según El Buen Propósito De Su
Voluntad, Para Alabanza De Su Gloriosa Gracia, Que Nos Concedió En Su Amado»
(Ef 1: 4-6)
Pablo
Está Escribiendo Aquí A Creyentes Y Dice Específicamente Que Dios «Nos Escogió» En Cristo, Refiriéndose A Los
Creyentes En General. En Una Forma Similar, Varios Versículos Más Tarde, Dice:
«A Fin De Que Nosotros, Que Ya Hemos Puesto Nuestra Esperanza En Cristo, Seamos
Para Alabanza De Su Gloria» (Ef 1: 12).
Al
escribir a los tesalonicenses, dice: «Hermanos amados de Dios, sabemos que él
los ha escogido, porque nuestro evangelio les llegó no sólo con palabras sino
también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y con profunda convicción»
(1ª Ts 1: 4-5).
Pablo
está diciendo que el hecho de que los tesalonicenses creyeran al evangelio
cuando él se lo predicó (porque nuestro evangelio les llegó no sólo con palabras
sino también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y con profunda
convicción) es la razón por la que él conoce que ellos fueron escogidos.
Cuando
abrazaron la fe Pablo concluyó que Dios los había escogido hacía mucho según y,
por tanto, ellos habían creído cuando él les predicó. Más tarde escribe a esa
misma iglesia: «Nosotros, en cambio, siempre debemos dar gracias a Dios por
ustedes, hermanos amados por el Señor, porque desde el principio Dios los
escogió para ser salvos, mediante la obra santificadora del Espíritu y la fe
que tienen en la verdad» (2ª Ts 2: 13).
Aunque
el siguiente versículo no menciona específicamente la elección de seres
humanos, es interesante notar también en este punto lo que Pablo dice acerca de
los ángeles. Cuando él da un mandamiento solemne a Timoteo, escribe: «Te
encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos,
que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad» (1ª
Ti 5: 21, RVR 1960).
Pablo
está consciente de que hay ángeles buenos que son testigos de su mandamiento y
también de la respuesta de Timoteo, y está tan seguro que es un acto de
elección de Dios que ha afectado a cada uno de esos ángeles buenos que puede
llamarlos «ángeles escogidos».
Cuando
el apóstol habla acerca de la razón por la que Dios nos ha salvado y nos ha
llamado, niega explícitamente que sea debido a nuestras obras, sino que señala
más bien al propósito mismo de Dios y a su gracia inmerecida en la eternidad
pasada.
Dice: «Dios Nos Salvó Y Nos Llamó A Una Vida Santa, No Por Nuestras
Propias Obras, Sino Por Su Propia Determinación Y Gracia. Nos Concedió Este
Favor En Cristo Jesús Antes Del Comienzo Del Tiempo» (2ª Ti 1: 9).
Cuando
Pedro escribe una epístola a cientos de creyentes en muchas iglesias en Asia
Menor, les dice: «Pedro, apóstol de Jesucristo, a los elegidos, extranjeros
dispersos por el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia» (1ª P 1: 1). Más
tarde dice que ellos «son linaje escogido» (1ª P 2: 9).
En la
visión de Juan en Apocalipsis, los que no se rinden a la persecución y empiezan
a adorar a la bestia son personas cuyos nombres están escritos en el libro de
la vida desde el comienzo de la creación del mundo: «Se le concedió hacer
guerra contra los santos y vencerlos; y se le dio autoridad sobre toda tribu,
pueblo, lengua y nación.
Y la
adorarán todos los que moran en la tierra, cuyos nombres no han sido escritos,
desde la fundación del mundo, en el libro de la vida del Cordero que fue
inmolado» (Ap 13: 7-8, LBLA): En una forma similar, leemos acerca de la bestia
en el fondo del abismo en Apocalipsis 17: «La bestia que has visto es la que
antes era pero ya no es, y está a punto de subir del abismo, pero va rumbo a la
destrucción.
Los
habitantes de la tierra, cuyos nombres, desde la creación del mundo, no han
sido escritos en el libro de la vida, se asombrarán al ver a la bestia, porque
antes era pero ya no es, y sin embargo reaparecerá» (Ap 17: 8).
B. ¿CÓMO PRESENTA EL NUEVO TESTAMENTO LA ENSEÑANZA DE LA ELECCIÓN?
Después
de leer esta lista de versículos sobre la elección, es importante que veamos
esta doctrina en la manera en que el mismo Nuevo Testamento la ve.
1. COMO UN CONSUELO.
Los
autores del Nuevo Testamento presentan a menudo la doctrina de la elección como
un consuelo para los creyentes.
Cuando
Pablo asegura a los creyentes en Roma que «Dios dispone todas las cosas para el
bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito»
(Ro 8: 28), menciona la obra de Dios de la predestinación como algo por lo que
podemos estar seguros de esta verdad. Lo explica en el siguiente versículo:
«Porque A Los Que Dios Conoció De Antemano, También Los Predestinó A Ser
Transformados Según La Imagen De Su Hijo. A Los Que Predestinó, También Los
Llamó; A Los Que Llamó, También Los Justificó; Y A Los Que Justificó, También
Los Glorificó» (Ro 8:29-30).
Lo que
Pablo está diciendo es que Dios siempre ha actuado para el bien de aquellos que
ha llamado. Si Pablo extiende su mirada al pasado distante de antes de la
creación del mundo, ve que Dios conoció de antemano y predestinó a sus hijos
para que fueran transformados conforme a la imagen de su Hijo.' Si mira hacia
el pasado reciente encuentra que Dios llamó y justificó a sus hijos que había
predestinado. y si entonces mira hacia el futuro a cuando Cristo regrese, ve
que Dios ha determinado dar a los que creen en Cristo cuerpos perfectos y
glorificados.
Desde
la eternidad a la eternidad Dios ha actuado teniendo en mente el bien de sus
hijos. Pero si Dios ha actuado siempre pensando en nuestro bien, Pablo razona,
¿no obrará también en nuestras presentes circunstancias para que redunden en
nuestro bien? En este sentido se ve la predestinación como un consuelo para los
creyentes en los sucesos diarios de la vida.
NOTA: Gramaticalmente la frase «desde la creación
del mundo» puede modificar tanto a «cuyos nombres no han sido escritos» o
«Cordero que fue sacrificado». Pero la expresión paralela en Ap. 17: 8, «cuyos
nombres, desde la creación del mundo, no han sido escritos en el libro de la
vida».
Parece decisiva, y allí solo es posible un sentido
(el paralelismo entre las palabras en el texto griego es asombroso, puesto que
los dos versículos comparten las mismas once palabras acerca de las personas
cuyos nombres están escritos en el libro de la vida).
Además, la traducción de la RVR-60 y otras no tiene
mucho sentido aquí cuando habla del «Cordero que fue inmolado desde el
principio del mundo», una declaración que sencillamente no es correcta en
ningún sentido literal, pues en ninguna parte las Escrituras hablan de que
Cristo fue inmolado desde el principio de la creación, porque Cristo no fue
inmolado hasta que no murió en la cruz.
Por tanto la lectura de este versículo debe ser
interpretado como queriendo decir algo como: «Dios planeó desde el comienzo de
la creación que Cristo fuera inmolado", pero eso no es lo que el texto
traducido dice en ninguna de las versiones.
2. COMO MOTIVO PARA ALABAR A DIOS.
Pablo Dice: «Nos Predestinó Para Ser Adoptados Como Hijos Suyos Por
Medio De Jesucristo, Según El Buen Propósito De Su Voluntad, Para Alabanza De
Su Gloriosa Gracia, Que Nos Concedió En Su Amado» (Ef 1: 5-6).
Del
Mismo Modo, Dice: «A Fin De Que Nosotros, Que
Ya Hemos Puesto Nuestra Esperanza En Cristo, Seamos Para Alabanza De Su Gloria»
(Ef 1: 12).
Pablo
les dice a los cristianos de Tesalónica: «Siempre damos gracias a Dios por
todos ustedes cuando los mencionamos en nuestras oraciones. '" Hermanos
amados de Dios, sabemos que él los ha escogido» (1ª Ts 1: 2,4). Pablo da
gracias a Dios por los cristianos tesalonicenses porque sabe que Dios es en
última instancia el que da ¿la salvación y los ha escogido para que sean
salvos.
Esto
queda aún más claro en 2 Tesalonicenses 2: 13: «Nosotros, en cambio, siempre
debemos dar gracias a Dios por ustedes, hermanos amados por el Señor, porque
desde el principio Dios los escogió para ser salvos~~. Pablo se sentía obligado
a dar gracias a Dios por los cristianos en Tesalónica porque sabía que en
definitiva la salvación de estos se debía a que Dios los había escogido. Por
tanto, era apropiado que Pablo diera gracias a Dios por ellos en vez de
alabarlos a ellos por la propia fe salvadora que tenían.
Entendida
de esta manera, la doctrina de la elección hace que aumente nuestra alabanza a
Dios por nuestra salvación y disminuya de veras cualquier orgullo que podamos
sentir si pensamos que nuestra salvación se debe a algo bueno que hay en
nosotros o a algo que se nos debe reconocer.
3. COMO UN ESTÍMULO PARA LA EVANGELIZACIÓN:
Pablo
dice: «Todo lo soporto por el bien de los elegidos, para que también ellos
alcancen la gloriosa y eterna salvación que tenemos en Cristo Jesús» (2ª Ti 2:
10). Sabe que Dios ha elegido a algunas personas para que sean salvas, y ve
esto como un estímulo para predicar el evangelio, incluso si eso significa
soportar grandes sufrimientos.
La
elección es la garantía de Pablo de que habrá éxito en la evangelización,
porque sabe que algunas de las personas con las que habla serán elegidas, y
creerán en el evangelio y serán salvas. Es como si alguien nos invitara a ir de
pesca con él y nos dijera: «Le garantizo que pescará algunos peces, pues estos
están hambrientos y esperando».
C. MALENTENDIDOS EN CUANTO A LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN
1. LA ELECCIÓN NO ES FATALISTA NI MECÁNICA.
A
veces los que objetan la doctrina de la elección dicen que es «fatalismo» o que
presenta un «sistema mecanicista» del universo. Tenemos aquí dos objeciones que
son de alguna forma diferentes. «Fatalismo » es un sistema en el que las
elecciones y decisiones humanas no sirven prácticamente para nada. En el
fatalismo, no importa lo que nosotros hagamos, las cosas van a terminar
sucediendo como han sido previamente ordenadas.
Por
tanto, es inútil intentar influenciar el resultado de los acontecimientos de
nuestra vida haciendo algunos esfuerzos o haciendo elecciones significativas,
porque no van a servir para nada a fin de cuentas. Por supuesto, en un sistema
fatalista auténtico, que nuestra humanidad quede destruida no significa en
realidad nada, y queda eliminada la motivación para la responsabilidad moral.
En un
sistema mecanicista la imagen es la de un universo impersonal en el que todas
las cosas que suceden han sido determinadas inflexiblemente hace mucho tiempo
por una fuerza impersonal, y el universo funciona en una forma mecánica de
manera que los seres humanos son más máquinas o robots que persona genuinas.
Aquí
también la personalidad humana genuina quedaría reducida al nivel de una
máquina que solo funciona de acuerdo a planes predeterminados y en respuesta a
causa e influencias predeterminadas.
Contrario
a la imagen mecanicista, el Nuevo Testamento presenta todo el proceso de
nuestra salvación como algo que nos trae un Dios personal en relación con
criaturas personales. Dios «nos escogió en él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad» (Ef. 1:4-5, RVR 1960).
El
acto de elección de Dios no fue impersonal ni mecánico, sino que estuvo
impregnado de amor personal hacia aquellos a quienes escogió. Además, el
cuidado personal de Dios por sus criaturas, aun incluso por las que se rebelan
en contra suya, lo vemos claramente en la petición de Dios por medio de
Ezequiel: «Diles: Tan cierto como que yo vivo afirma el Señor omnipotente, que
no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala
conducta y viva. ¡Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta
perversa! ¿Por qué habrás de morir?» (Ez 33: 11).
Cuando
habla acerca de nuestra respuesta a la oferta del evangelio, la Biblia siempre
nos ve no como criaturas mecánicas o robots, sino como personas genuinas,
criaturas personales que toman decisiones por voluntad propia para aceptar o
rechazar el evangelio.' Jesús invita a cada uno: «Vengan a mí todos ustedes que
están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mt 11: 28). Y leemos la
invitación al final de Apocalipsis: «El Espíritu y la novia dicen:
"¡Ven!"; y el que escuche diga:
"¡Ven!"
El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la
vida» (Ap 22: 17). Esta invitación y muchas otras como esta son dirigidas a
personas auténticas que son capaces de oír la invitación y responder a ella
mediante una decisión voluntaria. En cuanto a aquellos que no aceptarán a
Jesús, él enfatiza claramente el endurecimiento de su corazón y su rechazo
obstinado de no acudir a él: «Sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para
tener esa vida» Gn 5:40).
Y
Jesús exclama con dolor y tristeza en cuanto a la ciudad que lo había
rechazado: «Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que
se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a
sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!» (Mt 23:37).
En
contraste con la acusación de fatalismo, vemos también un cuadro muy diferente
en el Nuevo Testamento. No solo que hacemos elecciones por propia voluntad como
personas que somos, sino que también esas elecciones son auténticas elecciones
porque afectan el curso de los acontecimientos en el mundo.
Afectan
nuestras vidas y también la vida y destino de otros. De modo que «el que cree
en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber
creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios» Jn 3:18). La decisión que
hacemos de creer o no creer en Cristo tiene consecuencias eternas en nuestra
vida, y las Escrituras están muy dispuestas a hablar acerca de nuestra decisión
de creer o no creer como el factor que determina nuestro destino eterno.
La
implicación de todo esto es que debemos ciertamente predicar el evangelio, y el
destino eterno de las personas depende de si nosotros lo proclamamos o no.
Por
tanto, cuando el Señor le habló a Pablo una noche y le dijo en una visión: «No
tengas miedo; sigue hablando y no te calles, pues estoy contigo. Aunque te
ataquen, no vaya dejar que nadie te haga daño, porque tengo mucha gente en esta
ciudad» (Hch 18: 9-10), el apóstol no sacó la conclusión de que esa «mucha
gente» que pertenecía a Dios se salvaría independientemente de si él se quedaba
allí o no.
Más
bien «se quedó allí un año y medio, enseñando entre el pueblo la palabra de
Dios» (Hch 18: 11), esta fue la estadía más larga de Pablo en una ciudad,
excepto en Éfeso durante sus tres viajes misioneros. Cuando Pablo escuchó que
Dios tenía mucho pueblo escogido en Corinto, él se quedó más tiempo y se dedicó
a predicar a fin de que aquellas personas elegidas pudieran ser salvas. Pablo
nos dice con mucha claridad que a menos que los creyentes proclamen las buenas
noticias del evangelio otros no se salvarán:
Ahora Bien, ¿Cómo Invocarán A Aquel En Quien No Han Creído? ¿Y Cómo
Creerán En Aquel De Quien No Han Oído? ¿Y Cómo Oirán Si No Hay Quien Les
Predique?. Así Que La Fe Viene Como Resultado De Oír El Mensaje, Y El Mensaje
Que Se Oye Es La Palabra De Cristo. (Ro 10: 14, 17)
¿Sabía
Pablo antes de ir a una ciudad a quiénes había elegido Dios para salvación y a
quiénes no? No, no lo sabía. Eso es algo que Dios nunca nos lo muestra por
adelantado. Pero una vez que las personas aceptan a Cristo por la fe, podemos
estar seguros de que Dios los había escogido con antelación para la salvación.
Esa es
exactamente la conclusión de Pablo en cuanto a los tesalonicenses: dice que
sabía que Dios los había elegido a ellos porque cuando les predicó, el
evangelio les llegó con poder y gran convicción: «Hermanos amados de Dios,
sabemos que él los ha escogido, porque nuestro evangelio les llegó no sólo con
palabras sino también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y con profunda
convicción» (1ª Ts 1: 4-5).
Lejos
de decir que no importaba lo que él hiciera, y que los elegidos de Dios serían
salvos ya fuera que él predicara o no, Pablo soportó una vida llena de
dificultades a fin de llevar el evangelio a aquellos que Dios había escogido.
Al final de una vida llena de sufrimiento, dijo: «Así que todo lo soporto por
el bien de los elegidos, para que también ellos alcancen la gloriosa y eterna
salvación que tenemos en Cristo Jesús» (2ª Ti 2: 10).
2. LA ELECCIÓN NO ESTÁ BASADA EN EL CONOCIMIENTO ANTICIPADO DE DIOS DE
NUESTRA FE.
Con
bastante frecuencia las personas están de acuerdo en que Dios predestina a
algunos para que sean salvos, pero luego dicen que Dios hace esto mirando al
futuro y viendo quién creerá en Cristo y quién no. Si él ve que una persona
llegará a la experiencia de la fe salvadora, la predestinará para que sea
salva, basado en el conocimiento anticipado que tiene de la fe de esa persona.
Pero si ve que una persona no llegará a
la fe salvadora, no la predestina para que sea salva.
De esa
manera, se piensa, la razón definitiva por la que algunos se salvan y otros no,
está dentro de las personas mismas, no con Dios. Todo lo que Dios hace en su
trabajo de predestinación es confirmar la decisión que él sabe las personas van
a hacer por sí mismas. El versículo que comúnmente se usa para apoyar este
punto de vista es Romanos 8: 29: «A los que Dios conoció de antemano, también
los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo».?
A. CONOCIMIENTO ANTICIPADO DE
PERSONAS, NO DE HECHOS:
Pero
este versículo difícilmente lo podemos usar para demostrar que Dios basó su
predestinación en el conocimiento anticipado del hecho de que una persona
creería. Más bien habla de personas que Dios conoció de antemano (a los que Dios
conoció de antemano), no que él conoció algunas cosas acerca de ellas, como el
hecho de que creerían.
De lo
que se habla aquí es de un conocimiento personal, relacional: Dios, mirando al
futuro, vio a ciertas personas en una relación salvadora con él, y en ese
sentido él los «conoció de antemano» desde hacía mucho tiempo. Ese es el
sentido en el cual Pablo puede hablar de que Dios «conoce» a alguien, por
ejemplo, en 1ª Corintios 8: 3: «Pero el que ama a Dios es conocido por él». De
igual manera, dice: «Pero ahora que conocen a Dios, o más bien que Dios los
conoce a ustedes» (Gá 4:9).
Cuando
en las Escrituras se dice que las personas conocen a Dios, o que Dios los
conoce a ellos, se está refiriendo a un conocimiento personal que implica una
relación salvadora.
Por
tanto, en Romanos 8:29, «a los que Dios conoció de antemano», se entiende mejor
en el sentido de que «desde hacía tiempo los veía en una relación salvadora con
él».
El
texto no dice nada acerca de que Dios conociera de antemano ni que previera que
ciertas personas creerían, ni tampoco se menciona esa idea en ningún otro texto
de las Escrituras.'
A
veces las personas dicen que Dios elige grupos de personas para la salvación,
pero no a individuos. En algunos puntos de vista arminianos, Dios eligió a la
iglesia como un grupo, mientras que el teólogo suizo Karl Barth (1886-1968)
dijo que Dios eligió a Cristo, y a todas las personas en Cristo. Pero Romanos
8: 29 habla de ciertas personas que Dios conoció de antemano (a los que Dios
conoció de antemano), no a grupos indefinidos.
Y en
Efesios Pablo habla de ciertas personas que Dios eligió, y entre ellas él
mismo: «Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo» (Ef 1: 4).
Hablar de que Dios elige a un grupo sin personas no es una elección bíblica.
Pero hablar de que Dios elige a un grupo de personas significa que él elige a
determinados individuos que constituyen ese grupo:
NOTA: Jack W. Cottrell argumenta la idea de que la
predestinación está basada en el conocimiento anticipado de Dios de los que
creerían en «Condicional Elección» en Grace Unlimited. Cottrell dice: «Por
medio de su conocimientos anticipado Dios ve a los que creerán en Cristo Jesús
como Salvador y Señor, y se unirán a Él en el bautismo cristiano; entonces aun
desde antes de la creación del mundo Él predestina a esos creyentes para
participar en la gloria del Cristo resucitado» (p. 62).
Romanos 11:2 habla también del conocimiento
anticipado que Dios tiene de las personas, no de hechos acerca de personas o
del hecho de que ellos creerían: «Dios no rechazó a su pueblo, al que de
antemano conoció».
B. LAS ESCRITURAS NUNCA
HABLAN DE NUESTRA FE COMO LA RAZÓN DE LA ELECCIÓN DIVINA:
Además,
cuando miramos más allá de estos pasajes específicos que hablan del
conocimiento anticipado y examinamos versículos que hablan de la razón por la
que Dios nos escoge, encontramos que las Escrituras nunca hablan de nuestra fe
ni del hecho de que llegaríamos a creer en Cristo como la razón por la que Dios
nos escoge.
En
realidad, Pablo parece excluir explícitamente la consideración de lo que las
personas harían en la vida de su comprensión de la elección que Dios hizo de
Jacob en vez de Esaú, a este respecto dice: «Sin embargo, antes de que los
mellizos nacieran, o hicieran algo bueno o malo, y para confirmar el propósito
de la elección divina, no en base a las obras sino al llamado de Dios, se le
dijo a ella: "El mayor servirá al menor." Y así está escrito:
"Amé a Jacob, pero aborrecí a Esaú"» (Ro 9: 11-13).
Nada
que Jacob o Esaú hicieran en la vida influenció la decisión de Dios; fue todo a
fin de que pudiera continuar su propósito de la elección.
Cuando
habla acerca de los judíos que habían llegado a la fe en Cristo, Pablo dice:
«Así también hay en la actualidad un remanente escogido por gracia. Y si es por
gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia»
(Ro 11: 5-6). Aquí de nuevo Pablo enfatiza la gracia de Dios y la ausencia
completa del mérito humano en el proceso de la elección.
Alguien
podría objetar que la fe no se ve como «obras» en las Escrituras y, por tanto,
debiera ser excluida de la cita arriba (ya no es por obras). Basados en esta
objeción, Pablo podría en realidad querer decir: «Pero si es por gracia, no es
en base de obras, sino sobre la base de si alguien creería». Sin embargo, esto
es improbable en este contexto.
Pablo
no está contrastando la fe humana y las obras humanas; está contrastando la
elección soberana de Dios de las personas con cualquier actividad humana, y
señala que la soberanía divina será en última instancia la base para la
elección de Dios de que los judíos acudan a Cristo.
Del
mismo modo, cuando Pablo habla acerca de la elección en Efesios, no se menciona
para nada ningún conocimiento de antemano del hecho de que nosotros creeríamos,
ni que hubiera algo digno o meritorio en nosotros (tal como una tendencia a
creer) que fuera la razón por la que Dios nos haya elegido. Más bien, Pablo
dice: «Nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de
Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad, para alabanza de su
gloriosa gracia, que nos concedió en su Amado» (Ef 1: 5-6).
Si la
gracia de Dios es la razón de la elección, y no ninguna disposición humana a
creer o decisión de creer, una vez más encaja más con Pablo no mencionar nada
de la fe humana, sino solo mencionar la actividad de predestinación de Dios, su
propósito y su voluntad, y la gracia que otorga libre y gratuitamente.
NOTA: En respuesta a la opinión de Barth de que
todos son elegidos en Cristo, vea el estudio abajo sobre la condenación (el
hecho de que algunos no son escogidos), y el capitulo 7, Y capitulo 56, 16,
sobre el hecho de que los que no crean en Cristo no serán salvos.
En 2ª
Timoteo Pablo dice de nuevo que «Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa,
no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos
concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo» (2ª Ti 1:
9). Una vez más se ve el propósito soberano de Dios como la razón primordial de
nuestra salvación, y Pablo relaciona esto con el hecho de que Dios nos da su
gracia en Cristo Jesús desde antes del comienzo del tiempo, lo que es otra
forma de expresar la verdad de que Dios concede su favor de escoger sin ninguna
referencia a ningún mérito o valor previsto en nosotros.
C. LA ELECCIÓN BASADA EN ALGO
BUENO EN NOSOTROS (NUESTRA FE) SERÍA EL COMIENZO DE LA SALVACIÓN POR MÉRITOS.
Otra
clase de objeción que puede plantearse en contra de la idea de que Dios nos
escoge porque él sabía de antemano que creeríamos en Cristo. Si el factor
determinante y decisivo en si seremos salvos o no es nuestra decisión de
aceptar a Cristo, estaremos más inclinados a pensar que merecemos algo de
crédito por el hecho de que fuimos salvos.
A
diferencia de otras personas que continuaron rechazando a Cristo, fuimos
suficientemente sabios en nuestro juicio o suficientemente buenos en nuestras
tendencias morales o suficientemente perspicaces en nuestras capacidades
espirituales para decidirnos a creer en Cristo.
Pero
una vez que empezamos a pensar de esa manera disminuimos seriamente la gloria
que merece Dios por nuestra salvación. Nos sentimos incómodos hablando como
Pablo que dice que Dios «nos predestinó Según el buen propósito de su voluntad,
para alabanza de su gloriosa gracia» (Ef 1: 5-6), y empezamos a pensar que
«Dios nos predestinó porque sabía que nosotros tendríamos suficientes buenas
tendencias hacia la bondad y la fe dentro de nosotros que llegaríamos a creer».
Cuando
pensamos de esa manera no empezamos a sonar muy diferente de cuando el Nuevo
Testamento habla de elección o predestinación. Por el contrario, si la elección
está solo basada en la complacencia de Dios y en su decisión soberana de amar a
pesar de la falta de bondad o mérito, tenemos sin duda un sentido de aprecio
hacia una salvación que no la merecemos en absoluto y estaremos dispuestos para
siempre a alabarle por «su gloriosa gracia» (Ef 1: 6).
En
última instancia, la diferencia entre estas dos perspectivas de la elección la
podemos ver en la manera en que responden a una sencilla pregunta. Dado el
hecho de que a la postre algunas personas elegirán aceptar a Cristo y otras
personas no lo harán, la pregunta es «¿qué hace a las personas diferir?» Es
decir, ¿qué es lo que al final marca la diferencia entre los que creen y los
que no creen?
Si
nuestra respuesta es que está en definitiva basada en algo que Dios hace (esto
es, su decisión soberana de los que serán salvos), vemos que la salvación en su
nivel más fundamental está basada solo en la gracia. Por otro lado, si
respondemos que la diferencia determinante entre los que son salvos y los que
no la establece algo en el hombre (una tendencia o disposición a creer o no
creer), la salvación depende en última instancia de una combinación de la
gracia y de la habilidad humana.
NOTA: El hecho de que la posición arminiana hace
que en última instancia sea algo de! hombre e! factor determinante en si las
personas se salvan o no lo vemos claramente en la declaración de I. Howard
Marshall: «El efecto de! llamamiento de Dios es colocar al hombre es una
posición donde él puede decir «sí o «no" (lo cual no podía hacer antes de
que Dios le llamara; hasta ese momento estaba en una actitud continua de
«no") ("Predestination in the New Testament", en Grace
Unlimited, p. 140).
En esta declaración de Marshall vemos que la
determinación final de si las personas son salvas o no está en si ellos dice sí
o no al llamamiento de Dios y, por tanto, la salvación depende en última
instancia de algo que hay en el hombre, una habilidad o tendencia dentro de él
que le persuade a decir sí en vez de no.
D. LA PREDESTINACIÓN BASADA EN EL CONOCIMIENTO ANTICIPADO NO LE DA A
LAS PERSONAS DECISIÓN LIBRE.
La
idea de que la predestinación de Dios de que algunos crean está basada en el
conocimiento anticipado que tiene de su fe se enfrenta todavía a otro problema:
si lo analizamos, este sistema resulta en que tampoco le da al hombre verdadera
libertad. Porque si Dios puede mirar al futuro y ver que la persona llegará a
la fe en Cristo, y que la persona no llegará a la fe en Cristo, entonces esos
hechos están ya fijados, ya están determinados.
Si
damos por sentado que el conocimiento de Dios del futuro es cierto (que debe
serlo), entonces es absolutamente seguro que la persona A, va a creer y la
persona B, no va a creer. No hay forma de que sus vidas sean diferentes de eso.
Por tanto, es correcto decir que el destino de estas está determinado, porque
no puede ser de otra forma. ¿Pero qué es lo que determina ese destino? Si está
determinado por Dios mismo, ya no tenemos la elección basada en última
instancia en el conocimiento anticipado de la fe, sino más bien en la voluntad
soberana de Dios.
Pero
si ese destino no lo determina Dios, ¿quién o que los determina? Sin duda
ningún cristiano va a decir que hay otro ser poderoso, aparte de Dios, que
pueda controlar el destino de las personas. Por tanto, parece que la otra única
posible solución es que está determinado por alguna fuerza impersonal, alguna
clase de suerte o hado, que funciona en el universo, y que hace que las cosas
resulten como las vemos.
¿Pero
qué ganamos con eso? Hemos entonces sacrificado la elección por amor de un Dios
personal por cierto determinismo de una fuerza impersonal y Dios no recibe
reconocimiento por nuestra salvación.
E. CONCLUSIÓN: LA ELECCIÓN ES
INCONDICIONAL:
Parece
mejor, por las cuatro razones anteriores, rechazar la idea de que la elección
está basada en el conocimiento anticipado de Dios de nuestra fe. En su lugar
concluimos que la elección se debe simplemente a una determinación soberana de
Dios: «nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos» (Ef 1: 5). Dios nos
eligió simplemente porque decidió derramar su amor sobre nosotros. No fue
porque viera de antemano alguna fe o mérito en nosotros.
Este
concepto de la elección ha sido llamado tradicionalmente «elección
incondicional». Es «incondicional» porque no está condicionada por nada que
Dios vea en nosotros que nos haga dignos de su elección.
NOTA: La elección incondicional es la "U"
en las siglas TULIP, que representan «los cinco puntos del calvinismo». Las
otras letras representan Total Depravity (vea capítulo 24,), Limited atonement,
Irresistible grace, Y Perseverance ofthe saints (vea capítulo 40,).
[En cuanto a la doctrina de la elección ha habido
una controversia en los circulas reformados (los que sostienen la elección como
la presentamos aquí) entre dos posiciones conocidas como supralapsarianism e
infralapsarianism.
La diferencia tiene que ver con lo que ocurrió en
la mente de Dios antes de la creación del mundo. No tiene que ver con algo que
sucedió en el tiempo, sino con el orden lógico de los pensamientos de Dios. La
cuestión es si, en orden lógico:
(A) Dios decidió primero que salvaría a algunas
personas y segundo que Él permitiría el pecado en el mundo de manera que
pudiera salvar a las personas del pecado (la posición supralapsarian), o si
sucedió de la otra manera, de modo que:
(B) Dios primero decidió permitir que el pecado
entrara en el mundo y segundo decidió que salvaría a algunas personas del
pecado (la posición infralapsarian). La palabra supralapsarian significa «antes
de la caída» y la palabra infralapsarian significa «después de la caída». La
polémica es compleja y muy especulativa
D. OBJECIONES A LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN
Debemos
decir que la doctrina de la elección como la presentamos aquí no está bajo
ningún concepto aceptada universalmente en la iglesia cristiana, ni dentro del
catolicismo ni del protestantismo. Hay una larga historia de aceptación de la
doctrina como aparece aquí presentada, pero muchos otros también la han
rechazado.
Entre
los actuales evangélicos, los que pertenecen a la mayoría de los círculos
reformados o calvinistas (denominaciones presbiterianas conservadoras, por
ejemplo) aceptarán esta perspectiva, como también muchos luteranos y anglicanos
(episcopales) y un buen número de bautistas y creyentes de iglesias
independientes.
Por
otro lado, será rechazada completamente por casi todos los metodistas, así como
otros muchos bautistas, anglicanos e iglesias independientes. Si bien algunas
de las objeciones a la elección son formas más específicas de objeción a la
doctrina de la providencia presentada en el capítulo 16, y que ya han sido
respondidas allí más en detalle, unas pocas objeciones debemos mencionar aquí.
1. LA ELECCIÓN SIGNIFICA QUE NO TENEMOS UNA OPCIÓN PARA ESCOGER SI
ACEPTAMOS A CRISTO O NO.
Según
esta objeción, la doctrina de la elección niega todas las invitaciones del
evangelio que apelan a la voluntad del hombre y piden a las personas tomar
decisiones en cuanto a responder a la invitación de Cristo o no.
En
respuesta a esto, debemos afirmar que la doctrina de la elección puede muy bien
acomodarse a la idea de que tenemos la posibilidad de escoger y tomar
decisiones en cuanto a aceptar o rechazar a Cristo. Nuestras decisiones son
voluntarias porque son lo que queremos hacer y lo que decidimos hacer. [Esto no
quiere decir que nuestras decisiones son totalmente libres, porque (como
expliqué en el capítulo 16, sobre la providencia),
Dios
puede trabajar soberanamente a través de nuestros deseos de porque hay muy poca
información bíblica directa que nos ayude en esto. Se han aportado buenos
argumentos a favor de ambas posiciones, y hay probablemente algo de verdad en
cada parte. Pero en el último análisis parece más sabio que las Escrituras no
nos den suficiente información para sondear en este sistema, y, además, no
parece que sea muy edificante hacerlo.
De
hecho he decidido mencionar la polémica en este libro de texto en este punto
solo porque las palabras «supralapsarian» y «infralapsarian» se usan a veces en
los círculos teológicos como símbolos de las discusiones teológicas más
abstractas y oscuras, y a mí me parece apropiado informar solo a los lectores
de la naturaleza de esta polémica y del significado de estos términos. Para los
que estén interesados, encontrarán un estudio más amplio en la obra de Berkhof,
Systematic Theology, pp. 118-25.
Garantizar
que nuestras decisiones terminan resultando lo que él ha ordenado, pero esto
todavía puede entenderse como una verdadera elección porque Dios nos ha creado
y ha ordenado que esa elección sea real.
En
resumen, podemos decir que Dios hace que nosotros elijamos a Cristo
voluntariamente. La suposición equivocada subyacente en esta objeción es que
una decisión debe ser absolutamente libre (esto es, en ningún sentido causada
por Dios) a fin de que sea una elección humana genuina.
NOTA: Para un estudio amplio de las objeciones
sobre la elección, el lector puede referirse a dos recientes colecciones de
ensayos sobre lo que es conocido como la perspectiva «arminiana», una
perspectiva que rechaza la interpretación de la elección que defendemos en este
libro, vea Clark H. Pinnock, ed. Grace Unlimited (Mnneapolis: Bethany
Fellowship, 1975).
Grant R. Osborne, señala varias veces en
«Exegetical Notes on Calvinist Texts» en Grace Unlimited, pp. 167-89, la evidencia
de la voluntad humana o de la elección humana involucrada en el contexto
inmediato de los textos que hablan acerca de la elección o predestinación. Un
ejemplo representativo lo tenemos en la p. 175, donde Osborne analiza Hechos
13:48: «y creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna». Osborne
responde:
«Si bien estamos de acuerdo en que la dirección
divina básica es la elección, esto no niega la presencia de la voluntad humana,
como vemos en el contexto» (p. 175). Una respuesta así parece dar por supuesto
que el punto de vista reformado niega la voluntad o decisión humana. Pero
debemos responder que la posición reformada como se argumenta tradicionalmente
permite ciertamente la voluntad humana o libre albedrio en las decisiones que
se toman, y decimos simplemente que Dios es tan sabio que Él ordena que
nosotros respondamos voluntariamente.
Osborne no se identifica directamente con esta
posición.
2. BASADOS EN ESTA DEFINICIÓN DE LA ELECCIÓN, NUESTRAS OPCIONES NO SON
REALES.
Continuando
con el estudio del párrafo anterior, alguien podría objetar que si una decisión
está causada por Dios, puede parecernos a nosotros que es algo voluntario y que
queremos hacer, pero no es una elección genuina o real, porque no es
absolutamente libre.
De
nuevo debemos responder negando la suposición de que una decisión debe ser
absolutamente libre a fin de que sea genuina o válida. Si Dios nos hace a
nosotros en una cierta manera y nos dice que nuestras decisiones voluntarias
son reales y genuinas, entonces debemos estar de acuerdo en que lo son.
Dios
es la definición de lo que es real y genuino en el universo. Por el contrario,
podríamos preguntar dónde dicen las Escrituras que nuestras decisiones tienen
que ser libres de la influencia o control de Dios a fin de que sean reales o
genuinas. No parece que las Escrituras hablen alguna vez de ello.
3. LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN NOS
CONVIERTE EN MARIONETAS O ROBOTS, NO EN PERSONAS VERDADERAS.
Según
esta objeción, Si Dios de verdad causa todo lo que nosotros elegimos en relación
con la salvación, no somos personas auténticas.
De
nuevo debemos responder que Dios nos ha creado y debemos dejar que sea él el
que defina lo que es de verdad ser persona. La analogía de una «marioneta» o
«robot» nos reduce a la categoría infrahumana de cosas creadas por el hombre.
Pero los seres humanos genuinos son muy superiores a las marionetas o robots,
porque tenemos una voluntad genuina y tomamos decisiones voluntarias basadas en
nuestras propias preferencias y deseos.
De
hecho, esta habilidad de tomar decisiones voluntarias es una de las cosas que
nos distinguen de muchos de los seres inferiores de la creación. Somos personas
verdaderas creadas a la imagen de Dios, y Dios nos ha permitido hacer
elecciones genuinas que tienen efectos reales en nuestra vida.
4. LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN
SIGNIFICA QUE LOS INCRÉDULOS NUNCA TUVIERON LA OPORTUNIDAD DE CREER.
Esta
objeción a la elección dice que si Dios había decretado desde la eternidad que
algunas personas no creerían, no hay para ellos una posibilidad verdadera de
creer, y todo el sistema funciona injustamente. Podemos dar dos respuestas a
esta objeción.
Primera,
debemos notar que la Biblia no nos permite decir que los incrédulos no tengan
la posibilidad de creer. Cuando las personas rechazan a Jesús, él siempre puso
la responsabilidad en la propia decisión de ellos de hacerlo, no en algún
decreto de Dios el Padre. «¿Por qué no entienden mi modo de hablar? Porque no
pueden aceptar mi palabra. Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren
cumplir» Gn 8: 43-44).
Y a
Jerusalén le dice: «Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la
gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!» (Mt 23: 37). Les
dijo a los Judios que le rechazaron: «Ustedes no quieren venir a mí para tener
esa vida» (Jn 5:40). Romanos 1 deja bien en claro que todas las personas se
enfrentan a una revelación de parte de Dios con tanta claridad «de modo que
nadie tiene excusa» (Ro 1:20). Esta es la pauta coherente de las Escrituras:
Las
personas que permanecen en la incredulidad lo hacen porque no están dispuestas
a acudir a Dios, y la culpa de esa incredulidad siempre la tienen los
incrédulos mismos, nunca Dios.
En un
segundo nivel, la respuesta a esta pregunta debe ser sencillamente la de Pablo
a una objeción similar: «Respondo: ¿Quién eres tú para pedirle cuentas a Dios?
¿Acaso le dirá la olla de barro al que la modeló: "¿Por qué me hiciste
así?"» (Ro 9: 20).
5. LA ELECCIÓN ES INJUSTA.
En
ocasiones las personas consideran la doctrina de la elección como injusta,
puesto que enseña que Dios elige a algunos para ser salvos y pasa por alto a
otros, a quienes decide no salvar. ¿Cómo puede ser eso justo?
A esto
podemos darle dos respuestas. Primera, debemos recordar que sería perfectamente
justo que Dios no salvara a nadie, de la misma manera que hizo con los ángeles:
«Dios
no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al abismo,
metiéndolos en tenebrosas cavernas y reservándolos para el juicio» (2ª P 2:
4).15 Lo que sería perfectamente justo para Dios sería hacer con los seres
humanos lo que hizo con los ángeles, esto es, no salvar a ninguno de los que
pecaron y se rebelaron en contra de él. Pero decidir salvar a algunos de ellos,
es una demostración de gracia que va más allá de los requerimientos de la
equidad y de la justicia.
Pero
en un nivel más profundo esta objeción diría que no es justo que Dios creara a
algunas personas que sabía que pecarían y serían eternamente condenadas, y a
quienes él no redimiría. Pablo plantea esta objeción en Romanos 9.
Después
de decir que «Dios tiene misericordia de quien él quiere tenerla, y endurece a
quien él quiere endurecer» (Ro 9:18),16 el apóstol entonces plantea esta
precisa objeción: «Pero tú me dirás: "Entonces, ¿por qué todavía nos echa
la culpa Dios? ¿Quién puede oponerse a su voluntad?» (Ro 9: 19).
Aquí encontramos la esencia de la «injusticia»
de esta objeción en contra de la doctrina de la elección. Si el destino último
de cada persona lo determina Dios, no la persona misma (esto es, aun cuando las
personas toman decisiones que determinan si serán salvas o no, si Dios está en
realidad detrás de esas decisiones haciendo que de alguna manera ocurran),
¿cómo puede ser eso justo?
NOTA: Para un estudio del hecho de que sería justo
para Dios no salvar a ninguno.
16Jack Cottrell da una interpretación arminiana de
este versículo. Él argumenta que Romanos 9:18, «Días tiene misericordia de
quien él quiere tenerla, y endurece a quien él quiere endurecer», no se refiere
a la elección de Días de personas para salvación, sino a la elección de Dios de
personas para ciertas clases de servicios: «Él elige a quien quiere para
servir, no para salvación» (The Nature of Divíne Sovereignry», en TIte Graa of
God, the Wil/ of Man), p. 114).
Sí o embargo, esta no es una interpretación
convincente, porque todo el contexto se refiere claramente a la salvación.
Pablo dice: «Me invade una gran tristeza y me
embarga un continuo dolor. Desearla yo mismo ser maldecido y separado de Cristo
por el bien de mis hermanos, los de mi propia raza,» (Ro. 9:2-3), no porque los
Judíos no estuvieran elegidos para alguna clase de servicio, sino porque no
eran salvos.
En el versículo 8 no habla de los que fueron
escogidos para algún servicio y de los que no fueron escogidos, sino de los que
son «hijos de Dios» y de los que no lo son. Y en el versículo 22 habla de los
que pierden una oportunidad para servir, sino de los «que eran objeto de su
castigo y estaban destinados a la destrucción». De salvación es de lo que se
habla en todo este contexto.
La
respuesta de Pablo no es una que apela a nuestro orgullo, ni tampoco intenta
damos una explicación filosófica de por qué es esto justo. Pablo simplemente
invoca los derechos de Dios como el Creador omnipotente:
¿Quién Eres Tú Para Pedirle Cuentas A Dios? ¿Acaso Le Dirá La Olla De
Barro Al Que La Modeló: "¿Por Qué Me Hiciste Así?"¿No Tiene Derecho
El Alfarero De Hacer Del Mismo Barro Unas Vasijas Para Usos Especiales Y Otras
Para Fines Ordinarios? ¿Y Qué Si Dios, Queriendo Mostrar Su Ira Y Dar A Conocer
Su Poder, Soportó Con Mucha Paciencia A Los Que Eran Objeto De Su Castigo Y
Estaban Destinados A La Destrucción? ¿Qué Si Lo Hizo Para Dar A Conocer Sus
Gloriosas Riquezas A Los Que Eran Objeto De Su Misericordia, Y A Quienes De
Antemano Preparó Para Esa Gloria? Ésos Somos Nosotros, A Quienes Dios Llamó No
Sólo De Entre Los Judíos Sino También De Entre Los Gentiles. (Ro 9:20-24).
Lo que
Pablo dice es que hay un punto más allá del cual no le podemos responder a Dios
ni cuestionar su justicia. Él ha hecho lo que ha hecho conforme a su voluntad
soberana. Él es el Creador; nosotros somos sus criaturas, y no tenemos a fin de
cuentas ninguna base para acusarle de imparcialidad o injusticia.
Cuando
leemos estas palabras de Pablo nos enfrentamos a la decisión de si aceptamos o
no lo que Dios dice aquí, y lo que él hace, solo en base a que él es Dios y
nosotros no lo somos.
Es una
cuestión que va profundamente al concepto que tenemos de nosotros mismos como
criaturas y de nuestra relación con Dios como Creador.
Esta
objeción de injusticia toma una forma ligeramente diferente cuando las personas
dicen que es injusto que Dios salve a algunas personas y no salve a otras. Esta
objeción está basada en una idea de justicia entre los seres humanos que
nosotros sentimos intuitivamente.
Nosotros
reconocemos en los asuntos humanos que es correcto tratar a personas iguales en
una forma igual. Por tanto, nos parece intuitivamente apropiado decir que si
Dios va a salvar a algunos pecadores debiera hacerlo con todos los pecadores.
Pero en respuesta a esta objeción debemos decir que no tenemos ningún derecho
de imponer sobre Dios nuestro sentido intuitivo de lo que es apropiado entre
los seres humanos.
Siempre
que las Escrituras empiezan a considerar esta cuestión vuelven a la soberanía
de Dios como Creador y dicen que él tiene el derecho de hacer lo que place con
su creación (vea Ro 9:19-20, citado arriba). [Si en definitiva Dios decide
crear algunas criaturas para que sean salvas y otras para que no lo sean, esa
fue su decisión soberana, y no tenemos ninguna base moral ni bíblica sobre la
que podamos insistir que no sea justo.
NOTA: James D. Strauss, «God's Promise and
Universal History: The Theology of Romans 9», en Grace Unlimited, argumenta que
en Romanos 9 «a los que eran objeto de su castigo y estaban destinados a la
destrucción» debiera leer se como «se hicieron a sí mismos para la ira» (p.
200). Pero él no da ningún ejemplo de un auténtico uso reflexivo del verbo
katartizo, que sería necesario aquí. BAGO, pp. 417·18, note que el pasivo se
puede usar en la forma intransitiva (como aquí traducimos «destinados a la
destrucción», pero no dan ejemplos de este verbo en voz activa o media que se
use sin un complemento directo.
La sugerencia de Strauss, «se hicieron a sí mismos
para la ira», no encajaría realmente en la imagen de un alfarero creando
vasijas de varias clases, porque las vasijas no se hacen a sí mismas, sino que
son creación del alfarero.
Otra objeción planteada por Strauss es que la
imagen del alfarero y el barro en Romanos 9:20·23 se deriva de pasajes del
Antiguo Testamento que enfatizan el llamamiento de Dios a las personas para que
elijan libremente el arrepentimiento y la fe. Él dice que eso niega la idea de
la predestinación soberana de parte de Dios (p. 199). Pero en este caso Strauss
malentiende sencillamente la posición reformada, que nunca niega la
responsabilidad huma· na o la disposición humana para tomar decisiones.
Para más estudio Del tema,
vea John Piper, The Justification of God: An Exegetical and Theological Study
of Romans 9:1-23 (Baker, Grand Rapids, 1983).
6. LA BIBLIA DICE QUE DIOS QUIERE QUE TODOS SEAN SALVOS.
Otra
objeción a la doctrina de la elección es que contradice ciertos pasajes de las
Escrituras que dicen que Dios quiere que todos se salven. Pablo escribe acerca
de Dios nuestro Salvador que «quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer
la verdad» (1ª Ti 2:4). Y Pedro dice: «El Señor no tarda en cumplir su promesa,
según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes,
porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan» (2ª P 3: 9).
¿No contradicen estos pasajes la idea de que Dios ha escogido solo a ciertas
personas para ser salvas?
Una
solución común a esta cuestión (desde la perspectiva reformada que defendemos
en este libro) es decir que estos versículos hablan de la voluntad revelada de
Dios (que nos dice lo que debemos hacer), no de su voluntad oculta (su plan
eterno para lo que ocurrirá). Estos versículos solo nos están diciendo que Dios
invita y manda a cada persona que se arrepienta y acuda a Cristo para obtener
salvación, pero no dicen nada acerca de los decretos secretos de Dios sobre
quiénes serán salvos.
El
teólogo arminiano Clark Pinnock no acepta la idea de que Dios tenga una
voluntad secreta y otra revelada, y dice que es «una idea excesivamente
paradójica la de dos voluntades divinas en cuanto a la salvación». Pero Pinnoc
knunca en realidad responde a la pregunta de por qué no son todos salvos (desde
una perspectiva Arminiana).
En
definitiva los arminianos también deben decir que Dios quiere algo con más
fuerza que la salvación de todas las personas, porque en realidad no todos son
salvos. La afirmación arminiana de que no todos son salvos porque Dios quiere
preservar el libre albedrío humano más de lo que quiere que todos se salven.
¿Pero no es esto también hacer una distinción en dos aspectos de la voluntad de
Dios?
Por un
lado Dios quiere que todos sean salvos (1ª Ti 2: 5-6; 2ª P 3:9). Pero por el
otro lado quiere preservar el total libre albedrío del hombre. De hecho, él
quiere lo segundo más que lo primero. Pero esto significa que los arminianos
también deben decir que 1ª Timoteo 2: 5-6 y 2 Pedro 3:9 no dice que Dios quiere
la salvación de todos en una forma absoluta o incondicional: también tienen que
decir que estos versículos solo se refieren a un tipo o a un aspecto de la
voluntad de Dios.
Aquí
podemos ver con claridad la diferencia entre la concepción reformada y
arminiana de la voluntad de Dios. Tanto calvinistas como arminianos concuerdan
en que los mandamientos de Dios en las Escrituras revelan lo que Dios quiere
que hagamos, y ambos están de acuerdo en que los mandamientos en las Escrituras
nos invitan a que nos arrepintamos y confiemos en Cristo en cuanto a la
salvación.
NOTA: 1. Howard Marshall, «Predestination in the
New Testament», (en Grace Unlimited, p. 136), dice específicamente: «No puedo
ver cómo se puede salvar arbitrariamente a un pecador culpable y no a otro».
Pero ese parece ser precisamente la enseñanza de Pablo en Ro. 9: 18-20: Dios
salva a algunos y decide no salvar a otros, y nosotros no tenemos derecho, como
criaturas, a decir que eso es injusto.
Para un estudio de las diferencias entre la
voluntad revelada de Dios y su voluntad secreta, vea capítulo 13, también el
capítulo 16,
Por
tanto, en un sentido ambos están de acuerdo en que Dios quiere que seamos
salvos. Esa es la voluntad que él nos revela explícitamente en la invitación
del evangelio.
Pero
ambas partes deben también decir que hay algo más que Dios considera más
importante que salvar a todos. Los teólogos reformados dicen que Dios considera
su gloria más importante que salvarnos a todos, y que (según Ro 9) la gloria de
Dios es también promovida por el hecho de que algunos no son salvos.
Los
teólogos arminianos también dicen que hay algo que es más importante para Dios
que la salvación de todas las personas: la preservación del libre albedrío del
hombre. De modo que en el sistema reformado el valor supremo de Dios es su
gloria, y en el sistema arminiano el valor supremo de Dios es el libre albedrío
del hombre.
Estas
son dos concepciones distintivamente diferentes de la naturaleza de Dios, y
parece ser que la posición reformada tiene un apoyo bíblico mucho más explicito
que el que tiene la posición arminiana en este asunto.
E. LA DOCTRINA DE LA REPROBACIÓN
Cuando
entendemos la elección como la decisión soberana de Dios de que algunas
personas sean salvas, hay necesariamente otro aspecto de esa decisión: la
decisión soberana de Dios de pasar por alto a otros y no salvarlos. Esta
decisión de Dios en la eternidad pasada es lo que llamamos reprobación. La
reprobación es la decisión soberana de Dios desde antes de la creación de pasar
por alto a algunas personas, decidiendo con tristeza no salvarlos, y
castigarlos por sus pecados, y de esa manera manifestar su justicia.
En
muchos sentidos la doctrina de la condenación es la más dificil de todas las
enseñanzas de las Escrituras para pensar en ella y aceptarla, porque tiene que
ver con consecuencias tan horribles y eternas para los seres humanos creados a
la imagen de Dios. El amor que Dios nos da por nuestros semejantes y el amor
que él nos manda tener hacia nuestro prójimo nos lleva al rechazo de esta
doctrina, y está bien que sintamos de esa forma al pensar en ella.23 Es algo en
lo que no quisiéramos creer, y no creeríamos, a menos que las Escrituras lo
enseñen claramente.
Pero
¿hay pasajes de las Escrituras que hablan de una decisión de Dios como esa?
Ciertamente hay algunos. Judas habla de algunas personas «que desde hace mucho
tiempo han estado señalados para condenación. Son impíos que cambian en libertinaje
la gracia de nuestro Dios y niegan a Jesucristo, nuestro único Soberano y
Señor» Jud 4).
NOTA: Sobre el hecho de que Dios nos creó y a todo
el universo para su propia gloria. Un arminiano puede objetar a que pongamos la
diferencia de esta manera, y puede decir que Dios es más glorificado cuando
nosotros le elegimos a Él como fruto de nuestro libre albedrío, pero esa es
simplemente un suposición dudosa basada en la intuición o la analogía humana,
pero que no tiene apoyo específico de parte de las Escrituras.
Además, para ser coherentes parece que los
arminianos debieran tener en cuenta a los millones que no eligen a Dios, y
tendrían que decir que Dios es también más glorificado por las decisiones libre
de millones que se deciden libremente en contra de Dios, o si no, ¿por qué les
permite Dios persistir en esa decisión libre de rebelión?
Juan Calvino mismo dice de la condenación:
«Confiesa que el decreto es desde luego espantoso». Institución de la religión
cristiana, 2.23.7 (2:955); pero debiera notarse que su palabra latina honibilis
no significa «odioso)" sino más bien «aterrador».
Además,
Pablo, en el pasaje arriba referido, habla de la misma manera del faraón y de
otros: Porque la Escritura le dice al faraón: «Te levanté precisamente para
mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra»
Así Que Dios Tiene Misericordia De Quien Él Quiere Tenerla, Y Endurece A
Quien Él Quiere Endurecer. ¿Y Qué Si Dios, Queriendo Mostrar Su Ira Y Dar A
Conocer Su Poder, Soportó Con Mucha Paciencia A Los Que Eran Objeto De Su
Castigo Y Estaban Destinados A La Destrucción? (Ro 9: 17-22).
En cuanto
a los resultados del hecho de que Dios no va a escoger a todos para salvación,
Pablo dice: «Israel no consiguió lo que tanto deseaba, pero sí lo consiguieron
los elegidos. Los demás fueron endurecidos» (Ro 11: 7). Y Pedro dice de los que
rechazan el evangelio: «Tropiezan al desobedecer la palabra, para lo cual
estaban destinados» (1ª P 2: 8).
A
pesar del hecho de que no nos gusta esta doctrina, debemos ser cuidadosos en
cuanto a nuestra actitud hacia Dios y hacia estos pasajes de las Escrituras.
Nunca debemos empezar a desear que la Biblia se hubiera escrito de otra manera,
o que no contuviera esos versículos.
Además,
si estamos convencidos de que estos versículos enseñan condenación, estamos
obligados a creerlos y a aceptar que es justo de parte de Dios, aunque nos hace
temblar de horror pensar en ello. En este contexto puede sorprendernos ver que
Jesús da gracias a Dios por ocultar el conocimiento de la salvación de algunos
y por revelarlo a otros. Jesús declaró: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se
las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena
voluntad» (Mt 11: 25-26).
Además,
debemos reconocer que de alguna manera, en la sabiduría de Dios, el hecho de la
condenación y la eterna condenación de algunos mostrarán la justicia de Dios y
también redundará en gloria suya. Pablo dice: «¿Y qué si Dios, queriendo
mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia a los que
eran objeto de su castigo y estaban destinados a la destrucción?» (Ro 9: 22).
Pablo
también nota que el hecho de tal castigo de los «destinados a la destrucción»
sirve para mostrar la grandeza de la misericordia de Dios hacia nosotros: Dios
hace esto «para dar a conocer sus gloriosas riquezas a los que eran objeto de
su misericordia, y a quienes de antemano preparó para esa gloria?» (Ro 9: 23).
También
debemos recordar que hay diferencias importantes entre la elección y la
condenación tal como aparecen en la Biblia. La elección para salvación se ve
como una causa para regocijarse y alabar a Dios, quien es digno de alabanza y
de recibir todo el crédito por nuestra salvación (vea Ef. 1: 3-6; 1ª P 1: 1-3).
A Dios
se le ve escogiéndonos activamente para salvación, y haciéndolo con amor y
deleite. Pero la reprobación se ve como algo que le causa tristeza a Dios, no
deleite (vea Ez 33:11), y la causa de la reprobación se atribuye siempre a las
personas o ángeles que se rebelan, nunca sobre Dios (vea Jn 3: 18-19; 5: 40).
NOTA: Vea el estudio de este versículo en la obra
de Wayne Grudem, 1 Peter, pp. 107-10. Este versículo no dice solo que Dios
destinó el hecho de que aquellos que desobedecen tropezarán, sino que habla más
bien de Dios destinando a ciertas personas a desobedecer y tropezar: «para lo
cual estaban destinados». (El verbo griego etethesan, «estaban destinados»
requiere un sujeto plural.
De
modo que en la presentación que las Escrituras hacen Dios es el origen de la
elección, pero el hombre es la causa de la reprobación. Otra diferencia
importante es que la base para la elección es la gracia de Dios, mientras que
la base de la reprobación es la justicia de Dios. Por consiguiente, la «doble
predestinación» no es una frase útil o exacta, porque no tiene en cuenta estas
diferencias entre la elección y la reprobación.
La
tristeza de Dios por la muerte de los pecadores (no me alegro con la muerte del
malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva», Ez 33: 11) nos
ayuda a entender cuán apropiado era que Pablo mismo sintiera gran tristeza
cuando pensaba en la suerte de los judíos incrédulos que habían rechazado a
Cristo.
Pablo
dice:
Digo La Verdad En Cristo; No Miento. Mi Conciencia Me Lo Confirma En El
Espíritu Santo. Me Invade Una Gran Tristeza Y Me Embarga Un Continuo Dolor.
Desearía Yo Mismo Ser Maldecido Y Separado De Cristo Por El Bien De Mis
Hermanos, Los De Mi Propia Raza, El Pueblo De Israel. (Ro 9: 1-4)
Nosotros
también debemos sentir esta gran tristeza cuando pensamos en la suerte de los
incrédulos.
Pero
se podría objetar en este momento que si Dios siente genuinamente tristeza por
el castigo de los malvados, ¿por qué lo permite e incluso decreta que eso
suceda? La respuesta debe ser que Dios sabe que esto al final resultará en una
mayor gloria para él. Mostrará su poder, su ira, su justicia y misericordia en
una manera que de otra forma no podría ser demostrado.
Ciertamente
en nuestra experiencia humana es posible hacer algo que nos causa mucha
tristeza, pero que sabemos que a la larga causará un mayor bien. Por tanto,
después de esta apagada analogía humana, podemos quizá entender que Dios puede
decretar algo que le causa tristeza pero que a la postre resultará para gloria
suya.
F. APLICACIÓN PRÁCTICA DE LA DOCTRINA DE LA ELECCIÓN
En
términos de nuestra relación con Dios, la doctrina de la elección tiene
aplicaciones prácticas importantes. Cuando pensamos en la doctrina bíblica
sobre la elección y la reprobación, es apropiado que lo apliquemos a nuestra
vida individualmente.
Es
correcto que cada cristiano se pregunte: «¿Por qué soy cristiano? ¿Por qué en
definitiva Dios habrá decidido salvarme?»
La
doctrina de la elección nos dice que soy cristiano porque Dios en la eternidad
pasada decidió derramar su amor sobre mí. ¿Pero por qué decidió hacerlo? No por
algo bueno que hubiera en mí, sino simplemente porque quiso amarme a mí.
No hay
ninguna otra razón para ello.
Pensar
de esa manera nos ayuda a ser humildes delante de Dios. Nos permite damos
cuenta que no tenemos ningún derecho a la gracia divina. Nuestra salvación se
debe solo y totalmente a la gracia de Dios. Nuestra única y apropiada respuesta
es darle a él eterna alabanza.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Piensa que Dios le eligió a usted individualmente para ser salvo desde
antes de la creación del mundo? ¿Piensa que lo hizo basado en el hecho de que
él sabía que usted iba a creer en Cristo, o fue una «elección incondicional»,
no basada en nada que él viera de antemano que le hiciera a usted digno de su
amor? No importa cómo responda a la anterior pregunta, explique cómo le hace
sentirse su respuesta cuando piensa de sí mismo en relación con Dios.
2. ¿Le da la doctrina de la elección consuelo o seguridad acerca del
futuro?
3. Después de leer este capítulo, ¿siente usted sinceramente que le gustaría
darle gracias a Dios o alabarle por haberle elegido para ser salvo? ¿Siente
usted algún tipo de injusticia en que Dios no decidió salvar a todos?
4. Si
usted está de acuerdo con la doctrina de la elección tal como aparece en este
capítulo, ¿le disminuye eso su sentido de persona individual o le hace sentirse
de alguna manera como un robot o una marioneta en las manos de Dios? ¿Cree que
debiera hacerle sentir de esa manera?
5. ¿Qué efecto piensa usted que va a tener este capítulo en su motivación
para la evangelización? ¿Es este un efecto positivo o negativo? ¿Puede usted
pensar en formas en las que la doctrina de la elección puede ser un estímulo
positivo para la evangelización (vea 1ª Ts 1: 4-5; 2ª Ti 2: 10)?
6. Ya sea que usted adopte una perspectiva reformada o arminiana de la
doctrina de la elección, ¿puede usted pensar en algunos beneficios positivos en
la vida cristiana que aquellos que sostienen la posición opuesta a la suya
parecen experimentar y usted no? Aunque usted no esté de acuerdo con la otra
posición, ¿puede mencionar algunas cosas útiles o verdades prácticas acerca de
la vida cristiana que usted podría aprender de esa posición? ¿Hay algo que los
calvinistas y los arminianos podrían hacer para generar un mayor entendimiento
y menos división sobre esta cuestión?
TÉRMINOS ESPECIALES
Condenación,
Conocimiento previo, determinismo, elección, predestinación, reprobación
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Efesios 1:3-6: Alabado Sea Dios, Padre De Nuestro Señor Jesucristo, Que
Nos Ha Bendecido En Las Regiones Celestiales Con Toda Bendición Espiritual En
Cristo. Dios Nos Escogió En Él Antes De La Creación Del Mundo, Para Que Seamos
Santos Y Sin Mancha Delante De Él. En Amor Nos Predestinó Para Ser Adoptados
Como Hijos Suyos Por Medio De Jesucristo, Según El Buen Propósito De Su
Voluntad, Para Alabanza De Su Gloriosa Gracia, Que Nos Concedió En Su Amado.
CAPÍTULO 3
EL LLAMAMIENTO DEL EVANGELIO Y EL
LLAMAMIENTO EFICAZ
¿CUÁL ES EL MENSAJE DEL
EVANGELIO? ¿CÓMO LLEGA A SER EFICAZ?
EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
Cuando
Pablo habla acerca de la manera en que Dios trae la salvación a nuestra vida,
dice: «A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los
justificó; y a los que justificó, también los glorificó» (Ro 8: 30). Aquí Pablo
nos indica un orden definido en el cual nos vienen las bendiciones de la
salvación.
Aunque
hace mucho tiempo, antes de la creación del mundo, Dios nos «predestinó» para
ser sus hijos y para ser transformados conforme a la imagen de su Hijo, Pablo
señala el hecho que en el momento de la realización de su propósito en nuestra
vida Dios nos «llamó» (aquí en este contexto, es Dios el Padre el que está
claramente a la vista).
Luego
Pablo inmediatamente menciona la justificación y la glorificación, mostrando
que estas vienen después del llamamiento. Pablo nos dice que hay un orden
definido en el propósito salvador de Dios (aunque no se menciona aquí cada
aspecto de nuestra salvación). De modo que empezaremos nuestro estudio de las
diferentes partes de nuestra experiencia de la salvación con el tema del
llamamiento.
Cuando
Pablo dice: «A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también
los justificó» (Ro 8:30), está indicando que ese llamamiento es un acto de
Dios. Es específicamente un acto de Dios el Padre, porque él es el que
predestina a las personas para «ser transformados según la imagen de su Hijo»
(Ro 8: 29).
Otros
versículos describen de forma más completa lo que es este llamamiento. Cuando
Dios llama a las personas en esta forma poderosa, las llama «de las tinieblas a
luz admirable» (1ª P 2: 9); los llama a «tener comunión con su Hijo Jesucristo»
(1ª Co 1:9; Hch 2: 39) y a «su reino y a su gloria» (1ª Ts 2: 12; 1ª P 5:10; 2ª
P 1: 3).
Las
personas que Dios ha llamado son «llamados a ser de Jesucristo» (Ro 1:6, RVR
1960). Han sido «llamados a ser santos» (Ro 1:7; 1ª Co 1:2), y han entrado en
un reino de paz (1ª Co 7: 15; Col 3: 15), libertad (Gá 5:13), esperanza (Ef.
1:18; 4:4), santidad (1ª Ts 4: 7), sufrimiento paciente (1ª P 2: 20-21; 3: 9),
y vida eterna (1ª T. 6: 12).
Estos
versículos indican que este no es un simple llamamiento humano desprovisto de
poder. Este llamamiento es más bien una especie de «convocatoria» de parte del
Rey del universo y tiene tanto poder que puede obtener la respuesta que está
pidiendo en el corazón de las personas. Es un acto de Dios que garantiza una
respuesta, porque Pablo especifica en Romanos 8:30 que los que fueron
«llamados» fueron también «justificados».
Este
llamamiento tiene la capacidad de sacarnos del reino de las tinieblas y
llevamos al reino de Dios de forma que podamos estar unidos en completa
comunión con él: «Fiel es Dios, quien los ha llamado a tener comunión con su
Hijo Jesucristo, nuestro Señor» (1 Ca 1:9).
Nos
referimos con frecuencia a este acto poderoso de Dios como llamamiento eficaz,
para distinguirlo de la invitación general del evangelio que es para todas las
personas y que algunas personas rechazan. Con esto no queremos decir que la
proclamación humana del evangelio no participa. De hecho, el llamamiento eficaz
de Dios viene por medio de la predicación humana del evangelio, porque Pablo
dice: «Para esto Dios los llamó por nuestro evangelio, a fin de que tengan
parte en la gloria de nuestro Señor Jesucristo» (2ª Ts 2: 14).
Por
supuesto, hay muchos que oyen el llamamiento general del mensaje del evangelio
y no responden. Pero en muchos casos el llamamiento del evangelio se hace tan
eficazmente mediante la obra del Espíritu Santo en el corazón de las personas
que estas responden, y podemos decir que han recibido un «llamamiento eficaz»:
Podemos
definir el llamamiento eficaz de la siguiente manera: El llamamiento eficaz es
un acto de Dios el Padre, por medio de la proclamación humana del evangelio, en
el que convoca a las personas a que acudan a él de manera tal que responden en
fe salvadora.
Es
importante que no demos la impresión de que las personas serán salvas por el
poder de este llamamiento aparte de una respuesta voluntaria de ellas al
evangelio (vea el capítulo 35 sobre la fe personal y el arrepentimiento que son
necesarios para la conversión). Aunque es cierto que el llamamiento eficaz
despierta y genera una respuesta en nosotros, debemos insistir siempre en que
esta respuesta tiene que ser una respuesta voluntaria, espontánea, en la que la
persona individualmente pone su confianza en Cristo.
Por
eso es tan importante la oración para una evangelización eficaz. A menos que
Dios obre en el corazón de las personas para hacer eficaz la proclamación del
evangelio, no habrá una respuesta salvadora genuina. Jesús dijo: «Nadie puede
venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día
final» (Jn 6: 44).
Un
ejemplo del llamamiento del evangelio eficaz lo vemos en la primera visita de
Pablo a Filipos. Mientras Lidia escuchaba el mensaje del evangelio «el Señor le
abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo» (Hch 16: 14).
A
diferencia del llamamiento eficaz, que es por completo un acto de Dios, podemos
hablar en general del llamamiento del evangelio el cual viene por medio de la
comunicación humana. Este llamamiento del evangelio se ofrece a todas las
personas, incluso a aquellos que no lo aceptan. A veces nos referimos a este
llamamiento del evangelio como el llamamiento externo o el llamamiento general.
Por el contrario, el llamamiento eficaz de Dios que es el que en realidad
genera una respuesta espontánea en la persona que lo oye se le llama a veces
llamamiento interno.
El
llamamiento del evangelio es general y externo y con frecuencia lo rechazan,
mientras que el llamamiento eficaz es particular, interno y siempre es eficaz.
Sin embargo, esto no disminuye la importancia del llamamiento del evangelio,
porque es el medio que Dios ha establecido a través del cual vendrá el
llamamiento eficaz. Sin el llamamiento del evangelio, nadie podría responder y
ser salvo.
«¿Cómo
invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no
han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?» (Ro 10:14). Por tanto,
es importante que entendamos exactamente lo que es el llamamiento del
evangelio.
B. LOS ELEMENTOS DEL LLAMAMIENTO DEL EVANGELIO
En la
predicación humana del evangelio deben aparecer tres elementos importantes:
1. UNA EXPLICACIÓN DE LOS HECHOS CONCERNIENTES A LA SALVACIÓN.
Todo
el que acude a Cristo para obtener salvación debe tener al menos un
entendimiento básico de quién es Cristo y de cómo satisface nuestras
necesidades de Salvación. Por tanto, una explicación de los hechos
concernientes a la salvación debe incluir al menos lo siguiente:
1. Todas los seres humanos son pecadores (Ro 3: 23).
2. La paga por el pecado es la muerte (Ro 6: 23).
3. Jesucristo murió para pagar el castigo por nuestros pecados (Ro 5: 8)
Pero
entender estos hechos e incluso estar de acuerdo en que son ciertos no es suficiente
para que la persona sea salva. Debe haber una invitación para una respuesta de
parte del individuo a fin de que se arrepienta de sus pecados y confié
personalmente en Cristo.
2. UNA INVITACIÓN PARA RESPONDER A CRISTO DE FORMA PERSONAL EN ARREPENTIMIENTO
Y FE.
Cuando
el Nuevo Testamento habla de personas que alcanzan la salvación lo hace en
términos de una respuesta personal a una invitación de Cristo mismo.
Esta
invitación está bellamente expresada, por ejemplo, en las palabras de Jesús:
Vengan A Mí Todos Ustedes Que Están Cansados Y Agobiados, Y Yo Les Daré
Descanso. Carguen Con Mi Yugo Y Aprendan De Mí, Pues Yo Soy Apacible Y Humilde
De Corazón, Y Encontrarán Descanso Para Su Alma. Porque Mi Yugo Es Suave Y Mi
Carga Es Liviana (Mt 11: 28-30).
Es importante
dejar bien en claro que estas no son solo palabras pronunciadas hace mucho
tiempo por un líder religioso del pasado. Se debe animar a cada oyente que no
es cristiano que escucha estas palabras a tomar esas palabras como palabras de
Cristo Jesús que él está pronunciando en ese mismo momento, y que lo está
haciendo individualmente. Cristo Jesús es un Salvador que está ahora vivo en el
cielo, y cada persona que no es cristiana debiera pensar que Jesús le está
hablando, y diciéndole: «Vengan a mí todos ustedes y yo les daré descanso» (Mt 11: 28).
Esta
es una invitación personal genuina que busca una respuesta personal de cada uno
que la escucha.
Juan
también habla acerca de la necesidad de una respuesta personal cuando dice:
«Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de
Dios»
(Jn 1:
11-12). Al enfatizada necesidad de «recibir» a Cristo, Juan también apunta a la
necesidad de una respuesta individual. A los que se encuentran dentro de una
iglesia tibia que no se dan cuenta de su ceguera espiritual el Señor Jesús
vuelve a extender su invitación que requiere una respuesta personal: «Mira que
estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y
cenaré con él, y él conmigo» (Ap 3: 20).
Por
último, solo a cinco versículos de donde termina toda la Biblia, hay otra
invitación de parte del Espíritu Santo y de la iglesia a acudir a Cristo: «El
Espíritu y la novia dicen: "¡Ven!"; y el que escuche diga:
"¡Ven!" El que tenga sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente
del agua de la vida» (Ap 22: 17).
¿Pero
qué es lo que está involucrado en la respuesta de acudir a Cristo? Aunque eso
lo explicaremos de forma más completa en el capítulo 35, es suficiente que
notemos aquí que si nosotros vamos a Cristo y confiamos en él para salvamos de
nuestros pecados, no podemos seguir aferrándonos al pecado, sino que debemos
estar dispuestos a renunciar al pecado en sincero arrepentimiento.
En
algunos casos en las Escrituras se menciona juntos el arrepentimiento y la fe
cuando se están refiriendo a la conversión inicial de un individuo. (Pablo dijo
que él dedicaba su tiempo a «A judíos y a griego les he instando a convertirse
a Dios y a creer en nuestro Señor Jesucristo» Hch 20: 21). Pero en otras
ocasiones solo se habla de arrepentimiento de pecados y se da por supuesta la
fe salvadora como el factor acompañante (en su nombre se predicarán el
arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones [Lc 24: 47; Hch 2:
37-38; 3: 19; 5: 31; 17: 30; Ro 2: 4; 2ª Co 7:10]).
Por
tanto, toda proclamación genuina del evangelio debe incluir una invitación a
tomar la decisión consciente de renunciar a los pecados personales y acudir a
Cristo con fe en busca de perdón por los pecados. Si se descuida cualquiera de
ellas la necesidad de arrepentirse de los pecados o la necesidad de confiar en
Cristo en cuanto al perdón-, no hay una verdadera y completa proclamación del
evangelio.
¿Pero
qué es lo que se les promete a los que acuden a Cristo? Este es el tercer
elemento del llamamiento del evangelio.
NOTA: Para un estudio más completo de la necesidad
de tener tanto un arrepentimiento genuino como una fe genuina. Y un estudio de
la cuestión de si alguien puede ser salvo si «acepta a Jesús como Salvador. ¿Pero
no como Señor?
3. UNA PROMESA DE PERDÓN Y DE VIDA ETERNA.
Aunque
las palabras de invitación personal que pronunció Cristo contienen una promesa
de descanso y de poder para llegar a ser hijos de Dios, y de participación en
el agua de la vida, es bueno hacer bien claro lo que Jesús promete a los que
acuden a él en arrepentimiento y fe.
Lo
primero que encontramos prometido en el mensaje del evangelio es la promesa de
perdón de pecados y de vida eterna con Dios: «Porque tanto amó Dios al mundo,
que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino
que tenga vida eterna» Gn 3: 16). Y en la predicación que Pedro hace del
evangelio, dice: «Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y
vuélvanse a Dios» (Hch 3: 19; 2: 38).
Junto
con la promesa del perdón y de la vida eterna está la seguridad de que Cristo
aceptará a todos los que acuden a él en arrepentimiento y fe sinceras buscando
salvación: «Al que a mí viene, no lo rechazo» Gn 6: 37).
C. LA IMPORTANCIA DEL LLAMAMIENTO DEL EVANGELIO
La
doctrina del llamamiento del evangelio es importante porque si no hubiera ese
llamamiento del evangelio nadie podría ser salvo: «¿Y cómo creerán en aquel de
quien no han oído?» (Ro 10: 14).
El
llamamiento del evangelio es importante también porque por medio de él Dios se
dirige a nosotros en la plenitud de nuestra humanidad. Él no nos salva
«automáticamente» sin buscar una respuesta de todo nuestro ser. Más bien,
dirige el llamamiento del evangelio a nuestro intelecto, nuestras emociones y
nuestra voluntad.
Habla
a nuestro intelecto explicando los hechos de la salvación en su Palabra.
Habla
a nuestras emociones dirigiéndonos una sentida invitación personal para que
respondamos. Habla a nuestra voluntad pidiéndonos que oigamos su invitación y
respondamos voluntaria y espontáneamente en arrepentimiento y fe, a que nos
decidamos a volvemos de nuestros pecados y recibir a Cristo como Salvador y
descansar nuestros corazones en él para salvación.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Puede usted recordar la primera vez que oyó el evangelio y respondió a
él? ¿Puede describir lo que sintió en el corazón? ¿Piensa usted que el Espíritu
Santo estaba obrando para hacer eficaz el llamamiento del evangelio en su vida?
¿Lo resistió en esa ocasión?
2. En su explicación a las personas del llamamiento del evangelio, ¿han
estado ausentes algunos elementos? Si es así, ¿en qué ayudarán el que usted
añada esos elementos a su explicación del evangelio? ¿Piensa usted que esos
elementos son importantes para añadirlos? ¿Qué es lo que más necesita para
hacer que su proclamación del evangelio sea más eficaz?
3. Antes de leer este capítulo, ¿se imaginaba a Jesús en el cielo
pronunciando personalmente las palabras de invitación del evangelio a las
personas incluso hoy? Si los que no son cristianos empezaran a pensar que es
Jesús el que les está hablando de esta manera, ¿cómo piensa usted que afectaría
eso su respuesta al evangelio?
4. ¿Entiende usted estos elementos del evangelio con suficiente claridad
para presentarlos a otros? ¿Podría usted abrir la Biblia y encontrar con
facilidad cuatro o cinco versículos apropiados que explicarían el llamamiento
del evangelio claramente a las personas? (Memorizar los elementos del
llamamiento del evangelio y estos versículos que lo explican debiera ser una de
las primeras disciplinas en la vida de cada cristiano.)
TÉRMINOS ESPECIALES
Llamamiento
eficaz, llamamiento externo, llamamiento interno, llamamiento del evangelio
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Mateo 11: 28-30: ((Vengan A Mí Todos Ustedes Que Están Cansados Y
Agobiados, Y Yo Les Daré Descanso. Carguen Con Mí Yugo Y Aprendan De Mí, Pues
Yo Soy Apacible Y Humilde De Corazón, Y Encontrarán Descanso Para Su Alma.
Porque Mí Yugo Es Suave Y Mí Carga Es Liviana»).
CAPÍTULO 4
LA REGENERACIÓN
¿QUÉ SIGNIFICA NACER DE
NUEVO?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
Podemos
definir la regeneración de la siguiente manera: La regeneración es el acto
secreto de Dios mediante el cual nos imparte una vida espiritual nueva. Esto es
lo que también se conoce como «nacer de nuevo» (usando el lenguaje de Juan 3:
3-8).
A. LA REGENERACIÓN ES OBRA DE DIOS DE PRINCIPIO A FIN.
En
algunos de los elementos de la aplicación de la redención que estudiaremos en
los capítulos subsiguientes, tenemos una parte activa (esto es cierto, por
ejemplo, de la conversión, la santificación y la perseverancia). Pero en la
obra de la regeneración no tenemos una participación activa. Es por completo la
obra de Dios.
Vemos
esto, por ejemplo, cuando Juan habla acerca de aquellos a quienes Dios les dio
la potestad de ser hechos hijos de Dios: «Éstos no nacen de la sangre, ni por
deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios» Gn 1:
13).Juan especifica aquí que los hijos de Dios son aquellos que «nacen de Dios»
y nuestra «voluntad humana» no tiene parte ni arte en esta clase de nacimiento.
El
hecho de que seamos pasivos en la regeneración es también evidente cuando las
Escrituras se refieren a ello con expresiones como «nos hizo nacer» o «nacer de
nuevo» (Stg 1: 18; 1ª P 1: 3;Jn 3: 3-8). Nosotros no escogimos que nos hicieran
vivir físicamente y no escogimos nacer: es algo que nos sucedió. Del mismo
modo, estas analogías en las Escrituras sugieren que somos enteramente pasivos
en la regeneración.
La
soberanía de Dios obrando en la regeneración estaba también predicha en la
profecía de Ezequiel. Dios nos prometió por medio del profeta que habría un
tiempo en el futuro en el que daría nueva vida espiritual a su pueblo:
Les Daré Un Nuevo Corazón, Y Les Infundiré Un Espíritu Nuevo; Les
Quitaré Ese Corazón De Piedra Que Ahora Tienen, Y Les Pondré Un Corazón De
Carne. Infundiré Mi Espíritu En Ustedes, Y Haré Que Sigan Mis Preceptos Y
Obedezcan Mis Leyes. (Ez 36: 26-27)
¿QUÉ MIEMBRO DE LA
TRINIDAD ESTÁ ENCARGADO DE PRODUCIR LA REGENERACIÓN?
Cuando
Jesús habla de «nacer del Espíritu» Gn 3: 8), está indicando que es
especialmente Dios el Espíritu Santo el que produce la regeneración. Pero otros
versículos también indican la participación de Dios el Padre en la
regeneración. Pablo especifica que es Dios quien «nos dio vida con Cristo» (Ef.
2: 5; Col 2: 13).
Y
Santiago dice que es el «Padre de las luces» el que nos hace nacer: «Por su
propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos
como los primeros y mejores frutos de su creación» (Stg 1: 17-18).
Por
último, Pedro dice que Dios «por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de
nuevo mediante la resurrección de Jesucristo» (1ª P 1:3). Podemos concluir que
tanto Dios el Padre como el Espíritu Santo producen la regeneración.
¿CUÁL ES LA RELACIÓN
ENTRE EL LLAMAMIENTO EFICAZ Y LA REGENERACIÓN?
Como
veremos más tarde en este capítulo, las Escrituras indican que la regeneración
debe venir antes de que podamos responder al llamamiento eficaz con fe
salvadora. Por tanto, podemos decir que la regeneración viene antes del
resultado de un llamamiento eficaz (nuestra fe). Pero es más dificil
especificar las relaciones exactas en el tiempo entre la regeneración y la
proclamación humana del evangelio por medio de la cual Dios lleva a cabo su
llamamiento eficaz.
Al
menos dos pasajes sugieren que Dios nos regenera al mismo tiempo que nos habla
en el llamamiento eficaz.
Pedro
dice: «Pues ustedes han nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de
simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y permanece y esta
es la palabra del evangelio que se les ha anunciado a ustedes» (1ª P 1: 23,
25). Y Santiago dice: «Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la
palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros y mejores frutos de su
creación» (Stg 1: 18).
Al
tiempo que el evangelio llega a nosotros, Dios nos habla por medio de este para
convocamos a su presencia (llamamiento eficaz) y damos una nueva vida
espiritual (regeneración) de manera que estemos capacitados para responder en
fe. El llamamiento eficaz es la acción del Padre hablándonos con poder, y la
regeneración es la obra de Dios el Padre y Dios el Espíritu Santo obrando
poderosamente en nosotros, para damos vida nueva.
Estas
dos cosas debieron haber sucedido simultáneamente cuando Pedro estaba
predicando el evangelio en el hogar de Cornelio, porque mientras que él estaba
predicando «el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el
mensaje» (Hch 10: 44).
En ocasiones
la expresión gracia irresistible' se usa en relación con esto. Se refiere al
hecho de que Dios llama eficazmente a las personas y les da también la
regeneración, y ambas acciones garantizan que nosotros responderemos en fe
salvadora. Sin embargo, la expresión gracia irresistible está sujeta a ser mal
entendida, puesto que parece implicar que las personas no toman una decisión
voluntaria y espontánea al responder al evangelio, lo cual es una idea y un
entendimiento equivocados de la expresión gracia irresistible. Esa expresión
nos preserva, sin embargo, algo valioso, porque indica que la obra de Dios
penetra en nuestros corazones para
¡Cuando
Santiago dice (nos hizo nacer) está usando un lenguaje que se aplica en general
al nacimiento fisico (nos hacen nacer sacándonos del vientre de la madre y
trayéndonos al mundo) y se aplica también al nacimiento espiritual; producir
una respuesta que es absolutamente cierta. aunque respondemos voluntariamente:
B. LA EXACTA NATURALEZA DE LA REGENERACIÓN ES UN MISTERIO PARA NOSOTROS
Lo que
sucede exactamente en la regeneración es algo misterioso para nosotros.
Sabemos
que de alguna manera a nosotros, que estábamos espiritualmente muertos (Ef. 2:
1), Dios nos hizo renacer y en un sentido muy real hemos «nacido de nuevo» Gn
3: 3,7; Ef. 2: 5; Col 2: 13). Pero no entendemos cómo sucede esto ni qué hace
Dios exactamente para damos esta nueva vida espiritual. Jesús dice: «El viento
sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene ya
dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu» Gn 3: 8).
Las
Escrituras ven la regeneración como algo que nos afecta en todo nuestro ser.
Por supuesto, «el espíritu vive» para Dios después de la regeneración (Ro 8:
10), pero eso es sencillamente porque nosotros como personas completas quedamos
afectados por la regeneración. No es que solo nuestro espíritu estuviera antes
muerto, sino que nosotros estábamos muertos para Dios en nuestros delitos y
pecados (vea Ef. 2:1).
Y no
es correcto decir que lo único que sucede en la regeneración es que nuestro
espíritu vuelve a vivir (como algunos enseñan),' porque cada parte de nosotros
queda afectada por la regeneración: «Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es
una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!» (2ª Co 5:
17).
Debido
a que la regeneración es una obra de Dios dentro de nosotros en la cual nos da
vida nueva, es correcto concluir que es un suceso instantáneo. Ocurre solo una
vez. En un momento estamos espiritualmente muertos, y al momento siguiente
tenemos nueva vida espiritual en Dios.
No
obstante, no sabemos siempre con exactitud cuándo ocurre este cambio
instantáneo. Especialmente los niños que crecen en un hogar cristiano, o las
personas que asisten a los cultos de una iglesia o a un grupo de estudio
bíblico durante un tiempo y van creciendo gradualmente en su comprensión del
evangelio, puede que no haya una situación de crisis dramática con un cambio
radical de comportamiento que convierte a un «pecador endurecido» en un
«cristiano santo», pero, no obstante, en algún momento tiene lugar ese cambio
instantáneo, cuando Dios por medio del Espíritu Santo, en una manera invisible,
despierta la vida espiritual dentro de nosotros.
El
cambio se hará evidente a lo largo del tiempo en las formas de comportamiento y
deseos que ahora son gratos a Dios.
NOTA: Algunas personas objetarán aquí que Dios no
puede garantizar una respuesta que es todavía voluntaria y espontánea por parte
nuestra. Pero esta objeción está insertando dentro del estudio una definición
de «voluntaria» y «espontánea» que no están apoyadas por las Escrituras; sobre
la providencia de Dios en relación con nuestra decisión voluntaria.
Esta forma de ver la regeneración depende en
general de que veamos al hombre como una tricotomía o que consiste de tres
partes (cuerpo, alma y espíritu), una posición que estudiamos arriba. Pero si
rechazamos la tricotomía y vemos el «alma» y el «espíritu» como sinónimos en la
Biblia cuando habla de la parte inmaterial de nuestra naturaleza, entonces esa explicación
no es persuasiva.
Aun los que aceptar la tricotomía, las Escrituras
que hablan de nosotros como una nueva creación y dicen que «nacimos de nuevo»
(no solo nuestro espíritu), esa debiera ser una buena razón para ver en la
regeneración algo más que solo hacer que renazca nuestro espíritu.
En
otros casos (en realidad, probablemente en la mayoría de ellos cuando los
adultos se hacen cristianos) la regeneración tiene lugar en un momento
claramente reconocible en el que la persona se da cuenta de que antes se
encontraba separada de Dios y espiritualmente muerta, pero que inmediatamente
después tenía clara conciencia de una nueva vida espiritual dentro de ella.
Los
resultados pueden verse de una vez: Una auténtica confianza en Cristo en cuanto
a su salvación, una seguridad del perdón de sus pecados, un deseo de leer la
Biblia y de orar (y un sentido de que estas son actividades espirituales
significativas), se deleita en la adoración, siente el deseo de la comunión
cristiana, un deseo sincero de ser obediente a la Palabra de Dios según la
encuentra en las Escrituras, y un deseo de hablarles a otros acerca de Cristo.
Las
personas pueden decir algo así: «No sé exactamente qué ha ocurrido, pero antes
de este momento yo no confiaba en Cristo en cuanto a mi salvación. Todavía
cuestionaba las cosas y tenía preguntas en mi mente. Pero después de ese
momento me di cuenta de que confiaba en Cristo y que él era mi Señor.
Algo
ha sucedido en mi corazón»: No obstante, aun en estos casos no estamos del todo
seguros de lo que exactamente ha ocurrido. Es como Jesús dijo acerca del
viento: escuchamos su sonido y vemos los resultados, pero en realidad no
podemos ver el viento en sí. Así sucede con la obra del Espíritu Santo en
nuestro corazón.
C. EN ESTE SENTIDO DE «REGENERACIÓN», ÉSTA TIENE LUGAR ANTES DE LA FE
SALVADORA
Usando
los versículos que hemos citado arriba, hemos definido la regeneración como el
acto de Dios que despierta vida espiritual dentro de nosotros, y nos lleva de
la muerte espiritual a la vida espiritual. En base de esta definición es
natural entender que la regeneración viene antes de la fe salvadora.
Es en
realidad esta obra de Dios la que nos capacita para responder a Dios en fe. Sin
embargo, cuando decimos que viene «antes» que la fe salvadora, es importante
recordar que generalmente vienen tan cerca una de la otra que por lo común las
vemos como que están sucediendo al mismo tiempo. En el momento que Dios nos
dirige su llamamiento eficaz del evangelio, nos regenera y nosotros respondemos
en fe y arrepentimiento a ese llamamiento.
De
manera que desde nuestra perspectiva resulta dificil decir que haya alguna
diferencia en cuanto al tiempo, especialmente porque la regeneración es una
obra espiritual que nosotros no podemos percibir con nuestros ojos y tampoco
entender con nuestras mentes.
Con
todo, hay varios pasajes que nos dicen que esta obra de Dios secreta y oculta
en nuestro espíritu viene en realidad antes de que nosotros respondamos a Dios
en fe salvadora (aunque con frecuencia puede venir solo unos segundos después
de que nosotros respondemos). Cuando hablaba acerca de la regeneración con
Nicodemo, Jesús dijo: «Quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar
en el reino de Dios» Gn 3: 5).
Ahora
bien, nosotros entramos en el reino de Dios cuando nos hacemos cristianos en la
conversión. Pero Jesús dice que tenemos que «nacer del Espíritu» antes de que
podamos hacer eso? Nuestra incapacidad para acudir a Cristo por nosotros
mismos, sin la obra inicial de Dios dentro de nosotros, queda también
enfatizada cuando Jesús dice: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre
que me envió» Jn 6: 44), y «Por eso les dije que nadie puede venir a mí, a
menos que se lo haya concedido el Padre» Jn 6: 65).
NOTA: C. S. Lewis cuenta la experiencia de su propia
conversión: "Sé muy bien cuándo, pero apenas cómo, tuvo lugar el último
paso. Iba manejando hacia Whipsnade una mañana soleada. Cuando me puse en
marcha yo no creía que Jesucristo era el Hijo de Dios, y cuando llegamos al
Zoológico yo lo creía.
No obstante, no me había pasado el camino pensando.
Tampoco en gran emoción» (Surprised by oy [Nueva York: Harcourt, Brace and
World, 1955], p.237).
Esta
acción interna de regeneración queda bellamente descrita cuando Lucas dice de
Lidia: «Mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que respondiera
al mensaje de Pablo« (Hch 16: 14).
Primero
el Señor abrió su corazón, luego ella estuvo en condiciones de prestar atención
a la predicación de Pablo y responder en fe.
Por el
contrario, Pablo nos dice: «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que
procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo,
porque hay que discernirlo espiritualmente» (1ª Co 2: 14). También dice acerca
de las personas alejadas de Cristo: «No hay nadie que entienda, nadie que
busque a Dios» (Ro 3: 11).
La
solución para esta muerte espiritual e incapacidad para responder solo viene
cuando Dios nos da la nueva vida interior: «Pero Dios, que es rico en
misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun
cuando estábamos muertos en pecados» (Ef. 2:4-5).
Pablo
también dice: «Antes de recibir esa circuncisión, ustedes estaban muertos en
sus pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonamos
todos los pecados» (Col 2: 13).
NOTA: Cuando Jesús habla aquí acerca de «nacer de
agua», la interpretación más probable es que se está refiriendo a la
purificación espiritual del pecado, que Ezequiel profetizó cuando dijo: «Los
rociaré con agua pura, y quedarán purificados.
Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías.
Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese
corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne» (Ez 36:
25-26). Aquí el agua simboliza limpieza espiritual del pecado. así como el
nuevo corazón y espíritu hablan de la nueva vida espiritual que Dios nos dará.
Ezequiel está profetizando que Dios nos dará una
purificación interna de la contaminación del pecado en el corazón al mismo
tiempo que despierta la nueva vida espiritual dentro de las personas.
El hecho de que estas dos ideas están relacionadas
tan estrechamente en esta bien conocida profecía de Ezequiel, y el hecho de que
Jesús da por supuesto que Nicodemo debe entender esta verdad (Eres tú maestro
de Israel, ¿y no entiendes estas cosas?) (Jn 3: 10), junto con el hecho de que
a lo largo de la conversación Jesús está hablando intensamente acerca de
preocupaciones espirituales, todo sugiere que esta es probablemente la
comprensión correcta de este pasaje.
Otra sugerencia ha sido que «nacer de agua» se
refiere al nacimiento físico y al «agua» (o liquido amniótico) que lo acompaña,
pero es difícil pensar que a Jesús le fuera necesario especificar que uno tiene
que haber nacido de esa manera cuando él está hablando de nacimiento
espiritual, y es cuestionable que los Judíos del primer siglo hubieran
entendido la frase de esa manera.
Otra interpretación es que Jesús se está refiriendo
aquí al agua del bautismo, pero el bautismo no aparece aquí para nada o ninguna
otra ceremonia similar (y hubiera sido un poco anacrónico que Jesús hablara del
bautismo cristiano en este momento, puesto que eso no empezó hasta
Pentecostés); además, esto hubiera significado hacer que Jesús hablara del acto
físico del bautismo como necesario para la salvación, algo que estaría
contradiciendo el énfasis del Nuevo Testamento de la salvación solo por fe como
necesario para la salvación, y algo que, si fuera cierto, esperaríamos
encontrarlo enseñado de una forma más explícita en otros pasajes del Nuevo
Testamento que tratan claramente con el bautismo.
A1gunas versiones de la Biblia traducen Col 2:13
con una cláusula de relativo: «y ustedes, que estaban muertos en pecados y en
la circuncisión de la carne, Dios les dio vida en unión con Cristo», pero el
texto griego no tiene pronombre de relativo (hous), que Pablo podía haber usado
con facilidad, sino que tiene una frase de participio con el presente de
participio ontas, «ser», dando un matiz de actividad continua que ocurre al
mismo tiempo que la acción del verbo principal (dar vida) tiene lugar.
De modo que la NVI expresa el sentido apropiado: En
el tiempo cuando estábamos en un estado continuo de muerte en nuestros pecados,
Dios no dio vida. No importa si traducimos el participio como causativo, o expresando
una circunstancia que acompaña, o con cualquier otro sentido posible de
participio, el matiz temporal del tiempo simultáneo con el verbo principal
estaría también presente. No obstante, al traducirlo la NVI como un participio
temporal explícito (estaban muertos en sus pecados) parece que ofrece la mejor
traducción del sentido de ese versículo.
La
idea de que la regeneración viene antes de la fe salvadora no es algo que los
evangélicos de hoy siempre entienden. A veces las personas llegan incluso a decir
algo como: «Si usted cree en Cristo como su Salvador, entonces (después que
usted cree) nace de nuevo». Pero las Escrituras mismas nunca dicen eso. Las
Escrituras ven el nuevo nacimiento como algo que Dios hace dentro de nosotros
con el fin de capacitamos para creer.
La
razón por la que los evangélicos piensan con frecuencia que la regeneración
viene después de la fe salvadora es que ven los resultados (amor por Dios y por
su Palabra, y apartarse del pecado) después que las personas llegan a la fe, y
piensan que la regeneración debe, por tanto, venir después de la fe salvadora.
No obstante, aquí debemos decidir en base de lo que las Escrituras nos dicen,
porque la regeneración misma no es algo que nosotros veamos o sepamos de ella
directamente: «El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque
ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del
Espíritu» (Jn 3: 8).
Debido
a que los cristianos tienden con frecuencia a enfocarse en los resultados de la
regeneración, más bien que en la misma acción espiritual oculta de Dios,
algunas declaraciones de fe evangélicas han contenido redacciones que sugieren
que la regeneración viene después de la fe salvadora. Por ejemplo, la
declaración de fe de la Iglesia Evangélica Libre de los Estados Unidos (la cual
ha sido adoptada por algunas otras organizaciones evangélicas) dice:
Creemos Que La Iglesia Verdadera Está Compuesta De Todas Aquellas
Personas Que Por Medio De La Fe Salvadora En Cristo Jesús Han Sido Regenerados
Por El Espíritu Santo Y Están Unidos Juntos En El Cuerpo De Cristo Del Cual Él
Es La Cabeza.
Aquí
la palabra «regeneración» se refiere aparentemente a la evidencia externa de la
regeneración que se ve en una vida cambiada, evidencia que ciertamente viene
después de la fe salvadora. De manera que «nacer de nuevo» no se ve en términos
de la recepción inicial de una vida nueva, sino en términos del cambio total de
la vida que resulta de ello. Si el término «regeneración se entiende de esa
forma, sería cierto que la regeneración viene después de la fe salvadora.
Sin
embargo, si es que vamos a usar un lenguaje que se conforme al máximo con la
redacción real de las Escrituras, sería mejor limitar el sentido de la palabra
«regeneración» a la obra inicial e instantánea de Dios en la que él nos imparte
la vida espiritual. Entonces podemos enfatizar que nosotros no vemos la
regeneración en sí, sino solo los resultados de ella en nuestra vida, y que la
fe en Cristo para la salvación es el primer resultado que vemos.
De
hecho, nunca podemos saber que hemos sido regenerados hasta que vamos en fe a
Cristo, porque esa es una evidencia exterior de esa obra interior y oculta de
Dios en nosotros. Una vez que acudimos a Cristo con fe salvadora, sabemos que
hemos nacido de nuevo.
Con
propósito de aplicación, debiéramos comprender que la explicación del mensaje
del evangelio en las Escrituras no toma la forma de un mandamiento:
«Nace
de nuevo y serás salvo», sino más bien, «cree en el Señor Jesucristo y serás
salvo». Esto es el modelo coherente en la predicación del evangelio que
encontramos en el libro de Hechos, y también en la descripción del evangelio
que aparece en las epístolas.
D. LA REGENERACIÓN GENUINA DEBE TRAER RESULTADOS EN LA VIDA
En una
sección anterior vimos un bello ejemplo del primer resultado de la regeneración
en la vida de una persona cuando Pablo le comunicó el mensaje del evangelio a
Lidia y, «mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que respondiera
al mensaje de Pablo» (Hch 16: 14; Jn 6: 44, 65; 1ª P 1:3). Del mismo modo, Juan
dice: «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios» (1ª Jn 5:
1).
Pero
hay también otros resultados de la regeneración, muchos de los cuales aparecen
especificados en la primera epístola de Juan. Por ejemplo, Juan dice: «Ninguno
que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece
en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios» (1ª Jun. 3: 9).
Juan nos está explicando aquí que una persona que ha nacido de nuevo tiene una
«semilla» espiritual (ese poder que genera vida y la hace crecer) dentro de
ella, y que eso lleva a la persona a vivir una vida libre de continuar pecando.
Eso no
significa, por supuesto, que el creyente va a tener una vida perfecta, sino
solo que su estilo de vida no va a ser el de estar viviendo continuamente en el
pecado. Cuando se les pregunta a las personas que caractericen la vida de una
persona regenerada, el adjetivo que viene a la mente no debiera ser el de
«pecador», sino más bien el de «obediente a Cristo» u «obediente a las
Escrituras».
Debiéramos
notar que Juan dice esto es cierto de todo el que es nacido de nuevo: «Ninguno
que haya nacido de Dios practica el pecado». Otra manera de verlo es diciendo
que «todo el que practica la justicia ha nacido de él» (1 Jn 2: 29).
Un
amor genuino como el de Cristo dará un resultado específico en la vida: «El
amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y 10 conoce» (1ª Jn 4:
7). Otro efecto del nuevo nacimiento es que el creyente vence al mundo: «En
esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos. Y éstos no
son difíciles de cumplir, porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo»
(1ª Jn 5: 3-4).
Juan
nos explica aquí que la regeneración nos da la capacidad de vencer las
presiones y tentaciones del mundo que de otra manera nos van a impedir obedecer
los mandamientos de Dios y seguir sus pisadas. Juan dice que podemos vencer
estas presiones y que los mandamientos de Dios no «son difíciles de cumplir»,
sino que, él implica, será más bien una experiencia gozosa. Sigue explicando
que el proceso mediante el cual obtenemos la victoria sobre el mundo en
continuar en la fe: «Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe» (1 Jn
5:4).
NOTA: Es cierto que Jesús le dijo a Timoteo que
necesitaba nacer de nuevo (Jn 3: 7: «No te sorprendas de que te haya dicho:
"Tienes que nacer de nuevo"), pero esto no es un mandamiento para que
Nicodemo haga algo que nadie puede hacer (esto es, darse a si mismo nueva vida
espiritual). Es una oración de indicativo, no de imperativo.
Es la declaración de un hecho designado para
indicarle a Nicodemo que tiene una necesidad espiritual y que carece de la
capacidad por sí mismo para entrar en el reino de Dios. Un poco después, cuando
Jesús empieza a hablar de la respuesta que se esperaba de Nicodemo, Él habla
acerca de la respuesta personal de fe que es lo que se necesita: «Así también
tiene que ser levantado el Hijo de Dios, para que todo el que crea en él tenga
vida eterna» (Jun. 3:14-15).
El participio perfecto que se traduce aquí como «ha
nacido» podría ser traducido de forma más explícita como «ha nacido y continúa
en la nueva vida que es el resultado de ese suceso».
Por
último, Juan nos indica que otro resultado de la regeneración es que nos
protege de Satanás mismo: «Sabemos que el que ha nacido de Dios no está en
pecado: Jesucristo, que nació de Dios, lo protege, y el maligno no llega a
tocarlo» (1 Jn 5: 18). Aunque pueden venir ataques de Satanás, Juan les asegura
a sus lectores que «el que está en ustedes es más poderoso que el que está en
el mundo» (1ª Jn 4: 4), que el poder superior del Espíritu Santo dentro de
nosotros nos mantendrá a salvo del daño espiritual que el maligno se proponga
hacemos.
Debemos
damos cuenta que Juan enfatiza que estos son resultados necesarios en la vida
de quienes han nacido de nuevo. Si hay una regeneración genuina en la vida de
una persona creyente, creerá que Jesús es el Cristo y se abstendrá de una vida
de continuación en el pecado, y amará a su hermano, vencerá las tentaciones del
mundo y será conservado a salvo de daño espiritual definitivo del maligno.
Estos pasajes muestran que es imposible que una persona sea regenerada y no
esté verdaderamente convertida.
Otros
resultados de la regeneración los encontramos mencionados cuando Pablo habla
del <fruto del Espíritu», que es el resultado que viene a la vida cuando el
poder del Espíritu Santo está presente y obrando dentro de cada creyente. «El
fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad,
fidelidad, humildad y dominio propio» (Gá 5: 22-23). Si hay una verdadera
regeneración, estos elementos del fruto del Espíritu serán cada vez más
evidentes en la vida de la persona.
Por el
contrario, los que son incrédulos, incluyendo a los que dicen ser creyentes,
pero no lo son, carecerán claramente de estos rasgos de carácter en sus vidas.
Jesús les dijo a sus discípulos:
Cuídense De Los Falsos Profetas. Vienen A Ustedes Disfrazados De Ovejas,
Pero Por Dentro Son Lobos Feroces. Por Sus Frutos Los Conocerán. ¿Acaso Se
Recogen Uvas De Los Espinos, O Higos De Los Cardos? Del Mismo Modo, Todo Árbol
Bueno Da Fruto Bueno, Pero El Árbol Malo Da Fruto Malo. Un Árbol Bueno No Puede
Dar Fruto Malo, Y Un Árbol Malo No Puede Dar Fruto Bueno. Todo Árbol Que No Da
Buen Fruto Se Corta Y Se Arroja Al Fuego. Así Que Por Sus Frutos Los Conocerán.
(Mt 7: 15-20)
Ni
Jesús ni Pablo ni Juan señalan que la actividad de la iglesia o los milagros
sean evidencias de regeneración. Más bien señalan a los rasgos de carácter en
la vida. De hecho, inmediatamente después de los versículos citados arriba
Jesús advierte que en el día del juicio muchos le dirán: «Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos
milagros?»
Entonces
les diría claramente: (jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad)
(Mt 7: 22-23). La profecía, el exorcismo, muchos milagros y señales
extraordinarias en el nombre de Jesús (para no mencionar otras muchas clases de
intensa actividad de iglesia en el poder y habilidad de la carne a lo largo
quizá de varias décadas de vida personal) no proporcionan evidencia convincente
de que una persona haya de veras nacido de nuevo. Al parecer todo esto se puede
producir en el hombre natural mediante sus propias fuerzas, o incluso con la
ayuda del maligno.
Pero
el amor genuino por Dios y por su pueblo, la obediencia sincera a sus
mandamientos, y los rasgos de carácter semejantes a los de Cristo que Pablo
llama el fruto del Espíritu, demostrado coherentemente a lo largo de la vida de
la persona, no pueden producirlos Satanás ni ningún hombre o mujer natural por
sus propias fuerzas. Eso solo viene mediante la obra del Espíritu Santo dentro
de la persona y la nueva vida que le da.
NOTA: Puesto que indicamos arriba que una persona
es primero regenerada, y luego a continuación viene a la fe salvadora, habrá un
tiempo breve en el cual alguien es regenerado y los resultados (fe, amor, etc.)
no se ven todavía.
Pero Juan está diciendo que los resultados
seguirán; son inevitables una vez que la persona ha nacido de nuevo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Ha nacido usted de nuevo? ¿Hay evidencias del nuevo nacimiento en su
vida? ¿Recuerda usted un momento específico cuando la regeneración ocurrió en
su vida? ¿Puede usted describir cómo supo usted que algo había ocurrido?
2. Si usted (o el amigo que le acompaña) no está seguro de haber nacido de
nuevo, ¿qué es lo que la Biblia le anima a hacer a fin de obtener una mayor
seguridad (o verdaderamente nacer de nuevo por primera vez)? (Nota: Encontrará un estudio más
completo sobre el arrepentimiento y la fe salvadora en el capítulo siguiente.)
3. ¿Había pensando usted antes que la regeneración antecede a la fe
salvadora? ¿Está convencido ahora de ello o hay todavía algunas preguntas en su
mente?
4. ¿Qué piensa usted acerca del hecho que su regeneración fue totalmente
la obra de Dios, y que usted no contribuyó para nada a que sucediera? ¿Cómo le
hace eso sentirse en cuanto a usted mismo? ¿Cómo le hace sentirse en cuanto a
Dios? Por analogía, ¿cómo se siente acerca del hecho de que cuando usted nació
usted no tuvo ni parte ni arte en la decisión?
5. ¿Hay facetas de su vida donde los resultados de la regeneración no se
ven con claridad? ¿Piensa usted que es posible que un creyente sea regenerado y
luego se estanque espiritualmente de forma que muestra muy poco crecimiento?
¿Qué circunstancias puede vivir una persona que le llevarían al estancamiento y
falta de crecimiento (si eso es posible) aun incluso si la persona de verdad
nació de nuevo? ¿Hasta qué punto la clase de iglesia a la que asiste, la
enseñanza que recibe, el compañerismo cristiano que tiene, y la regularidad de
su propia vida de lectura de la Biblia y oración afectan la vida y el
crecimiento del creyente?
6. Si la regeneración es por completo la obra de Dios y el ser humano no
puede hacer nada para que se produzca, ¿de qué sirve la predicación del
evangelio? ¿Es de alguna manera absurdo o aun cruel predicar el evangelio y
pedir a una persona que responda cuando sabemos que no puede responder porque
está espiritualmente muerta? ¿Cómo resuelve usted esta cuestión?
TÉRMINOS ESPECIALES
Gracia
irresistible, nacido de nuevo, nacido del agua, nacido del Espíritu,
regeneración
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Juan 3: 3-8 Yo Te Aseguro Que Quien No Nazca De Agua Y Del Espíritu, No
Puede Entrar En El Reino De Dios Respondió Jesús. Lo Que Nace Del Cuerpo Es
Cuerpo; Lo Que Nace Del Espíritu Es Espíritu. No Te Sorprendas De Que Te Haya
Dicho: «Tienen Que Nacer De Nuevo» El Viento Sopla Por Donde Quiere, Y Lo Oyes
Silbar, Aunque Ignoras De Dónde Viene Y A Dónde Va. Lo Mismo Pasa Con Todo El
Que Nace Del Espíritu.
CAPÍTULO 5
LA CONVERSIÓN (FE Y ARREPENTIMIENTO)
¿QUÉ ES EL VERDADERO
ARREPENTIMIENTO? ¿QUÉ ES FE SALVADORA? ¿PUEDEN LAS PERSONAS ACEPTAR A JESÚS
COMO SALVADOR Y NO COMO SEÑOR?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
Los
últimos dos capítulos han explicado cómo Dios mismo (por medio de la
predicación de la Palabra) nos extiende el llamamiento del evangelio, y
mediante la obra del Espíritu Santo nos regenera impartiendo nueva vida
espiritual dentro de nosotros.
En
este capítulo vamos a examinar nuestra respuesta al llamamiento del evangelio.
Podemos definir la conversión de la siguiente manera: La conversión es nuestra
respuesta voluntaria al llamamiento del evangelio, mediante la cual nos
arrepentimos sinceramente de nuestros pecados y ponemos nuestra confianza en
Cristo para salvación.
La
palabra conversión significa «volverse», y aquí denota volverse
espiritualmente, volverse del pecado a Cristo. Podemos examinar cada uno de
estos elementos de la conversión, y en cierto sentido no importa cuál de ellos
estudiamos primero, porque ninguno de ellos puede suceder sin el otro, y tienen
que suceder juntos cuando tiene lugar la verdadera conversión. Conforme al
propósito de este capítulo, examinaremos primero la fe y luego el
arrepentimiento.
A. LA FE SALVADORA VERDADERA INCLUYE CONOCIMIENTO, APROBACIÓN Y
CONFIANZA PERSONAL
1. EL CONOCIMIENTO SOLO NO ES SUFICIENTE.
La fe
salvadora personal, en la forma en que las Escrituras lo entienden, involucra
más que el simple conocimiento. Por supuesto, es necesario que tengamos cierto
conocimiento de quién es Cristo y de lo que él ha hecho, porque «¿cómo creerán
en aquel de quien no han oído?» (Ro 10: 14).
Pero
el conocimiento acerca de los hechos de la vida, muerte y resurrección de
Cristo por nosotros no es suficiente, porque las personas pueden conocer los
hechos, pero rebelarse en contra de ellos o no gustarles.
Por Ejemplo, Pablo Nos Dice Que Muchas Personas Conocen Las Leyes De
Dios, Pero No Las Quieren: «Saben Bien Que, Según El Justo Decreto De Dios,
Quienes Practican Tales Cosas Merecen La Muerte; Sin Embargo, No Sólo Siguen
Practicándolas Sino Que Incluso Aprueban A Quienes Las Practican» (Ro 1: 32).
Incluso
los demonios saben quién es Dios y conocen los hechos acerca de la vida de
Jesús y de su obra salvadora, porque Santiago dice: «¿Tú crees que hay un solo
Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen y tiemblan» (Stg 2: 19). Pero
ciertamente ese conocimiento no quiere decir que los demonios se vayan a
salvar.
2. EL CONOCIMIENTO Y LA APROBACIÓN NO SON SUFICIENTES.
Además,
conocer simplemente los hechos y aprobarlos o estar de acuerdo en que son
verdaderos no es suficiente.
Nicodemo
sabía que Jesús había venido de Dios, porque él dijo: «Rabí, sabemos que eres
un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las
señales que tú haces si Dios no estuviera con él» (Jn 3: 2).
Nicodemo
había evaluado la situación, incluyendo las enseñanzas de Jesús y sus extraordinarios
milagros, y había sacado una conclusión correcta de esos hechos: Jesús era un
maestro que había venido de Dios. Pero eso solo no significaba que Nicodemo
tuviera una fe salvadora, porque todavía tenía que poner su confianza en Cristo
como salvador; todavía tenía que «creer en él». El rey Agripa nos es otro
ejemplo de conocimiento y aprobación sin tener fe salvadora.
Pablo
se dio cuenta de que Agripa conocía y que al parecer veía con aprobación las
Escrituras judías (lo que hoy conocemos como el Antiguo Testamento). Cuando
Pablo estaba compareciendo en juicio delante de él, le dijo a Agripa: «Rey
Agripa, ¿cree usted en los profetas? A mí me consta que sí!» (Hch 26: 27). Pero
no tenía fe salvadora, porque le respondió a Pablo: «Un poco más y me convences
a hacerme cristiano» (Hch 26: 28).
3. YO DEBO DECIDIR Y DEPENDER DE JESÚS PARA SALVARME PERSONALMENTE.
Además
del conocimiento de los hechos del evangelio y de la aprobación de esos hechos,
a fin de ser salvo, yo debo decidir depender de Jesús para salvarme. Al hacerlo
paso de ser un observador interesado de los hechos de la salvación y de las
enseñanzas de la Biblia a ser alguien que entra en una nueva relación con
Cristo Jesús como una persona viviente.
Podemos,
por tanto, definir, la gracia salvadora de la siguiente manera: La fe salvadora
es confianza en Cristo Jesús como una persona viviente para el perdón de los
pecados y la vida eterna con Dios.
Esta
definición hace hincapié en que la fe salvadora no es solo una creencia en
ciertos datos, sino la confianza personal en Jesús como salvador. Como
explicaremos en los capítulos siguientes, la salvación es mucho más que solo el
perdón de los pecados y la vida eterna, pero cuando alguien inicialmente acude
a Cristo rara vez se da cuenta de la amplitud de las bendiciones de salvación
que vienen.
Además,
podríamos resumir correctamente las dos preocupaciones principales de la
persona que confía en Cristo como el «perdón de los pecados» y la «vida eterna
con Dios».
Por
supuesto, la vida eterna con Dios incluye asuntos como la declaración de
justicia delante de Dios (parte de la justificación, como se explica en el
capítulo siguiente), la adopción, la santificación y la glorificación, pero
estas cosas pueden ser entendidas en detalle más tarde. Lo que más le preocupa
a un incrédulo que acude a Cristo es el hecho de que el pecado le ha separado
de la comunión con Dios para la que fuimos creados. El incrédulo acude a Cristo
buscando que el pecado y la culpa sean eliminados y entre en una relación
genuina con Dios que perdure para siempre.
La
definición recalca la confianza personal en Cristo, no solo creer los hechos
acerca de Cristo. Debido a que la fe salvadora en las Escrituras involucra esta
confianza personal, la palabra «confianza» es un término mejor para usarlo en
la cultura contemporánea que la palabra «fe» o «creencia».
La
razón es que nosotros podemos «creer» que algo es verdad sin que haya un
compromiso personal o dependencia involucrado en ello. Yo puedo creer que
Canberra es la capital de Australia, o 7 que multiplicado por 6 da 42, pero sin
que haya un compromiso personal o dependencia de nadie por el solo hecho de
creerlo.
La
palabra fe, por otro lado, se usa en ocasiones hoy para referirse a un
compromiso casi irracional a algo a pesar de la fuerte evidencia que existe en
contra, una clase de decisión irracional a creer algo que estamos bastante
seguros que no es verdad. (Si su equipo de futbol favorito sigue perdiendo
partidos, alguien puede intentar animarlo a usted a «tener fe» a pesar de que
todos los hechos apuntan en la dirección opuesta). En estos dos sentidos
populares, las palabras «creer» y «fe» tienen un sentido contrario al sentido
bíblico.
La
palabra confianza está más cerca del concepto bíblico, puesto que estamos
familiarizados con confiar en personas cada día. Mientras más llegamos a
conocer a una persona, y más vemos en esa persona un estilo de vida que
justifica confianza, más nos sentimos animados a poner nuestra confianza en que
esa persona cumplirá lo que promete, o actuará en formas en las que podamos
confiar.
El
sentido pleno de la confianza personal lo encontramos en varios pasajes de las
Escrituras en los cuales la fe salvadora inicial se expresa en términos muy
personales, usando con frecuencia analogías sacadas de las relaciones
personales. Juan dice: «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios» Gn 1: 12).
Juan
habla de recibir a Cristo de la misma manera que recibimos a un invitado en
nuestro hogar. Juan 3: 16 dice: «o para que todo el que cree en él no se
pierda, sino que tenga vida eterna». Juan usa aquí una frase sorprendente
cuando no simplemente dice: «todo el que le cree» (esto es, creer que lo que
dice es verdad y es digno de confianza), sino que más bien dice, «todo el que
cree en él». La frase griega pisteuo eis auton podría traducirse como «creer
dentro de él» con el sentido de confianza que va dentro y descansa en Jesús
como persona. León Morris puede decir:
«La
fe, para Juan, es una actividad que saca a los hombres de sí mismos y hace de
ellos uno con Cristo». Entiende la frase griega pisteuo eis como una indicación
significativa de que la fe del Nuevo Testamento no es solo un asentimiento
intelectual sino que incluye un «elemento moral de confianza personal»: Una
expresión así era rara o quizá inexistente en el mundo secular griego fuera del
Nuevo Testamento, pero era muy apropiada para expresar la confianza personal en
Cristo que está involucrada en la fe salvadora.
NOTA: Por supuesto, las palabras creencia, creer y
fe aparecen con frecuencia en la Biblia, y no debemos abandonar por completo su
uso en un sentido bíblico apropiado solo porque nuestra cultura les da a veces
un sentido incorrecto.
Lo que quiero decir es solo que cuando le
expliquemos el evangelio a un incrédulo, la palabra confiar parece que
transmite hoy mejor el sentido bíblico.
(Cambridge: Cambridge University Press, 1953), pp.
179-86, Y note que Dodd no encuentra paralelismo en el griego secular para usar
pisteuo seguido de la preposición eis, para referirse a confiar en una persona.
La expresión es más bien la traducción literal de la expresión «creer en» del
hebreo del Antiguo Testamento.
Jesús
habla de «ir a él» en varios lugares. Él dice: «Todos los que el Padre me da
vendrán a mí; y al que a mí viene, no le rechazo» Jn 6: 37).
También
dice: «Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba» Jn 7: 37). De un modo
semejante, dice: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y
yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy
apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi
yugo es suave y mi carga es liviana» (Mt 11: 28-30).
En
estos pasajes tenemos la idea de ir a Cristo en busca de aceptación, agua de
vida para beber, y descanso e instrucción. Todo esto nos facilita una imagen
intensamente personal de lo que encierra la fe salvadora.
El
autor de Hebreos nos pide que recordemos que Jesús está vivo en el cielo y
listo para recibirnos: «Por eso también puede salvar por completo a los que por
medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos»
(He 7:25). Jesús aparece aquí (como muchas veces en el Nuevo Testamento) como
alguien que está ahora vivo en el cielo, siempre capaz de ayudar a los que
acuden a él.
El
teólogo reformado J. 1. Packer cita los siguientes párrafos del escrito
puritano Británico John Owen que describen la invitación de Cristo a que
respondamos en fe personal.
Esto
es algo de la palabra que él os habla a vosotros: ¿Por qué morir? ¿Por qué
perecer? ¿Por qué no tienes compasión de tu propia alma? ¿Podrá tu corazón
aguantar, o podrán tus manos ser fuertes, en el día de la ira que se acerca?
Ven A Mí Y Sé Salvo; Ven A Mí Y Te Aliviaré De Todos Tus Pecados,
Tristezas, Temores, Cargas Y Daré Descanso A Tu Alma. Ven, Te Suplico, Deja
Toda La Indecisión, Toda La Demora; No Lo Dejes Más Para Otro Día; La Eternidad
Está A Tu Puerta. No Me Odies Hasta El Punto De Que Quieras Perecer Antes Que
Aceptar Mi Liberación.
Estas Cosas Y Otras Semejantes Son Las Que El Señor Jesucristo Declara
Continuamente, Proclama, Ruega E Insta A Las Almas De Los Pecadores. Lo Hace
Mediante La Predicación De La Palabra, Como Si Estuviera Presente Contigo, Como
Si Estuviera Entre Nosotros, Y Habla Personalmente A Cada Uno.
Él Ha Nombrado A Los Ministros Del Evangelio Para Que Aparezcan Delante
De Ti Y Se Relacionen Contigo En Su Nombre, Y Te Extiendan La Invitación Que
Ellos Dan En Su Nombre. (2ª Co 5: 19-20)'
Con
este concepto de la fe verdadera del Nuevo Testamento en mente, podemos ahora
apreciar que cuando una persona acude a Cristo confiando en él, los tres
elementos deben estar presentes. Debe haber algo de conocimiento básico o
entendimiento de las verdades del evangelio. Debe haber también aprobación de
esas verdades, o estar de acuerdo con ellas.
Ese
acuerdo incluye la convicción de que lo que dice el evangelio es verdadero,
especialmente el hecho de que soy un pecador en necesidad de salvación y que
Cristo es el único que ha pagado el castigo por mi pecado y me ofrece
salvación. También incluye la conciencia de que necesito confiar en Cristo para
la salvación y que él es el único camino a Dios y el único medio provisto para
mi salvación.
Esta
aprobación de las verdades del evangelio involucrará también el deseo de ser
salvo por medio de Cristo. Pero todo esto todavía no llega a la fe salvadora.
Eso viene solo cuando uno toma la decisión por voluntad propia de depender de Cristo
y poner su confianza en él como Salvador. Esta decisión personal de poner la
confianza en Cristo es algo que uno hace con el corazón, la facultad central de
todo el ser que hace los compromisos de uno como persona.
4. LA FE DEBIERA AUMENTAR A MEDIDA QUE AUMENTA NUESTRO CONOCIMIENTO.
Contrario
al actual concepto secular de la «fe», la fe verdadera del Nuevo Testamento no
es algo que se hace más fuerte mediante la ignorancia ni por creer en contra de
la evidencia.
Más Bien, La Fe Salvadora Es Coherente Con El Conocimiento Y Con El
Verdadero Entendimiento De Los Hechos. Pablo Dice: «Así Que La Fe Viene Como
Resultado De Oír El Mensaje, Y El Mensaje Que Se Oye Es La Palabra De Cristo»
(Ro 10: 17).
Cuando
las personas cuentan con verdadera información acerca de Cristo, están en
mejores condiciones de poner su confianza en él. Además, cuanto más sabemos
acerca de él y acerca del carácter de Dios que encontramos revelado en Cristo,
tanto más somos capaces de poner nuestra confianza en él. De modo que la fe no
se debilita con el conocimiento, sino que debe aumentar con el verdadero
conocimiento.
En el
caso de la fe salvadora en Cristo, nuestro conocimiento de él viene por creer
en un testimonio confiable sobre él. Aquí, el testimonio confiable que creemos
son las palabras de las Escrituras. Puesto que están formadas con las mismas
palabras de Dios, son completamente confiables, y obtenemos un verdadero
conocimiento de Cristo por medio de ellas.
Por
esto es por lo que «la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje
que se oye es la palabra de Cristo» (Ro 10:17). En nuestra vida diaria llegamos
a creer muchas cosas cuando oímos el testimonio de una persona confiable o
digna de confianza. Esta clase de decisión está aun más justificada aquí,
cuando las palabras de Dios nos dan ese testimonio y nosotros lo creemos.
B. LA FE Y EL ARREPENTIMIENTO DEBEN APARECER JUNTOS
Podemos
definir el arrepentimiento de la siguiente manera: El arrepentimiento es una
tristeza sentida de corazón por causa del pecado, una renuncia al pecado, y un
propósito sincero de olvidarlo y caminar en obediencia a Cristo.
Esta
definición indica que el arrepentimiento es algo que sucede en un momento
específico en el tiempo, y no es equivalente a una demostración de cambio en el
estilo de vida de la persona, El arrepentimiento, lo mismo que la fe, es un
entendimiento intelectual (que el pecado es malo), una aprobación emocional de
las enseñanzas de las Escrituras en cuanto al pecado (una tristeza por el
pecado y un aborrecimiento del pecado), y una decisión personal de alejarse de
él (una renuncia al pecado y la decisión de que se olvidará de ello y que en su
lugar llevará una vida de obediencia a Cristo).
No
podemos decir que uno tiene que vivir ese cambio de vida por un tiempo antes de
que el arrepentimiento pueda ser genuino porque de lo contrario el
arrepentimiento se convertiría en una clase de obediencia que podríamos
cultivar para merecer la salvación por nosotros mismos.
Por
supuesto, el arrepentimiento genuino resultará en una vida cambiada. Una
persona de verdad arrepentida empezará de una vez a vivir una vida cambiada, y
nosotros podemos llamar ese cambio de vida el fruto del arrepentimiento. Pero
no debiéramos nunca tratar de requerir que haya un período de tiempo en el cual
una persona vive una vida cambiada antes de que podamos asegurarle el perdón.
El arrepentimiento es algo que ocurre en el corazón e involucra a toda la
persona en una decisión de alejarse del pecado.
Es
importante darse cuenta que la simple tristeza por nuestras acciones, o aun el
remordimiento profundo por nuestras acciones, no constituye un arrepentimiento
genuino a menos que vaya acompañado por una decisión sincera de olvidarse del
pecado que se ha estado cometiendo contra Dios.
Pablo
nos dice: «A judíos y a griegos les he instado a convertirse a Dios y a creer
en nuestro Señor Jesús» (Hch 20:21). Dice que se regocijaba por la experiencia
de los corintios « no porque se hayan entristecido sino porque su tristeza los
llevó al arrepentimiento.
La
tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la
salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del
mundo produce la muerte» (2ª Co 7: 9-10). Una tristeza mundana puede involucrar
gran dolor por las acciones cometidas y probablemente también temor por el
castigo, pero no una renuncia genuina por el pecado ni un propósito firme de
olvidarse de él en la vida.
Hebreos
12: 17 dice que Esaú lloró a consecuencia de sus acciones, pero no se
arrepintió de verdad de lo hecho. Además, como indica 2ª Corintios 7: 9-10, aun
la tristeza verdadera es solo un factor que lleva al arrepentimiento genuino,
pero esa tristeza no es en sí misma una decisión sincera del corazón en la
presencia de Dios que habla de un arrepentimiento genuino.
Las
Escrituras ponen el arrepentimiento y la fe juntos como aspectos diferentes del
acto de acudir a Cristo en busca de salvación. No es que una persona primero se
vuelve del pecado y a continuación confía en Cristo, ni que primero confía en
Cristo y luego se aleja del pecado, sino que ambas cosas suceden al mismo
tiempo.
Cuando
acudimos a Cristo en busca de salvación de nuestros pecados, simultáneamente
nos estamos alejando de esos pecados de los cuales le estamos pidiendo a Cristo
que nos salve. Si no es así, el acudir a Cristo en busca de salvación de
nuestros pecados es improbable que seamos sinceros al acudir a él o confiar en
Él.
El
hecho de que el arrepentimiento y la fe son dos lados diferentes de la misma
moneda, o dos aspectos diferentes del mismo suceso de la conversión, la persona que genuinamente acude a Cristo en
busca de salvación debe al mismo tiempo soltarse del pecado al cual ha estado
aferrándose y alejarse de ese pecado a fin de acercarse a Cristo. De modo que
ni el arrepentimiento ni la fe vienen primero; tienen que aparecer juntos. John
Murray habla de la «fe penitente» y del «arrepentimiento creyente»:
Por
tanto, es claramente contrario a la evidencia del Nuevo Testamento hablar
acerca de la posibilidad de tener verdadera fe salvadora sin haber tenido
ningún arrepentimiento del pecado. Es también contrario al Nuevo Testamento
hablar de la posibilidad de que alguien acepte a Cristo «como Salvador», pero
no «como Señor», si eso simplemente significa depender de él para salvación
pero no proponerse alejarse del pecado y ser obediente a Cristo a partir de ese
momento.
Algunas
voces prominentes dentro del cristianismo evangélico difieren de este punto de
vista, y argumentan que una presentación del evangelio que requiere el
arrepentimiento y fe es en realidad una predicación de salvación por obras.
Argumentan que la perspectiva que defendemos en este capítulo, que el
arrepentimiento y la fe deben ir juntas, es un evangelio falso de «salvación de
señorío».
Dice
que la fe salvadora solo demanda confiar en Cristo como Salvador, y que
someterse a él como Señor es un paso opcional que se da después pero que no es
necesario para la salvación. Para muchos que enseñan este punto de vista, la fe
salvadora solo requiere estar intelectualmente de acuerdo con las verdades del
evangelio.'
NOTA: John Murray,
Redemption Accomplished and Applied, p. 113.
Lewis Sperry Chafer es aparentemente la fuente de
esta perspectiva del evangelio, especialmente en su Systematic Theology, vol.
3, donde dice: «El Nuevo Testamento no impone el arrepentimiento sobre las
personas no salvas como una condición para la salvación» (p. 376). Chafer
reconoce que hay muchos versículos que invitan a las personas al
arrepentimiento, pero él simplemente define el arrepentimiento como un
"cambio de mente» que no incluye tristeza por el pecado o alejarse del
pecado (pp. 372-375).
De modo que él puede decir: «El arrepentimiento,
que es un cambio de mente, está incluido en el creen) (p. 375). Argumenta que
(da demanda añadida de que la persona no salva debe dedicarse a sí misma a
hacer la voluntad de Dios en su vida diaria, as! como creer en Cristo» es una
intromisión confusa en la doctrina de que la salvación depende de creer» (p.
384). Chafer provee una base para la perspectiva de que la persona primero debe
aceptar a Cristo como Salvador, y más tarde como Señor, cuando dice que el
predicador tiene la obligación de "predicar el señorío de Cristo a los
cristianos exclusivamente, y la salvación en Cristo a los que no son salvos»
(p. 387). El defensor contemporáneo más conocido de esta perspectiva ha sido
Zabe C. Hodges, profesor en el Seminario Teológico de Dalias. Vea su libro The
Gospel Under Siege (Dalias: Redención Viva, 1981).
Pero no todos en el Seminario Teológico de Dalias o
dentro de la teología dispensacionalista sostienen este punto de vista. Surgió
una controversia dentro del movimiento evangélico en los Estados Unidos cuando
John MacArthur, que él mismo es un dispensacionalista, publicó su libro El
evangelio según Jesucristo (El Paso: CBP, 1991). Este excelente libro (que
incluye comentarios entusiastas de parte de].
I. Packery James Montgomery Boice) criticaba
fuertemente los puntos de vista de escritores como Chafer y Hodges sobre la
evangelización y la naturaleza de la fe salvadora. MacArthur argumenta muy
convincentemente que, basado en muchos pasajes del Nuevo Testamento, uno no
puede aceptar de verdad a Cristo como Salvador sin aceptarle también como Señor
o, en otras palabras, no puede haber verdadera fe salvadora si no hay también
genuino arrepentimiento.
Dice también que cualquier otra interpretación
presenta un evangelio muy barato que les ofrece a personas no convertidas una
falsa seguridad, diciéndoles que están salvos solo porque están de acuerdo con
los hechos del evangelio o hacen una oración, pero no se han arrepentido de
verdad y hay cambio real en su vida.
MacArthur argumenta que ese tipo de evangelización
tan poco bíblico nunca ha sido la enseñanza de la iglesia a lo largo de la
historia, y que ese evangelio tan debilitado que se escucha tanto hoy ha
resultado en toda una generación de cristianos que dicen que creen pero que sus
vidas no se diferencian de la cultura que los rodea y que no están salvados para
nada.
Hodges respondió rápidamente a MacArthur con otro
libro, Absolutely Free! A Biblical Reply to Lordship Salvation (Dalias:
Redención Viva, y Grand Rapids: Zondervan, 1989).
Cuando
Jesús dice a los pecadores: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y
agobiados, y yo les daré descanso», inmediatamente agrega: «Carguen con mi yugo
y aprendan de mí» (Mt 11:28-29). Acudir a él incluye tomar su yugo sobre
nosotros, sometemos a su dirección, aprender de él y sede obediente. Si no
estamos dispuestos a hacer ese tipo de compromiso, no hemos puesto de verdad
nuestra confianza en él.
Cuando
las Escrituras hablan de confiar en Dios o en Cristo, frecuentemente relacionan
esa confianza con el arrepentimiento genuino. Por ejemplo, Isaías da un
testimonio elocuente que es típico del mensaje de muchos de los profetas del
Antiguo Testamento:
Busquen Al Señor Mientras Se Deje Encontrar, Llámenlo Mientras Esté
Cercano. Que Abandone El Malvado Su Camino, Y El Perverso Sus Pensamientos. Que
Se Vuelva Al Señor, A Nuestro Dios, Que Es Generoso Para Perdonar, Y De Él
Recibirá Misericordia. (Is 55: 6-7)
Aquí
encontramos mencionados tanto el arrepentimiento del pecado como el volverse a
Dios para recibir perdón. En el Nuevo Testamento, Pablo resume así su
ministerio de proclamación del evangelio: «A judíos y a griegos les he instado
a convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesús» (Hch 20: 21). El autor
de Hebreos incluye como los dos primeros elementos en una lista de doctrina
básica «el arrepentimiento de las obras que conducen a la muerte, la fe en
Dios» (He 6:1).
Por
supuesto, a veces se menciona solo la fe como lo que es necesario para ir a
Cristo en busca de salvación (vea Jn 3: 16; Hch 16: 31; Ro 10: 9; Ef. 2: 8-9,
et al.). Estos son pasajes conocidos y hacemos hincapié en ellos a menudo
cuando explicamos el evangelio a otras personas.
Pero
de lo que no nos damos cuenta con frecuencia es del hecho de que hay otros
muchos pasajes donde se menciona solo el arrepentimiento, porque se da por
supuesto que el verdadero arrepentimiento involucra también la fe para el
perdón de los pecados. Los autores del Nuevo Testamento entendieron tan bien
que el arrepentimiento y la fe genuinas tienen que ir juntos que a menudo mencionan solo el
arrepentimiento sabiendo que la fe va también incluida, porque apartarse del
pecado en una forma genuina es imposible sin volverse genuinamente a Dios.
NOTA: Como he argumentado en este estudio, para mi
es evidente que MarArthur está en lo correcto al mantener que la verdadera fe
salvadora en términos del Nuevo Testamento es mucho más que un simple
asentimiento intelectual a los hechos; debe incluir acudir sinceramente a
Cristo en dependencia personal de Él para la salvación, combinado con un
sincero arrepentimiento del pecado. Crea confusión llamar a esta enseñanza
«Lordship salvación» (salvación señorío) como si fuera una nueva doctrina, o
como si hubiera alguna forma de salvación.
MacArthur está enseñando lo que ha sido la posición
histórica del cristianismo ortodoxo en este asunto, como lo demuestra en un
apéndice a su libro (pp. 221-27). Esta posición no es salvación por obras, sino
sencillamente declara el evangelio de la gracia gratuita, y de la salvación por
gracia por medio de la fe en toda su plenitud bíblica. El cambio de vida que
resultará de una conversión genuina no nos salva, pero ciertamente será el
resultado si nuestra fe es genuina, (así también por sí sola, si no tiene
obras, es muerta), (Stg. 2: 17).
Los Sandemanians fueron un pequeño grupo de
iglesias evangélicas que enseñaron una interpretación similar a la Zane Hodges
en Inglaterra y Estados Unidos desde 1725 hasta que desaparecieron alrededor
del 1900; vea R. E. D. Clarl, "Sandemanians», en NIDCC, p. 877.
Por
tanto, poco antes de que Jesús ascendiera al cielo, les dijo a sus discípulos:
«Esto es lo que está escrito: que el Cristo padecerá y resucitará al tercer
día, y en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a
todas las naciones» (Lc 24: 46-47). La fe salvadora está implícita en «el
perdón de pecados», aunque no aparece mencionada explícitamente.
La
predicación que encontramos recogida en el libro de Hechos muestra esta misma
pauta. Después del sermón de Pedro en Pentecostés, los oyentes preguntaron «a
Pedro y a los otros apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?" [A lo
que Pedro respondió:] "Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el
nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados"» (Hch2: 37-38).'
En su
segundo sermón Pedro habló a sus oyentes de una forma similar: «Para que sean
borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan
tiempos de descanso de parte del Señor» (Hch 3: 19). Más tarde cuando los
apóstoles estaban siendo enjuiciados delante del Sanedrín, Pedro habló de
Cristo, diciendo: «Por su poder, Dios lo exaltó como Príncipe y Salvador, para
que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hch 5: 31).
Y
cuando Pablo estaba predicando en el Areópago de Atenas a una asamblea de
mósofos griegos, les dijo: «Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal
ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan» (Hch
17: 30).
También
dice en sus epístolas: «¿No ves que desprecias las riquezas de la bondad de
Dios, de su tolerancia y de su paciencia, al no reconocer que su bondad quiere
llevarte al arrepentimiento?» (Ro 2:4), y habla del «arrepentimiento que lleva
a la salvación» (2ª Co 7: 10).
Vemos
también que cuando Jesús se entrevista con hombres y mujeres les requiere que
se vuelvan de sus pecados antes de seguirle a él. Ya sea que hable con un
hombre joven y rico y le pida que deje sus posesiones (Lc 18: 18-30), o que
entre a la casa de Zaqueo y le hable de la salvación que había llegado a su
casa en aquel día porque Zaqueo había tomado la decisión de dar la mitad de sus
bienes a los pobres y devolver todo lo que había robado (Lc 19: 1-10), o hable
con la mujer en el pozo de Jacob y pidiéndole que llamara a su esposo Gn 4:
16), o con Nicodemo y le reprendiera por su incredulidad rabínica y orgullo en
su propio conocimiento Gn 3: 1-21),Jesús siempre pone el dedo en la cuestión de
pecado que es más notorio en la vida de esa persona. De hecho, podemos
preguntar si alguien en los evangelios llegó alguna vez a la fe sincera en
Cristo sin arrepentirse de sus pecados.
Cuando
nos damos cuenta de que la fe salvadora genuina debe ir acompañada del sincero
arrepentimiento del pecado, eso nos ayuda a comprender por qué algunos
predicadores del evangelio tienen hoy resultados tan inadecuados. Si no se
menciona la necesidad de arrepentirse de los pecados, en ocasiones el mensaje
del evangelio se reduce a «cree en Cristo Jesús y serás salvo» sin ninguna
mención del arrepentimiento para nada.' Pero esta versión aguada del evangelio
no demanda un compromiso firme y sincero con Cristo; y un compromiso con
Cristo, si es genuino, debe incluir la decisión a renunciar al pecado.
NOTA: Vea la doctrina del espíritu santo, sobre la
cuestión de si el bautismo es necesario para la salvación.
Es cierto que Pablo le dice al carcelero filipenses
en Hechos 16:31: «Cree en el Señor Jesús; así tú Y tu familia serán salvos».
Sin embargo, aun esa frase incluye un reconocimiento de que Jesús es «Señor» y,
además, la frase siguiente deja bien en claro que Pablo le dijo mucho más a
aquel hombre de esta frase breve, porque leemos: «Luego les expusieron la
palabra de Dios a él ya todos los demás que estaban en su casa,) (Hch 16: 32).
Predicar
la necesidad de fe sin arrepentimiento es predicar solo la mitad del evangelio.
Puede resultar en que muchas personas queden confundidas y engañadas, pensando
que han escuchado el evangelio cristiano y lo han probado, pero no ha sucedido
nada.
Puede
que incluso digan algo como: «He aceptado a Cristo como Salvador muchas veces,
pero no me ha servido de nada». Sin embargo, nunca recibieron de verdad a
Cristo como su Salvador, porque él viene a nosotros en majestad y nos invita a
que le recibamos tal como él es, el que merece ser, y demanda que le
reconozcamos también como el Señor absoluto de nuestra vida.
Por
último, ¿qué diremos acerca de la práctica común de pedir a las personas que
oren para recibir a Cristo como su Salvador personal y Señor? Dado que la fe en
Cristo de una persona debe incluir una auténtica decisión de la voluntad, es
con frecuencia de mucha ayuda expresar esa decisión en voz alta, y eso puede
tomar de manera muy natural la forma de una oración a Cristo mediante la cual
le hablamos de nuestro pesar por el pecado, nuestro propósito de renunciar al
pecado y nuestra decisión firme de poner nuestra confianza en él.
Una
oración de esa clase expresada en voz alta no tiene poder para salvarnos en sí
misma, pero la actitud del corazón que representa constituye una verdadera
conversión, y la decisión de expresar esa oración puede con frecuencia ser el
momento en que la persona llega a la experiencia de la fe en Cristo.
C. TANTO LA FE COMO EL ARREPENTIMIENTO CONTINÚAN A LO LARGO DE LA VIDA
Aunque
hemos estado considerando la fe inicial y el arrepentimiento como dos de los
aspectos de la conversión que aparecen al principio de la vida cristiana, es
importante darnos cuenta que la fe y el arrepentimiento no están limitados al
comienzo de la vida cristiana. S
on más
bien actitudes del corazón que continúan a lo largo de nuestra vida como
cristianos. Jesús les dijo a sus discípulos que oraran a diario diciendo:
«Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros
deudores» (Mt 6: 12), una oración que, si es sincera, implicará tristeza diaria
por el pecado y genuino arrepentimiento. Y el Cristo resucitado le dice a la
iglesia en Laodicea: «Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo
tanto, sé fervoroso y arrepiéntete» (Ap 3: 19; 2ª Co 7:10).
En
relación con la fe, Pablo nos dice: «Ahora, pues, permanecen estas tres
virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el
amor» (1ª Co 13: 13). Sin duda se está refiriendo a que estas tres permanecen
ala largo de esta vida, y probablemente también quiere decir que continúan por
toda la eternidad.
Si fe
es confiar en Dios para todas nuestras necesidades, esta actitud nunca cesará,
ni siquiera en la vida venidera. Pero de todos modos, se indica claramente que
la fe continúa a lo largo de esta vida. Pablo también dice: «Lo que ahora vivo
en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida
por mí» (Ga 2: 20).
Por
tanto, aunque es cierto que la fe salvadora inicial y el arrepentimiento
inicial ocurren una sola vez en nuestra vida, y que cuando tienen lugar
constituyen la conversión verdadera, las actitudes del corazón de
arrepentimiento y fe solo comienza en la conversión.
Estas
mismas actitudes deben continuar a lo largo del curso de nuestra vida
cristiana. Cada día debiera haber un arrepentimiento sincero de todos los
pecados que hemos cometido, y la fe en Cristo de que él suplirá nuestras
necesidades y nos fortalecerá para vivir la vida cristiana.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Ha llegado usted a confiar personalmente en Cristo, o está usted
todavía en el paso del conocimiento intelectual y de la aprobación emocional de
la realidad de la salvación sin haber puesto personalmente su confianza en
Cristo? ¿Si usted todavía no ha puesto su confianza en Cristo, ¿qué es lo que
piensa que le está haciendo vacilar?
2. ¿Le ayudó este capítulo a pensar en la fe en Cristo en unos términos
más personales? Si es así, ¿cómo podría incrementar su nivel de fe? ¿Piensa
usted que es más fácil para los niños que para los adultos confiar en Jesús que
confiar en una persona de carne y hueso que está viva hoy? ¿Por qué sí o por
qué no? ¿Qué le dice esto acerca de la manera en que los padres cristianos
debieran enseñar a sus hijos acerca de Jesús?
3. Si su conocimiento acerca de Dios ha aumentado por medio de la lectura
de este libro, ¿ha aumentado también su fe junto con ese conocimiento? ¿Por qué
sí o por qué no? Si su fe no ha aumentado junto con su conocimiento, ¿qué puede
hacer para estimular su fe a que crezca más de lo que lo ha hecho?
4. En términos de relaciones humanas, ¿confía usted en una persona más
cuando usted no conoce a esa persona muy bien o después de haberla llegado a
conocer bastante bien (suponiendo que esa persona es digna de confianza)? ¿Qué
le dice a usted ese hecho acerca de cómo su confianza en Dios podría aumentar?
¿Qué cosas podría usted hacer durante el día para llegar a conocer a Dios
mejor, y llegar a conocer a Jesús y al Espíritu Santo?
5. ¿Sintió usted una tristeza sincera por sus pecados cuando acudió a
Cristo por primera vez? ¿Puede usted describir cómo se sintió? ¿Le llevó eso a
un propósito auténtico de renunciar al pecado? ¿Cuánto tiempo pasó antes de
darse cuenta de que había habido un cambio en su estilo de vida?
6. ¿Se ha arrepentido verdaderamente alguna vez del pecado, o piensa usted
que le han enseñado un evangelio aguado que no incluye el arrepentimiento?
¿Piensa que es posible confiar en Cristo en cuanto al perdón de sus pecados sin
haberse arrepentido genuinamente de ellos? ¿Piensa que el arrepentimiento
genuino involucra por lo general solo un sentimiento sincero de pesar por el
pecado en general, o involucra un pesar genuino por pecados específicos, y
apartarse de esos pecados?
7. ¿Permanecen la fe y el arrepentimiento como una parte continua de su
vida cristiana, o se han debilitado esas actitudes en su vida? ¿Cuál ha sido el
resultado en su vida cristiana?
TÉRMINOS ESPECIALES
Arrepentimiento,
confianza, fe
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Juan 3:16: Porque Tanto Amó Dios Al Mundo, Que Dio A Su Hijo Unigénito,
Para Que Todo El Que Cree En Él No Se Pierda, Sino Que Tenga Vida Eterna.
CAPÍTULO 6
LA JUSTIFICACIÓN (LA SITUACIÓN LEGAL
CORRECTA DELANTE DE DIOS)
¿CÓMO Y CUÁNDO OBTENEMOS
UNA SITUACIÓN LEGAL CORRECTA DELANTE DE DIOS?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
En los
capítulos anteriores hablamos del llamamiento del evangelio (mediante el cual
Dios nos llama a confiar en Cristo para salvación), la regeneración (mediante
la cual Dios nos imparte nueva vida espiritual), y la conversión (mediante la
cual nosotros respondemos al evangelio con arrepentimiento de pecado y fe en
Cristo para salvación).
Pero,
¿qué de la culpa de nuestro pecador El evangelio nos invita a confiar en Cristo
en cuanto al perdón de nuestros pecados. La regeneración hace posible que
respondamos a esa invitación. En la conversión respondimos, confiando en Cristo
para el perdón de los pecados.
El
siguiente paso ahora en el proceso de aplicación de la redención es que Dios
debe responder a nuestra fe y hacer lo que prometió, esto es, declarar que
nuestros pecados quedan perdonados. Esta debe ser una declaración legal
concerniente a nuestra relación con las leyes de Dios, estableciendo que
estamos completamente perdonados y que ya no estamos sujetos a ningún castigo.
Una
comprensión correcta de la justificación es absolutamente esencial para toda la
fe cristiana. Una vez que Martín Lutero se dio cuenta cabal de la verdad de la
justificación solo por la fe, se convirtió en cristiano y se sintió rebosar con
el gozo recién encontrado del evangelio. El asunto primario de la reforma
protestante fue la controversia con la Iglesia Católica Romana sobre la
justificación.
Si
vamos a salvaguardar la verdad del evangelio para futuras generaciones, debemos
entender la verdad de la justificación. Incluso hoy, un entendimiento correcto
de la justificación es la línea que divide el evangelio bíblico de la salvación
de solo por la fe y todos los evangelios falsos de salvación basados en las
buenas obras.
Cuando
Pablo nos da una perspectiva general del proceso mediante el cual Dios nos
aplica la salvación, menciona explícitamente la justificación: «A los que
predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los
que justificó, también glorificó» (Ro 8: 30). Como explicamos en el capítulo
anterior, la palabra llamó aquí se refiere al llamamiento eficaz del evangelio,
que incluye la regeneración y produce de nuestra parte la respuesta de
arrepentimiento y fe (o conversión).
Después
del llamamiento eficaz y de la respuesta que inicia de nuestra parte, el paso
siguiente en la aplicación de la redención es la «justificación». Pablo
menciona aquí que esto es algo que Dios mismo hace: «A los que llamó, a éstos
también justificó».
Además,
Pablo enseña con bastante claridad que esta justificación viene después de
nuestra fe y es la respuesta de Dios a nuestra fe. Él dice que Dios es «el que
justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3: 26), y que «todos somos
justificados por fe, y no por las obras que la ley exige» (Ro 3:28). Él dice:
<<Justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo» (Ro 5:1).
Además,
«nadie es justificado por las obras que demanda la ley, sino por la fe en
Jesucristo» (Gá 2: 16).
¿Qué Es, Pues, La Justificación? La Podemos Definir De La Manera
Siguiente: La Justificación Es Un Acto Legal Instantáneo De Parte De Dios
Mediante El Cual Él:
(1) Declara
Que Nuestros Pecados Están Perdonados Y Que La Justicia De Cristo Nos
Pertenece, Y:
(2) Nos
Declara Justos Ante Sus Ojos.
AL
explicar los elementos de esta definición, consideraremos primero la segunda
parte de la misma, el aspecto de la justificación mediante el cual Dios «nos
declara justos ante sus ojos». Tratamos estos elementos en orden inverso porque
el énfasis del Nuevo Testamento en el uso de la palabra justificación y los
términos relacionados está en la segunda parte de la definición: la declaración
legal de Dios.
Pero
también hay pasajes que muestran que esta declaración está basada en el hecho
de que Dios primero declara la justicia que nos pertenece. De modo que ambos
aspectos deben ser considerados, aun cuando los términos del Nuevo Testamento
que denotan justificación se enfocan en la declaración legal de Dios.
A. LA JUSTIFICACIÓN INCLUYE UNA DECLARACIÓN LEGAL DE PARTE DE DIOS
El uso
de la palabra justificar en la Biblia indica que la justificación es una
declaración legal de Dios. El verbo justificar en el Nuevo Testamento (gr.
dikaioo) tiene una gama de significados, pero el sentido más común es el de
«declarar justo». Por ejemplo, leemos: «y todo el pueblo y los publicanos,
cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan»
(Lc 7: 29, RVR 1960).
Por
supuesto, el pueblo y los recaudadores de impuestos no hicieron a Dios justo:
sería imposible que alguno de nosotros pudiera hacerlo. Más bien ellos
declararon que Dios era justo.
Este
es también el sentido del término en pasajes donde el Nuevo Testamento habla
acerca de que nosotros hemos sido declarados justos por Dios (Ro 3: 20, 26, 28;
5:1; 8: 30; 10: 4; Gá 2:16; 3: 24). Este sentido es particularmente evidente,
por ejemplo, en Romanos 4:5: «Mas al que no obra, sino cree en aquel que
justifica al impío, su fe le es contada por justicia (RVR 1960).
Pablo
no puede estar diciendo que Dios «hace que los impíos sean justos» (al
cambiarlos en su interior y hacerlos moralmente perfectos), porque entonces
ellos tendrían méritos u obras propias de las que depender. Más bien, él quiere
decir que Dios declara que los impíos son justos ante sus ojos, no en base de
sus buenas obras, sino en respuesta a su fe.
La
idea de que la justificación es una declaración legal es también bastante
evidente cuando se contrasta la justificación con la condenación. Pablo dice: «¿Quién
acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que
condenará?» (Ro 8: 33-34). «Condenar» a alguien es declarar que esa persona es
culpable.
Lo
opuesto a la condenación es la justificación, que, en este contexto, debe significar
«declarar que alguien no es culpable». Esto es también evidente en el hecho de
que el acto de Dios de justificar se da al responder Pablo a la posibilidad de
que alguien presente acusaciones o cargos en contra del pueblo de Dios. Una
declaración así de culpabilidad no puede sostenerse ante la realidad de la
declaración de Dios de justicia.
Algunos
ejemplos en el Antiguo Testamento de la palabra justificar (gr. Dikaoo en la
Septuaginta, cuando se traduce tsadak, (justificar) da apoyo a este entendimiento.
Por
ejemplo, leemos de jueces que deciden un caso «absolviendo [justificando] al
inocente y condenando al culpable» (Dt 25: 1). De manera que en este caso
(justificar) debe significar «declarar que es justo o no culpable», del mismo
modo que «condenar» significar «declarar culpable».
No
tendría sentido decir que (justificar) aquí significa «hacer que alguien sea
interiormente bueno», porque los jueces no hacen, ni pueden hacerlo, que
alguien sea bueno dentro de su ser. Como tampoco la acción del juez de condenar
al impío hace que esa persona sea mala en su interior; simplemente está
declarando que esa persona es culpable con respecto a un delito en particular
que ha sido presentado ante el tribunal (Éx 23: 7; 1ª R 8: 32; 2ª Co 6: 23).
Del
mismo modo, a Job rehúsa decir que sus amigos que le consolaban tuvieran razón
en lo que le decían: «Jamás podré admitir que ustedes tengan razón» Job 27: 5,
usando los mismos términos en hebreo y griego que se traduce (justificar). La
misma idea la encontramos en Proverbios: «Absolver al culpable y condenar al
inocente son dos cosas que el Señor aborrece» (Pr 17: 15).
Aquí
la idea de la declaración legal es especialmente fuerte. Desde luego no sería
una abominación para el Señor si (justificar) significara «hacer a alguien
bueno o justo en su ser interior». En ese caso, (justificar al impío) sería
algo muy bueno a los ojos del Señor. Pero si (justificar) significara «declarar
justo», está perfectamente claro por qué el que <<justifica al impío» es
una abominación para el Señor.
Del
mismo modo, Isaías condena «a los que justifican al impío mediante cohecho» (Is
5: 23); de nuevo, (justificar) significar «declarar que es justo» (usado aquí
en el contexto de una declaración legal).
Pablo
usa con frecuencia la palabra en este sentido de «declarar ser justo» o
«declarar no ser culpable» cuando habla de que Dios nos justifica, su
declaración de que nosotros, aunque pecadores convictos, somos, no obstante,
justos ante sus ojos. Es importante enfatizar que esta declaración legal no
cambia por sí misma para nada nuestra naturaleza o carácter interior. En este
sentido de (justificar),
Dios
hace una declaración legal acerca de nosotros. Esta es la razón por la que los
teólogos han dicho también que la justificación es forense, y esta palabra
denota lo que «tiene que ver con procedimientos legales».
John
Murray hace una distinción importante entre regeneración y justificación:
La Regeneración Es Algo Que Dios Hace En Nosotros; La Justificación Es
Un Juicio De Dios Con Respecto A Nosotros. Esa Diferencia Es Semejante A La
Diferencia Entre Lo Que Hace Un Cirujano Y Lo Que Hace Un Juez. Cuando El
Cirujano Nos Extirpa Un Cáncer Interno Hace Algo Dentro De Nosotros. Eso No Es
Lo Que Hace El Juez: El Juez Da Un Veredicto En Cuanto A Nuestra Posición
Judicial. Si Somos Inocentes, Así Lo Declara.
La
pureza del evangelio está ligada al reconocimiento de esta diferencia. Si se
confunde la justificación con la regeneración o santificación, queda abierta la
puerta para la perversión del evangelio en su esencia. La justificación es
todavía el artículo sobre el cual se mantiene o cae la iglesia.
B. DIOS DECLARA QUE SOMOS JUSTOS ANTE SUS OJOS
En la
declaración legal de Dios de la justificación, declara específicamente que
somos justos ante sus ojos. Esta declaración abarca dos aspectos. Primero,
significa que declara que no tenemos que pagar un castigo por el pecado,
incluyendo los pecados pasados, presentes y futuros. Después de una larga
reflexión sobre la justificación solo por la fe (Ro 4: 1-5: 21), y una
reflexión parentética sobre la permanencia del pecado en la vida cristiana,
Pablo regresa a su argumento principal en el libro de Romanos y dice 10 que es
cierto de los que han sido justificados por la fe:
«Por
lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo
Jesús» (Ro 8: 1). En este sentido los que están justificados ya no tienen
ningún castigo que pagar por el pecado. Esto quiere decir que no estamos
sujetos a ninguna acusación de culpabilidad o condenación: «¿Quién acusará a
los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará?» (Ro 8:
33-34).
La
idea de un perdón completo de los pecados es prominente cuando Pablo habla de
la justificación solo por la fe en Romanos 4. Cita a David cuando pronuncia una
bendición sobre «aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la mediación de
las obras». Después recuerda cuando David dice: «¡Dichosos aquellos a quienes
se les perdonan las transgresiones y se les cubren los pecados! ¡Dichoso aquel
cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta!» (Ro 4: 6-8).
Tal
justificación, por tanto, incluye claramente el perdón de los pecados. David
habla de la misma forma en el Salmo 103: 12: «Tan lejos de nosotros echó
nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente» (cf v. 3).
Pero
si Dios solo declarara que estamos perdonados de nuestros pecados, no
resolvería nuestros problemas del todo, porque eso solo nos haría moralmente
neutros delante de Dios. Estaríamos en el estado en que Adán se encontraba
antes de que hubiera hecho algo bueno o malo ante los ojos de Dios: no era
culpable ante Dios, pero tampoco tenía un historial de justicia ante Dios.
Este
primer aspecto de la justificación, en el cual Dios declara que nuestros
pecados están perdonados, lo podemos representar mediante en la que los signos
de menos representan pecados en nuestra cuenta que han sido completamente
perdonados en la justificación.
Sin
embargo, ese movimiento no es suficiente para que obtengamos el favor de Dios.
Debemos movernos más bien desde un punto de neutralidad moral a otro punto en
el que tengamos una justicia positiva delante de Dios, la justicia de una vida
de perfecta obediencia a él. Nuestra necesidad la podemos representar, por
tanto, en la que el signo de más indica un registro de justicia delante de
Dios.
LA ADJUDICACIÓN DE LA JUSTICIA DE
CRISTO A NUESTRO FAVOR ES LA OTRA PARTE DE LA JUSTIFICACIÓN
Por
tanto, el segundo aspecto de la justificación es que Dios debe declarar que no
somos solo neutrales ante sus ojos, sino que somos justos ante sus ojos. De
hecho, él debe declarar que tenemos los méritos de la perfecta justicia ante
él. El Antiguo Testamento a veces presenta a Dios como dando esa justicia a su
pueblo aun cuando este no la ha ganado por sí mismo: «Me deleito mucho en el
Señor; me regocijo en mi Dios.
Porque
él me vistió con ropas de salvación y me cubrió con el manto de la justicia»
(Is 61: 10). Pero Pablo habla más específicamente acerca de esto en el Nuevo
Testamento. Como solución para nuestra necesidad de justicia, el apóstol nos
dice que «ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la justicia de
Dios, de la que dan testimonio la ley y los profetas.
Esta
justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen»
(Ro 3: 21-22). Él dice: «Creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como
justicia» (Ro 4: 3, citando Gen 15: 6). Esto sucedió gracias a la obediencia de
Cristo, porque Pablo dice al final de esta amplia reflexión sobre la
justificación por la fe que «por la obediencia de uno solo muchos serán
constituidos justos» (Ro 5: 19). Entonces, el segundo aspecto de la declaración
de Dios en la justificación es que tenemos los méritos de la perfecta justicia
delante de él.
Pero
surge la pregunta: ¿Cómo puede Dios declarar que no tenemos castigo que pagar
por el pecado, y que tenemos los méritos de la perfecta justicia, si en
realidad somos pecadores culpables? ¿Cómo puede Dios declarar que no somos
culpables sino justos cuando en realidad somos injustos? Estas preguntas nos
llevan al siguiente punto.
C. DIOS PUEDE DECLARAR QUE SOMOS JUSTOS PORQUE NOS ATRIBUYE LA JUSTICIA
DE CRISTO
Cuando
decimos que Dios nos atribuye la justicia de Cristo queremos decir que Dios ve
la justicia de Cristo como nuestra, o considera que nos pertenece a nosotros.
Él lo
acredita en nuestra cuenta. Leemos: «Creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en
cuenta como justicia» (Ro 4:3, citando Gn 15:6). Pablo explica: «Al que no
trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la
fe como justicia. David dice lo mismo cuando habla de la dicha de aquel a quien
Dios le atribuye justicia sin la mediación de las obras» (Ro 4: 5-6). De esta
manera la justicia de Cristo viene a ser nuestra. Pablo dice que nosotros somos
«los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia» (Ro 5: 17).
Esta
es la tercera vez al estudiar las doctrinas de las escrituras que nos hemos
encontrado con la idea de atribuir culpa o justicia a alguien.
Primero, cuando Adán pecó, su culpa nos fue imputada a
nosotros; Dios el Padre lo vio como que nos pertenecía y, por tanto, lo hizo.
Segundo, cuando Cristo sufrió y murió por nuestros pecados,
nuestro pecado le fue imputado a Cristo; Dios lo vio como que le pertenecía, Y
Jesús pagó el castigo correspondiente.
Ahora
vemos en la doctrina de la justificación algo similar por tercera vez. La
justicia de Cristo es adjudicada a nosotros, y, por tanto, Dios considera que
nos pertenece. No es nuestra propia justicia sino la justicia de Cristo la que
nos acreditan. Por eso Pablo puede decir que Dios hizo que Cristo fuera hecho
«nuestra sabiduría, es decir, nuestra justificación, santificación y redención»
(1ª Co 1: 30).
Y
Pablo dice que su meta es ser encontrado en Cristo, pues no quiere su «propia
justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en
Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe» (Fil 3: 9). El
apóstol sabe que la justicia que tiene delante de Dios no está basada en algo
que él haya hecho; es la justicia de Dios que nos viene por la fe en Cristo
Jesús (ef. Ro 3:21-22).
Es
fundamental para la esencia del evangelio insistir en que Dios nos declara
justos no en base a nuestra condición real de justicia o santidad, sino más
bien sobre la base de la justicia perfecta de Cristo, que según él nos
pertenece. Esta fue la esencia de la diferencia entre el protestantismo y el
catolicismo romano en el tiempo de la Reforma.
El
protestantismo desde el tiempo de Martín Lucero ha insistido en que la
justificación no nos cambia interiormente y no es una declaración basada en
ninguna manera en bondad alguna que tengamos en nosotros. Si la justificación
nos cambiara en nuestro ser interno y entonces nos declarara justos basado en
cuán buenos éramos.
(1) Nunca podríamos ser declarados perfectamente justos en esta vida,
porque el pecado permanece siempre en nuestra vida, y:
(2) No habría provisión para el perdón de los pecados pasados (que
cometimos antes de haber sido cambiados interiormente), y, por tanto, nunca
podríamos tener seguridad de estar en una situación correcta con Dios.
Perderíamos la seguridad que Pablo tiene cuando dice: «Ya que hemos sido
justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo» (Ro 5: 1).
NOTA: Vea la doctrina del hombre, sobre la idea del
pecado de Adán que es imputado a nosotros.
Vea la doctrina de Cristo, sobre el hecho de que
nuestra culpa le fue imputada a Cristo. Pablo dice: «Al que no cometió pecado
alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la
justicia de Dios» (2ª Co 5: 21).
A veces oímos la explicación popular de que
justificado significa «como si yo nunca hubiera pecado. Esa definición es un
hábil juego de palabras y contiene un elemento de verdad (porque la persona
justificada, como la persona que nunca ha pecado, no tiene castigo que pagar
por el pecado). Pero la definición es engañosa en otras dos formas porque:
(1) No menciona nada acerca del hecho de que la
justicia de Cristo es imputada a mi favor cuando soy justificado; para hacer
esto tendría que decir también «así como he vivido una vida de perfecta
obediencia.
(2) Pero lo que es más importante, no puede
representar adecuadamente el hecho de que nunca estaré en un estado de «así
como nunca he pecado., porque yo estaré siempre consciente del hecho de que he
pecado y que no soy una persona inocente sino una persona culpable que ha sido
perdonada. Esto es muy diferente de «así como yo nunca había pecado». Además,
es diferente de «así como yo había vivido una vida de perfecta justicia.,
porque siempre conoceré que no he vivido una vida de perfecta justicia, sino
que he recibido la justicia de Cristo como un don de la gracia de Dios.
Si
pensamos que la justificación está basada en lo que somos interiormente, nunca
tendríamos la confianza de decir con Pablo: «Ya no hay ninguna condenación para
los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8:1). No tendríamos seguridad de
perdón con Dios, ni confianza de poder acercamos a él «con corazón sincero y
con la plena seguridad que da la fe» (He 10: 22).
No
podríamos hablar de la abundante «gracia y el don de la justicia» (Ro 5:17), o
decir que «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Ro
6:23).
La
interpretación tradicional católica romana de la justificación es muy
diferente.
La
Iglesia Católica Romana entiende la justificación como algo que nos cambia en
nuestro interior y nos hace más santos por dentro. «Según la enseñanza del
Concilio de Trento, la justificación es "santificación y renovación del
hombre interior».” Con el fin de que la justificación empiece, uno debe empezar
siendo bautizado y luego (como un adulto) continuar teniendo fe: «La causa
instrumental de la primera justificación es el sacramento del bautismo».? Pero
«la justificación del adulto no es posible sin fe.
En
cuanto a lo que tiene que ver con el contenido de la fe que justifica, la
llamada fe fiduciaria no es suficiente. Lo que se demanda es una fe dogmática o
teológica (fe confesional) que consiste de la aceptación firme de las verdades
divinas de la revelación».' De manera que el bautismo es el medio a través del
cual se obtiene primero la justificación, y entonces la fe es necesaria si el adulto
va a recibir la justificación o continuar en el estado de justificación.
Ott
explica que «la llamada fe fiduciaria» no es suficiente, lo que quiere decir
que la fe que simplemente confía en Cristo para el perdón de los pecados no es
suficiente. Debe ser una fe que acepta el contenido de la enseñanza de la
Iglesia Católica, «una fe dogmática o teológica».
Podemos
decir que según el concepto católico la justificación no está basada en la
justicia adjudicada sino en la justicia infundida, esto es, la justicia que
Dios en realidad pone en nosotros y que nos cambia en nuestro ser interior y en
términos de nuestro carácter moral real. Entonces nos da varias medidas de
justificación conforme a la medida de la justicia que él ha infundido o puesto
en nosotros.
El
resultado de esta interpretación católica romana de la justificación es que las
personas no pueden estar seguras de sí están en un «estado de gracia» donde
experimentan la completa aceptación y favor de de Dios. La Iglesia Católica
enseña que las personas no pueden estar seguras de que están en un «estado de
gracia» a menos que reciban a este efecto una revelación especial de parte de
Dios. El Concilio de Trento declaró:
NOTA: El participio pasivo aoristo dikaothentes
puesto delante del verbo principal transmite el sentido de un suceso completado
antes del tiempo presente del verbo principal, «tenemos paz», dando el sentido
de que «puesto que hemos sido justificados por la ft, tenemos paz».
Ludwig Ott, Fundamentals of Catholic Dogma, p. 257,
también citado con permiso en la p. 250. Debemos indicar que Ott representa un
catolicismo más tradicional, anterior al Concilio Vaticano 11, y que muchos
católicos romanos contemporáneos han buscado un entendimiento de la
justificación que está más cerca de la perspectiva protestante.
Si Uno Considera Su Propia Debilidad Y Su Disposición Defectuosa, Bien
Puede Que Esté Temeroso O Ansioso En Cuanto A Su Estado De Gracia, Pues Nadie
Conoce Con Seguridad De Fe, Que No Permite Error, Que Haya Alcanzado La Gracia
De Dios.
Ott Comenta En Cuanto A Esta Declaración:
Esta Incertidumbre Del Estado De Gracia Se Debe A Esto, Que Sin Una
Revelación Especial Nadie Puede Con Certeza De Fe Saber Si Ha Cumplido O No
Todas Las Condiciones Que Son Necesarias Para Alcanzar La Justificación. La
Imposibilidad De De La Certidumbre De Fe, Sin Embargo, No Excluye Bajo Ningún
Concepto Una Elevada Certidumbre Moral Respaldada Por El Testimonio De La
Conciencia.
Además,
puesto que la Iglesia Católica Romana ve la justificación como incluyendo algo
que Dios hace dentro de nosotros, le sigue que las personas pueden experimentar
varios grados de justificación. Leemos: «El grado de gracia justificadora no es
idéntico en todos los justos» y «la gracia puede aumentarse mediante las buenas
obras».
Ott explica
cómo este punto de vista católico difiere del de los reformadores protestantes:
«Como los reformadores consideraron erróneamente la justificación como solo la
adjudicación externa de la justicia de Cristo, se vieron también obligados a
sostener que la justificación es idéntica en todos los hombres.
El
Concilio de Trento, sin embargo, declaró que la medida de la gracia de la
justificación recibida varía en la persona que es justificada, conforme a la
medida de la libre distribución de Dios y de la disposición y de la cooperación
del recipiente mismo».
Por
último, la consecuencia lógica de esta perspectiva de la justificación es que
nuestra vida eterna con Dios no está basada solo en la gracia de Dios, sino
también parcialmente en nuestros propios méritos: «Para el justificado la vida
eterna es tanto un don de gracia prometido por Dios como una recompensa por sus
propias buenas obras y méritos. Las obras beneficiosas son, al mismo tiempo,
dones de Dios y acciones meritorias del hombre».
Para
apoyar esta perspectiva de la justificación con las Escrituras, Ott combina
repetidas veces pasajes del Nuevo Testamento que hablan no solo de la
justificación, sino también de otros muchos aspectos de la vida cristiana, como
la regeneración (que Dios obra en nosotros), la santificación (que es un
proceso en la vida cristiana y que, por supuesto, varía de un individuo a
otro), la posesión y uso de varios dones espirituales en la vida cristiana (lo
cual difiere de individuo a individuo) y la recompensa eterna (que también
varía según cada individuo).
Clasificar
todos estos pasajes bajo la categoría de (justificación) solo hace borroso el
asunto y al final hace el perdón de los pecados y nuestra posición legal
delante de Dios un asunto de mérito propio, no de un regalo de Dios. Por tanto,
este emborronamiento de distinciones al final destruye lo central del
evangelio.
Esto
es lo que Martín Lutero vio con tanta claridad y es lo que dio una motivación
tan grande a la Reforma. Cuando las buenas noticias del evangelio se convirtieron
de verdad en buenas noticias de salvación gratuita y total en Cristo Jesús, se
extendió como un incendio imparable por todo el mundo civilizado.
Pero
esto fue solo una recuperación del evangelio original, el cual declara: «La
paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en
Cristo Jesús, nuestro Señor) (Ro 6:23), e insiste: «Ya no hay ninguna
condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1).
D. LA JUSTIFICACIÓN NOS VIENE ÚNICAMENTE POR LA GRACIA DE DIOS, NO EN
BASE DE MÉRITO ALGUNO QUE TENGAMOS
Después
de que Pablo explica en Romanos 1:18-3:20 que nadie podrá jamás hacerse justo
ante los ojos de Dios (Nadie será justificado en presencia de Dios por hacer
las obras que exige la ley), Ro 3: 20), el apóstol continúa explicando que
«todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son
justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó» (Ro
3: 23-24).
La
«gracia» de Dios significa «favor inmerecido». Como definitivamente no podemos
ganar el favor de Dios, la única manera en que podemos ser declarados justos es
que Dios gratuitamente nos provea de la salvación por gracia, totalmente aparte
de nuestras obras. Pablo explica: «Porque por gracia ustedes han sido salvados
mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no
por obras, para que nadie se jacte» (Ef. 2: 8-9, Tit 3: 7).
La
gracia aparece claramente contrastada con las obras o méritos como la razón por
la que Dios está dispuesto a justificamos.
Dios
no tenía ninguna obligación de imputar nuestro pecado a Cristo ni de
adjudicamos a nosotros la justicia de Cristo; fue solo por su gracia inmerecida
que lo hizo.
A
diferencia de la enseñanza de la Iglesia Católica Romana de que somos justificados
por la gracia de Dios además de algunos méritos propios nuestros al hacemos
idóneos de recibir la gracia de la justificación y crecer nosotros en este
estado de gracia por medio de nuestras buenas obras, Lutero y los otros
reformadores insistieron en que la justificación viene solo por gracia, no por
la gracia y algunos otros méritos de nuestra parte.
E. DIOS NOS JUSTIFICA POR MEDIO DE NUESTRA FE EN CRISTO
Cuando
empezamos este capítulo notamos que la justificación viene después de la fe
salvadora. Pablo deja en claro esta secuencia cuando dice: «Nosotros hemos
puesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y no
por las obras de la ley; porque por éstas nadie será justificado» (Gá 2: 16).
Pablo nos indica aquí que la fe viene primero y que es con el propósito de ser
justificado.
También
dice que a Cristo se le «recibe por la fe» y que Dios es «el que justifica a
los que tienen fe en Jesús» (Ro 3:25, 26). Todo el capítulo 4 de Romanos es una
defensa del hecho de que somos justificados por la fe, no por obras, del mismo
modo que lo fueron Abraham y David. Pablo dice que somos <0ustificados
mediante la fe» (Ro 5:1).
Las
Escrituras nunca dicen que somos justificados por la bondad inherente de
nuestra fe, como si nuestra fe tuviera méritos delante de Dios. Nunca nos
permiten pensar que nuestra fe nos ganará por sí misma el favor de Dios. Más
bien, las Escrituras dicen que somos justificados «por medio de la fe»,
entendiéndose fe como el instrumento por medio del cual nos es dada la justificación,
pero no es para nada una actividad que nos gane méritos o el favor de Dios,
sino que somos justificados solo por los méritos de la obra de Cristo (Ro
5:17-19).
Pero
podemos preguntamos por qué escoge Dios la fe para que sea la actitud de corazón
mediante la cual obtenemos la justificación. ¿Por qué Dios no ha decidido dar
la justificación a todos los que muestran amor? ¿ü que muestran gozo? ¿o
contentamiento? ¿o humildad? ¿o sabiduría? ¿Por qué Dios escogió la fe como el
medio de recibir la justificación?
Es al
parecer porque la fe es la actitud del corazón que es exactamente lo opuesto a
depender de nosotros mismos. Cuando vamos a Cristo en fe estamos diciendo
esencialmente: «¡Me rindo! Ya no vaya depender de mí mismo ni de mis buenas
obras. Sé que no vaya poder arreglar las cosas con Dios por mí mismo.
Por
tanto, Señor Jesús, confío en ti y dependo por completo de ti para que me des
una posición de justo delante de Dios». De esta manera, la fe es exactamente lo
opuesto de confiar en nosotros mismos, y, por tanto, es la actitud que lleva a
la salvación porque no depende para nada de los méritos propios sino de la
dádiva de la gracia de Dios. Pablo lo explica bien cuando dice: «Por eso la
promesa viene por la fe, a fin de que por la gracia quede garantizada a toda la
descendencia de Abraham» (Ro 4: 16).
Por
eso todos los reformadores desde Martín Lutero en adelante fueron tan firmes en
su insistencia de que la justificación no viene por medio de la fe más algunos
méritos o buenas obras de nuestra parte, sino solo por la fe. «Porque por
gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes,
sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte»
(Ef2:8-9).
Pablo
dice repetidas veces que «nadie será justificado en presencia de Dios por hacer
las obras que exige la ley» (Ro 3: 20); la misma idea la encontramos repetida
en Gálatas 2: 16; 3: 11; 5: 4.
¿Pero
encaja esto bien con la epístola de Santiago? ¿Qué puede querer decir Santiago
cuando dice: «Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras,
y no solamente por la fe» (Stg2:24, RVR 1960).
Debemos
darnos cuenta que Santiago está usando aquí la palabra justificar en un sentido
diferente del que Pablo la usa. En el comienzo de este capítulo notamos que la
palabra justificar tiene varios significados, y que uno de ellos es «declarar
que alguien es justo», pero también debiéramos notar que la palabra griega
dikaioo también puede significar «demostrar o mostrar ser justo».
NOTA: Un ejemplo de la vida ordinaria lo podemos
ver cuando se recibe un cheque de salario por trabajo que se le ha hecho a un
empleador. El «medio» o «instrumento>, que uso para conseguir este cheque de
pago es la acción de extender mi mano y recoger el sobre del buzón de correos,
y luego abrirlo y sacar el cheque. Pero mi empleador no me paga por hacer
ninguna de estas acciones. El cheque es todo completo por trabajo que hice
antes de eso.
En realidad recoger el cheque no me llevó a ganar
ni un centavo del dinero recibido, fue solo el instrumento O medio que usé para
tomar posesión de mi dinero. Del mismo modo, la fe es el instrumento que usamos
para recibir la justificación de parte de Dios, pero no gana en si misma ningún
mérito para con Dios.
(La analogía es útil aunque no es perfecta, porque
yo había trabajado previamente para ganar el dinero, mientras que la
justificación está basada en la obra de Cristo. La analogía sería más útil si
yo hubiera trabajo y entonces hubiera muerto, y mi esposa entonces hubiera
recogido el cheque del buzón de correos.)
La palabra que traducimos «esto" es el
pronombre neutro touto, que se refiere no a la «fe» o a la «gracia»
específicamente en la cláusula anterior (porque ambas son nombres femeninos en
el griego, y hubiera requerido pronombres femeninos), sino que toda la idea
queda expresada en la frase precedente, la idea de que usted ha sido salvado
por gracia por medio de la fe.
Por
ejemplo, Jesús dijo de los fariseos: «Vosotros sois los que os justificáis a
vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones» (Lc
16:15, RVR 1960). Lo que se quiere decir aquí no es que los fariseos iban por
ahí haciendo declaraciones de que ellos «no eran culpables) delante de Dios,
sino más bien que ellos estaban siempre intentando mostrara otros que eran justos
por sus obras externas. Jesús sabía que la verdad era otra: «Mas Dios conoce
vuestros corazones» (Lc 16: 15).
Del
mismo modo, el abogado que quiso probar a Jesús preguntándole quién heredaría
la vida eterna, respondió bien a la primera pregunta de Jesús; pero cuando el
Señor le dijo: «Haz eso y vivirás)}, no se sintió satisfecho.
Lucas
nos dice: «Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: ¿Y quién
es mi prójimo?» (Lc 10: 28-29). Él no estaba deseando dar una declaración legal
acerca de sí mismo de que no era culpable ante los ojos de Dios; sino que más
bien estaba deseando mostrar que «él era justo» delante de los demás que
estaban escuchando.
Otros
ejemplos de la palabra justificar significando «mostrar que se es justo» los
podemos encontrar en Mateo 11:19; Lc 7:35; Romanos 3: 4.
Nuestra
interpretación de Santiago 2 depende no solo del hecho de que «mostrar ser
justo» es un sentido aceptable de la palabra justificado, sino también de que
este sentido encaja bien en el contexto de Santiago 2. Cuando Santiago dice:
«¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su
hijo Isaac sobre el altar?» (v. 21, RVR 1960) se está refiriendo a algo que
ocurrió después en la vida de Abraham, la historia del sacrificio de Isaac, que
sucedió en Génesis 22.
Esto
fue mucho después del tiempo registrado en Génesis 15: 6 donde Abraham creyó a
Dios «y le fue contado por justicia». No obstante, este incidente temprano al
comienzo de las relaciones de pacto de Abraham con Dios es la que Pablo cita y
se refiere a ella repetidas veces en Romanos 4. Pablo está hablando del tiempo
cuando Dios justificó a Abraham de una vez y para siempre, considerándole justo
como resultado de su fe en Dios.
Pero
Santiago está hablando acerca de algo que vino mucho más tarde, después de que
Abraham esperó muchos años el nacimiento de Isaac, y aun después de que Isaac
hubiera crecido lo suficiente para cargar con leña para el sacrificio hasta lo
alto de la montaña. En ese momento Abraham «mostró que era justo» por sus
obras, y en ese sentido Santiago dice que Abraham «fue justificado por las
obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar» (Stg2:21).
Lo que
más le interesa a Santiago en esta sección también encaja con este
entendimiento.
Santiago
está interesado en mostrar que solo estar de acuerdo intelectualmente con el
evangelio es una «fe» que en realidad no lo es. Está interesado en argumentar
en Contra de los que dicen que tienen fe, pero no muestran cambios en sus
vidas. Dice: «Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis
obras» (Stg 2: 18).
«Porque
como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está
muerta» (Stg 2: 26). Santiago está diciendo sencillamente aquí que la «fe» que
no tiene resultados u «obras» no es una fe verdadera para nada: es
significados, y que uno de ellos es «declarar que alguien es justo», pero
también debiéramos notar que la palabra griega dikaioo también puede significar
«demostrar o mostrar ser justo».
NOTA: Santiago cita el texto, «Le creyó Abraham a
Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia» en el v. 23, pero dice que «se
cumplió la Escritura» cuando Abraham ofreció a su hijo, queriendo decir al
parecer que la anterior declaración de justicia fue realizada y sus resultados se
pudieron ver como verdaderos en la vida de Abraham cuando ofreció a Isaac sobre
el altar.
Por
ejemplo, Jesús dijo de los fariseos: «Vosotros sois los que os justificáis a
vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones» (Lc
16: 15, RVR 1960). Lo que se quiere decir aquí no es que los fariseos iban por
ahí haciendo declaraciones de que ellos (no eran culpables) delante de Dios,
sino más bien que ellos estaban siempre intentando mostrara otros que eran
justos por sus obras externas. Jesús sabía que la verdad era otra: «Mas Dios
conoce vuestros corazones» (Lc 16:15).
Del
mismo modo, el abogado que quiso probar a Jesús preguntándole quién heredaría
la vida eterna, respondió bien a la primera pregunta de Jesús; pero cuando el
Señor le dijo: «Haz eso y vivirás), no se sintió satisfecho.
Lucas
nos dice: «Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: ¿Y quién
es mi prójimo?» (Lc 10: 28-29). Él no estaba deseando dar una declaración legal
acerca de sí mismo de que no era culpable ante los ojos de Dios; sino que más
bien estaba deseando mostrar que «él era justo» delante de los demás que
estaban escuchando. Otros ejemplos de la palabra justificar significando
«mostrar que se es justo» los podemos encontrar en Mateo 11:19; Lc 7:35;
Romanos 3:4.
Nuestra
interpretación de Santiago 2 depende no solo del hecho de que «mostrar ser
justo» es un sentido aceptable de la palabra justificado, sino también de que
este sentido encaja bien en el contexto de Santiago 2. Cuando Santiago dice:
«¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su
hijo Isaac sobre el altar?» (v. 21, RVR 1960) se está refiriendo a algo que
ocurrió después en la vida de Abraham, la historia del sacrificio de Isaac, que
sucedió en Génesis 22.
Esto
fue mucho después del tiempo registrado en Génesis 15: 6 donde Abraham creyó a
Dios «y le fue contado por justicia». No obstante, este incidente temprano al
comienzo de las relaciones de pacto de Abraham con Dios es la que Pablo cita y
se refiere a ella repetidas veces en Romanos 4. Pablo está hablando del tiempo
cuando Dios justificó a Abraham de una vez y para siempre, considerándole justo
como resultado de su fe en Dios.
Pero
Santiago está hablando acerca de algo que vino mucho más tarde, después de que
Abraham esperó muchos años el nacimiento de Isaac, y aun después de que Isaac
hubiera crecido lo suficiente para cargar con leña para el sacrificio hasta lo
alto de la montaña. En ese momento Abraham «mostró que era justo» por sus
obras, y en ese sentido Santiago dice que Abraham «fue justificado por las
obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar» (Stg2: 21).
Lo que
más le interesa a Santiago en esta sección también encaja con este
entendimiento. Santiago está interesado en mostrar que solo estar de acuerdo intelectualmente
con el evangelio es una «fe» que en realidad no lo es. Está interesado en
argumentar en Contra de los que dicen que tienen fe, pero no muestran cambios
en sus vidas. Dice: «Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por
mis obras» (Stg 2: 18). «Porque como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así
también la fe sin obras está muerta» (Stg 2: 26).
Santiago
está diciendo sencillamente aquí que la «fe» que no tiene resultados u «obras»
no es una fe verdadera para nada: es una fe (muerta). El no está negando la
enseñanza clara de Pablo que la justificación (en el sentido de la declaración
de una situación legal correcta ante Dios) es solo por fe aparte de las obras
de la ley; él está sencillamente afirmando una verdad diferente: que la
(justificación) en la sentido de una muestra exterior de que uno es justo solo
ocurre cuando se ven sus evidencias en la vida de la persona.
Para
parafrasear, Santiago está diciendo que es justa con sus obras, y no solo por
su fe. Esto es algo con lo que sin duda Pablo estaba de acuerdo (2ª Co 13: 5;
Gá 5: 19-24).
Las
implicaciones prácticas de la doctrina de la justificación solo por la fe son
muy importantes. Primero esta doctrina nos permite ofrecer genuina esperanza a
los incrédulos que saben que nunca podrán hacerse a sí mismos justos ante los
ojos de Dios. Sí la salvación es regalo que se recibe solo por medio de la fe,
cualquiera que oye el evangelio puede tener la esperanza de que la vida eterna
se ofrece gratis y puede obtenerse.
Segunda.
Esta doctrina nos da confianza en que Dios nunca nos va a hacer pagar por los
pecados que han sido perdonados en base de los meritos de Cristo. Por supuesto,
podemos continuar sufriendo las consecuencias ordinarias del pecado (como un
alcohólico que deja de tomar puede todavía tener debilidad física por el resto
de su vida, y un ladrón que es justificado puede que todavía que ir a la cárcel
para pagar por su delito).
Además,
Dios puede disciplinarnos si seguimos actuando en caminos que son de
desobediencia para Él (vea He 12: 5-12), y lo hace por amor y para nuestro
bien. Pero Dios no puede ni nunca lo hará, vengarse de nosotros por pecados
pasados ni hacernos pagar el castigo que corresponde por ellos ni castigarnos
por causa de su ira y con el propósito de dañarnos. (Por tanto, ya no hay
ninguna condenación para los que están unidos con Cristo Jesús) (Ro 8:1).
Este
hecho debiera proporcionarnos un gran sentido de gozo y confianza delante de
Dios porque Él nos ha aceptado y estamos en su presencia como (no culpables) y
(justos) para siempre.
NOTA: Santiago cita el texto, «Le creyó Abraham a
Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia» en el v. 23, pero dice que «se
cumplió la Escritura» cuando Abraham ofreció a su hijo, queriendo decir al
parecer que la anterior declaración de justicia fue realizada y sus resultados
se pudieron ver como verdaderos en la vida de Abraham cuando ofreció a Isaac
sobre el altar.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Está seguro de que Dios lo ha
declarado a usted (no culpable para siempre ante sus ojos? ¿Sabe que lo que ha
ocurrido en su propia vida? ¿Hizo usted o pensó algo que resultó en que Dios lo
justificará? ¿Hizo usted algo para merecer la justificación? Sí usted no estad
seguro de que Dios lo ha justificado completamente y para siempre, ¿Hay algo
que necesita usted hacer antes de que eso suceda? ¿Qué le persuadirá a usted de
que Dios ciertamente le ha justificado?
2: Si usted estuviera en el dia del
juicio en la presencia de Dios. ¿Pensaría usted que es suficiente con solo tener
todos sus pecados perdonados, o sentiría usted la necesidad de tener la
justicia de Cristo adjudica a su favor?
3. ¿Piensa usted que la diferencia
entre el concepto Católico romano y el protestante de la justificación es
importante? Describa como se sentiría usted acerca de sus relaciones con Dios
si sostuviera la perspectiva católico romano sobre la justificación. ¿Cree que
los católicos modernos que usted conoce sostienen
esa perspectiva tradicional de la justificación o tienen otra opinión?
4. ¿Se ha preguntado usted alguna vez si Dios continúa castigándole de vez
en cuando por los pecados que cometió en el pasado, incluso hace mucho tiempo?
¿En qué forma la doctrina de la justificación le ayuda a lidiar con estos
sentimientos?
TÉRMINOS ESPECIALES
Forense,
imputada, justicia infundida, justificación
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Romanos 3:27-28: ¿Dónde, Pues, Está La Jactancia? Queda Excluida. ¿Por
Cuál Principio? ¿Por El De La Observancia De La Ley? No, Sino Por El De La Fe.
Porque Sostenemos Que Todos Somos Justificados Por La Fe, Y No Por Las Obras
Que La Ley Exige.
CAPÍTULO 7
LA ADOPCIÓN (LA MEMBRESÍA EN LA
FAMILIA DE DIOS)
¿CUÁLES SON LOS
BENEFICIOS DE SER UN MIEMBRO DE LA FAMILIA DE DIOS?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
En la
regeneración Dios nos da vida espiritual nueva en nuestro ser interior. En la
justificación Dios nos da una posición legal correcta delante de él. Pero en la
adopción él nos hace miembros de su familia. Por tanto, la enseñanza bíblica
sobre la adopción se enfoca mucho más sobre las relaciones personales que la
salvación nos da con Dios y con sus hijos.
A. EVIDENCIAS BÍBLICAS DE LA ADOPCIÓN
Podemos
definir la adopción como sigue: La adopción es una acción de Dios mediante la
cual él nos hace miembros de su familia.
Juan
menciona la adopción al comienzo de su evangelio, donde dice: «Mas a cuantos lo
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de
Dios» Gn 1: 12). En consecuencia, los que no creen en Cristo no son hijos de
Dios o adoptados en su familia, sino que son «hijos de ira» (Ef2:3, RVR 1960) e
«hijos de desobediencia» (Ef. 2: 2; 5:6, RVR 1960).
Aunque
los judíos que rechazaron a Cristo trataban de afirmar que Dios era su Padre Gn
8: 41), Jesús les dijo: «Si Dios fuera su Padre les contestó Jesús-, ustedes me
amarían... Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren cumplir» Gn
8: 42-44).
Las
epístolas del Nuevo Testamento también dan testimonio repetidas veces del hecho
que nosotros somos hijos de Dios en un sentido especial, miembros de su
familia. Pablo dice:
Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes
no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu
que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre¡" El
Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si
somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues
si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. (Ro 8:
14-17)
Pero
si somos hijos de Dios, ¿estamos entonces relacionados unos con otros como
miembros de su familia? Sin duda que sí. De hecho, esta adopción en el seno de
la familia de Dios nos hace a todos participantes de una familia incluso con
los judíos creyentes del Antiguo Testamento, porque Pablo nos dice que nosotros
somos también hijos de Abraham: «Tampoco por ser descendientes de Abraham son
todos hijos suyos.
Al
contrario: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac". En
otras palabras, los hijos de Dios no son los descendientes naturales; más bien,
se considera descendencia de Abraham a los hijos de la promesa» (Ro 9:7-8).
Él lo
explica más en Gálatas: «Ustedes, hermanos, al igual que Isaac, son hijos por
la promesa... Así que, hermanos, no somos hijos de la esclava sino de la libre»
(Gá 4: 28, 31; 1ª P 3: 6, donde Pedro ve a las mujeres creyentes como hijas de
Sara en el nuevo pacto).
Pablo
explica que esta situación de adopción como hijos de Dios no fue realizada por
completo en el antiguo pacto. Dice que «antes de venir esta fe, la ley nos
tenía presos. Así que la ley vino a ser nuestro guía encargado de conducimos a
Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. Pero ahora que ha llegado la
fe, ya no estamos sujetos al guía.
Todos
ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús» (Gá 3: 23-26). Esto
no quiere decir que el Antiguo Testamento omitiera por
completo
el hablar de Dios como nuestro Padre, porque Dios se llamó a sí mismo el Padre
de los hijos de Israel y los llamó a ellos hijos en varias ocasiones (Sal 103:
13; Is 43: 6-7; Mal 1: 6; 2:10). Pero aunque había una conciencia de Dios como
Padre del pueblo de Israel, los beneficios y privilegios plenos de la membrecía
en la familia de Dios, y la completa realización de esa membrecía, no tuvo
lugar hasta que Cristo vino y el Espíritu del Hijo de Dios se derramó en
nuestros corazones, y dio testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de
Dios.
¿Qué
evidencias vemos en nuestra vida de que somos hijos de Dios? Pablo ve clara
evidencia de ello en el hecho de que el Espíritu Santo da testimonio en
nuestros corazones de que somos hijos de Dios: «Pero cuando se cumplió el
plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como
hijos. Ustedes ya son hijos.
Dios
ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "¡Abba!
¡Padre!" Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te
ha hecho también heredero» (Gá 4: 4-7).
La
primera epístola de Juan también hace mucho hincapié en nuestra condición de
hijos de Dios: «¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame
hijos de Dios! ¡Y lo somos!. Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios) (1ª
Jn 3: 1-2; Juan llama con frecuencia a sus lectores «hijos) o (hijitos).
Aunque
Jesús habla de nosotros como «mis hermanos)) (He 2:12) y él es, por tanto, en
un sentido nuestro hermano mayor en la familia de Dios (He 2: 1-14), y se puede
ser reconocido como «el primogénito entre muchos hermanos), él es, no obstante,
cuidadoso en hacer una distinción clara entre la manera en la que Dios es
nuestro Padre celestial y la manera en la que él se relaciona con Dios el
Padre. Él le dijo a María Magdalena: «Vuelvo a mi Padre, que es Padre de
ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes) (Gn 20: 17), haciendo de ese modo
una distinción clara entre el sentido mucho mayor y eterno en el que Dios es su
Padre, y el sentido en el que Dios es nuestro Padre.
Aunque
el Nuevo Testamento dice que nosotros somos ahora hijos de Dios (1ª Jn 3: 2),
debiéramos también notar que hay otro sentido en el cual nuestra adopción es
todavía futura porque no vamos a recibir todos los beneficios y privilegios de
la adopción hasta que Cristo regrese y tengamos cuerpos resucitados.
Pablo
habla de ese sentido completo y futuro de la adopción cuando dice: «y no sólo
ella [la creación], sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del
Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como
hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo» (Ro 8: 23).
Pablo
ve aquí el recibimiento de los nuevos cuerpos de resurrección como el
cumplimiento de nuestros privilegios de la adopción, hasta el punto de que se
refiere a ello como «aguardamos nuestra adopción como hijos».
NOTA: Hay otros varios pasajes que hablan acerca de
nuestra posición como hijos de Dios o de nuestra membrecía en su familia (vea
Mt 5: 48; 7: 11; 2ª Co 6: 18; Ef 5: 1; Fil2: 15; He. 2: 13-14; 12: 5-11; 1ª P
1: 14; 1ª Jn 3: 10).
B. LA ADOPCIÓN SIGUE A LA CONVERSIÓN Y ES UN RESULTADO DE LA FE
SALVADORA
Podríamos
pensar inicialmente que llegamos a ser hijos de Dios por la regeneración,
puesto que la imagen de «nacer de nuevo» en la regeneración nos lleva a pensar
de hijos que nacen en el seno de una familia humana. Pero el Nuevo Testamento
nunca conecta la adopción con la regeneración. En realidad, la idea de la
adopción es lo opuesto a la idea de nacer en una familia.
Más
bien, el Nuevo Testamento relaciona la adopción con la fe salvadora, y dice que
en respuesta a poner nuestra confianza en Cristo, Dios nos ha adoptado en su
familia. Pablo dice: «Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo
Jesús» (Gá 3: 23-26).
Y Juan
escribe: «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el
derecho de ser hijos de Dios» (In 1:12). Estos dos versículos dejan bien en
claro que la adopción sigue a la conversión y que es la respuesta de Dios a
nuestra fe.
Se
puede presentar una objeción que surge de la declaración de Pablo: «Ustedes ya
son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que
clama: "¡Abba! ¡Padre!» (Gá 4: 6).
Alguien
podría entender este versículo como queriendo decir que Dios primero nos adopta
como hijos y después nos da el Espíritu Santo para producir la regeneración en
nuestros corazones. Pero unos pocos versículos antes Pablo había dicho que
llegamos a ser «hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús» (Gá 3: 26).
Por
tanto, la declaración de Pablo en Gálatas 4:6 se entiende mejor no como una
referencia a dar el Espíritu Santo en la regeneración, sino más bien como una
actividad adicional del Espíritu Santo en la cual él empieza a dar testimonio
con nuestro espíritu y a asegurarnos que somos miembros de la familia de Dios.
Esta
obra del Espíritu Santo nos da seguridad de nuestra adopción, y es en este
sentido que Pablo dice que, después de ser nosotros hijos, Dios hace que su
Espíritu Santo dentro de nosotros nos lleve a exclamar: «¡Abba! ¡Padre!» (Ro 8:
15-16).
NOTA: Es cierto que en Juan 1: 13 él especifica que
estas personas habían nacido «de Dios», pero eso solo da una información
adicional acerca de ellos (es decir, que ellos habían sido regenerados por
Dios). Eso no niega el hecho de que aquellos que «creen en su nombre» Cristo
les dio el derecho de ser «hijos de Dios».
C. LA ADOPCIÓN Y LA JUSTIFICACIÓN SON DOS COSAS DISTINTAS
Aunque
la adopción es un privilegio que nos viene en el momento en que nos hacemos
cristianos (Jn 1:12; Gá 3:26; 1ª Jn3:1-2), no obstante, es un privilegio que es
distinto de la justificación y distinto de la regeneración.
En la
regeneración somos vivificados espiritualmente, capaces de relacionamos con
Dios mediante la oración y la adoración y capaces de oír su Palabra con
corazones receptivos. Pero es posible que Dios pudiera tener criaturas que
están vivas y, no obstante, no ser miembros de su familia y que no participan
en los privilegios especiales de los miembros de la familia; por ejemplo, los
ángeles al parecer caen dentro de esta categoría.
Por
tanto, habría sido posible para Dios decidir damos la regeneración sin los
grandes privilegios de la adopción en su familia.
Además,
Dios podía habernos dado la justificación sin los privilegios de la adopción en
su familia, porque él podía haber perdonado nuestros pecados y darnos una
posición legal correcta delante de él sin habernos hecho sus hijos. Es
importante que nos demos cuenta de esto porque nos ayuda a reconocer cuán
grandes son nuestros privilegios en la adopción.
La
regeneración tiene que ver con nuestra vida espiritual interior. La
justificación tiene que ver con nuestra posición delante de la ley de Dios.
Pero la adopción tiene que ver con nuestra relación con Dios como nuestro
Padre, y en la adopción recibimos muchas de las grandes bendiciones que
conoceremos por toda la eternidad.
Cuando
empezamos a damos cuenta de la excelencia de estas bendiciones, y cuando
apreciamos que Dios no tiene ninguna obligación de dárnoslas, entonces seremos
capaces de exclamar con el apóstol Juan: «¡Fíjense qué gran amarnos ha dado el
Padre, que se nos llame hijos de Dios!» (1ª Jn 3:1).
NOTA: Aunque los ángeles buenos y malos son
llamados «hijos de Dios» (Job 1: 6) en un lugar de las Escrituras, esto es al
parecer una referencia a la condición de hijos que viene por el hecho de que
Dios los creó. No parece indicar que los ángeles generalmente (en especial los
ángeles malos) participen en ninguno de los privilegios que nosotros recibimos
como hijos de Dios.
De hecho, He. 2: 14-16 establece una clara
distinción entre nuestra posición como hijos de Dios y la posición de los
ángeles. Además, en ninguna parte se habla de los ángeles como miembros de la
familia de Dios o se dice que tengan los privilegios familiares que nos corresponden
a nosotros como hijos de Dios. (No es probable que Gn 6:2-4 se refiera a los
ángeles. Vea Wayne Grudem, The First Epistle of Peter, pp. 211-15).
D. LOS PRIVILEGIOS DE LA ADOPCIÓN
Los
beneficios o privilegios que acompañan a la adopción los podemos ver, primero,
en la manera en que Dios se relaciona con nosotros, y entonces también en la
forma en que nosotros nos relacionamos unos con otros como hermanos en la
familia de Dios.
Uno de
los más grandes privilegios de nuestra adopción es ser capaces de hablar con
Dios y relacionarnos con él como un Padre bueno y amoroso. Se nos invita a orar
diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mt 6: 9), y tenemos que
damos cuenta que «ya no eres esclavo sino hijo» (Gá 4: 7).
Por
tanto, no tenemos ahora que relacionamos con Dios como un esclavo se
relacionaba con su amo, sino como un hijo se relaciona con su Padre. En
realidad, Dios nos da un testimonio interno del Espíritu Santo que nos lleva
instintivamente a llamarle a Dios Padre. «y ustedes no recibieron un espíritu
que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos
y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a
nuestro espíritu que somos hijos de Dios» (Ro 8: 15-16).
Esta
relación con Dios como nuestro Padre es el fundamento de otras muchas
bendiciones de la vida cristiana, y se convierte en la forma primaria en la que
nos relacionamos con Dios.
Es
cierto que Dios es nuestro Creador, nuestro Juez, nuestro Señor, nuestro
Maestro, nuestro Proveedor, Sustentador y Protector, y el que con su cuidado
providencial sostiene nuestra existencia. Pero el papel que es más íntimo, y
que transmite los más altos privilegios del compañerismo con Dios por toda la
eternidad, es su papel como nuestro buen Padre celestial.
El
hecho que Dios se relaciona con nosotros como Padre nos demuestra claramente
que él nos ama (1a Jn 3: 1), que él nos comprende (Tan compasivo es el Señor
con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra
condición; sabe que somos de barro» [Sal 103: 13-14]), y que él cuida de
nuestras necesidades.
(Porque
los paganos andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes
las necesitan», Mt 6:32). Además, en su papel como nuestro Padre, Dios nos da
muchos dones: «Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le
pidan!» (Mt 7: 11). Nos da especialmente el don del Espíritu Santo para
consolamos y para capacitamos para el ministerio y para vivir la vida cristiana
(Lc 11: 13): De hecho, no son solo los dones que Dios nos da en esta vida, sino
que también nos da una gran herencia en los cielos, porque nos hemos convertido
en coherederos con Cristo.
Pablo
dice: «Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho
también heredero» (Gá 4:7); somos en realidad «herederos de Dios y coherederos
con Cristo» (Ro 8: 17). Como sus herederos tenemos derecho a «una herencia
indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en
el cielo para ustedes» (1a P 1: 4).
Todos
los grandes privilegios y bendiciones del cielo están preparados para nosotros
y puestos a nuestra disposición porque somos hijos del Rey, miembros de la
familia real, príncipes y princesas que reinarán con Cristo sobre los nuevos
cielos y nueva tierra (Ap 2:26-27; 3:21). Como un anticipo de este gran
privilegio, los ángeles son incluso enviados ahora para ministrarnos y servimos
(He 1: 14).
Es en
este contexto de las relaciones con Dios como nuestro Padre celestial que
entendemos la oración que Jesús les dijo a sus discípulos que hicieran a
diario: «Padre nuestro que estás en el cielo. Perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6: 9-12). En esta
oración diaria pidiendo el perdón de nuestros pecados no es una oración para
que Dios nos dé la justificación una y otra vez a lo largo de nuestra vida,
porque la justificación es un suceso que tiene lugar de una vez, y que ocurre
inmediatamente después de que nosotros hemos puesto nuestra confianza en Cristo
con fe salvadora.
Más
bien, la oración diaria de perdón de pecados es una oración en que pedimos que
las relaciones paternales de Dios con nosotros, que se han visto interrumpidas
por algún pecado, sean restauradas, y que él se relacione una vez más con
nosotros como un Padre que se deleita en los hijos que ama. La oración de
«perdónanos nuestras deudas» es, por tanto, una oración en la que no nos
relacionamos con Dios como el juez eterno del universo, sino con Dios nuestro
Padre. En una oración en la que buscamos restaurar nuestra comunión con nuestro
Padre que había quedado interrumpido por causa del pecado (vea 1A Jn
1: 9; 3: 19-22).
NOTA: En este versículo Jesús dice: «Pues si
ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre celestial dará el Espírito Santo a quienes se lo pidan!» Aquí parece que
Él no se está refiriendo al Espíritu Santo morando dentro de nosotros como
cuando viene en la regeneración, sino al don de habilitarnos para el
ministerio, a los dones que usamos para el ministerio o para la vida cristiana.
Otro
beneficio de la adopción es también el privilegio de ser dirigido por el
Espíritu Santo. Pablo indica que este es un beneficio moral pues de ese modo el
Espíritu Santo pone en nosotros el deseo de obedecer a Dios y vivir conforme a
su voluntad.
Él
dice: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de
Dios» (Ro 8: 14), y nos da esto como una razón por la que los cristianos
debieran dar «muerte a los malos hábitos del cuerpo» por medio de la obra del
Espíritu Santo obrando dentro de ellos (v. 13; note el «porque» al comienzo del
v. 14). Él ve al Espíritu Santo como dirigiendo y guiando a los hijos de Dios
en los caminos de la obediencia a Dios
Otro
privilegio de la adopción en el seno de la familia de Dios, aunque nosotros no
siempre 10 reconocemos como un privilegio, es el hecho que Dios nos disciplina
como sus hijos. «y ya han olvidado por completo las palabras de aliento que
como a hijos se les dirige: "Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina
del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los
que ama, y azota a todo el que recibe como hijo» (He 12: 5-6, citando Pr 3:
11-12).
El
autor de Hebreos explica: «Dios los está tratando como a hijos. ¿Qué hijo haya
quien el padre no disciplina? Pero Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que
participemos de su santidad» (He 12: 7, 10). Así como los hijos terrenales
crecen en obediencia y rectitud cuando son disciplinados debidamente por sus
padres terrenales, nosotros también crecemos en justicia y santidad cuando
somos disciplinados por nuestro Padre celestial.
Relacionado
con la disciplina paternal de Dios está el hecho que, como hijos de Dios y coherederos
con Cristo, tenemos el privilegio de participar tanto en sus sufrimientos como
en su subsiguiente gloria. Como nos dice Lucas: «¿Acaso no tenía que sufrir el
Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria?» (Lc 24:26), así también Dios
nos concede el privilegio de caminar por la misma senda que Cristo anduvo,
soportando el sufrimiento en esta vida a fin de que podamos recibir gran gloria
en la vida venidera: «y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte
con él en su gloria (Ro 8: 17).
Además
de estos grandes privilegios que tienen que ver con nuestra relación con Dios y
nuestra comunión con él, tenemos también privilegios de adopción que afectan la
manera en que nos relacionamos unos con otros y afectan nuestra propia conducta
personal. Porque somos hijos de Dios, nuestra relación unos con otros es mucho
más profunda y más íntima que las relaciones que tienen los ángeles, por
ejemplo, porque todos nosotros somos miembros de una familia.
El
Nuevo Testamento se refiere muchas veces a los cristianos como «hermanos y
(hermanas) en Cristo (Ro 1:13; 8:12; 1 Ca 1:10; 6:8; Stg 1:2; Mt 12: 50; Ro
16:1; 1a Co 7:15; Flm. 1:2; Stg2:15). Además de esto, en los muchos
versículos en los que se habla de toda la iglesia como (hermanos) no debieran
entenderse como refiriéndose solo a los hombres en la congregación, sino que
son referencias generales a toda la iglesia, y, excepto donde el contexto
indica explícitamente otra cosa, debieran tomarse como queriendo decir
«hermanos y hermanas en el Señor.
La
designación «hermanos es tan común en las epístolas que es la forma
predominante en la que los autores del Nuevo Testamento se refieren a los otros
cristianos a los que están escribiendo. Eso indica la fuerte conciencia que
tenían de la naturaleza de la iglesia como la familia de Dios. De hecho, Pablo
le dice a Timoteo que se relacione con la iglesia en Éfeso, y con los
individuos dentro de la iglesia, como si se relacionara con los miembros de una
familia amplia. «No reprendas con dureza al anciano, sino aconséjalo como si
fuera tu padre.
Trata
a los jóvenes como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jóvenes,
como a hermanas, con toda pureza» (1a Ti 5:1-2).
Este
concepto de la iglesia como la familia de Dios debiera damos una nueva
perspectiva sobre el trabajo de la iglesia; es un «trabajo de familia», y los
varios miembros de la familia nunca debieran competir unos con otros u
obstaculizarse unos a otros en sus esfuerzos, sino que debieran alentarse unos
a otros y estar agradecidos por cualquier bien o progreso que tenga cualquier
miembro de la familia, porque todos contribuyen al bien de la familia y a la
honra de Dios nuestro Padre.
De
hecho, así como los miembros de una familia terrenal tienen a menudo momentos
de gozo y compañerismo cuando trabajan juntos en algún proyecto, del mismo modo
nuestros momentos de trabajar juntos en la edificación de la iglesia debieran
ser oportunidades de gran gozo y compañerismo unos con otros.
Además,
así como los miembros de una familia terrenal honran a sus padres y cumplen el
propósito de una familia, sobre todo cuando dan la bienvenida a nuevos hermanos
o hermanas recientemente adoptados en el seno de esa familia, nosotros también
debiéramos dar la bienvenida a los nuevos miembros de la familia de Cristo con
gozo y amor.
Otro
aspecto de nuestra membrecía en la familia de Dios es que nosotros, como hijos
de Dios, debemos imitar a nuestro Padre que está en el cielo en toda nuestra conducta.
Pablo
dice: «Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados» (Ef 5:1).
Pedro
se hace eco de este mismo tema cuando dice: «Como hijos obedientes, no se
amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia.
Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien
los llamó; pues está escrito: "Sean santos, porque yo soy santo» (1a
P 1: 14-16).
Tanto
Pedro como Pablo se dan cuenta de que es natural para los hijos el imitar a sus
padres terrenales. Ellos apelan a este sentido natural que tienen los hijos con
el fin de recordamos que debemos imitar a nuestro Padre celestial, y en verdad
esto debiera ser algo que nosotros quisiéramos hacer y deleitamos en ello. Si
Dios nuestro Padre en el cielo es santo, nosotros debiéramos ser santos como
hijos obedientes.
Cuando
caminamos por sendas de conducta recta honramos a nuestro Padre celestial y le
glorificamos. Cuando actuamos en formas que son gratas a Dios, debemos hacer
con el fin de que otros «puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al
Padre que está en el cielo» (Mt 5: 16). Pablo anima a los filipenses a mantener
una conducta pura delante de los incrédulos «para que sean intachables y puros,
hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada.
En
ella ustedes brillan como estrellas en el firmamento» (Fil 2:15). En verdad, un
modelo coherente de conducta moral es también una evidencia de que somos de
verdad hijos de Dios. Juan dice: «Así distinguimos entre los hijos de Dios y
los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni
tampoco lo es el que no ama a su hermano» (1a Jn 3:10).
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. Vuelva a revisar la lista de privilegios que vienen con nuestra
adopción como hijos de Dios. ¿Había usted pensado en ellos como algo que es
automáticamente suyo por haber nacido de nuevo? ¿Puede usted describir cómo
sería nuestra vida eterna si hubiéramos tenido la regeneración y la
justificación y los otros privilegios que vienen con la salvación, pero no
adopción en la familia de Dios? Ahora, ¿cómo se siente acerca del hecho de que
Dios le ha adoptado en su familia cuando lo compara con la manera en que se
sentía antes de leer este capítulo?
2. Sus relaciones con su propia familia humana, ¿se ha hecho mejor o más
difícil desde que usted se hizo cristiano? Si sus relaciones con su familia
humana se ha hecho más dificil, ¿en qué forma lo que se dice en Marcos 10:
29-20 se ha hecho realidad en su vida como cristiano?
3. Algunas personas que han tenido padres terrenales poco amorosos o
crueles han encontrado que su trasfondo les crea dificultades en su pensamiento
acerca de Dios y para relacionarse con él como un Padre celestial. ¿Cómo pueden
Hebreos 12: 10, Mateo 7: 11 y Lucas 11: 13, que contrastan padres terrenales
pecadores con nuestro perfecto Padre celestial, sede de ayuda en esta
situación? ¿Podría 1a Pedro 1:18 sede de ayuda también en esta
situación? ¿Cómo puede una persona que ha tenido una relación dificil con un
padre terrenal obtener una mejor visión y aprecio de quién es Dios y de la
clase de Padre que él es? ¿Piensa usted que algunas de las personas que se
hicieron cristianas en el primer siglo tuvieron padres crueles o poco amorosos
o quizá eran huérfanas de padre? ¿Qué enseñanza del Antiguo Testamento les
hubiera ayudado en esa situación? ¿Piensa usted que personas que han tenido
padres terrenales malos tienen un cierto sentido dado por Dios de cómo debiera
ser un buen padre?
4. Piense en las personas que son miembros de su iglesia. ¿Le ha ayudado
este capítulo a pensar en ellos más como sus hermanos y hermanas (o si ellos
son mayores en edad, como si fueran «padres» o «madres» suyos)? ¿Cómo piensa
usted que un aprecio mayor de esta idea de la iglesia como una familia ayudaría
a su iglesia? ¿Cómo podría usted animar un mayor aprecio por esta idea?
5. ¿Tiene su iglesia algún sentido de competición con otras iglesias que
podría ser superado mediante un mayor aprecio de la doctrina de la adopción?
6. En la familia humana, cuando uno de los hijos comete un delito y es
castigado públicamente por ello, toda la familia sufre la vergüenza. Por otro
lado, cuando un miembro de la familia es honrado por un logro sobresaliente
toda la familia se siente orgullosa y se regocija. ¿Cómo le hace sentirse esta
analogía de sucesos en la familia humana acerca de su nivel de santidad en su
vida personal, y la manera en que eso se refleja en los otros miembros de su
familia espiritual? ¿Cómo le hace sentirse la necesidad de la santidad personal
entre los hermanos en la iglesia? ¿Tiene usted un fuerte deseo interno de imitar
a su Padre celestial en su conducta (Ef 5: 1; 1a P 1: 14-16)?
7. ¿Siente usted la obra del Espíritu Santo dentro de usted dando
testimonio a su espíritu de que usted es un hijo de Dios (Ro 8: 15-16; Gá 4:6)?
¿Puede usted describir cómo es ese sentido?
8. ¿Siente usted alguna discriminación en contra de cristianos de otras
razas o de otra posición social o económica? ¿Puede usted entender cómo la
doctrina de la adopción debiera eliminar esas distinciones en la iglesia (vea
Ge 3: 26-28)? ¿Puede usted también ver cómo la doctrina de la adopción
significa que ninguna mujer u hombre debiera pensar del otro sexo como más o
menos importante en la iglesia (vea Gá 3: 28)?
TÉRMINOS ESPECIALES
Adopción
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Romanos 8:14-17: Porque Todos Los Que Son Guiados Por El Espíritu De
Dios Son Hijos De Dios. Y Ustedes No Recibieron Un Espíritu Que De Nuevo Los
Esclavice Al Miedo, Sino El Espíritu Que Los Adopta Como Hijos Y Les Permite
Clamar: «¡Abba! ¡Padre!» El Espíritu Mismo Le Asegura A Nuestro Espíritu Que
Somos Hijos De Dios. Y Si Somos Hijos, Somos Herederos; Herederos De Dios Y
Coherederos Con Cristo, Pues Si Ahora Sufrimos Con Él, También Tendremos Parte
Con Él En Su Gloria.